sábado, 28 de abril de 2012

Heredad 2012


Heredad 2012

        “Y no hallé cosa en que poner mis ojos
        que no fuese recuerdo de la muerte.

                    F. de Quevedo

Este es el mundo que hemos construido
la cuna del porvenir de nuestros hijos
el testamento de nuestra vergüenza


Aunque no es maya
lo dice cnn en español
claramente
esta mañana:

un mundo que es un escudo antimisiles
un saqueo de corsarios en wall street
una desesperanza de desocupados
un francotirador en cada esquina
una guernika que se convierte en hiroshima
en hanoi
en trípoli
en una atenas sin refugio ya
para pitágoras

un banco lleno de mercenarios
un mar bloqueado en el caribe
un portaviones en el canal de suez
un muro que se convierte en laberinto
una frontera alambrada
un saqueo financiero en cada plaza
un fraude electoral
una lista de quiebras y quebrados
un asesinato a plena calle de sol
un suicidio y un deshielo
un dron sin corazón
ni espanto en su garganta
un aluvión de droga que se abre en las venas
un ejército de hambrientos
un auschwitz de vivosmuertos
que se multiplica en los desiertos
un blanco móvil en la vergüenza
un mundo de protestas
y exiliados
que se ahogan de impotencia
una ciudad de sindicatos
desempleados
una emboscada sin retiro
un libro helado
una construcción de ruinas y cenizas
un caza que se acerca a darnos caza

Esta es la democracia que vivimos
con la que no se puede comprar
ni un voto millonario
colonial y restringido

Este es el mundo que hemos construido
la cuna del porvenir de nuestros hijos
¡El testamento de nuestra vergüenza!
       Bloqueados telesur y granma
lo dice cnn en español
cada mañana

                                                   Marcos 
                                                   Reyes Dávila

28 - abril -2012

viernes, 27 de abril de 2012

Clemente Soto Vélez o la dialéctica que canta


CLEMENTE SOTO VÉLEZ
o la dialéctica que canta*


                                    Marcos Reyes Dávila

    En Puerto Rico, es un hábito común del pensamiento decirse atalayismo cuando se escucha  Clemente Soto Vélez. La crítica suele predisponer al lector la etiqueta sin contemplaciones de cautela. No obstante, y contrario al sentenciar machadiano que nos enseñó que la razón no canta, lo cierto es que Clemente Soto Vélez (CSV) hizo cantar a la dialéctica y que nada lo define mejor. No pretendemos con esta afirmación desvincular a CSV del atalayismo. La evidencia histórica documental, los testimonios y los textos nos desmentirían. Sólo hemos apuntado que la poesía de  CSV es algo más que atalayismo más nacionalismo, y que, en el ejercicio de su verdad poética, CSV intentó rubricar y aparcelar un campo propio de sello muy particularizado, una poética única, cuyo característica más notable es el esfuerzo por hacer cantar al materialismo dialéctico. Por eso Jorge Señeriz lo considera, sobre todo, un “poeta filósofo” (Prólogo a Caballo de palo, ed. de 1976, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña).
    Nuestro poeta publicó cinco libros de poesía, amén de un inventario de poemas, especialmente de su época atalayista, que se ha estimado cuantioso, pero que no se ha recogido en libros. La historia literaria nos vincula a CSV con el irrumpir vanguardista de la década del veinte. Nacido en el Lares mítico, en 1905, se asoció tempranamente con el Hospital de los sensitivos en 1928, que bajo el liderato de Graciany Miranda Archilla se rebautizó con el nombre de “La atalaya de los dioses”. Josemilio González repasa los lazos que vinculan a los atalayistas con el tricentenario de Góngora, con la generación española del 27 y con la revaloración de la imagen que aquéllos trajeron consigo, así como con el surrealismo, el cubismo, el dadaísmo y otros ismos criollos de la época impenitente (La poesía contemporánea en Puerto Rico, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1972). Aunque los atalayistas no publicaron manifiesto alguno, sí se expresaron a favor de buscar una “concreción, síntesis, esencia de escuelas precedentes, y por lo tanto, superación”. González considera al atalayismo el más fecundo movimiento de la década del veinte.
    Según María Teresa Babín, ningún movimiento literario anterior o posterior al atalayismo ha tenido ese carácter teatral y al mismo tiempo cerrado que tuvo éste, combinando lo espectacular con lo clandestino (Panorama de la cultura puertorriqueña, New York, Las Americas Publishing, 1958, 390). Los atalayistas asumieron actitudes iconoclastas, con reminiscencias de la bohemia finisecular y una predisposición a la grandilocuencia del estilo y al rebuscamiento. Eran dadás en cierto modo, añade Babín, pero en lo interior requintaban a sus progenitores de fin de siglo. CSV --en su pose teatral, el Archipámpano de Zintar-- fue, precisamente, quien con mayor fuerza vinculó al atalayismo con el Partido Nacionalista y con Pedro Albizu Campos. Luis Felipe Díaz destaca que el atalayismo se caracterizó por el uso de una manera más militante y efectiva de la ironía y del humorismo depurados ya por los anteriores movimientos y por enfrentar de manera más firme las expresiones poéticas más anquilosadas de la modernidad de fines del siglo XIX y principios del XX. Se dedicaban a escandilizar la cultura dominante del momento, mas no sólo por actividad cívico cultural y la pura pose, sino también mediante el proceder decididamente ideológico. Fueron intencionalmente transgresores del canon, dados a yuxtaponer los signos del mundo natural y los de la ciudad moderna (El sujeto lírico del vanguardismo puertorriqueño, Mairena 36 (1993), 7-28).
    En una entrevista de Manuel de la Puebla con Miranda Archilla, el Mistagogo en ayunas, éste apunta cómo los atalayistas crearon el integralismo, el entronque a lo telúrico, la consolidación de nexos hispánicos –principalmente con la república–, la profundización del verso tierrista y el cultivo de la jibaridad (Mairena  36, 1993, 51-61). Por ese camino, según él, y en cuanto promovieron el  rescate de la poesía, rescate del hombre y rescate de la tierra, se anticiparon al nacionalismo y al regeneracionismo.
    La poesía de CSV anterior a Escalio, primer libro tardío de 1937, respira muy profundamente todos estos inciensos y se corresponde bien con la aspiración expresada por Miranda Archilla, de una poesía con variación de los motivos –no a la unidad de motivos de antaño–, a la innovación temática, a la introducción de nuevas perspectivas, a un impresionismo de brevedades sensoriales, instantaneísmo,  verbalismo antropomorfizante y a un experimentalismo creador de imágenes. Según Josefina Rivera de Álvarez, en sus días de atalayista, CSVcompuso versos como “Descarrilamiento celeste”, de revolucionarias pautas formales que hacían caso omiso de la puntuación y de las mayúsculas como buen vanguardista, con fondo de aparente incoherencia e inquietudes cósmicas que nunca lo abandonarán (Literatura puertorriqueña: su proceso en el tiempo, Madrid, Partenón, 1983). Pero don Luis Hernández Aquino había advertido con igual acierto que atalayismo significa centinelas, y que figurativamente atalaya responde al estado o la posición desde la que se aprecia bien una verdad (Nuestra aventura literaria, Puerto Rico, Editorial Universitara, 1966, 113). Ese punto de vista y esa técnica de expresión dialéctica que se desarrolla y perfecciona desde Escalio, llevó a Hernández Aquino a considerar, acaso certeramente, que CSV era “el poeta más enigmático de la poesía hispanoamericana contemporánea”.
    Escalio fue publicado en el año en que el imperio condenó a CSV a la prisión federal de Atlanta por “actividades revolucionarias” contra los Estados Unidos (1937).  Fue dedicado, el libro, al “Libertador Albizu Campos”. Era entonces, y siempre fue, un curioso autodidacta, proclive a “rarezas intelectuales” derivadas de su afición por la filosofía de Nietzsche –el ídolo de la fuerza, el superhombre y el eterno retorno–, por la de Leibnitz y sus posibles y coposibles, y por la dialéctica hegeliana. Así lo señala su compañero atalayista Alfredo Margenat. El nombre mismo del libro es un neologismo latinista derivado de escaliar, y se refiere a la tierra yerma que se pone en cultivo. Afín a la greguería de Gómez de la Serna, a los tirabuzones de Tió, a los desconciertos de Julio César López, había publicado unos proloquios –otro latinismo-- en la revista Gráfico en 1929, que según Hernández Aquino son el antecedente de Escalio y consisten en  pensamientos breves, en prosa, compuestos por metáforas e imágenes poéticas de intención moral (Clemente Soto Vélez, Obra poética, Introducción de Luis Hernández Aquino, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1989). El libro está dividido en cinco partes, las primeras cuatro de prosa poética –Horizontes, En el jardín, Para la vida, La Revolución y lo Revolucionario-- y la quinta, un poema de cuatro estrofas de arte menor –Soledad. Se trata de diálogos en los que intervienen el poeta y el revolucionario, el conocimiento y la creación, para concluir que la razón puede ser falaz pero la verdad puede ser conquistable mediante la creación revolucionaria. Constituye el primer aldabonazo de lo que Señeriz llama con acierto su “poesía dialéctica” (Op. Cit.).
    Tras la salida de prisión política en 1943, CSV ingresa en el Partido Comunista y colabora con el congresista italoamericano Vito Marcantonio en el American Labor Party. En 1954 y en 1955 publica dos libros de poesía: Abrazo interno, y luego, Árboles. Según González, en Abrazo interno estamos “ante un construccionismo imaginista que se acerca al superrealismo”. Lo que prevalece, añade, es la idea, o el movimiento intelectual, que se traduce en símbolos e imágenes (Op. Cit.). Hay un rechazo de la dicción acostumbrada en busca de nuevas formas de expresión al servicio de una ideología social. Utiliza con frecuencia tres recursos: el contraste dialéctico, la interpretación de realidades naturales en términos culturales, y la imagen de factura superrealista conseguida por medio de la yuxtaposición de términos inhabituales. A juicio de González, continua esta poesía en Árboles con el uso frecuente de la paradoja, la complicación ingeniosa, la ilogicidad que tiende a lo explicativo, y por lo cual, concluye, no es poesía sino retoricismo. A su juicio, Caballo de palo, de 1959, se haya dentro de las mismas perspectivas. El fervor de un irredentismo social es más vigoroso, dice. Persiste la desarticulación del verso, la repetición insistente, la excesiva verbalización, y una visión dialéctica de la realidad como proceso en transformación perennne. La constante pesquisa de nexos ignorados entre las cosas tiene por eje la imagen. Y su peligro, pondera González, es la frondosidad selvática.
    Hernández Aquino ofrece, en cambio, una perspectiva más comprensiva. Tras anotar que James V. Romano, en una tesis de Maestría en Artes sometida en la Universidad de Columbia en 1983, observa como recurso fundamental de la poética sotoveliana a la “anáfora dialéctica” y la “dialéctica anafórica”, recuerda que la crítica no ha podido negar ese discurrir por la “síntesis y  antítesis”, como dijera Babín. Pero destaca Hernández Aquino otras cosas igualmente importantes, al comentar que tras Escalio, CSV enfrentó la mitología edénica tradicional desde Santiago Vidarte para crear una nueva mitohistoria en la cual mezcla la fábula, el folclore y la historia dentro del molde de un verso generalmente libre, largo y fragmentado, de tono épico-lírico, en los que se enaltece la imagen, los símbolos, la antítesis y la metáfora en la creación de alegorías, a través de un lenguaje enladrillado de anáforas, aliteraciones, eufonías y cacofonías, y juegos de palabras, como el mosaico fino de una lengua revuelta en todos sus planos.
    Abrazo interno posee sólo siete poemas en los que nos sorprende el uso privilegiado del verbo participio al modo del Juan Ramón de la tercera época. Cierto hermetismo se desprende de la transfiguración de la realidad buscada a través de asientos mínimos con el lenguaje de la realidad común, es decir, de su apoyo en referentes desplazados de casi toda denotación. Por eso, pletórico, sinestésico, sincrético; por eso, más culterano que conceptista. El tono es de exaltación, de aventura y conquista, de descubrimiento.  Expone una idea de libertad, generadora de paz, hija de una dialéctica activa en la historia que niega las negaciones. Acaso por eso el libro alterna los poemas de verso libre, arrítmicos, con los poemas compuestos por coplas, y un romance.  Abrazo interno se nos figura como el reencuentro o la conciliación de las contradicciones del ser humano que se reconoce a sí mismo, y a la realidad que habita, como constituidos por la afirmación y la negación.
    Árboles, en cambio posee tres partes demarcadas por la construcción anafórica de los adjetivos demostrativos esos, estos y aquellos (árboles). En la primera parte el verso tiende a construirse solamente con sujetos, con sintagmas nominales. En la segunda parte, se opta por la oración declarativa y negativa o por la oración reflexiva. En la tercera, en cambio, predomina la oración predicativa en tiempo presente. La tendencia a la abstracción se acentúa aquí. El lenguaje es marcadamente más codificado con símbolos sin apoyo concreto, lo que enaltece su hermetismo. La construcción en antítesis es más sutil y más profunda, como una visión que se proyecta a largo plazo. Se diría que la personificación de los árboles procurara retratar al ser humano, asumir su identidad o su naturaleza congelada, o una perspectiva de juicio absoluta, como la de dios. O, acaso, se trata sólo de la necesidad de mantener un punto anclado, fijo, cuando todo en torno fluye y se transforma. Los temas del hombre nuevo, la consagración a la búsqueda de la libertad y del amor universal, sugieren que el motivo de los árboles pudiera también estar en función de la apoteósica imagen final que, encarrilada en el amor,  se refiere a la “llegada de la florecida universal”.
    Pedro López Adorno se ha referido con razón a la “fuerza avasalladoramente descolonizadora de Caballo de palo” (Mairena 36, 1993, 63-67). Ha hecho bien , además, al recordarnos la Ley de la Mordaza de 1948 que criminalizó la nacionalidad puertorriqueña y sus símbolos, y ha hecho bien al vincularla con el desarrollo de la poética de nuestro autor. (Otro tanto le debemos a otros autores del país.) López Adorno nos habla sobre el texto épico-lírico, tanto meditación como combate, tanto visión colectiva como misticismo individualizador, y sobre la discursividad enigmática y clarividente que  maneja un tesauro particularmente visionario. Además, insiste en la necesidad de hacer en este caso  una lectura hermenéutica de un texto propio del misticismo que pondere los siguientes supuestos: primero, que el lenguaje del místico es un lenguaje liberador; segundo, que el lenguaje del místico no reduce sino ensancha los parámetros semánticos del discurso; y tercero, que en el lenguaje del místico no impera la autoridad sino la revelación.
    Ciertamente que el lenguaje de Caballo de palo (1959), así como ocurre con La tierra prometida (1979), está a años-luz del de Árboles, no obstante perdurar y persistir en muchos de los recursos de estilo que hemos señalado. Hernández Aquino apunta al carácter inopinadamente autobiográfico del libro. Arranca de Clemente Soto Vélez y desembarca en un Clemente Soto Vélez otro, desdoblado, tras traspasar por la fragua de un Lares ardiente encumbrado en la utopía más que en el mito. La figura del “caballo de palo” parte del juguete infantil y se asocia a la infancia, al desarrollo, a las esencias y raíces del ser telúrico, nutrido de sus negaciones y de sus posibilidades. Señeriz habla del tránsito por “los otros yo”, “un salto audaz al trasladarse y pasar a ser ente orgánico, ente inorgánico, ente conceptual, hipotético y personificación de sentimientos” múltiples. El poema se articula esta vez con el símil, enumerativo, inventariador, que se goza en el apoyo referencial. Sin embargo, el lector se siente viviendo en la metáfora, dentro de esta metáfora de la realidad. El tema enreda en un haz la confraternidad humana universal, la identidad con el género humano, la necesidad de la libertad, del valor y la lucha, del amor y la justicia, de la solidaridad. Lo constituyen veintiún poemas, de los cuales, el primero y el último comienzan con su nombre, y sólo el 17 y el 18 evitan la frase inicial en los restantes del “lo conocí” que tanto incomodó a González.
    Junto al motivo de los “caballos de palo”, aparecen las “vacas de piedra”. Hernández Aquino observa que estos motivos nos colocan, in situ, en el éden mítico lareño, la geografía de la infancia del poeta, poblada de la herencia petroglífica aborigen. No en balde Urayoán, el cacique deicida que inició en América la rebelión de los indios contra el conquistador español, es otro de los motivos importantes. Y junto con ellos la gesta revolucionaria de Lares de 1868. En Caballo de palo, así como en La tierra prometida, el tiempo parece abolido, los momentos son vistos de manera simultánea, y por eso puede decir Hernández Aquino que sea, La tierra prometida, obra sin argumento. Es como si el nacimiento nos pusiera los zapatos que llevamos toda la vida. Desde el segundo poema de Caballo de palo los poemas y las estrofas comienzan casi sin variaciones, como ya se dijo, con la frase “lo conocí” seguida de un gerundio. Señeriz observa que con este recurso mínimo CSV monta su aparato máximo de creación poética, “íntegra, circular y terminada”, pues se refiere a cada uno de los posibles y coposibles estados de una existencia en movimiento. El gerundio da relieve al proceso, de aspecto verbal imperfecto, precisamente porque está vivo, no terminado. Señeriz resume el transitar de este modo: “Durante este peregrinar quijotesco el poeta recorre toda la temática de nuestro siglo, el misterio de la vida, la creación  poética, la liberación del proletariado, el reino de la libertad, la integridad del ser humano, la valentía como crisol en que los valores se trasmutan en imperativos éticos, paradigmáticos y en una pluralidad infinita de otros temas” que  a fin de cuentas, resulta  todo en un canto de amor a la libertad. El desdoblamiento, el alter ego de Clemente que irrumpe al terminar, parece ser el desdoblamiento entre el poeta real y este ser mítico-emblemático que ha experimentado un proceso transformador, una revolución creadora: el símbolo de una entrega total a la libertad que ha construido y, finalmente, conocido.
    Como patria letrada, La tierra prometida es un libro sin fácil parangón. Vasto como la infinitud, es una de las condensaciones más apretadas, extensas e intensas de nuestra historia literaria. Pero donde Caballo de palo fue introspección, La tierra prometida es, ante todo, vaticinio. Un solo poema en tres libros de ochenta fragmentos que han hecho muy largos la tendencia al verso de una sola palabra, incluso de un solo fonema. En La tierra prometida se regresa un poco a la abstracción de Árboles, pero palabras como carestía, persecución, perseguidor y perseguido, mentes esposadas --etcétera-- desnudan muy pronto la tónica revolucionaria de los temas. La estructura iterativa de los comienzos –“la tierra prometida no es...” ; “la tierra prometida es...”-- construyen este otro Canto cósmico que tanto recuerda al de Ernesto Cardenal por su aliento profuso y trascendente. Pero aquí La tierra prometida es un deseo, no simple invención inocua, pues se construye sobre la lucha y sobre la sangre y contra los asesinos de la disidencia y de la libertad humana. El “ser lares es” y  “no ser lares es” se convierte en una tremenda lección contra la conformidad. Acaso por eso las “vacas de piedra” de Caballo de palo se hayan trocado aquí por los  “toros” de una revelación ungida “En la brecha” de De Diego, pero cuya onda explosiva se expande más allá de los límites políticos y de la prisión colonial puertorriqueña. La inmensa mayoría de las oraciones son atributivas, porque aquí el poeta nombra y ordena el cosmos sobre el caos de la hojarasca infinita de la historia colectiva. La visión dialéctica le permite ver con sentido la lucha,  la transformación, la naturaleza conflictiva y contradictoria de las cosas y los sucesos.
    Hernández Aquino ha observado la estructura tripartita del poema tripartito. Arranca con la imagen cósmica del toro, seguido por la gesta revolucionaria de Lares, la represión policiaca y la experiencia carcelaria, el hombre nuevo y colectivo, la poesía, la revolución, la ciencia, la guerra, el comunismo, la fraternidad humana y muchas otras cosas. Un mesianismo de utopía socialista satura las páginas de un libro que se propone también como un canto a la inconformidad y a la inteligencia. Y en cuanto al vaticinio, para decirlo con palabras de Pedro López Adorno, un “monumento verbal antiimperialista”, pero sobre todo, un monumento a la “soberanía incondicional del espíritu humano”.

                                                                          Marcos
                                                                          Reyes Dávila


*Publicado en MAIRENA XX.45-46: 82-90.

La obra literaria de José Antonio Dávila

La obra literaria de
José Antonio Dávila*


Marcos Reyes Dávila


    Muy buenas tardes.
    Como ustedes saben, además del centenario de su nacimiento, mañana conmemoramos el aniversario 58 de la muerte de José Antonio Dávila, nombre de un hombre que me ha rondado toda la vida como un valladar porque tengo su apellido y escribo versos. La gente suele opinar, al añadirle a lo señalado que nací en Bayamón, que tanta coincidencia escapa a la casualidad.  Ciertamente que comparto con José Antonio y todos estos ilustres Dávila la parte baja, quiero decir, que don Virgilio nació en Toa Baja y mis Dávila son de Vega Baja. Los abuelos, de una y otra parte se conocieron y se trataron de primos. Pero más importante que una remota familiaridad consanguínea con Cristóbal Colón, con Marco Polo o con don Virgilio, es la familiaridad de los sueños del espíritu, ese amor por la tierruca y por la palabra que nos ha emparentado siempre de manera tan evidente que no requiere certificado.
    Hace pocos años, una charla que me solicitara el Círculo Virgilio Dávila - Braulio Dueño Colón me permitió estimar el valor de estos dos ilustres puertorriqueños. Ahora es la revista MAIRENA y la Universidad Central de Bayamón quienes me permiten repasar la obra literaria de José Antonio Dávila. La tarea no puede ser más grata, así que les agradezco enormemente la oportunidad.
    La obra literaria de José Antonio Dávila (JAD) (1898-1941) es conocida, sobre todo, por la colección de libros que tituló Vendimia (1939), por sus Motivos de Tristán (1957), y por algunos poemas aislados que alcanzaron gran difusión, como por ejemplo, “Carta de recomendación” o “Apóstrofe al verde”. Muy poco conocidos son, en cambio, su Almacén de baratijas (1941) y su libro inédito Poemas, amén de otros que escribiera en inglés, de sus traducciones, o de la obra que con el título de Prosa  recogiera la Sociedad de Autores Puertorriqueños en el 1971. Ni la  muerte prematura de su autor –víctima de la tuberculosis–, ni el carácter póstumo de algunas de estas publicaciones impidieron, sin embargo, que el aprecio del público lector guardase en su memoria algunos de sus poemas así como la imagen trágica del poeta victimizado por la garra doble de un amor que tronchó la muerte y de una enfermedad que tronchó a un poeta. A ello contribuyó, sin duda, la alta reputación que las primeras obras suyas merecieran de la élite intelectual puertorriqueña que comentó con regocijo sus versos y, acaso también, la filiación de sangre con su célebre padre, el poeta alcalde de Bayamón Virgilio Dávila.
    Aparte de la obra primeriza que JAD comenzara desde su juventud despierta, la mayor porción de su obra adulta coincide con la terminación de sus estudios de medicina con especialidad en urología (1927) y con el brote --ese mismo año-- del germen de la enfermedad que acabara con su vida. Poco antes, ese mismo año, había contraído nupcias con una joven norteamericana, enlace que significó la ruptura con una novia de leyenda que durante muchos años no pudo amortiguar la distancia y que --según la leyenda-- inspiró los tormentos de toda su poesía amorosa, incluso la de los Motivos de Tristán. Pero ese amor sostenido a pesar de las distancias es la Isolda que, como si quisiera acentuar el dramatismo de la vida del poeta, muere inesperadamente en el 1934 (Adriana Ramos Mimoso, Vida y poesía en José Antonio Dávila, Madrid, Cultura Hispánica, 1958, 369 p.) y precipita la agonía final del poeta enfermo. Empero, la obra literaria de JAD no se merece que el lector la valore sólo, ni principalmente, por las acaso oscuras y algo torcidas peripecias externas de su vida. Vale por sus méritos estéticos intrínsecos, y a ello se dirige el presente comentario.
    Tengamos en cuenta, para comenzar, que en los años veinte, aunque sin agotar sus veneros, estaba distante ya el apogeo del modernismo que con variante nacionalista apuró sus versos en Puerto Rico y que bien  pudiera representar mejor su propio padre, don Virgilio Dávila, o el poeta enamorado de alhambras y de alturas de América, Luis Lloréns Torres. Esa tercera década del siglo XX recompuso los escombros de la primera guerra mundial dentro de esa explosión de tendencias que llamamos la vanguardia. Allí están los textos de los diepalistas, los noístas, euforistas e, incluso, los atalayistas, entre otras variantes boricuas del pulular de ismos. No obstante, Josemilio González observa con razón que el intimismo  neorromántico,  hijo del postmodermismo hispanoamericano que facturó Los heraldos negros, los Veinte poemas de amor o la obra de las grandes poetisas de América –Ibarbaurou, Storni, Agustini, Mistral y, naturalmente, Julia de Burgos-- “es probablemente la tendencia más importante de la poesía puertorriqueña, entre 1930 y 1965" (La poesía contemporánea en Puerto Rico, I.C.P., 1972, 242). González menciona a JAD sólo como “precursor” del neorromanticismo. No obstante, a nuestro juicio, el intimismo neorromántico es la nota que predomina en --y que mejor  define-- la poesía de JAD, y que si bien no nos sugiere declararlo iniciador de una escuela que tanto terreno inundó y fertilizó en Puerto Rico y en otros lares, sí nos inclina a considerarlo voz de antología del movimiento.
    Josefina Rivera de Álvarez también apunta en la lírica puertorriqueña del treinta esta tendencia hacia “la estética sencillista”, de “interiorización por las vertientes del yo recóndito”, con “relieves de confidencia”, que no se apoya tanto en el sentimiento romántico al modo decimonónico como se apoya, en cambio, “en las impresiones, en las sensaciones y en los sucesos de la vida consciente, en las vivencias”, y entre cuyas voces de “primera magnitud”, incluye, en primer término, a JAD (Literatura puertorriqueña; su proceso en el tiempo, Madrid, Partenón, 1983, 358). No en balde, y coincidentemente con este discurrir, las primeras décadas del siglo vieron irrumpir las tesis del sicoanálisis freudiano que pusieron al descubierto los universos infinitos del mundo interno y que tanto impacto tuvieron sobre los ismos de vanguardia, con el jaque a la estética modernista que se negaba a morir, con el irrumpir violento de los elementos antipoéticos y con el florecer de mundos al margen de la racionalidad y de la lógica de la modernidad. En el caso del intimismo neorromántico de nuestro poeta, y si se detiene la mirada en un título tan locuaz como Motivos de Tristán, observamos que pervive y alienta con fuerza harto evidente, sin embargo, la tradición nacional y el decir en ritmos modernistas, acaso porque la lecturas de una buena biblioteca le permitieron a su autor continuar a su manera la tradición paterna y abrevar en los clásicos españoles, o acaso por la influencia que pudo tener sobre él  su preferencia por ciertos poetas ingleses (Keats, Byron, Shelley, Francis Thompson, Swinburne, según Ramos Mimoso, Op. cit.). Lo incuestionable es que, como han señalado algunos de sus críticos, la poesía de JAD se distingue, entre otras cosas, por su inclinación por el soneto escrito “a la manera inglesa”, según la expresión de Francisco Matos Paoli, quien certeramente lo define, precisamente ante la vista de sus Motivos de Tristán, como un clásico de la forma y un romántico de fondo, además de un asediado por la fatalidad.
    No obstante, definir la poesía de JAD no deja de ser tarea ardua que demanda hilar fino. Josefina Rivera de Álvarez se refiere, en cuanto a la obra en general de JAD, al modernismo, a la búsqueda del estilo personal, entre lo clásico y la vanguardia, a la acrisolada y cristalina elevación lírica y la tibieza emotiva, engrandecido todo por la excelsitud reflexiva y por la más pura esencia espiritual. Un verso sencillo y diáfano en lo externo, sutil y refinado en el contenido. Un verso que se nutre del brillo apariencial y del halago de los sentidos del modernismo, aunque incurra  brevemente por los nuevos caminos de la vanguardia (Rivera de Álvarez, Op. cit.).  Empero, como gato que se escurre de los cercos, es innegable el nivel expresivo propio, que “no guarda tangencias con escuela literaria alguna”, parecido no obstante, según Josemilio González, al caso de Antonio Machado. Así, podemos decir, que entre estos dos poetas se aparean una humanidad decantada que nos permite acceder a su intimidad con simpatía y sin penuria, y una claridad y transparencia en la dicción que airea y suaviza como alas.
    María Teresa Babín, por su parte, también observó que JAD fue una de las voces líricas de más caudal y personalidad en el coro de sus compañeros. También lo considera un extraordinario sonetista que a través de su obra mantiene un equilibrado concepto clásico de la lengua, de la versificación y del acento rítmico. “En su raíz amarga de romanticismo añejo –añade--, en la fina expresión de su ‘dolorido sentir’, se asemeja a los poetas postmodernistas españoles --Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, a veces-- ya que huye de los oropeles del modernismo y se ciñe la coraza de la disciplina y la pureza para cantar una ‘vetusta pena’, como dice en un verso, y una sensualidad amorosa completamente pura...” El poeta tiene, a su juicio, no obstante, “un decir escueto, a veces demasiado duro, rehuyendo la blanda mano del adjetivo y de la imagen dulce, y apoyándose en la palaba sustantivada, en el verbo directo, con una orgullosa tenacidad del corazón angustiado en ascuas vivas” (Panorama de la cultura puertorriqueña, New York, Las Américas Publishing, 1958, 402-403).
    Como ya anotamos, Vendimia es un inventario amplio de la poesía de JAD. Los poemas de Motivos de Tristán están representados en la última sección del libro titulada “Poemas de un amor triste”. Así como ocurre con esta sección, el libro todo está dividido en seis núcleos temáticos ordenados por el propio José Antonio de manera muy particular: Los “Versos del meridiano”, “Versos de la vida moza”, “Siglo de oro”, “Post-rafaelíticas”, “La rueca de Némesis”, y los “Poemas de un amor triste”. “Kismet” es el poema que abre el libro así como otro –“Ex-Libris”-- lo cierra. Las secciones son variopintas.
    “Kismet”, el poema liminar de ritmo abierto, incursiona en el misterio, lo indecible, ese qué será de la famosa canción brasileña que con tanta sugestión  retrató la novela de Jorge Amado. El pórtico al libro sugiere la entrada a otra dimensión, asociada al tiempo ido, a las experiencias huidas en el tiempo, como ocurre con la Filí-Melé palesiana. Sin embargo, la primera sección está constituida por poemas, acaso virgilianos –por el padre–, y por la identificación con la naturaleza sentida como nacional  y con la vida social pueblerina. Son sus poemas “del solar”, sus versos del terruño. La palabra de JAD ya es en ellos sonora, buscada, elegida, a despecho de lo que provee su fingida inmediatez. El verso varía entre lo tradicional y lo modernista, predominando el arte mayor y el ritmo en hemistiquios. No son tópicos: la palabra emerge de su seno pleno de entraña, y emerge modernista, menos parnasiana que simbolista y más recoldo de emoción, de esa subjetividad que contacta al Neruda primerizo. Algo de Lloréns hallamos, y algo del Miguel Hernández aldeano. Una nota de humor se apura en la pintura de los tipos comunitarios. Encontramos, como era de esperarse, los poemas recitables, de receta definida modernista, pero también otros, más líricos, más descampados, un poco lorquianos acaso y, finalmente, un grupo de poemas reflexivos, todavía declamatorios, de quien sabe del “monologar de la llovizna”.
    ¿Por qué inicia José Antonio el libro, nos preguntamos, con los “Versos el meridiano” y no con los poemas de su juventud? Acaso el peso del nombre de su padre gravite sobre él hasta el punto de sentirse obligado a pagar este diezmo, sin duda gozoso, pues es en efecto, en la segunda sección, que recoge el autor sus poemas de mozo, seguidos, en un movimiento que adquiere así aspavientos de péndulo, por el pesado furgón de la serie dedicada al “Siglo de Oro”. Los “Versos de la vida  moza” recogen la energía y los impulsos vitales del poeta joven, las aspiraciones, la fuerza palpitante del amor, la inquietud religiosa. Hay en ellos lucha del espíritu, algunos poemas madrigalescos, un poco de erotismo y de preceptiva estética. “Siglo de oro”, en cambio y por el contrario, reúne sonetos dedicados a clásicos de la poesía hispánica, desde Fray Luis hasta Sor Juana, aunque se destaca a mi juicio su homenaje a Lope. La lectura de su obra ensayística nos hace comprender cuánto admiró JAD a clásicos y renacentististas, particularmente, pues mantuvo cierto desdén por los excesos barrocos. En esta curiosa armazón del libro siguen los poemas “post-rafaelíticos”. Son poemas que se detienen a observar lo concreto y lo inefable en óleos, muros, personas y momentos de otra dimensión. La ternura alcanza cumbre en alguno de ellos (“Carta de recomendación”, por ejemplo), así como la lograda transcripción de la plástica a la palabra. En una carta a don Vicente Géigel Polanco, escrita a propósito del libro, en 1940, JAD llama a estos poemas “pasteles” de personajes o de sensacciones. Por eso no nos sorprende que esta sección esté seguida por otra ubicada nuevamente a modo de contrapunto: la “Rueca del Némesis”, conjunto de tonos fuertes y oscuros que cruza las aguas profundas de sus preocupaciones metafísicas, la muerte, las recapitulaciones, la indagación por “el desenlace”.  Establece además en ellos un diálogo muy consciente con el lector, el oyente, el destinatario. En su carta a Géigel Polanco, JAD llamó a este sublibro “La torre de las sombras”, y caracterizó al conjunto como uno de poemas “cerebrados” y “desesperados”, los poemas de un hiato vital de su vida “color ceniza”.
    De la última sección, ya sabemos. JAD sostiene en la carta a don Vicente que añade estos poemas tan sólo porque se los han pedido, pero lo cierto es que en cuanto apelan con fuerza enorme, en cuanto convencen y conmueven, conforman el broche de oro de la vendimia de su obra. En éstos, la palabra tiende a las formas transitivas por su apostrofar, esa presencia tan fuerte de una segunda persona, concreta, no vahído, que deriva hacia el tono de elegía. Uno de los poemas es una colección de sonetos de Motivos de Tristán; el último de  los “Poemas de un amor triste”, se titula “Para Isolda: en la otra orilla”. De esta manera queda a las claras establecido el puente con el otro cuaderno, Motivos de Tristán.
    Motivos de Tristán abre con un epígrafe del Arcipreste de Hita que alude a la lealtad en el amor: “Nunca fue tan leal Blanca Flor a Flores, nin es agora Tristán a todos sus amores”. El libro, que recoge más de cuarenta sonetos, está divido en tres “cantos” de distinto tono y en contrapunto. El primero es un apóstrofe a la amada en la inmediatez y en el amanecer del amor. El segundo, es sombrío, sugiere otro momento, un después, una distancia, que fungen con claras huellas de identidad y propósito expresiones como  “memoria”, “aún”, “hoy”, “tu recuerdo”, “ahora”, “todavía”, ”el amor pasado”, “mi afrenta”.  Es un interludio, que se refiere a un hecho de muerte: “Bajo la tierra está”. El canto tercero, finalmente, oscila entre “El cuervo” de Poe, y las elegías de Miguel Hernández. A juicio de María Teresa Babín, estos poemas “son la expresión genuina de una masculinidad recia, fortalecida por la fe en un mañana seguro después de la muerte” (Op. cit.).
    Le hacemos paréntesis a los poemas juguetones, para niños, recopilados en las aguas de una poesía popular que en Almacén de baratijas se exalta con vigor y donaire como en pocos libros nuestros. Nuestro poeta mostró, entre las preocupaciones de su obra ensayística, el carácter lírico de la niñez, la función pedagógica de la poesía y el derecho de la poesía a satisfacer una función puramente estética, sin servilismos moralizadores ni instrumentación lectiva de ninguna clase. Una muestra de su impostergable valer:
    Mi señora la cebolla tiene miedo a un catarrón:
    pues se pone un camisón,
    después otro camisón,
    después otro camisón,        /    Y así sigue como el cuento
    después otro camisón...        /    del señor Gallo Pelón...     (La cebolla)
       
     Margot Arce Vázquez, Laura Gallego y Luis de Arrigoitia han observado en la poesía de JAD la “poesía de profunda y descarnada intensidad”.  “Se mira introspectivamente –añaden–, y la limitación de su miseria corporal le sirve de acicate a la reflexión metafísica. Depurado en el dolor, y con la fe sostenida aún desde la duda tocada de aguda ironía,  anhela la fusión panteísta con el cosmos, y se cuestiona incesantemente por el destino del hombre vocado a la muerte, en un lirismo triste y esperanzado a la vez”. Es incuestionable,  sin  embargo, su lealtad a la vida. A juicio de estos críticos sus estampas de los clásicos y el tema criollo están “en un plano estético superior al de su padre”. Y como éste, incorpora a su lengua el prosaísmo del habla, lo que unido a su sencillez profunda le ha hecho accesible al hombre popular (Lecturas puertorriqueñas: Poesía. Conn.: Troutman Press, 1968, 205-206).
    Un repaso al volumen de su Prosa que publicara la Sociedad de Autores Puertorriqueños en el 1971 nos confirma las opiniones antes expresadas sobre JAD y nos permite ampliar y profundizar en algunos aspectos. Esto es así porque la prosa recogida en este volumen combina los nueve mejores ensayos literarios escritos por JAD en los últimos años de su vida, con veintisiete artículos que son, en su mayor parte, reseñas de libros importantes, y, además, trece destinatarios epistolares de reconocida raigambre cultural en cuyas cartas JAD se retrata desde varias perspectivas. El crítico de probada catadura que fue Juan Martínez Capó, estimó entre elogios y sorpresas estas prosas de JAD que parangonó con las del propio Pedreira.
    En ellas descubrimos a un autor de enorme cultura que en varios aspectos puede aproximarse a Borges, aunque el nuestro se incline por permitirse un esguince más natural y acaso más  ameno, y un llevar la ironía fina hasta la puerta del humor y lo coloquial. En varios trabajos el propio JAD confiesa su voracidad como lector en expresiones de humor lejos de toda pedantería. Sin embargo, la prueba de su erudición está en el enorme inventario de autores y de obras que cita, particularmente en los tres primeros ensayos del libro, escritos entre el 1939 y el 1940 y publicados en la Revista del Ateneo Puertorriqueño, obras y autores no sólo leídos, sino evidentemente estudiados y sujetos de profunda reflexión y valoración. Como indica con justicia en el prólogo don Vicente Géigel Polanco, JAD dedicó sus años mozos a familiarizarse con la mejor “literatura universal”, vale decir, la oriental, la latina y griega, la inglesa y norteamericana, la francesa e italiana,  la alemana y rusa, y otras, amén, naturalmente, de la hispánica, incluyendo en el caso de la americana, a los autores precolombinos. Los ensayos transitan por las veredas de la literatura comparada, y se ocupan de aspectos diversos como el nacionalismo literario puertorriqueño, el valor intelectual de la ironía, el colonialismo cultural puertorriqueño, la enseñanza del arte a los niños, la función de la fantasía en la imaginación infantil y cómo ésta despunta el valor puramente estético y no instrumental –ni moral ni lectivo– que debe tener el arte. Se ocupa y preocupa particularmente de calibrar la obra de Antonio S. Pedreira y del verdadero valor del verso negroide de Palés y de la función orientadora de la crítica. Algunos apuntes llaman la atención, como por ejemplo, sus observaciones sobre la Teoría de la Relatividad de Einstein, la teoría del quantum, las doctrinas sicoanalíticas de Freud, las referencias a la obra de Federico Engels, las observaciones sobre el arte pictórico de Picasso y de Dalí, su análisis del valor musical de las danzas de Braulio Dueño Colón. La ponderación entre el valor del Tun tun de pasa y grifería de Luis Palés Matos y el Vocabulario de Puerto Rico de Augusto Malaret, obras comparadas por un jurado que optó por la primera a despechó de la segunda, resulta la mar de interesante. JAD resiente la decisión a favor de Palés sin dejar de apreciar la importancia del Tun tun..., casi único libro de poesía negroide cuyo valor reconoce, incluso como un “Partenón” nuestro, pero que a su juicio no puede quedar delante de una obra, también de “creación”, esfuerzo de toda una vida, que tiene la virtud de fundar un “lenguaje nacional” en el sentido y de la manera que en el Trei-Cento italiano lo hiciera Dante.
    En estos ensayos JAD reflexionó y expuso su teoría literaria. En “El decir y su sombra”, predomina el concepto de que la originalidad en el arte es relativo, y que el arte moderno se reduce a “saber decir”, es decir, al estilo, pero el estilo  depurado por la sinceridad, la verdad y la abstinencia. En “El pensar y su eco”, JAD sostiene que las experiencias y las necesidades de los seres humanos son básicamente las mismas, y que, por lo tanto, el talento del artista reside en saberlos ver y expresar de manera que su obra
eslabone la obra del ayer con la del mañana. En las numerosas reseñas de libros de versos, JAD insiste tanto en su desdén por la técnica vacía y la oscuridad hueca de todos los barroquismos como insiste en elogiar la voz auténtica y la verdad que conmueve. No obstante, la lectura de su ensayo “El lector habla”, de 1934, sugiere que JAD no se consideraba así mismo como un poeta predominantemente subjetivista  –lo que iría de la mano con la catalogación que se ha hecho de él dentro del intimismo neorromántico–, sino como un “artista objetivista”. José Antonio creía que el verdadero artista no  debía ceder a los caprichos de su temperamento, sino luchar contra sus pasiones. Opinaba que el temperamento fuerte, que inocula la expresión de una subjetivada muy extremada y particularizada,  es un obstáculo, una cortina de humo. A su juicio, en el artista debía prevalecer una “preocupación analítica”, interesarse en saber cómo la mente humana funciona y ajustarse a la filosofía sicológica, para poder  moverse en un mundo pluralizado, regido por leyes contradictorias que se deben contemplar con el ojo del hombre promedio. Para JAD, los temas deben abordarse desde una perspectiva sin tiempo porque en la buena poesía habla el hombre desde fuera de su circunstancia. Su desdén por lo barroco no era desdén por el pulimiento de la forma, porque también expresó JAD su devoción por los parnasianos. Del barroco desprecia, pues, la confusión, el aturdimiento. De esta manera acaso podría decirse que JAD se sentiría a gusto con que se le llamara mejor un parnasiano neorromántico.
    Tras ponderar la obra poética de JAD encuentro que su modo de poetizar es congruente con su propia reflexión estética, y que, por lo tanto, puede afirmarse que JAD no fue el poeta que pudo ser, sino el poeta que quiso ser. A mi juicio, el valor más estimable de la poesía de JAD, es la transparencia alada de su palabra, transparencia que le permite transitar ante los ojos del lector como él quiso y como lo predicó: con una presencia de autenticidad sin sospecha que conmueve y que abre espacios de solidaridad y de empatía, como pocos.

                              
                                                                                      Marcos 
                                                                                      Reyes Dávila

*Conferencia ofrecida el 3 de diciembre de 1999 en la Universidad Central de Bayamón

domingo, 22 de abril de 2012

Política genocida en enseñanza del inglés en Puerto Rico


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El debate del idioma en Puerto Rico

La política genocida 
en la enseñanza del inglés de Fortuño
                   
 
La decisión política del gobierno de turno en Puerto Rico, tanto a nivel  nacional como a nivel de algunos municipios, de instrumentar desde la primaria la enseñanza de todas las materias en el idioma inglés, es, a mi juicio, una violación a los derechos humanos de los puertorriqueños y una acción genocida, puesto que propende a la eliminación de la cultura puertorriqueña, y, con ella, del puertorriqueño.

Los debates judiciales sobre el idioma que trajo consigo la ocupación norteamericana culminaron cuando el Tribunal Supremo avaló en el 1965 la tesis de que en los tribunales de Puerto Rico los procesos judiciales deberían desenvolverse en el vernáculo de los puertorriqueños. Este asunto tiene muy poco que ver con la ley de idiomas oficiales, que sólo recoge una aspiración política de un sector minoritario del país que busca por cualquier medio la anexión política a Estados Unidos.

Con lo que sí tiene que ver es con el hecho indiscutible de que el español es la lengua vernácula en Puerto Rico, la lengua de nuestros padres y abuelos, la lengua en que se forjaron las luchas de nuestra historia y nuestros valores culturales, la lengua que se habla en todas las comunidades del país.

De modo que, instrumentar la enseñanza en inglés en Puerto Rico es un retroceso histórico centenario, que nos coloca un siglo atrás; es, además, un atentado contra la integridad, salud mental y la dignidad de nuestros niños, y lo más importante, es mutilar y dañar, severamente, a una generación de puertorriqueños.

Esa pretensión debe ser detenida en los tribunales que ya adjudicaron una vez que el español es la lengua vernácula en Puerto Rico. Incluso el afán útil de enseñar inglés se ve torpedeado por esta iniciativa puesto que se realiza en contradicción con la pedagogía que hace mucho estipuló que dicho aprendizaje debe realizar en el modo de un “second language”.

La política de Fortuño es un bombardeo sobre nuestros niños tan dañino como el bombardeo nazi sobre Guernika. 

Marcos
Reyes Dávila

¡Albizu seas!



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El Tribunal Supremo de Puerto Rico 
y la lengua española

Por Nilita Vientós Gastón

El 30 de junio de 1965 el Tribunal Supremo de Puerto Rico dictó una sentencia sobre el uso de la lengua española en los procesos judiciales. No es posible exagerar su importancia. Es otra victoria de nuestro pueblo en su larga, obstinada y paciente lucha por conservar la lengua vernácula. Reafirma, una vez más, que todos los puertorriqueños que se preocupan por persistir en su peculiar modo de ser —lo que les hace una nación, a pesar de no tener soberanía política— están conscientes de que en la conservación de la lengua española le va la vida a Puerto Rico.

El pleito —el cuarto sobre el problema de la lengua— lo provocó un abogado norteamericano admitido a ejercer en Puerto Rico, al solicitar, durante la vista de un proceso en el Tribunal Superior de San Juan, que se tramitara en inglés porque él no tenía suficiente dominio del español. Apoyaba su petición en una ley aprobada en 1902 declarando que "en todos los tribunales de la isla y en todas las oficinas públicas se emplearían indistintamente el inglés y el español" y en una sentencia de 1956 del Tribunal Supremo de Puerto Rico que, al interpretarla, afirmó que establecía dos idiomas oficiales en nuestro país: el español y el inglés. El fiscal, Carlos Noriega, se opuso. El juez, Daniel López Pritchard, aunque admitió que la celebración del proceso en inglés implicaba "casi una paralización en los procedimientos judiciales", accedió a la petición de la defensa por entender que la ley y la sentencia citadas no le permitían ningún otro dictamen. El fiscal no lo acató, alegando que la orden del juez iba "contra los principios fundamentales que tiene el ser humano de expresarse en su idioma vernáculo… no veo por qué una minoría tenga que imponernos el idioma extranjero a nosotros". El Secretario de Justicia y el Procurador General acudieron al Tribunal Supremo, pidiendo la revocación del dictamen. Se me encomendó como Procurador General Auxiliar tramitar el recurso de revisión.

En el Informe al Tribunal Supremo señalaba, entre otras cosas, que al interpretar la ley de 1902 había que tomar en consideración que no otorgaba la misma categoría a las dos lenguas, ya que una de sus disposiciones declaraba que no se aplicaría a los municipios y tribunales municipales, o sea a las agencias y dependencias gubernamentales más cercanas al pueblo, en que la única lengua sería la española; que la ley se había aprobado en un momento de crisis —cuatro años después de la guerra que convirtió a Puerto Rico en una posesión de Estados Unidos—; que la Legislatura no había aprobado leyes complementarias dando facilidades a los tribunales para impartir justicia en dos lenguas, sino que, por el contrario, toda la legislación posterior demostraba el claro e inequívoco empeño de que prevalezca la lengua vernácula en todos los quehaceres del vivir puertorriqueño. Citaba, como ejemplos, la ley de 1945, que disponía el uso exclusivo del español en las escuelas públicas y la Universidad, ley que provocó el segundo pleito del idioma; la creación en 1938 del Instituto de Literatura Puertorriqueña, del Instituto de Cultura Puertorriqueña en 1955, la concesión en 1956 de un subsidio al Ateneo Puertorriqueño, la más antigua de nuestras instituciones culturales. Señalábamos que toda nuestra vida como pueblo se expresaba mediante la lengua española; que ésa era la lengua de la legislatura, la de la rama ejecutiva, con contadas excepciones, y ahora la de la enseñanza en las escuelas públicas por decisión administrativa del Departamento de Instrucción y en la Universidad por resolución del Consejo Superior de Enseñanza. (Las facultades de Medicina y Odontología no acatan esta norma). Argüimos que la cuestión rebasaba de los límites puramente judiciales, iba a la raíz misma de nuestra vida colectiva; que la interpretación literal de la ley significaba la negación de la realidad puertorriqueña. Durante la tramitación del recurso el Tribunal Supremo aprobó una enmienda a su Reglamento que anticipaba la decisión. Estableció que los exámenes de reválida, tanto los orales como los escritos, serían en español.

El 30 de junio de 1965 el Tribunal revocó, por decisión unánime de sus nueve jueces, el dictamen del Juez López Pritchard, diciendo por voz de su Presidente, Luis Negrón Fernández: "Es un hecho no sujeto a rectificaciones históricas que el vehículo de expresión, el idioma del pueblo puertorriqueño —parte integral de nuestro origen y nuestra cultura hispánica— ha sido y sigue siendo el español… esa es la realidad que no puede ser cambiada por ninguna ley".

Esta histórica sentencia en que el Tribunal Supremo de Puerto Rico, para servir con lealtad a su pueblo ayudándole a salvar sus valores espirituales, se ve obligado a interpretar una ley en forma tal que equivale a derogarla, ofrece un gran contraste con otra decisión histórica, del mismo Tribunal: la del primer pleito del idioma en 1948. Sin tomar en consideración lo que significaba para el país la ley disponiendo que el vehículo de enseñanza en las escuelas públicas, incluyendo la Universidad, fuera el español, declaró, por mayoría, apoyándose en tecnicismos, que nunca se había convertido en ley. La ley que interpretaba, cuyo propósito fue poner fin a la anarquía educativa provocada por las distintas y contradictorias normas de los Comisionados de Instrucción para implantar el llamado bilingüismo, se aprobó dos veces por la Legislatura por encima del veto del Gobernador Tugwell. El segundo veto obligaba a que se sometiera al Presidente de Estados Unidos. El asunto llegó al Tribunal Supremo por existir diferencias de criterio en cuanto al modo de computar los días que tenía el Presidente para vetarla.

Sería interesante discutir a qué obedece el gran cambio de enfoque al enjuiciar el problema de la lengua —el más vital para nuestro pueblo mientras sea una colonia—que revelan la sentencia de 1948 y la de 1965; comparar la falta de sentido histórico que delata la primera con el acusado sentido que de la existencia de un pueblo revela la segunda. ¿Qué ha sucedido durante esos diecisiete años para que se produjera un cambio tan radical?

A pesar del espaldarazo que significa la sentencia del Tribunal Supremo a la lucha por la conservación de los valores puertorriqueños, el debate sobre la lengua, que lleva ya sesenta y siete años, sólo terminaría cuando se decida nuestro destino político.

jueves, 19 de abril de 2012

Blanco Móvil y Puerto Rico


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Blanco Móvil
de México, 
dedica número monográfico a 
Puerto Rico


La Revista literaria mexicana Blanco Móvil dedicó el número 19, monográfico, a Puerto Rico.

El número estuvo coordinado por Etnairis Rivera, una de nuestras poetas de mayor renombre internacional. 

Incluye un ensayo de nuestra autoría titulado Puerto Rico: de la nación latinoamericana al Estado Latino.

Los directores y editores no han tenido la gentileza de enviar a Puerto Rico copias de la revista que se presentó, según parece, en México en enero pasado.

La nota de aviso de dicha presentación dice:

"Este número presenta la selección de de tres generaciones de poetas y narradores de Puerto Rico. Cubre la presencia creativa de treinta y un escritores, entre poetas y narradores, se incluyen dos breves ensayos, uno sobre la participación activa de las revistas literarias en la consolidación de esas generaciones y el otro, que traza una mirada socio cultural y literaria, sobre los avatares del pasado y presente colonial de la isla. Entre los creadores se encuentran Rosario Ferré, Hjalmar Flax, Felix Córdoba Iturregui, Mayra Santos –Febre, Etnairis Rivera, José Luis Vega , Zoé Jimenez Corretjer, Ángel Luis Mendez y Madeline Millán, entre otros.
La obra plástica que presenta este número de la revista es obra de la pintora puertoriqueña Anna Nicholson.
"

Lamentamos no haber podido disfrutar del mismo ni haber podido dar noticia en Puerto Rico ni en Nuestra América de tan importante --y hermoso-- acontecimiento. 

Marcos Reyes Dávila

martes, 17 de abril de 2012

El caso de YPF / REPSOL

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El caso de YPF / REPSOL


ARGENTINA toma lo que es suyo por derecho natural, 
de su tierra y de su pueblo,
y a España le revientan los gases del viejo imperio 

hablando de acción hostil y amenazando.
Como en tantas otras ocasiones, mandan a callar a los americanos.
Olvidaron a San Martín, a Bolívar, a Hidalgo y a tantos otros.
 

Pero estos son tiempos nuevos en que se lucha por la 
Segunda Independencia.
Los de la CELAC y el ALBA y la América Nuestra unida.
 

Ante España,
como ante Washington y Londres,
es vital recordarlo.
 
Marcos 
Reyes Dávila

lunes, 16 de abril de 2012

José de Diego, plenitud, infausto


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JOSÉ DE DIEGO, 
        plenitud, infausto*

 
                                Por Marcos Reyes Dávila
                                               
                            “Nacido en un país infausto...”  J. de Diego
   
Habida cuenta tengo --y debo-- de la torcida coherencia del título de estas
líneas. Pero al intentar calibrar la obra poética de José de Diego se impone sobre el espíritu del lector la plenitud de su vida, de intensidad difícilmente abarcable, y la gravedad de su destino infausto.
    La más justa valoración del sentido general de la obra poética de José de Diego (1867-1918) debería colocarlo en un diagrama diacrónico del desarrollo de la poesía puertorriqueña concebido de manera independiente de los ismos de la literatura española, cuanto menos como uno de los  iniciadores de ese periodo que Francisco Manrique Cabrera llamara “generación del tránsito y del trauma”. En esta idea seguimos la periodización que publicamos en nuestra “Antología crítica de literatura puertorriqueña: 1493-1898", subtítulo éste de la obra que bajo el título general de La tierra prometida, publicamos en el 1986 (Reyes Dávila y María del C. Currás, Hato Rey, Puerto Rico: Borikén Libros), pues así lo dispusimos en el plan del segundo tomo de esta obra que nunca se publicó. Josemilio González (La poesía contemporánea en Puerto Rico, San Juan, Instituto de Cultura Puertorriqueña, 1972)  lo considera, a la vez, poeta de transición y primer poeta modernista de Puerto Rico.
    La crítica puertorriqueña en general (Josefina Rivera de Álvarez, Margot Arce de Vázquez, Concha Meléndez, Josemilio González, et. al.) no duda en subrayar la esencial vena modernista de la poesía de José de Diego, aunque la matice con otros ismos finiseculares y destaque los rechazos explícitos que contra el modernismo De Diego formula incluso en los prólogos de algunos de sus libros. El modernismo, que estaba vivo y pujante en Puerto Rico desde la década de 1880 (Reyes y Currás, op. cit., Edgar Martínez Maesdu, Rubén Alejandro Moreira, et. al.),  atraca para no desprenderse ya en la poesía incipiente del joven De Diego --iconoclasta, anárquico, rebelde, romántico y herético-- que publica los versos primerizos de su época de estudiante en Madrid Cómico y en La Semana Cómica, periódicos  que elogia  Rubén Darío en el prólogo de sus Cantos de vida y esperanza, por publicar a su juicio las mejores innovaciones formales de la península.
    Carente Puerto Rico de universidades por disposición estratégica de la corona española que temía  sus frutos desobedientes, el joven De Diego acudió a la península en busca de carrera como la mayor parte de la elite intelectual puertorriqueña. Estudió en Logroño y en las universidades de Barcelona y de La Habana la carrera de Derecho. En Logroño despertó su apetencia por la política al unirse al Comité Republicano Progresista de la localidad, apetencia que bautizó en el  1885 con una “gira” por las cárceles de Barcelona, Tarragona, Valencia y Madrid a la que fue condenado por publicar unas poesías de política radical en El Progreso de Madrid. Endosó al Gobierno Autonómico de 1897, al que sirvió como Subsecretario de Gracia, Justica y Gobernación. En 1903 fue electo a la Cámara de Delegados que presidió desde el 1907. Luego presidió la nueva Camara de Representantes que creó la Ley Jones. A su gestión se debió la creación del Colegio de Agricultura y Artes Mecánicas de Mayagüez --hoy Recinto de Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico–. Abogó toda su vida por la defensa del vernáculo, fundó la Academia Antillana de la Lengua y demandó la enseñanza pública en nuestro idioma. Presidió el Partido Unionista, desempeñó la Cátedra de Derecho Romano en el Instituto Universitario de San Juan y presidió el Ateneo Puertorriqueño. Esa intensa y extensa vida pública determinó su vida literaria.
    Amén de una “prosa periodística de combate” (Rivera de Álvarez) de gran importancia, pero al margen del alcance de estos comentarios, De Diego escribió cuatro libros de versos: Pomarrosas (1904) y Jovillos (1916), escritos en su mayor parte durante su época estudiantil, simultáneamente, y publicados a destiempo; Cantos de rebeldía (1916) y Cantos de pitirre, libro este último publicado de manera póstuma en el 1950. La edición de Obras completas (1966) preparada por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, acertadamente coloca en primer término a Jovillos. Acertadamente, decimos, porque este libro, contemporáneo como se ha dicho a Pomarrosas, trae como subtítulo la clasificación “Coplas de estudiante”  que no anotó De Diego en su primer libro publicado. La razón es que la disonancia de timbre y tono entre un libro y el otro justifican la bifurcación que su autor hiciera de poemas escritos en la misma época de su vida. Además, el tono y timbre de Pomarrosas es mucho más próximo al de su obra posterior. Muchos de los poemas de ambos libros se publicaron en la prensa periódica española, y alientan un espíritu posromántico retador y expansivo que se expresa y experimenta en moldes parnasianos mientras toma notas del impresionismo (francés, según Concha Meléndez) y del simbolismo. La voz festiva, satírica o mordaz de Jovillos, se alterna con la gravedad de los asuntos de Pomarrosas, pero se diferencia de la obra posterior en que Pomarrosas asume una irreverencia política y religiosa que se convertirá en reto ideológico y moral en el caso político y alianza de reconvertido en el caso religioso.
    Acaso el poder de convocatoria de Jovillos resida en la autenticidad de su voz de juventud a la vez ejemplar y típica, voz de quien se sitúa en posición ideal, soñada, y que sugiere espontáneamente y sin reservas la evocación nostálgica de la felicidad. Es un libro poblado de personajes de otro tiempo, y no obstante resalta su vivacidad y enorme colorido. En las primeras composiciones alterna los poemas escritos en versos decasílabos con pie pentasílabos, con poemas escritos en dodecasílabos, endecasílabos y octosílabos. El ludismo franco y abierto remeda una reunión de tuna estudiantina, y ya con bufa y sátira o ya con gracia y alegría, recrea personajes inolvidables como la Catalina, Chatilla, Lola o Juana o narra historias o envía madrigales dirigidos a los pies de la pretendida. Curiosa la presencia de un temprano darwinismo, así como la tesis de que el alma, aun la del hombre, es femenina. Conmovedor el homenaje al amigo fallecido que coloca a mitad del libro propio un poema suyo, “como está a mitad de mi corazón su recuerdo encendido”. Desde este libro estamos ante la presencia de un sonetista persistente y virtuoso.
    Pomarrosas tiene, por su parte, como cada libro de nuestro poeta, sus propios generadores magnéticos. En este caso, la leyenda rosa de “Laura” --la “elegía”--, de su “Póstuma”, de las “Notas carcelarias” y los primeros poemas patrióticos y “de combate”, los versos regionalistas y, la muestra de una obra ateísta provocadora que se autoproscribe De Diego, en su “Sor Ana” --única muestra de su colección titulada “Los grandes infames” que se permite ahora publicar--, entre otras cosas. Desde el prólogo encontramos a un continuador de la obra antillanista de Martí que reniega del modernismo evasivo y esteticista que Marinello consideró una “grieta desnutridora”. La brújula de estos poemas apunta ya hacia la reincorporación del fabular mítico del cristianismo que alcanzará notas inmarginables en los libros posteriores, ya enlazado con el derrotero de la patria puertorriqueña que se analoga a la población israelita errante de principios de siglo, antes de la creación en Palestina del estado de Israel. Es compleja la situación de flujo y reflujo de la conocida hispanofilia de José de Diego que acaso anacrónicamente se ha considerado reaccionaria. El poema “¡Patria!”, por ejemplo, de 1888, alberga un canto de libertad que mucho tendrá que ver con el temprano republicanismo de su autor. La anécdota de la elegía de un amor perdido que es “A Laura”, y su secuela , ha sido referida por Concha Meléndez. Pero conviene recordar que además de la fuerza de la ternura y el galante requiebro del amante despechado, ya se entrelaza con éste, como omnipresente tema que caracterizará la poesía De Diego, el tópico de la lucha por la patria irredenta. Los poemas regionalistas, como Aguadilla y Sueños y volantines, se distinguen por el amor al terruño vivo, familiar e íntimo, poderosamente evocador, muy lejos del tópico repetido. Muchos poemas del libro inspiraron o dieron pie a una rica literatura que se deriva de ellos, y en algunos casos sorprende encontrar la presencia del Palés Matos del ciclo de Filí-Melé (”Ante la muerte”) o la imagen de los “soles truncos” de René Marqués (“Sol poniente”).
    En los Cantos de rebeldía nos encontramos de frente con el prócer y su verdad histórica. El prólogo anticipa la lucha entre poesía pura y poesía impura que será nota distintiva de la poesía española del periodo de la república y de la Guerra Civil, y que involucró a toda  la generación del 27, sin dejar de intervenir con Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y Pablo Neruda. Aquí, la frase de epígrafe de estas líneas: “Nacido en un país infausto, siervo, en peligro de muerte, debo...”. La vena de experimentador que traspasa la obra toda de José de Diego, lo mueve a adoptar el verso polimétrico en el poema de apertura del libro, “Ultima cuerda”, poema éste emblemático porque resume la estética de todo el libro: la profundidad de voz dramática, el movimiento oscilante antitético, expansivo e intenso a la vez, épico y lírico. Pronto apuntalarán su poética, además, la hispanofilia de resguardo, así como los pilares de un cristianismo que se actualiza entre referentes patrióticos y una latinidad que se evoca como raíz ennoblecedora. La lengua castellana y los símbolos patrios completan los generadores temáticos del libro. De Diego acostumbra a incurrir en una transubstanciación de las agonías de sus luchas políticas anticoloniales concretas y reales en los términos de anécdotas bíblicas, particularmente del martirio y crucifixión de Jesús. De ahí, tal vez, la predilección por el poema que se conforma a modo de parábola. Pero De Diego se sirve además de la fuerza de la naturaleza y del apoyo de todo el bagaje de la historia nacional y antillana. Un largo poema premiado en la República Dominicana, por ejemplo, reproduce en su mitad tres párrafos de un discurso –en prosa– de Woodrow Wilson. El excelente sonetista que se extrena en sus primeros libros, le ofrece al lector en éste el justamente famoso soneto “a un perseguido” titulado “En la brecha”, soneto enladrillado de principio a fin con verbos imperativos.  El libro termina con “Ultima actio”, poema que recoge ya la disposición testamentaria de un José de Diego aquejado por dolencias que le provocarán pronto la muerte y cuya conclusión no se comprende cabalmente sin conocer la tesis expuesta en “Geografía de Puerto Rico”, poema incluído en la colección póstuma.
    Las circunstancias de la enfermedad y las luchas titánicas de De Diego tiñen de manera muy especial su última colección. En los Cantos de pitirre, como dicen Margot Arce, Laura Gallego y Luis de Arrigoitia, el sentido ético-religioso-patriótico de su poesía se hace evidente en todo momento, ya exhorte, ya impreque, ya contemple, o ya profetice (Lecturas puertorriqueñas: Poesía. Conn.: Troutman Press, 1968). La sección inicial se titula “Parábolas de vida y muerte”, y en ella se recogen los poemas del ciclo del pitirre, ese pajarillo que De Diego convirtió en un símbolo ya muy conocido entre nosotros de la lucha anticolonial y de la resistencia.nacional. Pero este libro ofrece además la sugerente y misteriosa “Canción del múcaro”, varias “Glosas jíbaras” criollistas, y el anticipado poema “Geografía de Puerto Rico”, en la sección que cierra el libro: “Derecho astral”. Con este poema De Diego refuta la tesis de nuestra pequeñez territorial como determinante de nuestra impotencia y dependencia colonial.
    Un recorrido por la poesía completa de José de Diego nos enfrenta ante uno de los poetas nacionales de obra más sólida y perdurable. Innovador, por facturar una poesía plena de las conquistas versales del modernismo, pero ardorosamente distanciado de su espíritu evasivo inicial, y vigoroso anticipador del giro políticamente comprometido y atrincheradamente ético que el modernismo tomará tras los Cantos de vida y esperanza. El temple fervoroso, apasionado, la autenticidad de la voz, la altura de perspectivas, la raíz latinizante y cristiana, la total inmersión en una causa que asume hasta la angustia y de la cual se erigió como caudillo popular, le singularizan la palabra. Se le ha calificado como poeta civil, de poesía cívica. Más justo, en mi opinión, es llamarle patriota.  

Marcos 
Reyes Dávila

*Publicado en MAIRENA (Puerto Rico, 1998): "Veinte poetas puertorriqueños." XX.45-46: 5-10.

domingo, 15 de abril de 2012

También la OEA olvidó a Puerto Rico

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También la 
    OEA 
olvidó a 
          Puerto Rico*



Ocurrió del mismo modo cuando la CELAC.
Mucha gente les recordó a los presidentes de Nuestra América el compromiso bolivariano, regional, filial, político y redentor con Puerto Rico.
 
Cuba, es cierto.
Las Malvinas, es cierto.
La salida al mar de Bolivia, es cierto.
Las comunidades indígenas, desde México hasta los mapuches de la araucanía, cierto es.
 
Pero la agenda de la lucha contra el narcotráfico es un instrumento de penetración militar del EUA en Nuestra América.
Todos lo sabemos.

Puerto Rico, en cambio, es un compromiso bolivariano, regional, filial, político y redentor, para todos los países de Nuestra América.
Puerto Rico es un país encarcelado y asfixiado entre las garras del imperio mayor.
En la CELAC, a excepción de Nicaragua, los demás países olvidaron a Puerto Rico.
En la OEA también se olvidó ese deber. 

Marcos 
Reyes Dávila

¡Albizu seas!

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miércoles, 11 de abril de 2012

El códice del colibrí


El códice del colibrí

                                                      Mictlantecuhtli...

 
Mensajeras de la oscuridad
dos lechuzas indican el camino...

Al frente
un colibrí

abanderado
endulza el paso a la muerte.
                           
A veces llega distraído
como indecisa mariposa
y en otras como ese colibrí
que liba el dulce de la flor

Después
la rosa marchita y amarga
Y el colibrí de piedra!


 

Marcos 
Reyes Dávila 
                                                                                                     (marzo, 2012)


domingo, 1 de abril de 2012

Lenin ante el centenario y augurio de las primaveras


LENIN
ante el centenario y
augurio de las primaveras


Publicado en
Claridad, En Rojo,
el lunes 26 de marzo de 2012.














Vladímir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, es, sin duda, uno de los grandes personajes de la historia de la humanidad, y quizás, la figura histórica más relevante del siglo XX. Si las revoluciones liberales que dieron origen a los Estados Unidos, a la república francesa y a la independencia de los países de la América Nuestra, entre otros, figura por derecho propio como el factor fundamental en la creación del mundo moderno, la Revolución Bolchevique que dirigió con precisión quirúrgica Lenin nos permitió, tanto a él como a la humanidad entera, atisbar la realización futura de una utopía fantástica, la del mundo posible del porvenir. Aclaremos y deslindemos: a Lenin se le debe la realización impresionante de la Revolución Soviética, pero no así la construcción del estado soviético, hechura malograda de Stalin tras la muerte prematura de Lenin.

No soy historiador. Mas acabo de terminar la lectura de una novela alucinante,
Lenin (Barcelona: Ediciones B, 1988, 655 págs.), escrita por Alan Brien. Brien (Sunderland, 1925-2008) era un periodista inglés que sirvió en la fuerza aérea inglesa en la Segunda Guerra Mundial y vivió perseguido por la imagen de Lenin desde la edad escolar. Aunque inicialmente me desalentó la estructura de diario, y el punto de vista en primera persona me pareció demasiado pretencioso, tuve que rendirme ante la riqueza de detalles acumulados que consiguen que el lector sienta vivir, de cerca, casi respirar, a este personaje inaudito que se convierte poco a poco en un amigo íntimo del lector. Arranca con la muerte del padre, en 1886, cuando contaba con 16 años. Como se ha señalado muchas veces, el arresto y la ejecución de su hermano mayor, Sacha (Aleksandr), por intentar un magnicidio contra el zar Alejandro III, determina finalmente su rumbo por la vida, y también de toda su familia.

La novela está dividida en seis partes. La primera, titulada “Simbirsk”, se ocupa del joven Uliánov cuya vida tras la muerte del padre, funcionario del zar, queda marcada por el arresto y la ejecución de su hermano mayor de orientación anarquista. La segunda parte, “Petersburgo”, decanta el inicio de su labor conspiratoria mientras toma los exámenes libres que lo licenciarán en Derecho, el estudio a fondo del marxismo, y el aprendizaje a que es sometido para burlar a la Ojrana, la policía política del zar, y el arte del clandestinaje. Aunque apenas ha llegado a la mayoría de edad, ya se le acomoda el apodo de "Starik", el Viejo, y ya ha optado entre administrar los bienes familiares, por una parte, y la lucha antizarista y en pro de las reivindicaciones del proletariado por la otra parte. Por el resto de su vida, Lenin estará consagrado totalmente a la causa de una revolución que es, más que nada, promesa, sueño, utopía. Aunque ya había iniciado la publicación clandestina de Iskra en el exilio, será con ¿Qué hacer?, publicado ya con el seudónimo de Lenin apenas iniciado el siglo XX, que su fama se expandirá como el rayo por toda Europa. Llega, ya en Londres, Trostky, a su vida, aunque no constituirán sino hasta el 1917 el dúo terrible que parirá casi sin sangre la Revolución del 25 de octubre, cuando este último se haga finalmente bolchevique.


A lo largo de la novela el lector asiste con creciente sorpresa a la manera como se va configurando poco a poco la revolución victoriosa. 1917 no fue una explosión súbita gestada espontáneamente, sino la científica toma o gestión de los factores que la hicieron posible, dirigido todo por Lenin desde el exilio –escribía incluso los discursos de los líderes de la Duma y del soviet de Petersburgo– a pesar de los numerosos reveses que tuvo que enfrentar a lo largo de su vida, incluso por parte de sus camaradas. El número de camaradas crece al principio muy lentamente. Pero iniciada la crisis que destronó al zar a principios de 1917, el número de bolcheviques –no de meros simpatizantes, sino de militantes comprometidos con la revolución– crece de manera astronómica semana tras semana no sólo en Petersburgo, sino por toda Rusia. En enero de 1917 el partido contaba apenas con 5 mil miembros, pero en febrero eran ya 24 mil, en abril 100 mil, y los delegados al sexto congreso celebrado a fines de junio ya sumaban 177 mil. Además de Trostky, vemos la llegada a la vida de Lenin de toda la camada de personajes auxiliares de la revolución, desde Plejanov, Zinoviev, Kamenov, Stalin, Bujarin, Rosa Luxemburgo, hasta Navia, su camarada-esposa, y su amor verdadero, Inessa.


El lector asiste asimismo al desarrollo de conceptos y de estrategias, de coyunturas y de situaciones; desde el desviacionismo al revisionismo; las internacionales; la estructura política; los mencheviques y bolcheviques; la política de los dobles agentes que producirá casos extraordinarios como el de Malinovsky; la creación de Pravda; la posición de los intelectuales; el flujo y reflujo revolucionario del campesinado; la democracia socialista; el nacimiento del comunismo; la Primera Guerra Mundial; la política de pan-tierra-paz; el prolongado encierro clandestino y las numerosas corrientes políticas que se cruzan hostiles tras la caída del zarismo y que entronizan a Kerensky. Aunque la toma del poder y del Palacio de Invierno transcurrió casi con toda normalidad el 25 de octubre, la violencia estalló poco después, desde el interior y desde el exterior. La gran guerra continuaba y las potencias enemigas de Alemania no querían que Rusia se retirara, de modo que tuvo que enfrentar una revolución sin ejército, la agresión combinada de los alemanes por el oeste, ingleses y norteamericanos por el norte, franceses en el sur, y los japoneses, aparte de los ejércitos zaristas y los cosacos blancos antibolcheviques. Entonces es que se crece la figura histórica de Trotsky al frente del nuevo ejército rojo. Con este surge la figura del comisario político que debía vigilar los actos de militares de alto rango reclutados para la revolución de los ejércitos del propio zar.


El pronóstico de que la guerra desataría la revolución en Alemania y otras partes de Europa no se materializó, de modo que Rusia se vio forzada a construir la sociedad socialista en un solo país. No hay que llamarse a engaño. A Lenin se le identifica con una locomotora, con un hombre de hierro, dadas las inmensas dificultades que tuvo que enfrentar y la mucha sangre que finalmente corrió. Pero hay que tener en cuenta que toda revolución implica necesariamente, y por definición, una oposición violenta y la necesidad de prevalecer a toda costa, tal como ha ocurrido en todos los procesos revolucionarios de la historia. Una revolución no es un turno en un gobierno burgués, sino una transformación radical en un medio repleto de fuerzas contradictorias y encontradas.


Lo que resta de la novela biográfica se limita de manera mucho más breve a las ejecutorias de Lenin al frente del estado soviético. Y, dentro de esa parte, a la manera como lentamente se quiebra su salud a partir de la tensión, y de un trabajo diario tan prolongado e intenso que, en una ocasión, advierte que si llegan a ejecutarlo, por favor, no lo despierten. Sufrió un accidente que le afectó un ojo antes de la revolución. Luego, un atentado contra su vida deja tres proyectiles instalados en su cuerpo, uno de ellos en el cuello, muy cerca de la columna en septiembre de 1918. Finalmente, la serie de derrames que se inician en mayo de 1922, luego en ese diciembre, y el tercero en agosto de 1923. La muerte sobreviene en enero de 1924.


He hecho una breve relación del tronco de una biografía que el autor ofrece robusta de ramas, hojas y flores. Mucho hay que aprender de este libro aunque hayamos leído la biografía que escribió Trostky o la de Francisco Díez del Corral, o los famosos tres tomos de la biografía de Trotsky escrita por Deutscher y traducida por nuestro José Luis González. Como Brien, confieso la fascinación que ejerce sobre mí, desde mi juventud, la Revolución Rusa y el propio Lenin. En el plano individual, se trata de un hombre que podía leer, dictar, escribir y escuchar simultáneamente, y que poseía un vocabulario de 37,600 palabras. En el plano sociopolítico e histórico, se trata de un proceso que cuajó augurios de primaveras y la posibilidad de concretar las utopías.

Llueven las sorpresas en esta versión de la vida de Lenin. Entre ellas, la manera detallada como fue sistemáticamente construida la revolución desde el exilio en el país más grande del planeta, y gobernado por el zar con una de las autocracias más poderosas y terribles; la operación quirúrgica y pacífica de la toma del poder, sólo posible por el respaldo mayoritario del pueblo de Petersburgo; la defensa del carácter profundamente democrático de la jefatura de Lenin, más votado que ningún otro gobernante en el planeta e incapaz de hacer cumplir una decisión que no hubiera sido ratificada por los organismos del partido, desde el Comité Central hasta el Consejo de Comisarios del Pueblo; la manera como para los campesinos se escinde la lucha bolchevique de la lucha comunista y el asunto de los kulags; la atención constante de Lenin a las quejas de los ciudadanos; el desarrollo de un “humanismo absoluto” que se basa en la abolición de todas las opresiones y tiranías, y la negativa a hacer la guerra a los individuos; su resuelta negativa al culto a la personalidad; su inversión del decir ordinario sobre los fines y los medios al concluir que precisamente es sólo el fin lo que puede justificar el medio; su certeza de que “nunca se toma una decisión acertada sin haber sobrevivido antes a una batalla contra el error”; su determinación de encerrar en prisión a todo revolucionario que no cuidara de sí mismo; su lucha desesperada contra la burocratización y el caso insólito de la compra de carne francesa enlatada; su lucha por la glasnot –apertura, franqueza– y la perestroika –reconstrucción, reorganización– que hizo famoso mucho después al último líder soviético, Gorbachov.


No obstante, el abismo más dramático que enfrentó fue el temor de haber realizado una revolución prematura, llegando muy temprano, antes de tiempo, al salto histórico más grande, ineludible y necesario de la humanidad. Una cita de Engels lo atormenta:


“El peor destino posible que puede tocarle a un líder de un partido extremista es verse obligado a apoderarse del gobierno en una época en que el momento no es aún maduro para el dominio de la clase que él representa y poner en práctica las medidas que el dominio de esa clase requiere... Así, invariablemente, se encuentra a sí mismo impulsado en un dilema. Lo que puede hacer contradice todas sus posturas previas, sus principios y los intereses inmediatos de su partido, y lo que debería hacer no puede hacerse... Quienquiera que se halle en tan precaria situación está irrevocablemente condenado a la perdición.”


Ése fue el agónico conflicto que enfrentó Lenin en sus últimos años cuando se ufanaba en construir los cimientos de un estado sumido en el caos y contrariado por camaradas que se apartaban de los principios de la democracia marxista. Su gran logro histórico fue la extraordinaria Revolución Rusa que dio por primera vez en la historia el poder a los oprimidos y explotados del sistema capitalista y abrió la oportunidad de cumplir la promesa de igualdad social que incumplió la revolución liberal burguesa. En ese sentido, en el libro, se le compara al Moisés que guía a su pueblo a la tierra prometida, la contempla de lejos, pero se ve impedido de entrar en ella. La Revolución Rusa, y el auge del movimiento proletario europeo, jugó un papel importante en el desarrollo del fascismo, en los eventos que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial, pero más aún, en las décadas de la posguerra, las revoluciones en Asia, la Guerra Civil Española, la descolonización del planeta, la Guerra Fría, la Revolución Cubana y el medio siglo de Distensión que siguió a la Era Atómica.


El gran mérito histórico de Lenin fue abrir la puerta al futuro de una humanidad sin clases en la que el principio de IGUALDAD proclamado por la Ilustración y por las revoluciones americana y francesa, hallara la manera de materializarse. Lenin abrió la puerta imposible a la realización de la utopía, y la consagración de la primavera.

El centenario de la Revolución Rusa está a sólo cinco años de distancia. El sesquicentenario del natalicio de Lenin se cumple en el 2020. Y el centenario de su muerte en el 2024. Para mí, estas fechas, suponen un compromiso inalienable. Parece innegable el efecto que tuvo la caída de la Unión Soviética en la historia, si a ella, a su presencia, obedeció el mundo bipolar que ansioso de frenar las reivindicaciones obreras y populares en el mundo capitalista optó por un estado de bienestar que otorgó conquistas laborales y concesiones del estado a los sectores más desafortunados y despojados. Justo con la caída de la Unión Soviética arreció la reconquista del capital en todos los frentes, retrocediéndolo todo en ruta al estado de situación anterior a la evolución que se caracterizó por la explotación salvaje.

En medio de un mundo en agonía, acosado por las fuerzas “malignas” –término hostosiano– del neoliberalismo que estrangula económicamente a todos nuestros países, oscurece el pensamiento, azuza brotes fascistas por todas partes, agrede y destruye naciones enteras, retrocede el bienestar social y el marco de derechos a formas neofeudales, los aniversarios de Lenin serán el oasis de las oportunidades que la historia le ofrece a la humanidad para encontrar su camino. Un nuevo mundo es posible, es cierto, pero sólo en el socialismo.

Marcos Reyes Dávila 
¡Albizu seas!
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