Finisterre
Fin del Mundo
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HOSTOS:
La biografía interminable
La tragedia deshacía continuamente los esfuerzos. Borraba tras su paso las huellas de sus esfuerzos. Como Prometeo, le había robado el fuego a los dioses y un monstruo le comía las entrañas. Como Sísifo, debió cargar y subir cada día el peso de una roca que volvía a caer. Y, sin embargo, más de un siglo después, aún despierta el año cada once de enero con esta exhortación que le hace al país el día de su natalicio: “Ni mares, ni sirtes, ni ventisqueros, ni caos, ni torbellinos os arredren: más allá de la tempestad está la calma…” La calma que aún no llega.
La vida de Eugenio María de Hostos no es un llano sereno sino un territorio abrupto y escarpado. Ni siquiera en sus días plácidos alcanzó un sostenido sosiego verdadero. Sus oasis de amor fueron estrellas fugaces, hasta que llegó Belinda. Del mismo modo, los días de aula del maestro sufrieron percances y grandes dificultades. El biógrafo de Hostos se encuentra con numerosas contrariedades dadas las peripecias singulares que atizaron su vivir en todas sus edades y grandes eventos. De igual manera carecen de plena claridad y transparencia las luces de su pensamiento.
Considérese respecto a biografiar a Hostos las siguientes situaciones. La parte que corresponde al mundo de la infancia en Mayagüez carece de información amplia y concreta. El problema de sus estudios en Bilbao y luego Madrid, si no oscuro, ha sufrido de especulaciones infundadas. Las conflictivas y dolorosas circunstancias familiares que rodearon su época española carecen de adecuado perfil. La manera como surge, y la naturaleza real de sus introspecciones y sondeos del Diario, adolecen de demasiados acasos. La aparentemente insólita irrupción de La peregrinación de Bayoán, clave enigmática de su pasado y su futuro. La manera, el por qué y el cómo se inserta en la lucha política española. Sus complejas estrategias revolucionarias. Su ruptura con el gobierno “republicano” español. Las razones de sus dificultades con los dirigentes del exilio cubano. Los varios intentos fallidos de sus experiencias amorosas. Las numerosas propuestas y batallas de su periplo suramericano. El significado complejo de su matrimonio y el carácter de su vida como esposo y como padre. Las vicisitudes de sus proyectos pedagógicos en la República Dominicana, y luego en Chile. Su conflictiva relación con los gobiernos despóticos de ambos países. El inesperado reinicio de la guerra en Cuba. La manera cómo Hostos se inserta en los proyectos del Partido Revolucionario Cubano. La anticipada intervención del imperialismo norteamericano en 1898. Las dificultades, zancadillas e impedimentos de sus iniciativas por parte de la clase política puertorriqueña. La reinserción, entre el aplauso y el encono, de sus nuevos proyectos educativos en la República Dominicana. El ceñudo deslizamiento hacia la muerte. Todo esto es solo una parte de los abigarrados desbrozos que tiene que realizar su biógrafo.
Otra de las dificultades de esta biografía es la de reconstruir con hilo y al dedillo la manera y el paso a paso de cómo se construyen o manifiestan sus ideas, y también, la necesidad ineludible, y no menos dificultosa de reseñar sus obras fundamentales. Hablamos no solo de sus discursos importantes, sino de los ensayos escritos y publicados en serie sobre muy diversos temas, su crítica de Hamlet, los ensayos sobre la educación de la mujer, el recuadro de su obra pedagógica, la Sociología, el Tratado de Moral, las lecciones de Derecho, entre otras cosas.
Como educador, Hostos es, de manera indudable, una figura que se encumbra en toda la vastedad de los pueblos de América. Es perentorio afirmarlo, no sólo en cuanto las ideas que enseñó en el aula, pues, además, escribió los tratados doctrinarios de cada una de ellas, incluyendo, no solo la filosofía y ciencia Moral, la Sociología, sino la Matemática, la Lingüística, la Historia europea o asiática, el Derecho Constitucional y el Derecho Penal, la Geografía física o humana, entre otras. También desarrolló prontuarios, modeló programas, dirigió escuelas, impulsó proyectos extracurriculares, definió los métodos y principios pedagógicos minuciosamente. Y particularizó todo esto para dominicanos, para chilenos, para la infancia, para la juventud y las carreras profesionales. Desarrolló programas para la educación de la mujer, para los obreros, y sobre materias agrícolas.
Pero, además del Maestro, Hostos antes fue un Libertador más allá de las doctrinas. En España conspiró y propagandizó la lucha contra la Monarquía a favor de la República y en defensa de la libertad de las Antillas; en Nueva York conspiró, organizó y dirigió esfuerzos revolucionarios, tanto para la recaudación de fondos como para la compra de armas, para persuadir cooperaciones y compromisos, para propagandizar e incentivar ideas y arengar voluntades, para definir tácticas y estrategias, para definir la ruta a seguir en el día a día y en la construcción de la libertad que sigue a la conquista de la independencia. En la América del sur propagandizó la cooperación de los diferentes países, creó instituciones útiles a la defensa de la revolución cubana, y cooperó en solidaridad con las luchas justas de los pueblos de cada país. En Puerto Rico, en 1898, en el momento justo de la invasión de Estados Unidos, Hostos también organizó, propagandizó, creó instituciones que pudieran levantar el poder civil, la voluntad del país en defensa de lo suyo. Abogó, como nadie lo hizo antes, ante el Congreso, ante el mismo Presidente, y ante la opinión pública estadounidense, en favor de la soberanía inalienable del pueblo de Puerto Rico, armado del Derecho Constitucional y del Derecho Internacional. Lo antes enumerado y descrito es solo una parte de lo que fue la obra de su vida.
Escribir una biografía sobre Hostos, en estas circunstancias, demanda también limpiar el polvo de los olvidos, colocar las piezas en los espacios correspondientes, buscar piezas faltantes, y contar la historia como se lía un ovillo. A eso nos hemos dedicado estos últimos meses, es decir, estos últimos años. Los años de los que hablo ya parecen ecos lejanos. Parten desde al menos treinta y seis años, con la reseña, el análisis, el estudio de variados aspectos de su obra y de su vida.
A muchas otras interpretaciones y afirmaciones hemos tenido que salirle al paso. Hubo quien publicó numerosos volúmenes para vejar su figura, su valor y la importancia de la obra escrita del joven Hostos, incluyendo La peregrinación de Bayoán, su Diario, su práctica política. Hubo quien lanzó sospecha sobre sus estudios, y llevándolo más lejos, intentó cuestionar y aun negar sus méritos académicos. Hubo y aún hay muchas otras cosas.
La vastedad de la obra de Hostos tiene tal envergadura que no bastan los brazos al abrazo, pues además del cuerpo, hay epifanías que lo apadrinan y urgan el porvenir. Tal como dice Juan Ramón Jiménez, sobre sí mismo, cabría oírle decir a Hostos: “No soy presente solo, sino fuga raudal de cabo a fin”. Eso, si fin tuviera, porque la vida de Hostos no se detiene con su muerte. Es necesario enmarcar su vida más allá del marco perentorio del calendario de sus días para colocarlo en el marco del propósito de vida que acuñó con estas luminosas palabras: “El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue el día”.
Cualquiera que desee, o haya intentado escribir su biografía, sabrá, muy pronto, que está ante una biografía interminable.
MRD
Publicado en 80 Grados,
https://www.80grados.net/hostos-la-biografia-interminable/
FESTIVAL INTERNACIONAL
DE POESÍA EN PUERTO RICO
10mo Aniversario
https://www.youtube.com/watch?v=98g2JOIbeu0&t=14s
José Ferrer Canales
o la ordalía del fuego
Marcos Reyes Dávila
Catedrático de Lengua y Literatura en la Universidad de Puerto Rico en Humacao y director de la Revista EXÉGESIS
“...una ordalía.” Josemilio González
Esta es la figura “flamígera” –como lo califica tan acertadamente Josemilio González, el poeta– que resulta de la lectura del libro de la doctora Priscilla Rosario Medina, José Ferrer Canales: vigilia y palabra. Saludamos un libro que bien viene a ocupar un espacio imprescindible que reclamaba desde hace mucho tiempo su presencia. Me refiero a que esta obra satisface la necesidad hasta ahora imperiosa de un estudio abarcador de una obra que sabíamos medular, pero cuyas verdaderas dimensiones se escapaban de nuestra ponderación. Texto a texto, oído o leído, de Ferrer Canales, ponía en evidencia el carácter cenital de su autor, pero al quedar recogido en un solo haz de aprecio, se le hace justicia al juicio de Josemilio González que hace mucho había asegurado que quizás Ferrer Canales sea la conciencia más finamente ética entre los puertorriqueños del siglo XX.
Rosario Medina justifica su obra en la introducción al alegar que no existía un “estudio plural” de la obra de Ferrer Canales que trazara su trayectoria y enmarcara en sus referentes su discurso ideológico y moral, hasta el punto de que los atributos con que solemos describir a Ferrer Canales –“antillano sublime”, antillano mayor, por ejemplo– no se habían justificado. Su título encauza la mirada por la vigilia y la palabra que llama “ferrerianas”, acaso por Ferrer, acaso por lo férreas. Desde el comienzo de su estudio la autora ya califica con acierto la obra de Ferrer Canales como la de un gladiador de ideas, hombre de trinchera y en “la arena”, lo que nos recuerda a propósito de su fundacional orientación hostosiana, que el joven Hostos quiso ser artillero. Esa especial manera de vivir en el debate, y para el combate de ideas, nos permite fantasear que muy a su manera la obra de ambos –la de Ferrer y la de Hostos– se construye dentro un modelo que se nos antojaría considerar renacentista, si con ello significáramos hacer de la idea o de la letra arma. La falacia la anotamos como una manera de aludir a la función “instrumental o ancilar” de una literatura que privilegia lo ético y lo políticosocial sobre lo estético, o mejor dicho, una literatura que encuentra en lo ético y lo sociopolítico una privilegiada provocación estética, sin excluir otras expresiones.
Rosario Medina repasa, a lo largo de los cinco capítulos que conforman su mirada crítica, toda la obra de Ferrer Canales. Si bien en un principio parece instrumentar esa mirada a través de los diferentes libros de su autor, desde Marginalia hasta Martí y Hostos, lo cierto es que Rosario Medina rescata para la historia de la literatura nacional una visión de Ferrer Canales que va más allá de sus muy conocidas devociones por la obra de Enrique José Varona, Hostos y Martí, sin olvidar sus frecuentes visitaciones a sus modelos tutelares, que constituyen una galería mucho más inmensa de la que filtra la memoria antojadiza, y que justifican caracterizar la obra de Ferrer Canales como una que desborda su proverbial antillanismo y latinoamericanismo para atrincherarse también en el panafricanismo –ese afincarse en las agonías de un “minutero de ébano” que ata en un mismo lazo la historia de las luchas raciales en Estados Unidos, las notables aportaciones del negro de las Antillas y su experiencia personal–, y lo que Carlos Rojas llama “humanismo de alteridad”, esa “otra voz en vigilia desde el umbral”, como dice tan hermosamente Rosario, para aludir a su persistente atención preferente a la obra de la mujer.
Considerada en su conjunto, la obra crítica y ensayística de Ferrer Canales va mucho más allá del asterisco y nota marginal o glosa, términos con los que calificó algunos de sus libros, en una demostración de la humildad que caracteriza a este humanista egregio. Ferrer Canales no se distrae con los objetos de la conjetura. La obra de Ferrer Canales es, como se demuestra en este libro, la bitácora de un viaje intelectual, el testimonio de un espectador peregrino, el diálogo de quien se esfuerza por comprender el origen y el destino de la verdad de los grandes maestros. Toda la obra de Ferrer Canales es expresión respetuosa de gratitud de quien hace suyas, propias, las causas de sus héroes. Entender a Hostos, para Ferrer Canales, obliga a asumirlo. Como le ocurre también con Albizu o con Martí, busca la verdad, la reconoce, la hace suya, es decir, asume sus batallas. Por eso su discurso con frecuencia detona, se convierte en rosario de relámpagos, y el tono confesional se transforma poco a poco en uno enérgico que se eleva y se quiebra en las alturas como hacen los fuegos artificiales, sólo que en Ferrer Canales no hay artificios sino verdad. Por eso está en la tradición de los héroes.
De 1939 es su primer libro, Marginalia, año del centenario del natalicio de Hostos. Ese año muere su maestro Antonio S. Pedreira, cuyo “Hostos, ciudadano de América” había reseñado poco antes, siendo este trabajo uno de los primeros de su producción ensayística. A través de Imagen de Varona; a través de Acentos cívicos: Martí, Puerto Rico y otros temas; a través de Asteriscos; a través de Martí y Hostos, ha transitado la mirada enamorada de Rosario Medina para demostrar que la crítica no tiene que deshojar con desdén la flor para iluminar, y que a los noventa años de don José Ferrer Canales, asombrosamente, aún no podemos cerrar las perspectivas porque Ferrer Canales es vigilia perenne y asombro vivo –vivísimo diríamos– entre nosotros. Año éste del centenario de la Universidad de Puerto Rico, año éste del centenario de la muerte de Hostos, recordamos que Ferrer Canales también “iluminó” –como acostumbra decir Rosario– nuestra comprensión de la función de la universidad, al señalar que ésta fracasa si su producto no lo constituyen seres libres, como quería Hostos. Esa es la definición de la excelencia y del éxito en la gestión universitaria. Ello nos devuelve a Hostos, y a aquella sentencia de Martí dirigida a su madre, que nos recuerda a su vez la manera como Priscilla Rosario Medina ha trabajado la obra completa, hasta hoy, de José Ferrer Canales: con la utilidad de la verdad y la ternura. (2003)
MRD
Manuel de la Puebla:
la “rama verdecida” de un recuerdo
(Réquiem)
De la Puebla se
dedicó durante años a la docencia en el Departamento de Estudios Hispánicos de
la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Una pléyade de
estudiantes surgió engrandecida de sus aulas, pero mucho, mucho más, salió al
país con la gestión incesante que desplegó fuera de ella a partir de 1979.
Aunque español,
de origen, su interés por la poesía de afirmación nacional puertorriqueña no
tuvo nunca distracción ni desvío. Era finísimo poeta. Ya había estudiado y publicado su estudio
sobre La poesía militante puertorriqueña, en dos tomos (1979),
cuando inició la publicación de una revista trimestral que llamó Mairena.
El nombre, tomado del alter ego de Antonio Machado, Juan de Mairena, que reflexionaba sobre el
quehacer poético, fue la inspiración que germinó, no de la nacionalidad de
éste, sino de su deseo de emular un quehacer que, como las olas, no tuvo
descanso. Don Manuel de la Puebla fue su militante idóneo y paradigmático. La
aspiración que asumió con asombroso celo fue la de tomar, enriqueciéndola, el
pulso de la poesía puertorriqueña, y del alma de lo que es permanencia en el
tiempo.
El primer número
de Mairena lo dedicó a Luis Palés Matos. De alguna manera llegó
ese número pronto a mis manos, cuando aún no estaba titulado de posgrado. Me
comuniqué con él, e iniciamos inmediatamente, para mi sorpresa de pino
verde, una colaboración permanente que solo abrevió la dirección de la Revista
Exégesis de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Humacao, que
asumí alrededor de 1989 y 1990, hasta 2017. La colaboración entre nosotros se
dio por grados ascendentes: primero ayudante, luego miembro de su Junta
Editorial, y finalmente, escribiendo, en algunas ocasiones, trabajos a dos
manos con él para la revista, y algunos libros. Además, me encargó la
confección principal de algún que otro número, o el estudio y la reseña global
de toda la poesía puertorriqueña publicada en algunos años. No sólo aprendí de
él, desde luego, pronto y hondo: don Manuel indujo, además, una confianza en mí
mismo que no habría alcanzado tan pronto de ningún otro modo. En su casa leí algunos de sus versos aún secretos. En su casa imprimimos mis primeros dos cuadernos de poesía.
Mairena –es decir, don Manuel-- publicó durante veinte años, tres números en
Como esto le fuera
insuficiente, Mairena auspició también durante años certámenes de
poesía, y produjo, también durante años, a través de Radio Universidad de
Puerto Rico, “La revista oral de poesía”.
Muchos de estos
temas de la revista parecen desvincularse de la poesía puertorriqueña, pero a
eso respondía De la Puebla, que el propósito de Mairena no era limitarse
a ella, sino vincularla con el resto del mundo hispanohablante. De ese modo y
con esa intención, Mairena publicó poemas de autores de estos
países y distribuyó la revista más allá de nuestras costas. Mairena
insertó la poesía puertorriqueña en un mundo que abarcaba varios continentes, y
a la vez, alimentaba la nuestra con el conocimiento y las aportaciones de otros
lares.
Mairena publicó mucho más de tres mil páginas. Las
antologías de los años particulares mencionados incluyeron la revisión de toda
la poesía publicada en libros esos años.
Tras completar
durante veinte años la publicación de la revista, De la Puebla vio en ese
número el ciclo culminado de su proyecto. Mas aun así, y a pesar del peso de sus
años, fundó enseguida otra nueva revista que tituló Julia, en
obvio homenaje, no esta vez a la idea de la permanencia en el tiempo, como lo
fue el personaje de Antonio Machado, sino a un símbolo de la naturaleza más
entrañable nuestra que representa una voz de género, de intención, calidad,
querencia y compromiso.
El siglo XX amaneció
con revistas titulares que fueron canónicas. Limitémonos a mencionar La
revista de las Antillas, de Lloréns Torres, o Asomante / Sin
Nombre, de Nilita Vientós Gastón. Pero una revista no gubernamental, o
privada, dedicada a un género específico, de la duración de dos décadas, con
una cantidad tan grande de números, de distribución internacional, de su
apertura, de actividades colaterales, abarcadora de un número tan amplio de
colaboradores, de tantos homenajes, y números monográficos, es una hazaña que
no tiene émulo en Puerto Rico.
Don Manuel ha
fallecido a mediados de 2021. Pero la obra que realizó para nosotros, aunque
sea anónima para muchos, desconocida para tantísimos, es profunda. Y nunca
termina. Porque fue amparo y surco de la poesía que es alma nuestra, y mirada
del pensamiento, la sensibilidad, y el oído. Lo que ha sido la poesía, e
incluso el arte nuestro de las últimas tres décadas, tiene una deuda impagable en
el ser que somos. Maestro nuestro ¡durante medio siglo! Cuántas gracias, don
Manuel.
MRD
¡Albizu seas!