miércoles, 25 de diciembre de 2019

Las ideas jurídicas de Eugenio María de Hostos



Las ideas jurídicas 
de Eugenio María de Hostos


Prólogo al libro de



 La imagen puede contener: una persona
Ramón Antonio Guzmán Rivera: “Derecho y derechos fundamentales: la propuesta hostosiana. (Estudio de la obra jurídica de Eugenio María de Hostos).” (Tesis doctoral presentada en la Facultad de Derecho de la Universidad de Valladolid, en el 2016.) Madrid: Fundación Universitaria Española, 2019.



 

Al entrañable recuerdo de don Pepe Ferrer Canales



Eugenio María de Hostos es tanto un monumento de la inteligencia más audaz concebible, como es un monumento inmarcesible a la dignidad humana. Vivió, además, con la purificación del fuego. No obstante, y a pesar de ello, continua siendo al día de hoy lo que desde hace demasiado tiempo se repite. Es decir, ese “ilustre desconocido” que hace un siglo describió con esa afortunada paradoja Antonio S. Pedreira. No obstante, y pesar de lo estipulado, la bibliografía sobre la obra de Hostos es seguramente la más nutrida en las bodegas de las bibliotecas de Puerto Rico. A pesar de que oleadas intermitentes de críticos y estudios lo asedian con denuedo desde diversas latitudes del planeta, cabe estimar que parte considerable de su obra continúa perdida en esquinas oscuras de bibliotecas y archivos, o sin ser recopilada y editada o reeditada. Otro tanto debe decirse de un gran número de sus interlocutores cuyos archivos siguen sin escrutarse del todo y que podrían aclarar, muchas veces, el verdadero sentido, no siempre obvio, de lo predicado y actuado por el Hostos que sí conocemos. En este sentido, como en otros, el cierre del Instituto de Estudios Hostosianos que le fue confiado a la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras –creado por, y fundado con, motivo del sesquicentenario del natalicio de nuestro mayagüezano (1989) –, es una tragedia que pone en evidencia nuestras centenarias precariedades coloniales.

            La oportunidad que con este prólogo nos obsequia el autor del presente libro, Ramón Antonio Guzmán Rivera, nos remonta a un puente ubicado en un tiempo remoto de la memoria de ambos. Hace treinta y cinco años, más o menos, ofrecíamos en enero, y en una de esas universidades periferiales de nuestro país, conferencias simultáneas con motivo de los natalicios de Hostos y de Martí. De Martí se ocupaba quien escribe; de Hostos, nuestro colega y amigo Ramón. Desde ese entonces crece en ambos la indeleble impronta de las huellas hostosianas con la visita, renovada y persistente, a la tumba abierta en la que vive la palabra labrada en la piedra con el fuego de una voluntad nunca derrotada.

            Tras bambalinas se aparece, entre oportuna e inoportuna, una cuestión a tener en cuenta: ¿qué puede aportar en este prologar un fiador lego en la materia jurídica?  Me atengo, apurado, a dos puntos de apoyo. El primero es el constante recorrido nuestro, de más de cuatro décadas, por la obra de Eugenio María de Hostos que, en su momento, movió al entonces rector del Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico a extendernos, tras la previa recomendación de Julio César López y José Ferrer Canales, un nombramiento como director en propiedad del Instituto de Estudios Hostosianos. Ello sería acaso piedra de poca monta sino mediara un apoyo que fuera licencioso en ausencia de la rúbrica, reiterada, del propio Hostos. Y esto es que las “Lecciones de Derecho Constitucional” de Hostos no existirían como tales si no fuera porque sus propios estudiantes “prepararan por sí mismos la publicación”, que Hostos “se resigna a publicar”, a pesar de que “falto de tiempo, no lo ha tenido el autor ni aun para revisar las lecciones que siempre ha dictado de improviso y que sus estudiantes tomaban de oído”. Tal capacidad para ofrecer por dictado una disciplina de tanto orden y complejidad, asombra. No obstante, como hemos dicho, es hazaña repetida, pues otro tanto ocurrió con la “Moral social”, libro publicado en el 1888 por sus estudiantes. Así, ya sea a modo ex officio o de estudiante, estas observaciones quizás licencien a un semilego.

            Digamos, ya entrando a nuestro asunto, que Martí fraguó el destino de su patria con la palabra que funda y con la acción urgente. Hostos no se quedó a la zaga porque, en la urdimbre de los acontecimientos de mediados del siglo XIX, fue vanguardia. Nacido catorce años antes que Martí, le fue imposible a ambos predicar y caminar en la simultaneidad de sus tiempos. No obstante, los paralelismos de las ideas y de los esfuerzos son, como sabemos, casi gemelos. Las diferencias entre uno y otro no son sustantivas. Son, más bien, de oportunidad y tiempo, de modo y circunstancias. Hostos, más joven, desbrozó los caminos, trazó mapas de ruta y estableció pautas. Martí fue la fuerza generadora tanto de la independencia formal como de la definitiva de Cuba. Hostos debiera ser, y acaso lo sea llegado el tiempo, cimiento de la nuestra.  

            De todas las áreas que integran la obra de Hostos, y de todos los abordajes posibles a la obra de aquél a quien José Ferrer Canales calificó como figura “poliédrica”, y que Ramón Antonio Guzmán llama en este libro, con certeza, “polígrafo”, la obra jurídica es de las menos visitadas.

            En el volumen que recoge las treinta y nueve ponencias presentadas en el congreso internacional celebrado sobre Hostos con motivo del sesquicentenario (1989), solo tres –de las 39– se ocupan del tema del “Derecho”. Una de ellas, de Elio Gómez Grillo, se limita a su pensamiento “penitenciario”; otra, segunda, de Carmelo Delgado Cintrón, define el perímetro de la “etapa española” de sus textos jurídicos. La tercera es de nuestro autor, Ramón Antonio Guzmán: “los orígenes doctrinales de su obra jurídica”.

            Empero, tanto los predios más visitados, como los marginados, guardan sus sorpresas. Y es que el Derecho, así como todas las otras disciplinas, sea de estudio o sea de ejecución concreta, mantiene infinitos vasos comunicantes entre sí. De modo que la filosofía lógica y formal, la ética, la sociología, la pedagogía, la política misma, y aun el autoestudio que se enhebra con instrumentación sicológica, constituyen, sean juntos o sean separados, elementos de una misma estructura que, gracias a la enorme capacidad de compactación y sistematización de Hostos, se revelan extraordinariamente coherentes ante nuestros ojos.

            Aunque Guzmán sostiene que “su formación jurídica no fuera ni intensa ni extensa”, sino la de un “autodidacta”, sí reconoce que Hostos fue un “polígrafo” que se expresó en un amplio haz de luces. No olvidemos que ya el joven Hostos parecía considerar la vocación jurídica como un sacerdocio. Ese joven Hostos era –ya–  autor de alrededor de sesenta diferentes artículos publicados en la década de 1860 –entre los veinte y los treinta años de edad– , entre los cuales encontramos temas como la libertad de expresión en países regidos constitucionalmente, la doctrina militar constitucional, los fueros, el poder contra la libertad, el jurado en materia criminal, la política, soberanía, elecciones, insurrecciones, la estadística criminal de Puerto Rico, la constitución de 1837, un proyecto de ley contra el tráfico negrero, la esclavitud, la organización politicosocial de Canadá, las leyes de la sociedad, entre otros asuntos. Nosotros podemos afirmar que, asombrosamente, el joven Hostos buscaba y encontraba, a los veintitantos años, argumentos y fundamentos en el plano jurídico para definir y encauzar el trabajo político que iniciaba ya en pos de la libertad de las Antillas.

            El pensamiento y la acción concreta del mayagüezano se nutrió desde entonces de una rica pluralidad de fuentes. El derecho en Hostos no era ni mera teoría ni mera ciencia, pues Hostos, por otra parte, vivió conforme a los imperativos de los deberes y de lo justo que reconoció, con una voluntad a prueba de fuegos. No fue Hostos, pues, un apéndice, un epígono, un rabo de león. Hostos fue un forjador de ópticas, de vida y de estrategias. Su obra se distingue por su carácter ecléctico y sincrético, no reducible a doctrina alguna. La catalogación de la obra de Hostos que hizo Ferrer Canales al calificarlo como figura poliédrica adquiere de este modo dimensiones aun más sorprendentes, pues no se reducen al pensador: incluyen al maestro del vivir en el deber, con plena voluntad. Ese es el sustento acertado del abordaje que  Ramón A. Guzmán hace en este libro de las ideas jurídicas de Hostos.   



            En  “Algunas palabras”, que a modo de prólogo aparece en sus “Lecciones de Derecho Constitucional”, Hostos se refiere aspectos de este tema del siguiente modo:



“El estudio de las ciencias todas, y especialmente el de las sociales, no da el fruto que contienen si el resultado final no es una noción del contenido de la ciencia, tan clara, que se perciba distintamente la relación de las partes con las partes; tan completa, que se abarque el todo científico en su naturaleza, en sus aplicaciones y en su objeto; en su naturaleza, para conocer el orden de que ella es manifestación; en sus aplicaciones, para conocer el modo de utilizarla; en su objeto, para conocer positivamente la porción de verdad que a la ciencia estudiada corresponde”.



            Al referirse concretamente al estudio del Derecho, Hostos, parte del carácter multidisciplinario de las ciencias para derivar hacia la necesidad de poder vislumbrar todo su andamiaje y la coherencia de su organización.



“Hasta ahora, si la Filosofía política y las aplicaciones de la Sociología al examen de las organizaciones políticas, nos presentan como un todo bastante congruente la ciencia de la organización jurídica, los tratados didácticos no han conseguido darnos más que análisis inconexos de las partes que reunidas forman la ciencia constitucional. La insuficiencia del conocimiento así adquirido resalta a la vista del comprometido a transmitir a otros la idea de una organización jurídica, tal como la transmitida por los libros didácticos, en que todo se ve menos el todo.” 

            En su estudio del vasto tema, Guzmán traza, con pespunte de perito e hilo fino, las líneas de un perímetro que escudriña el tránsito de Hostos a través de los acontecimientos históricos más relevantes que vivió, y al respecto de los cuales Hostos reaccionó. Guzmán no se limita a la reseña: dialoga y debate, y pone los temas en perspectiva histórica y sincrónica, remitiéndolos a sus orígenes conocidos o probables para aclarar su sentido.

            Guzmán inicia su instrucción con criterio cronológico para reconstruir cómo se va configurando la acción y el pensamiento de Hostos. Comienza, pues, con la etapa que llamamos del “joven Hostos” para deslindar las fuentes concretas y las probables de su formación, así como los pinitos de su militancia en cuanto “propagandista”. Le sigue el paso a la crítica etapa del conspirador en Nueva York, con los conflictos y las disidencias de las organizaciones del exilio antillano. Luego le sigue los pasos a su deambular por el cono sur del continente. Y a las fuentes de su pedagogía. Y a la amarga experiencia de la ocupación norteamericana de Puerto Rico y Cuba.

            Guzmán se ocupa lo mismo de examinar a nueva luz los vectores y las aristas del pensamiento filósofico que nutre su pensamiento en búsqueda minuciosa, según hemos dicho, de sus fundamentos y orígenes verosímiles, aunque a veces con un margen de riesgo. Tras demarcar el marco de referencias a su juicio imprescindibles, Guzmán emprende, entonces el estudio de los trabajos jurídicos y de los “derechos fundamentales” en los que se apoyan tanto sus nociones de Derecho Constitucional como de su Derecho Penal. De interés, por ejemplo, son sus notas sobre la presencia en Hostos de Juan Bautismo Vico, Kant y John Stuart Mills. En Hostos encontramos también, dicho sea al margen, el impacto del socialismo y el anarquismo francés bebido en parte durante los años revolucionarios de Francia o en las traducciones del revolucionario anarquista Proudhon.

            Ramón A. Guzmán analiza componentes de la materia jurídica que no podemos ponderar.  No obstante, Guzmán explora además, en su libro, facetas para nosotros entrañables, como lo es el estrecho e intenso vínculo entre derecho y moral. Así mismo el diálogo enriquecedor entre libertad e independencia, a propósito del importantísimo “Programa de los Independientes”, escrito por Hostos en el 1876 y celebrado poco después por José Martí. O la importantísima deontología, o estudio de los deberes, que fue objeto fundamental de su propia vida en su aspiración a “hombre completo”. O los derechos de libertad y los derechos de igualdad. O la medular vivencia del antillanismo forjado por él como ningún otro. Además, la celebrada e internacionalmente distinguida construcción y práctica de su pedagogía. Y la dialéctica entre individuo y sociedad. O las intuiciones novedosas de su geografía política. O la moral y la industria que esclaviza la libertad. O el imperialismo y la colonización del planeta.

            Guzmán pondera también la impronta en Hostos no solo del estudio de la constitución de los Estados Unidos, sino de la exposición que sobre el tema hicieran el colombiano Florentino González y el constitucionalista estadounidense Frederick Grimke. Aunque Guzmán apunta la marcada dependencia de las lecciones hostosianas en el derecho de la constitución norteamericana, también apunta el hecho de que estas lecciones “son básicamente un libro de texto en las mencionadas conferencias que Hostos dictó en Mayagüez”, dentro del marco, pues, del objetivo básico de su Liga de Patriotas que intentó enseñar al pueblo puertorriqueño –como un modo de resistencia– los derechos que lo amparaban a la luz de la constitución del país mismo invasor.

            El debate en torno a la penetración en Hostos del krausismo español y del positivismo comtiano tiene marcada prominencia, respecto a otras fuentes, en el estudio del pensamiento de Hostos que hace Guzmán. En ello se coloca un poco apartado de los entendimientos de otros autores como el del filósofo Carlos Rojas que sugiere un balance más ecléctico y una sistematización distintiva y propia de Hostos. No obstante, Guzmán no margina de su estudio la visiones alternativas de ese eclecticismo, de raíces variopintas, nutridas desde el pensamiento clásico grecorromano, pasando por la imprescindible Ilustración, e incluso por Simón Bolívar, figura esta de la que no basta murmurar, al hablar de Hostos, pues en Bolívar está presente la génesis de aquellas ideas cenitales acogidas tras la independencia, tanto por los pensadores como por los actores políticos. Me refiero, por ejemplo, a la función libertaria de la educación, a la distinción entre libertad e independencia, a la igualdad de los géneros, a la abolición de la esclavitud de negra e india, a la función política fundamental del federalismo, y hasta el concepto de la creación de hombres nuevos para nuevos pueblos.

            Guzmán, en suma, aporta en este libro una infinidad de perspectivas inestimables respecto a aspectos vitales de la obra jurídica hostosiana, acompañada de una bibliografía amplia. Pero el libro, además, provoca nuevas exploraciones, indagaciones y revisiones. ¿Cómo no considerar este libro una aportación fundamental al estudio de los derechos fundamentales, al objetivo de nuestras normas penales, y a la comprensión de lo que somos a través de lo que fue, y es, figura cumbre de la historia puertorriqueña?  

                                                                                                Marcos Reyes Dávila

domingo, 1 de diciembre de 2019

Hostos: un anarcosocialista puertorriqueño del siglo XIX



Archipiélago

Eugenio María de Hostos: 
un anarcosocialista puertorriqueño 
del siglo XIX


Marcos Reyes Dávila

domingo, 17 de noviembre de 2019

Los ponchos rojos




LOS PONCHOS ROJOS

                                             Bolivia 2019






La sangre se arrastra por los Andes
como antes fluía el agua.
Arrastra desde hace siglos
su tejido de hilos rojos
por su rostro inerte.
Y se vende en el Mercado.

En el Mercado se vende la muerte.
Muertos ahorcados boca abajo sin pellejo
como cuy amasado a bastonazos.
La muerte camina en el Mercado
a rastras
con sus deditos blancos.

Un fusil apunta
con su dedo más largo.
En el Mercado.

Allá la carne almagra,
sin nervio ni hueso,
se abarata,
fofa como desecho a centavo,
amorcillada,
yaga a cuero vivo
y cebada en el dolor.
Como carne de perro.
Como mosca
en la carne cediza para cebo.

 


Cada vez que cae el día
la muerte abriga
Inti Illimani
con sus ponchos colorados.
Debajo de su silencio blanco
hay luces que arden y que esperan

los ocasos de águilas doradas.
Soles de sal y nieve.
Y la alpaca mítica del alma
que encumbrada frente al sol de los delirios
se requiebra cromática
en la Whipala que clama
desde El Alto del cielo.

En la cruz
y en el Mercado
la sangre se vende
con sus ponchos colorados.
En el Mercado. 

La sangre sangre,
la sangre que sangra
el exilio desangrado de sus penas.
Pero dentro de ellos
se cubre con paciencia
un corazón amable,
ardiente, entero.


                                        Marcos Reyes Dávila

viernes, 6 de septiembre de 2019

Sinfonía de la sal




Sinfonía de la sal*

de Denisse Español






Decía Martí que la poesía era capaz de darle alas a la ostra. Su misterio es la capacidad para transformar no solo la realidad que vivimos, sino también nuestra percepción, nuestra actitud, nuestro sentir, sobre la realidad. Solo cuando está tocado por la poesía el poema es en verdad un poema. A veces la poesía se cuela inadvertidamente como un soplo en la cadencia o en el tono que cosas ordinarias que ella logra levantar como el flautista a la serpiente en el sombrero. A veces la poesía está incluso en solo una idea, capaz de hacer que el lector se sienta habitado en ella. Sin embargo, quien pretende reseñar una obra poética, debe atenerse siempre aclarar que precisamente por lo antes observado, toda reseña o crítica no es sino una lectura particular posible, de muchas otras posibles. Es decir, el puente que se logra establecer o el diálogo que aflora entre un lector concreto y una obra.



En esta ocasión hablamos con un libro, Sinfonía de la sal, de nuestra amiga, Denisse Español, antillana nacida  en la República Dominicana, que es como describimos mejor nuestra relación, muy especial también, con cubanos y dominicanos.



Denisse, para los pocos que no la conocen, es una compañera de la poesía que conocimos hace un par de años, cuando acudió, prestada y con presteza a nosotros, invitada por el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico. En abril pasado, y muy feliz, con su nuevo libro en las manos, me habló de presentarlo en Puerto Rico. Y aquí cumplimos hoy un deseo de varios siglos de amor ininterrumpido... entre puertorriqueños y dominicanos.



En la última página del libro hay una brevísima y muy curiosa biografía de Denisse en la que se nos informa que nació de solo 5 libras y que cabía en la mano de su abuela. Nos dice además, que sin embargo nació adulta, y que es arquitecta, madre y esposa, y que, como la poesía suele invadir sus aposentos, ha publicado ya algunos libros.



El libro que Denisse nos mostró en nuestra tierra hermana, como un bebé acunado entre sus brazos, se llama Sinfonía de la sal, y, en efecto, no es su primer bebé. En el extremo de sus brazos se ensueñan sus dedos como las pencas de una palma. Y así, Una casa en la palma de tu mano, se titula uno de sus libros previos. No conozco el cartero, es otro de sus libros de poemas. A su modo, un título y otro nos evocan, extremando seguramente las cosas, su profesión de arquitecta, es decir, de soZadora de espacios -ajenos- que brotan de los espacios -propios- de sus propios deseos… habitados. 


El libro de Denisse Español es una primera edición de un conjunto de 82 páginas en las que habitan, con unidad de tono, técnica y lenguaje, 30 poemas. Además de esos 30,  hay otros dos textos muy breves, que, como los apartes en el teatro, parecen grafitis en el muro de una pared, escritos con el dejo gustoso de una poesía disfrazada de prosa, o como se escriben las confesiones en un diario imaginado. Ambos textos se confunden dentro de la red que configura una bandada de mariposas que se elevan, tal como lo presenta esa portada que de manera tan sugerente representa varios contenidos del cuaderno. 

Una mujer, colocada en cuclillas, y con la cabeza baja, más que reverente nos parece recogida en sí misma. De su espalda brotan mariposas y ramas con hojas. Las mariposas pudieran representar lo mismo la insoportable levedad del ser, que unos pasos de ballet huidizos. Aunque se diga sinfónica, el verso de Denisse se acoge a los modos contemporáneos que huyen del metro y la rima. Pero, aún breves como son, los versos de Denisse buscan con la tenuidad de sus alas, su propio ritmo, con instrumentos que tienden al arte menor. Mucho menos que al discurso pregonado, su verso se desenvuelve en un decir más acogido a la exhalación, al balbuceo y el susurro. O lo que vale decir: que esta poesía se encarrila con una dicción recogida, porque no se aventura al salto ni se predispone a la salida.


Al índice o tabla de contenido, Denisse lo llama “partitura”, para subrayar, en conformidad no solo con el título de libro, sino con lo que en este cuaderno se ha pretendido hacer, una sinfonía. Hay, además, una segunda sección del libro, compuesta por solo cuatro movimientos o poemas, que titula “acordes”, y que quizás estén separados del resto de 26 poemas porque, más que expresión de versos que manan de vivencias muy íntimas, como estos son, los cuatro acordes son reflexiones o metapoemas que, versan, armónicamente, sobre el conjunto total. 


“Reconozco absurdas estas frases”, dice en esos acordes. “Por qué lloras?”, se interroga. “Rechazo la espina de tu voz”, advierte en una alusión apostrofada. “Anoche al leer un libro / te vi regresar con calma”, balbucea quedamente a un tú con el que tiene una relación quizás más compleja que conflictiva, y que de alguna manera remite al perfil de una madre o quizás de un alterego, o un desdoblamiento, o quizás ambas cosas, y ante el cual o la cual se reacciona con una conflictiva combinación de amor y de dolor. El lector opinará mejor que nosotros.



Lo indudable es que, dos epígrafes, colocados en la entrada, o en el recibidor, aluden a la soledad, el vacío y el abandono. Tocado, por la divina gracia de ese bautismo, el conjunto de poemas se encarrila por una serie “caminos impalpables”, quizás por subrepticios o por íntimos. Por eso la voz en estos versos tiende a ser como la voz de una serenata dolida y susurrante, seguramente esquiva y sombreada. Véase como acuden a los ojos estas voces como un conjunto muy señalable: 


grito, amnesia, fango, hastío, emergencia, cansancio, flor macabra, fatiga, oculto, penumbra, serpiente, insomnio, clavo, espina, ceguera, soledad, nada, amnésica, demencia, bestia, escombro, entre muchas otras.

Pareciera que el libro se yergue sobre la lucha desigual entre el deseo y la realidad que acecha. Percibimos una marginalidad, un vivir de costado, una vulnerabilidad impuesta por un destino fatal o que pareciera imbatible, inevitable. 


“Quisiera saber quién soy” se pregunta sumida en un laberinto. “El ave que asfixio a diario”, es un clamar por una libertad que más que impuesta es autoimpuesta. “Me quito la silla”, dice con una voz de renuncia. Hay, dice, una… “inequívoca conexión entre la poesía y el llanto”. Y en efecto, encontramos en este cuaderno una trilogía de ausencia, poesía y llanto. Y un dolor oculto, o disfrazado. Es la sal. 


La gran paradoja que este libro presenta al lector está en la conjunción de la voz sinfonía y el atributo de sal. ¿Por qué calificar como sinfonía a un atributo como sal?


Pudiera decirse, quizás, que el título sugiere que el libro es un concierto de la transfiguración de la sal en arte. Pero, en definitiva, ¿qué es en este universo poético la sal? Pues la sal no solo es aquella especia que preserva e incrementa el sabor. La voz común de estar sala’o desenmascara una realidad caracterizada por la desventura, lo apesadumbrado, una frustración que no es fugaz sino constante. Crónica. Llamar a esa condición sinfonía es, por tanto, magnificarla, una forma de hipérbole, de decir, por ejemplo, que se está muy sala’o. Observamos entonces que en el conjunto de poemas se habla de “recitales de sal”, es decir, no de un recital, sino de una pluralidad de recitales, una multiplicación de recitales, una abundancia. 


Por otra parte, este libro tiene muchos diferentes granitos de sal, no es uno solo. En un poema titulado “isla de sal”, la voz que habla, aun con las esquinas rotas, lanza botellas al mar, que, obviamente, o contienen mensajes de auxilio. Si habláramos de una comedia romántica, cosa que no es, en lugar de auxilio quizás diría te amo. Pero, al menos, este mar que la aísla no es el morir del que habla Jorge Manrique, Solo evoca aislamiento. Es decir, una isla donde nos acorrala un mar salado. Toda botella al mar busca o anhela, lo confiese o no, un contacto. Clama por un interlocutor o por una respuesta. 


A veces algunos poemas nos recuerdan ese tono de renunciamiento que caracterizó parte de la obra de Julia de Burgos. Coincidiendo con ese tono, nos parece percibir en algunos versos cierto desdoblamiento, la presencia de un alterego, una otredad, un ser opuesto al ser que nos habla en el conjunto, como ocurre por ejemplo, en aquellos famosos versos en los que debaten la Julia doméstica y burguesa contra la Julia que se le rebela, la de la antorcha en la mano. Así Denisse puede decir, por ejemplo: 


“Me engalano sobre el privilegio de saberte, de pensarte con otra cara / otro cuerpo”.

O, “Me asumo grande / soy autónoma bajo tu nombre”. En otro poema se ve como

“una bestia” que viste su piel. “Ella –dice– conoce las fisuras” y “me descubre cada vez”.

“Ella se nutre del amor / se baña con él / copula con él / luego lo decapita.”

En el poema que titula “Striptease”, dice: “me quito la silla, me saco los ojos, me desalojo de mí misma y salgo por las grietas”. 


Mas no todo en este libro es deshabitarse y desahucio. También hay redención. Hay una imagen poderosa del dramaturgo español Alejandro Casona: Los árboles mueren de pie, que, aunque es cierto que habla del morir, habla del morir de pie, que no implica que una rendición. Muere de pie el que se yergue en la lucha, no el que se rinde.

A pesar de todo, como al viejo olmo de Machado, a este olmo muerto en la colina, “algunas hojas verdes le han salido”. Por eso, la voz que habla en este libro, desea, según oímos: “deshacerme de la rabia / por ejercerla / en mi contra”. 

Así, ya al otro lado del abismo de un remolino, podemos leer que también:

“Construyo al sujeto en el que creo”, o que dibujo trayectos de risas y ventanas abiertas. Mientras, busca un nombre para el poema, porque después del alumbramiento cada poema aprende a respirar.


El libro de Denisse es una odisea por un mar ignoto. Una odisea es un viaje largo en el que abundan peripecias adversas, pero siempre tiene por término, el buscado. La llegada al puerto deseado. A esta luz podemos completar la idea que encierra la imagen de la portada. Volvemos a apreciarla:


Una mujer acuclillada –y podemos aventurar con certidumbre que la imagen representa a una mujer–, que más que recogida sobre sí, por sumisa o por dolida, lo que hace es un gesto de devoción y ofrenda. Y en la pureza honesta de su desnudez. Miremos sus manos. Miremos cómo desde su cuerpo se elevan ramas y proliferan las mariposas. Miremos como… la sal centellea en su entorno como una aureola de luces que quizás, como hemos visto, tenga raíces en el dolor, pero un dolor transfigurado. Radiante.

Estamos ante un libro cromático, para degustar.


MRD


 Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas! 

Presentación del libro leída en Casa Norberto el 5 de septiembre de 2019


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