Enderezando la visión torcida
Sólo merece la libertad
quien lucha por ella cada día
Decían los libertadores de la América nuestra que nuestros países, antes de la independencia, eran niños.
Hostos, como luego también Martí respecto a Cuba, negó incluso que Puerto Rico hubiera nacido. (“El cadáver de un país que no ha nacido.”)
Martí anotó en “Nuestra América” que el aldeano vanidoso creía que su aldea era el mundo entero y, por lo tanto, no sabía del peligro que cernía sobre él el gigante de afuera.
Hostos no dejó de señalar que el “derecho no ejercido” no existe: “no es derecho”, dijo. ¿Recuerdas?
Todo esto vino a mi mente en un mismo instante al atracar mi pensamiento a la deriva en la idea que sigue.
Pensamos, como los niños, que el bien, que el buen sentido, la sana intención, predominan en el mundo y le dan su sustancia.
Pensamos que el confor es natural. Que habrá comida siempre, trabajo, salud. Creíamos, aún mayorcitos, que la permanencia en el empleo era, en efecto, permanente, es decir, perpetua. Creíamos que la democracia, que el voto, que el servidor público, que el policía protegía al ciudadano, que el estudio, que los derechos del ciudadano, que los derechos humanos, que la libertad era tan natural como el viento de la tarde. El puertorriqueño, dicen varios estudios, se cree el más feliz y satisfecho de la tierra a pesar de la drogadicción rampante, la criminalidad galopante, la violencia doméstica, el altísimo desempleo, los suicidios, y las familias desintegradas.
Y ocurre que todo eso es falso, ¡y hace falta decirlo! Antes bien, es todo lo contrario. El gobierno de Fortuño le ha abierto los ojos al país. No es el bien, sino el mal lo que ronda en las esquinas, no hay sana intención en los empresaurios, no hay sino migajas inconexas de verdad en los políticos, no hay intención de aconsejar ni cumplir en los contratos de asesoría, no hay intención de ser imparcial y justo en el juez ni en el Tribunal Supremo, todo lo corroe el tiempo, no hay partida alguna de mantenimiento, los contratos no obligan al gobierno, el gobierno no le sirve al ciudadano sino a sí mismo, no hay permanencia, no hay negociación honesta, los educadores son arzobispos de la mentira y el engaño, la comida se encarece, los sistemas de salud se desmantelan, se saquean los ahorros para las pensiones de los jubilados y los viejos, el servicio público no vale un chavo, la “democracia” legisla en secreto y a puertas cerradas en los bancos, el voto caduca en unas horas, el policía golpea, patea y te echa pepper spray –¡húyele!, ¡huye!–, los estudiantes son revoltosos y criminales, los derechos humanos se violan en la casa de las leyes, los derechos del ciudadano se violan en el Tribunal Supremo: la libertad está asediada por la bestia del fascismo que conducen los empresaurios.
Acabo de pintar la realidad puertorriqueña en el 2010. Y ahora comprendo.
Ahora comprendo porqué hablaban los libertadores de los pueblos niños antes de la independencia, y porqué respondió Hostos en la aduana brasileña que no tenía patria. La libertad sólo la goza quién la conquista en la lucha. Y sin libertad no hay patria. Lo normal no es el confor y el orden, sino el caos, y el desorden, pues la bestia de los empresaurios nunca duerme y nunca muere. El “aldeano vanidoso” de Martí no vivía alerta ante la segura visita de la bestia gigante. El fascismo, ideología del capitalismo antisoviético y postsoviético, desde luego, instrumenta la represión necesaria para desmantelar al estado benefector capitalista que contuvo la marea revolucionaria en Occidente mientras duró la amenaza socialista. Ganamos más con muchos desempleados, ganamos más quitando beneficios, ganamos más quitando permanencias, ganamos más quitando retiros y pensiones, ganamos más con los ciudadanos no educados manejables y engañables, ganamos más si reducimos todo al estímulo primario del instinto individual totalmente controlable, ganamos más sin oposición ni reto, ganamos más si reducimos sueldos, ganamos más si no pagamos tiempo extra, ganamos más si privatizamos hasta el agua, ganamos más ...
Sólo merece la libertad quien lucha por ella cada día, cada día, cada día...
Marcos
Reyes Dávila,
hijo de Manuel y Sarah
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