jueves, 20 de septiembre de 2012

Grupo Guajana - 50 Aniversario

De izquierda a derecha, Wenceslao Serra, Ramón Felipe Medina, Reynaldo Marcos Padua, Antonio Cabán El Topo (atrás), Carlos Noriega, Vicente Rodríguez Nietzsche al centro, tras él Juan Mestas, Marcos Rodríguez Frese, Marcos Reyes Dávila (atrás), y Edgardo López Ferrer. Cuadro en acrílico de Hiram Collazo.






miércoles, 19 de septiembre de 2012

GUAJANA, cincuenta años después

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Publicado en EN ROJO (Claridad)

GUAJANA, 

cincuenta años después




Perfil de Autor
Publicado: lunes, 17 de septiembre de 2012
La familia de poetas hermanados que fundó en septiembre de 1962 la revista GUAJANA está compuesta por un grupo de poetas de la generación del sesenta. Aunque participaron muchísimos escritores en los veinte años de publicaciones continuas de la revista, su núcleo fundamental quedó definido para la historia en el estudio preliminar que incluimos en la antología de su trigésimo aniversario titulada Hasta el final del fuego. Guajana: treinta años de poesía, 1962-1992 (1992). En ese estudio, que titulamos “Guajana: las líneas de su mano” y que abarcó la obra publicada en la revista, en libros y en otras publicaciones, limitamos a doce poetas el núcleo fundamental –de poetas de la revista– a partir de un caudal mucho más amplio, tras conversaciones con los poetas mismos y el estudio del registro histórico de las publicaciones. Éstos son, como se sabe ya, pues se ha repetido muchísimo desde entonces: Marina Arzola, Antonio Cabán Vale, Andrés Castro Ríos, Ángela María Dávila, Edgardo López Ferrer, Ramón Felipe Medina, Edwin Reyes, Marcos Rodríguez Frese, Vicente Rodríguez Nietzsche, Juan Sáez Burgos, Wenceslao Serra Deliz y José Manuel Torres Santiago. Seis de ellos, han ido a morar con los dioses de la poesía. Sus fechas de nacimiento giran alrededor del 1940. En ese estudio, decíamos entonces para comenzar, y “a modo de armisticio”, lo siguiente:
“Pocos periodos de nuestra historia literaria han generado la acritud o la exultación, la vehemente adhesión o el vehemente enfado, como la llamada generación del sesenta. Su aparición fue la célebre irrupción de una juventud transida de una agonía apasionada y de una vocación ígnea tal vez sin parangón. Lejos de atrincherarse en la cómoda modalidad del testimonio, su discurso osciló entre el desafío y la predicación a viva voz. Y lejos de difundir un rostro unívoco, las luces de sus teas y sus jachos incendiaron variados bosques, abrigaron innumerables desamparos, orientaron a más de una generación de persistentes nómadas y alertaron a los más ateridos sonámbulos con su decidida voluntad de simiente.”
Y eso, que afirmamos con la vista puesta en la fundadora Generación del Treinta, sigue siendo aún más cierto hoy, veinte años después.

En esta ocasión, más que repasar otra vez la historia de este grupo –que asume su identidad definitiva ante la historia en su “segunda época, justo tras la muerte de Pedro Albizu Campos, y que goza de una extensa bibliografía crítica–, me parece pertinente hacer unas breves reflexiones sobre Guajana, cincuenta años después de su comienzo, toda vez que en Puerto Rico algunos poetas de las generaciones más jóvenes tienden a subestimar y devaluar las aportaciones de las generaciones anteriores –“adanismo”, lo llamaba Francisco Matos Paoli– y a descalificar la producción de los escritores de mayor edad, olvidando, quizás, que Cervantes, por ejemplo sublime, escribió la primera parte de El Quijote a los 58 años, y publicó la segunda, superior a la primera, a los 68 años, poco antes de morir. Aparte de la sospecha de que algunas expresiones ofensivas son exabruptos de un país que se descompone en el ejercicio de una violencia suicida que no se detiene siquiera ante íconos como Betances, Hostos y Albizu, pensamos que pueda existir en algunos una posible brecha o ruptura generacional que, sino es pura soberbia cainita de adolescente, podría esconder discrepancias tanto estéticas como ideológicas que deberían pensarse. A ello van dirigidas estas líneas.


La Guajana cincuentenaria

 
Lo primero que debe observarse es que la obra de Guajana excede, con mucho, a la revista. Si bien la importancia de la misma quedó registrada desde sus inicios por la crítica, unánime, más autorizada, los poetas comenzaron a producir los primeros libros desde fechas tempranas en esa primera década de los sesenta, ya fuera en su carácter individual, en ediciones compartidas, o ya fuera en “antologías”. El número total de publicaciones no lo conocemos, aunque sí sabemos que son muchas docenas. Más de una treintena se publicaron tan sólo en la Colección Guajana, pero muchos otros, por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, Huracán, Edil, la Editorial de la UPR, Cordillera, y muchas más, dentro y fuera de Puerto Rico. La legendaria revista ha editado además, a partir del 2000, varios números de manera digital.

Lo segundo, es que el grupo Guajana ha merecido la atención y el aplauso de críticos y creadores de primera línea desde sus inicios. Los reconocimientos en el extranjero y los premios nacionales han llovido sobre mojado, ya fueran, estos últimos, otorgados por el Instituto de Cultura Puertorriqueña, el Ateneo Puertorriqueño, el PEN Club, y otros. Del mismo modo, los principales diarios del país les han dedicado infinidad de páginas, particularmente, CLARIDAD. Además, los más importantes artistas plásticos del país reconocieron con las aportaciones de sus propias obras la labor creadora del grupo.


En tercer lugar, cada poeta de este grupo de doce, ha merecido de manera individual el reconocimiento más espléndido por obras particulares publicadas. En los últimos años, La querencia de Ángela María Dávila, así como las obras póstumas de Marina Arzola, Juan Sáez y Edwin Reyes. Andrés Castro Ríos dejó una enorme obra inédita que pronto saldrá parcialmente a la luz en un volumen enorme, así como saldrán ahora también obras inéditas de Juan Sáez Burgos. José Manuel Torres Santiago, quien publicó en fechas tempranas libros emblemáticos del grupo como La paloma asesinada y En las manos del pueblo, murió recientemente con obras recién publicadas. Los poetas vivos, todos, están publicando nuevas obras, algunas de las cuales han merecido ya reconocimientos, como es el caso de Edgardo López Ferrer. Marcos Rodríguez Frese está dando a la luz un volumen de nuevos poemas para celebrar el cincuentenario del grupo. La obra del grupo desborda el marco nacional, como mencionamos antes, pues los poetas han tenido una presencia persistente en toda el área del Caribe, la América Nuestra y otras partes del mundo. Incluso en Francia se ha recogido de manera antológica parte de la obra de la generación. La antología reciente publicada en Chile con motivo del centenario del Partido Comunista de Chile, por ejemplo, titulada Voces de la memoria, incluye a dos autores puertorriqueños: Vicente Rodríguez Nietzsche y Marcos Reyes Dávila.


Una de las características sobresalientes del grupo es un sentido de solidaridad que no atenúa la muerte. Por eso durante décadas el grupo se ha dedicado a conservar, publicar y redifundir la obra de los que se fueron más temprano, comenzando con Marina Arzola, fallecida en el 1976. La muerte no ha sido lo suficientemente poderosa para apartar a ninguno del grupo. Este factor ha hecho posible, en buena medida, que el grupo se haya mantenido durante más de cincuenta años haciendo un trabajo conjunto. Como no es un grupo cerrado, otros poetas que no están en el núcleo fundamental original de los doce se han integrado al grupo. De esa manera ha podido constituirse el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico, y la incorporación, al grupo Guajana, de poetas como Juan Mestas, Carlos Noriega, Reynaldo Marcos Padua, Marcelino Canino y este servidor. El grupo Guajana tiene, en cuanto persistencia y prolongación, el récord olímpico de salto en la literatura de la América Nuestra, cuando menos.


El asunto de la posible brecha generacional

 
En nuestro estudio de 1992 anotamos lo siguiente:
“Josemilio González destacó con acierto hace veinte años que la poesía del sesenta se imponía por su agresividad y su dinamismo. Como hemos visto su estética torció el rumbo y transformó el carácter de la poesía puertorriqueña. Los intensos debates y polémicas que generó particularmente Guajana durante décadas son testigos de que toda la literatura posterior se definió a sí misma en función –en pro o en contra, positiva o negativamente– de sus proclamas generacionales. De algún modo la obra de los sesenta se había convertido en el eje, en las vértebras ocultas, del trabajo posterior.”
Lo anterior es válido, especialmente pero no exclusivamente, para las promociones siguientes, particularmente la del setenta. En los ochenta el cuadro ya había evolucionado significativamente. Cualquier estudioso de la literatura puertorriqueña ha podido comprobar cómo se desarrollaron los cauces del quehacer literario a partir del sesenta hasta la obra finisecular y la de la primera década del siglo XXI. Ese cauce no descarriló al Grupo Guajana, pues los propios poetas del sesenta participaron del proceso histórico, ya que no podía ser de otra manera. Nosotros tuvimos la oportunidad de hacer el registro de ese proceso gracias a la Revista Mairena y a su director Manuel de la Puebla, cuando éste nos encargó el estudio de la poesía puertorriqueña publicada en la primera década de esa revista, esto es, entre 1979 y 1989, que titulamos Los lazarillos videntes y que se publicó en la revista Mairena, número 27. Posteriormente hemos continuado el examen y la reflexión a partir de las propuestas de autores de estudios y de antologías prologadas como las de Rubén González (Crónica de tres décadas [1960-1990], 1989), Ángel Rosado (El rostro y la máscara,1995), Mayra Santos Febre (Mal(h)ab(l)ar, 1997), Alberto Martínez y Mario Cancel (El límite volcado, 2000, que reseñamos en Claridad), la antología antillana en dos volúmenes titulada Los nuevos caníbales (segundo volumen, 2003, que presentamos en la Librería Borders, presentación publicada en Cuadrivium 7, 2007), y las reflexiones que nos impuso hacer en dos ocasiones el Festival Internacional de Poesía en Puerto Rico al programar una sesión para “jóvenes poetas” (en la Fundación Nilita Vientós Gastón, 2009) y otra para discutir las “propuestas y horizontes” de la literatura hispanoamericana del siglo XXI (en la Casa de España, 2011). En otras oportunidades hemos abordado también el tema, como lo hicimos en la Conferencia Inaugural del Encuentro de Escritores celebrado en Chile en el 2002 (Viaje a la semilla de Vieques, publicado en EXÉGESIS 44), o al examinar la obra de poetas particulares, como Etnairis Rivera (Cuadrivium 6).

En muy resumidas cuentas, observamos un tránsito hacia la interiorización de un sujeto privilegiado y desconectado progresivamente del contexto social y de sus compromisos con la otredad. Ello se dio unido al afán de profesionalizar al escritor que tanto impulsaron revistas como Zona Carga y Descarga. Se construyó una trinchera de resistencia armada de una visión crítica al margen de los llamados “metarrelatos” del nacionalismo y del mesianismo socialista que tanto propulsó una ideología posmoderna en deuda con la tesis del “pensamiento único” que ayudó a consolidar el mundo neoliberal en casi todo Occidente. De modo que se instaló un sentido de renuncia, de ausencia, de “memoria rota”, de nomadismo, dispersión, de desterritorialidad, extrañamiento, y la fragmentación y el aislamiento en un mundo de desencanto, deficitario, con un futuro suspendido que se vive de manera casi virtual por el auge de la nueva cultura massmediática impuesta por las corporaciones multinacionales. Entre la ironía y la parodia, la alegría de sentirse liberada de la responsabilidad de forjar una conciencia nacional y de clase. Santos Febre llegó a hablar de “una ausencia casi total de referentes geográficos y lingüísticos evidentemente puertorriqueños” (Mal(h)ab(l)ar, 1997).


Lo anterior, es lo que dicta, grosso modo, el registro histórico, si colocamos en paréntesis casos excepcionales como el de Iván Silén, y obviamos las dificultades de la obra de la emigración. No obstante, al hablar de la poesía puertorriqueña finisecular y de entresiglos, nos pareció justo expresar lo siguiente:
“Tras la lectura de este libro –me refiero a Los nuevos caníbales–, y ante nuestro parecer, la nueva poesía puertorriqueña incorpora como recursos de expresión nuevas perspectivas tanto ante los problemas sociales y políticos como ante los elementos que definen la identidad propia. No vemos que predomine la virtualidad posmoderna al uso por nuestros lares que deshace, deconstruye, disuelve y nadifica tanto las raíces de la tradición como los íconos y emblemas nacionales y las urgencias sociopolíticas del aquí y del ahora, acaso porque no es perentorio hacerlo para ser posmoderno. Creemos que esta nueva poesía explora, crítica, el mundo heredado de sus mayores, tanto en el plano de la calle y de la estructura social como en el plano de las relaciones afectivas y de las contradicciones del sujeto. Confíamos en que, en consecuencia, no ha habido en verdad esa ‘suspensión en la continuidad’ que se ha proclamado, y que los temas y la estética tradicional mantienen, por el contrario, lazos constatables de continuidad, acaso no tan evidentes, pero tan ciertos como los manantiales que corren debajo de la tierra, lazos que hacen, en efecto, sobre la mar, como quería Martí, lo que la cordillera de fuego andino hace debajo de las aguas. Creemos que esta literatura nunca ha sido en verdad, ‘soterrada’ porque bríos y energía creadora ha demostrado y demuestra tener. Y creemos, que aunque acaso haya sido convencida de que su destino era proclamar un individualismo adánico, ciega a sus referentes concretos y al contorno de su nacimiento, desterritorializada, nunca ha dado en verdad la espalda a su país, sencillamente porque no es posible hacerlo, pues la poesía no puede ir contra la naturaleza humana que es, por definición inexcusable, comunitaria, devota de su entorno natural, flor de los suyos.”
Desde el 1962 al 2012 mucho ha cambiado en Puerto Rico (y en el mundo). En el remoto entonces comenzaba a desmantelarse el aparato económico que instrumentó el ELA en medio de una “guerra fría” terrible y de un asedio criminal al nacionalismo. Hoy, vivimos en un país acosado por las bestias autoritarias de un fascismo sembrado por el neoliberalismo imperial que se yergue en medio de la ruina y la bancarrota. Esa ruina y bancarrota gestadas por la empresauriocracia, son, en el plano moral y espiritual, mucho más profundas. Entonces, me decía Josemilio González, no eran tiempos de cantarles a “pajaritos preñados”. La “verruga violácea” en la frente de la que hablaba hace mucho León Felipe nos impone, a todos, hoy, un compromiso urgente que no puede ser evadido sin incurrir en conducta criminal. Por eso es imperativo traer a primer plano el ejemplo sublime de Albizu Campos y su consigna imperecedera del valor y el sacrificio. Eso hace del legado de GUAJANA una trinchera de un valor sin precio.

En cuanto al grupo Guajana, señalamos en el 1992 algo que nos parece correcto hoy, veinte años después:
“El discurso de la resistencia que domina la poética de estos últimos años contrasta todavía con cierta contemporización y cierta ideología derrotista –afín con los años cincuenta– de la sobrevivencia que ha reculado entre ahogos en este mismo espacio. No obstante la poesía, para los poetas de Guajana, conserva su valor instrumental de siempre. Lo importante en ellos sigue siendo su conciencia de clase ideologizada, la proclamación a primer plano de una actitud política que se define y proyecta desde el plano de la ética, comprometiendo la poesía y la vida misma. Llevan aún en la sangre una vocación contestataria, una brújula para sus certezas, una certidumbre impermeable contra toda propaganda, un optimismo unívoco, determinado, iterativo, capaz de distinguir lo real en medio del discurso incierto de la fenomenología televisiva. El paso del tiempo le inseminó la perspectiva de lo insondable, y le relativizó las inminencias, pero nunca logró hacerle retroceder un ápice su radical ruptura contra todo avasallamiento. Éste es el legado heroico de Guajana, de pie aún sobre la gesta nacionalizadora del treinta y sobre todo, en la noción del tiempo bolívar que no acaba aprendido en Corretjer.”
Constelación –como los llamó en UPR-Humacao, Félix Córdova Iturregui– de supernovas, pongo al frente, ante las críticas cainitas y absurdas de falsos adolescentes, un título de Edwin Reyes, de José Manuel, de Andrés, de Juan Sáez, de Ángela María, de Marina Arzola, y me acuesto a dormir. Si a ellos “se les fue la guagua”, ¿cómo han quedado entonces en la leyenda sublime e imperecedera de la caña brava? ¿Eh?

¡Albizu seas!

MRD
 

martes, 11 de septiembre de 2012

La Iguana en la GUAJANA -el cincuentenario

















domingo, 2 de septiembre de 2012

Voces de la memoria

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También desde Chile y por toda Nuestra América,
GUAJANA
en las Voces de la memoria

                                  



Se trata del libro Voces de la  memoria (Centenario en el Bicentenario. Antología de poetas y narradores latinoamericanos en los 100 años del Partido Comunista de Chile.) , publicado por la Editorial Cuarto Propio (Santiago, 2012, 381 págs.)

Isabel Gómez y Ángel Pizarro han compilado en un volumen entrañable y extraordinario obras de cerca de 150 escritores latinoamericanos para conmemorar el centenario del Partido Comunista de Chile, fundado, cinco años antes de la Revolución Rusa, en el 1912, en Iquique, por Luis Emilio Recabarren junto a un grupo de obreros salitreros. Vinculan el centenario con el bicentenario de la independencia de Chile, porque de los 200 años de vida independiente, cien los ha vivido de manera ininterrumpida y pertinaz el Partido Comunista de Chile, y, acaso también, presumo, porque estos últimos cien años han pretendido hacer realidad vivida por el pueblo de Chile lo que el bicentenario cumplió al nivel formal de la promesa, de la promesa incumplida.  

La antología combina el verso y la prosa de alrededor de 115 escritores chilenos a los que acompañan cerca de treinta voces del ¿extranjero? Es decir, españoles, canadienses (en realidad chilenos), mexicanos, cubanos, uruguayos, nicaragüenses, peruanos, brasileños, argentinos, bolivianos, algún nacido en Estados Unidos (en realidad colombiano), y dos curiosos puertorriqueños: Vicente Rodríguez Nietzsche, capitán del Grupo GUAJANA, y Marcos Reyes Dávila.

Está dividida en dos secciones: fallecidos y por fallecer, pero todos igualmente presentes. Incluye un índice de autores que da noticia detallada de cada uno, y una nota de presentación, suscrita por los antólogos, que es una joya.

Gómez y Pizarro, abren su presentación con aquel Marx que afirmaba en sus tesis juveniles la necesidad de “transformar” el mundo, y lo cierra con un Marx poeta que contempla cómo los sueños nacen de la lucha y de la libertad. Entre cita y cita, el registro somero de un caudal de luchas y de esfuerzos que sin ninguna dificultad vincula el dolor con la esperanza, la derrota con el cambio, la ceniza con la vida que brota. Tras remontarse a los orígenes en Iquique, los antólogos contemplan con gratitud la lucha y los relevos que a lo largo de cien años han forjado una tradición de solidaridad derrota pero nunca vencida, renacida, con mayor fuerza y vigor, de las persecuciones, del rehacer de los cuadros, de la restauración de los archivos, de la reconstrucción de las imprentas y las sedes.  Y contemplan, con gratitud, según decimos, porque han visto cómo toda esa lucha ha sido acompañada, acuñada en y fraguada por, el arte. El arte de lucha, el arte solidario, el arte que no pudo marginarse de su compromiso con la libertad de los seres humanos, el arte que ha forjado en la trinchera la identidad de un mundo futuro posible, hijo de sus mejores sueños. El arte y la literatura despejan caminos, dispersan la niebla, enfocan, definen, codo a codo y mano a mano con la lucha en la calle, en el sindicato, en el taller.

Asombra la inclusividad, no hija de intenciones gratuitas, sino del reconocimiento de las muy disímiles aportaciones, infinitas casi, que desde muy diversos sectores y acciones, desde una pluralidad de maneras, han contribuido al gran propósito principal de construir un país de ciudadanos verdaderamente libres. Por eso no está ausente Hostos, el Hostos forjador de conciencias libres y el Hostos que reivindicó con su palabra y su ejercicio pedagógico el derecho de la mujer. Tampoco está ausente, como tantas veces ocurre, Puerto Rico, ya sea por Hostos, por los dos poetas del Grupo Guajana incluidos, como por el poema de Ángel Pizarro dedicado a Lolita Lebrón con motivo de su muerte.

Gracias por el compromiso irreductible de Isabel, de Ángel, del PCC, de Chile.


                                                                    Marcos 
                                                                    Reyes Dávila
                                                                   ¡Albizu seas! 
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sábado, 1 de septiembre de 2012

Del fuego sobre el agua

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En Saludo al
Cincuentenario de
               GUAJANA




MRD
¡Albizu seas!
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