miércoles, 27 de enero de 2010

Hostos: las luces peregrinas

 Hostos: las luces peregrinas


                  Por Félix Córdova Iturregui


 El presente texto lo constituyen las palabras de presentación del libro 
efectuada en el Museo Casa Roig en mayo de 2005.
Días después lo presentó Pedro Pablo Rodríguez en el Centro de Estudios Martianos de La Habana, 
como parte de un coloquio internacional en torno a José Martí. 
Allí estuvieron presentes, en primera fila, Cintio Vitier y Armando Hart, entre otros.

Marcos Reyes Dávila: Hostos: las luces peregrinas. 
Humacao, Puerto Rico:
Revista  EXÉGESIS  Ed., (2005), 332 págs.

El libro de Marcos Reyes Dávila que nos convoca, Hostos: las luces peregrinas, recoge el intenso viaje de su autor por la extensa obra de Eugenio María de Hostos. El primer ensayo, “Hostos: las manos y la luz”, fue leído el once de enero de 1986 ante el busto del pensador puertorriqueño en el Recinto de Río Piedras, y los últimos dos, “Discurso de apertura” y “Discurso de clausura”, corresponden al 14 y 16 de agosto de 2003, comienzo y cierre del simposio: “Hostos: Forjando el porvenir americano”. Si bien estas fechas señaladas, que van desde 1986 hasta el 2003, no lo dicen todo, dicen algo: el libro responde a una vocación, y en ella el amor se teje con la reflexión.
    Dos aspectos quisiera destacar como punto de partida. El primero apunta hacia la existencia del libro, su presencia concreta, observada como el paso inicial de una trayectoria: “la primera incursión de la revista EXÉGESIS en la publicación de libros”. Un nuevo camino abierto con la huella de “un libro sobre Hostos”. El segundo aspecto, más importante todavía, porque apunta hacia el interior del libro, tiene que ver con la manera en que Marcos Reyes Dávila se acerca a Eugenio María de Hostos. Una manera que opera sobre los hilos del texto como la fuerza principal de su composición. Reyes Dávila reconoce que la obra hostosiana se presenta como una extensa geografía, un territorio amplio que ha sido visitado con intensidad “en los últimos años”. Sin embargo, considera necesario establecer unas diferencias surgidas de las posiciones adoptadas en las formas en que ha sido visitada o se puede visitar la obra de Hostos. Si bien es de esperarse que las interpretaciones sean dispares, Marcos Reyes Dávila destaca que “urge distinguir el mapa –conceptual– de moda y los intereses que representa, del territorio que categoriza”. Esta distinción no debe escapársele al lector porque, desde ella, Reyes Dávila define su manera de acercarse a Hostos.
    Entonces, debemos considerar los términos de este acercamiento. ¿Cómo se da?
    No me parece incorrecto señalar que  Reyes Dávila se instala en el interior del territorio que también él busca categorizar. El autor habla desde el interior de una problemática que exige proyección. Al hacerlo, sabe que polemiza. ¿Es gratuita esta aseveración o revela algo importante? A mi juicio, representa la necesidad de partir de una de las preocupaciones principales, si no la principal, de la obra hostosiana: el carácter acentuadamente incompleto de las condiciones para el desarrollo moderno de la libertad en la América nuestra. Si no es exagerada la aseveración, y si tiene pertinencia, las consecuencias son inevitablemente complejas. Es conocida la meticulosa y consistente actividad, sobre el terreno, de la observación crítica hostosiana en su intento de conocer y actuar sobre las realidades sociales con las que tuvo contacto directo. Considérese, por ejemplo, su viaje al continente sur. También es conocida la intensa pasión de su mirada crítica sobre las Antillas y Centro América: el fiel de la balanza. Pero es el carácter incompleto, profundamente deficiente, de la libertad en este mundo, lo que obsesiona a Hostos. Y –¿por qué no decirlo?–, si Marcos Reyes Dávila lo afirma con claridad en su texto, también las deformidades de la libertad en el norte, con sus apetencias imperialistas, fueron temas de su preocupación. Pero más todavía: es también la urgencia, expresada en La peregrinación de Bayoán, de construir una patria que todavía no existe en el escenario colonial antillano.
    La historia, claro está, tiene discontinuidades decisivas. El 1898 fue uno de esos puntos de ruptura que alteró de manera abarcadora nuestra relación con el pasado. También produjo otra ruptura decisiva la acelerada transformación industrial de Puerto Rico a partir de 1950. El pasado podría parecer definiti-vamente superado. Podría pensarse, como no pocos hacen, que los viejos objetivos revolucionarios del siglo XIX son parte de la arqueología del conocimiento, en el mejor de los casos, pero no tareas todavía incon-clusas. No es difícil acercarse hoy a Hostos, observar su obra con cuidado, pero desde el exterior de su problemática, como nimbada definitivamente por un tiempo periclitado, y analizarla en la distancia, en su carácter fantasmático, y claro está, desde el espejismo de una superioridad teórica actual que responde más a las sutilezas de la frase, como resultado de los discursos académicos, que a verdaderos avances en la capa-cidad de conocimiento humano de enfrentarse a los problemas concretos y actuar sobre ellos con el fin de que la vida se desenvuelva en una sociedad más libre y fecunda.
    También están, y hay que estudiarlas con atención, las múltiples lecturas de Hostos, interesantes y variadas, de aquéllos y aquéllas que terminan por leerse mejor a sí mismos, y a su contexto social, en la rica configuración de su obra, pero alejados de sus preocupaciones principales. Muchos de estos análisis, sin dejar de ser interesantes y fecundos, proyectan, en no pocos casos, la conformidad de su autores, su acomodo en la estructura colonial actual, sobre la compleja obra hostosiana. Es preciso reconocer, de todas formas, que algunos de estos acercamientos a las versiones más o menos oficiales de la cultura, también han enriquecido el legado hostosiano.
    Pero Marcos Reyes Dávila no forma parte de este grupo. El atractivo de sus ensayos consiste,
precisamente, en que lee a Hostos por dentro de las preocupaciones que se desprenden del amplio territorio de su obra. Su texto se hila y se retuerce en los límites dolidos de las aspiraciones hostosianas, en sus frustraciones y en los afilados bordes de los fragmentos de los textos todavía vivos y cargados de miradas posibles desde la óptica del ojo que los armó. La lectura de Marcos Reyes Dávila, por consiguiente, surge de un reconocimiento clave: hay todavía vigencia en ese pensamiento, hay todavía una vibración de continuidad.
    Ya en el título del libro queda destacado el rasgo principal de la obra de Hostos: su complejo movimiento. Reyes Dávila lo expresa con una metáfora curiosa: las luces peregrinas. Esta metáfora recoge el carácter contradictorio, la dinámica íntima de la mirada hostosiana, de su escritura y de su radical inconformidad.
    Cuando Hostos tituló su primera novela La peregrinación de Bayoán, sabía que el concepto peregrinación se refería a un movimiento en el que el peregrino sabe a dónde va. El fin de la peregrinación no significó para Bayoán el final del viaje. Por el contrario, la peregrinación abre la posibilidad profunda del viaje, adueñado ya de las herramientos del conocimiento. En la luz –ella misma movimiento multidimensional, como metáfora del conocimiento–, el movimiento adquiere toda su riqueza porque va de lo desconocido hacia lo conocido. Desde el momento en que el título se refiere a la peregrinación de la luz, como movimiento que enriquece el movimiento, vincula el proceso de conocer, tan complejo e incierto, con las necesidades de la libertad, y con el espacio conocido al que es urgente llevarla: las Antillas. La forma contra-dictoria, y hasta ambigua, en que se comnbina lo conocido con lo desconocido en este proceso, la expresa Marcos Reyes Dávila con la metáfora de su título. Nos avisa de la dimensión inagotable y compleja de la obra de Hostos.
    Aunque el autor enumera las tres tesis básicas del libro, son dos las que se combinan para provocar la tercera, o, si se quiere, son provocadas por la tercera como supuesto previo: la dimensión revolucionaria de la obra de Hostos y el alcance extraordinario de su obra literaria. El propósito que mueve a ambas es una reflexión agudísima sobre las condiciones históricas y sociales que hacen posible la experiencia de la libertad. Hostos entendía la libertad como una vivencia que emanaba de lo social concreto. Su discursividad, en su energía interior, va orientada hacia la preparación de la libertad como expresión específica y dinámica de la forma en que se combinan las exigencias sociales. Su reflexión sobre la revolución como necesidad se corresponde con la profundidad de su pensamiento sobre la libertad como experiencia que responde, a su vez, a condiciones materiales de organización social, con sus posibles resultados culturales. Marcos Reyes Dávila se ha referido a ese impulso de libertad en la voz con la expresión “escritura como encarnación”, una “llamarada escrituraria”.
    ¿Puede sorprender, acaso, que un pensamiento tan ricamente organizado, tuviese la facultad de alcanzar dimensiones sorprendentes de expresión literaria? ¿No fue precisamente su ritmo más oculto la fuerza que lo orientó hacia las formas ensayísticas? El ensayo con su forma fragmentaria, abierta y dialógica, estimuló el aliento crítico del investigador que había en Hostos, sin derrotar su tendencia hacia la belleza de la frase y su atención por el ritmo de las articulaciones, tan necesario para el propagandista efectivo. Dos dimensiones son claves en Hostos, y Reyes Dávila las articula bien en su intento de encontrar “las avenidas de la actualidad de su obra insepulta”: la indagación incesante, crítica, de las condiciones de su vida interior, y la indagación incesante, apoyada en la observación crítica continua de la realidad social.
    Reyes Dávila recoge muy bien esta doble dirección en una cita de Hostos, epígrafe de uno de suus ensayos:
    “Hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo”.
    En este libro, la reflexión de Hostos sobre el hombre completo no puede des-ligarse de su reflexión sobre la sociedad completa. No es extraño, a su vez, que ambas reflexiones, penetradas de intensas contradicciones, orientaran a Reyes Dávila hacia la consideración de complejas discusiones y debates: la teoría estética de Hostos, por un lado, y la necesidad de una mirada interdisciplinaria sobre su Diario, acentuada por los acercamientos de Argimiro Ruano. Importantes ensayos abordan estos temas: “La crítica deicida de Hostos o la incandescencia de América” y “Hostos según Ruano”. La preocupación por la crítica de Argimiro Ruano tiene una vertiente interesante debido a la vinculación de Marcos Reyes Dávila con la publicación de las “nuevas Obras completas” de Hostos.  En el 1994, Reyes Dávila fue nombrado director del Instituto de Estudios Hostosianos y trabajó con dedicación en el manuscrito de La tela de araña, una novela desconocida del joven Hostos, publicada por primera vez en 1992 por Argimiro Ruano, en una edición hecha con prisa y llena de errores. El que quiera adentrarse en el trabajo complejo que requiere una edición crítica, también encuentra experiencias ricas en el ensayo “La tela de araña del Instituto de Estudios Hostosianos: manual para techos de cristal”.
    Dos ensayos, a mi juicio, sobresalen en este libro. El primero, que resulta ser el más extenso, es problamente el más bello: “Hostos en la sangre de Dos Ríos”. Pero no solamente es bello, porque también es penetrante en sus observaciones, sin perder el equilibrio. El espíritu poético de Reyes Dávila hace posible la visión, el encuentro de los que en vida no se encontraron: la unidad espiritual y el conocimiento mutuo de dos personalidades grandes, que sólo se conocieron a través de escritos importantes.  Generoso siempre, Reyes Dávila se apoya, para elaborar su escrito, en los críticos conocidos que pusieron su atención en los vínculos entre Hostos y Martí. La tensión que se elabora en el ensayo, la convergencia íntima en la estructuración de sus miradas, es hermosa precisamente por la comprensión mutua que relumbra en sus textos. Destaco, sobre todo, la penetrante y compleja visión martiana, lo que pudo entrever en el Programa de los independientes de Hostos: su vocación por los atributos de la inteligencia, precisamente por ser hijo de la imaginación.             Martí, mejor que nadie, comprendió el sacrificio hostosiano como una necesidad requerida por las condiciones históricas de nuestra América. Hostos buscó, según Martí, un equilibrio entre imaginación e inteligencia. En este equilibrio las bridas fuertes se colocaron en la boca de la imaginación. La apreciación martiana de esta difícil lucha de Hostos, el imaginativo, por ser americano, es contundente:
    “...la imaginación hace daño a la inteligencia, cuando ésta no está sólidamente alimentada. La imaginación es el reinado de las nubes, y la inteligencia domina sobre la superficie de la tierra; para la vida práctica, la facultad de entender es más útil que la de bordar fantasmas en el cielo.” (123)
    No es poca la iluminación arrojada por estas palabras de Martí sobre otros temas que ya el lector ha recorrido en ensayos anteriores del libro de Reyes Dávila: “Hostos, el escritor, o el augurio imperioso de América”, y “La crítica deicida de Hostos o la incandescencia de América”.  El segundo ensayo que destaco, curiosamente también el segundo en extensión, es “Hostos en su viaje al sur de América: arqueología de su mirada”. Hay imágenes poderosas en estos ensayos que pueden ser una provocación para el lector. ¿Cómo era esa “mirada hambrienta y tragadora” de Hostos, que Reyes Dávila compara con un “Archivo de Indias”? El lector debe sentir el hambre de esa mirada, encenderse de curiosidad, con el fin de acercarse y estudiar las conexiones internas de ese complejo ojo hostosiano para indagar en la estructura profunda de su visión, el ángulo de su riqueza, siempre colocado desde la posición del más desvalido o desvalida, en la herida de los márgenes, en la pobreza, atendiendo la experiencia del más oprimido y sufrido. Lo que sorprende del hambre de ese ojo es el arco de su visión, lo que rehúsa dejar fuera, es decir, lo que hermana con Martí en el “estudio rudo de la realidad concreta”.
    Marcos Reyes Dávila comienza su libro afirmando un Hostos vivo, por encima de su tiempo y de su muerte, un Hostos vivo en las preocupaciones de su obra. A medida que el texto avanza, el autor se reafirma en su obsesión de vida:
    “No hablamos de Hostos para recordar una pieza de museo, ni mucho menos, para mitificar una figura de la historia remota. Se trata de un modelo de tal vitalidad que no caduca (...) Tampoco vamos a Hostos solo por gratitud ante el hombre grande que fue: vamos a Hostos porque deslumbra la manera como expandió por todo un continente su personalidad egregia, porque dignifica el género humano, porque tiene respuestas para muchas de nuestras crisis imperiosas de hoy, y porque tras su último respiro quedamos tan atónitos que no sabemnos qué hacer con tanta vida”. (212)
    Reyes Dávila no puede dejar de polemizar con “algunos ensayistas posmodernos” que ven la obra de Hostos “como una caduca, inofensiva y problemática”. La imaginación del poeta que hay en él lo lleva siempre en la dirección de la actualidad. Si decimos que la obra de Hostos todavía carga una buena dosis de vida en su interior contradictorio y dinámico, ¿qué diría sobre el caso de Vieques?
    El libro termina vinculando a Hostos con Vieques. ¿Cómo hubiese mirado Hostos a Vieques? Si se ha pasado por la complicada red de la obra hostosiana, la pregunta queda contestada de muchas formas, pero la más actual se anida en las mismas profundidades de su reflexión: acentuando el desarrollo de las condiciones de la libertad humana. Basta recorrer su obra para entender que Hostos no hubiese analizado el caso de Vieques en su relación con Puerto Rico y la marina de guerra de los Estados Unidos, sino desde la perspectiva de lo que significó como parte de una red militar y económica de dominación imperialistas con proyección mundial.
    Marcos Reyes Dávila también incluye en su libro cinco apéndices que son notas de prensa. En estas notas se reafirma una cualidad que recorre todo el texto: que Hostos ya no es solamente Hostos: es toda una cultura de pensamiento, es la legión de estudiosos que lo acompaña, prolongando lo que vive todavía en su obra. Reyes Dávila sabe que sus ensayos, personales como son, tienen un profundo aire colectivo, como toda obra de verdadero conocimiento. Y gran parte de la belleza de su libro es el sentido de comunidad que proyecta.
    Y para concluir, aludiré a un hermoso poema, del autor de este libro, titulado “En la tumba de Eugenio María de Hostos”, dedicado a José Ferrer Canales. La intensa emoción poética recogida en este libro puede resumirse en dos versos del citado poema, realmente espléndidos:
    “Yo he querido buscarte con palabras tuyas
    que fuesen un poco –sólo un poco–  poesía honrada
” (315).

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