miércoles, 22 de marzo de 2017

La UPR, ese miocardio




La UPR
ese miocardio

Cuando el gobernador Rosselló y la Junta de Control Fiscal –es decir, los bonistas buitres y el Congreso y la presidencia de Estados Unidos– la emprenden contra la Universidad de Puerto Rico, saben lo que hacen y lo que quieren. Ya sea simplemente cobrar las rentas de sus bonos usureros, ya sea anular uno de los baluartes de la resistencia nacional a la anexión, ya sea fracturar una de las columnas fundamentales del país, la magnitud del golpe que se pretende ejecutar resultaría en un ataque al miocardio de la nación.
    La Universidad de Puerto Rico significa para la nación puertorriqueña más, y acaso mucho más de lo que significa una universidad para casi todo otro país del mundo. Su magnitud respecto a las dimensiones del país; sus riquezas materiales, racionales y espirituales; su acervo activo como fragua creadora de nuestra conciencia y nuestro ser, convierten a la universidad en pieza indispensable –indispensable, repito– de nuestra vida como pueblo. (Alguien allá arriba lo sabe bien.)
    A pesar de sus grandes defectos que tienen su origen –óyelo Jay Fonseca– en la mordaza impuesta por una autonomía violada y fraudulenta que la ha convertido siempre en presa partidista, la Universidad de Puerto Rico ha formado y producido toda –o casi toda– la clase humana que ha levantado o mantenido viva la nación puertorriqueña. La Universidad se fundó bajo el dominio colonial inicial del gobierno de Estados Unidos en Puerto Rico. Hablamos del 1903, mucho antes de la Ley Jones y de la ciudadanía estadounidense. Las principales construcciones de su infraestructura que la caracteriza se construyeron antes de la legislación que creó el hoy desaparecido “Estado Libre Asociado”. Pero el partido de Muñoz, el PPD, tuvo al menos la visión de anticipar y luego comprobar la necesidad que tenía y tiene el país de la universidad.
    La Universidad de Puerto Rico ha sido el generador fundamental de los saberes de la nación, no un simple generador de títulos y adiestrador de empleados para la industria.
    La Universidad de Puerto Rico ha sido el refugio fundamental del espíritu nacional. 
    De la Universidad de Puerto Rico dependen, hoy y directamente, más de 100,000 puertorriqueños que impactan –hoy y directamente– una cantidad muchísima mayor de puertorriqueños.
    La Universidad de Puerto Rico genera directa e indirectamente gran parte de la riqueza que aun le queda a un país mordido por todas partes.
    La Universidad de Puerto Rico le permite al país recibir grandes cantidades de fondos del gobierno colonial a través de las becas y muchos otros desembolsos, pero la UPR también recibe enormes aportaciones millonarias para realizar sus numerosas investigaciones en todas las áreas del saber.
    Que no hable Jay Fonseca de gastos alegres y superfluos en la universidad. Que es hablar de esas manchas del sol que generan precisamente los que violan todos los días la autonomía de sus procesos. Con la Universidad se produce algo análogo al pitcher y catcher que ocurre con la deuda fiscal del gobierno y de los bonistas. Ellos roban los fondos del presupuesto del país, ellos producen la deuda y ellos cobran la renta del dinero. Es decir, yo te quito –robo–  y luego te cobro –robo– lo que te quité –robé.
    El dinero que se pide recortar al presupuesto de la UPR es de más de la mitad de las aportaciones gubernamentales que recibe. No se trata simplemente de que la UPR deje de ser tras los recortes la universidad que conocíamos. Se trata de que la universidad perderá sus acreditaciones, y con estas las aportaciones del gobierno federal para estudiantes y para investigaciones. Creer que los grandes recintos de Río Piedras, Ciencias Médicas y el RUM no se afectarán con la desaparición de los otros ocho recintos supone una soberbia incapacidad para preveer consecuencias.
     El recorte al presupuesto de la universidad es un ataque a la yugular de ella, un ataque al miocardio.
    La defensa de la UPR se impone. Se crea optimistamente en la posibilidad de victoria o no se crea pesimistamente en ella. El ser humano tiene la obligación y el deber de luchar por el bien del país, de su comunidad, de su gente y de su pueblo, más que por el bien propio. Sin embargo, no se lucha mejor por el bien propio que cuando se lucha por propia la comunidad, por el pueblo propio.  Es esa lucha la que nos hace libres y crea una patria bajo nuestros pies. “¡Levántate! ¡Revuélvete! ¡Resiste!”, nos aleccionó, José de Diego. Si se hubiera quedado en su casa durmiendo la siesta no hubiera existido, sería nada.  


Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!



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