viernes, 25 de junio de 2010

Puerto Rico bajo la Dictadura

Puerto Rico 
           bajo la 
               Dictadura

El gobierno de Puerto Rico, a través de esas oficinas del gobernador que se llaman Junta de Síndicos y Oficina del Presidente de la UPR, intentan desconocer y desautorizar en los tribunales el acuerdo concertado a través de un mediador impuesto por el tribunal que terminó con la huelga estudiantil de dos meses. Para eso, el gobernador enmendó en sólo unas horas la composición de esa Junta de Síndicos suya, compuesta por personas extrañas a la universidad, que no tienen ni un pelo ni mascarilla de educadores, para crear una nueva mayoría sometida y humillada a su voluntad. Muchos en Puerto Rico se sorprenden de las aceleradas movidas antidemocráticas del gobierno y de la falta de respeto a los tribunales.
 

No es que Puerto Rico haya sido nunca bastión de la democracia. En realidad, nunca hemos vivido sino una apariencia de democracia.
 

 En primer lugar, porque la democracia es incompatible con un régimen colonial. Una colonia es un pueblo sometido a las disposiciones de otro pueblo, y Puerto Rico, como todos lo sabemos, es un país cuya soberanía le ha sido robada, a la fuerza, por Estados Unidos. En los papeles, y judicialmente, la soberanía de Puerto Rico la ejerce el Congreso de Estados Unidos.
 

En segundo lugar, la soberanía miscelánea de la autonomía cada vez más restringida, la ejerce una clase política al servicio del poder colonial. Esa clase está compuesta por empresarios, por la burguesía criolla, que legisla y dispone la morfología del estado legal en su beneficio, como es de esperar. Los trabajadores, los asalariados y los desempleados viven arrimados a su riqueza como lo confesó cándidamente aquel empresaurio que describió como a la mayoría del país le toca en vida contemplar la riqueza por los huecos de una verja de alambre, y nada más.
 

Con todo, vivimos desde la fundación del ELA con la idea peregrina y falsa de la dignidad. Creímos durante décadas que el gobierno legislaba a favor del Pueblo de Puerto Rico y respetaba la voluntad expresada en las urnas. Pero la democracia se pone en evidencia cuando se respeta la disensión, la minoría, la discrepancia, la protesta. Más, aún, cuando se protege esa minoría. Y cuando no se legisla a la fuerza sino procurando el consenso y atendiendo las objeciones de todas las partes.  Los líderes de Cámara y Senado no comprenden que esos modos son más violentos que una paliza en un callejón. Ya no hay siquiera "vistas públicas" y se le niega a la prensa el acceso a las sesiones legislativas en el Senado.
 

Nada de eso se vive hoy en Puerto Rico. La realidad nos ha dado bofetadas durante décadas para obligarnos a despertar. Es cualitativamente diferente la realidad política que vive el país en tiempos de Fortuño. En la Asamblea Legislativa ni siquiera se permite la expresión de los legisladores de minoría. Incluso se la atropella y hasta se le impiden los votos. Hoy, en Puerto Rico, parece no hay oficialmente oposición en la legislatura.


Una democracia no la constituyen, ni pueden constituirla, la mera expresión del pueblo en las urnas cada cuatro años. Esa es una interpretación ridícula y absurda del concepto democracia. La democracia tiene que ser una experiencia diaria, una experiencia de la que el pueblo carece en lo absoluto.
 

El gobierno de Fortuño se ha caracterizado por la destrucción, una a una, de las instituciones sociales independientes del gobierno. Comenzó con el desmantelamiento del Colegio de Abogados y terminó con la toma de los tribunales, incluyendo el Tribunal Supremo. La tolerancia a la divergencia, a los que disienten, a los que protestan, a los que se apartan de la política oficial es nula. No existe.
 

Por todo lo anterior, no puede extrañarle a nadie en el país que el gobierno intente desconocer los acuerdos que dieron fin a la huelga, aunque los mismos fueran el producto de un proceso dirigido por los tribunales.
 

Ha quedado cancelado el estado de derecho en el país. Cada quien, en los meses por venir, tendrá que decidir si se une a la corriente del bulldozer que, del mismo modo que lo hicieron en Alemania las turbas fascistas, van, uno a uno, aplastando todo lo vertical frente a su paso. La justicia determinó después que nadie podía esconderse tras la excusa de que la gente, de que el gobierno, de que todos lo hacían, ni de que recibieron esas órdenes. Ante la violación de los derechos humanos, de la dignidad del ser humano, del estado de derecho y de la violación de los derechos civiles, no hay defensa que valga. El país muere de hambre, muere de desempleo, muere de indignación, muere de violencia criminal galopante, muere de violencia doméstica, muere de suicidios, muere de la emigración que huye, muere de desesperación y desesperanza. Todo va camino al cementerio.
 

Puerto Rico, en los tiempos de Fortuño, vive, en efecto, bajo una dictadura intolerante que, hoy por hoy, reta incluso al FBI que se atrevió a acusar por corrupción a uno de sus senadores.
 

Hay que resistir. Hay que luchar.
 

Los árboles mueren de pie.


Marcos 
Reyes 
Dávila

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