Clínica de doctores
Con fuerza de soles apuntó en una ocasión José Martí:
"Un pueblo no es un banquete, puesto a toda hora para nuestro gozo, con sus entremeses de fuegos artificiales, sino una masa de esperanzas y dolores, de vileza que se ha de sujetar y de virtud que se ha de defender, de ignorancia apasionada y luces e instintos que la salvan y dirigen, de hombres a quienes se ha de querer y servir como sirve el médico al enfermo que le muerde las manos.”
Hablaba Martí, deslumbrante, del servicio al pueblo, que es la patria, con un orgullo del sacrificio que lleva consigo el servicio público que nunca podrán comprender los legisladores y consultores de esta época.
Pero no quiero hablar en este momento de políticos, sino de doctores. Un proyecto de ley se presentó en Puerto Rico para regular las citas médicas, de modo que se cite por hora y no por orden de llegada. El sistema por orden de llegada es lo que permite un caudal de torturas que se le impone al paciente sobre la dolencia que lo lleva al médico. Desde las listas interminables que antes de abrir las puertas reclaman desde la madrugada un turno de atenciones en los consultorios. No es extraño ver en oficinas de urólogos, por ejemplo, cerca de un centenar de pacientes a la espera, con infección en la vejiga o la próstata, esas urgencias urinarias frecuentes, dolores, fiebre, diabetes y artritis. Una oficina de un prominente endocrinólogo con tres diferentes salas y otro centenar de pacientes.
Llamamos a un gastroenterólogo porque el estómago no admite ni un sorbo de agua tras haber estado en una sala de emergencia, y recibimos una cita para una o dos semanas más tarde. ¿Cómo deberá sobrevivir uno hasta entonces?
A todo nos acostumbramos en Puerto Rico. Y tomamos lo absurdo con normalidad.
No puede ver uno al médico cuando tiene fiebre o tiene un dolor: debe ir cuando el médico quiere, tenga o no tenga entonces fiebre o dolor, o haya fallecido en la espera, pues a veces las citas para consulta se proyectan para varias semanas más tarde.
De niño, mi padre me llevaba al médico cuando me sentía mal. En las oficinas había una enfermera, y a veces incluso, un pequeño laboratorio que le permitía al médico hacer un cotejo rápido de la orina y de la sangre. Salíamos con un diagnóstico, una receta, quizás una inyección y medicina en la forma de esas muestras que cada día le llevan los propagandistas.
Hoy día ese servicio sólo se asemeja al recibido en las salas de emergencia.
Hoy llamé a mi gastroenterólogo porque me puse grave en el fin de semana, fui a emergencias, salí, y varios días más tarde aún no tolero bien ni un poco de papas majadas sin mantequilla a pesar de zantax. Tomar dos tylenol para el dolor de cabeza es imposible sin sentir una puñalada. Pero la secretaria del gastro no me dio alternativa. Tengo que esperar una semana para ver al doctor.
Si alguien comprende esto, si esto no es un abuso contra el que padece, sino es un orden absurdo y sin sentido, quédese callado. Los demás, protesten, y muerdan la mano.
Tanto se desarrolla el país, tanto se enriquecen algunos, tanto adelanta la tecnología, y el servicio al público que lo necesita empeora sin cesar. Para todo eso sí ha servido muy bien la legislatura de Puerto Rico.
Una película protagonizada por William Hurt --"The doctor"-- intenta hacerle ver a los médicos el punto de vista del enfermo. Mientras, ¡qué Dios nos libre del Dr. House!
mrd
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