miércoles, 27 de enero de 2010

Paula en el rocío
        

 En el verano de 2006, mi hijo le confesó a su madre 
que si alguna vez tuviera una hija la llamaría Paula.
Su madre comenzó entonces a escribirle «cuentos» a la Paula imaginada.
El padre se conmovió y escribió las siguientes historias,
tomadas del rocío de un anhelo.


Para Marcos Ariel, muy especialmente.
©mfrd



¡¡Paula!!
                       The well tempered clavier, Bach
   
    No sé cómo te llamo, Paula. No sé cómo te nombro, amor.
    ¿Cómo puede volar un pajarito si no cree en el viento ni en las alas?
    Quien habla, o quien escribe, no puede estar más perdido si aquél a quien le habla o le escribe no le cree una palabra. Sólo puede enmudecer, vivir callado, como una ceiba solitaria. Yo sé bien por qué lo digo.
    Pero tu abuelita Hilda tuvo la idea de comenzar a buscarte, antes de nacer, con estos cuentos que son puro deseo de ti. A ti y a Estela Marina, que son hoy una sola. No sé si llegue a conocerlas un día. No sé si abuelita llegue a conocerlas un día. Pero tú podrás saber quiénes fuimos si te contamos la historia de cómo las buscamos con amor. 
    La vida, a veces, es muy cruel, pero otras veces, es excesivamente generosa. Sin mucho esfuerzo nos da hijos. Y si éstos cooperan un poco,  también nos da nietos. Y un nieto nos permite recobrar otra vez al hijo que tuvimos, pero relajadamente, y con más atención.
    Hoy que les escribo estas palabras, estoy perdido en un laberinto. Y pienso que ojalá y me hallaras tú. Si quieres hallarme un día, te lo aseguro, me hallarás en estas palabras que te piensan como la música del teclado templado de Bach.
    Las palabras, en el fondo, nunca mienten, aunque lo parezcan. Cada una de éstas salió de mi pensamiento de ti, de mi deseo de ti, y ese pensamiento y ese deseo son míos, solamente míos, lo que soy, lo que fui y lo que seré.
    Aquí te busco, amor. Aquí te llamo. Y aquí te encuentro a ti.
    Que el amor que tallo en el papel, palabra a palabra, está hecho sólo del aire que alienta el fuego o nos refresca, sólo del cielo que expande la mirada que te mira, y sólo del agua de la vida que te di. No hay tesoro más grande que un hijo. Ni la música de Beethoven o de Bach.
    Nada que perezca hay aquí para ti, Paula del alma. Nada que puedan comer, nunca, nunca jamás, ni las polillas ni los gusanos. ¡Puro aire, pura agua, puro cielo!


¿Que cómo se llama Paula?

    Si no tiene ni sentido decirlo. ¿Que cómo se llama, Paula?, dices.
¿Y dónde está? ¿y quién es?, sino es un deseo que cobija, un deseo que bien podrá llamarse Estela Marina, o ser un niño que se llame Marcos, un Ariel que quiera ser Marcos Ariel, o Rubén Manuel. ¡Quizás sea Sara Hilda, o quizás Hilda Malén! ¿Quizás sea Tainahíl?
    ¿Llegará  a nosotros alguna vez? ¿La anunciará una estrella fugaz? ¿una campana? ¿una garza blanca? ¿O un caballito de colores?
    Los hijos son como un cielo que se expande, espacio de la brisa que no puede contenerse y nunca termina, como la del mar. Pero lo más maravilloso de los hijos  es que son un sueño que necesita ser soñado por dos. No basta con que los sueñe uno solito.
    Los hijos, como las cosas que son  verdaderamente importantes, se comparten. Paula no puede nacer del deseo de uno solo. Es necesario que se unan, que se encuentren, los deseos de dos.


De cómo son los hijos

   
    Una plantita crece alimentada por el sol y por el agua. Un niño o una niña es una personita que crece alimentada de abrazos, besos y cariños.
    Cuando un padre tiene un hijo, el tiempo es como la piel de los conejos. El corazón se ablanda, se pone como la gelatina de frambuesa, y ni siquiera dios quiere que Abraham lastime un pelo de su hijo.
    Cuando un padre tiene un hijo, siempre espera con gusto a la mañana.


La velita

    Una velita empuja un barco, chiquito o grande, y lo hace moverse por enmedio de la mar.
    Abuelito le dijo un día “Velita” a abuela Hilda. ¿Pensaría que abuelita lo hacía moverse por la vida?
    Velita venía del mar del sur, aunque dijo que era española. Venía del azúcar y de un pueblito hecho de piedras blancas donde creció como las uvas de playa.
    Un día abuelito la vio, cuando ya nada esperaba, caminando como si danzara con la brisa, y la siguió con una cajita de chocolates y un ramo de flores blancas para la madre de ella. Se casó con ella en medio de los cafetos, para recordarla al tomar el café cada mañana.
    Pero una velita es también un fueguito que se enciende cuando no hay luz, cuando no vemos nada, y cuando tenemos en el corazón un miedo o un deseo muy grande que no se borra.
    Si viene un huracán, o un tiempo muy malo, las luces se apagan.
    Cuando se le va la luz, abuelo siempre enciende su velita.

De abuelo Marcos

    Abuelo Marcos fue un niño feliz y muy curioso. Le gustaba armar cosas de muchas piezas, los microscopios y los telescopios, el balompié y las bicicletas. Le gustaba leer cuentos y, muy de niño, se fijó en que, a veces, algunas palabras brillaban en su cabeza como piedras de colores. Entonces comenzó a escribir sus propias cosas.
    Cuando iba a la universidad muchas veces usaba el dinero del almuerzo para comprar libros. El rector le dijo que la misión de la universidad era la búsqueda de la verdad, y nunca lo olvidó. Le gustaba tanto la universidad y las bibliotecas que se quedó allí para siempre.
    Un día abuelita Hilda le regaló a abuelo Marcos la imagen de un hombre sin rostro que abrazaba a una mujer y a dos niños. Le dijo que ése era él, que ellos éramos todos nosotros.
    ¡Y abuelito se sintió muy orgulloso!


De cómo llegó Taína una noche sin luna


    Un día abuelita Hilda le dijo a abuelo que les llegaría una niña. La vimos crecer en la barriga de abuelita que se inflaba poco a poco como un globo, o como una luna llena, y abuelito pensó que la niña quería buscar lunas por el cielo.
    Un día abuelita sintió un dolor:  su luna quería salirse. Y abuelito la llevó con el doctor. Esa noche la luna tuvo miedo de salir. La noche se quedó a oscuras. Y abuelita se durmió cansada de esperarla. Cuando empezaba el día 27 de mayo, abuelito oyó llorar a una niña luna. Había nacido y miraba a abuelito haciéndole una guiñada, con una V  en los deditos. ¿Sería la V de Velita, su madre, o la V de la victoria? ¿O quizás pedía ya una tijera para picar papelitos?
     Un hijo, o una hija, es como un lazo en el que papá y mamá permanecen para siempre atados.


De cómo llegó Marcos Ariel una tarde de viento

    Marcos Ariel llegó una tarde de vientos, y se metió por debajo de la puerta como una hoja colorada  de flamboyán. Llegó como temblando, desde un salto se fue directo al nido de mis brazos, se agarraba de mis pies como el caillo, y olvidaba todo susto dormido sobre mi pecho.
    Le pusimos de nombre Ariel, porque era como el aire que corre libre y nos pasa por el lado con una caricia. ¡Ari!, ¡Ari! 
    Pero él le decía a todos que se llamaba Marcos Ariel, aire de su padre. Y su abuelo Manuel, el juez, un día santo y bueno, le cambió el nombre para siempre.


De tía Tay

    Taína siempre fue floral y frutal, según su abuela Sarah y su abuela Malén. Floración de ternura. Frutación de dulzura. De bebé la llamamos la hazañosa por su veloz desarrollo y su fortaleza.
    Su mamá vino por la ruta de las especias, pero Taína llegó por la ruta de la seda. Su pasión eran las bolsas de papel llenas de papelitos y las casitas improvisadas para esconderse. Una temporada tuvo una amiguita de la ilusión: Crini, pero no estuvo mucho tiempo con ella. Siempre fue muy cuidadosa.
    Tuvo un novio por muchos años. Aunque crecieron juntos, un día no se miraron más. Se puso tan hermosa que parecía, según su abuelo Manuel, la Gioconda encarnada, salida de la pluma de Leonardo.
    Un día quiso a un beduino, un espejismo del desierto que se le esfumó entre los dedos y la dejó como viuda. Su padre se fue con ella a lo alto del Yunque, a conversar a solas, como hizo tantas veces, en una cabaña en medio del bosque, y para lavarle las penas con el agua de las quebradas de la altura.     
    Cuando abuela ve llegar a Taína le parece que ve bizcochitos de vainilla. Cuando abuelo la ve llegar aplaude con fuerza, porque le parece oír la sinfonía quinta de Beethoven: Ta-Ta-Ta-Tay!!



De papá Ari

    Cuando era un niño, Ari miraba con temor a la lluvia con viento. Imaginaba diablitos debajo del piso, y corría a protegerse entre mis piernas.
    Cada noche buscaba refugio, en silencio, en la cama de su papá y su mamá, que al despertar lo encontraban dormido a sus pies, o por una esquinita de la cama.
    Una vez, mientras lloraba,  le puse la mano en la boca como si fuera un tambor: el llanto se convirtió en canto de indios, y rio.
    Siempre vivió absorto, concentrado en sus pensamientos. Sólo oía a su hermana Taína y a su primo Nelsito. Pero otro día escuchó y vio a tres hombres negros y gordos cantando. Se llamaban los Fat Boys. Y desde entonces la música lo convirtió en su satélite.
    Es estricto, incluso severo, y nunca miente. Debería recordar que, como dijo José Martí, la ternura es un bien siempre útil, e inexcusable.



La espinita   

    Un día, cuando tu papá estaba aún muy chiquitito, vomitó la leche del bibí. Cambiamos su leche una y otra vez, vomitándola cada vez. Creció flaquito, se alimentaba de aire, y se daba tropezones aquí y allá. Le dio pulmonía. Entonces tu abuelita Hilda le llamó “La Espinita”.
    Cuando era más grande, La Espinita se cayó contra un bloque del patio y se abrió la cabeza. Abuelo lo llevó al hospital y regresó con la camisa cubierta de su sangre. Otra vez se enterró un clavo en el muslo mientras jugaba en la escuela. Otra vez se cayó de la bicicleta y se cortó la lengua y el labio superior. Abuelito no se enteró de eso esta vez hasta que llegó de trabajar, y protestó porque no le avisaron. Pasó toda la noche mirándole el labio hinchado mientras él dormía. Ése es el origen de la cicatriz que nunca quiso corregirse.   
    Un día un perro de la calle entró a la casa y lo persiguió hasta la cama de su cuarto. Papá Ari se comía un bocado y el perro quiso quitárselo. Cuando abuelo Marcos oyó los gritos pensó que el perro había mordido a su hijo, y lo persiguió con un palo de escoba. Lo golpeó, asustado, hasta dejarlo como dormido.                        
    ¡Nunca, como ese día, estuvo abuelo tan cerca de hacerle mucho daño a un ser vivo!



Paula

    ¿Qué cómo será Paula?, pregunta abuelita. De seguro que será color café-con-leche. ¿Pero para  qué tratar de adivinar si será de un tono oscuro o un tono claro? ¡Serán sus ojos y su sonrisa los que atrapen a los ojos que la miran!
    No sé, tampoco, si Paula será rellenita, como su tía Taína cuando niña, cojinito de algodón; o si será delgadita, como Ari cuando niño, niño Pinocho que camina. No sé si Paula tendrá el pelo rizo como una voltereta, o el pelo lacio como la chorrera del parque. No sé si será la niña más bonita de la escuela, como su abuelita Hilda, o el niño que canta mientras camina como su abuelo Marcos. No sé si Paula será la niña perfecta, como su tía Tay, o niña amistosa, como su padre Ariel.
    Pero sí sé que Paula será una niña amada, de ésas que se recuerdan en el trabajo, de ésas que nos hacen reír cuando conducimos un carro, de ésas que añoramos ir a ver, con prisa prisa prisa, de ésas que se esconden con sigilo en nuestra cama, a nuestros pies, o por el ladito, o sobre la almohada, y nos abrigan todos los sueños. 


Estela Marina


    Estela Marina era el primer nombre de Taína. A última hora le pusimos Taína como un disfraz,
porque no es bueno llamarse Marina en tierra de México.
    Pero Estela Marina se quedó grabado en nuestro corazón. Nada tenía que ver con la mujer que traicionó a su pueblo. Estela Marina es como la estrella fugaz del mar, no del cielo. Estela Marina es un camino que se abre en medio de las aguas del mar de los anhelos.

Y un anhelo es algo que se abriga en lo profundo del pecho, como abriga una gallina al pollito en su huevo.

El marco roto


    Abuelito Marcos habla de abuelita Hilda como si se tratara del olor del pan que se hornea en la mañana.
    Vivieron juntos tanto tiempo que a veces ninguno sabía si un brazo era de él o era de ella, o dónde terminaba uno y empezaba el otro. 
    Eran como una vasija antigua olvidada en un bodega, una vasija llena de especias, quizás de canela. Hilda-Canela llevaba tanto allí que creyó que tenía la forma de la vasija; Marcos-vasija llevaba tanto tiempo allí, que creyó que él tenía el olor dulce de la canela.
    Pero eran también como la pintura que reposa en un museo. Abuelita vivía rodeada del abrazo de su marco. Y Marcos vivía relleno de la colorida Hilda.  
    Sin embargo, a veces un beso lastima como las espinas de las rosas. Y ocurrió que un beso rompió un brazo de Marcos. La pintura se cayó del marco y se sintió desde entonces perdida.
    Marcos, desde entonces, por su parte, se sintió simplemente vacío. Le duele siempre el brazo, y ya
no huelen a pan sus mañanas.


Del amor y la tristeza

    Cada día trae consigo su canasta nueva de luz. Trae canasta nueva porque también cada día se lleva la canasta vieja.
    Todo viene y todo se va, como la luz de cada día.
    Una de las cosas más tristes de un camino es encontrar a un padre que no quiere mirar al hijo que lo ama. Pero mucho más triste que eso es encontrar a un hijo que no quiere mirar al padre que lo amó y lo acunó, eternamente.

    Eternamente digo, porque el amor que se dio no es como la canasta de luz de cada día. Cuando acuesto a mi padre enfermo cada noche me doy cuenta de que está aún vivo en mí el niño que fui hace medio siglo. Y es que el amor que se dio... no se va, ¡no muere nunca! 


Marcos 
Reyes
Dávila

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