jueves, 28 de enero de 2010

Don Paco Francisco MATOS PAOLI me dice

Don Paco
Francisco MATOS PAOLI
me dice

    (Don Paco fue un perenne maestro y amigo. Me asomé por su casa aún adolescente para pedirle me ayudara con la tesina del Bachillerato en Estudios Generales. Iba a presentar mi poesía con un ensayo preliminar mío sobre la poesía. Don Paco me acogió enseguida, y desde entonces nos escribimos con frecuencia mientras estudiaba yo mi maestría en la UNAM, y luego conversamos  en infinidad de ocasiones. A principio de los 90, al asumir la dirección de la Revista EXÉGESIS, logré que la Junta Editora endosara mi propuesta de promover la candidatura de Don Paco para el Premio Nóbel de Literatura. Con ese propósito en mente, realizamos en el 1991 un simposio en UPR-Humacao dedicado a su obra.
    Transcribo ahora tres intervenciones suyas sobre mi poesía. La primera, resumida, son observaciones suyas a mi poesía de principios de los 70, incluidas en mi tesina. La segunda es una carta que me envió con motivo de “Pájaros de invierno” en el 1977. La tercera es otra carta escrita en el 1990 con motivo de mi opúsculo “Un océano maya para tus alhambras”, publicado en EXÉGESIS 9.
    Don Paco, además de un poeta sublime consagrado a la poesía, fue toda su vida un lector infatigable y un pensador tenaz sobre el fenómeno poético. Su obra crítica, no recogida en libros, es abundante. “Hombre de palabra” como lo fue literalmente, fue también un hombre honesto, sin dobleces de ninguna índole, franco. No endulzaba ni adobaba sus juicios, no mentía. Por eso, y porque muy pocos se compenetraron tan profundamente como él con la poesía, son tan valiosos sus juicios.   ––   MRD)

 
I. Observaciones en torno a la poesía de Marcos Reyes Dávila. (Resumen.)
     1. En esta poesía abundan, sobreabundan, las imágenes atrevidas y un poco chocantes.
    2. Observo una corriente irracionalista que creo se origina en parte, en la fuente del surrealismo.
    3. Ritmo amplio de envergadura prosística.

    4. Revelación de un intimismo lírico moderado.
    5. También encuentro huellas de Pablo Neruda en esta poesía.
    6. Prefiero algunos poemas como el que empieza: “Algunos pájaros”... A mi juicio es un poema logrado.
    7. También he notado la influencia de Juan Ramón Jiménez... Los poetas que influyen en Reyes Dávila son poetas de formación un poco vanguardista. Este experimentalismo estético es digno de alabanza... No se trata en él de un poeta rezagado, fuera de moda. Sino de un poeta que avizora los horizontes estéticos de la actualidad.

    8. Esta poesía está más allá de la lógica común, o mejor dicho, quiere imitar una irrupción caótica... Las asociaciones que, a veces, hace este poeta son hondamente imaginativas...
    9.  A pesar del vuelo intenso de la frase poética, observo también una caracterización que casi siempre desemboca en la sencillez de dicción.
    10. Todavía este poeta no se ha contaminado con la poesía panfletaria al uso hoy día...
    11. A veces aflora la melancolía. Pero el sentimiento estético, tantas veces encumbrado, vence el dolor. No podría calificarse a Reyes como poeta neorromántico. Este poeta está lleno de contención...
    12. Lo verdaderamente ejemplificante de esta poesía es su buceo interior de sutilidades. Hay hondura maravillada en el brotar de las imágenes.
    13. Hay ansia de lejanías, de perfección de la trascendencia.
    14. El poeta emplea continuamente neologismos, algunos propios...
    15. También emplea Reyes el monólogo interior en su prosa poética. Esto denota raigambre psicologista.
    18. Después de llegar al final de estos poemas concluyo:
    Lo que predomina es el tono menor de incertidumbre del neosurrealismo... Debe evitar ser tan evasivo... Finalmente, creo que Reyes posee el don de la poesía... Le auguro triunfos en el futuro. 
––FMP, 1973. (Tenía yo, entonces, 21 años.)

II. Mi querido Marcos:
    Celebro infinitamente que haya brotado de nuevo en ti la poesía, esta vez con mayor ímpetu de transparencia. Tu tono menor, hondamente lírico, me fascina. Has logrado mayor espíritu de sencillez en la dicción. Y, sobre todo, una profundidad a faz de tierra que busca el imperio de los sueños. Estás más aligerado del peso retórico de la palabra. Encuentras en esta fluidez cantarina tu verdadera alma. Así motivas también la divina proporción de las cosas... 
––FMP, 1977.


III. Una incursión en “Un océano maya para tus alhambras”.
    Marcos:
    Tu canto a Sulamita –oriunda de los colores del cielo, de la tierra y del mar– me ha sobrecogido, porque es la plenitud de las razas más sutiles que puebla nuestro entorno de isla-isla, en plenitud de amor azogado en un espejo invencible, de sol y luna que no se rinde jamás a los impostores de la historia, ya sea natural o sobrenatural. Veo aquí plasmado un Nuevo Cantar de los Cantares en que la vibrátil onda de la eternidad se confunde con los tiempos habidos y por haber, por sécula seculórum. Tu canto está lleno de una unción sagrada, bíblica y profana a la vez, y a veces oscila el canto de su brújula loca como queriendo reconciliar todas las contradicciones, todas las fantasmagorías que se nos echan encima como un descubrimiento de la muerte (muerte por amor) que es la perpetua vida asomada a los abismos del ser poético a que estamos todos consagrados. Mira tú la huella, entrecortada y virgen, como un pálpito mortal e inmortal a la vez, acceder a todas las fuentes abiertas de la poesía para alcanzar el sueño de nuestra vigilia en la gracia que nos da Nuestro Señor.
    He aquí también la sorpresa de una imagen centrada (metáfora, símbolo, lenguaje dialectal del pueblo) tanto en la herencia de la lengua que recibieron de España como de la reconstrucción vivísima y ebullente en zonas psico-geográficas de toda Nuestra América. Y, sobre todo, un aliento de Antillanía, una noción de gloria que tiene acceso a una paz definitiva entre hermanos separados, aparentemente, por la dialéctica de nuestra vividura nacional que single, como un barco ebrio de Rimbaud, entre el ser y el no ser.
     Este registro eterno de lo cronotípico, de lo dado, de la dádiva magia, que es el lema, es el signo más armonioso de lo sacro en este “Cantar de los Cantares”.  –– FMP, 10 de mayo de 1990.  


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miércoles, 27 de enero de 2010

Hostos: las luces peregrinas

 Hostos: las luces peregrinas


                  Por Félix Córdova Iturregui


 El presente texto lo constituyen las palabras de presentación del libro 
efectuada en el Museo Casa Roig en mayo de 2005.
Días después lo presentó Pedro Pablo Rodríguez en el Centro de Estudios Martianos de La Habana, 
como parte de un coloquio internacional en torno a José Martí. 
Allí estuvieron presentes, en primera fila, Cintio Vitier y Armando Hart, entre otros.

Marcos Reyes Dávila: Hostos: las luces peregrinas. 
Humacao, Puerto Rico:
Revista  EXÉGESIS  Ed., (2005), 332 págs.

El libro de Marcos Reyes Dávila que nos convoca, Hostos: las luces peregrinas, recoge el intenso viaje de su autor por la extensa obra de Eugenio María de Hostos. El primer ensayo, “Hostos: las manos y la luz”, fue leído el once de enero de 1986 ante el busto del pensador puertorriqueño en el Recinto de Río Piedras, y los últimos dos, “Discurso de apertura” y “Discurso de clausura”, corresponden al 14 y 16 de agosto de 2003, comienzo y cierre del simposio: “Hostos: Forjando el porvenir americano”. Si bien estas fechas señaladas, que van desde 1986 hasta el 2003, no lo dicen todo, dicen algo: el libro responde a una vocación, y en ella el amor se teje con la reflexión.
    Dos aspectos quisiera destacar como punto de partida. El primero apunta hacia la existencia del libro, su presencia concreta, observada como el paso inicial de una trayectoria: “la primera incursión de la revista EXÉGESIS en la publicación de libros”. Un nuevo camino abierto con la huella de “un libro sobre Hostos”. El segundo aspecto, más importante todavía, porque apunta hacia el interior del libro, tiene que ver con la manera en que Marcos Reyes Dávila se acerca a Eugenio María de Hostos. Una manera que opera sobre los hilos del texto como la fuerza principal de su composición. Reyes Dávila reconoce que la obra hostosiana se presenta como una extensa geografía, un territorio amplio que ha sido visitado con intensidad “en los últimos años”. Sin embargo, considera necesario establecer unas diferencias surgidas de las posiciones adoptadas en las formas en que ha sido visitada o se puede visitar la obra de Hostos. Si bien es de esperarse que las interpretaciones sean dispares, Marcos Reyes Dávila destaca que “urge distinguir el mapa –conceptual– de moda y los intereses que representa, del territorio que categoriza”. Esta distinción no debe escapársele al lector porque, desde ella, Reyes Dávila define su manera de acercarse a Hostos.
    Entonces, debemos considerar los términos de este acercamiento. ¿Cómo se da?
    No me parece incorrecto señalar que  Reyes Dávila se instala en el interior del territorio que también él busca categorizar. El autor habla desde el interior de una problemática que exige proyección. Al hacerlo, sabe que polemiza. ¿Es gratuita esta aseveración o revela algo importante? A mi juicio, representa la necesidad de partir de una de las preocupaciones principales, si no la principal, de la obra hostosiana: el carácter acentuadamente incompleto de las condiciones para el desarrollo moderno de la libertad en la América nuestra. Si no es exagerada la aseveración, y si tiene pertinencia, las consecuencias son inevitablemente complejas. Es conocida la meticulosa y consistente actividad, sobre el terreno, de la observación crítica hostosiana en su intento de conocer y actuar sobre las realidades sociales con las que tuvo contacto directo. Considérese, por ejemplo, su viaje al continente sur. También es conocida la intensa pasión de su mirada crítica sobre las Antillas y Centro América: el fiel de la balanza. Pero es el carácter incompleto, profundamente deficiente, de la libertad en este mundo, lo que obsesiona a Hostos. Y –¿por qué no decirlo?–, si Marcos Reyes Dávila lo afirma con claridad en su texto, también las deformidades de la libertad en el norte, con sus apetencias imperialistas, fueron temas de su preocupación. Pero más todavía: es también la urgencia, expresada en La peregrinación de Bayoán, de construir una patria que todavía no existe en el escenario colonial antillano.
    La historia, claro está, tiene discontinuidades decisivas. El 1898 fue uno de esos puntos de ruptura que alteró de manera abarcadora nuestra relación con el pasado. También produjo otra ruptura decisiva la acelerada transformación industrial de Puerto Rico a partir de 1950. El pasado podría parecer definiti-vamente superado. Podría pensarse, como no pocos hacen, que los viejos objetivos revolucionarios del siglo XIX son parte de la arqueología del conocimiento, en el mejor de los casos, pero no tareas todavía incon-clusas. No es difícil acercarse hoy a Hostos, observar su obra con cuidado, pero desde el exterior de su problemática, como nimbada definitivamente por un tiempo periclitado, y analizarla en la distancia, en su carácter fantasmático, y claro está, desde el espejismo de una superioridad teórica actual que responde más a las sutilezas de la frase, como resultado de los discursos académicos, que a verdaderos avances en la capa-cidad de conocimiento humano de enfrentarse a los problemas concretos y actuar sobre ellos con el fin de que la vida se desenvuelva en una sociedad más libre y fecunda.
    También están, y hay que estudiarlas con atención, las múltiples lecturas de Hostos, interesantes y variadas, de aquéllos y aquéllas que terminan por leerse mejor a sí mismos, y a su contexto social, en la rica configuración de su obra, pero alejados de sus preocupaciones principales. Muchos de estos análisis, sin dejar de ser interesantes y fecundos, proyectan, en no pocos casos, la conformidad de su autores, su acomodo en la estructura colonial actual, sobre la compleja obra hostosiana. Es preciso reconocer, de todas formas, que algunos de estos acercamientos a las versiones más o menos oficiales de la cultura, también han enriquecido el legado hostosiano.
    Pero Marcos Reyes Dávila no forma parte de este grupo. El atractivo de sus ensayos consiste,
precisamente, en que lee a Hostos por dentro de las preocupaciones que se desprenden del amplio territorio de su obra. Su texto se hila y se retuerce en los límites dolidos de las aspiraciones hostosianas, en sus frustraciones y en los afilados bordes de los fragmentos de los textos todavía vivos y cargados de miradas posibles desde la óptica del ojo que los armó. La lectura de Marcos Reyes Dávila, por consiguiente, surge de un reconocimiento clave: hay todavía vigencia en ese pensamiento, hay todavía una vibración de continuidad.
    Ya en el título del libro queda destacado el rasgo principal de la obra de Hostos: su complejo movimiento. Reyes Dávila lo expresa con una metáfora curiosa: las luces peregrinas. Esta metáfora recoge el carácter contradictorio, la dinámica íntima de la mirada hostosiana, de su escritura y de su radical inconformidad.
    Cuando Hostos tituló su primera novela La peregrinación de Bayoán, sabía que el concepto peregrinación se refería a un movimiento en el que el peregrino sabe a dónde va. El fin de la peregrinación no significó para Bayoán el final del viaje. Por el contrario, la peregrinación abre la posibilidad profunda del viaje, adueñado ya de las herramientos del conocimiento. En la luz –ella misma movimiento multidimensional, como metáfora del conocimiento–, el movimiento adquiere toda su riqueza porque va de lo desconocido hacia lo conocido. Desde el momento en que el título se refiere a la peregrinación de la luz, como movimiento que enriquece el movimiento, vincula el proceso de conocer, tan complejo e incierto, con las necesidades de la libertad, y con el espacio conocido al que es urgente llevarla: las Antillas. La forma contra-dictoria, y hasta ambigua, en que se comnbina lo conocido con lo desconocido en este proceso, la expresa Marcos Reyes Dávila con la metáfora de su título. Nos avisa de la dimensión inagotable y compleja de la obra de Hostos.
    Aunque el autor enumera las tres tesis básicas del libro, son dos las que se combinan para provocar la tercera, o, si se quiere, son provocadas por la tercera como supuesto previo: la dimensión revolucionaria de la obra de Hostos y el alcance extraordinario de su obra literaria. El propósito que mueve a ambas es una reflexión agudísima sobre las condiciones históricas y sociales que hacen posible la experiencia de la libertad. Hostos entendía la libertad como una vivencia que emanaba de lo social concreto. Su discursividad, en su energía interior, va orientada hacia la preparación de la libertad como expresión específica y dinámica de la forma en que se combinan las exigencias sociales. Su reflexión sobre la revolución como necesidad se corresponde con la profundidad de su pensamiento sobre la libertad como experiencia que responde, a su vez, a condiciones materiales de organización social, con sus posibles resultados culturales. Marcos Reyes Dávila se ha referido a ese impulso de libertad en la voz con la expresión “escritura como encarnación”, una “llamarada escrituraria”.
    ¿Puede sorprender, acaso, que un pensamiento tan ricamente organizado, tuviese la facultad de alcanzar dimensiones sorprendentes de expresión literaria? ¿No fue precisamente su ritmo más oculto la fuerza que lo orientó hacia las formas ensayísticas? El ensayo con su forma fragmentaria, abierta y dialógica, estimuló el aliento crítico del investigador que había en Hostos, sin derrotar su tendencia hacia la belleza de la frase y su atención por el ritmo de las articulaciones, tan necesario para el propagandista efectivo. Dos dimensiones son claves en Hostos, y Reyes Dávila las articula bien en su intento de encontrar “las avenidas de la actualidad de su obra insepulta”: la indagación incesante, crítica, de las condiciones de su vida interior, y la indagación incesante, apoyada en la observación crítica continua de la realidad social.
    Reyes Dávila recoge muy bien esta doble dirección en una cita de Hostos, epígrafe de uno de suus ensayos:
    “Hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo”.
    En este libro, la reflexión de Hostos sobre el hombre completo no puede des-ligarse de su reflexión sobre la sociedad completa. No es extraño, a su vez, que ambas reflexiones, penetradas de intensas contradicciones, orientaran a Reyes Dávila hacia la consideración de complejas discusiones y debates: la teoría estética de Hostos, por un lado, y la necesidad de una mirada interdisciplinaria sobre su Diario, acentuada por los acercamientos de Argimiro Ruano. Importantes ensayos abordan estos temas: “La crítica deicida de Hostos o la incandescencia de América” y “Hostos según Ruano”. La preocupación por la crítica de Argimiro Ruano tiene una vertiente interesante debido a la vinculación de Marcos Reyes Dávila con la publicación de las “nuevas Obras completas” de Hostos.  En el 1994, Reyes Dávila fue nombrado director del Instituto de Estudios Hostosianos y trabajó con dedicación en el manuscrito de La tela de araña, una novela desconocida del joven Hostos, publicada por primera vez en 1992 por Argimiro Ruano, en una edición hecha con prisa y llena de errores. El que quiera adentrarse en el trabajo complejo que requiere una edición crítica, también encuentra experiencias ricas en el ensayo “La tela de araña del Instituto de Estudios Hostosianos: manual para techos de cristal”.
    Dos ensayos, a mi juicio, sobresalen en este libro. El primero, que resulta ser el más extenso, es problamente el más bello: “Hostos en la sangre de Dos Ríos”. Pero no solamente es bello, porque también es penetrante en sus observaciones, sin perder el equilibrio. El espíritu poético de Reyes Dávila hace posible la visión, el encuentro de los que en vida no se encontraron: la unidad espiritual y el conocimiento mutuo de dos personalidades grandes, que sólo se conocieron a través de escritos importantes.  Generoso siempre, Reyes Dávila se apoya, para elaborar su escrito, en los críticos conocidos que pusieron su atención en los vínculos entre Hostos y Martí. La tensión que se elabora en el ensayo, la convergencia íntima en la estructuración de sus miradas, es hermosa precisamente por la comprensión mutua que relumbra en sus textos. Destaco, sobre todo, la penetrante y compleja visión martiana, lo que pudo entrever en el Programa de los independientes de Hostos: su vocación por los atributos de la inteligencia, precisamente por ser hijo de la imaginación.             Martí, mejor que nadie, comprendió el sacrificio hostosiano como una necesidad requerida por las condiciones históricas de nuestra América. Hostos buscó, según Martí, un equilibrio entre imaginación e inteligencia. En este equilibrio las bridas fuertes se colocaron en la boca de la imaginación. La apreciación martiana de esta difícil lucha de Hostos, el imaginativo, por ser americano, es contundente:
    “...la imaginación hace daño a la inteligencia, cuando ésta no está sólidamente alimentada. La imaginación es el reinado de las nubes, y la inteligencia domina sobre la superficie de la tierra; para la vida práctica, la facultad de entender es más útil que la de bordar fantasmas en el cielo.” (123)
    No es poca la iluminación arrojada por estas palabras de Martí sobre otros temas que ya el lector ha recorrido en ensayos anteriores del libro de Reyes Dávila: “Hostos, el escritor, o el augurio imperioso de América”, y “La crítica deicida de Hostos o la incandescencia de América”.  El segundo ensayo que destaco, curiosamente también el segundo en extensión, es “Hostos en su viaje al sur de América: arqueología de su mirada”. Hay imágenes poderosas en estos ensayos que pueden ser una provocación para el lector. ¿Cómo era esa “mirada hambrienta y tragadora” de Hostos, que Reyes Dávila compara con un “Archivo de Indias”? El lector debe sentir el hambre de esa mirada, encenderse de curiosidad, con el fin de acercarse y estudiar las conexiones internas de ese complejo ojo hostosiano para indagar en la estructura profunda de su visión, el ángulo de su riqueza, siempre colocado desde la posición del más desvalido o desvalida, en la herida de los márgenes, en la pobreza, atendiendo la experiencia del más oprimido y sufrido. Lo que sorprende del hambre de ese ojo es el arco de su visión, lo que rehúsa dejar fuera, es decir, lo que hermana con Martí en el “estudio rudo de la realidad concreta”.
    Marcos Reyes Dávila comienza su libro afirmando un Hostos vivo, por encima de su tiempo y de su muerte, un Hostos vivo en las preocupaciones de su obra. A medida que el texto avanza, el autor se reafirma en su obsesión de vida:
    “No hablamos de Hostos para recordar una pieza de museo, ni mucho menos, para mitificar una figura de la historia remota. Se trata de un modelo de tal vitalidad que no caduca (...) Tampoco vamos a Hostos solo por gratitud ante el hombre grande que fue: vamos a Hostos porque deslumbra la manera como expandió por todo un continente su personalidad egregia, porque dignifica el género humano, porque tiene respuestas para muchas de nuestras crisis imperiosas de hoy, y porque tras su último respiro quedamos tan atónitos que no sabemnos qué hacer con tanta vida”. (212)
    Reyes Dávila no puede dejar de polemizar con “algunos ensayistas posmodernos” que ven la obra de Hostos “como una caduca, inofensiva y problemática”. La imaginación del poeta que hay en él lo lleva siempre en la dirección de la actualidad. Si decimos que la obra de Hostos todavía carga una buena dosis de vida en su interior contradictorio y dinámico, ¿qué diría sobre el caso de Vieques?
    El libro termina vinculando a Hostos con Vieques. ¿Cómo hubiese mirado Hostos a Vieques? Si se ha pasado por la complicada red de la obra hostosiana, la pregunta queda contestada de muchas formas, pero la más actual se anida en las mismas profundidades de su reflexión: acentuando el desarrollo de las condiciones de la libertad humana. Basta recorrer su obra para entender que Hostos no hubiese analizado el caso de Vieques en su relación con Puerto Rico y la marina de guerra de los Estados Unidos, sino desde la perspectiva de lo que significó como parte de una red militar y económica de dominación imperialistas con proyección mundial.
    Marcos Reyes Dávila también incluye en su libro cinco apéndices que son notas de prensa. En estas notas se reafirma una cualidad que recorre todo el texto: que Hostos ya no es solamente Hostos: es toda una cultura de pensamiento, es la legión de estudiosos que lo acompaña, prolongando lo que vive todavía en su obra. Reyes Dávila sabe que sus ensayos, personales como son, tienen un profundo aire colectivo, como toda obra de verdadero conocimiento. Y gran parte de la belleza de su libro es el sentido de comunidad que proyecta.
    Y para concluir, aludiré a un hermoso poema, del autor de este libro, titulado “En la tumba de Eugenio María de Hostos”, dedicado a José Ferrer Canales. La intensa emoción poética recogida en este libro puede resumirse en dos versos del citado poema, realmente espléndidos:
    “Yo he querido buscarte con palabras tuyas
    que fuesen un poco –sólo un poco–  poesía honrada
” (315).

La Revista EXÉGESIS te espera



La Revista EXÉGESIS te espera

marcos.reyes@uprh.edu 
Oficina Revista EXÉGESIS
Estación Postal CUH
Humacao, Puerto Rico 00791-4300





2011

¡¡ 25 AÑOS !!

¡Celebrémoslo!

MIGUEL HERNÁNDEZ: Un Centenario


MIGUEL HERNÁNDEZ: Un Centenario y un motivo de colección


Quien escribe no es un partidario decidido del hábito de coleccionar. Con demasiada frecuencia los motivos de colección son extravagantes y suntuosos, sino francamente frívolos. Sí atesoro algunas ediciones de obras completas de autores que me son importantes. Sí atesoro la adquisición de esas cosas que de vez en vez salen como producto de un arte esmerado y que acumulan motivos de mis caprichos particulares, cuando están al alcance de mi bolsillo.

Acaba de salir un volumen en conmemoración del centenario del natalicio de Miguel Hernández, el célebre “poeta pastor”, “perito en lunas”, que murió malogrado tras la guerra civil a edad temprana, “atravesado por el rayo que no cesa” y un cúmulo desgarrador de ausencias. Se trata de un libro-disco de tapa dura (de casi 11 pulgadas –27 cm.– por 5 y medio –14 cm.) que trae en portada el arte oficial del municipio de Orihuela en conmemoración del centario, publicado por el Comité del centenario de Puerto Rico que preside Luz Nereida Pérez.

Incluye siete trabajos sobre el poeta más el prólogo, de autores como Orlando Santiago, Mercedes López Baralt, Luz Nereida Pérez, José E. Ayoroa Santaliz, Francisco Agrait y Marcos Reyes Dávila, y dos discos compactos. Uno de ellos narra y representa aspectos biográficos de Miguel Hernández yuxtapuestos con poemas declamados en la voz privilegiada de David Ortiz Angleró y con música de Amaury Veray, y el otro trae la grabación de un espectáculo musical compuesto por nuevos temas musicalizados de Miguel Hernández en las voces de Danny Rivera, Chabela Rodríguez y Eduardo Villanueva.

El libro-disco lo publica (con coauspicio de la Fundación Francisco Carvajal) el Comité Año Hernandiano - Miguel Hernandez en Puerto Rico –sin fines de lucro– en edición limitada (2009) de mil ejemplares (91 páginas, tapa dura) a un costo de $50.00. El precio pretende satisfacer el costo de impresión y producción del libro y los dos discos, y ayudar a levantar los fondos para llevar este trabajo a los actos conmemorativos del centenario que se celebrarán en Orihuela, España, en octubre de 2010.

Es un regalo hermoso y singularísimo, como quiera que se le mire, y en edición limitada. Adquiera el suyo antes de que se agoten. Hasta el momento, no está disponible en librerías, sino que se adquiere directamente con los miembros del Comité.

marcos.reyes@uprh.edu

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Marcos Reyes Dávila

Las rutas secretas

Las rutas secretas
 



                   

                                “Caminante, no hay camino.
                                              Se hace camino al andar.”   
                                                          Antonio Machado                    

1. Las huellas de tu paso

En el desierto obtuso del olvido       
la soledad se escurre apenas
por la arena
como una lagartija
No te sabía entonces
O estabas
que no te tenía
sobre el mar que aún no germina

No conocía
los códices secretos
de tus alegrías y las mías
ni el jeroglifo en la caricia de tus manos
ni tu ceño arrugado
pintado en la cueva de altamira
ni el ganges florido
que te corre por el cuerpo
estremecido
ni la secreta relación
entre Angkor y tú
tan evidente
Pero aquí y allá, amor,
se oxigenan desde antiguo
las huellas de tu paso por el mundo:
mi punto de partida.


2. La ruta de la seda

Llegaste un día
finalmente
como debías llegar
Llegada toda
llegada por el hilo de una seda
    que se da
    sencillamente
como un eufrates
que se paseara por el llano

Sedante y sedosa
llegaste un noviembre adolescente
como un pétalo
en la alfombra de los vientos
que al subir
y al bajar
al girar de aquí para allá
como el volantín de un sueño
trazara la ruta de un tiempo
de telas y algodones
conducida por el hilo de una seda
y la pura herradura de los terciopelos

Pero cómo iba adivinarte los caminos viejos
las antiguas piedras blancas
del monte trasero de tus sueños
el barro rojo en la tinaja
de una tarde que no supe
la caldera en la cadera
con el tatuaje de un barco
de otras tierras
y el llamado campanita
que viene desde lejos
y desde Antigua
esa tatuana que se escurre
y sobrevive
tatuada de jade y de esmeralda
por tu historia
       
Todos tus caminos
eran entonces de seda
pura seda
Incienso de la india
taj-majal
mezquita
como un buda de intemperie
en el códice verde de los montes
o como el agua verde
que me aguardara agua acquamarina

Ya recorriste los mares
las islas
la piedra erguida como un muro
las calzadas del amor
y de los deberes
que se cruzaron mil veces
en mil ciudades perdidas
detrás de la hoguera huidiza
de los sueños
que recorrí también luego
tras de ti
Todas tus rutas secretas
estaban trazadas como sobre el mar
de los desiertos
por el anzuelo de un deseo insomne
Y es que todo es nada, amor,
sin el antiguo alcázar
de tus sedas!


3. La ruta de las especias 

Más acá de lo intangible
más allá de la palabra
que te nombra
se revuelven de colores
los olores en el monte
en tu adiós y tus olvidos
los murmullos y los ruidos
que se agitan
en las calles y turbinas
el aroma del mercado
y de la piel que se acaricia
la plenitud del tacto
que te encuentra
hembra encendida
y ese gusto de caramelo anaranjado
en el flan de ese paraje que me ocultas

Más acá de lo intangible
que se hace renegado
abrazo o tortura
más acá del intangible
de un dolor sin tacto
pero hondo
     en la espesura
más acá de lo intangible
de un temor que se desgrana
o de una alegría que se orquídea
más acá de lo intangible
que vislumbra
la radiografía de una idea
más acá de lo intangible...
eras como eras
Y sencillamente
eras de mentas

Y persigo la canela
hasta encontrarte
la vainilla alimonada
que te esconde
orégano     peregil
pimentón  o  azafrán
cilantro y orégano
albahaca o tomillo
anís  romero y tarragón
y el cuerno sin pimienta
en que te ocultas cebollita
en requesón
Que es que yo, como te digo,
persigo la canela
al devorarte


4. La ruta de las utopías

Europa
Marco Polo
Colón
Kilimanjaro...
dónde termina tu mundo
y empieza el mío?

África digo
y te decía
Detrás de cada letra de mi América
te ocultas
y en todo
y siempre
ventolera océanica enredada
en las campanas de esta torre
y en la cartografía de los sueños
que dibujara Heráclito.

De Bayamón a Guayanilla
por la Piquiña,
el cabo rojo en tu bahía
tras los cafetos,
la viga en la calzada de la niña
en nuestro México
y el niño nuestro
La Habana libre
la Dominicana de la feria
el romance en la florida
el Ypacaraí en la asunción azul
el chile y el camino de Santiago
las siete corrientes de Argentina,
el tucán helado de Iguazú
los buenos aires del Pacífico
la piedra plata de Isla Negra
las campanas del lago Como
de Cernobbio
el atitlán de Guatemala
La Alhambra tras el tren
de su Granada
y el guadalquivir de aquel oporto
las ruinas mayas
los vinos albariños de las rías...
Y todo fue parejo
en el polvo del camino

Cuando te miro
me enredo entre tus margaritas
y los espejos
que no saben dónde terminas tú
ni dónde empiezo
pues todo es laberinto de Córdoba
en la mezquita de tu cuerpo
Pero eso sí sé:
en la vida todo es ir
De modo que nunca se vuelve igual
al punto de partida.


5. Moisés en el deseo

Nunca soñé que estaba aquí.
Con el allá
detrás de ti
soñaba siempre
Y con ese horizonte trasatlántico
que no te alcanza nunca
Con la sierra trasandina
que humedeces
en el cielo de tu boca
Y con lo que se remonta en el vuelo
del que busca y peregrina
Si tus aguas solo vienen de la sierra
que se empina desde Cuenca
o del fondo de la arcilla y de la arena
en medio del desierto sinaí
que no te olvida

Por eso estuve siempre
atado a la distancia como un eco
o como el reflejo impetuoso de un deseo

Nunca soñé que estaba aquí
aunque aquí estaba
Soñé con el allá
Me levantaba del suelo
un poquito y con recelo
y luego me remontaba
Y con sigilo seguí el rastro
en la promesa
en la sospecha de tu encuentro
en tierra nueva
En un estuario
habitado en invierno por los pájaros
en el rostro más oculto que pintado
de ese Goya perdido
en el mediterráneo de su sueño
y en el réquiem que tocaba como flauta
la campana de La Alhambra
justo como dice el códice
del mar rojo
que abriera su secreta senda para mí
como una sherezada desplegada
en el sueño de una noche acquamarina
¡Cuántas veces encontré tu bosque húmedo
–puro madrigal
de madriguera–
y cuántas veces esfumaste
en un segundo
la ruta de tu gruta!

Guiado por el fuego
o por estrella
Segismundo o Moisés
lo mismo fuera:
¿a quién le importa Ulises al regreso
si Ítaca se desenfunda en un suspiro
y el tiempo... era?
Es que bien visto y ponderado
importa sólo el viaje
la ruta compartida
la pisada en la sorpresa
en cada tramo
que es guiado por un sueño
o un deseo
que no sabe de adiós
ni de difuntos

               
6. Los caminos peregrinos

La rosa de los vientos
y todo
todo
gira en un granito de arena.
Todo está en el genio en la botella
que descifra el código
lee los códices
y camina las rutas secretas.
Dime,
viento       
agua
tierra
y fuego:
¿eran cuatro los caminos
o no hay ninguno?
Que aún no sé
si la vela es viento sobre el agua
o es la tierra de una hoguera
que halla su unidad
en los abrigos que se cierran
                                                                    
                         mrd (2004-2007)

Paula en el rocío
        

 En el verano de 2006, mi hijo le confesó a su madre 
que si alguna vez tuviera una hija la llamaría Paula.
Su madre comenzó entonces a escribirle «cuentos» a la Paula imaginada.
El padre se conmovió y escribió las siguientes historias,
tomadas del rocío de un anhelo.


Para Marcos Ariel, muy especialmente.
©mfrd



¡¡Paula!!
                       The well tempered clavier, Bach
   
    No sé cómo te llamo, Paula. No sé cómo te nombro, amor.
    ¿Cómo puede volar un pajarito si no cree en el viento ni en las alas?
    Quien habla, o quien escribe, no puede estar más perdido si aquél a quien le habla o le escribe no le cree una palabra. Sólo puede enmudecer, vivir callado, como una ceiba solitaria. Yo sé bien por qué lo digo.
    Pero tu abuelita Hilda tuvo la idea de comenzar a buscarte, antes de nacer, con estos cuentos que son puro deseo de ti. A ti y a Estela Marina, que son hoy una sola. No sé si llegue a conocerlas un día. No sé si abuelita llegue a conocerlas un día. Pero tú podrás saber quiénes fuimos si te contamos la historia de cómo las buscamos con amor. 
    La vida, a veces, es muy cruel, pero otras veces, es excesivamente generosa. Sin mucho esfuerzo nos da hijos. Y si éstos cooperan un poco,  también nos da nietos. Y un nieto nos permite recobrar otra vez al hijo que tuvimos, pero relajadamente, y con más atención.
    Hoy que les escribo estas palabras, estoy perdido en un laberinto. Y pienso que ojalá y me hallaras tú. Si quieres hallarme un día, te lo aseguro, me hallarás en estas palabras que te piensan como la música del teclado templado de Bach.
    Las palabras, en el fondo, nunca mienten, aunque lo parezcan. Cada una de éstas salió de mi pensamiento de ti, de mi deseo de ti, y ese pensamiento y ese deseo son míos, solamente míos, lo que soy, lo que fui y lo que seré.
    Aquí te busco, amor. Aquí te llamo. Y aquí te encuentro a ti.
    Que el amor que tallo en el papel, palabra a palabra, está hecho sólo del aire que alienta el fuego o nos refresca, sólo del cielo que expande la mirada que te mira, y sólo del agua de la vida que te di. No hay tesoro más grande que un hijo. Ni la música de Beethoven o de Bach.
    Nada que perezca hay aquí para ti, Paula del alma. Nada que puedan comer, nunca, nunca jamás, ni las polillas ni los gusanos. ¡Puro aire, pura agua, puro cielo!


¿Que cómo se llama Paula?

    Si no tiene ni sentido decirlo. ¿Que cómo se llama, Paula?, dices.
¿Y dónde está? ¿y quién es?, sino es un deseo que cobija, un deseo que bien podrá llamarse Estela Marina, o ser un niño que se llame Marcos, un Ariel que quiera ser Marcos Ariel, o Rubén Manuel. ¡Quizás sea Sara Hilda, o quizás Hilda Malén! ¿Quizás sea Tainahíl?
    ¿Llegará  a nosotros alguna vez? ¿La anunciará una estrella fugaz? ¿una campana? ¿una garza blanca? ¿O un caballito de colores?
    Los hijos son como un cielo que se expande, espacio de la brisa que no puede contenerse y nunca termina, como la del mar. Pero lo más maravilloso de los hijos  es que son un sueño que necesita ser soñado por dos. No basta con que los sueñe uno solito.
    Los hijos, como las cosas que son  verdaderamente importantes, se comparten. Paula no puede nacer del deseo de uno solo. Es necesario que se unan, que se encuentren, los deseos de dos.


De cómo son los hijos

   
    Una plantita crece alimentada por el sol y por el agua. Un niño o una niña es una personita que crece alimentada de abrazos, besos y cariños.
    Cuando un padre tiene un hijo, el tiempo es como la piel de los conejos. El corazón se ablanda, se pone como la gelatina de frambuesa, y ni siquiera dios quiere que Abraham lastime un pelo de su hijo.
    Cuando un padre tiene un hijo, siempre espera con gusto a la mañana.


La velita

    Una velita empuja un barco, chiquito o grande, y lo hace moverse por enmedio de la mar.
    Abuelito le dijo un día “Velita” a abuela Hilda. ¿Pensaría que abuelita lo hacía moverse por la vida?
    Velita venía del mar del sur, aunque dijo que era española. Venía del azúcar y de un pueblito hecho de piedras blancas donde creció como las uvas de playa.
    Un día abuelito la vio, cuando ya nada esperaba, caminando como si danzara con la brisa, y la siguió con una cajita de chocolates y un ramo de flores blancas para la madre de ella. Se casó con ella en medio de los cafetos, para recordarla al tomar el café cada mañana.
    Pero una velita es también un fueguito que se enciende cuando no hay luz, cuando no vemos nada, y cuando tenemos en el corazón un miedo o un deseo muy grande que no se borra.
    Si viene un huracán, o un tiempo muy malo, las luces se apagan.
    Cuando se le va la luz, abuelo siempre enciende su velita.

De abuelo Marcos

    Abuelo Marcos fue un niño feliz y muy curioso. Le gustaba armar cosas de muchas piezas, los microscopios y los telescopios, el balompié y las bicicletas. Le gustaba leer cuentos y, muy de niño, se fijó en que, a veces, algunas palabras brillaban en su cabeza como piedras de colores. Entonces comenzó a escribir sus propias cosas.
    Cuando iba a la universidad muchas veces usaba el dinero del almuerzo para comprar libros. El rector le dijo que la misión de la universidad era la búsqueda de la verdad, y nunca lo olvidó. Le gustaba tanto la universidad y las bibliotecas que se quedó allí para siempre.
    Un día abuelita Hilda le regaló a abuelo Marcos la imagen de un hombre sin rostro que abrazaba a una mujer y a dos niños. Le dijo que ése era él, que ellos éramos todos nosotros.
    ¡Y abuelito se sintió muy orgulloso!


De cómo llegó Taína una noche sin luna


    Un día abuelita Hilda le dijo a abuelo que les llegaría una niña. La vimos crecer en la barriga de abuelita que se inflaba poco a poco como un globo, o como una luna llena, y abuelito pensó que la niña quería buscar lunas por el cielo.
    Un día abuelita sintió un dolor:  su luna quería salirse. Y abuelito la llevó con el doctor. Esa noche la luna tuvo miedo de salir. La noche se quedó a oscuras. Y abuelita se durmió cansada de esperarla. Cuando empezaba el día 27 de mayo, abuelito oyó llorar a una niña luna. Había nacido y miraba a abuelito haciéndole una guiñada, con una V  en los deditos. ¿Sería la V de Velita, su madre, o la V de la victoria? ¿O quizás pedía ya una tijera para picar papelitos?
     Un hijo, o una hija, es como un lazo en el que papá y mamá permanecen para siempre atados.


De cómo llegó Marcos Ariel una tarde de viento

    Marcos Ariel llegó una tarde de vientos, y se metió por debajo de la puerta como una hoja colorada  de flamboyán. Llegó como temblando, desde un salto se fue directo al nido de mis brazos, se agarraba de mis pies como el caillo, y olvidaba todo susto dormido sobre mi pecho.
    Le pusimos de nombre Ariel, porque era como el aire que corre libre y nos pasa por el lado con una caricia. ¡Ari!, ¡Ari! 
    Pero él le decía a todos que se llamaba Marcos Ariel, aire de su padre. Y su abuelo Manuel, el juez, un día santo y bueno, le cambió el nombre para siempre.


De tía Tay

    Taína siempre fue floral y frutal, según su abuela Sarah y su abuela Malén. Floración de ternura. Frutación de dulzura. De bebé la llamamos la hazañosa por su veloz desarrollo y su fortaleza.
    Su mamá vino por la ruta de las especias, pero Taína llegó por la ruta de la seda. Su pasión eran las bolsas de papel llenas de papelitos y las casitas improvisadas para esconderse. Una temporada tuvo una amiguita de la ilusión: Crini, pero no estuvo mucho tiempo con ella. Siempre fue muy cuidadosa.
    Tuvo un novio por muchos años. Aunque crecieron juntos, un día no se miraron más. Se puso tan hermosa que parecía, según su abuelo Manuel, la Gioconda encarnada, salida de la pluma de Leonardo.
    Un día quiso a un beduino, un espejismo del desierto que se le esfumó entre los dedos y la dejó como viuda. Su padre se fue con ella a lo alto del Yunque, a conversar a solas, como hizo tantas veces, en una cabaña en medio del bosque, y para lavarle las penas con el agua de las quebradas de la altura.     
    Cuando abuela ve llegar a Taína le parece que ve bizcochitos de vainilla. Cuando abuelo la ve llegar aplaude con fuerza, porque le parece oír la sinfonía quinta de Beethoven: Ta-Ta-Ta-Tay!!



De papá Ari

    Cuando era un niño, Ari miraba con temor a la lluvia con viento. Imaginaba diablitos debajo del piso, y corría a protegerse entre mis piernas.
    Cada noche buscaba refugio, en silencio, en la cama de su papá y su mamá, que al despertar lo encontraban dormido a sus pies, o por una esquinita de la cama.
    Una vez, mientras lloraba,  le puse la mano en la boca como si fuera un tambor: el llanto se convirtió en canto de indios, y rio.
    Siempre vivió absorto, concentrado en sus pensamientos. Sólo oía a su hermana Taína y a su primo Nelsito. Pero otro día escuchó y vio a tres hombres negros y gordos cantando. Se llamaban los Fat Boys. Y desde entonces la música lo convirtió en su satélite.
    Es estricto, incluso severo, y nunca miente. Debería recordar que, como dijo José Martí, la ternura es un bien siempre útil, e inexcusable.



La espinita   

    Un día, cuando tu papá estaba aún muy chiquitito, vomitó la leche del bibí. Cambiamos su leche una y otra vez, vomitándola cada vez. Creció flaquito, se alimentaba de aire, y se daba tropezones aquí y allá. Le dio pulmonía. Entonces tu abuelita Hilda le llamó “La Espinita”.
    Cuando era más grande, La Espinita se cayó contra un bloque del patio y se abrió la cabeza. Abuelo lo llevó al hospital y regresó con la camisa cubierta de su sangre. Otra vez se enterró un clavo en el muslo mientras jugaba en la escuela. Otra vez se cayó de la bicicleta y se cortó la lengua y el labio superior. Abuelito no se enteró de eso esta vez hasta que llegó de trabajar, y protestó porque no le avisaron. Pasó toda la noche mirándole el labio hinchado mientras él dormía. Ése es el origen de la cicatriz que nunca quiso corregirse.   
    Un día un perro de la calle entró a la casa y lo persiguió hasta la cama de su cuarto. Papá Ari se comía un bocado y el perro quiso quitárselo. Cuando abuelo Marcos oyó los gritos pensó que el perro había mordido a su hijo, y lo persiguió con un palo de escoba. Lo golpeó, asustado, hasta dejarlo como dormido.                        
    ¡Nunca, como ese día, estuvo abuelo tan cerca de hacerle mucho daño a un ser vivo!



Paula

    ¿Qué cómo será Paula?, pregunta abuelita. De seguro que será color café-con-leche. ¿Pero para  qué tratar de adivinar si será de un tono oscuro o un tono claro? ¡Serán sus ojos y su sonrisa los que atrapen a los ojos que la miran!
    No sé, tampoco, si Paula será rellenita, como su tía Taína cuando niña, cojinito de algodón; o si será delgadita, como Ari cuando niño, niño Pinocho que camina. No sé si Paula tendrá el pelo rizo como una voltereta, o el pelo lacio como la chorrera del parque. No sé si será la niña más bonita de la escuela, como su abuelita Hilda, o el niño que canta mientras camina como su abuelo Marcos. No sé si Paula será la niña perfecta, como su tía Tay, o niña amistosa, como su padre Ariel.
    Pero sí sé que Paula será una niña amada, de ésas que se recuerdan en el trabajo, de ésas que nos hacen reír cuando conducimos un carro, de ésas que añoramos ir a ver, con prisa prisa prisa, de ésas que se esconden con sigilo en nuestra cama, a nuestros pies, o por el ladito, o sobre la almohada, y nos abrigan todos los sueños. 


Estela Marina


    Estela Marina era el primer nombre de Taína. A última hora le pusimos Taína como un disfraz,
porque no es bueno llamarse Marina en tierra de México.
    Pero Estela Marina se quedó grabado en nuestro corazón. Nada tenía que ver con la mujer que traicionó a su pueblo. Estela Marina es como la estrella fugaz del mar, no del cielo. Estela Marina es un camino que se abre en medio de las aguas del mar de los anhelos.

Y un anhelo es algo que se abriga en lo profundo del pecho, como abriga una gallina al pollito en su huevo.

El marco roto


    Abuelito Marcos habla de abuelita Hilda como si se tratara del olor del pan que se hornea en la mañana.
    Vivieron juntos tanto tiempo que a veces ninguno sabía si un brazo era de él o era de ella, o dónde terminaba uno y empezaba el otro. 
    Eran como una vasija antigua olvidada en un bodega, una vasija llena de especias, quizás de canela. Hilda-Canela llevaba tanto allí que creyó que tenía la forma de la vasija; Marcos-vasija llevaba tanto tiempo allí, que creyó que él tenía el olor dulce de la canela.
    Pero eran también como la pintura que reposa en un museo. Abuelita vivía rodeada del abrazo de su marco. Y Marcos vivía relleno de la colorida Hilda.  
    Sin embargo, a veces un beso lastima como las espinas de las rosas. Y ocurrió que un beso rompió un brazo de Marcos. La pintura se cayó del marco y se sintió desde entonces perdida.
    Marcos, desde entonces, por su parte, se sintió simplemente vacío. Le duele siempre el brazo, y ya
no huelen a pan sus mañanas.


Del amor y la tristeza

    Cada día trae consigo su canasta nueva de luz. Trae canasta nueva porque también cada día se lleva la canasta vieja.
    Todo viene y todo se va, como la luz de cada día.
    Una de las cosas más tristes de un camino es encontrar a un padre que no quiere mirar al hijo que lo ama. Pero mucho más triste que eso es encontrar a un hijo que no quiere mirar al padre que lo amó y lo acunó, eternamente.

    Eternamente digo, porque el amor que se dio no es como la canasta de luz de cada día. Cuando acuesto a mi padre enfermo cada noche me doy cuenta de que está aún vivo en mí el niño que fui hace medio siglo. Y es que el amor que se dio... no se va, ¡no muere nunca! 


Marcos 
Reyes
Dávila

.

El autor, colombiano, es Catedrático de Filosofía del Colegio Universitario de Humacao. Fue director del Instituto de Estudios Hostosianos. Es autor de numerosos artículos sobre filosofía contemporánea, particularmente la de M. Foucault. Publicó recientemente el libro Filosofía moderna en el Caribe hispano.



"Sentí por ella y con ella su hermosura y su desgracia. Pensaba en lo noble que hubiera sido verla libre por su esfuerzo, y en lo triste y abrumador y vergonzoso que es verla salir de dueño en dueño sin jamás serlo de sí misma, y pasar de soberanía en soberanía sin jamás usar la suya".
Eugenio María de Hostos, (II, 344)

El pensamiento y la actitud de Eugenio María de Hostos han sido malinterpretados tratando de encasillarlo en una ideología asimilista. Nada más lejos de la verdad. La filosofía política y jurídica de Hostos, en este momento y, en verdad, a lo largo de toda su vida y su pensamiento, es la prevalencia de un estado de derecho, y en contra de un estado de hecho o mera imposición de un gobierno por la fuerza. Para que haya estado de derecho el pueblo tiene que ser consultado y expresar su voluntad.
La invasión es un `estado de hecho', un hecho de fuerza y, como tal, no da legitimidad alguna. Consecuente con este principio, Hostos pensaba que el gobierno estadounidense, siendo el mejor ejemplo en su época de estado de derecho y de democracia, no incurriría en la contradicción de dejar a Puerto Rico en un estado de hecho que se ha impuesto sólo por la fuerza militar y que, por tanto, consultaría al pueblo puertorriqueño para que expresara su voluntad. La labor de Hostos fue en este sentido. Veía al pueblo demasiado eufórico con los `americanos' y no se daba cuenta que esto si seguía así era `cambiar un yugo por otro yugo'. Su voz y su acción se enderezaron a exigir un estado de derecho y para ello la necesidad de un plebiscito a fin de que el pueblo expresara su voluntad política. En principio, Hostos parecía confiado en que Estados Undios accedería a la consulta al pueblo puertorriqueño; poco a poco se dio cuenta que no era así y que había, por tanto, una flagrante contradicción entre la teoría del derecho existente en la Constitución y las leyes -y en la retórica de los gobernantes- y la práctica real que se siguió con Puerto Rico.
Tal es en líneas generales el pensamiento de Hostos en esta coyuntura histórica del 98. No obstante, como dije, algunas personas han interpretado a Hostos en un sentido anexionista o muy cerca de serlo. Voy a analizar detenidamente dos textos que son los que se han prestado para tales malas interpretaciones.
"Mientras nuestra suerte esté unida a los Estados Unidos, debemos desear que se nos admita de lleno en todas las participaciones, prerrogativas y privilegios de un estado soberano unido a la república. Aspiramos, tan pronto como sea posible, a nuestra
todavía entrada en la Unión". (Obras completas, V, 350)
Este texto es del 6 de septiembre de l898. Defiendo que debe interpretarse a la luz de otro texto de la misma semana (10 de septiembre de l898). Este segundo texto afirma:
"La Liga de patriotas tiene por objetivo el cambio pronto del gobierno militar por el civil; el del establecimiento del gobierno temporal tan pronto el Congreso se reúna, la más pronta exaltación de Puerto Rico a la categoría de Estado".
Lo que algunos intérpretes hacen es que citan este texto, pero cortan la cita ahí, dejando fuera la importante aclaración que sigue:




Ruby Posada (Colombia): Violencia 2 (aguafuerte sobre acrilico, 1997)
"Reserva del derecho de plebiscito para cuando la situación política de los Estados Unidos favorezca este propósito". (V, 10) Se ve, pues, que la estadidad de que se trata es la de un gobierno civil, temporal, mientras se hace el plebiscito. Estos han sido los dos textos que los intérpretes han sacado a relucir para hablar del anexionismo de Hostos. Como vimos se trata de un gobierno provisional pero no colonial, ni meramente territorial, mientras se realiza el plebiscito.
Expongamos en orden estrictamente lógico el pensamiento de
Hostos al respecto:
1. Puerto Rico se encuentra en lo que los teóricos del derecho denominan `estado de guerra'. En esta situación no se puede seguir, pues ni siquiera las leyes estadounidenses son válidas porque no han sido declaradas a tales efectos ni por el Congreso ni por el presidente. (Hostos se refiere a la situación anterior a la ley Foraker).
2. La solución territorial (territorio no incorporado) no es buena porque no es una decisión final, es una solución colonial, y nos deja impacientes.
3. A la independencia inmediata no se puede ir. España nos ha dejado en tal deterioro económico, físico y hasta moral que sería desastroso ir a la independencia inmediata.
4. La solución provisional es formar parte de la Unión, no como mero territorio pues esto es unirse en condiciones coloniales, sino como
estado, es decir con un gobierno civil propio, mientras en un plazo de venticinco años nos preparamos para un plebiscito.
5. Para poder llevar a cabo un plebiscito, Hostos exige primero la declaración de independencia; entonces se estará en condiciones legítimas de poder votar. En otras palabras, Hostos exige previamente al plebiscito una transferencia de poderes.
6. En el plebiscito se votaría por dos fórmulas: la estadidad o la independencia.
7. Si el pueblo vota por la estadidad, Hostos nos dice que respetará la decisión (pues en eso consiste la democracia), pero él se expatriaría. Pues él prefiere la independencia y la posterior unión de Puerto Rico a una Confederación Antillana.
8. Aún si la estadidad triunfara, Puerto Rico no pierde su derecho a la independencia, porque éste no se pierde nunca.
9. Hostos se dio cuenta que Estados Unidos no mostraba ninguna intención de consultar al pueblo de Puerto Rico para entrar en un régimen de derecho. Y por ello inicia una denuncia del imperialismo estadounidense. Esta crítica antiimpe-rialista se hizo cada vez más fuerte en Hostos hasta el final de sus días.
Expliquemos cada uno de estos pasos. En cuanto al primer punto, Hostos se expresa claramente diciendo que las leyes americanas no son válidas y fustiga a los militares en ejercicio del poder porque están apresando y callando a los periodistas, aplicando leyes que no son vigentes para Puerto Rico. Denunció esta situación ante el presidente MacKinley y ante los periodistas estadounidenses. Con respecto al segundo punto, la solución territorial, conviene observar que fue la que en realidad se implantó y perdura hasta el día de hoy. Pues a pesar del Estado Libre Asociado, Puerto Rico sigue siendo un `territorio no incorporado". La dificultad de la situación la vio Hostos muy claramente: es una situación colonial e incompatible con el régimen de derecho de la democracia estadounidense. Con respecto a la independencia inmediata (tercer punto) Hostos hace ver que los puertorriqueños se equivocaron al recibir efusivamente al ejército invasor (y esto lo dice Hostos en el mismo texto preferido de los anexionistas, el primero que he citado donde habla de la unión con los Estados Unidos). Se equivocaron porque el pueblo pensó que Estados Unidos venía para liberarlos del yugo español y dejarlos en libertad. "Los puertorriqueños se imaginaron que el propósito de los Estados Unidos era, primero, asestar a España un golpe militar, y segundo, aprovechar la oportunidad de poner fin para siempre al desgobierno de España en
las Antillas, erigiendo en la Isla un gobierno libre e independiente"
. (V, 349)
Como se sabe, el gobierno estadounidense rechazó para Puerto Rico el gobierno propio como forma aceptable para la potencia nórdica. La impracticabilidad de la independencia inmediata se hizo más evidente con el desastre que dejó tras de sí el huracán San Ciriaco.
El punto cuarto es el que más se ha prestado para malas interpretaciones. Si no se podía la independencia inmediata, ni la mera territorialidad, la solución `en derecho' que quedaba era la incoporación de Puerto Rico como Estado, pues sólo así no se estaba en condiciones jurídicas de inferioridad. Lo que olvidan (o silencian) los intérpretes anexionistas es que esa solución era provisional. De hecho, Hostos habló en Puerto Rico de dos grupos: los anexionistas y los temporalistas. Los temporalistas, entre los cuales se incluía él mismo, eran los que defendían un gobierno civil temporal. Esta provisionalidad significaba un período de educación democrática y preparación para el plebiscito. El gobierno civil era un estado de derecho pleno, pero temporal en vistas a una solución definitiva. Hostos explicó cuáles serían los requerimientos para un gobierno civil temporal pero jurídicamente válido. Hostos pidió la reducción del ejército estadounidense. Pidió también un cambio justo de moneda. Todo lo contrario a lo que de hecho ocurrió.
El quinto punto exige la transferencia de poderes previa al plebiscito. Quienes pidan la estadidad deben pedirla de pie, con dignidad, en situación de igualdad; pero para ello se requiere la transferencia de poderes.
"Los puertorriqueños que eso quieren, quieren bien, ser un Estado de la
Unión americana es un noble ser, pero los que eso quieren han de quererlo como hombres, como dignos, como enteros. Y ellos, entonces, han de ser los primeros en reclamar la independencia patria para poder, usando la conciencia de su soberanía absoluta, trocarla plebiscitariamente, por medio, y en ejercicio del derecho del plebiscito, por la soberanía limitada de que goza un Estado federal"
. (V, 305) Nótese que la estadidad es, para Hostos, una soberanía limitada.
El sexto punto indica que en el plebiscito se votará por dos fórmulas: estadidad o indepedencia. No podemos recriminar a Hostos porque admita esa doble posibilidad, pues tendríamos que recriminarnos a todos nosotros hoy que pedimos un plebiscito con dos (o más fórmulas). Rafael Aragunde señala que Albizu Campos no admitía esa alternativa; y muestra que en ese punto Hostos estaba en lo correcto. Ya hemos citado las palabras de Hostos donde admite la posibilidad de que se vote por la estadidad; veamos ahora sus palabras en favor de la independencia.
"Aquellos de entre los puertorriqueños que vean más a fondo el porvenir, seguirán queriendo que Puerto Rico sea un estado confederado de las Antillas Unidas en un todo político y nacional, y esos puertorriqueños saben que ni hoy ni mañana ni nunca, mientras quede un vislumbre de derecho en la vida norteamericana, está perdido para nosotros el derecho a reclamar la independencia, porque ni hoy ni mañana ni nunca dejará nuestra patria de ser nuestra". (V, 305). Más claro no se puede hablar.
El séptimo punto indica que, de ganar la estadidad, Hostos se expatriaría.
"Si mi país se somete al yugo americano, le diré adiós para siempre. La libertad de Puerto Rico y de otros países de habla española ha sido el ideal de mi vida, y si mis compatriotas cambiaran un yugo por otro, dedicaré mis energías a la misma causa republicana, pero me quedaré siendo el expatriado que he sido durante treinta años". (V, 337) Nótese que en este texto el término `republicano' no es el nombre de un partido político, sino el ideal republicano general, es decir, la constitución de un estado con gobierno elegido por el pueblo y con división de poderes). El punto ocho indica que Puerto Rico siempre conservará su derecho a la independencia, incluso si gana la estadidad en un plebiscito. El texto correspondiente lo he citado como explicación del punto número 6 (V, 305).
El punto nueve representa un viraje decisivo en la apreciación que Hostos tuvo del desenvolvimiento de los acontecimientos durante los dieciocho meses que estuvo en Puerto Rico a partir de la invasión y su posterior expatriación en la República Doninicana. Este viraje es una actitud antiimperialista muy decidida, y es resultado de la percepción clara y distinta de que Estados Unidos no se proponían consultar al pueblo de Puerto Rico para acceder a un estado de derecho y que, por consiguiente, lo que quería era perpetuar el estado de hecho resultado de la invasión.
Antes de citar los textos correspondientes a esta posición anti-imperialista, conviene otra aclaración más. Quienes hacen una (falsa)
lectura asimilista de la posición de Hostos en el 1898, se dejan deslumbrar por las veces que él habla de `americanización'. Por `americanización' entiende Hostos el acceso a un régimen de vida democrático y jurídicamente válido; el acceso a la vida de la civilización moderna. Americanización es modernización. Sin duda es una idealización de los Estados Unidos. Una mitificación en que cayeron todos los pensadores positivistas latinoamericanos del siglo pasado. Sólo Martí y el Hostos de los tres últimos años de su vida pudieron quitarse las vendas de los ojos que les impedían ver la realidad. Martí pudo decir: "Viví dentro del monstruo, y lo conozco". Lo que silencian los intérpretes asimilistas es que Hostos denuncia abiertamente las incongruencias estadounidenses entre su teoría del derecho y la práctica real. Escribe Hostos a su amigo dominicano Federico Henríquez y Carvajal:
"Los hechos que encontré consumados a mi llegada a Estados Unidos son contrarios al desarrollo del sistema americano de gobierno. Con efecto, aunque se den a Puerto Rico todas y cada una de las libertades y de las fuerzas que ella engendra, el desarrollo del sistema se malogra porque la unión habrá violado el principio en que descansa ese sistema, que requiere en absoluto la voluntad del pueblo para organizar sus instituciones representativas. El hecho
consumado ha sido la sujeción violenta de Puerto Rico a una dominación que, por salvadora que sea, para nada ha contado con Puerto Rico. Es más: por falta de reflexión y aun de valentía política, el gobierno de la Unión ha convertido en un atentado contra el derecho público americano lo que hubiera podido ser victoria definitiva del derecho nuevo contra el derecho viejo"
. (
V, 249)
Hostos reprocha a un periodista, y luego a Julio Henna, por hacerle decir que él estaba de acuerdo con la `cesión' que hizo España a los Estados Unidos. Quizá se le pueda reprochar a Hostos el que haya utilizado como estrategia el recurso a los mismos principios de derecho que invoca la legalidad estadounidense. Pero con ello quería mostrar la incongruencia entre la teoría jurídica americana y la práctica imperialista. Además, no era sólo estrategia: Hostos estaba convencido de la bondad de los principios democráticos y del régimen de derecho. Esta era su filosofía política.
Veamos ahora algunos textos anti-imperialistas. Hablando de los norteamericanos afirma: "Son fuerzas ciegas, que movidas en una dirección se mueven implacablemente, arrollando lo que arrollen, caiga quien caiga. Algunos admiran eso en la historia escrita y en la historia hecha; yo no creo digna de admiración la fuerza bruta." Líneas más adelante concluye:
"Es una convicción inconfesa de los bárbaros que intentan desde el ejecutivo de la Federación popularizar la conquista y el imperialismo, que para absorber a Puerto Rico es necesario exterminarlo". (V, 300)
El mismo Hostos nos trae en Madre Isla una declaración del ex presidente de Estados Unidos, Cleveland, afirmando que si los habitantes de Puerto Rico muestran oposición, hay que hacer lo que se hace siempre en un proceso de conquista: exterminarlos.
En conclusión, en la coyuntura del l898, Hostos se hizo presente. Recuérdese que vivía y trabajaba en Chile, y abandonó paz y trabajo, para venir a lo que juzgó la hora decisiva. Y se hizo presente para dar la batalla por el derecho, la libertad, la democracia, la soberanía y la independencia de Puerto Rico. En nombre del derecho y la democracia se opuso al mantenimiento de un estado de guerra que era el estado en que se estaba desde la invasión. Aunque Hostos, admitió la posibilidad de dos fórmulas en un plebiscito, prefirió siempre la independencia. Consideró que la estadidad era una soberanía limitada, y que Puerto Rico conservaría, a pesar de la estadidad, su derecho permanente a reclamar la independencia. No hay lugar a dudas en el planteamiento de Hostos en esta coyuntura. Su línea central fue la defensa de un estado de derecho y contra la fuerza bruta, pero fue ésta la que prevaleció. Incluso después de la ley Foraker, Hostos afirmó que ésta era la justificación de lo ocurrido por la vía de la fuerza.
No hay manera de deducir de los textos de Madre Isla que Hostos fuera un anexionista; cualquier conclusión en ese sentido falta a la verdad histórica y textual.

martes, 26 de enero de 2010

EL PROPÓSITO DE LA NORMAL [1]

                                  Por Eugenio María de Hostos


Señor Presidente de la República:
Señores:
Han sido tantas, durante estos cuatro años de prueba, las perversidades intentadas contra el Director de la Escuela Normal, que acaso se justificaría la mal refrenada indignación que ahora desbocara sobre ellas.
Pero no: no sea de venganzas la hora en que triunfa por su misma virtud una doctrina. Sea de moderación y gratitud.
Sólo es digno de haber hecho el bien, o de haber contribuído a un bien, aquel que se ha despojado de sí mismo hasta el punto de no tener conciencia de su personalidad sino en la exacta proporción en que ella funcione como representante de un beneficio deseado o realizado.
El que en ese modo impersonal se ha puesto a la obra del bien, de nadie, absolutamente de nadie, ha podido recibir el mal. ¿Qué gusano, qué víbora, qué maledicencia, qué calumnia, qué Judas, qué Yago han podido llegar hasta él? ¿Es él un gusano? ¿Es el un áspid? ¿Es él una excrecencia revestida de la forma humana?
No, señores: él es lo más alto y lo más triste que hay en la creación. Es la roca desierta que soberanos esfuerzos han solevantado lentísimamente por encima del mar de tribulaciones, y que sufre sin quebrantarse la espuma de la rabia, el embate de la furia, el horror desesperado de las olas mortales que le asedian. Es La conciencia, triste como la roca, pero alta como la roca desierta del océano. Y no la conciencia individual, que siempre toma su fuerza en la inconciencia circundante, sino la conciencia humana, que toma su fuerza de sí misma, que de sí misma recibe su poder de resistencia, y, secundando a la naturaleza, sacrifica el individuo a la especie, la personalidad a la colectividad, lo particular a lo general, el bienestar de uno al bienestar de todos, el hombre a la humanidad.
En esa región de la conciencia no hay pasiones como las pasiones vergonzosas que amojaman el cuerpo y el alma de otros hombres: unos y otras pasan por debajo, precipitándose en la sima de su propia nada, sin que logren de la conciencia, que va trepando penosamente su pendiente, ni una mirada, ni una sonrisa, ni un movimiento de desdén. Ascendiendo siempre la una, bajando siempre las otras ¿qué venganza más digna de la una que el seguir siempre ascendiendo, qué castigo mayor para las otras que el seguir siempre bajando?
Una vez, en los Andes soberanos, por no se sabe qué extraordinaria sucesión de esfuerzos, había logrado subir al penúltimo pico de la cúspide misma del desolado ventisquero del Planchón una alpaca de color tan puro como la no medida plancha de hielo que le servía de pedestal. Descendiendo por la vertiginosa pendiente del ventisquero, y hundiéndose en los cóncavos senos de la tierra con todo el fragor de dos truenos repetidos mil veces por los ecos subterráneos, dos torrentes furiosos azotaban la mole en que la alpaca se asilaba. Las oleadas la sacudían, las espumas la salpicaban, los horrísonos truenos la amenazaban, y la tímida alpaca no temía.
Muy por debajo de la cumbre, al pie del ventisquero, una turba de enfermos, que habían ido a buscar la curación de sus dolencias o de sus pasiones en aquella salutífera desolación, se entretenía contemplando la angustiosa lucha entre el débil andícola y los fuertes Andes; y, como siempre que los hombres se entretienen, los unos se mofaban del débil, los otros celebraban
con risotadas las irracionales mofas, éstos tiraban piedras que no podían alcanzar al inaccesible animalito, aquéllos trataban de acosarlo con sus vociferaciones, alguno que otro lo compadecía, sólo uno tomaba para sí el ejemplo que él le daba, y todos deseaban que llegara el desenlace cualquiera que esperaban.
Mientras tanto, la alpaca solitaria, indiferente a los gritos y las risas de los hombres, impasible ante el estruendo y el peligro, buscaba un punto da apoyo en la saliente de hielo petrificado que coronaba el ventisquero, y, después de caer una y más veces, logró por fin encaramarse en el único seguro de aquel desierto de hielo desolado. Entonces, conociendo por primera vez el peligro de muerte que había corrido, y oyendo por primera vez las vociferaciones que la habían acosado, dirigió una mirada plácida a los hombres, a los torrentes desenfrenados y al abismo a donde habían tratado de precipitarla, fijó la vista en el espacio inmenso, y, percibiendo sin duda cuan invisible punto son los seres mortales en la extensión inmortal de la naturaleza, trasmitió a sus ojos expresivos la centelleante expresión de gratitud que a todo ser viviente conmueve en el instante de su salvación; y, dirigiendo otra mirada sin encono a las fuerzas naturales y a los hombres que la habían acosado, por invisibles senderos se encaminó tranquilamente a su destino.
En el alma de todo ser racional que ha logrado salvar las dificultades de una hora trascendental, se manifiesta el mismo fenómeno que observé en la alpaca descarriada de los Andes. Por encima de toda pasión odiosa se levanta en el fondo el sentimiento de la gratitud.
Yo la siento profunda, y la proclamo en voz alta ante vosotros.
Todos, en el Gobierno de la nación, en el gobierno del municipio, en el gobierno de la familia, en el gobierno de la opinión, como legisladores, presidente y secretarios del Estado, como representantes de la comunidad municipal, como jefes e inspiradores del hogar, como guías de la opinión cotidiana, todos vosotros, así Los presentes como los distantes, así los que sostuvisteis como los que iniciasteis esta obra, así los que desde el primer momento descubristeis la intención redentora que ella conlleva como los que hayáis tardado en ver la pureza de sus designios, así los que hayáis podido calumniarla como los que la hayáis combatido por error o por sistema, así los claros enemigos de la obra como los oscuros enemigos del obrero, todos sois dignos de gratitud, porque habéis contribuido a un beneficio que la República estimará tanto más concienzudamente cuanto mayor número de generaciones, redimidas por este esfuerzo común de redención, vengan a darle cuenta de la causa fundamental de la serie de bienes que en lo porvenir sucederá a la maraña de males que en lo pasado la envolvían.
Todos habéis contribuido a esta obra, los unos excitando con vuestra simpatía las pasiones generosas del amigo, los otros estimulando, en el que inútilmente quisisteis considerar como enemigo, las reacciones sublimes que el odio injusto promueve en las almas poseídas de la verdad y de la justicia.
Factores del bien como habéis sido todos, acaso deseáis que se le exponga, tal cual es, a los ojos atentos de la República; y ese deseo es el que va este discurso a complacer.
Harto lo sabéis, señores: todas las revoluciones se habían intentado en la República, menos la única que podía devolverle la salud. Estaba muriéndose de falta de razón en sus propósitos, de falta de conciencia en su conducta, y no se le había ocurrido restablecer su conciencia y su razón. Los patriotas por excelencia que habían querido completar con la restauración de los estudios la restauración de los derechos de la patria, en vano habían dictado reglamentos, establecido cátedras, favorecido el desarrollo intelectual de la juventud y hasta formado jóvenes que hoy son esperanzas realizadas de la patria: o sus beneméritos esfuerzos se anulaban en la confusión de las pasiones anárquicas, o la falta de un orden y sistema impedía que fructificara por completo su trabajo venerando.
La anarquía, que no es un hecho político, sino un estado social, estaba en todo, como estaba en las relaciones jurídicas de la nación; y estuvo en la enseñanza y en los instrumentos personales e impersonales de la enseñanza.
Para que la República convaleciera, era absolutamente indispensable establecer un orden racional en los estudios, un método razonado en la enseñanza, la influencia de un principio armonizado! en el profesorado, y el ideal de un sistema superior a todo otro, en el propósito mismo de la educación común.
Era indispensable formar un ejército de maestros que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que esos soldados de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en la mente una noción tan clara, y en la voluntad una resolución tan firme, que cuanto más combatieran, tanto más los iluminara la noción, tanto más estoica resolución los impulsara.
Ni el amor a la verdad, ni aun el amor a la justicia, bastan para que un sistema de educación obtenga del hombre lo que ha de hacer del hombre, si a la par de esos dos santos amores no desenvuelve la noción del derecho y del deber: la noción del derecho, para hacerle conocer y practicar la libertad; la del deber, para extender prácticamente los principios naturales de la moral desde el ciudadano hasta la patria, desde la patria obtenida hasta la pensada, desde los hermanos en la patria hasta los hermanos en la humanidad.
Junto, por tanto, con el amor a la verdad y a la justicia, había de inculcarse en el espíritu de las generaciones educandas un sentimiento poderoso de la libertad, un conocimiento concienzudo y radical de la potencia constructora de la virtud, y un tan hondo, positivo e inconmovible conocimiento del deber de amar a la patria, en todo bien, por todo bien y para todo bien, que nunca jamás resultara posible que la patria dejara de ser la madre alma de los hijos nacidos en su regazo santo o de los hijos adoptivos que trajera a su seno el trabajo, la proscripción o el perseguimiento tenaz de un ideal.
Todos y cada uno de estos propósitos parciales estaban subordinados a un propósito total; o, en otros términos, era imposible realizar parcialmente varios o uno de estos propósitos, si se desconocía o se descuidaba el propósito esencial: el de formar hombres en toda la excelsa plenitud de la naturaleza humana.
Y ese fin ¿cómo había de realizarse? Sólo de un modo, el único que ha querido la naturaleza que sea medio universal de formación moral del ser humano: desarrollando la razón; diré mucho mejor diciendo la racionalidad; es decir, la capacidad de razonar y de relacionar, de idear y de pensar, de juzgar y conocer, que sólo el hombre, entre todos los seres que pueblan el planeta, ha recibido como carácter distintivo, eminente, excepcional y trascendente.
Y para desarrollar la mayor cantidad posible de razón en cada ser racional ¿qué principio había de ser norma, qué medio había de ser conducta, que fin había de ser objeto de la educación?
¿Habíamos de dejar las cosas como estaban? Habríamos seguido obteniendo, del sistema de educación apetecido, lo que el sistema practicado estaba dando a la República: unos cuantos hombres de intelectualidad natural muy poderosa, que, en virtud de sus propios esfuerzos y contra los esfuerzos de su viciosa educación intelectual, se elevaban por sí mismos a una contemplación más pura y más leal de la verdad y el bien que la generación de bípedos dañinos o inofensivos que los rodeaban. ¿Habíamos de ir a restablecer la cultura artificial que el escolasticismo está todavía empeñado en resucitar? Habríamos seguido debiendo a esa monstruosa educación de la razón humana, los ergotistas vacío que, en los siglos medios de Europa y en los siglos coloniales de la América latina, vaciaron la razón, dejando como impuro sedimento las cien generaciones de esclavos voluntarios que viven encadenados a la cadena del poder humano o a la cadena del poder divino y que, cuando se encontraron en la sociedad moderna, al encontrarse en un mundo despoblado de sus antiguos dioses y de sus antiguos héroes, no supieron, en Europa, ponerse con los buenos a fabricar la libertad, no supieron, en la América latina, ponerse con los mejores a forjar la independencia.
¿Habíamos de buscar, en la dirección que el Renacimiento dio a la cultura moral e intelectual, el modelo que debíamos seguir? No estamos para eso. Estamos para ser hombres propios, dueños de nosotros mismos, y no hombres prestados; hombres útiles en todas las actividades de nuestro ser, y no hombres pendientes siempre de la forma que en la literatura y en las ciencias griegas y romanas tomaron las necesidades, los afectos, las pasiones, los deseos, los juicios y la concepción de la naturaleza. Estamos para pensar, no para expresar; para velar, no para soñar; para conocer, no para cantar; para observar, no para imaginar; para experimentar, no para inducir por condiciones subjetivas la realidad objetiva del mundo.
¿Habíamos, por último, de adoptar una organización docente que nos diera el esqueleto, no el contenido de la ciencia?
¿Qué habríamos hecho de la organización de los estudios, norteamericana, alemana, suiza, francesa, si nos faltaba el elemento generador de la organización? ¿Qué Condorcet ha podido imbuir el principio vital en un facsímil de hombre? ¿Qué Cuvier ha podido poner en movimiento las organizaciones anatómicas que restauraba? ¿Qué Pigmalión ha podido dar el fuego divino de la vida al bello ideal que ha esculpido el estatuario? Como el soñador deificado de la Grecia, como paleontólogo que Francia dio a la ciencia, como el filósofo que la Revolución Francesa malogró, no la estatua, no los huesos, no la imagen, necesitábamos la vida.
Aun más que la vida. Para que la razón educada nos diera la forma vital que íbamos a pedirle, necesitábamos restituirle la salud.
Razón sana no es la que funciona conforme al modo común de funcionar en la porción de sociedad humana de que formamos parte. Razón sana es la que reproduce con escrupulosa fidelidad las realidades objetivas y nos da o se da una interpretación congruente del mundo físico; la que reproduce con estoica imparcialidad las realidades subjetivas, y se da o nos da una explicación evidente de las actividades morales del ser que es en las profundidades del esqueleto semoviente que somos todos.
Razón sana no es la que destella rayos desiguales de luz: brillando ahora con los fulgores de la fantasía, deslumbrando después con los espejismos de la rememoración, esclareciendo con claridad solar una incertidumbre o una duda, y, complaciéndose después en las sombras o en las medias tintas, camina por la vida como va por los senderos del mundo el caminante imprevisor: tropezando y cayendo y levantándose, para volver a tropezar y a caer y a levantarse. Razón sana es la que funciona estrictamente sujeta a las condiciones naturales de su organismo.
Y entonces es cuando, directora de todas las fuerzas físicas y morales del individuo, normalizadora de todas las relaciones del asociado, creadora del ideal de cada existencia individual, de cada existencia nacional, y del ideal supremo de la humanidad, se dirige a sí misma hacia la verdad, dirige la afectividad hacia lo bello bueno, dirige la voluntad al bien; regula, por medio del derecho y del deber las relaciones de familia, de comunidad, de patria; forja el ideal completo del hombre en cada hombre; el ideal de patria bendecida por la historia, en cada patriota; el ideal de la armonía universal, en todos los seres realmente racionales; e, iluminando con ellos la calle de amargura que la naturaleza sorda ha señalado con índice inflexible al ser humano, le lleva de siglo en siglo, de continente en continente, de civilización en civilización, al siempre oscuro y siempre radiante Gólgota desde donde se descubre con asombro la eternidad de esfuerzos que ha costado el sencillo propósito de hacer racional al único habitante de la Tierra que está dotado de razón. Llevar la razón a ese grado de completo desarrollo, y enseñar a dejarse llevar por la razón a ese dominio completo de la vida en todas las formas de la vida, no es fin que la educación puede realizar con ninguno de los principios y medios pedagógicos que emplea la enseñanza empírica o la enseñanza clásica. La una prescinde de la razón. ¿Cómo ha de poder dirigir a la razón? La otra la amputa. ¿Cómo ha de poder completarla? La una nos haría fósiles, y la vida no es un gabinete de historia natural. La otra nos haría literatos, y la vida no está reducida, y las fuerzas creadoras no están concretadas, a la limitación o admiración de las armonías de lo bello. La vida es un combate por el pan, por el puesto, por el principio, y es necesario presentarse en ella con la armadura y la divisa del estoico: Conscientia, propugnans pro virtute.
La vida es una disonancia, y nos pide que aprendamos, gimiendo, llorando, trabajando, perfeccionándonos, a concertar en una armonía, superior a la pasivamente contemplada o imitada por los clásicos, las notas continuamente discordantes que, en las evoluciones individuales, nacionales y universales del hombre por el espacio y el tiempo, lanza a cada momento la lira de mil cuerdas que, con el nombre de historia, solloza o canta, alaba o increpa, exalta o vitupera, bendice o maldice, endiosa o endiabla los actos de la humanidad en todas las esferas de acción, orgánica, moral e intelectual, que hacen de ella un segundo creador y una creación continua.
Monstruoso el escolasticismo, eunuco el clasicismo, ¿qué enseñanza era necesaria para verificar la revolución saludable en esta sociedad ya cansada de revoluciones asesinas?
La enseñanza verdadera: la que se desentiende de los propósitos históricos, de los métodos parciales, de los procedimientos artificiales, y, atendiendo exclusivamente al sujeto del conocimiento, que es la razón humana, y al objeto de conocimiento, que es la naturaleza, favorece la cópula de entrambas y descansa en la confianza de que esa cópula feliz dará por fruto la verdad.
Dadme la verdad, y os doy el mundo. Vosotros, sin la verdad, destrozaréis el mundo: y yo, con la verdad, con sólo la verdad, tantas veces reconstruiré el mundo cuantas veces lo hayáis vosotros destrozado. Y no os daré solamente el mundo de las organizaciones materiales: os daré el mundo orgánico, junto con el mundo de las ideas, junto con el mundo de los afectos, junto con el mundo del trabajo, junto con el mundo de la libertad, junto con el mundo del progreso, junto —para disparar el pensamiento entero— con el mundo que la razón fabrica perdurablemente por encima del mundo natural.
¿Y qué sería yo, obrero miserando de la nada, para tener esa virtud del todo? Lo que podríais ser todos vosotros, lo que pueden ser todos los hombres, lo que he querido que sean las generaciones que empiezan a levantarse, lo que, con toda la devoción, con toda la unción de una conciencia que lleva consigo la previsión de un nuevo mundo moral e intelectual, quisiera que fueran todos los seres de razón: un sujeto de conocimiento fecundado por la naturaleza, eterno objeto de conocimiento.
La verdad que de esa fecundación nacería, hasta tal punto es un poder, que ya lo veis, a vuestra vista está: la faz, distinta de la humanidad pasada, con que se nos presenta la humanidad actual, no es obra de otro obrero, ni efecto de otra causa, que de la mayor cantidad de verdad que el hombre de hoy tiene en su mente. Esa mayor cantidad de verdad no se debe a otra operación de alquimia o taumaturgia que a la simple operación de observar la realidad del mundo tal cual es.
¿Y para qué, si no para eso, tenemos nosotros los sentidos? ¿Y para qué, si no para eso, transmiten ellos sus sensaciones al cerebro? ¿Y para qué, si no para eso, funciona en el cerebro la razón?
Y, sin embargo, hacer eso, que es lo que la naturaleza ha querido que hiciese el hombre en el planeta que le ha dado, ha parecido, a los irreflexivos de todas partes, un atentado contra la naturaleza, y a los irreflexivos de por acá ha parecido un atentado contra Dios.
Pero, Señor, providencia, causa primera, verdad elemental, razón eficiente, conciencia universal, seas lo que fueres ¿hasta cuándo ha de ser un crimen la inocencia? ¿Hasta cuando ha de ser un mal la aspiración al bien? ¿Hasta cuándo ha de ser aborto de la naturaleza el que más se esfuerza por ser su fiel hechura? ¿Hasta cuándo ha de ser un ofensor el que sólo quiere ser defensor de la razón?
¿De la razón? De la parcela de razón que tú, sin duda tú, razón centrípeta, has imbuido en el espíritu del hombre, para que, evolucionando independientemente de su foco, se lance en el espacio sin fin de la verdad y, teniendo en tu seno el centro fijo, imite a la vorágine de mundos que se precipitan en el infinito, y que trazando en él sus invisibles órbitas, y poseídos del vértigo que los aleja de su centro, son, como la razón humana, tanto más prueba de que existe el centro a que obedecen, cuanto más en lo hondo del infinito se sumergen.
¿Qué cuerpos en el espacio, qué razón en el mundo de los hombres, qué virtud en el alma de los niños, puede no ser más recular cuando obedezca naturalmente a su centro de atracción?
Así como el centro del mundo planetario está en el sol, y el centro de la razón está en el mundo que contempla, así el centro de toda virtud es la razón. Desarrollar en los niños la razón, nutriéndola de realidad y de verdad, es desenvolver en ellos el principio mismo de la moral y la virtud.
La moral no se funda más que en el reconocimiento del deber por la razón; y la virtud no es más ni menos que el cumplimiento de un deber en cada uno de los conflictos que sobrevienen de continuo entre la razón y los instintos. Lo que tenemos de racionales vence entonces a lo que tenemos de animales, y eso es virtud, porque eso es cumplir con el deber que tenemos de ser siempre racionales, porque eso es la fuerza (virtus), la esencia constituyente, la naturaleza de los seres de razón.
Para lograr ese fin, más alto y mejor que otro cualquiera (por ser, tomando un pleonasmo expresivo de la metafísica alemana, el fin final del hombre en el planeta), por lograr ese fin han querido los grandes maestros, desde Confucio hasta Sócrates, desde Mencio hasta Aristóteles, desde Comenio hasta Pestalozzi, desde Fenelón hasta Froebel, desde Tyndall hasta Lockyer, desde Mann hasta Hill, secundar a la razón en su incesante evolucionar hacia la verdad. Por lograr ese fin se quiso también aplicar aquí el sitema y el procedimiento racional de educación. Formar hombres en toda la extensión de la palabra, en toda la fuerza de la razón, en toda la energía de la virtud, en toda la plenitud de la conciencia, ése podrá haber sido el delito, pero ése ha sido y seguirá siendo el propósito del director de esta obra combatida.
Para que la obra fuese completamente digna de un pueblo, ni un solo móvil egoísta he puesto en ella.
Si el egoísmo hubiera sido mi guía o mi consejero, hace ya mucho tiempo que hubiera desistido de la empresa: la calumnia habría dado la voz a la viril indignación, y habría acabado.
Pero ni al mal egoísmo ni al egoísmo bueno presté oído, y el mismo tranquilo menospreciador de aullidos que antes era, soy ahora; y la misma que fue en la ley, es en el presupuesto de mi vida la recompensa económica de mi trabajo material.
Si hubiera sido egoísta, abiertas generosamente para mí han estado las puertas de una comarca hermana, y me las he cerrado.
Si hubiera sido egoísta, constitución, posibilidad de ser útil, simpatías personales, la misma vocación, me hubieran llamado a la política, y mirad que vivo en la soledad de mis deberes.
Si hubiera sido egoísta, me hubiera abierto a todas las expansiones que dan popularidad al hombre público, y mirad que estoy tan encerrado como siempre en mi reserva. Si hubiera sido egoísta...
Pero ¿cómo me atrevo a alucinaros? ¿Cómo me atrevo a mentiros? ¿Cómo me atrevo a engañaros?
Al modo de la virgen pudorosa que se ruboriza al negar el afecto que suspira en lo profundo, el alma virgen de dolo y de mentira inflama el rostro del que miente una virtud.
Vedme, señores, confeso de mentira ante vosotros. Vedme confeso de haberos engañado. Yo no puedo negaros que os engaño. Yo no puedo negaros que soy el más egoísta de los reformadores. Yo no puedo negaros que en la obra intentada, en la perseverancia de que ella es testimonio y en el dominio de las circunstancias que la han contrastado, mi más fuerte sostén ha sido el egoísmo.
Mis esfuerzos, mi perseverancia, el dominio de mí mismo que requiere esta reforma, no han sido sólo por vosotros: han sido también por mí, por mi idea, por mi sueño, por mi pesadilla, por el bien que merece más sacrificios de la personalidad y el amor propio.
Al querer formar hombres completos, no lo quería solamente por formarlos, no lo quería tan sólo por dar nuevos agentes a la verdad, nuevos obreros al bien, nuevos soldados al derecho, nuevos patriotas a la patria dominicana: lo quería también por dar nuevos auxiliares a mi idea, nuevos corazones a mi ensueño, nuevas esperanzas a mi propósito de formar una patria entera con los fragmentos de patria que tenemos los hijos de estos suelos.
Tíreme la primera piedra aquel de entre vosotros que se sienta incapaz de ese egoísmo.
Con ése no se contará para la alta empresa. Y cuando ya las legiones de reformados en conciencia y en razón, por buscar lógicamente la aplicación de la verdad a un fin de vida necesario para la libertad y la civilización del hombre en estas tierras y para la grandeza de estos pueblos en la Historia, busquen en la actividad de su virtud patriótica la Confederación de las Antillas, que conciencia y razón, deber y verdad, señalan como objetivo final de nuestra vida en las Antillas, la Confederación pasará sobre ese muerto. Y cuando, al meditar en la eficacia del procedimiento intelectual que se habrá empleado para llegar a la Confederación, diga alguno que la Confederación de las Antillas es más una confederación de entendimientos que de pueblos, el que ahora me acuse quedará eliminado de la suma de entendimientos que hayan concurrido al alto fin.
Pero si el soñador no llegara a la realización del sueño, si el obrero no viese la obra terminada, si las apostasías disolviesen el apostolado, ni la vida azarosa, ni la muerte temprana podrán quitar al maestro la esperanza de que en el porvenir germine la semilla que ha sembrado en el presente, porque del alma de sus discípulos ha tratado de hacer un templo para la razón y la verdad, para la libertad y el bien, para la patria dominicana y la antillana.
Y cuando más desesperado cierre los ojos para no ver el mal que sobrevenga, del fondo de su retina resurgirá la escena que más patéticamente le ha probado la excelencia de esta obra.
Estábamos en ella: estábamos trabajando para acabar de entregar a la República esos hombres. Uno de ellos iba a ser examinado, y se había dado la señal. El órgano con su voz imponente hacía resonar ese interludio sublime que, con cuatro notas, penetra en lo hondo de la sensibilidad moral, y la despierta en los rincones de la sensibilidad física, y eriza los nervios en la carne.
La Escuela era en aquel momento lo que en esencia es: y el silencio y el recogimiento atestiguaban que se estaba oficiando en el ara de eterna redención que es la verdad.
De pronto, al pasar por la puerta una mujer del campo, se detiene, deja en la acera los útiles de su industria y de su vida, intenta trasponer el umbral, se amedrenta, vacila entre el sentimiento que la atrae y el temor que la repele, levanta sus escuálidos brazo, se persigna, dobla la rodilla, se prosterna, ora, se levanta en silencio, se retira medrosa de sus propios pasos, y así deja consagrado el templo.
Los escolares imprevisores se reían, el órgano seguía gimiendo su sublime melopea, y, por no interrumpirla ni interrumpir la emoción religiosa que me conmovía, no expresé para los escolares la optación que expreso ante vosotros y ante la patria de hoy y de mañana.
¡Ojalá que llegue pronto el día en que la Escuela sea el templo de la verdad, ante el cual se prosterne el transeúnte, como ayer se prosternó la campesina! Y entonces no la rechacéis con vuestras risas, no la amedrentéis con vuestra mofa; abridle más las puertas, abridle vuestros brazos, porque la pobre escuálida es la personificación de la sociedad de las Antillas, que quiere y no se atreve a entrar en la confesión de la verdad.

Eugenio María de Hostos, “Forjando el Porvenir americano, Obras Completas”, vol. XII, tomo I, 1939, p. 128; “Antología”, prólogo de Pedro Henríquez Ureña, selección, arreglo y apéndice de Eugenio Carlos de Hostos. Imprenta, Litografía y Encuadernación Juan Bravo, Madrid, 1952, pp. 137-153.


[1] Discurso pronunciado por Eugenio María de Hostos, Director de la Escuela Normal de Santo Domingo, en la Investidura de los primeros Maestros normales de la República, discípulos suyos, en 1884. Los estudiantes graduados fueron Félix Evaristo Mejía, Francisco José Peynado, Agustín Fernández, Luca T. Gibbes, José María Alejandro Pichardo y Arturo Grullón
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