De la vergüenza de Ygrí
y de la nuestra
En el discurso de graduación que ofreció Samuel Silva a los estudiantes hay muchos elementos valiosos. Destaco ahora uno.
Recuerda Silva que el hombre de las cavernas, del mismo modo que aún después siguieron haciéndolo particularmente las sociedades nómadas, dejaban -darwinianamente– de lado al enfermo, al herido, al viejo, al que no podía seguir la ruta detrás de animales y alimentos.
Eso cambió ya en Mesopotamia, hace más de cuatro mil años, cuando el código Shulgui. Allí se expresa la compasión y la justicia como valores esenciales para con el huérfano, la viuda, los pobres. Más tarde, los profetas hebreos crearán toda una teología de “responsabilidad social”. De Isaías, concretamente, cita la parte en la que el profeta explica por qué Yahvé no atiende el ayuno ni los sacrificios de los poderosos. Porque “buscabais vuestro negocio y explotabais a vuestros trabajadores”, “para litigio y pleito y para dar puñetazos al desvalido”. (58:2-8) (A decir verdad, la expresión bíblica me recuerda a Ygrí y a De la Torre.)
Silva vincula esta tradición de justicia social con la política neoliberal que se enfoca en producir riquezas a costa del trabajador y de la “responsabilidad social” que la humanidad conquistó hace miles de años como un imperativo moral. Nuestros estudiantes, concluye, han dado cátedra de compromiso con el país, y con nuestras generaciones futuras a costa de enormes sacrificios.
Lástima que la Ygrí, que sintió vergüenza de nuestro “Profesor Distinguido”, de nuestros catedráticos, profesores eméritos, nuestros estudiantes suma magna cum laude, en suma, de todo esto, no tenga luces suficientes para sentir ella vergüenza de sí misma.
Marcos
Reyes
Dávila
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