sábado, 17 de mayo de 2025

Agenda de eucaliptos (Prólogo)



Agenda de eucaliptos

Soñado, es decir, casi visto

Palabra previa

Dice Jorge Luis Borges, con un hálito de resignación y nostalgia ante el inevitable


destino de
 las cosas:  “Soy el que habré de ser cuando esté muerto”. Corretjer expresó por su parte, con similar y estremecedora resignación: “En la vida todo es ir / a lo que el tiempo deshace”. Nunca somos, de hecho y de deshecho, suma de pasado y de futuro. En cambio, quizás pueda repetirse desde la trinchera del consuelo, que somos un árbol que se deshoja y luego reverdece. Si bien la vida es un instante regido por una oportunidad inapelable, acaso solo la poesía alcance a iluminar sus caminos oscuros y secretos. La lluvia no cae solo sobre la mariposa, sino también sobre eucaliptos y rascacielos. 

 El exordio apurado en las líneas previas no pretende olvidar aquello que en realidad es más importante en el fluido tránsito que con algo de fortuna e de infortunio titulamos vida. Me refiero a las innumerables raíces compartidas, al laberinto de amores y desamores de esta colmena que nos arroja al estrago o nos atiza a la redención imperiosa de lo justo, y aun sublime. Aunque parezca inasible, cierto es: el mundo de las utopías compartidas no solo es posible. Es necesario. En el mar de banderas que retan sus vientos asolados, la poesía es uno de los mascarones más recios de la vida. Bien lo tengo soñado, es decir, casi visto.

El presente cuaderno se imaginó hace años con otro nombre: La lluvia en la bodega. El concepto es esencialmente el mismo. Pretendía –y eso hacemos– reunir en un solo volumen gran parte de la obra escrita desde la publicación de Una lluvia tan grande de campanas, de 2002, libro que, como este, reunía varios poemarios publicados e inéditos, escritos hasta ese entonces. En rigor, pues, esta versión es solo una muestra de La lluvia en la bodega.

Agenda de eucaliptos reúne poemas de libros más soñados que escritos: Poemas del auxilio mutuo –representado en parte en la lluvia de campanas–; Poemas de la luna nueva; La llama en llamas (retitulado Los peces de tu cielo); Paula en el rocío –viñetas escritas para imaginarios nietos; El puerto en el laberinto; El colibrí en la piedra, y Equinoccio.

Respecto al título elegido, diré que conocí el alma perviviente de los eucaliptos a poco de llegar a Isla Negra, Chile. En una curva del camino, próximos al mar, nos encontramos de pronto en un bosque de árboles enormes y coloridos, perfumados. La palabra eucalipto me remontó a mi infancia, a esos desvanecimientos afiebrados que se trataban con fricción de alcoholado. Entonces me fijé a mi regreso, y aquí estaban esperándome casi mudos, como atalayas coloridas. Tanto el tiempo como el espacio me revelaron, por un momento, sus extraños puentes arcanos. 

El título puede sugerir diversas cosas. Pero cualquier idea debe partir de la que representó mi quehacer poético no solo con su olor, sino con esa alma colorida que se trasluce en su piel de múltiples tonos, y esa verticalidad que lucha por representar desde lo alto banderas de vida compartida y de amor. Esa utopía de libertad, igualdad y solidaridad que no se rinde. Por eso recorren estos prados alientos muy diversos. Quizás habitamos la latitud 18 norte, pero los vientos y las voces, la solidaridad peregrina, los pájaros y los piratas de cuello blanco, llegan desde los 360 grados de la brújula. Así la vida. Así la poesía fraguada en la palabra que despertamos para construir de nuevo el mundo.

El eucalipto predica una incierta impronta de porvenir en la que, no obstante todo, quedan también enarboladas las presencias arraigadas. “Agenda” porque quedan grabadas en estas páginas, como en las arenas antillanas, el tránsito aturdido que se expande en las coordenadas que arman, en tiempos y espacios, lo que fuimos y quisimos ser. En palabras de Borges: “ese Proteo”. El después acaso lo dirá, si lo vislumbra, un mascarón de proa hecho con palabra de eucalipto en los colores nuevos del alba y los ocasos. ¿Sería muy extraño imaginar que ese mascarón de proa, que conduce lentamente las huellas de los días al mar, sea en verdad un colibrí dado al retozo? Detrás de él, de un modo u otro, va mi corazón, amando a pie. Siempre el afán de huella es solo un pie sobre la arena.

Por otra parte, no deja de ser cierto aquello que anoté en mi "Bonzai para una ceiba": 

No está todo

en la semill



a que reposa

en la mano.

La semilla 

sueña con el árbol.

Así, y a pesar de remembranzas y de estragos, no olvidamos lo que anoté al final del prólogo de "Del fuego sobre el agua":

Hay un fuego en la semilla

que produce ceibas.

¡Albizu seas!

           MRD, 2016



Etnairis Ribera: "Intervenidos"

 

ETNAIRIS RIBERA:

                                        Intervenidos*


Digo buenas tardes, como espontáneamente dice esta tarde, sin pensar en lo que dice, cualquiera de nosotros, sin percatarnos, quizás, que el saludo tiene, esta tarde, una carga gris, un peso y un sabor de acritud en verdad desusados, desacostumbrados.
Antes de continuar, y aunque sea poco probable, pido disculpas si alguno de los presentes piensa que la poesía es una flor de invernadero rosa, porque no será ese el tono de mis palabras de esta noche. Además, la poesía de Etnairis no lo toleraría. Su poesía, la poesía, nunca ha sido en verdad avestruz que esconde su cabeza ni mono que se tapa los ojos.
Y es que no podemos rehuir, darle la espalda a la evidencia, de que vivimos tiempos aciagos, barruntos de mal agüero. Vivimos tiempos aciagos, no cabe duda. Incluso parece unánime el sentir de esta impotencia tumultuosa. El mundo entero gritó unido que no, NO, a la guerra contra el pueblo irakí –y, ¿cómo olvidarlo?, contra el palestino. Parece que todos, en todas las latitudes, estuvimos resuelta y violentamente comprometidos con esta determinación, pero no pudimos detener las bombas, el asesinato de un pueblo por las razones mezquinas de robarle su petróleo. No hay novedad en la denuncia de esta guerra, no hay discrepancia en la agonía de la paz, no hay polémica ni siquiera diálogo que patrocine una guerra que prácticamente de manera unánime, repito, rechazamos todos, inútilmente.
Vivimos tiempos aciagos. Y no cabe duda.
Cuando hace sólo unos días se inauguró en Puerto Rico una Bienal de la Poesía rondaba por el aire la pregunta de si era inoportuna; si era coincidencia desafortunada que la guerra y la bienal se lanzaran juntas a anidar en los oídos del mundo. Recordé entonces que la bienal la propulsaron –no en su totalidad, pero sí en buena medida– el grupo de poetas de la Generación del Sesenta, especialmente el grupo eviterno de Guajana, que detrás de Vicente Rodríguez Nietzsche, y a pesar de sus multiformes alocuciones a la ternura, no abandonó nunca la militancia social que lleva en su médula espinal, como un carimbo necesario, su mancha de plátano o de azúcar negra, su marca de fábrica, la línea del destino de sus manos. Escuché entonces por televisión diversas voces, desde la propia Etnairis hasta Joserramón Melendes que parecían evocar aquellas palabras tan armoniosas con nuestros años sesenta, pero que en realidad son mucho más antiguas. Aparecen incluso en el prólogo al estudio sobre Plácido que escribió Hostos hace como 130 años. Recordémoslo hoy, que estamos en el año del centenario de la muerte del más grande escritor puertorriqueño, nuestro Cervantes, por decirlo con la llaneza simple y transparente de un dolor de cabeza. Recordémoslo hoy, también, porque Hostos preside el libro de Etnairis. Recordémosle porque viene armado de una admonición terrible contra la tiranía que se estruja contra una colonia como la nuestra lo mismo que contra un territorio impotente al que se le arrebata su patrimonio y su soberanía. Recordémoslo porque Hostos hubiera rechazado de inmediato toda intervención militar imperialista, lo mismo en Irak, que en Filipinas; lo mismo en Panamá que en Santo Domingo. Dice Hostos, dice hoy, dice todavía, en su Plácido, con la preclara poesía de un genio de la palabra: “Los pueblos más tiranizados son los más líricos”. Allí añadió Hostos estos versos suyos:
Bajo el pie de la coacción lucha el cohibido,
y del contraste entre la fuerza vencedora
y el derecho no vencido,
surge la vocación poética de la sociedad,
hecha carne,
hecha hueso,
hecha hombre,
hecha individuo
en el poeta lírico.
La agonía del dolor prójimo, la solidaridad impetuosa, la apetencia del bien y el
aborrecimiento del mal que articula sus garras en la destrucción de comunidades, de sus acueductos, de sus hospitales y escuelas, de sus avenidas y sus parques, de su aseo y sus abastos, de su tranquilidad, de su alegría de estar, de su derecho a un cielo azul sin estremecimientos, ni susto, ni estallido, ni hambre, ni muerte, todo esto nutre la poesía que es ambición de bien, de paz, de porvenir. El corazón que se quiebra ante el dolor de Vieques, se quiebra también ante la colonia que tanto teme imponer su voluntad soberana, como se quiebra ante la barbarie genocida que a plena luz del día revienta en el seno palestino y, para vergüenza de España, reproduce una Guernica mucho más desamparada en Irak. Una Guernica no: cientos de Guernicas.
Pero, curiosamente, este año urge recordar también a José Martí. Celebramos el sesquicentenario de su natalicio. Digo curiosamente porque incide justo en el corazón de lo que estamos comentando. Como sabemos todos, Martí patrocinó, organizó y desató una guerra en la tierra de sus hermanos. Cierto es que para hacerlo forjó antes, con arduos desvelos, el concepto de una guerra justa, una guerra necesaria. Aunque amemos la paz, aunque defendamos el concepto de paz absolutamente, y acaso por ello mismo, es imperativo advertir que no es lo mismo la guerra desde el punto de vista de aquél que ataca, de aquél que va a matar para robar petróleo, como si fuera un carjacking multitudinario que se efectúa en televisión, un gasjacking ante la vista inerme del mundo, que la guerra para quien ve venir a aquél que ataca a los suyos, a aquél que destroza a su comunidad, su familia, el bienestar de los suyos. Esta es la guerra necesaria y justa que ideó Martí, no sin agobios, no sin tortura.
De octubre de 1889 a abril de 1890 se celebró en Washington la primera Conferencia Internacional Americana con el propósito de articular un sistema político que legitimara la política imperialista estadounidense que se planificaba sin ningún disimulo. La agonía terrible que vivió Martí, según dice él mismo, “bajo el águila temible”, lo enferma y lo lleva a convalecer al monte, donde nacen, como salmo de vida, como suero reconfortante, sus famosos Versos sencillos. Es decir, que Martí halló en la poesía respuesta a sus agobios. Y acaso pueda decirse también, que la poesía hallada en el monte natural le iluminó el sendero y le insufló la energía necesaria para emprender una nueva militancia: me refiero a la creación que entonces emprende, con urgencia, del Partido Revolucionario Cubano.
Todo lo anterior se anota a los efectos de acotar que es éste el linaje augusto del libro de Etnairis Rivera que presentamos hoy. Si hacemos un brevísimo recorrido sobre su obra anterior, constaremos que este linaje no puede sorprendernos, porque la poesía de Etnairis Rivera ha estado definida, siempre, por la solidaridad. Desde su primer libro se asiste a una temática irrenunciablemente urbana, pues ubicada principalmente en el exilio de la gran metrópoli neoyorkina, aunque parte del mismo se escribiera en España, vive la ciudad un poco desde el caos con que la vivió Lorca, desde la fragmentación de valores y de esquemas, la desesperada búsqueda de su lugar, en una referencialidad alucinada porque todo se le escapa. Pero Etnairis nunca se arredra o amilana. Es en esta época de su vida la militante de los comités de defensa que trabajan a favor de nuestros presos políticos. Pedro López Adorno incluye a Etnairis en su antología de 1991 de poetas en Nueva York, titulada Papiros de Babel, y allí advierte que “la ciudad de Nueva York fue para Etnairis la muerte del Fénix” (355). No quiero decir, ahora, si Etnairis es una gran poeta, pero sí digo, como hace años le dije, que su poesía viaja conmigo desde que leí, todavía muchacho, por ejemplo, su “Carta a Manuel”. Desde entonces su voz se desplaza en nuestro entorno con esa cadencia que parece danzar. Sabido es que Etnairis es aficionada al teatro y la danza.
Desde su primer libro Etnairis monta gaviotas migratorias. Agitanada siempre, siempre nómada, aficionada a la curiosidad de las corrientes y al tránsito, al desplazamiento colibrí, a la búsqueda incesante de las abejas. Tras su primer libro, emprende el periplo de un nuevo viaje de búsqueda y de asentamiento. María Mar Moriviví y Pachamamapa Takin, publicados ambos en 1976, conforman a juicio de Áurea María Sotomayor la segunda etapa en la evolución de la poesía de Etnairis. Evolución que en su conjuno habría que catalogar de serena y coherente. En el primero de estos libros, la búsqueda de raíces y de ancla en lo primigenio nacional, el indigenismo, por supuesto telurista, que se anuda edénico, puro y depurado en la mitología arahuaca y, también, como lo hizo nuestra Julia con el agua del río y del mar, en el mundo natural; en el segundo, la búsqueda que se expande por el origen del altiplano peruano-boliviano, la zona de las alturas andinas. Francisco Matos Paoli prologa este último libro. A mi parecer una sabia decisión de Etnairis, pues don Paco comprendía como pocos la íntima unidad de la tierra con el espíritu que él intentó expresar en su poesía sobre Lares.
No es cuestión, pienso yo, de celebrar en Etnairis, al respecto de esta poesía que se califica con alguna razón, de cósmica, de regreso a la Naturaleza, mayúscula inicial, de un recrear de mitos latinoamericanistas. Los poetas latinoamericanos del exilio neoyorkino, desarraigados del mundo circundante que los desprecia, no sólo buscaron refugio en sus respectivas tradiciones nacionales y en la evocación heroica de sus diversos pasados nacionales, sino que también hallaron la identidad perdida, la seguridad recobrada y el apoyo que hiciera vivible la experiencia del exilio, en la unidad de unos con otros, en la unidad establecida por la latinoamericanidad común, en primer término, pero también luego, en la conciencia de su común tercermundismo.
Pienso que, de alguna manera, Etnairis halló en este viaje al sur de América ecos del peregrinaje que realizó previamente Hostos. Peregrinaje que, como muy sabiamente Manrique Cabrera observó en Hostos, se efectuó tanto en el plano exterior como en el interior. Es decir, la búsqueda en el plano externo tenía una relación estrecha con la búsqueda simultánea en el plano interno. Pienso que esto podría explicar esa palabra de Etnairis que asume un universo nuevo sin resabios de pastiche. Su recreación de esta cultura milenaria, que le debe tanto a la espiritualidad aymara y quechua, no es un saber académico sino adoptado, asumido, ejercicio espiritual introyectado en una búsqueda incesante de equilibrio y armonía, valores clásicos que se expresan a veces como ritual de auténtica sacerdotisa, y a veces como artilugio o sortilegio.
Creo, por otra parte, que la espiritualidad que se percibe en esta poesía de Etnairis ha sido juzgada más a la griega, a lo occidental, como en dicotomía con la materialidad, de la misma manera que se presenta como en una absurda dicotomía el cuerpo y el espíritu. Como fuera, lo cierto es que la poesía de Etnairis arranca en su libro de Nueva York de una conciencia del exilio exterior a una conciencia del exilio interior, y que ese peregrinaje suyo –jitanería la llama Joserramón Melendes en Poesiaoi– es una búsqueda de sí misma que no admite renuncia con la solidaridad para con los otros, pues sabe muy bien que los otros, y lo otro, son partes inalienables de ella misma. Esta vinculación suya a la tribu es un rasgo que no puede obviarse al definir el daimón de Etnairis, como lo ha hecho Ivonne Ochart a propósito de El viaje de los besos. Esta palabra daimón, tomada de Platón para consignar el rasgo que define un alma, la utiliza Ochart para definir a Etnairis como una “buscadora”. Pero si recordamos que WeYedondequiera, su primer libro, está dedicado precisamente “a los otros”, mientras que María Mar Moriviví, su segundo libro, está dedicado “a la tribu”, podríamos sentir que ese daimón, sin ser erróneo, necesita ser redefinido. Considérese, sino, que de la misma manera que en WeYedondequiera la autora se ofrece como medio, como intermediaria, como la estación radial a la que se refiere el título, WeYedondequiera, dirigido a retransmitir una voz que es tan propia como habitada por los suyos, Pachamamapa Takin es un libro que recoge el proceso de una introyección, una trasmutación, la asunción de otra otredad –tan astral y cósmica como el barro y el agua de los ríos– que valida su proximidad a la verdad milenaria de la tierra.
Áurea María Sotomayor observa ya en 1987, a propósito de su libro Ariadna del agua –aún inédito, aunque incluido en la antología titulada Entre ciudades y paraísos, de 1989)–, en lo que llama la tercera y cuarta etapas en la evolución de la poesía de Etnairis, un reencuentro consigo misma que culminará con su regreso a la geografía del Caribe. Se trata de un regreso a la referencialidad del mundo, pero introyectado. Culminada la peregrinación, asimilado plenamente el espiritualismo alucinante, salvadas las dicotomías del cuerpo y el espíritu, del mundo externo y del interno, Etnairis, a juicio de Sotomayor, “se posee” más serena y consciente, con mayor equilibrio. Ello quizás explica en parte el erotismo de su libro anterior, El viaje de los besos, libro en el que la referencialidad se convierte, a través del mirar introspectivo, en autorreferencialidad, pero en el que también, habitada por la otredad, autora se encuentra en un diálogo de fusiones, una relación de intercambio con lo otro, que propende siempre a la superación.
En Papiros de Babel –de 1991– aparece resumida su poética de esta forma:
“Creo en la poesía de vivir, en el arte en su función liberadora y espiritual. En mi trabajo hay un hilo firme que reclama justicia, la independencia para nuestra patria sometida al coloniaje, solidaridad con nuestra amada América. Hay también la voz de mujer universalista dada a la libertad y la paz. Todo ello enmarcado dentro del amor y de las fuerzas dadoras de vida de la madre Naturaleza, proyectándose hacia nuestra procedencia cósmica” (356-357).
Es notable cómo ella misma privilegia la función liberadora del arte, y casi sin mediación, la enlaza con el reclamo de justicia e independencia, y de solidaridad con la América Nuestra. La reivindicación de la mujer aparece en una función de categoría secundaria, no para disminuir su importancia, sino por resaltar la magnitud de los valores privilegiados. Aunque ella se identifica con alguna razón con la generación del setenta y cinco, y no con la del sesenta, lo cierto es que su voz, como la mía propia, está justo en ese tránsito de generaciones y responde a su debate y a sus principios.
“Será mi nombre crisálida”, dice con gran acierto Etnairis en un verso, para subrayar su vida como un proceso de superación constante, porque la evolución que puede verse en la poesía de Etnairis va, en efecto, desde el desconcierto de la oruga, y a través de la transformación –o el peregrinaje íntimo hostosiano– de la crisálida, hasta la majestuosa mariposa que nos sorprende hoy. Pero cuidado, porque la mariposa que brota de esta crisálida no es una tierna y frágil criatura a merced de cualquiera. Antes bien, es como la doña Bárbara de Rómulo, una devoradora, un amor armado.
Pasemos al cuaderno.
Intervenido es un participio que utilizado como adjetivo hizo fortuna en textos clásicos de nuestra literatura histórica para describir lo ocurrido con el país tras la guerra imperialista de 1898. A la vez elusivo y eufemístico, es un hallazgo verbal con gran poder de sugerencia. En el caso que nos ocupa, se trata de un cuaderno de poesía en el que la palabra aparece en forma plural: Intervenidos. Esta vez la otredad la constituye el pueblo de Vieques, a quien se le dedica el libro, en primer término, pues a los viequenses le añade Etnairis “todos los que han dado corazón y vida por la libertad de nuestra Patria”. Es decir, que la lucha contra la marina del pueblo de Vieques se vincula, con razón, con las luchas de todos nosotros por obtener la libertad de la Patria –con mayúscula inicial.
La portada la conforma un cuadro de Elizam Escobar titulado “Meditación de un siglo: Puerto Rico 1898-1998". La meditación de Elizam es, como los versos de Etnairis en este libro, un prodigio de síntesis. Aparece una niña, indefinidamente crecida, en primer plano. La niña, con los ojos cerrados y la piel llena de manchas, acaso muerta, tiene los pies descalzos, el pelo largo como una mancha oscura que se extiende hacia atrás sobre una isla, y lleva en las manos un reloj de arena y una regla de ángulos rectos y perpendiculares. A mitad de ambos brazos hay un área descubierta de piel, acaso llagas cancerosas, que muestran hilos como venas. Una solitaria amapola roja en una isla montañosa, cercada por un mar bravo, una luna muy tenue y un búho perdido. La amapola nos evoca el recuerdo de las ramitas verdes en el olmo viejo y vencido que le insuflan esperanzas al espíritu de Machado que ve irse sin remedio a su joven esposa Leonor. La imagen de desamparo de la niña está en abierto contraste con la espléndida amapola.
Intervenidos abre con un exordio extraordinario que nos remite, dicho sea en palabras de la autora, “ a nuestra milenaria lucha antillana”. Por un lado, tiene dos epígrafes de los poetas nacionales Juan Antonio Corretjer y Francisco Matos Paoli. El primero, es un fragmento de su “Salva por Vieques” en el que exhorta, a modo de arenga, a cerrar filas. El epígrafe de don Paco, es, por otro lado, la conversión, en un conjuro de paz, de una visión de pájaros en el cielo. Presente y futuro. Lucha y victoria. Falta el aporte de lo pretérito. Faltaba, pues por otro lado, el preámbulo del libro está compuesto por unas “Décimas de Eugenio María”. Con ellas la poeta evoca al maestro de patria que es Hostos para rendirle homenaje en el centenario de su muerte y para consagrar su poesía al servicio de la libertad. La lucha de Vieques está insertada en un río ancestral poblado de episodios heroicos, y en cada episodio, un gran poeta.
El libro está constituido por un solo poema, dividido en quince cantos, escrito en su totalidad en 1999. Esta concepción del libro como un solo poema dividido en cantos es una tradición ya vista en libros previos, acaso aprendida tras la falta de unidad que alguien le señaló a WeYedondequiera. Cada canto aparece dispuesto a razón de una página por estrofa, estrofas generalmente breves, de tres o cuatro versos por regla promedio, aunque alguna –un acróstico de Vieques– tenga siete versos. Si contamos las tres décimas a Eugenio María, son un total de 68 estrofas.
A pesar de las tres décimas iniciales, el libro propende absolutamente al verso libre, sin rima plausible. El ritmo y la dicción varían, a veces como prosa, en otras ocasiones con una cadencia íntima, casi danza. El tiempo parece fijo, como el espacio, condensación de todo un siglo que se ancla en su final para reverberar entre espejos. La autora vuelve una y otra vez sobre el tema, como si quisiera imitar el vuelo de gaviotas o dispersarse entre las páginas del libro abierto como las alas de la mariposa. Con cada sobrevuelo se acumulan percepciones, se acrecienta el juicio severo de una conciencia solidaria, pero sobre todo, se eleva una emoción que se desnuda poco a poco de sus velos.
El primer canto es una definición de sí mismo. El canto se clama “justiciero” y delinea con rapidez un plano de lucha de opuestos compuesto por una lado por la “bestia”, demonización de los marines, y del otro por los “ángeles libertarios”, inviolables como el amanecer, santos de pasión redentora, en pos del día libre y verdadero sin yanquis ni bombas. Frente al ellos, se define el nosotros y lo nuestro.
El segundo canto apuntala el contexto de la lucha. Como si quisiera anticipar la objeción de los posmodernos del patio, se retrata contra el siglo atormentado, es decir, el siglo XX, siglo de la invasión, época de la intervención, para validar su reclamo de nación. A la validación de su reclamo de nación, añade que la colonia no es un concepto que se enmarque tan sólo en narraciones totalizadoras colectivas, pues la nación colonizada también se vive como una experiencia individual, en el plano personal de cada uno. La biografía misma de cada cual testimonia la colonia. Por eso combate la idea de los posmodernos del patio que han impuesto una noción que niega la patria. Lo hace recapitulando lo que ha sido su vida, el largo peregrinaje, la experiencia del exilio que la trajo, después de recorrer el universo, como si fuera su “signo” o su destino, a este mar donde la vida tiene más sabor porque viene del amor.
El canto tercero reniega del progreso en inglés. Etnairis distingue muy sabiamente entre ese apetito desmedido por el dólar y por el fantasma del progreso que nunca se alcanza y el valor, infinitamente más apetecible y urgente, del bienestar comunitario perdido, como una experiencia cotidiana. Frente a la bandera norteamericana, cuyas franjas convierte en los barrotes de una cárcel, el canto cuarto está dedicado a la bandera nacional. El demostrativo “esa” aplicado a la estrella en su cielo azul seguro, le otorga a la expresión familiaridad, cercanía. Ella es la meta, aunque el camino a ella nos imponga pasar por la noche mística de la purgación y del salmo. La lengua es el ser que nos afirma y define.
En el canto quinto la voz cambia de perspectiva. Habla ahora la marina, la voz de los corredores de moneda, la máscara que detiene, engulle niños, lanza veneno, quema los bosques, bombardea muerte, convirtiéndolo todo en campo de batalla, es decir, campo de muerte. Pero en el canto sexto la voz regresa a lamentar la tierra desvastada como una zanja. Como resabio de versos anteriores, Etnairis ve aindiada la cara de la herida, y como reverbero de su Pachamama, evoca al mundo natural, la fuerza telúrica que se manifiesta en el maíz andino, la flor, los pájaros, un sol que avanza inexorablemente, pues la tierra es un solo cuerpo.
El canto séptimo, que acaso podemos considerar núcleo y clímax del libro, es uno de los de mayor ternura. Ahora aparece por primera vez el nombre de Isla Nena, el cariñoso apelativo de Lloréns Torres para Vieques. Es con mucho, el canto más extenso, pues en lugar de las tres o cuatro estrofas por canto que son norma, tiene trece. El corazón de la Isla Nena, roto por las balas, “intervenido”, aún late y aún alberga sus tesoros: estrellas de mar, flamingos, conchas, niñas, corales, astros, en una enumeración de motivos representativos que se extiende para evocar, mediúnico, el espíritu protector del agua, cuya bella aura persiste y resiste, escudada por la luna de la sombra que enferma y trastorna. Destaca aquí la convicción que no sólo interpreta positivamente el momento presente, sino que anticipa un futuro de triunfo.
Sin embargo, otro aspecto de interés en este canto es que recoge también los elementos que capturan o articulan la imagen de Elizam dispuesta en la portada. Se podría debatir si el poema viene tras la imagen de Elizam, o si Elizam crea tras la concepción metafórica de Etnairis. En efecto, se habla aquí de la mirada triste de la Isla, “lenta y larga / como un siglo / en un reloj de arena”, la sombra, la calavera, la resistencia que la hará sanar de amor “con una amapola roja / que a su lado crece/ y despierta”.
El canto octavo es uno de los más breves. Caracteriza aquí al “mercader del oprobio”, dueño de la escena dantesca. La utilización de la palabra mercader para referirse a la personalización del poder maligno que se cierne sobre la Isla Nena sugiere que Etnairis conserva la noción socialista de lucha de clases que aprendió en los sesenta. En el canto nueve el sujeto cambia al “burócrata”, también demonizado. Es el personaje con máscara de benefactor o antifaz de demócrata, que representa el engaño, instrumento del crimen. Va a la iglesia, pero milita a la derecha de la derecha, y ciertas mujeres lo disgustan extremadamente.
En el décimo canto, ya transido de amor dolido, pierde el tono y exclama. La voz habla desde la garganta de la poeta que se siente asfixiada con ese sufrimiento de la isla que la persigue más allá de los sueños y más allá de su lengua. Como decir, que sufre su calvario hasta donde su voz no alcanza. Esa cerrazón de la visión fracturada de la tierra se anuda aún más en el canto undécimo. Predomina la sensación de incertidumbre en todo, incluso en la intimidad y el amor, y la pintura desgarrada de la actualidad, la presencia inevitable de la arrogancia de las bombas, las carencias, la usurpación. No obstante, la voz que se solidariza en el nosotros, resiste, resurge, vuelve. Renace siempre por la verdad, el amor y la belleza. Por eso puede resaltar en el acróstico que conforma el canto duodécimo la contemplación de Vieques como un “querube”, y una esperanza, para terminar clamándolo, finalmente, ya en el canto decimotercero, como “paraíso”.
En el canto decimocuarto, Etnairis se conmueve ante la respuesta a la exhortación hecha en el canto anterior a luchar por reconquistar el paraíso. La voz poética parece dirigirse a los desobedientes civiles y a los que ocupan los campamentos permanentes de protesta. “Habráse visto tanto amor”, dice la voz sorprendida ante el sacrificio de tantos, y mucho más allá del poder convocador del deseo. Ya en el canto final la voz hablante adopta una nueva perspectiva, que desde el futuro se refiere a la historia como una ya pasada y la repasa como la narración de un mito primitivo, conociendo ya su desenlace, es decir, con decidido optimismo. Ya al final no sabemos si la redención que la autora coloca más allá de la verdad, donde reina imponderable la certeza, se refiere sólo a Vieques, la Isla Nena, o a la Madre Isla entera, como la llamó Hostos.
Intervenidos, ya para recapitular, es un cuaderno que guarda una posición de privilegio en la obra de Etnairis Rivera. Joserramón Melendes había observado ya en Poesiaoi Antología de la sospecha, de 1978, que la obra de Etnairis era importante por su sinceridad, por su intensidad, por su conocimiento de la lengua, y cito literalmente, por “una gracia especial para sus juegos” (Qease, 38), valores todos presentes en este cuaderno. Un rasgo indeleble y constante de la poesía de Etnairis está en ese plano de su voz, íntimo y verdadero siempre, desde su primer libro. El lector de Etnairis se siente, literalmente, tocado, tocado con calor de piel. Así aquí, y desde la brevedad del poema que se ofrece casi como exhalación, breve como una respiración apurada, repuntado como si se pronunciara a dos voces, alternadamente, con el tono tierno de un amor que simultáneamente se contiene y se desborda. Etnairis crea en este libro, en una nueva versión, su propia temporada en el infierno, su propio tránsito por una nueva comedia divina. ¿Será la noche de Dante, la noche de San Juan o, sencillamente, la noche de la oruga? De manera asombrosa, la autora logra inmiscuir al lector, apelar con tal fuerza a la conciencia, que su tránsito se convierte en el tránsito de todos. La lucha de Vieques, intervenido, ¿o la lucha de todo un país, intervenido?
¿Habremos hallado en la poesía de Etnairis, nosotros, todos los aquí presentes, salmo para nuestros agobios de hoy? ¿Habremos comprobado la reveladora verdad de las palabras de Hostos, de aquellas palabras que sostienen que los pueblos más tiranizados son los más líricos? Cómo ocurrió con Martí, les pregunto a ustedes, ¿habremos hallado en la poesía de esta noche viequense la energía necesaria para emprender una nueva militancia de redención comunitaria? ¿Sabemos que por todas partes del mundo se organiza un movimiento, fuera de partidos, que apela a la esperanza que milita en la confianza de que es imperativo cambiar las versiones adulteradas de la democracia, con el lema de que un nuevo mundo es posible? Veamos si nos suenan más luminosas las palabras de Hostos que les recordé al comenzar:
Bajo el pie de la coacción lucha el cohibido,
y del contraste entre la fuerza vencedora
y el derecho no vencido,
surge la vocación poética de la sociedad,
hecha carne,
hecha hueso,
hecha hombre,
hecha individuo
en el poeta lírico.
En el libro Etnairis evoca, invoca y convoca estas voces heroicas enterradas que a su conjuro se levantan y se pasean, ahora mismo, por todo el ambiente. Se trata, justo es señalarlo, de una edición depurada con el mayor cuidado por una poeta de experiencia en la edición de libros, que es además profesora, amante del libro, y responsable de la importancia que el libro tiene en la forjación de nuestra comprensión del presente. No sé quién redactó la nota de presentación del libro que aparece en su contraportada, pero me parece tan perfecta la siguiente expresión que quisiera leerla, para terminar con ella:
“ Anclada en la tierra pero habitada por el mar, la poeta interviene con nosotros para llevarnos al más allá de la verdad: a la certeza. He aquí un compromiso, una convocatoria, una invitación a todos nosotros a resistir con las armas del pensamiento y la belleza”.
Poeta, le confieso que este libro, como usted misma, también ha intervenido en mi vida.

*Presentación que hice del libro de ETNAIRIS RIVERA, "INTERVENIDOS", en la Feria del libro en Santo Domingo, en abril de 2003.





Julia de Burgos: "Me llamarán poeta". Las Actas del Simposio

 .


La Revista/LIBRO publicado por la Revista EXÉGESIS que contiene todo el material del Simposio celebrado en la Universidad de Puerto Rico en Humacao con motivo del Centenario del Natalicio de JULIA DE BURGOS, está ahora disponible en PDF en
Internet Archive:
https://archive.org/details/exe-76-78-l-1-432/EXE%2076-78%20L-1-432.pdf















jueves, 24 de abril de 2025

Julio y yo



In Memoriam
 

domingo, 15 de septiembre de 2024

"Tiempos de ser" de José M. Maldonado Beltrán

 .


"Tiempos de ser" 

de José Manual Maldonado Beltrán


¿Quién dice que 82 años sea edad para frutos postreros?


José Manuel, José, Pepe, como se le llama indistintamente, es un Catedrático Retirado de la Universidad de Puerto Rico en Aguadilla. Se distinguió en la Cátedra de Filosofía y de Humanidades, y se distinguió en la lucha de clases desde la trinchera sindical de los profesores universitarios. Se distinguió por una intensa y rica vida creativa –que es menester resumir–, tanto y en cuanto coautor de antologías de lecturas para cursos de Humanidades –Cultura de Occidente: El asombro de los siglos, y Cultura Occidental: Poder y pensamiento– , como por su intensa tarea de divulgación intelectual y académica al fundar y distribuir numerosas revistas como Método y sentido, El Cuervo y Luciérnaga, y además, editoriales universitarias y extrauniversitarias como Colectivo Humanista, El Cuervo Dorado, y Arco de Plata. Es autor de un sinnúmero de artículos y ensayos de temas filosóficos de temas de antaño y otros de hogaño publicados en diversas revistas y libros. Fue también autor de cinco poemarios, uno de ellos distinguido por el Pen Club de Puerto Rico.

José Manuel fue uno de esos andaluces cerriles, de una ironía fina y cinismo oportuno, siempre acompañados de una chispa de ingenio dulzón y feliz que desarmaba. Nació en Almería, vecino de Granada, en 1941, y tras un paso trashumante, por Estados Unidos y Ecuador, el amor del bueno al mejor nos lo dejó sembrado en el patio patrio donde plantó tanto semillas, raíces y grabados en piedra y mármol. Estas líneas tienen el propósito de señalizar y celebrar su paso entre nosotros. No evaluaremos su obra, solo damos la feliz noticia de que, el mismo día que guardó silencio, balbuceó sus amores con la letra encendida de la poesía: Tiempos de ser (Arco de Plata, 2024), dedicado a quién y quiénes merecen su abrazo: “A Carmen y a los amigos/as siempre”.

José eligió para portada la obra de Remedios Varo –pintora y escultora surrealista nacida en España –1908 -1963– titulada “Rompiendo el círculo”. Cuando vimos la imagen, en tonos más oscuros entonces, quedamos impresionados. En el contexto de la caída lenta del poeta, la imagen que nos presentó tuvo un efecto que trascendía la magia, una aparición de brujería que emerge de lo oscuro, una colisión de vida y muerte en una cabeza enramada, ojos fijos y penetrantes, las piernas rojas, el pájaro, esa vestimenta como de sudario desgarrado, ese bosque a luz de luna en el pecho, y que lleva en ambas manos un aro que la envuelve, roto. La versión publicada es menos oscura, entre ocre y cepia, y luce espléndida pues muestra mejor sus atributos. Sugiere que se ha roto el círculo que cierra: una especie de superación o liberación de la fatalidad. La última obra de la autora –Varo– se titula “Naturaleza muerta resucitando”, tema que a nuestro juicio está emparentado, o es vinculable, con la obra seleccionada por José. ¿Están ambos, pintora y poeta, encriptando la cripta para nosotros?

El autor no tenía debilidades teológicas. Su vida fue una oda a la vida que vivió de forma operática, y plenamente consciente de que la libertad no se realiza en el plano personal, sino en el colectivo. De modo que fue un ser humano cenitalmente solidario, nutrido del anarquismo revolucionario que es la forma más radical de la fraternidad. Evocando esa fraternidad, y en la ternura filial y la caricia suave del canto póstumo de Juan Ramón Jiménez a su amadísimo burrito Platero, se despidió de mí. Pero esa despedida dejó grabada, como palabra sobre una lápida, esta inexorable y misteriosa sentencia: “tiempos de ser”.

Si hubiera sido tiempos del ser, nos hubiera dejado en ese momento con nosotros al filósofo. Pero tiempos de ser sugiere una nueva etapa de ser, un nuevo modo… de quedar. Y es de advertir que no nos habla en singular, sino en plural: de la pluralidad de maneras de ser, no sabemos si etapas sucesivas, momentos simultáneos, o ambos.

El libro contiene 58 poemas breves de tono menor, palabra de canción y conversación, en casi todos los poemas cristalina, y con notables imágenes a veces en vocabulario raso, y algunos neologismos felices (“murcielagar”, por ejemplo”). En muchas ocasiones se decanta tuteando a alguien cercano, íntimo, y en otras muchas germinan como observaciones o reflexiones, y algunas certezas concretadas en desmentidos panfletos.

El prologuista, Carlos Hernández Hernández percibe en el poemario en su conjunto una “dicotomía entre caos y serenidad” que nos recuerda el concepto de caosmos que apreciaba algún tiempo atrás el autor.  Añade Hernández que en sus versos se “matiza (…) la lucha entre la desesperanza y la esperanza, la caída y el sostén”. Y luego, añade aun, “un homenaje a la resistencia y la supervivencia de los libros que han evadido la censura o el olvido”. Esas ideas nos retratan bien al José que conozco.

En efecto, debo decir, se trata de un conjunto de versos de “un puño en alto”, “del fragor de los ejércitos” que martirizan –por ejemplo, a Palestina–, del “problema es la desigualdad, carajo”, de “los piratas neoliberales”, el “terrorismo en el cuarto mundo”, y la “crisis mundial”, de la “enfermedad proletaria” del autor, incluido en ese conjunto, además del imperialismo colonial, y la crisis ecológica: “Pinturas rupestres”; “El informe del tiempo”.

 

Las revueltas

hay que amarlas,

como los hombres

y las mujeres

se quieren.              (“Otra ley del movimiento”, 60.)

 

Si quieres saborear la libertad,

amasa un pan con amor

y pequeñas desobediencias,

a la violencia de la torre,

que rebasa lúbrica el ímpetu

sumergido de los sueños

y la fuerza de los bosques,

que aún nos pueblan.

No temas al lobo feroz…         (“No temas al lobo feroz”, 63. )

 

Sin embargo, ese no es el eje en este libro. En esos temas y tonos acuñados en sus convicciones y en los motivos urgentes de su vida, hay otro polo mucho más imperioso, deseado, y como añadía el poeta de Moguer en su tercero mar, “deseante”: deseado y deseante.

Uno es la manera en la que el científico-filósofo y poeta que fue –un poco a lo Jacob Bronowski, que fue su tema de tesis doctoral inacabada– intercepta las certidumbres matemáticas de un Albert Einstein, por ejemplo, con la presencia indubitable de los imponderables, o como dice en el primer poema, “lo inmensurable”. “…aunque nada se pierda siempre”; “hembra es la intimidad del ADN”. “Sócrates y Frankenstein / son hermanos de sangre”, pero Sócrates feo y Frankenstein tierno. (24) Y, brillantemente:

 

Admito la necesidad

del cálculo, pero prefiero

el pulso de tus venas azules

en la punta de mi lengua;

por fin sé a qué sabe tu beso…   (“La necesidad del cálculo”, 58.)

 

El otro polo, columna vertebral de todo el conjunto, es aquella en la que antevé y presiente la proximidad del cambio súbito y profundo del paso al allá, con su amor a la vida, fundamentalmente en la forma del amor de pareja vivido. Este último tema arrastra en su marea la totalidad del conjunto porque esa totalidad fue compartida. Es por eso que generalmente el discurso apela a una presencia innombrada a la que se tutea –o apela–, o con quien se habla.

No quiero citar textos sobre el “inconveniente” de no haber “aprendido a vivir con la nada” por razones que se adivinarán, pero abundan. Pero sí me asomo discretamente por la ventana en que se ve, “tarde en la tarde”, “lo que palpita debajo de las hojas”, cuando dice:

 

Hacerlo contigo despacio,

con premeditada letra redonda.

 

Y luego:

Sentí tu aroma (…)

y no quise despertar…    (“Tarde en la tarde”, 21.)

 

Todas estas ramas, y otras más, conforman el cuerpo poético de este libro que no será póstumo porque lo nutren estas raíces perennes.

 

¿Quién me dirá como soy

cuando tú no estés?

 

se pregunta, y parece que se contesta de este modo:

 

…sabemos que una vida sin pasado es

                un relámpago de un futuro en ruinas

y así departir con el viento

y las gaviotas del Caribe

que me enseñaron a volar contigo

soles de plenitud inacabada.”      (“Hace tiempo que no pasas”, 84.)

 

El filósofo, interceptado por el poeta, ha roto, en esta poesía de su última palabra, el círculo del enigma de la muerte que nos sugiere la obra de portada:

 

Es la vibración

la música

                y el concierto

la velada y esquiva certidumbre

de las entrañas del átomo

donde la masa del beso y

la energía despliega

un universo

                en construcción.        (“El lugar que habitamos”, 86.)

 

Es decir, ni siquiera se trata de reconstruir. La realidad, como la vida, es un todo en continua construcción (o transformación). Va siendo y permanece. Nada perece en este lugar que habitamos. Es otra manera de ser… o estar. Está aquí, conmigo, en nosotros y con nosotros, y ese nuestro gran consuelo.

Como apuntamos al comenzar estas líneas: ¿quién dice que 82 años sea edad para frutos postreros?


Marcos Reyes

https://www.80grados.net/tiempos-de-ser-de-jose-manuel-maldonado-beltran-1941-2024/

viernes, 6 de septiembre de 2024

Betances vs Baldorioty

 

Baldorioty vs. Betances

La biografía de Roberto Ramos Perea 

sobre Román Baldorioty de Castro.

 

Hace pocos meses (2024) Roberto Ramos Perea publicó un “tratado biográfico” sobre Román Baldorioty de Castro.  Vaya por delante afirmar que se trata de una labor investigativa erudita y monumental, y que viene acompañada de otros tres volúmenes que recogen la obra escrita por Baldorioty, la publicada que conocíamos, y otros impresos inaccesibles hasta ahora, y, además, material inédito.

La presente nota no pretende ser una reseña de estas obras, sino tan sólo una expresión de desengaño sobre un aspecto solo. Tengo enfrente, para sosegarme en su contexto, la biografía de Ramón Emeterio Betances de Félix Ojeda Reyes, y el extraordinario libro póstumo que nos legó: La protesta armada, obra que sale casi a la par con la de Ramos Perea.

La crítica académica de las últimas décadas insiste, saludablemente, en la revisión y reevaluación de los juicios enunciados antaño sobre todos los temas a partir de los nuevos enfoques, descubrimientos, y métodos de análisis. Desde luego, ese examen permanente de lo que muchos califican como la narrativa repetitiva de un canon, es un factor medular en la comprensión de una realidad histórica en continuo desarrollo, plegada de alteridades, cauces efectivos y defectivos, posibilidades engarzadas y perdidas, lagunas y sombras. Pero eso no es lo mismo que el estudio que tiene como método argumentar para intentar demostrar premisas previamente adjudicadas. Así se hizo hace unas décadas con Hostos.

La publicación de obras como esta de Ramos Perea sobre Baldorioty de Castro es siempre una fortuna. Pero hubiese sido mejor si el autor no se hubiera valido, para enaltecer a Baldorioty de Castro, de reducir y descalificar parcialmente la obra de Ramón Emeterio Betances. Hacer un comentario breve al respecto de ella es el motivo de estas líneas.

Una de las columnas fundamentales en las que Ramos Perea se apoya es el uso de una argumentación dirigida a demostrar premisas prejuzgadas. En este caso, es la apología de la ruta, el método y el ideal primordial que siempre ha definido a Baldorioty, incluso por confesión propia: la aspiración a la autonomía de Puerto Rico, y el método de las reformas liberales, que históricamente se prolongó durante el siglo XX, principalmente por el Partido Popular, pero encallado y francamente senil en este primer cuarto de siglo. Las apologías impresas en el libro y sobre el libro provienen de este sector.

Para exaltar a ese Baldorioty, el autor se halló ante un escollo formidable: Ramón Emeterio Betances, y la ruta del “republicanismo democrático revolucionario” –como lo define Carlos Rojas Osorio– en la que persistió toda su vida. Otra de las cosas que lamento en esta obra es que se intente acudir a Eugenio María de Hostos para validar sus argumentos contra Betances. A mi juicio, el autor tiene un objetivo en la mira respecto a Betances, pero en lo que concierne a Hostos, no lo comprende.

Aunque por un corto tiempo (1874) se viera Baldorioty acorralado y, por eso, dispuesto a participar en las conspiraciones armadas que organizaba Betances, Baldorioty, “como ‘súbdito’ de España –así puede leerse en el tratado (Ramos Perea, 5)– se negó a proponer las armas como vehículo de esa liberación”. No empece, cree el autor, con el tiempo, se ha considerado a Baldorioty y a Betances, igualándolos, “padres”, “ambos”, de la Patria Puertorriqueña. (7) Quizás sea así para los amigos del autor, pero no para los que conozco y reconozco. Pues, ¿cómo se retrata a Betances en este “tratado” biográfico?

Ramos Perea insiste, e insiste, en retratar a Betances de los siguientes modos: su lucha armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin posibilidades; Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante (98); de una arrogante desconfianza; la arrogancia del llamado Pater de Patria (294); testarudo; irracional (142, 284); autor de un comentario fratricida de una soberbia asombrosa (163) que mostró una  espiral de odio sin límites;  que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su liderato (296); que abandona el barco de “su” revolución (151), cuando ve amenazado su liderato (280), o en peligro de hundirse (297); que lo que pensaba de sus compatriotas y de la propia posible revolución de su país se reducía a su único interés por el poder; que al verse amenazado por la integridad y el entusiasmo de Hostos, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de la nación (276); que se plantó en su eterno resentimiento contra el autonomismo, “proclive a la alienación y a lo que más tarde Lenin –en 1920– llamaría ‘infantilismo de izquierda’”. (151)(¡!)

Así describe, a su juicio, parte fundamental de la práctica de Betances. Añade que, tras la muerte de Baldorioty, “hubo de esperarse tres años para que Betances tuviera la honradez intelectual de admitir las cualidades de Baldorioty”.

Dudo –y lo comento porque para mí importa– que Paul Estrade, o Félix Ojeda Reyes, hubieran, ni remotamente, rubricado tales juicios. Pienso que Félix no estará en paz en su sepulcro.

Según el autor, Ramos Perea, “la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible” en virtud de la inferioridad numérica, geográfica y militar de Puerto Rico. Por otra parte, Baldorioty –dice– se muestra, además, incapaz de comprender la atención, la solidaridad y la cooperación de Betances con la libertad de Cuba, Haití, la  República Dominicana.

Para solo citar autores recientes, Paul Estrade, Félix Ojeda Reyes, Carlos Rojas Osorio, entre otros muchísimos estudiosos de su obra, algunos de los cuales Ramos Perea tiene la honradez de mencionar, entienden las cosas de otro modo. Para ellos –quiero incluirme– no cabe encasillar exclusivamente a Betances en la estrategia de la revolución armada. Siguió varias estrategias, tomando nota de las circunstancias. En un principio, antes e incluso inmediatamente después de Lares, sostuvo la ilusión de que fuera posible negociar los diez mandamientos de los hombres libres con un gobierno español republicano en cuyo seno se oían voces protagónicas que creían en crear una federación con las dos Antillas y simpatizaban con una república democrática federal que incluyera en igualdad de condiciones a las Antillas. Hostos oyó, cara a cara, en discusiones francas y abiertas, y en textos publicados, a muchos futuros líderes del gobierno español que simpatizaban con una federación, y una república, que incluyera las Antillas, e incluso con el socialismo proudhoniano, y que se comprometían. Pero Betances vio pronto, Hostos quizás muy poco después, que en la misma metrópoli las reformas democráticas que pedía para sí el pueblo español, y las aspiraciones autonómicas que necesitaban los pueblos de España, se esfumaban una y otra vez. ¿Cómo esperar entonces de ella que satisficiera los deseos de reformas y de autonomía que le manifestasen las lejanas provincias antillanas? La conclusión obvia era que como expresara, Betances, y como él Hostos: “¡España no puede dar lo que no tiene!”. Sabían ambos, además, que si durante el corto gobierno republicano fue un espejismo breve, y muy pronto, un imposible entendimiento, en la monarquía que se reinstaló muy pronto, lo era menos. O, más claramente, absolutamente imposible.

Estrade define varias estrategias que siguió Betances: la de la revolución en España; un posible entendimiento con el gobierno revolucionario republicano que tomó el poder en 1868; la vía indirecta de la consolidación de una república dominicana próspera y democrática; la vía de la obtención simultánea de la independencia de Cuba y Puerto Rico por el triunfo del ejército mambí, tanto en la guerra del decenio, como en la guerra iniciada por el partido revolucionario cubano-puertorriqueño. Hostos coincidió con ellas, y formuló otras más. Para Estrade y Ojeda Reyes la praxis de la revolución armada de Betances no respondía a su terquedad, como se dice, sino a la terquedad del gobierno colonialista español, de facto, históricamente inamovible.

Hostos abogó incesantemente ante el gobierno español por reformas para las Antillas, pero dentro del contexto de una federación previa fundada entre las Antillas y España, es decir, fuera de toda pretensión de “asimilación” a España, como aspiraban muchos autonomistas (185), y que, por el contrario, preparase y condujese eventualmente a las Antillas hacia la soberanía plena conforme al modelo canadiense otorgado allá por Inglaterra. Su extenso artículo sobre este tema específico es de 1867. Para principios de 1869 Hostos ya había rechazado esa ruta en términos definitivos para no regresar a ella jamás, como sí lo hizo Baldorioty. Lejos estaba Hostos, antes, entonces y después, de que esa aspiración suya a la soberanía hubiese sido solo una de inspiración romántica y juvenil, y es falso eso de “que no estaba dispuesto a sacrificarse para que otro se llevara la gloria”. ¡Cuántas veces estuvo no solo dispuesto, sino que deseó e intentó combatir lo mismo en la manigua cubana que en las vegas de Puerto Rico!

Hostos había aconsejado el 31 de diciembre de 1868 el retraimiento en las elecciones a Cortes convocadas por el gobierno provisional español, si estas no se celebraban en condiciones “absolutamente liberales”, y bajo “el imperio del sable”. Mas, en el caso de que en Puerto Rico se impusiera tal elección, aconsejó a varios candidatos, empezando su lista con Baldorioty y terminando con Betances. Betances está último en la lista, pero es el primero que aconseja elegir porque es “el primero en sacrificios por su patria”. En su lista aconsejada, incluyó también a Alonso, Tapia, Acosta, Tió, Vizcarrondo y Ramos. Las elecciones se celebraron del 15 al 18 de enero del 1869, pasado ya el famoso discurso del advertido rompimiento con España pronunciado por Hostos en el Ateneo madrileño el 31 de diciembre pasado.

Véase que las fechas de estos eventos se yuxtaponen. Los ponceños le solicitaron a Hostos, con fecha del 24 de diciembre de 1868, que presentara en su nombre al gobierno provisional una serie de peticiones. En cumplimiento con su petición, Hostos pide y celebra entrevistas con el general Serrano, jefe de Gobierno, que se celebraron entre el 19 y el 22 de enero, justo cuando acababan de celebrarse en Puerto Rico las elecciones a diputados para las Cortes. Hostos les informó el 23 de enero a los ponceños que, en resumidas cuentas, “Puerto Rico no debe esperar nada de una metrópoli que la desdeña (… y) le niega los derechos y libertades que podrían haberse planteado en ella”. Diría en una de sus constantes recapitulaciones y examen de sus acciones que, “los diputados que el capricho y la arbitrariedad eligieron en Puerto Rico, llegaban a Madrid para servir de juguete, como sirven, al interés de un ministerio o de un ministro”.

Respondamos a la diatriba sobre si la obstinación de Betances con la revolución armada fue una sin reflexión, sin preparación y sin posibilidades, y que Betances era un hombre de una impetuosidad arrogante, testarudo; irracional, “hasta los límites de la vesania”, de un odio sin límites que acostumbraba a quemar sus naves por su ansia de mantener su liderato; se reducía a su único interés por el poder, se rinde a lo más bajo que puede hacer un revolucionario, intrigar y traicionar a los suyos y poner su propio interés por encima de los intereses de la nación, su apoyo a la independencia y confederación de las Antillas, sin aparente conciencia de lo limitado de las fuerzas militares insurrectas.

Entre lo primero que afirma Ramos Perea en este libro, justo en la introducción, sobre la idea de desarrollar una lucha armada en la colonia, está lo siguiente:

“¿A qué martirizarse por ella? Esta conciencia clara de inferioridad numérica, geográfica y militar la vivieron en carne propia Román Baldorioty de Castro, Ramón Emeterio Betances, Eugenio María de Hostos, José Julián Acosta y Segundo Ruiz Belvis, no importa lo bravío que fueron sus discursos liberadores, no empece a lo patriótico y exaltado de sus discursos, la libertad por las armas siempre fue –y será– imposible, aunque no por ello menos ansiada…” (4)

Ante este conocido disentimiento, Paul Estrade, por ejemplo, responde que “Córcega tuvo un Paoli, Margarita un Arizmendi, Mariño 50 hombres en Trinidad, Luperón 14 en Capotillo, para iniciar la guerra de liberación que concluyeron victoriosamente”. (309) Cita, además, la proclama de Betances del 27 de agosto de 1871, que añadía que podía haber hasta 15 mil “indios” boricuas, que Céspedes lanzó solo 50 hombres contra España, y pregunta ¿con cuántos contó Bolívar en muchas batallas? Lo cierto es que tanto en Cuba como en Puerto Rico llovieron las insurrecciones a lo largo del siglo; los fondos y las armas se contaron por miles en muchas ocasiones, y los comités secretos que se fraguaban dentro y fuera de las islas se esforzaban por afianzar la organización y las estrategias. Generales militares veteranos y de alta distinción estuvieron prestos a combatir, en primera línea. Todo el tiempo procuraban, tan secretamente, una “organización bien entendida”, que a la llegada de Hostos a Nueva York lo mantuvieron ajeno a ellas. Continuamente enviaban delegados a Puerto Rico a explorar el apoyo, y a comprometer, y a estudiar las condiciones para los alzamientos. Con apenas 80 hombres se inició en 1956 la guerra que culminó en Cuba a fines de 1958 con la derrota de Batista y el triunfo de la revolución. Hostos propuso constantemente estrategias revolucionarias, compromisos en Nueva York y en las Antillas todas, en Colombia, Perú, Chile, Argentina y Venezuela, y formulaba desde 1876 programas concretos para construir países libres tras la independencia.

Sobre el carácter antillano de la lucha por la liberación, todos los grandes protagonistas de las diferentes Antillas, tanto los de Cuba, la República Dominicana y Puerto Rico, todos, concurrieron e intercambiaron programas, estrategias, recursos, armas, dinero y combatientes, e incluso banderas, y además, varios países de Nuestra América, desde Venezuela, Perú, Chile, Ecuador. Porque para todos ellos la revolución no podía poner miras y gríngolas en revoluciones aisladas unas de las otras. Sabían, tanto Betances como Hostos y otros, incluido después Martí, que las Antillas habrían de salvarse juntas o morir. El problema era entonces cómo y por dónde quebrar el poder español en las Antillas. El problema nuestro era, y es, cómo y por dónde quebrarle el espinazo al poder.

Si mucho puede verse en la obra de Betances, de Hostos y de otros protagonistas sobre la complejidad y las dificultades muchas veces insalvables o casi insalvables que tuvo iniciar una insurrección, no puede verse sino una parte pequeña de ella, porque ella impuso guardar innumerables secretos. Ojeda Reyes señala los secretos que mantiene en su registro sobre la “protesta armada” que se fraguó en las décadas de sesenta y del setenta del siglo pasado. Aun así, cuenta –igual que Hostos y Betances– mucho o bastante de lo que fueron dificultades y complejidades de las conspiraciones, pero no deja de admitir que quedan en lo oscuro muchos secretos.

En el prólogo a otro libro de Ojeda Reyes, Peregrinos de la libertad (1992), Ramón Arbona observó que José Martí calificó de “arrogantes” a los más notables representantes de las luchas por la liberación de las Antillas. Con ese calificativo, explica Ramón Arbona, Martí intentaba aludir a un atributo que cubría a estos peregrinos de la libertad, como con una aureola. Esa aureola, de arrogancia, no era sino la manifestación de una impresión sensible producida en los demás por el reconocimiento en ellos de una gallardía, valentía, desenfado y buen aire, que les permitía caminar sin desfallecer, construir donde se pudiera construir, conspirar donde hubiera que conspirar, hacer acopio de fuerzas que no parecen desfallecer, y “mendigar recursos, predicar, suplicar, debatir, combatir y, si derrotados, empezar de nuevo por dónde se pudiera empezar, cómo se pudiera empezar, en un peregrinaje que solo podía tener fin el día que los alcanzara la muerte, en el triunfo o en la derrota”, y a pesar del mareo, los zapatos gastados, el hambre y la pobreza, “pero siempre en brazos de la patria agradecida” (9).

¿Ciegos por la ira? Es cierto que Hostos no buscó en 1898 contar con los partidos políticos existentes en Puerto Rico porque, a su juicio, eran partidos coloniales. Incluye, desde luego, los autonomistas, aunque mantuvo amistad con algunos de ellos, incluyendo a Baldorioty.  Pero aceptó ser miembro de la Comisión que a nombre de Puerto Rico presentó peticiones al presidente McKinley, y fue acompañado de dos anexionistas: Henna y Zeno Gandía. Al culminar sus gestiones en Puerto Rico a fines de 1899, hasta consideró oportuno recomendar a Luis Muñoz Rivera para continuar, a nombre de una comisión, las gestiones en Washington. Betances, por su parte, siempre supo que dos cercanos colaboradores suyos eran anexionistas: Henna y Basora. En su momento consideró que podía contar con liberales autonomistas, como también Hostos, que pensó que una vez insertos en el fuego fraguaría en ellos el patriota. ¿No pronunció aquella hermosa parábola de las hormigas cuyo esfuerzo para arrastrar una presa crece con el apoyo de otras hasta lograr moverla? Con Estados Unidos, Hostos sí intentó negociar, pero nunca una “dependencia negociada” y “medianamente nacional”, lo como intentó Baldorioty con España. (508)

Para mí no cabe duda de que la gesta de Lares, Betances mismo, Hostos, Albizu, Mari Brás y otros gigantes forjadores en Puerto Rico de la lucha armada por la independencia, lejos de convenir en calificarlas de “pírricas ilusiones” (6), robustecieron y aún fortalecen nuestra identidad de pueblo, que es garantía imprescindible de nuestra soberanía e independencia latentes. Pero los autonomistas no lo son en la misma medida ahora, como tampoco lo fueron entonces. Pantanos inamovibles de mañana, como afirmó Betances, y, a fin de cuentas, sostenes del colonialismo. Por fortuna, “el tiempo del pueblo nunca acaba”, como nos recordó Juan Antonio Corretjer.

Me conmueve pensar que para el autor del, no obstante, impresionante tratado biográfico que comentamos, su publicación en este momento cuenta con la fortuna de haber salido a la luz cuando ya Félix Ojeda Reyes no estaba con vida. Pero nos dejó sus cocteles molotov en su palabra postrera, y una “patria agradecida”.

Albizu seas.

Mrd, agosto 2024


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