domingo, 7 de abril de 2019

Hostos: el turno del ofendido



HOSTOS:
El turno del ofendido



Nunca tuvo más acierto Antonio S. Pedreira, que cuando describió a Eugenio María de Hostos como un “ilustre desconocido”, frase irónica y cínicamente acertada tomada de Voltaire para referirse a los clásicos. Esto es así porque de un tiempo atrás, quizás a partir del sesquicentenario (1989), son estudiosos de Hostos los que se toman incomprensiblemente el trabajo de escribir volúmenes enteros para demostrar que se trató de un ser sin méritos. (Pensarían, quizás, que tenía el mérito del demérito.) Antiguamente, esto es, en tiempos del Hostos vivo, también tuvo que enfrentar un maremoto de desafectos. Todo visionario, todo adelantado, todo ser excepcional, sufre de ese sambenito. El hombre extraordinario lo enfrenta, en batalla siempre algo quijotesca, si desea transformar la utopía en realidad, tarea de un revolucionario. Ese, claro está, es el caso de Hostos.

Pero en el caso del “ilustre desconocido” del que hablo se da la variante de que, en las generaciones que se acercan al bicentenario de su natalicio en el 2039 (recordemos “que veinte años no es nada” ),  son algunos  estudiosos por él coloridos, aquellos que llevan untado su nombre en los labios, los académicos y los políticos de izquierda, quienes le adjudican a Hostos diversos motes trillados, de pan mal cocido, muchos de ellos fraguados en la oscuridad, es decir, antes de que se publicaran sus obras completas.

Varios de estos motes capirotes los hemos combatido desde hace muchos años. 

Decirle, para salpicarnos solo con algunos ejemplos, que era un “escritor malogrado” precisamente aquel que fue, por el contrario, el artífice sublime de una oratoria sin ripios, cáscara u oquedades, y uno de los escritores más notables de la lengua española; 

decir que fue un “estadista y asimilista” aquel que combatió la anexión para forjar independencia, el derecho a ser suyo, y la libertad, no solo de Puerto Rico, sino de toda la tierra que pisaron sus pies, así fuera española, francesa o norteamericana, que chilena, argentina, cubana, venezolana, paraguaya, dominicana o peruana, por mencionar solo algunas; 

decir que fue un “hombre servil” ante los poderosos aquel que combatió, cara a cara y toda su vida, no solo a potentados particulares sino a gobiernos enteros de muchos países de América, fueran chilenos, fueran argentinos, fueran venezolanos, fueran españoles, fueran dominicanos, fueran norteamericanos; 

decir que fue un “autonomista” uno de los primeros americanos en concebir la confederación de las Antillas y quien lo hizo de manera más profunda y amplia, y el más notable defensor de la independencia de Cuba,  y el carácter absolutamente “indispensable” de la libertad; 

decir que fue un “reformista” aquel que ideó e inventó numerosas estrategias dirigidas a alcanzar la libertad digna de todos los pueblos y todos los hombres, y que denostó con vigor sin freno la violación moral de todas las sumisiones y vasallajes. 

Todo, todo lo anterior, lo refuta de manera sublime su Tratado de Moral. En un libro que esperamos publicar pronto, Hostos: Antillanía y asunción de América. La fragua interminable, rebatimos extensamente estos descalificativos.

Las acotaciones sobre esta contradictoria agenda de los “desmitificadores” es abundante. En realidad, los verdaderos mitificadores han sido aquellos que, al pretender desmitificar a Hostos de su llamado “mito biensonante”, han construido en su lugar un mito aberrante, tristemente caricaturizado. Es decir, que los alegados desmitificadores son los que construyen un mito de distorsiones.

De inofensivo no pudo tener nada aquel que fue perpetuamente perseguido por los poderes estatuidos desde España a Chile, pasando por Dominicana y Venezuela; de “moralista problemático”, cómo, si se trata del tratadista de moral más ampliamente reconocido y aplaudido por toda América. Un genio como Hostos tenía que ser problemático, incluso paradójico o incomprendido como todos los genios, porque eso suele estar en la naturaleza y definición de una genialidad. Contradicciones pudiera haber, pero es muy cuesta arriba tachar de ese modo a un pensador que, por el contrario, se caracterizó por su rigor matemático, incluso dialéctico. Hay que ponderar siempre, ante el genio, si la contradicción está en él o en nosotros.

Otra de las asombrosas descalificaciones dirigidas a su figura histórica es la de atribuirle “ingenuidad”. La alegada ingenuidad que se atribuye es con respecto a su admiración irrestricta hacia los Estados Unidos.

Curiosamente, antes de señalar a Hostos por admirar los usamericanos, los anexionistas de la emigración neoyorkina lo habían atacado por desdeñarlos. Ante los que le reclamaron por oponerse a los anexionistas cubanos del exilio en la década de los setenta, Hostos les responde que no odia o guarda rencor a los Estados Unidos, pero que junto a las bondades innegables que cabe atribuirles, y la muy justificada admiración que cabe tener y que de hecho le tiene hacia ellos el mundo entero, puede, no obstante, distinguir, reflexivamente,  lo bueno de “lo malo”. Entre lo malo, incluye su guerra contra México y el despojo de su territorio; su intento de hacer lo mismo en Santo Domingo que él, en persona e in situ, combatió junto a Betances y Luperón; su repulsión hacia los latinoamericanos; su doctrina Monroe; la aplicación oportunista e interesada del principio de no intervención que prolongó las guerras de independencia en Nuestra América; su oposición a la independencia de Cuba; su ambición, y su maqueavélica esperanza de usufructuar la desgracia y debilidad de nuestros países, mezquina, cobardemente. 

Hostos habla ya de la presencia de una política imperialista respecto a Estados Unidos que los historiadores solo adjudican con propiedad al país que nace tras la Guerra Hispano-cubano-norteamericana de 1898, es decir, casi treinta años después. Hasta entonces todo había sido en los aun nacientes Estados Unidos una intensa tropelía nacida de la necesidad de proteger su propia existencia y de expandir hacia el oeste sus fronteras. (Sigo en estas observaciones la Visión íntegra de América del historiador cubano Alberto Prieto Rozos.) En esa carrera al “far west” nace una voluntad de dominio insaciable y se desarrollan las fuerzas productoras indispensables. En 1812 Estados Unidos había entrado en guerra contra Inglaterra tratando de incorporar los territorios canadienses, y solo lograron que estos ocuparan e incluso incendiaran la capital federal en 1814. (Ese es el Canadá que Hostos contempla en 1865 como posible modelo transitorio para las Antillas.) Solo entonces es que Estados Unidos gira hacia el sur. El asalto a México ocurre cuando este país apenas consolidaba su independencia. Es ahí que comienzan las aventuras de Estados Unidos en Centroamérica y el Caribe. Mientras, en el seno de la Unión, y tras la Guerra Civil sobre todo, se activaba allá un desarrollo industrial, inédito en el mundo, que lograba rivalizar ya desde 1880 con Inglaterra. La culminación del ferrocarril interoceánico desarrolló de tal manera el proceso de inversión de capitales con el que surge un mercado nacional unificado y la consolidación de corporaciones que se convierten en monopolios. Con estos se centralizó el poder arrancado de los estados. En el poder centralizado se afincaron las oligarquías y los monopolios. En todo este acelerado crecimiento nunca visto, que asombraba al mundo entero la llamada nordomanía, las instituciones y los procesos políticos trastocaron los principios convertidos desde entonces así en ilusiones falsificadas que nos muestran a los actuales Estados Unidos. El capitalismo imperialista estaba listo ya para iniciar la agenda hegemónica mundial que estrena en el 1898.
El Hostos que arriba a nuestras costas en el 1898 no ha cambiado sus principios, aunque haya tomado nota en las décadas anteriores de las bondades de la primera constitución republicana del mundo que proclamaba y reconocía los derechos civiles, el principio republicano de la división de poderes y el ejercicio democrático del voto. ¿Hacia quién otro, hacia dónde, podían voltearse entonces los ojos? Hostos llevaba muchos años enseñando, en tanto jurista y profesor, Derecho Constitucional. Y pieza inalienable del mismo, por vivo, es la teoría del Derecho que emana de la Constitución de Estados Unidos. Pero Hostos no es ingenuo, como no lo era Betances, con quien concertaba sus acciones hasta la muerte de este. Léase de nuevo el Diario que se renueva a partir del 6 de julio de 1898. Véase cómo Hostos, desde el 12 de julio, se allega como un acorralado a procurar que Cuba vea el peligro de una anexión libre o forzada de Puerto Rico a la Unión Americana. Hostos intenta que, para que se vean como beligerantes en el conflicto, se entreguen diez mil fusiles a los puertorriqueños. 

Es cierto que Hostos ve con simpatía la existencia en Estados Unidos de las libertades individuales que desea (el Habeas Corpus, “Bill of Rights”), pero también es cierto que Hostos denuncia la política imperialista incentivada por su auge industrial. En Hostos, la Constitución y la Carta de Derechos estadounidenses chocan contra la política imperialista de su oligarquía. El 20 de julio --antes de la invasión-- ya comienza a resignarse a la idea de que “es casi seguro que Puerto Rico será considerado como una presa de guerra. La independencia, a la cual he sacrificado cuanto es posible sacrificar”, dice anegado de angustia, “se va desvaneciendo como un celaje: mi dolor ha sido vivo”.

Cuando Hostos se enfrenta al hecho consumado de la ocupación de Cuba y Puerto Rico ya no podía apelar a las armas. Esa estrategia era imposible. La única estrategia que tiene un viso, una cintilla de posiblidad, está en el reclamo que pueda hacer el pueblo de Puerto Rico dentro del marco legal que delimita la Constitución de Estados Unidos. Hostos no está ciego. Sus reclamos jurídicos son verdaderos. En el fondo siempre tuvo la razón. Hubo reservas en el centro de poder en Washington: en ese entonces el Partido Republicano debatía con el Partido Demócrata sobre si proceder o no con una política de corte imperialista respecto a las islas arrebatadas a España. En esa polémica, y en contra de la política imperialista, participó Mark Twain como miembro de la Liga Anti-imperialista. Y aunque más que sospecha --pues bien lo sabe en un fuero interno que repetidamente deja entrever aunque tácticamente lo oculte-- que el gobierno de Estados Unidos pisoteará el derecho establecido en su Carta Magna para apropiarse de Puerto Rico en un soberbio uso del poder, su única posibilidad de lucha está en usar como propias las armas del invasor contra sí mismo. Y quijotescamente las blande ante los instrumentos del poder estadounidense, incluidos presidentes y congresistas, la prensa, y la sociedad civil puertorriqueña. 

Si Hostos no intentara lo único que podía intentar entonces, ¿qué habrían dicho de él los historiadores? En Puerto Rico, entre 1898 y 1900, la Constitución de Estados Unidos, su Carta de Derechos Civiles, e incluso los principios del Derecho Internacional y  de los Derechos Humanos a los que Hostos también apela, se estrellaron contra el muro de las ambiciones del imperialismo industrial y financiero. A priori, a posteriori. Recuérdese que Hostos vive entonces acontecimientos en desarrollo que están lejos de ser lo que serán.

El lenguaje que utiliza Hostos en esos meses es por necesidad ambiguo. Varía conforme a su destinatario y a la intención procurada, sin desmentirse. En sus cartas familiares, por ejemplo, se expresa sobre los acontecimientos con mucha suavidad. Mas el sentido de todo su escarceo puede reducirse a lo revelado, solo dos días después de la invasión,  en carta a Francisco de Arredondo del 27 de julio de 1898, que Hostos desea que públicamente se conozca:


"Ahora, desde Washington, digo a usted a fin de que expresa y oficialmente lo comunique a quien haya lugar, que la invasión de Puerto Rico por las armas norteamericanas tiene por confeso objeto la anexión de la Isla; que en los preliminares de paz se fija por los Estados Unidos la cesión incondicional de la Isla como condición sine que non de la paz; que todo lo que de mis gestiones puedo esperar, es que la anexión no se realice sino mediante un plebiscito; que, para prepararse a él, debe ir restituyéndose a su país la emigración de Puerto Rico."

Esta es toda la verdad.
 
“¿Qué necesidad tendré de contestar al erudito que salga a decirme que he cometido un error de etnología? Todos los días lo cometo a sabiendas cuando hablo de raza latinoamericana”, riposta a un crítico de su "Programa de los Independientes" en 1876. Otro tanto hubiera podido decir sobre este asunto de su paradójico maniobrar en 1898, pues la frase vale lo mismo para un error de etnología o un error de estrategia política. Hostos se mueve en distintos planos, y se expresa con distintos fines para los diferentes intereses y los distintos oídos. Hostos incluso manifiesta su conformidad con la elección de la anexión, pero solo si esta emana del resultado de un plebiscito realizado conforme a derecho. Treinta años antes le había advertido a los triunfantes republicanos de España que sería un suicidio si, así sin más, se realizaba un referendo en España que validara la constitución allí de una república de la que el pueblo español nada conocía.

Hostos manifestó entonces la misma actitud ante los Estados Unidos que expresó en los setenta: reconocer lo bueno y distinguir lo malo. Lo bueno estaba en los principios de libertad individual suscritos en las letras de la Constitución que superaban, o parecían superar, lo ofrecido por la monarquía española; lo malo, en la política de expansión imperialista que denunció continuamente desde 1870, incluida la política darwinista empleada en el “far west”. Después de la Ley Foraker, Hostos habla de Estados Unidos en términos de “los bárbaros del norte”, de la “fuerza bruta” dirigida al “exterminio”.
La Moral de Hostos fue un derrotero que se impuso a sí mismo; un principio de vida necesario para forjar hombres y pueblos libres. Hostos concibió, de la manera más consolidada y profunda entre sus contemporáneos, los prolegómenos de la libertad, la justicia y la moral… de los independientes. Allí, en el fiel de la balanza y el equilibrio del mundo que reclamaba desde 1870 para las Antillas independientes y confederadas con el objetivo de contener la fuerza expansiva de los Estados Unidos, está su principal legado para la historia. El imperialismo le imponía a los pueblos la obligación de crear estados de derecho so pena de “muerte”. Esa idea, deber y derecho, era fruto privilegiado de esa Moral que siempre fue para él una estructura compleja, pero coherente, para juzgar lo justo y lo bueno. Para juzgar en libertad, porque sin libertad nada bueno y justo se hace.
¿Ingenuidad mía? Pudiera ser: pero este es mi Hostos.

Marcos Reyes Dávila

Publicado en "80 GRADOS", el 5 de abril de 2019
https://www.80grados.net/hostos-el-turno-del-ofendido/
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