ETNAIRIS RIBERA:
Intervenidos*

Digo buenas tardes, como espontáneamente dice esta tarde, sin pensar en lo que dice, cualquiera de nosotros, sin percatarnos, quizás, que el saludo tiene, esta tarde, una carga gris, un peso y un sabor de acritud en verdad desusados, desacostumbrados.
Antes de continuar, y aunque sea poco probable, pido disculpas si alguno de los presentes piensa que la poesía es una flor de invernadero rosa, porque no será ese el tono de mis palabras de esta noche. Además, la poesía de Etnairis no lo toleraría. Su poesía, la poesía, nunca ha sido en verdad avestruz que esconde su cabeza ni mono que se tapa los ojos. Y es que no podemos rehuir, darle la espalda a la evidencia, de que vivimos tiempos aciagos, barruntos de mal agüero. Vivimos tiempos aciagos, no cabe duda. Incluso parece unánime el sentir de esta impotencia tumultuosa. El mundo entero gritó unido que no, NO, a la guerra contra el pueblo irakí –y, ¿cómo olvidarlo?, contra el palestino. Parece que todos, en todas las latitudes, estuvimos resuelta y violentamente comprometidos con esta determinación, pero no pudimos detener las bombas, el asesinato de un pueblo por las razones mezquinas de robarle su petróleo. No hay novedad en la denuncia de esta guerra, no hay discrepancia en la agonía de la paz, no hay polémica ni siquiera diálogo que patrocine una guerra que prácticamente de manera unánime, repito, rechazamos todos, inútilmente.
Vivimos tiempos aciagos. Y no cabe duda.
Cuando hace sólo unos días se inauguró en Puerto Rico una Bienal de la Poesía rondaba por el aire la pregunta de si era inoportuna; si era coincidencia desafortunada que la guerra y la bienal se lanzaran juntas a anidar en los oídos del mundo. Recordé entonces que la bienal la propulsaron –no en su totalidad, pero sí en buena medida– el grupo de poetas de la Generación del Sesenta, especialmente el grupo eviterno de Guajana, que detrás de Vicente Rodríguez Nietzsche, y a pesar de sus multiformes alocuciones a la ternura, no abandonó nunca la militancia social que lleva en su médula espinal, como un carimbo necesario, su mancha de plátano o de azúcar negra, su marca de fábrica, la línea del destino de sus manos. Escuché entonces por televisión diversas voces, desde la propia Etnairis hasta Joserramón Melendes que parecían evocar aquellas palabras tan armoniosas con nuestros años sesenta, pero que en realidad son mucho más antiguas. Aparecen incluso en el prólogo al estudio sobre Plácido que escribió Hostos hace como 130 años. Recordémoslo hoy, que estamos en el año del centenario de la muerte del más grande escritor puertorriqueño, nuestro Cervantes, por decirlo con la llaneza simple y transparente de un dolor de cabeza. Recordémoslo hoy, también, porque Hostos preside el libro de Etnairis. Recordémosle porque viene armado de una admonición terrible contra la tiranía que se estruja contra una colonia como la nuestra lo mismo que contra un territorio impotente al que se le arrebata su patrimonio y su soberanía. Recordémoslo porque Hostos hubiera rechazado de inmediato toda intervención militar imperialista, lo mismo en Irak, que en Filipinas; lo mismo en Panamá que en Santo Domingo. Dice Hostos, dice hoy, dice todavía, en su Plácido, con la preclara poesía de un genio de la palabra: “Los pueblos más tiranizados son los más líricos”. Allí añadió Hostos estos versos suyos:
Bajo el pie de la coacción lucha el cohibido,
y del contraste entre la fuerza vencedora
y el derecho no vencido,
surge la vocación poética de la sociedad,
hecha carne,
hecha hueso,
hecha hombre,
hecha individuo
La agonía del dolor prójimo, la solidaridad impetuosa, la apetencia del bien y el
aborrecimiento del mal que articula sus garras en la destrucción de comunidades, de sus acueductos, de sus hospitales y escuelas, de sus avenidas y sus parques, de su aseo y sus abastos, de su tranquilidad, de su alegría de estar, de su derecho a un cielo azul sin estremecimientos, ni susto, ni estallido, ni hambre, ni muerte, todo esto nutre la poesía que es ambición de bien, de paz, de porvenir. El corazón que se quiebra ante el dolor de Vieques, se quiebra también ante la colonia que tanto teme imponer su voluntad soberana, como se quiebra ante la barbarie genocida que a plena luz del día revienta en el seno palestino y, para vergüenza de España, reproduce una Guernica mucho más desamparada en Irak. Una Guernica no: cientos de Guernicas.
Pero, curiosamente, este año urge recordar también a José Martí. Celebramos el sesquicentenario de su natalicio. Digo curiosamente porque incide justo en el corazón de lo que estamos comentando. Como sabemos todos, Martí patrocinó, organizó y desató una guerra en la tierra de sus hermanos. Cierto es que para hacerlo forjó antes, con arduos desvelos, el concepto de una guerra justa, una guerra necesaria. Aunque amemos la paz, aunque defendamos el concepto de paz absolutamente, y acaso por ello mismo, es imperativo advertir que no es lo mismo la guerra desde el punto de vista de aquél que ataca, de aquél que va a matar para robar petróleo, como si fuera un carjacking multitudinario que se efectúa en televisión, un gasjacking ante la vista inerme del mundo, que la guerra para quien ve venir a aquél que ataca a los suyos, a aquél que destroza a su comunidad, su familia, el bienestar de los suyos. Esta es la guerra necesaria y justa que ideó Martí, no sin agobios, no sin tortura.
De octubre de 1889 a abril de 1890 se celebró en Washington la primera Conferencia Internacional Americana con el propósito de articular un sistema político que legitimara la política imperialista estadounidense que se planificaba sin ningún disimulo. La agonía terrible que vivió Martí, según dice él mismo, “bajo el águila temible”, lo enferma y lo lleva a convalecer al monte, donde nacen, como salmo de vida, como suero reconfortante, sus famosos Versos sencillos. Es decir, que Martí halló en la poesía respuesta a sus agobios. Y acaso pueda decirse también, que la poesía hallada en el monte natural le iluminó el sendero y le insufló la energía necesaria para emprender una nueva militancia: me refiero a la creación que entonces emprende, con urgencia, del Partido Revolucionario Cubano.
Todo lo anterior se anota a los efectos de acotar que es éste el linaje augusto del libro de Etnairis Rivera que presentamos hoy. Si hacemos un brevísimo recorrido sobre su obra anterior, constaremos que este linaje no puede sorprendernos, porque la poesía de Etnairis Rivera ha estado definida, siempre, por la solidaridad. Desde su primer libro se asiste a una temática irrenunciablemente urbana, pues ubicada principalmente en el exilio de la gran metrópoli neoyorkina, aunque parte del mismo se escribiera en España, vive la ciudad un poco desde el caos con que la vivió Lorca, desde la fragmentación de valores y de esquemas, la desesperada búsqueda de su lugar, en una referencialidad alucinada porque todo se le escapa. Pero Etnairis nunca se arredra o amilana. Es en esta época de su vida la militante de los comités de defensa que trabajan a favor de nuestros presos políticos. Pedro López Adorno incluye a Etnairis en su antología de 1991 de poetas en Nueva York, titulada Papiros de Babel, y allí advierte que “la ciudad de Nueva York fue para Etnairis la muerte del Fénix” (355). No quiero decir, ahora, si Etnairis es una gran poeta, pero sí digo, como hace años le dije, que su poesía viaja conmigo desde que leí, todavía muchacho, por ejemplo, su “Carta a Manuel”. Desde entonces su voz se desplaza en nuestro entorno con esa cadencia que parece danzar. Sabido es que Etnairis es aficionada al teatro y la danza.
Desde su primer libro Etnairis monta gaviotas migratorias. Agitanada siempre, siempre nómada, aficionada a la curiosidad de las corrientes y al tránsito, al desplazamiento colibrí, a la búsqueda incesante de las abejas. Tras su primer libro, emprende el periplo de un nuevo viaje de búsqueda y de asentamiento. María Mar Moriviví y Pachamamapa Takin, publicados ambos en 1976, conforman a juicio de Áurea María Sotomayor la segunda etapa en la evolución de la poesía de Etnairis. Evolución que en su conjuno habría que catalogar de serena y coherente. En el primero de estos libros, la búsqueda de raíces y de ancla en lo primigenio nacional, el indigenismo, por supuesto telurista, que se anuda edénico, puro y depurado en la mitología arahuaca y, también, como lo hizo nuestra Julia con el agua del río y del mar, en el mundo natural; en el segundo, la búsqueda que se expande por el origen del altiplano peruano-boliviano, la zona de las alturas andinas. Francisco Matos Paoli prologa este último libro. A mi parecer una sabia decisión de Etnairis, pues don Paco comprendía como pocos la íntima unidad de la tierra con el espíritu que él intentó expresar en su poesía sobre Lares.
No es cuestión, pienso yo, de celebrar en Etnairis, al respecto de esta poesía que se califica con alguna razón, de cósmica, de regreso a la Naturaleza, mayúscula inicial, de un recrear de mitos latinoamericanistas. Los poetas latinoamericanos del exilio neoyorkino, desarraigados del mundo circundante que los desprecia, no sólo buscaron refugio en sus respectivas tradiciones nacionales y en la evocación heroica de sus diversos pasados nacionales, sino que también hallaron la identidad perdida, la seguridad recobrada y el apoyo que hiciera vivible la experiencia del exilio, en la unidad de unos con otros, en la unidad establecida por la latinoamericanidad común, en primer término, pero también luego, en la conciencia de su común tercermundismo.
Pienso que, de alguna manera, Etnairis halló en este viaje al sur de América ecos del peregrinaje que realizó previamente Hostos. Peregrinaje que, como muy sabiamente Manrique Cabrera observó en Hostos, se efectuó tanto en el plano exterior como en el interior. Es decir, la búsqueda en el plano externo tenía una relación estrecha con la búsqueda simultánea en el plano interno. Pienso que esto podría explicar esa palabra de Etnairis que asume un universo nuevo sin resabios de pastiche. Su recreación de esta cultura milenaria, que le debe tanto a la espiritualidad aymara y quechua, no es un saber académico sino adoptado, asumido, ejercicio espiritual introyectado en una búsqueda incesante de equilibrio y armonía, valores clásicos que se expresan a veces como ritual de auténtica sacerdotisa, y a veces como artilugio o sortilegio.
Creo, por otra parte, que la espiritualidad que se percibe en esta poesía de Etnairis ha sido juzgada más a la griega, a lo occidental, como en dicotomía con la materialidad, de la misma manera que se presenta como en una absurda dicotomía el cuerpo y el espíritu. Como fuera, lo cierto es que la poesía de Etnairis arranca en su libro de Nueva York de una conciencia del exilio exterior a una conciencia del exilio interior, y que ese peregrinaje suyo –jitanería la llama Joserramón Melendes en Poesiaoi– es una búsqueda de sí misma que no admite renuncia con la solidaridad para con los otros, pues sabe muy bien que los otros, y lo otro, son partes inalienables de ella misma. Esta vinculación suya a la tribu es un rasgo que no puede obviarse al definir el daimón de Etnairis, como lo ha hecho Ivonne Ochart a propósito de El viaje de los besos. Esta palabra daimón, tomada de Platón para consignar el rasgo que define un alma, la utiliza Ochart para definir a Etnairis como una “buscadora”. Pero si recordamos que WeYedondequiera, su primer libro, está dedicado precisamente “a los otros”, mientras que María Mar Moriviví, su segundo libro, está dedicado “a la tribu”, podríamos sentir que ese daimón, sin ser erróneo, necesita ser redefinido. Considérese, sino, que de la misma manera que en WeYedondequiera la autora se ofrece como medio, como intermediaria, como la estación radial a la que se refiere el título, WeYedondequiera, dirigido a retransmitir una voz que es tan propia como habitada por los suyos, Pachamamapa Takin es un libro que recoge el proceso de una introyección, una trasmutación, la asunción de otra otredad –tan astral y cósmica como el barro y el agua de los ríos– que valida su proximidad a la verdad milenaria de la tierra.
Áurea María Sotomayor observa ya en 1987, a propósito de su libro Ariadna del agua –aún inédito, aunque incluido en la antología titulada Entre ciudades y paraísos, de 1989)–, en lo que llama la tercera y cuarta etapas en la evolución de la poesía de Etnairis, un reencuentro consigo misma que culminará con su regreso a la geografía del Caribe. Se trata de un regreso a la referencialidad del mundo, pero introyectado. Culminada la peregrinación, asimilado plenamente el espiritualismo alucinante, salvadas las dicotomías del cuerpo y el espíritu, del mundo externo y del interno, Etnairis, a juicio de Sotomayor, “se posee” más serena y consciente, con mayor equilibrio. Ello quizás explica en parte el erotismo de su libro anterior, El viaje de los besos, libro en el que la referencialidad se convierte, a través del mirar introspectivo, en autorreferencialidad, pero en el que también, habitada por la otredad, autora se encuentra en un diálogo de fusiones, una relación de intercambio con lo otro, que propende siempre a la superación.
En Papiros de Babel –de 1991– aparece resumida su poética de esta forma:
“Creo en la poesía de vivir, en el arte en su función liberadora y espiritual. En mi trabajo hay un hilo firme que reclama justicia, la independencia para nuestra patria sometida al coloniaje, solidaridad con nuestra amada América. Hay también la voz de mujer universalista dada a la libertad y la paz. Todo ello enmarcado dentro del amor y de las fuerzas dadoras de vida de la madre Naturaleza, proyectándose hacia nuestra procedencia cósmica” (356-357).
Es notable cómo ella misma privilegia la función liberadora del arte, y casi sin mediación, la enlaza con el reclamo de justicia e independencia, y de solidaridad con la América Nuestra. La reivindicación de la mujer aparece en una función de categoría secundaria, no para disminuir su importancia, sino por resaltar la magnitud de los valores privilegiados. Aunque ella se identifica con alguna razón con la generación del setenta y cinco, y no con la del sesenta, lo cierto es que su voz, como la mía propia, está justo en ese tránsito de generaciones y responde a su debate y a sus principios.
“Será mi nombre crisálida”, dice con gran acierto Etnairis en un verso, para subrayar su vida como un proceso de superación constante, porque la evolución que puede verse en la poesía de Etnairis va, en efecto, desde el desconcierto de la oruga, y a través de la transformación –o el peregrinaje íntimo hostosiano– de la crisálida, hasta la majestuosa mariposa que nos sorprende hoy. Pero cuidado, porque la mariposa que brota de esta crisálida no es una tierna y frágil criatura a merced de cualquiera. Antes bien, es como la doña Bárbara de Rómulo, una devoradora, un amor armado.
Pasemos al cuaderno.
Intervenido es un participio que utilizado como adjetivo hizo fortuna en textos clásicos de nuestra literatura histórica para describir lo ocurrido con el país tras la guerra imperialista de 1898. A la vez elusivo y eufemístico, es un hallazgo verbal con gran poder de sugerencia. En el caso que nos ocupa, se trata de un cuaderno de poesía en el que la palabra aparece en forma plural: Intervenidos. Esta vez la otredad la constituye el pueblo de Vieques, a quien se le dedica el libro, en primer término, pues a los viequenses le añade Etnairis “todos los que han dado corazón y vida por la libertad de nuestra Patria”. Es decir, que la lucha contra la marina del pueblo de Vieques se vincula, con razón, con las luchas de todos nosotros por obtener la libertad de la Patria –con mayúscula inicial.
La portada la conforma un cuadro de Elizam Escobar titulado “Meditación de un siglo: Puerto Rico 1898-1998". La meditación de Elizam es, como los versos de Etnairis en este libro, un prodigio de síntesis. Aparece una niña, indefinidamente crecida, en primer plano. La niña, con los ojos cerrados y la piel llena de manchas, acaso muerta, tiene los pies descalzos, el pelo largo como una mancha oscura que se extiende hacia atrás sobre una isla, y lleva en las manos un reloj de arena y una regla de ángulos rectos y perpendiculares. A mitad de ambos brazos hay un área descubierta de piel, acaso llagas cancerosas, que muestran hilos como venas. Una solitaria amapola roja en una isla montañosa, cercada por un mar bravo, una luna muy tenue y un búho perdido. La amapola nos evoca el recuerdo de las ramitas verdes en el olmo viejo y vencido que le insuflan esperanzas al espíritu de Machado que ve irse sin remedio a su joven esposa Leonor. La imagen de desamparo de la niña está en abierto contraste con la espléndida amapola.
Intervenidos abre con un exordio extraordinario que nos remite, dicho sea en palabras de la autora, “ a nuestra milenaria lucha antillana”. Por un lado, tiene dos epígrafes de los poetas nacionales Juan Antonio Corretjer y Francisco Matos Paoli. El primero, es un fragmento de su “Salva por Vieques” en el que exhorta, a modo de arenga, a cerrar filas. El epígrafe de don Paco, es, por otro lado, la conversión, en un conjuro de paz, de una visión de pájaros en el cielo. Presente y futuro. Lucha y victoria. Falta el aporte de lo pretérito. Faltaba, pues por otro lado, el preámbulo del libro está compuesto por unas “Décimas de Eugenio María”. Con ellas la poeta evoca al maestro de patria que es Hostos para rendirle homenaje en el centenario de su muerte y para consagrar su poesía al servicio de la libertad. La lucha de Vieques está insertada en un río ancestral poblado de episodios heroicos, y en cada episodio, un gran poeta.
El libro está constituido por un solo poema, dividido en quince cantos, escrito en su totalidad en 1999. Esta concepción del libro como un solo poema dividido en cantos es una tradición ya vista en libros previos, acaso aprendida tras la falta de unidad que alguien le señaló a WeYedondequiera. Cada canto aparece dispuesto a razón de una página por estrofa, estrofas generalmente breves, de tres o cuatro versos por regla promedio, aunque alguna –un acróstico de Vieques– tenga siete versos. Si contamos las tres décimas a Eugenio María, son un total de 68 estrofas.
A pesar de las tres décimas iniciales, el libro propende absolutamente al verso libre, sin rima plausible. El ritmo y la dicción varían, a veces como prosa, en otras ocasiones con una cadencia íntima, casi danza. El tiempo parece fijo, como el espacio, condensación de todo un siglo que se ancla en su final para reverberar entre espejos. La autora vuelve una y otra vez sobre el tema, como si quisiera imitar el vuelo de gaviotas o dispersarse entre las páginas del libro abierto como las alas de la mariposa. Con cada sobrevuelo se acumulan percepciones, se acrecienta el juicio severo de una conciencia solidaria, pero sobre todo, se eleva una emoción que se desnuda poco a poco de sus velos.
El primer canto es una definición de sí mismo. El canto se clama “justiciero” y delinea con rapidez un plano de lucha de opuestos compuesto por una lado por la “bestia”, demonización de los marines, y del otro por los “ángeles libertarios”, inviolables como el amanecer, santos de pasión redentora, en pos del día libre y verdadero sin yanquis ni bombas. Frente al ellos, se define el nosotros y lo nuestro.
El segundo canto apuntala el contexto de la lucha. Como si quisiera anticipar la objeción de los posmodernos del patio, se retrata contra el siglo atormentado, es decir, el siglo XX, siglo de la invasión, época de la intervención, para validar su reclamo de nación. A la validación de su reclamo de nación, añade que la colonia no es un concepto que se enmarque tan sólo en narraciones totalizadoras colectivas, pues la nación colonizada también se vive como una experiencia individual, en el plano personal de cada uno. La biografía misma de cada cual testimonia la colonia. Por eso combate la idea de los posmodernos del patio que han impuesto una noción que niega la patria. Lo hace recapitulando lo que ha sido su vida, el largo peregrinaje, la experiencia del exilio que la trajo, después de recorrer el universo, como si fuera su “signo” o su destino, a este mar donde la vida tiene más sabor porque viene del amor.
El canto tercero reniega del progreso en inglés. Etnairis distingue muy sabiamente entre ese apetito desmedido por el dólar y por el fantasma del progreso que nunca se alcanza y el valor, infinitamente más apetecible y urgente, del bienestar comunitario perdido, como una experiencia cotidiana. Frente a la bandera norteamericana, cuyas franjas convierte en los barrotes de una cárcel, el canto cuarto está dedicado a la bandera nacional. El demostrativo “esa” aplicado a la estrella en su cielo azul seguro, le otorga a la expresión familiaridad, cercanía. Ella es la meta, aunque el camino a ella nos imponga pasar por la noche mística de la purgación y del salmo. La lengua es el ser que nos afirma y define.
En el canto quinto la voz cambia de perspectiva. Habla ahora la marina, la voz de los corredores de moneda, la máscara que detiene, engulle niños, lanza veneno, quema los bosques, bombardea muerte, convirtiéndolo todo en campo de batalla, es decir, campo de muerte. Pero en el canto sexto la voz regresa a lamentar la tierra desvastada como una zanja. Como resabio de versos anteriores, Etnairis ve aindiada la cara de la herida, y como reverbero de su Pachamama, evoca al mundo natural, la fuerza telúrica que se manifiesta en el maíz andino, la flor, los pájaros, un sol que avanza inexorablemente, pues la tierra es un solo cuerpo.
El canto séptimo, que acaso podemos considerar núcleo y clímax del libro, es uno de los de mayor ternura. Ahora aparece por primera vez el nombre de Isla Nena, el cariñoso apelativo de Lloréns Torres para Vieques. Es con mucho, el canto más extenso, pues en lugar de las tres o cuatro estrofas por canto que son norma, tiene trece. El corazón de la Isla Nena, roto por las balas, “intervenido”, aún late y aún alberga sus tesoros: estrellas de mar, flamingos, conchas, niñas, corales, astros, en una enumeración de motivos representativos que se extiende para evocar, mediúnico, el espíritu protector del agua, cuya bella aura persiste y resiste, escudada por la luna de la sombra que enferma y trastorna. Destaca aquí la convicción que no sólo interpreta positivamente el momento presente, sino que anticipa un futuro de triunfo.
Sin embargo, otro aspecto de interés en este canto es que recoge también los elementos que capturan o articulan la imagen de Elizam dispuesta en la portada. Se podría debatir si el poema viene tras la imagen de Elizam, o si Elizam crea tras la concepción metafórica de Etnairis. En efecto, se habla aquí de la mirada triste de la Isla, “lenta y larga / como un siglo / en un reloj de arena”, la sombra, la calavera, la resistencia que la hará sanar de amor “con una amapola roja / que a su lado crece/ y despierta”.
El canto octavo es uno de los más breves. Caracteriza aquí al “mercader del oprobio”, dueño de la escena dantesca. La utilización de la palabra mercader para referirse a la personalización del poder maligno que se cierne sobre la Isla Nena sugiere que Etnairis conserva la noción socialista de lucha de clases que aprendió en los sesenta. En el canto nueve el sujeto cambia al “burócrata”, también demonizado. Es el personaje con máscara de benefactor o antifaz de demócrata, que representa el engaño, instrumento del crimen. Va a la iglesia, pero milita a la derecha de la derecha, y ciertas mujeres lo disgustan extremadamente.
En el décimo canto, ya transido de amor dolido, pierde el tono y exclama. La voz habla desde la garganta de la poeta que se siente asfixiada con ese sufrimiento de la isla que la persigue más allá de los sueños y más allá de su lengua. Como decir, que sufre su calvario hasta donde su voz no alcanza. Esa cerrazón de la visión fracturada de la tierra se anuda aún más en el canto undécimo. Predomina la sensación de incertidumbre en todo, incluso en la intimidad y el amor, y la pintura desgarrada de la actualidad, la presencia inevitable de la arrogancia de las bombas, las carencias, la usurpación. No obstante, la voz que se solidariza en el nosotros, resiste, resurge, vuelve. Renace siempre por la verdad, el amor y la belleza. Por eso puede resaltar en el acróstico que conforma el canto duodécimo la contemplación de Vieques como un “querube”, y una esperanza, para terminar clamándolo, finalmente, ya en el canto decimotercero, como “paraíso”.
En el canto decimocuarto, Etnairis se conmueve ante la respuesta a la exhortación hecha en el canto anterior a luchar por reconquistar el paraíso. La voz poética parece dirigirse a los desobedientes civiles y a los que ocupan los campamentos permanentes de protesta. “Habráse visto tanto amor”, dice la voz sorprendida ante el sacrificio de tantos, y mucho más allá del poder convocador del deseo. Ya en el canto final la voz hablante adopta una nueva perspectiva, que desde el futuro se refiere a la historia como una ya pasada y la repasa como la narración de un mito primitivo, conociendo ya su desenlace, es decir, con decidido optimismo. Ya al final no sabemos si la redención que la autora coloca más allá de la verdad, donde reina imponderable la certeza, se refiere sólo a Vieques, la Isla Nena, o a la Madre Isla entera, como la llamó Hostos.
Intervenidos, ya para recapitular, es un cuaderno que guarda una posición de privilegio en la obra de Etnairis Rivera. Joserramón Melendes había observado ya en Poesiaoi Antología de la sospecha, de 1978, que la obra de Etnairis era importante por su sinceridad, por su intensidad, por su conocimiento de la lengua, y cito literalmente, por “una gracia especial para sus juegos” (Qease, 38), valores todos presentes en este cuaderno. Un rasgo indeleble y constante de la poesía de Etnairis está en ese plano de su voz, íntimo y verdadero siempre, desde su primer libro. El lector de Etnairis se siente, literalmente, tocado, tocado con calor de piel. Así aquí, y desde la brevedad del poema que se ofrece casi como exhalación, breve como una respiración apurada, repuntado como si se pronunciara a dos voces, alternadamente, con el tono tierno de un amor que simultáneamente se contiene y se desborda. Etnairis crea en este libro, en una nueva versión, su propia temporada en el infierno, su propio tránsito por una nueva comedia divina. ¿Será la noche de Dante, la noche de San Juan o, sencillamente, la noche de la oruga? De manera asombrosa, la autora logra inmiscuir al lector, apelar con tal fuerza a la conciencia, que su tránsito se convierte en el tránsito de todos. La lucha de Vieques, intervenido, ¿o la lucha de todo un país, intervenido?
¿Habremos hallado en la poesía de Etnairis, nosotros, todos los aquí presentes, salmo para nuestros agobios de hoy? ¿Habremos comprobado la reveladora verdad de las palabras de Hostos, de aquellas palabras que sostienen que los pueblos más tiranizados son los más líricos? Cómo ocurrió con Martí, les pregunto a ustedes, ¿habremos hallado en la poesía de esta noche viequense la energía necesaria para emprender una nueva militancia de redención comunitaria? ¿Sabemos que por todas partes del mundo se organiza un movimiento, fuera de partidos, que apela a la esperanza que milita en la confianza de que es imperativo cambiar las versiones adulteradas de la democracia, con el lema de que un nuevo mundo es posible? Veamos si nos suenan más luminosas las palabras de Hostos que les recordé al comenzar:
Bajo el pie de la coacción lucha el cohibido,
y del contraste entre la fuerza vencedora
y el derecho no vencido,
surge la vocación poética de la sociedad,
hecha carne,
hecha hueso,
hecha hombre,
hecha individuo
en el poeta lírico.
En el libro Etnairis evoca, invoca y convoca estas voces heroicas enterradas que a su conjuro se levantan y se pasean, ahora mismo, por todo el ambiente. Se trata, justo es señalarlo, de una edición depurada con el mayor cuidado por una poeta de experiencia en la edición de libros, que es además profesora, amante del libro, y responsable de la importancia que el libro tiene en la forjación de nuestra comprensión del presente. No sé quién redactó la nota de presentación del libro que aparece en su contraportada, pero me parece tan perfecta la siguiente expresión que quisiera leerla, para terminar con ella:
“ Anclada en la tierra pero habitada por el mar, la poeta interviene con nosotros para llevarnos al más allá de la verdad: a la certeza. He aquí un compromiso, una convocatoria, una invitación a todos nosotros a resistir con las armas del pensamiento y la belleza”.
Poeta, le confieso que este libro, como usted misma, también ha intervenido en mi vida.
*Presentación que hice del libro de ETNAIRIS RIVERA, "INTERVENIDOS", en la Feria del libro en Santo Domingo, en abril de 2003.