martes, 16 de junio de 2015

Cervantes: La figura en el tapiz

En su aniversario cuatrocientos


Hablando de “Cervantes:
“La figura en el tapiz”

de Jorge García López

 

La historia de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” es un tema preferido de la cultura no solo hispana, sino mundial. Se acuñan baratijas con su efigie en Taiwán y en todas partes. Mas es, como Hostos para la inmensa mayoría, “un ilustre desconocido” a quien todos creen conocer pero pocos han leído.

Me dio curiosidad este año regresar a sus andanzas y decires, y deseo de volver a él, pues celebramos un nuevo centenario –el cuarto– de la publicación de la segunda parte (1615). Quise buscar una nueva biografía y escogí la publicada justamente este año por Jorge García López titulada “Cervantes: la figura en el tapiz” (Barcelona: Pasado y Presente, 2015, 282 págs.).
                   
Durante mi estancia de estudios graduados en la UNAM a principios de los setentas –seguramente en el 74–, un ruso de nombre Ludovic Osterc ofrecía un curso sobre el Quijote en el que me matriculé, y para el que preparé una monografía sobre el pensamiento político y social en “El Quijote”, si no recuerdo mal, tema que precisamente entonces trabajaba Osterc, y que tuvo como producto un libro que salió publicado muy poco después (1975). Recuerdo la larga y dificultosa, pero absorbente, lectura, y la tarde en que Alonso Quijano se me murió ante los ojos y en mis brazos... “Para mí sola nació don Quijote, y yo para él”, dice en su párrafo final, en la edición de Ramón Sopena repleta de grabados, particularmente, los fascinantes de Gustavo Doré. He sentido el deseo urgente de decir lo mismo en más de una ocasión, y he hecho mías las palabras citadas.  Me propongo releer “El Quijote” este año, pero ahora en la reciente edición de la Real Academia de la Lengua.

El libro de García López me interesó cuando advertí en la descripción el
enfoque privilegiado que hace al respecto de las diferentes versiones del humanismo que corrieron, metamorfeándose, a lo largo de los siglos de oro. García López insiste en explicar que el humanismo de comienzos del XVII es muy diferente de humanismo del Renacimiento, y no puede reducirse a Erasmo y Lutero. Ese fue parte de mi enfoque en aquella monografía inspirada en mis lecturas de estética marxista, pues tomaba además un curso con Adolfo Sánchez Vázquez, aunque desconocía entonces esta distinción entre el humanismo de un siglo y del otro. Pero ello no me impidió ver cómo en “El Quijote” Cervantes hace una crítica profunda de la España de inicios de siglo, conservadora y corrupta, a la luz de unas ideas –utópicas, por lo radicales– que me parecían revolucionarias. Siempre me pareció extraño, y relevante, el episodio al final de la segunda parte, cuando don Quijote se topa y convive con los bandoleros de la región de Barcelona liderados por Roque Guinart. Nunca comprendí por qué don Quijote, que se caracterizó por hacer justicia y desfacer entuertos, no la emprende contra el bandolero sino que, por el contrario, se siente acogido y a gusto en su compañía. Ello me movió a especular que Cervantes, que sí la emprende decidida y claramente contra el aparato estatal monárquico, la aristocracia y la iglesia institucional, simpatiza con una revolución social de hondo calado y compleja estructura utópica. No he encontrado ninguna explicación satisfactoria en la obra crítica sobre el episodio de Roque, que imagino que debe existir. Pero en los textos consultados, incluyendo este libro de García López, el episodio se mantiene entre la sombra y el silencio.

    Jorge García López es profesor de Literatura Española e Hispanoamericana en la Universidad de Girona, especialista en la literatura medieval y de los siglos de oro. Un cervantista muy leído, erudito, y un estudioso de Borges, entre muchas otras cosas. El libro se divide en siete partes determinadas, en principio, cronológicamente, más un anexo sobre la estética cervantista, un comentario bibliográfico de cada parte y un índice de nombres. En la introducción comienza por sus últimas días, cosa que al final nos sorprende no hallar. Pero es que a juicio de García López sus últimas decisiones iluminan la obra entera, los secretos de su entero discurrir. La clave la activa un joven que se encuentra en el camino y lo llama “el regocijo de las musas”, expresión que hace que Cervantes crea que su obra es leída como pura comedia que oculta o vela la intención audaz de su ironía y sus parodias. De allí García López parte a exponer los mitos construidos en torno a un vivir demasiado oscurecido por silencios, por la falta de información acerca de su juventud, su educación, y los años que pasó tras la época de madurez en que ocupó diversos puestos para la corona tras la publicación de la primera parte de “El Quijote”, y producto de pretender tomar por alusiones biográficas algunos sucesos y expresiones de la obra de ficción. De modo que el libro de García López se propone corregir especulaciones tomadas por ciertas, tal como ocurre con el famoso cuadro que se cree es un retrato de su época, y en realidad se trata de una pintura de principios del siglo XX. Es decir, que no hay otro retrato de Cervantes que no sea el hecho verbalmente por él mismo y otros por el estilo. En las rectificaciones, García López la emprende contra figuras principales como Unamuno y Américo Castro. No hay referencia, sin embargo, a José Antonio Maravall, autor de mi predilección que introduce en lengua española eso que conocemos como “historia de las ideas”, y autor del libro “Utopía y contrautopía en ‘El Quijote’” (Madrid: Visor-Libros, 2006, 250 págs.), libro de 1976, pero revisado por el autor que murió en el 1986. Para lograr esto, García López hace un estudio erudito de las fuentes bibliográficas e ideológicas de los siglos de oro, ciñéndose a la cronología, y ciñéndose a la documentación incontrovertible existente y consultable. Ni siquiera se permite el autor juzgar al autor por lo que “piensa” o expresa de sí mismo (25).

García López explora bastante la infancia de Cervantes y el contexto familiar y comunitario en el nace. Colige que la fecha exacta de nacimiento pudiera ser el 29 de septiembre de 1547, puesto que conforme a la costumbre, ese es el día de san Miguel. Descarta que pueda tomarse con certidumbre que hubiese estudiado con los jesuitas, explica lo que significaba ser entonces un cirujano, ocupación de su padre, y repasa lo que era entonces la corte peregrina de la España imperial de Felipe II. Cervantes demuestra su temprana afición por las letras, puesto que hay ya obra –un soneto– a su nombre de 1567. Además, García López estima con certeza que en el caso de Cervantes no puede hablarse de un autor “lego” o autodidacta, puesto que salta a la vista desde su juventud que tiene una formación cultivada. Destaca la aportación que en ello hubiese podido realizar Juan López de Hoyos, quien le pide a Cervantes poco después, hablándole con familiaridad y afecto, varios versos para una publicación de la Corte. López de Hoyos era rector del Estudio de la Villa de Madrid que preparaba los alumnos para la educación universitaria.

Abruptamente, no obstante, Cervantes aparece en la navidad de 1569 en Roma y Nápoles, cuna y centro de la cultura humanística y renacentística donde estará al servicio de un cardenal, y donde se enrolará poco después en la milicia mediterránea (“los tercios”, 1571), desde la cual participará en la batalla de Lepanto contra los turcos, y a propósito de la cual, como resultado de acciones heroicas, resultará herido de tres tiros de arcabuz y perderá el uso de su mano izquierda. Luego de una prolongada convalecencia en Messina, Cervantes intentará regresar a España para pedir a la corona nombramiento en reconocimiento de su servicio, y es entonces que será apresado en alta mar y llevado a Argel como cautivo de alta categoría, para pedir rescate.   Entonces se inicia su largo infierno en el cual logrará sobrevivir a pesar de intentar fugarse en cuatro ocasiones (1575-80). Una vez la familia conoce de esto, toda ella toma parte en reunir el dinero necesario, hecho que no culmina hasta el año 1580.

García López nos cuenta que Cervantes quiso ser antes que nada dramaturgo. Su amor a las tablas está presente desde su juventud. Pero no logró destacarse en un mundo dominado por el arte nuevo de hacer comedias de Lope de Vega, y el desarrollo técnico que toma impulso con las nuevos corrales que se construyen durante los años de cautiverio de Cervantes. No obstante, García López va a destacar en la obra de Cervantes parte considerable de ese teatro, y particularmente los entremeses. Estos, junto a las "Novelas ejemplares" y "El Quijote", constituyen el grueso innovador de la obra cervantina.

    Mas a Cervantes lo acecha además la necesidad de trabajar para vivir. Las concesiones que obtiene de la corona lo obligan a vivir en los caminos como recaudar de impuestos, comisario del rey y juez ejecutor. La proliferación de documentos que implican sus labores, permite seguirle la pista a Cervantes en esta época. Esa andanza le hará factible trabajar piezas menores, pero no la novela, que tendrá que esperar su momento. No obstante, esa vida por todo el centro castellano y el sur andaluz lo pondrá en contacto con innumerables experiencias y personajes que poblarán las obras por venir. Además, vendrá su casamiento con Catalina Palacios, su residencia establecida en Esquivias, entre Toledo y Madrid.

    Según García López, Cervantes va planteándose problemas estéticos que resuelve de manera inesperada a partir de esas obras menores, los entremeses y las novelas ejemplares que va cuajando. Es tesis de mucha probabilidad, que el mismo Quijote tuviera su origen como novela corta ejemplar. A fin de cuentas, la primera parte está preñada de varias de ellas. Lo que le falló a Cervantes fue el marco literario envolvente, pues este se convirtió inesperadamente en el atractivo principal del texto, efecto que evitó y resolvió en la novela de 1615. La mayor parte del análisis sobre Cervantes de García López se nutre, más que del propio "Quijote", de los entremeses, las comedias y las novelas ejemplares. 


Hay demasiadas repeticiones, y a la luz de mi pobre juicio, algunas contradicciones. Por ejemplo, en la página 183 García López dice que “‘El Quijote’ no está influido por Erasmo”, pero añade en la misma oración, inmediatamente, lo siguiente: “pero es sin duda algo muy parecido a lo que soñaron humanistas como Erasmo o Juan Luis Vives”. De igual modo señala que la vida de Cervantes “fue de lo más normal en la época, ni heroica, ni mostrenca”, para declarar inmediatamente después que sí “tuvo momentos de heroicidad en la juventud, sin duda, en Lepanto y durante su cautiverio” (245).  ¿Entonces?
    García López apunta a que Cervantes descubre al final de su vida un tema inédito: la fama, y también un nuevo personaje: él mismo. Son múltiples sus ensayos estéticos, nos dice. Va del “somnium” humanista, la sátira menipea, la novela picaresca, la novela italiana, la novela corta de apotegmas, el realismo literario a través del uso de procedimientos dramáticos, la ironía, el “neocinismo” y la parodia. Todo palidece, a su juicio, ante la majestuosidad del nuevo Quijote que sale en noviembre del 1615. La supresión de novelas intercaladas permiten desarrollar la complejidad sicológica y pasar del terreno de la comicidad a la melancolía y la tragedia.

    García López había opinado en la introducción del libro que la obra de Cervantes es “una respuesta extraordinaria a los retos del humanismo finisecular del último Quinientos” (22), es decir, que se erige en burla del humanismo de Erasmo de Rotterdam por considerarlo un conjunto de “dogmas inútiles” (150). Para García López el barroco del siglo 17 es, lejos de la alegada “palabrería hueca”  un “humanismo de nueva planta, menos inocente, más científico y riguroso”.

    Sin poder hacer juicios de tal calado, alcancé a ver en mi monografía sobre Cervantes de hace 40 años una novela en la que se hacía la crítica del mundo social ante sus ojos a la luz de las aspiraciones y las utopías forjadas al calor del renacimiento, tanto a través de las alegadas locuras del Quijote, como de las también alegadas simplezas de Sancho. El gobierno de Sancho es inaudito, y virtuoso, a pesar de carecer Sancho por completo de sangre noble, aristócrata, y a pesar de ser el más simple villano. Los nobles, en cambio, son corruptos de alma. El bandolero Roque usa las armas contra la monarquía para hacer justicia a la gente común.

    ¡Qué extraordinario es “El Quijote”! Feliz cumpleaños.


                                                                                                                             Marcos
                                                                                                                             Reyes Dávila
                                                                                                                             ¡Albizu seas!
  




   
           

sábado, 13 de junio de 2015

"El tren pasa primero" de Elena Poniatowska



Para llorar de gozo

en un Tren de México:
Elena Poniatowska
 


Para Maru y Rubén Alvarado,
y en el entrañable recuerdo de doña Meche Fajardo, Jorge Niño y Ofelia Castillo.


No sé si a cuarenta años de distancia se puedan argumentar prejuicios a favor. Pero acabo de terminar la lectura de la novela “El tren pasa primero” (España: Punto de lectura, 2008, 553 págs) de Elena Poniatowska, Premio Cervantes, y he quedado tan conmovido como cuando murió el Quijote ante mis ojos una noche mexicana de hace casi cuarenta años. Eso a pesar de que un libro que cayó en mis manos interrumpió su lectura de súbito, una biografía de Cervantes que reseñaré en otro momento. Y es que la novela de Elena tiene tanta fuerza de unidad que nada se pierde con la interrupción.


    Conocí a Elena Poniatowska desde esa época de mi juventud, cuando era tan flaco como el rocín de don Quijote o como el Quijote mismo. (Perdón, pero me sigue interrumpiendo esa lectura.) Aparecían textos suyos en las páginas de “Excélsior” y de “Siempre”, siempre con su hermosa sonrisa, y además era la autora temeraria del libro “La noche de Tlatelolco”, tema del que se hablaba entonces en voz baja y con una seriedad que agrietaba el rostro. El recién entregado Premio Cervantes a esa Elena de apellido polaco tan extraño me la recompuso en la cabeza al verla recibirlo en Madrid con su sonrisa feliz y su deslumbrante vestido de típica señora de Oaxaca. (No sé si el estilo del vestido es de Oaxaca, pero Oaxaca aparece, como tantísimas otras comunidades, en la novela, y de inmediato recordé a Maru diciendo ese nombre de su región natal –¡hace 40 años!– para invitarme a conocerla. Rubén –véase la dedicatoria a este artículo– fue uno de los primeros en hablarme en voz baja y agrietado rostro –él tan humorista y feliz–  de la matanza de Tlatelolco.)


    Nunca monté en un tren mexicano –aunque sí esos modelos de  primo lejano
que son los del metro de Nueva York, el metro del DF, los trolebuses de ruedas metálicas, el Ave de España, o el tren guagua que tomé para llegar a Granada una noche muy larga, o el hermosísimo que me llevó a San Sebastián al norte de España–,  pero los trenes son partes de los unicornios fascinantes de mi niñez. Ya fuera el transiberiano que atraviesa los bosques de Siberia, o el trasandino que unió con cremallera, a través de los Andes, el Atlántico y el Pacífico, los trenes atraviesan mis sueños desde siempre.
    “Princesa de Polonia ” a su pesar, aunque nacida en Francia en el 1932 de madre
mexicana, la gran guerra de los cuarenta trae a Elena a México donde echa raíces de ríos profundos. En esta ocasión Elena rescata para nosotros la historia de Demetrio Vallejo, nombrado en la novela Trinidad Pineda Chiñas, auténtico oaxaqueño que a fines de los años 50 protagonizó la huelga de los ferrocarrileros que puso en jaque al gobierno corrupto del pri-eño Adolfo López Mateos. Por ello nada más, por referir desde los andenes, los rieles y las máquinas, desde el centro de las asambleas de los trabajadores, desde sus pasiones y su ignorancia, desde la fuerza de sus luchas y reivindicaciones y de sus miedos y traiciones, la novela de Elena, que de hecho entrevistó a Vallejo-Pineda en la prisión de Lecumberri, es extraordinaria. (La primera edición es de 2005.)
    Pero la novela de Poniatowska es extraordinaria por muchas otras razones. Su extraña estructura gira en el tiempo de aquí a allá como si la construyera con bloques de lego, pero sin sufrir en nada, curiosamente, su portentosa unidad y fuerza. La primera parte arranca con las incertidumbres de la víspera de la huelga que culmina victoriosa ante el propio presidente de México pasando por el acecho de los caciques asesinos. Allí se pone a la vista toda la explotación del sistema ferroviario de mano con la pasión de un personal que ama esas vías, esas locomotoras, esa vida. La segunda parte nos refiere cómo el protagonista mantiene invicta su dignidad en su larga temporada en la prisión de Lecumberri. La tercera parte se remonta a los orígenes, al niño Trinidad que emerge de la tierra y el nopal, y cómo se hace quien llega a ser movido por la pasión de saber, a impulso de su voluntad, hasta enfrentar su destino final.


    Poniatowska toma un conocimiento inusitado de los trenes, de su
funcionamiento, de su realidad histórica, vista desde el punto de vista de sus trabajadores, lo mismo que desde los andenes de los usuarios, del mundo de arrimados que viven de él, del mundo de sus sindicatos, de los “charros” corruptos –los líderes sindicales entregados a los dueños y al gobierno–, denso y complejo, tan compacto que el lector tiene la experiencia de vivirlo entre el sueño y la realidad. El lector asiste al mundo de camarillas rebeldes, los líderes auténticos, con sus fuerzas y sus flaquencias, así como asiste al universo satélite en el que ellos viven, es decir, sus comunidades, sus familias y sus mujeres. No se limita a las ciudades y la capital, pues añade numerosos espacios del campo basto y diverso del México infinito. No se limita a los años de la huelga de fines de los 50, sino que anda por los orígenes, trepa en el tren de don Porfirio, en los de los héroes de la revolución mexicana de 1910, y de toda la cadena de acontecimientos que lleva al medio siglo, y lo desborda.

    Pero lo más interesante e importante es cómo Poniatowska entra en las mentes de estos personajes nacidos en el abandono y el silencio total de una ignorancia remota como los confines del universo. Entra en sus mentes y recrea su lenguaje y su conciencia con toda esa riqueza inaudita del México de carne y hueso, ese de raíces profundas y ancestrales, ese que está muy lejos del folclore. Allí se vive una experiencia comparable solo al realismo mágico de García Márquez, pero en formas y esencia que no vienen de él, que no le deben nada a Macondo porque México tiene una fuerza primigenia de identidad única. Allí me emociono, y lloro de felicidad.

    La novela trata detalladamente aspectos interesantes de la organización y de lucha sindical. Las huelgas escalonadas –por ejemplo, dos horas más de paro cada día–, las diferencias de táctica y estretegia, la teoría comunista teñida con anarquismo, la educación sindical, la necesidad de asambleas, coordinación y preparación, la ocasión oportuna. También asoman elementos realistas-maravillosos que no dependen exclusivamente de la visión de espantos y creencias sobrenaturales, sino de cosas tan concretas como la construcción de un enorme barco de cemento que se hundió inmediamente tras la botadura con bombos y platillos en el golfo de Veracruz. 

    Leo de Juan Carlos Cena en la red:
    “Elena Poniatowska grafica como nadie toda la épica de los ferrocarrileros mexicanos. Nunca dejó estar al lado de ellos, en todas las épocas, en tiempos tormentosos y en los días calmos. Su libro no es una simple calificación descriptiva del ferrocarrilero mexicano, más bien trató de ir a buscar y graficar esa identidad. A cada paso halló lo real maravilloso de esa unidad. Como decía Julio Cortázar: lo fantástico hay que encontrarlo no saberlo. Elena fue en su búsqueda, lo encontró luego lo retrató en su obra: El tren pasa primero.” (En “Latitud Periódico”, 2014.)

    Leo en la web sobre Demetrio Vallejo:                       

    “Demetrio Vallejo fue un oaxaqueño inolvidable. Hombre de riel y luchador social, nacido en  El Espinal en 1910 con la Revolución, impulsó como presidente de la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios la huelga ferrocarrilera que paralizó al país primero en 1958 y luego en 1959.
    “Cursó hasta el tercero de primaria y su idioma materno fue el zapoteco. Sus padres iban de Espinal a Mogoñe y párenle de contar. Allá sólo había dos opciones: trabajar en el campo o ser chícharo en la estación. Vallejo escogió el tren. Al aprender a leer en castellano, Demetrio estructuró todo un sistema de pensamiento para comprender al mundo al que quería acceder. De niño que comía quelites con huevo, como Benito Juárez, hoy tan injustamente olvidado, Demetrio Vallejo escogió la crítica, el análisis de los acontecimientos, la reflexión, la lectura, la disciplina, para volverse un hombre moderno y llegar a líder. Aprendió muy joven a razonar y se desesperó porque a la estación de tren llegaban pocos libros, y los que pedía por correspondencia le resultaban de muy difícil lectura, como el significado de plusvalía en El Capital, de Marx.
    “Aunque su base fue la cultura zapoteca, él pensaba que siempre hay una razón social y política tras los mitos y las leyendas. Nunca perdió esa cultura esencial, la de la tierra, la de su pasado prehispánico. Se supo y se declaró indígena. Pero tampoco fue eso lo que más le importó. Quería ante todo cambiar la suerte de los trabajadores, depurar el sindicalismo, acabar con los líderes vendidos. Su indignación lo sostuvo. Su indignación fue su moral. Y su amor. Amaba al ferrocarril por sobre todas las cosas.
    “Fue en el año 1958 que surge entonces, como un dirigente seccional, en su
natal Oaxaca desde donde salta al ámbito nacional a partir del Plan del Sureste y de encabezar los paros ferrocarrileros de julio y agosto de 1958, fue así como se ganó la simpatia de la mayoría de los trabajadores ferrocarrileros quenes lo eligieron como Secretario general del Sindicato Ferrocarilero (1958-1959) y está considerado como un defensor de la democracia sindical. Fue encarcelado por el gobierno del presidente Adolfo López Mateos después de romper la huelga que paralizó al país en 1959 recluyéndolo el régimen por más de once años, en el tristemente celebre Palacio de Lecumberri.
    “Después de salir de prisión fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) al lado de Heberto Castillo. Otros integrantes de ese instituto político fueron el general Lázaro Cárdenas, Heriberto Jara, el escritor Carlos Fuentes y Octaviano Silva Barrera.
    “Años más tarde fue expulsado del PMT por sus ideas de liberación del pueblo en general; los puestos públicos no fueron de su interés. En 1985 resultó electo diputado federal por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM).
    “Pocos hombres como él, imposibles de doblegar. Once años de cárcel y una larga huelga de hambre no lo cambiaron. Murió en 1985, él, el incorruptible.
    “La novela El tren pasa primero de Elena Poniatowska narra su biografía bajo el nombre de Trinidad Pineda Chiñas.” (http://demetriovallejo.jimdo.com/sobre-demetrio-vallejo/)

    Leo de Lucía Melgar en sus “letraslibres.com”:
    “En El tren pasa primero, Elena Poniatowska combina los recursos del testimonio, la narrativa histórica y la biografía novelada para entrelazar la historia de un movimiento social con la vida pública y privada de su líder. Los hechos narrados se apegan con fidelidad a los acontecimientos históricos: la gran huelga de 1958 y la de 1959, violentamente reprimida por el gobierno; el encarcelamiento de los líderes y su liberación a principios de los años setenta. El protagonista, Trinidad Pineda Chiñas, inspirado en la figura de Demetrio Vallejo, es en cambio una creación literaria a través de la cual se explora la vida privada de un personaje público.
    “Retrato de una época y relato de una vida, El tren pasa primero explora no sólo los espacios públicos de la historia sino también ámbitos menos visibles: el mundo laboral y la vida de las mujeres; las motivaciones, relaciones familiares y amores de un líder. Si bien el entrelazamiento de historia y ficción –historia social y privada– permiten configurar a Pineda Chiñas como un personaje complejo, alejado del esquematismo o de la idealización acrítica, el atractivo de la novela reside más en su recreación de la lucha social de los ferrocarrileros que en la biografía sentimental de su líder.”


    Algunas citas:
 


“Hay que recomenzar siempre, se gana, se pierde, se gana, se pierde, se vuelve al principio.”

“Algún día la acumulación de capital será considerada un crimen contra la humanidad.”

“No fui ardilla, ni tuza, ni conejo, ni lagarto, yo fui locomotora.”

“La primera palabra de Saturnino Maya fue ‘tren’.”

“Los ferrocarrileros enamoraban a sus locomotoras.”

“Estamos forjando una nación de criados.”

“La certeza de que la conciencia no surge de la fe sino de la duda.”

“La huelga templaba elcarácter.”

“No es la preparación la que te hace revolucionario sino la conciencia.”

“Yo soy mi propio viaje.”


    Sí, el tren pasa primero a través del corazón de Pineda. Él es una de sus piezas, una de sus máquinas, toda su vida. Cada uno de los 44 capítulos distribuidos en tres partes, tiene bajo el número una viñeta diferente de tren. Desde el tren se ha escrito esta historia asombrosa. Sí, es un Premio Cervantes.   
                                                                                                                              Marcos
                                                                                                                              Reyes Dávila
                                                                                                                              ¡Albizu seas!

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