lunes, 25 de enero de 2010

Marcos Reyes Dávila, 
heredero y continuador del grupo Guajana
           
                                       Por Ángel M. Encarnación Rivera
       
    El grupo Guajana concibió la poesía como una disciplina formativa en la que, por lo tanto, residía un valor práctico ya que veían la poesía como un arte útil. Esta utilidad no era monolítica como todos sabemos. Se trataba de un amplio conjunto de valores entre los que sobresalía la búsqueda de un arte claro, transparente, accesible para todo receptor creyente del arte de la palabra. Este es el eje de tal conjunto, aunque recordemos aquellos postulados que promulgaban la búsqueda de la verdad, la defensa de los valores nacionales, del patrimonio cultural, de la lengua española, de la igualdad, el rechazo al prejuicio, al anticolonialismo, a la intervención extranjera, el disfrute y desarrollo de la libertad individual… Pero de todos estos postulados hay uno que se distingue y el que casi se ha convertido en sinónimo de Guajana, este es la fe ciega, casi irracional y eternamente juvenil en el arte de la palabra, en la poesía. En  este grupo la poesía estaba concebida como una entidad que transforma, que da paz, que supera toda necesidad, que trasciende los conflictos para llegar a lo más interno del ser, que educa como el arma del futuro. Para ellos la poesía era el arte superior. 
    Y esa fe incansable por la poesía es lo que marca la poesía y la vida de Marcos Reyes Dávila. Si hay una obra tanto intelectual, como creativa, que ha enarbolado esta creencia, esa es la obra de Reyes Dávila. Nadie como él se da a una entrega tan amplia prestándose a reseñar nuestro quehacer poético, a documentar la producción y a tratarla con imparcialidad ejemplar. Así mismo es su poesía, un goce con la palabra, un deleite al revelar el arte y al entrar en contacto con la producción de muchos otros, un enamoramiento con el entorno, con la realidad, con su herencia cultural. Es una poesía, como lo fue la de Guajana, un diálogo con figuras, con paisajes, con la historia, con la tradición, en la que, por hallarlo con una constancia palpable y definidora seleccionamos el mar como elemento integrador de toda su poesía.
    Su estudio memorable Hasta el final del fuego, guajana, treinta años de poesía, 1992, es testimonio de este vínculo directo con el grupo, pero sus trabajos sobre poesía hispanoamericana en las páginas de Exégesis, de la cual ha sido director, y de Mairena, Junto a Manuel de la Puebla, hacen que su nombre sea sinónimo de estudio profundo y ameno.
    Toda su poesía es meditada, serena, nostálgica, porque en sí es una búsqueda de respuestas totales y absolutas sobre la vida y el sentido del ser. Parece querer descifrar el misterio de lo absoluto, de la razón de la existencia, de la eternidad. Como observador de la inmensidad, el vehículo más adecuado para estos cuestionamientos es el lenguaje poético. La poesía entonces se concibe como un mar, un agua inmensa, ímpetu, luz, espejo:
    Me he asomado a verte, poesía.
    A darte palabra de intercambio, código,
    A tu cuerpo desasido.
¿Con qué palabra describir
Tu luz, ímpetu visible o invisible,
Cómo herir  tu corazón sin freno,
Como descifrar tu dulce sal?
La palabra tenía que ser más que una palabra.
Tenía que ser agua como tú,
Luz como tú,
Ola, lucha, encuentro, como tú.
Y tenía que estar yo amanecido.
        (“Eres una inmensa inmensa”, p.133)

Su poesía disfruta de la tradición poética puertorriqueña, como lo hizo  el grupo Guajana, desarrollada durante el siglo veinte, principalmente. Se goza de lucir imágenes, ritmos y espacios de nuestros grandes poetas como Palés Matos, Corretjer, Matos Paoli, el trascendentalismo, el atalayismo, Rivera Chevremont, de los hispanos y americanos como León Felipe, Neruda,  Guillén, Borges, Salinas, Paz… Es una obra que pide su espacio dentro de un discurso con el que no quiere romper radicalmente, sino dialogar, fluir. Se acerca a los que quieren hacer justicia, al cantar popular, a la imagen mítica, al ritmo, a la sensibilidad lingüística y la emoción inalienable y de diversidad ilímite como “un universo imposible de pájaros (p.135). Como Guajana, es puro amor, amor al lenguaje, a la expresión artística, a lo popular, a la tradición.
    El mar es una de estas inquietudes constantes de Reyes Dávila. Casi todo poema lo alude de una forma u otra, ya sea mediante imágenes directas o mediante recreaciones transformativas. Sus versos cuentan con tantos de estos elementos que sería imposible agotarlos. Son tantos, que casi se convierten en un idiolecto característico. Nos basta un puñado para que se entienda su constancia: teorema de agua, puerto, río, sal, langostas, arena, playa, estuario, vela, pescadería, ondula, curva, marinero, inunda, puente, ahogo, salpicar, ínsula, aguador, sirena, fuente, Caribe, coral, espejo…

Mar de las respuestas, condensa estas imágenes, estos acercamientos y transformaciones que posteriormente se ampliarán o se trabajarán más detalladamente en otros libros. Tiene los intereses que perdurarán en su obra como asuntos y alusiones vinculadas al mar en hermandad con  lo eterno,  la vida material, las dudas, el acercamiento a un propio dios, la patria y lo universal, el deseo, el destino. Es señal de una poesía que aún en sus comienzos daba muestra de madurez y altura:

1.    Liminar
partir a la mañana
es partir
hacia una maraña de cosas intrincadas.


Es rehusar recintos manoseados
Y tibios,
Es rehusar la luz almacenada
Para sembrar con pértigas
Y postas de sol
El hosco polvo del sendero.


¡Ah, hermoso es partir
Al mar de las mañanas
Y deportarme,
Romper las amarras del puerto
Para derrocar por fin
Todos los cementerios.
            (“Amor armado”, p.150)

Esta obsesión de agotar la imagen marina, de acceder a su perfección se repite en “Mar de invierno” de Pájaros de invierno, 1978. Ahora el mar es un hechicero, un predicador, un balcón. Sus poemas construyen experiencias centradas en imágenes descriptivas cuyos temas se recrean en títulos nostálgicos y plurisignificativos: Mar de invierno, En la región de las tormentas, Con las alas caídas, Sobre la arena fría. En otros poemas prevalece la imagen del pájaro siempre ligado al mar para recrear los esfuerzos creativos por rutas diversas y originales como la múltiple alusión, la que con el referente del ave se traduce en sueño-poesía-eternidad.

Con el mar logra esta multiplicidad dándole sentido de irracionalidad, personificaciones, zoologismos, abstracción imaginística que parece querer resumir la tradición nacional, oscuridad, luz, abundancia, sueño. Vemos un mar a veces desconsolado, descerrajado, hosco, homicida, tendedor de pañuelos, de alas descuartizadas, de tiempo muerto. Los sueños tendrán arenas marineras. Habrá porteros, aduaneros, cirujanos, operadores de torres de control. Los caracoles tendrán velas apagadas, sueño; el puerto, silencios blancos. La luna poseerá búhos, almendras y conejos. Es un universo alucinante, fantasmagórico y mítico que no dejará de seducirnos en ningún momento, ni aun en los de mayor hermetismo, ya que se adueñará de nosotros con su ritmo, su sencillez y su bien lograda combinación de frases y vocablos.

Toda imagen como la caída del ave (entrega a los placeres, pérdida de la inocencia) será una multiplicidad de significados a la que se unirán otros significados encadenados a la naturaleza (la locura lunar, lo relativo a la piel, la quema del corazón el silencio frente a la partida del amor, el frío del invierno, la queja ante la luna en una playa desierta) que abrirán el conjunto de posibilidades interpretativas relacionadas a una sola entidad, como sucede en el caso que describimos que se suman al amor, al sueño, a la muerte. Su poesía servirá para reconstruir sueños, realidades perdidas que acercarán toda la naturaleza a estas pérdidas llevándonos al mar, a una ventana en una ermita, en medio y a través de pájaros, ríos y despeñaderos, ríos y arenas, litorales, gaviotas y caracolas. Los seres se volverán parte de sueños, se convertirán en augurios, en entelequias con picos en los senos, alas en las manos,  aves en las ojeras.

En toda está naturaleza el mar estará aludido a veces de manera indirecta, pero siempre constante. El pájaro, que viene del mar será el punto intermedio entre dos grandes simbologías occidentales: el cielo y el mar. Es el mensajero, el contacto entre lo eterno y lo efímero, lo concreto y lo espiritual. Este mensajero, siempre intermedio entre el cielo y el mar, transmitirá a otros estadios quejas, dolorosos quebrantos lastimeros, sostendrá la soledad convirtiéndose así en símbolo de un  ente mayor, el que muy bien podría ser aquella parte de la humanidad que niega el valor de los sueños, de la fe, de la esperanza, la humanidad perdida en su mundo material y contaminado.

Goyescas se vincula a los símbolos de la marinería por medio de la imagen sideral, la búsqueda de la estrella, norte de toda navegación.  Es la meta, la herencia de todos los grandes caminantes y peregrinos ansiosos de luz. Este elemento gozará también de multiplicidad de significados y se vinculará a todo elemento salvador como los ojos que ofrecen esperanza, el abrigo, el hallazgo, un madero en alta mar. Se relacionará a todo aquello que dé luz, que salve de ahogarse. En este cosmos el mar es de igual modo, elemento unitario, el que se escuchará continuamente, junto al río y traerá sus entidades relacionadas como el puente,  aguas, sirenas, niebla, evaporación… La obra pictórica del maestro español se unirá a otros maestros del idioma mediante frases que invocan sus presencias como múcaro, perito en lunas, campanada mayor, a Laura, intertextualidad que se manifestará en la forma, la estrofa, el tratamiento romanceado característico de la Generación del 27. Muchos términos marinos serán eslabones a este mundo de arte que aúna poesía y pintura como neblina, crucero, sirenas, estrella, ondas, desembarco, arena, lo que se traduce en un deseo de encuentro con Dios:
    Cada momento
    estoy llegando hasta tu encuentro.
    Que no es encuentro.
    Es un estrellarse fabuloso
    en medio del negror
    del pozo negro.

    La calidad de esta poesía, lo evocativo de su factura, no da ningún traspié. A esta altura de su creación el poeta ha logrado componer un mundo propio, un lenguaje que lo distingue entre las demás voces. Y como ha podido notarse, una de esos sellos distintivos es la imagen marina, la que ha podido reinventarse, recrearse de múltiples formas convirtiéndose en nexo de todo su universo lingüístico.
    Para un día sin réquiem y sin sombras retoma el tema de la creación, su sentido vital, su función social e individual, su valor histórico:
        Eres una inmensa inmensa,
        una inmensa luz también,
        una luminosa inmensidad
        tendida agua mar desde esta orilla arena
        que se asoma a ti aventurera.
Me he asomado a verte, poesía.
A darle palabra de intercambio, código,
A tu cuerpo desasido.
¿Con qué palabra describir
tu luz ímpetu invisible o invisible,
cómo herir tu corazón sin freno,
cómo describir tu dulce sal?

La poesía, mar, dulce sal, luminosa inmensidad, más útil que ciencia e historia capta los grandes valores del ritmo, de la reconstrucción, de la imagen del significado y se manifiesta con logradas antítesis, juegos retóricos y sorpresivas imágenes irracionales.

Este libro de réquiem, es de esperanzas y fe en la poesía como fuente de lucha para enfrentar el porvenir, el crecimiento humano, no sólo en la parte subjetiva, espiritual, sino en aquellos logros concretos de igualdad, libertad, unión, conocimiento. La fe ciega en la poesía será la característica distintiva: “Eres el alma que encarna todo arte, / es cierto. Pero tu ímpetu/ desborda todo ritmo, / toda palabra, toda imagen, todo afán.”
Recorren estos poemas nombres como León Felipe, Martí, Irma Brugueras, Neruda, José Maldonado, Ramón A. Guzmán, Francisco Manrique Cabrera, René Marqués, Juan A. Corretjer, Mariano Rodríguez Oliveras, Eugenio María de Hostos, entre otros. Estos memorados son otro estrecho vínculo con el grupo Guajana.

Cuando le dedica un “Réquiem de bienvenida a Francisco Manrique Cabrera,” (p.143-53) asume el estilo conversacional y medio del ausente poeta. Toma sus símbolos, sus temas y sus tratamientos para invocarlo en primera persona componiendo un juego de personas gramaticales para fundirse en el poeta, en su discurso, en su nombre. El mar es parte de los elementos del réquiem y del creacionismo de Manrique Cabrera además de su estilo sonante y su apego a lo tradicional. Isla, mar, palmera, marea, sal, río, son signos representativos de esta bienvenida al poeta ausente.

La muerte, muy vinculada al mar es un renacer, un nuevo ser se regenera con ella. Así se afirma en “René en el aire,” (p.153-4) poema en tono conversacional. Ahora el escritor es un nuevo “adoquín”, luz y movimiento constante que ha dejado una obra que continuará viva, ejemplificando y reforzando este dato con la inclusión de frases que aluden al escritor como “el sol trunco de tu rueda,” “en la carreta tenías preparado tu adiós,” que encumbran su obra, en un homenaje original.

“Una flor de roble Corretjer,” (p.151-56) encuentra al poeta cialeño, “ser río,” con un “corazón océano.”  Elementos pertenecientes al entorno marino de Puerto Rico describen la vida y la obra del poeta fallecido, cuyo fallecimiento es un desembarco luego de legar “un semillero pitirre de sus cantos.” El uso de los términos marinos integran la obra y la nacionalidad, la cultura y la ideología convirtiendo así al poeta en el “rescoldo mayor de nuestras velas,” otro velero en el mar creativo de nuestros poetas.

Su utilización de la imagen se recrea de muchas otras formas originales, pero siempre integrando la personalidad nacional y la cultura caribeña. La central azucarera, imagen del dolor y explotación laboral será sinónimo de océano; la poesía se entenderá como sirena; el Caribe, naufragio y requiebro; la esperanza de un compromiso mayor será amarizar; el abrazo de todos los esfuerzos comunes por el logro de una mayor igualdad, rompeolas. El mar, la fuente de la vida en la Tierra es justa imagen para Eugenio María de Hostos (“En la tumba de Eugenio María de Hostos,” (p.166-73), un arrecife de murallas, un farallón contra toda ventisca. El poema consta de seis partes o secciones… El mar Caribe es unión y separación a la vez recreando cada acepción con un término adecuado como arena, tiburón,  sal, ciclón, océano, isla, aguas. Hostos, por su parte, será taller, escuela. Cosecha, fuego, aliento, lámpara que alumbrará como una “lluvia tan grande de campanas,” estribillo que da nombre a la colección actual.

Muchas veces encontramos composiciones recreadas mediante la técnica de la intertextualidad mediante la cual alude a personalidades, recrea títulos, inserta nombres, frases, técnicas o versos de obras diversas. Cuando asume el lenguaje de estas obras incorpora sus frases, sus giros, su vocabulario. Este uso de la intertextualidad es otra característica de su poesía y una deuda dialéctico-ideológica con el grupo Guajana. Otra deuda con aspectos de la promoción lo es también la utilización del juego lingüístico cercano a la obra popular  en el que se recrean paronomasias, derivaciones, retruécanos, parasíntesis, anáforas y otras figuras retóricas:
    Cómo me llamas!, hijo
     Cómo me enllamas!
    Tu llamada es llamarada
    de trigos,


    No faltó el vendaval
    la cédula de toros,
    la histeria de la historia


    Te vas de lo que se va
    y estás viniendo.
    Y estás que estás llegando
    al gozo.


    El acangrejamiento insoslayable
    de los sueños
    y este Segismundo destetado

    Siempre el mar es la obsesión de su poesía. Los códigos secretos tomarán esta figura con mayor audacia y la renovarán haciéndola aparecer como nueva y totalizante desde el nombre mismo de cada subparte: “El mar te nombra,” “A corazón de mar ya sin descansos;” “Coral;” “Un océano maya para tus alambras.” 

    La poesía como una totalidad, un mar y todo lo relacionado a ello se ha continuado en la poesía de Reyes Dávila en su poesía más reciente, sólo que a ésta le ha añadido una pluralidad de términos que encarnan al mar y muchas veces, sólo si se piensa en el ámbito cultural en el que se crea y desarrolla esta obra, se puede encontrar el vínculo. Tal cosa sucede con la voz garita, utilizada en su poema homenaje a Vicente Rodríguez Nietzsche, con quien dice “confundirse,” o identificarse. La garita es un punto de observación en un fuerte, sólo que en Puerto Rico los fuertes miran al mar, único lugar por donde podía entrar el invasor, de ahí su sentido inconfundible con el mar en este contexto. Y éste y todos los elementos relativos al mar seguirán floreciendo en sus poemas como una fe en la continuidad cultural, la misma fe que defendió Guajana y han defendido todos los grupos culturales conscientes de su función histórico-cultural.


    Sin embargo, a partir de esta última poesía, la obsesión con la imagen marina se vuelve apabullante, incansable, ya es recurso consciente y obligado que distinguirá el discurso, las filiaciones culturales y la expresión metafórica de su obra de otras obras coetáneas.  Casi no habrá una imagen que de forma directa o indirecta no se relacione con el tema, no habrá un conjunto de poesías cuya unidad no evoque este tema.
En “Un océano maya para tus alhambras” toda alusión al mito, a la totalidad, a la historia, será referida con un término marino. El título mismo es ya una referencia ideológica, una reafirmación cultural que reivindica no sólo la hibridez cultural de los hispanoamericanos, sino también una comprometida actualidad con la humanidad, sus carencias, sus sueños y sus necesidades. Las alusiones mayas o amerindias no sólo están recreadas en un andamiaje que se emparenta al moro, como veremos, ya que la estructura alusiva a elementos culturales, raciales, lingüísticos y mitológicos cubre una variedad de mucha más amplitud.  Esta hibridez cultural es uno sus elementos más significativos y es de entera relevancia para el estudio ideológico de esta poesía ya que representa una entidad universal. El hecho de que hayamos preferido recrear la encadenación de las imágenes que se relacionan  a elementos o a significados marinos representa una simple  preferencia intelectual.

A pesar de la universalidad a la que aspira esta poesía su núcleo, su irradiación genésica será la nacionalidad puertorriqueña, la isla, vista como hembra, como amada, como centro. El mito de la patria-mujer se retoma en un diálogo con dicha entidad, la que se verá recreada con “un océano de palmas blancas,” (p.207); un nombre inscrito entre las aguas en medio de una estela marina, (p.207) al que sólo se puede advenir por medio de veredas en el mar, (p.208). La hembra-isla cautivará por sus hechizos en un mar en el que abren recuerdos los veleros, los peces, el huracán y las sirenas. Todo se amalgama con el mar, la historia, los héroes, Lares, la poesía en abstracto, la hispana, la de don Francisco Matos Paoli, Juan Antonio Corretjer, y otros poetas nacionales, a los que se aluden de forma directa o indirecta por medio de expresiones o frases alusivas a  sus obras; la herencia africana, la árabe, la hispana (por medio de la que se aportan los elementos grecorromanos), las vicisitudes, los vaivenes temporales, los caprichos del destino, la hermandad americana.
La isla-mujer anda en un laberinto de pasos seguida por el minotauro, a la deriva, sin sujeción, pero hermanada a la historia universal, a los mayas, al paraíso bíblico, a la América colonizada, al Caribe entero y al símbolo mosaico como un ente que, perdido en las aguas, de las aguas renace. Aquí descubrimos que el agua, esta persecución imaginística de su poesía, es un anclaje a la realidad, a la geografía, a la historia, pues la isla-mujer está rodeada de agua por los cuatro costados y gracias a esa agua se vio forzada a contactos, a aislamientos y a abordajes del destino.

Este discurso se llenará de espejos, cerros, olores, sabores, nieblas y aguaceros, un campo minado de mitos y conocimientos, leyendas, geografías e historias, en cuyas márgenes los habitantes asumirán la naturaleza isleña y vegetal de su contorno:
    Subo a los cerros y contemplo la tierra de
    canaán.
    Ya sé que moriré tras vivir todos tus espejos
    y todos tus inciensos,
de cara a cara contigo
y a tus ojos
con unas pocas flores rosadas de almendro
en las ramas de mis barbas.
                (“Como Moisés, un día de Aladinos,” p.216)

Es el mito de la tierra encantada que transforma al que la pisa, como al gigante Anteo, tierra en la que se echa raíces y se florece con total hibridez. Es ámbito de ocultismo e iniciación en Los códices secretos, obra gemela de la anterior, tal vez su continuidad como la toma de conciencia de un estilo y de un discurso característico. Alhamar es la voz característica, la encarnación de este ramaje de imágenes relacionadas. El poeta ha buscado un ropaje lingüístico para disfrazar poéticamente esta obsesión con el mar y va a-la-mar, de mito en mito, de tierra en tierra, con un discurso seductor, reconstructor de la historia, que nos deja perplejos:
    Los dioses nunca me dijeron
del eclipse en las estrellas.
No hubo augurio.
Vinieron en sus potros sigilosos
por la misma mar océano
que nos dio los peces de la vida.
Y como carabelas enojadas por el viento
para deshacer el mundo
desde el Yunque al Titicaca
ennegrecieron la altura y las quebradas
dentro de una bóveda muda y seca
y nos lanzaron al desierto
como un puño de arena deshojada
para morirnos lentamente
entre los siglos mudos de nostalgia
del rocío recostado
sobre el lomo infinito de la yerba
como estrellas seducidas entre el nardo
y el agua fresca de los ríos.
        (“Alhamar,” p.219)

Ahora nos cerca un mar muerto, un desierto oscurecido por eclipses que no halla fronteras para caer en Bagdad lo mismo que en los Andes, en el valle del Toa o en los anillos de Saturno. Son nuevas verdades que deben nombrarse, dárseles nombres y recrearlas. La isla-mujer ahora es el universo. Ya no hay límites ni fronteras. De aquí en adelante el mundo, el universo, es la isla rodeada de mar; su tiempo, su espacio y su distancia estará presente en todo tiempo, en todo suceso.

Hay que recalcar que el agotamiento de esta imagen no implica un tratamiento monolítico que menoscabe otros tratamientos, otros temas, otras búsquedas. Esta poesía mantendrá su carácter plurisignificativo, esto es, que puede comprenderse de múltiples formas y con múltiples valores asociativos. De esta manera su obra podrá entenderse, de acuerdo a la precisa circunstancia y tema que nos interese, como epitalámica, histórica, filosófica, trascendental…

El carácter estético-filosófico es uno permanente y constante ya que enfrentamos un discurso poético que discurre sobre su propia estructura, sobre sus valores, procedimientos y alcances. Es una estructura espejo que poetiza el arte de la poesía, el amor hacia la obra poética en general y el goce con el producto estético. Mar es uno de los significados para poesía; a veces, lo será para el amor, otras, para lo indefinible y desconocido. Esta riqueza interpretativa es indicio de  madurez constante, y creciente, que aparece desde las primeras obras.

  Retomando el comienzo, concluimos que la obra de Marcos Reyes Dávila es una obra de amor y de incansable fe en el valor de la poesía, de amor al arte de la palabra, de embriagante goce con el entorno y la herencia cultural que le ha tocado vivir. Este amor sólo se ha manifestado en Puerto Rico, de forma plural, por un grupo que lo ha hecho su baluarte, su estandarte artístico, por encima de la preocupación ideológica. Si hay una característica, dijimos, que describa mejor al grupo Guajana, esta es la fe ciega, casi irracional y eternamente juvenil en la poesía, en el arte de la palabra. La obra creativa de Marcos reyes Dávila es afirmación de esta creencia; su obra crítico literaria, sus preocupaciones, sus constantes estudios, su defensa de los mejores valores nacionales e internacionales es un inseparable aspecto y un complemento de su obra creativa.
                                        (Publicado en EXÉGESIS 61-63 [2008]: 84-90.)

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