Hostos:
La Fragua Interminable. Antillanía e Idea de América
La victoria abrumadora del Movimiento Al Socialismo (MAS) que dirigió en Bolivia durante una década Evo Morales pone de regreso, otra vez, el persistente propósito por alcanzar la libertad y el bienestar de los pueblos de Nuestra América.
No fueron distintos los pasos precursores de Eugenio María de Hostos que sembraron de luces el camino. Incluyendo, en ese persistente propósito, el factor fundamental que es la lucha de clases en toda gestión libertadora, factor constreñido, desde hace siglos, como ariete. Dando cuenta de ello, y de otros temas vinculados, acaba de salir publicado por la Editorial Patria nuestro estudio titulado Hostos, la fragua interminable. Antillanía e Idea de América. Como lo indica el título, se trata de la exégesis de la que quizás sea, precisamente, la raíz fundamental del puertorriqueño de mayor estatura universal: aquella que retrata su quehacer como una fragua interminable. Es decir, con rumbo definido, mas sin meta última, porque Hostos no termina.
La magnitud de la obra de Hostos ha sido reconocida en todas partes de América, y aun en varios países europeos. No fue un educador a secas ni un mero filósofo de biblioteca. Hostos trazó, y también instrumentó, a manga descubierta y manos callosas, rumbos y rutas, sobre el camino andado por todas las Américas, y más allá o más acá de las academias. Por eso no puede ser para nosotros un simple objeto de la curiosidad y los museos. En su estudio sobre Plácido, había anotado, muy temprano en su vida, apenas iniciado la década del setenta, que “la eternidad hace bien en ser paciente”, pues el fin no era –ni es– gozar el día radiante de la victoria para la justicia: “el fin es contribuir a que llegue el día”. (OC, IX, 109) A ese día lo incitó –y debe incitarlo siempre– una utopía, en cuanto afán de mejorar la vida, y un deber de corregir y armonizar, conforme a una infraestructura de justicia, cuanto es dado y cuanto es posible crear. Por eso Hostos dice que “siempre es lejano el porvenir”: nunca termina. Que “el porvenir se dilata y se aleja a cada adelanto del presente en él”. (OC, VI, 268) De ahí que Hostos sentencie, como anticipando la novela de Carpentier, El reino de este mundo, que “nacer americano es recibir al nacer un beneficio”, pues está todo por crear. (Ibid, 242)
La “fragua interminable” es la concepción de que la obra toda de Hostos, desde su temprana juventud hasta su muerte, se encarrila de manera coherente, y avanza como un tren conducido por una locomotora que nunca se detiene. Su combustible principal consiste, desde su temprana juventud hasta su muerte, en el deber de darlo todo para crear una patria que fuera parte de una confederación antillana, y que por ella fuera, además, el fiel de la balanza de ambos continentes americanos. Esa es la carta de presentación de su concepto de antillanía, y la médula de su idea de América.
Contra lo que pueda afirmar alguno, en la vida de Hostos las Antillas siempre, siempre, estuvieron lo primero. Insertas, desde luego, en el crisol de los pueblos de Nuestra América. Lo que animó su gestión revolucionaria de juventud no estuvo reducida nunca a una autonomía liberal en cuanto ésta aboga por un lazo permanente entre la colonia y la metrópoli. El joven Hostos tuvo muy claro siempre que la Libertad es una condición indispensable para vida, y que, por eso mismo, ha de alcanzarse, pero no de manera abrupta e irreflexiva, pues es necesario crear las condiciones que le permitieran evadir una Libertad prematura, defectiva y corrompida. No obstante, abogó durante más de un lustro por el uso de la fuerza y de las armas. Peregrinó una parte considerable de los países americanos, desde Nueva York hasta la Patagonia, los países del Océano Pacífico y los del Atlántico. Y a la vez, mientras constataba por todas partes la independencia malograda y la libertad corrupta, aleccionaba y proponía soluciones. De ahí que Hostos buscara entonces, tal como lo hizo siempre, avenidas y estrategias que pudieran prevenir tiranías y miserias y garantizar sus frutos. Con ese propósito, se aplicó, como no lo había hecho nadie, a formular los principios que debían regir el desarrollo de países libres. Formuló su base en los derechos civiles y en una democracia radical descentralizada, instrumentada a partir de de abajo para arriba, de los municipios al estado, y de la más absoluta igualdad civil. Martí consideró esos principios como un “catecismo de la democracia”.
Uno de los capítulos más notables de este libro es el que titulamos “La década refulgente y El siglo XX”. En éste demostramos paso a paso la presencia sostenida, en Hostos, de las ideas finiseculares más radicales, vale decir, las del socialismo y el anarquismo. Entre las disciplinas trabajadas por Hostos estuvo también la “economía política”. Pero no necesitó esperar a los años setenta para el estudio de ella en cuanto ciencia, pues la practicaba desde su juventud española. Hostos fue capaz de arribar a esas doctrinas desde varias disciplinas, incluyendo la Moral.
Resumiendo, con el auxilio del texto recogido en la contraportada interior de este libro, el valor que puede tener éste para el lector interesado:
“Eugenio María de Hostos (Puerto Rico, 1839-1903) es una de las figuras más notables en los esfuerzos transformadores de mayor envergadura practicados en Hispanoamérica en la segunda mitad del siglo XIX. Adelantado de José Martí, la vida de Hostos transcurre a lo largo del periodo de los profundos conflictos que siguen a la culminación de las guerras de independencia. Sus incesantes jornadas no se desenfocaron de su aspiración a una libertad plena de individuos y de pueblos, que, partiendo del archipiélago de las Antillas como fiel de la balanza, abarcó todo el continente. Convencido de la necesidad de reactivar el legado bolivariano a favor de la Cuba en armas contra el despotismo español, emprendió un viaje a través del continente que le permitió articular, cuanto menos, una sustentada y plausible idea de América, mientras contribuía a diligenciar por doquier sus diferentes urgencias. “Con hojas podridas se hace una isla”, aseveró, instrumentando la asunción de América con revoluciones educativas de las que brotaron los frutos notables de sus sistemas educativos, constitucionalistas, sociológicos, y sobre todo, de la moral social. Los derechos civiles y la libertad, fueron los fundamentos de una obra presidida con abnegado sentido del deber. Aunque refugiado en el exilio, hizo patria donde pudiera contribuir a la fragua de sociedades libres y la independencia de la herencia colonial. Bien puede afirmarse que ningún hispanoamericano aportó tanto como el mayagüezano a la independencia de Cuba, y que tuvo su asiento fundamental en Chile y en la República Dominicana, donde sus restos descansan en el panteón de héroes. Mas, aunque tuviera por patria toda la América nuestra, nunca apocó su devoción por la patria natal.
El libro que tiene el lector en sus manos es un esfuerzo por redefinir su inmensa figura política, ya sea frente a España, las Antillas, América o Estados Unidos. Su gesta fue una utopía armada, sembrada a caballo en la pelea. Despejamos el lastre de interpretaciones de una faena que solo enarbolan paradojas; depuramos el verdadero carácter de su actividad política en el exilio, presidido siempre por un antillanismo inclaudicable; recorremos los proyectos reivindicativos que le permitieron fraguar con luces, y con arado sobre tierra, una América nueva; y finalmente, demostramos que toda su vida mantuvo una visión clara a favor de los trabajadores y los descamisados, convergente con las aspiraciones sociales que revolucionaron los principales derroteros del siglo XX.” Aspiraciones que aún los revolucionan.