jueves, 12 de febrero de 2015

JULIA Vs JULIA: La controversia con la "Julia maldita" de Torres Santiago



JULIA Vs JULIA
La controversia con la 

“Julia maldita” de Torres Santiago

Por Marcos Reyes Dávila
Coordinador del Simposio “Julia de Burgos: me llamarán poeta”

El título de estas líneas es un equívoco intencional que se abraza con el propio
discurso poético de Julia que en tantas ocasiones habló de sí misma de manera conflictiva. Ese discurso no es ajeno al propósito de estas líneas, pero no es el punto principal de enfoque. Con “Julia Vs Julia” queremos aludir a lo que llamamos hace algunos meses la “guerra interminable” que en torno a su figura histórica, siempre huidiza e inatrapable en última instancia, se ha tejido a lo largo de varias décadas, agudizada en el año de su centenario por la publicación de dos nuevas biografías: la de Mayra Santos Febres (“Yo misma fui mi ruta”, Municipio de Carolina) y la de José Manuel Torres Santiago (“Julia de Burgos, poeta maldita”, Los Libros de la Iguana y Colección Guajana), ambos del 2014.
    El presente texto se ofrece como una disculpa pública de quien escribe a un semanario del país, por razón de unas expresiones de naturaleza destemplada y en parte inmerecida que hiciéramos a nuestros contactos de correo electrónico y en las páginas de Facebook, de donde las retiré horas más tarde de colocarlas. La disculpa se ofrece de dos formas: un mea culpa por una destemplanza que habría apenado a mi padre, cosa ante lo que soy sensitivo; y por otra, por medio de una reflexión a la que me apena recurrir porque este debate sería estéril e infundado si no mediara lo que me interesara más: la idea que sobre Julia prevalezca en nuestra juventud y en el país.
    Mi incorporación a la Comisión Nacional del Centenario de Julia, y la posterior designación de que fui objeto como organizador del Simposio “Julia de Burgos: Me llamarán poeta” celebrado en UPR-Humacao hace unos días, y la gestión que hice durante casi un año en la promoción, me convirtieron en portavoz de la Comisión y del Simposio. En esas funciones hice numerosas expresiones públicas sobre diversos temas y asuntos durante todo el año. Entre estos, destacaron, como es natural, la publicación de ambas biografías. Durante el Simposio no solo me abstuve de hacer comentario alguno sobre lo que hablamos ahora, sino que proyectamos imágenes de ambos libros y destacamos, entre las raíces de las que surge el simposio, el Congreso de 1992 organizado por Martínez Masdeu y celebrado en el Ateneo Puertorriqueño.
      A pocos días de publicarse la biografía de Santos Febres ya reaccionábamos a ella. Tal era nuestro interés. En esa reacción, publicada con el título “A propósito de un libro de Mayra Santos Febres. Julia de Burgos: De la leyenda negra y el cántaro roto de su canto” publicada en la revista cibérnética 80 GRADOS (http://www.80grados.net/julia-de-burgos-de-la-leyenda-negra-y-el-cantaro-roto-de-su-canto/)
expresamos nuestra desilusión por ver reproducidos en su libro, en boca de mujer, los prejuicios que algunos le atribuyen al libro “Julia en blanco y negro” de Juan Antonio Rodríguez Pagán. Este libro que tiene el mérito de ser el fruto de una tenaz y amplia investigación, adolece por reproducir expresiones hechas a lo largo de muchas décadas en torno a Julia que se han convertido en una leyenda negra: la Julia alcohólica, la Julia promiscua, la Julia que fue víctima de su amor por Juan Isidro Jiménez Grullón, la Julia borracha en la cuneta de la que abusaban todos. Algunas de las fuentes de Rodríguez Pagán eran altamente cuestionables. Si bien algunas fuentes tenían nombre y apellido, otras eran anónimas, o reservadas por el autor. Casi todas hechas en entrevistas a destiempo, a muchas décadas de los hechos.  Menos mal que en algunos casos se presentaban lo que Ivette López llama “historietas” con un “se decía”, esa plaza pública del chisme oscuro. Mi propia madre, y los poetas de Guajana, oyeron de ellas según alcanzaron a decirme. Pero esa Julia de Rodríguez Pagán era vista además, desde su niñez, en términos fatalistas, frecuentemente víctima, y con ojos de la moral pública, casera y marcadamente machista, de los años cuarenta, a pesar de que el libro se escribe y publica en el año 2000. Todos los que tenemos algunos años, y toda mujer en particular, sabe el sambenito que caía hace décadas y aun cae sobre toda mujer divorciada. Si esa mujer divorciada se va detrás de un amor a otras tierras, solo Dios hubiera podido salvarla.
    Para nuestra sorpresa, Santos Febres, académica más joven y mujer, incurrió en la misma visión de la leyenda negra de Rodríguez Pagán. Como remedo de esa obra que es su biografía, en cuya escasa bibliografía apenas figuran alguno que otro título nuevo que no parecen haber sido consultados, pues los puntos de vista no lo reflejan, la biografía sucinta de Santos Febres recala en los mismos errores de Rodríguez Pagán. Si hubiera leído como alega el libro de Ivette López, “Julia de Burgos, la canción y el silencio”, mucho debió torcerle el juicio la reflexión que esta hace de la construcción del sujeto femenino en esa época.

    Los Libros de la Iguana, que dirige con un tesón increíble nuestro amigo Reinaldo Marcos Padua, miembro del Grupo Guajana, publicó el libro póstumo del también guajano José Manuel Torres Santiago. Ese libro se publicó acompañado del sello editorial de Guajana y con inversión económica del Grupo Guajana. Del mismo se habló en varias reuniones en las que solicité en más de una ocasión que se me permitiera verlo, inútilmente. Tenía temor de lo que se diría allí porque Padua respondía que “lo dice todo, todo”, y eso me olía a leyenda muy, muy negra.
    Si bien se me acusó de opinar sobre Santos Febres por tener alguna supuesta agenda personal en contra de ella (siempre el argumentum ad hominem), también hubo quien me acusó de opinar en contra del libro de Josemanuel por odiarlo, ya fuera a él o ya fuera a Guajana, sin atender al hecho de que ese libro se publicó bajo los auspicios de un grupo del que formo parte –aunque sin que lo viera–, y de que desde los años ochenta los invité a Humacao varias veces, en el 1992 hice una antología y un estudio del grupo Guajana, en el 2007 hice un Simposio en su honor y lo he representado en muchas ocasiones dentro y fuera de Puerto Rico, entre otras cosas.
    Pero el libro de Josemanuel se atrevía a mucho más, e incurre en errores de juicio imperdonables. Lo que Rodríguez Pagán y Santos Febres atribuyen a fuentes anónimas o no reveladas, Torres Santiago lo da por hecho, y lo lleva más lejos. Si los primeros dos dicen que “hay quien dice que” su padre inició a la Julia niña en el sexo, Torres Santiago dice que de hecho fue víctima de incesto y que su padre la hizo alcohólica en la temprana adolescencia. He pedido las pruebas, las fuentes, porque la información que hay disponible no pasa de la “historieta” (Ivette López) o del chisme. ¿Dónde está el análisis que corrobora o sugiera siquiera hechos tan graves? Porque Julia no exhibe rasgo alguno de violación e incesto. Su desempeño en la escuela superior de la universidad no dio motivo de sospecha a pesar de su origen pobre. Por el contrario: muestra un alto desempeño, tanto académico, como de liderazgo y en los deportes. Su relación amorosa fue franca. Tan ausente de traumas que amó en completa libertad y con el más elevado decoro humano. Tan hermosamente que deslumbra.
    Pero Torres Santiago insiste en hacer atribuciones sin fundamento: como que Julia adolescente, estudiante de Escuela Superior, era Secretaria de Albizu, o que atacó el Capitolio porque en un poema posterior al referirse a una víctima del ataque utiliza determinado tono en su expresión!  Para Torres Santiago no son chismes, es que Julia fue “amante” de Llorens Torres, como luego lo sería de Juan Isidro y de otros. No se trata de historiar los alegados amores de Julia, sino de trazar la ruta de sus múltiples “amantes”, expresión tan preñada de esa carga erótica morbosa y degradante. Las fuentes más serias y completas de Julia ubican el encuentro de Julia con Albizu y Corretjer años más tarde, cuando el ayuno de Clemente Pereda. Y de lo que sí fue secretaria Julia, fue de una organización de mujeres adscrita al nacionalismo que defendió más tarde a los presos políticos nacionalistas.
    La idea de Torres Santiago, extraída otra vez del libro de Pagán, es la de la Julia víctima de Juan Isidro, abandonada por este y ya por siempre destruida por ese amor. Las cartas de Julia de la época, las entrevistas hechas a Juan Isidro y Bosch, la historia posterior de Julia, sugieren que la verdad es muy distinta. En los textos aparece, en blanco y negro, que es Julia la que rompe con Juan Isidro y es Julia la que se niega a volver con él.
    La época de Nueva York es tan confusa en las biografías que parece como si fuera todo la misma cosa. Mas se trata de un periodo bastante extenso, de alrededor de una década. En esa década Julia vuelve a casarse, Julia escribe versos, crece como poeta según Juan Varela, y se vincula como primera figura en la publicación de Corretjer “Pueblos Hispanos”, en la que publica muchos trabajos. Uno de ellos le merece el Premio de Periodismo del Instituto de Literatura.
    Durante esa época neoyorkina vive allá Josemilio González, autor que merece para nosotros absoluta credibilidad, y que cuenta de que se veía en su casa con Julia en muchas ocasiones y compartían. No hace observación alguna sobre el alegado alcoholismo de Julia ni sobre su alegada promiscuidad. El testimonio sobre todo esto coincide totalmente con el de Bosch que vivió con Julia en los años de Cuba y que solo habla de la elegancia e inteligencia de Julia, matriculada en numerosos cursos en la Universidad de La Habana y resuelta a doctorarse. Es muy al final de la vida de Julia que Josemilio menciona que alguien le habla de la dependencia al alcohol de Julia, y de que la vio en una ocasión muy desmojarada y enferma. Pero esa época es también la de las numerosas y prolongadas hospitalizaciones de Julia. Este tránsito hay que registrarlo con cautela y minuciosidad, cosa a lo que quizás contribuya la inminente publicación de las “Cartas a Consuelo”.
    Nos horrorizó al leerlo por primera vez y nos horroriza ahora otra vez: Torres Santiago llega al extremo de citar una entrevista que hizo a Isabel Cuchi Coll en el 1966, en la que según él, ella le contaba “de eminentes poetas e intelectuales que se aprovechaban de Julia de Burgos en su alcoholismo usándola de pareja sexual para después del pasajero affair abandonarla con una botella de licor que le dejaban” (157). Aquí se está hablando sin recato ni propiedad alguna de violaciones que realizaban “eminentes poetas e intelectuales”. ¡Cuánto me gustaría saber sus nombres, si esto fuera cierto, para borrarlos del santoral de las letras puertorriqueñas como Josefina Rivera de Álvarez borró a Cuchi Coll!
    Horror mayor aun que este me causa comprobar que este libro, que pretende, después de llamar borracha (“dipsómana”, “alcohólica”) y puta (“promiscua” que practica el “amor libre”) a Julia cien veces, erigirse como un homenaje, vaya a parar a manos de maestros y estudiantes con sus falacias y disparates, y con una base tan nociva y funesta como es la construcción y la edificación de esa fatalidad que tanto aborrecía Hostos. Porque este libro se construye sobre la premisa de la predestinación y el fatalismo. Según él, el incesto sobre Julia prefiguró su destino, como también lo predeterminó el hecho de nacer en el 1914, año de la Primera Guerra Mundial, y de que sus padres se mudaran de casa, lo que la hizo nómada y “homeless”. Conforme a esta visión se construye la idea inadecuada y torcida de la Julia “maldita”.
    La Julia que atesoramos los demás es producto, según Josemanuel, de su victimización continua. No hay espacio entonces para atribuirle a Julia autogestión, autodeterminación, esa voluntad fuerte de resistirse y combatir “con la tea en la mano”, esa obra creativa que asombró a tantos por su fuerza y su belleza. Esa convicción de afirmarse como mujer en la plenitud de derechos y de embestir al machismo y la opresión, tanto social y de género como la política, anticolonial, antifascita, nacionalista y socialista.
    A todo lo largo del 2014, hasta hace solo unas semanas, intentamos publicar artículos y notas en un semanario afín a nuestras ideas sobre el Simposio de Humacao. Un Simposio en el que colaboraron más de medio centenar de escritores de Puerto Rico y del extranjero de la altura de Luis Rafael Sánchez*, Mercedes López Baralt, la dominicana Chiqui Vicioso, la cubana Yolanda Ricardo, el español editor de Julia, Juan Varela Portas, y tantos más. El
semanario no nos dio una sola oportunidad en un año. Publicó en la semana del simposio que Idalia se presentaría en Humacao, punto. Muchos otros medios del país, comerciales, no políticamente afines, sintieron el llamado del país por Julia y publicaron muchísimas cosas. Solo el semanario guardó silencio renuente. Finalmente, terminado un Simposio al que acudió un público tan masivo que muchos no hallaron entrada al teatro, el semanario publica nuevamente sobre el libro de Josemanuel, reseñado hace meses en sus páginas por un columnista habitual en términos muy elogiosos, pero esta vez, el prólogo de Martínez Masdeu en el que se señalan sus horrorosas virtudes. Eso rompió nuestra templanza, cosa de lo que nos disculpamos al principio, pero no de toda la verdad aquí descrita.
    Si nosotros faltamos a la verdad en nuestro juicio de este libro, que se nos explique, que se nos ilumine. Háganos el favor de enseñarnos, compañeros y compañeras del semanario, los editores del libro, los guajanos guardianes. Si es cierto que Julia fue víctima de incesto, que se nos diga dónde está la prueba. Si es cierto que Julia fue Secretaria de Albizu o que atacó al Capitolio que se nos pruebe. Pero aún así el libro será culpable de su fatalismo reaccionario, y antirrevolucionario. Y la Julia de sus páginas carecerá de todo esa “hembría insurgente” –palabras de Luis Rafael Sánchez– que generó la grandeza de su obra y de la admiración de tantos. De esa multitud que acudió al histórico Simposio celebrado en la Universidad de Puerto Rico en Humacao, y la que no pudo acudir pero la guarda en el guardapelo de sus querencias entrañables. La Julia de Ánjelamaría Dávila y la Juanito Sáez Burgos. La Julia de la Comisión Nacional del Centenario. Esa Julia, para nosotros, no tiene mancha, ni tiene muerte: la “llamarán poeta” no tiene fin: es puro futuro.

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*Sánchez no pudo finalmente asistir, pero aceptó hacerlo, nos alentó y nos dio el nombre del Simposio.      
  
 
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