miércoles, 27 de julio de 2016

Rubén Darío y el Modermo puertorriqueño



Rubén Darío 
y el Modernismo puertorriqueño 
El presente texto es un compilación de tres alocuciones presentadas en la apertura del FIPPR-8, (2016) escritas, sin más aspiraciones, como homenaje del FIPPR al poeta con motivo de su centenario.

El modernismo dariano
 
Para hablar de Rubén Darío acaso no fuera imprescindible hablar de modernismo. Pero, en todos los sentidos, incluso el biográfico, el trabajo de su vida y lo que en vida fue no puede enajenarse de su obra más significativa para sí y para el porvenir. En las siguientes líneas repasamos algunos de los juicios conocidos sobre Rubén Darío y sus legado.   
    Darío, conocido con razón como el “Poeta de América”, vivió 49 años. Antes de los 21 había publicado ya la mayor parte de su obra en verso, anterior a Azul. Iván Schuman sostiene con razón que Darío es un fenómeno sociocultural, algo así como el mascarón de proa de esa modernidad que había arrancado desde el Martí que reclamara la necesidad de conocernos. Para Gutiérrez Girardot, el modernismo representa el espíritu que inicia la disolución del siglo XIX y el germinar del nuevo siglo. Juan Ramón Jiménez, el nóbel español que tanto debió a Darío y que editó para él en 1905 sus Cantos de vida y esperanza, opinaba que el modernismo iba más allá de lo estético para configurar una actitud de encuentro y libertad que diera la espalda al espíritu burgués del siglo XIX. Collentes de Terán sostiene que el libro citado oscila entre el horror ante “la mandíbula del yanki” y el angustioso enigma, meláncolico y nostálgico, de una existencia otoñal con algún brote de esperanza.
    La obra de Darío representa esa fuerza aglutinadora y sincrética que capturó las voluntades estéticas de ambos continentes y dejó su impronta a lo largo de varias generaciones. La difundida idea que lo encarcela en el exotismo, el preciosismo y el afrancesamiento, es un mito que recorre más como un iceberg que otra cosa su poesía y su prosa. Pues lejos de ser el modernismo una “grieta desnutridora”, como lo expresó Marinello, Max Henríquez Ureña vio en su exotismo y su galicismo más una técnica que una ideología. Schulman, como la fractura y convergencia de presencias antiguas y nuevas, cercanas y lejanas, es decir, como un haz de luz pleno de sensorialidad. Y, además, como una cultura fugitiva que pujaba por expandir sus perímetros y no un mero esteticismo decorativo. De ahí que podamos ver su exotismo como la concreción de afanes vedados por la realidad cotidiana. A fin de cuentas, nada hay más afín a la modernidad que la desorientación, la incertidumbre y la deconstrucción. El sincretismo dariano se nutrió de muy diversas fuentes, más imaginadas que vividas. No se explica la torre de marfil en función de los elefantes de la India. Detrás del preciosismo estaba la pobreza real de las comunidades, la ausencia de libertad y la marginación de un arte refugiado en el sueño. Su cosmopolitismo fue inducido por la expansión comercial e imperialista de la sociedad burguesa y las migraciones masivas a las grandes ciudades. Pero, en Darío, cada palabra tiene un alma. Aunque Darío represente para muchos la independencia de la literatura de Nuestra América, como lo demuestra la historia, no olvidemos que esa libertad tiene que lucharse cada día.

El legado

 
    Si como apunta Blas Matamoro, el modernismo fue una reacción de rechazo más que una afirmación de credo, entonces la cuestión es determinar si esa actitud se proyectó a lo largo del siglo convulso. Alguno ha sostenido que puede decirse qué poesía es anterior a Darío y cuál es posterior. En Cuadrivio, Octavio Paz afirma que, del escenario despoblado, roto o detenido, que azotó a la cultura desde el siglo 18, de repente, a fines del próximo siglo, el idioma español se puso de pie, reanimando el idioma de tal modo que la vanguardia misma y la poesía contemporánea quedaron íntimamente ligadas a él. Por eso puede decir Schuman, que Octavio Paz consideró al modernismo como el campo de entrenamiento de la poesía contemporánea.
    Partamos del hecho importante de que la poesía modernista de Darío se escribió en el exilio: Chile, España, Francia. Quizás por eso Anderson Imbert apunta que, así como su poesía se nutrió de diversas fuentes, así derivó también por muy diversas puertas. En efecto, la perdurabilidad de Darío estuvo siempre en esa libertad que le permitió absorber como antropófago toda suerte de tendencias. Y así como se alimentó de raíces plurales, así enfrondó en plurales ramas. Significativo, me parece, es que el Darío que se apropió de todo lo ajeno, no dejó de regresar los ojos a su América, ni de morir en su tierra.
    Aquello de “tuércele el cuello al cisne”, la tan exitosa imagen de González Martínez, no refleja el verdadero tránsito hacia la contemporaneidad. El poeta mexicano se refería a la secuela que pretendió imitar, desgastada, a Darío. Pedro Henríquez Ureña, por su parte, señaló que el modernismo se bifurcó, ya fuera en los fines puramente artísticos, o ya fuera en los fines de perspectivas sociales. En este último grupo colocó a Chocano; en otro al grupo de Borges. Otros derivaron a través del romanticismo exaltado de Miguel Ángel Osorio, e, incluso del primer Neruda, o del famoso cuarteto de primas: la Storni, la Ibarbourou, la Agostini y la Mistral. Aun otros, se nos dice, se atrincheraron en la predicación de un nuevo patriotismo, como Azuela en la narrativa y nuestro Corretjer en la poesía. Otro grupo, según Henríquez Ureña, llevó hasta el límite las tendencias modernistas, ya fuera la complejidad del preciosismo que puede observarse en Lugones, el barroquismo de Herrera y Reissig, el esoterismo de Alfonso Reyes, o la ternura cotidiana de López Velarde. De España, como sabemos, en Machado, Azorín y Unamuno, y en el Juan Ramón que apadrinó a la generación del 27. Hay quien compara su trascendencia con Garcilaso, Quevedo y Góngora. Acaso debamos convenir, pues, con Octavio Paz, en que Darío no solo está presente en el espíritu de los poetas contemporáneos, sino que es el fundador de esa poesía.

El modernismo puertorriqueño

 
    “¡Levántate, revuélvete, resiste / haz como el toro acorralado: muge; o como el toro que no muge: embiste!”, exclama José de Diego. Y es que no puede pasarse por alto que el modernismo, en todo el mundo hispano, pero de manera muy concreta y específica en las Antillas y en España, tuvo que atravesar el campo minado que abrió el “minotauro americano” con su guerra imperialista de 1898.  Pronto estremecieron el planeta, amén de la revolución mexicana de 1910 y de otras fracturas semejantes en otras latitudes, toda esa cola de reivindicaciones traicionadas que derivaron hacia el indigenismo, criollismo y afroamericanismo. De la guerra del 1914, y de la revolución de 1917, no hay que decir más. No obstante, para Puerto Rico –muy especialmente–, la fractura del 98, o la generación del tránsito y el trauma, como la denominó uno nuestros primeros historiadores de la literatura puertorriqueña, trató de colocar este país ante el abismo de “la suprema definición”.  Así lo expresó nuestro mártir nacionalista de mayor trascendencia, Pedro Albizu Campos. El abismo de esa fractura coincidió en Puerto Rico con la entrada del modernismo.
    En Puerto Rico se publicaban versos de Darío desde el 1890. Rubén Darío se detiene en Puerto Rico en el 1892 cuando fue entrevistado para un periódico del país.  José Santos Chocano pasó por Puerto Rico en el 1913 y se presentó en teatros. Cesáreo Rosa Nieves, un impenitente trabajador de la cultura patria de esas décadas, dedicó todo un volumen, el segundo, de una antología en tres tomos de nuestra poesía, de unas 450 páginas cada uno, a nuestra poesía modernista. Sobre ella hay diferentes visiones. Hay quien comienza esta historia con un poema de 1878 del poeta romántico José Gautier Benítez –autor, dicho sea de paso, de la hermosa imagen que se refiere a Puerto Rico como “perla que el mar de entre su concha arranca / al agitar sus ondas placenteras / garza dormida entre la espuma blanca / del níveo cinturón de tus riberas”... Otros comienzan la historia con otro poeta, José de Jesús Domínguez, quien compuso en 1886 un poema de 816 versos titulado “Las huríes blancas”.  Algunos otros críticos incluyen a poetas de entresiglos como José de Diego, autor de los versos que cité antes, con una obra juvenil, titulada “Jovillos”, libro escrito antes de 1890, y en los cuales el propio Darío observó “los resplandores de la nueva lírica”.
    No obstante, es a Luis Llorens Torres al que se suele señalar como el poeta modernista de mayor rango. Estudió en España, y compuso versos “Al pie de La Alhambra”. Mas fue modernista principalmente desde sus Sonetos sinfónicos y luego en los versos publicados en su Revista de las Antillas de 1913: “Somos islas. Islas verdes. Esmeraldas en el pecho azul del mar”. Llorens articuló en su obra un sabroso maridaje de lo culto y popular que pudo echar flores como esta: “Ya está el lucero del alba / encimita del palmar / como horquilla de cristal / en el moño de una palma”. La marejada de la poesía modernista se extendió en Puerto Rico a lo largo de muchas décadas, de modo que aún hoy, en los pueblos y, en la cultura popular, se siguen oyendo sus voces incesantemente. El modernismo tocó el alma en la juventud ya vieja de nuestros poetas más importantes del siglo XX, como Corretjer, Matos Paoli y Chevremont, e incluso de nuestro poeta más conocido internacionalmente, por sus versos afroantillanos, Luis Palés Matos: “Allá entre las palmeras / está tendido el pueblo –Mussumba, Tombuctú, Farfangana– caserío irreal de paz y sueño. Mirad la luna, pez plata. Traedla a un anzuelo prendida”.
              
                                                                                       
                                                                                                         Marcos 
                                                                                                       Reyes Dávila
                                                                                                       ¡Albizu seas!    
PUBLICADO en "EN SENTIDO FIGURADO", http://www.ensentidofigurado.com/ESF71-14.pdf 
Año 9, NUM. 5, Ju´/Ago 2016 ISSN-2007-0071





   

lunes, 4 de julio de 2016

La mujer de repelillos




La mujer de repelillos


La mujer de repelillos
me alcanzó por el camino y
me compró con un pesito
cuando abrían los jacintos.

 






Puso un dedo en un anillo
un noviembre con destino
Y a pesar del repelillo
ahí vinieron dos chiquitos


 







Mas ya son cuarenta y pico
lo que dura aquel pesito
con osito y conejito
jugando en un anillo. 













Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!


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