lunes, 25 de enero de 2010

Haití explotado: la maldición de la gloria

                        Por Marcos Reyes Dávila

La propensión a culpar a Haití, a los haitianos, a los negros haitianos, por su desgarradorra historia, se acentúa con la presente desgracia. Hay sonámbulos que declaran que es castigo por su asociación con el diablo, aunque Katrina en Nueva Orleáns no lo fuera. Se declara que los blancos desteñidos arios del norte del mundo son más productivos e industriosos y que la democracia y que la prosperidad no anida igual en todas las latitudes y en todas las razas. Con esas ideas se revalidan desde las tesis hitlerianas, la carga del hombre blanco de Kipling, el tutelaje imperialista que colonizó toda Asia, el Pacífico, África y Latinoamérica, el determinismo geográfico y genético del siglo XIX, la esclavitud, y muchas otras cosas. 

Existen, claro que existen, los factores subjetivos que explican muchas de estas diferencias actuales. Hay factores culturales seculares y milenarios que ayudan a explicar, pero sin agotar ni mucho menos la explicación, estos procesos. Esos factores culturales se gestaron, enraizaron y arraigaron en las culturas como resultado de las luchas de la gente con su medio particular y con su entorno, su historia con los vecinos y a veces, con pueblos no muy vecinos. Tienen su razón de ser y son producto del acto de elegir, de optar, a veces, y otras, producto simplemente de la necesidad.

Lo que no debe olvidarse es que no hay diferencias innatas esenciales en los hombres y mujeres que nacen en cualquier parte del mundo. El chino que nace y se educa en Estados Unidos será un norteamericano; el africano que nace y se educa en París será un buen francés; el indio o malasio que nace y se educa en Inglaterra será un buen inglés, siempre que no nazca al margen de las estructuras del poder y los privilegios. Lo mismo ocurrirá con los haitianos. La cultura es el factor fundamental de las diferencias humanas.

Se ha difundido en estos días un exclente ensayo de Galeano sobre la maldición blanca que pesa sobre Haití. Fidel, y otros, han publicado expresiones subrayando lo que es en verdad fundamental en este caso. Haití, el primer país latinoamericano en lograr su independencia y declarar la libertad de los esclavos después de derrotar al imperio francés, al imperio español y al imperio inglés, cayó en desgracia por venganza –racista, fundamentalmente– de los grandes poderes económicos del siglo XIX.

En su caso aplica, ya en fechas más recientes, la intervención criminal –demoníaca si se quiere– de los Estados Unidos. Por décadas ocuparon Haití, como lo hicieron de manera similar en Dominicana, Cuba, Puerto Rico y en Nicaragua –por no hablar del destino similar de Filipinas. En todos lados dejaron al retirarse dictadores de la peor calaña sostenidos por el Departamento de Estado y de Defensa: Trujillo, Batista, los Somoza, y en el caso nuestro, el gobierno directo hasta Muñoz Marín, discípulo amado como antagonista y carcelero que fue de Albizu Campos. La historia de Guatemala, Venezuela, Paraguay, y tantos otros países de nuestra América no es muy diferente. La razón de la inestabilidad y las vicisitudes centroamericanas o bolivianas no está en esos países, sino es como resultado de la “herencia del coloniaje” de la que hablaba ya Hostos en la década de 1870, y de las estructuras y las estructuras, internas y externas, que aseguran los regímenes de explotación a través de los intermediarios locales. Cuando esas estructuras de seguridad imperial fallan, son burladas o superadas por los pueblos, caen del cielo golpes de estado como el de Honduras, golpes que por haber sido tantos y tantos, no pueden siquiera enumerarse.

Los golpes revelan dos cosas. Por un lado, la persistente y nunca marginada voluntad de imponer los regímenes de explotación de Estados Unidos; y por el otro, la persistente voluntad de los pueblos de buscar su redención, libertad y autogestión. Los pueblos a veces optan electoralmente por la revolución o por regímenes afines; otras, caen en la trampa de las campañas multimillonarias de los millonarios de derecha que prometen un cambio. ¿Cómo puede prometer “cambio” un político “conservador”? Los cubanos saben que la guerra nunca termina, y han perdurado en su revolución. La libertad no es un estado –ni político ni beatífico–, ni el artículo de una constitución política, sino una lucha, el ejercicio constante de la voluntad. Hostos también lo supo. 

Tragedia de Haití, paparazis, soviéticos y norteamericanos  
    Escribí un poema sobre la tragedia de Haití el mismo día que supe del terremoto: “A punto de cerrar los ojos”.  Y aún no había leído ni visto lo que ha salido después!  No era necesario esperar al desfile de fotos que buscan un pulitzer a la fotografía más espeluznante. En Haití y fuera de Haití, pues se asegura que la primera ayuda de Puerto Rico fue detenida por el alcalde de San Juan, Santini,  y el presidente del Senado, Rivera Já, que aún no se fotografiaban con el cargamento, los doctores y los rescatistas.
   
Es el colmo que los muertos y los mutilados, los hambrientos y los ensangrentados haitianos tengan que verse sometidos ahora también al horror los paparazis del dolor. Los paparazis vienen detrás de las tropas norteamericanas, que con la estupenda excusa de la catátrofe ocupan y toman control del país situado justamente en medio del Caribe y frente a Cuba, precisamente. A la larga, ¿será más nefasto el terremoto de 7.3 grados, o esta repetidísima ocupación imperial del presidente estadounidense “negro” que aumenta las guerras imperiales en Afganistán e Iraq, instala sus ejércitos en Suramérica, y se atreve a hacer una apología de la guerra al recibir el Nóbel de la Paz? Quién apuesta?

Leemos otra nota que añade datos pertinentes. Entre ellos, la desfavorable topografía haitiana, cuyas montañas dirigen el agua de las lluvias y la fertilidad del terreno hacia el este, Dominicana. Los datos demográficos son también extraordinarios. Aunque a la llegada de Colón había alrededor de medio millón de taínos en la española, ya para 1519 quedaban sólo once mil. A fines del siglo 18 había 700 mil esclavos en Haití frente a sólo 30 mil en Dominicana.

El horror occidental ante la abolición de la esclavitud y la independencia de Haití quizás pueda compararse al horror occidental ante la revolución rusa y la creación del primer estado obrero soviético que llevó a la alianza de las potencias occidentales, entonces en guerra entre ellas mismas, contra el estado socialistadel que salió éste triunfante al frente del Ejército Rojo creado por Trosky con las restos de una guerra civil en curso, y la creación del fascismo con la secuela invitable de la segunda guerra mundial. Así como se pensó que los esclavos serían ingobernables y que su estado estaba destinado trágicamente al abismo, hubo que poner todo el empeño posible para realizar la profecía, como ocurrió con los soviéticos. A eso llaman “profecías autorrealizables”. Aunque Haití se independizó a principios del siglo 19, los Estados Unidos, por ejemplo, no lo reconoció hasta 1862, en medio de la guerra civil entre estados esclavistas y no esclavistas. Y aunque Haití siguió siendo por mucho tiempo más rica que Dominicana, país al que invadió y ocupó en una ocasión por 22 años, a los países poderosos les era más simpático los negocios con una Dominicana mucho más europea e hispanohablante.

En un ensayo escrito hace algunos años por Roberto Fernández Retamar(“Haití, una esponja empapada en sangre”) leemos que Napoleón, indignado y furioso por la derrota de su cuñado Leclerc, aquien envía al frente de un poderoso ejército napoleónico a reconquistar Haití y para reestablecer la esclavitud en el país, vende Luisiana a Estados Unidos con la condición de que refuerce el impenetrable bloqueo que le impondrá a Haití en castigo. Lo más significativo, sin embargo, para explicar la castración histórica de Haití, es a mi juicio, la ocupación norteamaricana del país entre 1915 y 1934 que provocaría la muerte de unos 40.000 haitianos, a la vez que se importó la tortura, los campos de concentración y los primeros bombardeos aéreos de poblaciones civiles en tiempos de paz de la historia moderna. Antes que Guérnica. La resistencia armada persistente del pueblo haitiano y la presión de las logias negras americanas impulsaron el fin de la ocupación, pero no antes de crear una élite mulata intermediaria del poder imperial norteamericano y una fuerza represiva militarizada en la nueva guardia haitiana. Ello conduciría directamente a la dictadura de los Duvalier.

Guardo muy viva en mi memoria la suerte que sufrieron bajo las autoridades norteamericanas los haitianos que huyeron de la crisis que se desató en Haití en los ochenta con la deposición de Duvalier. Los cubanos eran recibidos con un pasaporte, en hoteles, con dineros llenos, aplausos, como si su autoxilio lo provocara de verdad la búsqueda de la libertad, mas los haitianos eran retenidos en campos de concentración al descubierto, como el infame Fuerte Allen, y devueltos a Haití.

En los años del Bicentenario de la Emancipación de Nuestra América Haití merece que se le reconozcan sus títulos fundadores, providenciales quizás, como el primer país de Nuestra América que conquistó –tras derrotar a tres imperios–  su independencia, y como el primer país del mundo que abolió la esclavitud. Y todo ello sin olvidar, finalmente,  la ayuda que prestó al propio Simón Bolívar en un momento de derrota.

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