lunes, 25 de enero de 2010

Una lluvia tan grande de campanas
de MARCOS REYES DÁVILA:
ese otro mundo de la poesía

                                               Por Félix CÓRDOVA ITURREGUI

Cuando uno se enfrenta a un libro de poesía en esta sociedad nuestra de hoy, entrado ya el siglo XXI, en medio del impulso enloquecido de una guerra absurda, con fuerte olor a petróleo, tiene motivos suficientes para interrogarse sobre el sentido de la lectura. ¿Qué significa leer versos en un mundo tan inundado por los signos de la propaganda y de la publicidad? ¿Qué puede ofrecer a la mirada la página que le sirve de espacio al cuerpo de la poesía? Si el lector es una persona que no tiene su vida acostumbrada a la visita de los libros, puede encontrarse en uno de poesía algo que se le resiste. Como dijera Cesare Pavese, al concentrarse .sobre una página, comprende que tiene ante sus ojos algo áspero y extraño, desvanecido y al mismo tiempo fuerte, que lo agrede y lo desalienta..1

Con el desarrollo de la modernidad, que en nuestra sociedad también ha significado una particular forma del desarrollo desigual y combinado del capitalismo, el cuerpo de la poesía se hace más resistente y
agresivo. Las categorías que exuda el mercado quisieran derrotarla, reducirla al rasero de su lógica implacable, pero la poesía resiste ante la porosidad de la invasión de los valores de cambio. Más todavía: la poesía es la voz de la resistencia. En la aspereza que su cuerpo adquiere, como requisito de la resistencia, la poesía entra en conflicto incluso consigo misma. Desgarrada interiormente en un debate sobre su propia existencia, se propone afirmar su distancia con respecto al lenguaje filtrado por el espacio absorbido y absorbente del mercado, pero al mismo tiempo tiene que trabajar con el lenguaje común a todos los miembros de una sociedad porque no otra cosa es el objeto mismo de su arte. ¿Cómo alejarse de lo que irremisiblemente está cercano? ¿Cómo poner una distancia en el interior de aquello mismo que constituye la intimidad de la expresión?

La poesía, en su resistencia, es una manifestación importante de la cultura como red de valores
intercomunicables. Vuelvo a citar a Pavese: “Necesidad de comprender a los demás, caridad hacia los otros, que es, al fin, el único modo de comprenderse y amarse a sí mismo: aquí se inicia la cultura.”  En una tensión inevitable que puede tener aires de desgarramiento interior, de dramático conflicto, vive la poesía, renovando su fuego que necesita el calor del prójimo y protegiéndose al mismo tiempo, con su cuerpo “desvanecido y al mismo tiempo fuerte”, de la vulgaridad implacablemente asediadora del mercado con sus trivializaciones inacabables que terminan por dejar el espíritu vacío.

Este drama, y la tensión espiritual que por él discurre, alienta la poesía de Marcos Reyes Dávila: Una lluvia tan grande de campanas. Un libro que contiene seis libros y que por ser precisamente un cuerpo heterogéneo de resistencia, no debemos reducirlo a una biografía espiritual de su autor, ya que también puede leerse como un compromiso de honradez con el movimiento espiritual de nuestra colectividad puertorriqueña en sus vínculos con un proyecto antillano y americano continental que nunca ha dejado de existir en la imaginación de los pueblos latinoamericanos. Si en el libro se oyen muchas voces y es continuo el diálogo con recuerdos definitivos, es porque el poeta ha concebido su obra y la observa como parte de un proceso que no terminará con él. La palabra poética lleva en su interior un diálogo inacabable en el que continuidad y ruptura obligan a la voz a poner un ojo sobre sí misma al mismo tiempo que observa las exigencias de la historia.

Marcos Reyes Dávila no niega la dimensión de conflicto creativo que alimenta su poesía como consecuencia
de haber nacido en un momento de complicada transición.  
        Así, yo, un pie militante en los sesenta de bandera y utopía, y otro pie presto sobre el arabesco de un letrar de arenas sin dueño.
      No es fácil embarcarse en la poesía en medio de una marejada grande que parece anegar y cubrir
las trincheras de un momento histórico de lucha. Si la poesía se ve obligada a recogerse, es para fortalecerse. No hay que negar que este fortalecimiento tiene una dimensión formal, relacionada con la sensación de aspereza y extrañeza destacada por Cesare Pavese. Pero el poeta no abandona sus impulsos utópicos. Los interioriza en ese letrar de arenas sin dueño. La poesía que nos trae este libro nace en conflicto con la moda, con .aliento de frontera. y la dimensión de hibridez del arte del poeta se recoge en la pregunta que abre el texto: .¿Tendré que disculpar aquí, en plena marejada posmoderna, el campanear de La Alhambra?.

Esta interrogación alerta al lector sobre la vocación de la poesía que tiene ante sus ojos: no quiere salir de la
historia, rechaza el abandono del sueño de otro mundo, se aferra a la experiencia vivida en el tiempo y a la resonancia que el recuerdo de lo pasado tiene en la novedad del vivir humano. Pero el recuerdo sobrevive en la fortaleza de la forma artística que adquiere. Desde la potencia del arte el recuerdo mantiene su vocación de futuro, salva la dimensión de su exigencia de realización. La vida en su soltura está inevitablemente penetrada de huellas. El caminar humano siempre se hace sobre la resonancia de los ecos y los ecos mejor organizados son los que establecen la dimensión y la dirección del camino. La palabra poética suena porque vive poblada.

La inconformidad propia se alimenta así de inconformidades ajenas. El alimento de la rebeldía del
poeta, su no aceptación de un mundo desvalorizado precisamente porque todo se mide con la forma del valor dinerario, es el recuerdo, la memoria. El canto es del futuro
porque sabe guardar el fuego de las palabras poderosas.

Desde esta perspectiva se comprende la intención de honestidad reiterada por Marcos Reyes Dávila como propósito de búsqueda e indagación. La intención de honestidad no tiene sentido fuera de vínculos temporales. Lo que postula es un saber de historia, un reconocimiento de los recuerdos, un amor de la memoria que no se avergüenza de sus filiaciones. La memoria en su decir arma el amor y en un libro de 1988, Para un día sin réquiem y sin sombra, expone sus recuerdos sin temor a las marejadas de la moda:
Lolita Lebrón, los compañeros de luchas sindicales en la Universidad Central de Bayamón, reprimidos y expulsados, Francisco Manrique Cabrera, René Marqués, Juan Antonio Corretjer, León Felipe, un humilde
obrero del sur, Haití, Eugenio María de Hostos y los hijos del propio poeta.
La intención de honradez no teme cantarle a la memoria de maestros desaparecidos. No está de moda hacerlo. Por el contrario, está de moda la crítica a veces destemplada de sus obras. ¿Cantarle a Manrique Cabrera? Decirle a su recuerdo: Manrique, / sobre mi sombra / hoy / canta tu huella, es algo que definitivamente no está de moda.

Pero también hay que decirlo: la moda guarda hoy muchas vergüenzas escondidas en su ropero. A Marcos Reyes Dávila no le importa que por ahí, por algún pasillo central de la academia se desprecie a los maestros de ayer, los maestros de la inconformidad, hoy objeto de burlas por novedosos conformismos que no han dejado de acomodarse muy bien en la academia. Su memoria no se avergüenza de sus recuerdos y el canto a
estos recuerdos es una exigencia de la intención de honradez.

En ninguno de sus libros Marcos Reyes Dávila esconde las voces que se oyen en su voz. Por el contrario, las quiere hacer audibles. Su poesía, como toda buena poesía, es un hablar sobre lo ya dicho. El arte consiste
en saber escuchar la palabra todavía viva, palpitante en su inconclusión, en el sueño que la movió a existir. Por eso Reyes Dávila le confiere a su poesía una dimensión conversacional.

Habla con Hostos, por ejemplo, construye su presencia en el poema, diciéndole que lo ha querido buscar con palabras suyas, las del propio Hostos, porque poesía es eso en muchos casos, respirar la palabra viva. Lo social y lo nacional, aspectos inseparables en su poesía, quieren pronunciarse en el poblado de su voz. Por ella transita Alberti y Vallejo, Miguel Hernández y León Felipe, poetas de lo social, pero entre de
ellos, como si el poeta nos dijera que no puede olvidarse del problema colonial, camina también Matos Paoli.

Aquí tocamos un problema interesante: la voz. La poesía que tiene pasión de historia, que se siente palabra en el tiempo, sabe que la voz es lo que cambia. La voz busca la huella para reconocerse y observar su itinerario. No se recuerda lo recordado porque se es igual a él o ella, sino porque de alguna manera se viene de él o ella, se siente el vínculo o la deuda. Por eso es importante la historia de la voz. Ella se recoge en el devenir de los textos, en las marcas de su ampliación o de su interiorización. La escritura es necesaria para
darnos la profundidad del destino de la voz. En este ir imaginario, profundamente real, la pesadez del cuerpo tiene que aligerarse para alcanzar el canto. Apoyándose en Rafael Alberti nos dice: .¿Para qué os quiero, / pies, / si no es para ir / con el que alcanza el canto?.

El poeta, desde hace ya tiempo, es un ser cuyo canto le exige el desdoblamiento y le urge el don de mirar su propia mirada. El pensamiento poético, como decía Mallarme, se piensa a sí mismo y en su mirada va también su propia imagen. Pero el poeta sabe que en su mirada se han depositado ojos ajenos. En realidad el ojo del poeta no es un ojo. Es un panal de ojos. Si en la voz se articula la mirada, en la mirada de la voz de Marcos Reyes Dávila suenan muchos ojos anteriores: Antonio Machado, León Felipe, Rafael Alberti,
César Vallejo, Pablo Neruda, Matos Paoli, Palés Matos, Juan Antonio Corretjer, Vicente Rodríguez Nietzsche, José de Diego, etc. La poesía de intención honrada tampoco esconde el racimo de ojos que hace posible su mirar y su mirada.

Si bien en la breve presentación de este libro, recorrido de una vida de creación, no puedo comentar todos los libros incluidos, me interesa detenerme ante algunos aspectos de dos de ellos: Estuario y Para un día sin réquiem y sin sombra. En Estuario, que recoge poemas de 1973-1975, aunque fue
publicado en 1981, todavía el lector se encuentra con la andadura inicial de Marcos Reyes Dávila, apoyándose en el poema breve. Los poemas se distribuyen en tres secciones: .El horizonte recogido., .Tierra de preguntas. y .Mar de las respuestas.. No deja de ser interesante la ordenación de los poemas
más breves de la primera parte, hasta entrada la segunda, que parecen guiar al lector proyectando sobre la página la imagen gráfica de unas huellas, hasta la ciudad de brea, para después plantearse la necesidad de un retorno al mar, contenido en la tercera parte. Desde la primera parte del texto, que presenta
el tema del hori zonte, ya está planteada una compleja relación entre el mar y la tierra. Si se observa la estructura de la segunda parte y de la tercera, el lector enfrenta las preguntas de la tierra con las respuestas del mar. La visión que los poemas proyectan de la ciudad, que parece incluir a toda latinoamerica, corresponde a un mundo de amnesia. La ciudad es brea ocupada, un lugar de destitución, en ella vive destituido .cada uno de sí mismo. Un orden impuesto, una dominación .del malhechor / que comercia con su cultura de latón. es lo que provoca .la destitución sobre el artificio.. Después de una visión de
Puerto Rico entre fragmentos, de la .Isla aislada / y dirigida / a lo disperso., viene un llamado para ir al mar, .Al mundo de todas las salidas..

El lector entra así en la última parte: .El mar de las respuestas.. Y en ese mundo ilimitado el mar se mueve, viene y va, .casi dios., por lo que la voz lírica llama .lo otro que es lo mío.. Uno tiene la sensación, al enfrentar esa dialéctica de mar y tierra, intuitiva, oscura, tocando aspiraciones del inconsciente,
de que el poeta, de alguna forma, está planteando la urgencia de salir del límite de la tierra, del efecto síquico de ese límite sobre la conciencia de los isleños. Sobre las marcas de ese límite territorial y de una conciencia que no pudo en su historia formativa utilizar el mar para superarlo, se ha impuesto el coloniaje en Puerto Rico. Resulta muy expresiva, desde esta óptica, observar cómo en otro libro, Pájaros de invierno, aparecen trabajadas y transformadas las metáforas más viejas de nuestra poesía: .El jardín, estrangulado, / nos
hiela por dentro.. La dominación colonial estrangula implacablemente el jardín: lo reduce, lo aminora, lo degrada. El estrangulamiento, a su vez, hiela, paraliza a los habitantes.

Pero no hay que olvidar que ya la misma expresión .jardín. es una sinécdoque y hay un elemento
de reducción expresada en la conciencia histórica, una dimensión de ornamento y pequeñez. Sobre ese tropo de la reducción opera luego el estrangulamiento. Con una sugeridora combinación de imágenes la voz poética ha sobrepuesto temporalidades distanciadas y nos provee la visión violenta que surge
de una colonización ejercida sobre otra, de una reducción que ha operado sobre otra. Lo que la mirada
descubre, el jardín estrangulado, adquiere la dimensión de un sujeto que tiene el don inverso
de la creación: nos hiela por dentro. La imagen visual del jardín muerto provoca en el interior la sensación táctil del frío de la muerte.

Por otra parte, si se observa la dialéctica mar-tierra en la tercera parte de Estuario, el mar se presenta como .la estación total., .camino ancho y abierto., el espacio donde se puede amar .la definitiva libertad.,
la fuerza que puede animar el suelo y superar las limitaciones de la tierra cárcel. Desde la experiencia del mar, que bien puede también simbolizar la posibilidad del canto, es decir, de la poesía, desde esta .Ubre múltiple del agua., puede darse .la revolución de las respuestas.. No es por casualidad que el texto concluye con interrogaciones sobre el canto.

No quiero dejar pasar la oportunidad de señalar la importancia que adquiere el mar en otro libro que recoge poemas escritos entre 1988-1995: Los códices secretos. El mar y el canto se identifican hasta tal punto que la voz  poética afirma: .Que si no estuvieras, mar / yo no estuviera.. El dulzor del mar ata con su lumbre a la canción. La dimensión simbólica del mar, su presencia en el calor mismo de la creación poética, su vínculo íntimo con la poesía, con la belleza, se profundiza y adquiere pleno sentido la expresión de que sólo lo
hermoso / tiene afán de eternidad. Puede decirse que la presencia del mar abre y cierra la poesía contenida en Una lluvia tan grande de campanas.

Paso ahora al comentario breve del otro libro: Para un día sin réquiem y sin sombras, de 1988. Desde
la cita de Hostos que anticipa el texto se pueden elaborar los aspectos principales de la poética de Marcos Reyes Dávila. Según Hostos, en su famoso ensayo sobre Plácido, la vocación poética de la sociedad surge de una lucha entre la coacción y la resistencia del cohibido, del contraste entre la fuerza vencedora y el derecho no vencido. El poeta líricoes la encarnación de esa vocación poética que tiene una dimensión social. Pero esta lucha entre la fuerza y el derecho no se reduce a una dimensión abstracta. Tiene su asiento en todo el cuerpo: la carne, el hueso, el ser humano. De esa resistencia corporal y espiritual nace el poeta lírico. La palabra no puede desasirse de la figura de un cuerpo que le canta por su interior. Es necesario insistir que se trata de una resistencia que tiene voluntad de cuerpo y como tal exige proyección social. En su canto, por debajo de su canto, en la estructuración simbólica del inconsciente, y por encima de su canto, ondula como necesidad un  mundo alterno. Ese mundo otro es una urgencia para que el canto sea posible: en él se teje lo real vibrando en la respiración del deseo.

El libro se divide en tres partes: 1) Diálogo con un corazón solar; 2) Amor armado; 3) Envíos. Vista ya la
cita de Hostos que nos sirve de entrada al texto, no sorprende que ese corazón solar sea una representación
de la poesía misma: sé que la poesía es / el corazón solar / de los esfuerzos humanos. Asomarse a la poesía, inmensa inmensa, sustantivada en ella la grandeza de la resistencia del cohibido, es asombrarse, atisbar el espacio inherentemente contradictorio de la actividad creadora, observar la
cercanía y su inevitable esfumamiento. La poesía es impulso que se proyecta
como una presencia ausente, contradictoria, como una dulce sal, y por ello es descifrable, porque tiene una proyección como la luz que ilumina los objetos, que ante los ojos son y no son la luz al mismo tiempo. Por ello la poesía no puede desligarse de la memoria y se refracta en la luminosidad simbólica que emana del recuerdo, siendo inevitablemente la voz que se repite : Eres una inmensa inmensa .

La poesía como el espacio íntimo de la creación hace posible el vínculo de lo separado. La voz es sonido
organizado, ritmo, pero nace de la mirada, está organizada por la visión. En su movimiento el sonido se ilumina, la mirada se hace ritmo.

.Me he asomado a verte poesía. 
A darle palabra de intercambio, código
a tu cuerpo desasido.
¿Con qué palabra describir
tu luz ímpetu visible o invisible,
¿cómo herir tu corazón sin freno
como descifrar tu dulce sal?. 

La palabra poética siente que no puede expresar la grandeza de la inmensa inmensa si no es mediante la expresión de su propia insuficiencia y la reflexión de su propio límite. La voz poética reconoce así la
belleza de su límite. Sabe que el engrandecimiento de su canto tiene que ver con acontecimientos externos a la palabra, aunque sea la palabra quien intente codificar el cuerpo desasido. La poesía es entonces más que la palabra por el lugar donde nace y es también más que la palabra por el lugar donde encuentra su destino. Tiene que ser así porque Marcos Reyes Dávila insiste en la unión del canto y la vida. No tiene
historia la poesía porque ella misma es, como diría Ezra Pound, nutrición de
impulso, la respiración misma de la historia.3 Por esta razón, cuando aparece
una referencia directa al enemigo, no importa la época, una constante lo caracteriza: su intento de separar la poesía de la vida. La voz poética se refiere a ese enemigo nuestro que desde hace mucho pretende divorciar vida y poesía. El divorcio entre vida y poesía lo desarrolla el enemigo desde la organización de la vida cotidiana, en las diferentes formulaciones de la opresión. Si bien la poesía canta desde las sombras del misterio en que nace, también atiende las luchas más vinculadas a los requerimientos de la vida diaria en las
que el poeta y compañeras y compañeros suyos se han visto inmersos: las luchas sindicales en el ámbito universitario.

Por aquí llegamos a otro aspecto importante de la poesía de Marcos Reyes Dávila: la identificación de su canto con los preteridos y los maltratados de la historia, no como experiencia abstracta, sino como vivencia que ha nacido en carne propia. En la segunda parte, Amor armado, la voz poética reconoce
las huellas que habitan en su canto. Son huellas diferentes, expresión de la pluralidad de los esfuerzos de la resistencia, pero huellas todas que la voz reconoce como suyas, aunque no idénticas a sí misma: Manrique Cabrera, René Marqués y Juan Antonio Corretjer, por mencionar algunas presencias de
lo ausente. Huellas de voces destacadas que aparecen seguidas de un réquiem
por un humilde obrero del sur, voz anónima, y un canto que propone desandar
la memoria para recuperar la .esperanza primigenia. del querido Haití. Porque
en esta poesía, si bien no ha terminado el tiempo de las reivindicaciones democráticas nacionales, dado el carácter colonial de Puerto Rico, que impide afirmar que .el tiempo bolívar. ha concluido, el concepto de la patria que se desarrolla es uno amplio y socialmente espacioso.

Esta amplitud se expresa con espléndida claridad en el poema En la tumba de Eugenio María de Hostos. La lectura del poema nos deja saber de inmediato que no se le canta al Hostos muerto. Se le canta al Hostos vivo, habitable en el .inagotable arrecife. de su huella, que todavía habla desde la distancia. La distancia no es un atributo negativo: nos da hoy la dimensión de una inacabable fuerza de resistencia. La obra de Hostos se levanta como el espacio organizado de una voz que mantiene abierta, aunque sea como una
herida, la profundidad de la historia. El canto de la resistencia actual puede mirar hacia atrás y afirmar me interné por las antiguas galerías de la pena, porque en ese espesor de la lucha continuada se cumple la verdad de la cita que sirve de epígrafe al poema: el fin es contribuir a que llegue el día.
El día llegará como el florecimiento de conocidos y desconocidos de la historia. Llegará como el resultado del esfuerzo de grandes y de humildes.

Marcos Reyes Dávila le canta a una patria que aún no llega, concibiéndola como proyecto de los preteridos. Una patria grande con la escuela y el jornal y el taller descolonizados. Como la función del canto es contribuir a que llegue el día, no importa si ha sucumbido quien ha luchado por él, en esa larga historia
de relevos generacionales, la tercera parte del libro, Envíos, va dirigida a sus hijos, los herederos de la resistencia. La poesía tiene la función imprescindible de organizar en estructuras simbólicas permanentes las experiencias de la resistencia, con particular énfasis aquéllas que se vinculan con su propio medio de expresión, el lenguaje de la colectividad. En su lucha por asir lo inasible, en su contacto creativo con lo inexpresable, la poesía le confiere una dimensión de profundidad al acontecer humano y visibilidad a la sombra de su misterio. En ella suenan y resuenan los deseos más íntimos de una colectividad. Mientras
la poesía suene, el canto vive y puede recogerse el trigo, como diría León Felipe.La esperanza puede desplegar su utopía. Y el sonido, además de sonar, puede hacerse luz, celebración iluminada, evocación permanente, ofreciéndole visibilidad a la imagen en una hermosa sinestesia:

despertaremos tu lámpara en
la tierra
como una lluvia tan grande
de campanas
.”

(Tomado de EXÉGESIS 47 --2003--: 32-37.)

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Notas
1 Cesare Pavese, El oficio de poeta. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 1970, 29.
2 Ibid.
3 Ezra Pund, El arte de la poesía. Mexico: Joaquín Mortiz, 1978, 34.

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