domingo, 24 de enero de 2010

Hostos: La Antillanía Armada


Hostos: La Antillanía Armada



1. De Lares a Yara:
           Hostos en el 1868
 
A propósito del cincuentenario de la Revolución Cubana

                Marcos Reyes Dávila

El título de estas líneas se adscribe al programa del mismo título que, como anticipo a la conmemoración del Cincuentenario de la Revolución Cubana, se organiza y despliega en Puerto Rico y en otros países en estos meses finales del 2008. 


Cabe preguntarse por qué una revolución que triunfa en enero de 1959 se retrotrae a los acontecimientos heroicos del 1868. La explicación que se me dio fue Martí. Martí para inscribir la Revolución Cubana a una figura histórica de valor apostólico, figura unificadora de todo el pueblo cubano. Martí para enmarcar la Revolución de los cincuenta en el contexto de una lucha mayor en múltiples sentidos. Por una parte, una lucha centenaria contra el coloniaje y la tiranía que extiende su larga mirada más allá de Baire, de Lares y de Yara, hasta el mismo Bolívar. Por otra parte, una lucha que desborda los límites nacionales para abarcar no sólo la lucha de todos los pueblos antillanos contra los arrietes de la opresión, sino que, además, compromete la lucha de todos los pueblos colonizados –de Latinoamérica y del mundo entero– con la “segunda independencia”, y contra los diferentes poderes imperialistas de nuestro mundo.


La referencia legitimadora que la Revolución Cubana busca en Martí ni es de ahora ni es infundada. Tras la muerte de Martí en 1895, su martirio, su ejemplo, y su ideario continúan la lucha hasta la victoria bajo el liderato de Máximo Gómez, y se prolonga tras la ocupación norteamericana de 1898 en los nuevos brotes de rebeldía que buscaban salvar la isla de la explotación capitalista y del vasallaje norteamericano. El mismo Fidel Castro procuró autorizar su lucha en el ejemplo y el ideario de Martí muchos años antes del triunfo de la Revolución. Una foto maravillosa existe, que desgraciadamente no tenemos en este momento, en la que el comandante Castro aparece cabizbajo y entre sombras ante los restos de Martí en Santiago de Cuba, poco después del triunfo de la Revolución. La presencia de Martí es ubicua en Cuba, preside todos los actos oficiales, no sólo desde la Plaza de Revolución, sino desde cada aula y cada plaza de Cuba. Aunque pueda debatirse si esta asdcripción legitimadora es correcta o falaz, concurrimos, sin reservas de importancia, con la exégesis de la obra martiana que ha hecho el pueblo cubano desde el Centro de Estudios Martianos de La Habana. Recordamos haberle oído decir a Cintio Vitier allí mismo, que Lezama Lima explicó cómo Martí se convirtió en la imagen de Cuba, y cómo ese hecho fue la “causa secreta” de su historia. Cuando estalla el Grito de Yara, Martí tiene sólo quince años. Sin embargo, muy pronto habría de pagar con trabajos forzados y destierro su compromiso con la libertad. 


En mayo del 2005 asistimos a un congreso sobre Martí en el Centro de Estudios Martianos. Tuvimos la oportunidad de presentar ante los participantes nuestro libro "Hostos: las luces peregrinas", y disfrutamos de la inmensa satisfación de contar, además, con la presencia, en la primera fila, de Armando Hart y de Cintio Vitier. Allí, en compañía de Pedro Pablo Rodríguez, leímos algunas palabras de agradecimiento que buscaban refrescarle la memoria a los presentes del compromiso tempranísimo de Eugenio María de Hostos con la idea del antillanismo, con la Confederación de las Antillas, con la propia Cuba, y con los revolucionarios de Lares y de Yara.
Ocurre que se conoce poco y mal la participación del joven Hostos en los eventos que le tocó presenciar en su etapa de formación española. En parte, esto es debido a que muchos de los trabajos que publicó en estos años no se incluyeron en las "Obras completas" de 1939, sino en un volumen muy posterior, de 1954, que a modo de volumen 21 publicó Eugenio Carlos de Hostos con el título de "España y América". Este libro se organiza en dos partes y cinco capítulos. Incluye artículos sobre temas españoles y temas americanos, un epistolario, un conjunto de textos literarios y otro de crítica. Sin embargo, lo que de momento nos importa es la parte dos "del capítulo primero, pues en ella se recogen 34 trabajos dedicados a las reformas en Cuba y Puerto Rico.
La idea de la Confederación de Las Antillas, según anotó Jorge M. Ruscalleda ("Las voces consecuentes", 76) tomándola a su vez de Juan Antonio Corretjer ("Futuro sin falla", 15), la pone a circular en el año 1811 José Álvarez de Toledo, cubano, en las Cortes de Cádiz. Don José Ferrer Canales, sin embargo, observó en sus “Apuntes sobre la idea antillana” (Priscilla Rosario Medina: "José Ferrer Canales, vigilia y palabra". San Juan: Ediciones Puerto, 2006, págs. 243-269) que la idea misma de las Antillas tenía un origen mítico tan remoto que pudiera remitirse incluso a la Geografía de Ptolomeo, en la que figuraba ya una legendaria Antilia que luego los cartógrafos del siglo XIV colocaron al oeste de Irlanda y de las Azores, en el océano inexplorado, como escala a Cipango, y que consideraban parte quizás de la Atlántida de Platón. Se trataba, según cita Ferrer de Ángel Rosenblat, de una misteriosa “Ante-Ilha” (o Isla Anterior) de siete ciudades, isla que Vespucio incorporó en su cartografía con “Antiglia”. 


No obstante, no será sino hasta el 1864 cuando, según anota el maestro Ferrer Canales, siguiendo esta vez a Emilio Cordero Michel, la idea de la Confederación Antillana se concreta en Santo Domingo al proponer, el gobierno restaurador, la confederación con Haití. Empero, lo cierto es que fueron muy especialmente los puertorriqueños, como lo comenta Hostos más tarde, quienes le dieron a la idea corazón y entendimiento. Las figuras de mayor calado al respecto son, posiblemente, Ramón Emeterio Betances, José Martí y Eugenio María de Hostos. Betances, nacido en el 1827, era catorce años mayor que Hostos. Martí, nacido en el 1853, era doce años menor. No sólo influyó, desde luego, la diferencia de edades en la manera cómo la lucha por las Antillas se dio en estas tres personalidades, pues, como es natural presuponer, otras circunstancias también influyeron notablemente. Por ejemplo, Betances se educó en Francia desde la adolescencia. Allí tuvo la oportunidad de participar en la revolución de 1848 que implantó la Segunda República Francesa. Hostos tenía entonces sólo nueve años. Los acontecimientos de la década del sesenta los enfrenta Betances ya con plena madurez política. Llevaba años pulseando con el régimen colonial español en Puerto Rico y luchando contra la esclavitud con conspiraciones secretas. Ya había padecido el garrote de la represión y el destierro a pesar del prestigio que le mereció de parte del propio régimen su incansable lucha contra el cólera morbo. Los historiadores y los críticos lo llaman “revolucionario” por defender la proclamación de una república liberal en Puerto Rico a través de la fuerza de las armas. Junto a Basora y Ruiz Belvis, Betances proclamó en Nueva York, en el 1867, el ideal de la Confederación de Las Antillas (Ferrer, Op. cit., 248).
Hostos, en cambio, pasa a estudiar en un liceo de Bilbao a los trece años de edad. El periodista y novelista español Julio Nombela, que lo conoció a los veinte años al lado de Ruiz Belvis y Ramón Nadal, lo encontró ya favorecedor de la independencia antillana. El 1860 lo sorprende en Madrid, a los 21 años, donde se apura con las carreras de Derecho y Filosofía y Letras. A los 24 años, en el 1863, cinco años antes del Grito de Lares y el Grito de Yara, publica, "La peregrinación de Bayoán", poema-novela que, según declara el propio Hostos, escribió con el propósito de propagandizar ante los españoles la verdad de la situación antillana. Sin duda la anexión española de la República Dominicana en el 1861, y la subsiguiente guerra de restauración de la soberanía que terminó en el 1865, debió azuzar los fuegos en este brotar de la nacionalidad antillana que observamos casi simultáneamente en Betances, Hostos y Luperón.
 

No obstante, el historiador que evalúa y comenta esta etapa del joven Hostos no debería pasar por alto dónde se encuentra Hostos en estos años y qué se propone. En el fondo, busca, como Betances, a partir de su rechazo absoluto de la monarquía, una república liberal que ampare a las islas, igual que a las provincias peninsulares, en un mismo plano de igualdad federal. No le interesa la política de España si no es como puente para obtener la libertad de sus islas. A despecho de algunas diferencias, como lo supone toda analogía, tan revolucionaria es esta búsqueda de la república frente a la monarquía española como lo fue la proclamación de la segunda república francesa. Recordemos que incluso los revolucionarios levantados en armas por Betances en Lares, lanzaban vivas a Prim, ex gobernador militar de Puerto Rico, jefe del gobierno liberal español y Ministro de Guerra.
Sin embargo, no es esto todo lo que hay aquí, cinco años antes de Lares. El Hostos de La peregrinación de Bayoán ya formula esta idea arquetípica de la unidad antillana que configuran no sólo las relaciones entre sus personajes que pertenecen, cada uno, a una de las tres Antillas hispánicas, sino también las observaciones que provoca el trayecto mismo del viaje, así como la reflexión sobre el pasado geopolítico de las islas, su presente y su futuro. 


Las obras de Hostos que conocemos, con la sola excepción de "La peregrinación de Bayoán", comienzan en el año 1865. El gobierno de la Reina Isabel había ordenado la expulsión de sus cátedras de Castelar y de otros profesores krausistas. Hostos, tras la breve pausa de menos de dos años de estudio, vuelve a despertar, sacudido por la represión violenta de la noche de San Daniel que atestigua con valor. Desde entonces, Hostos suma el ardor de sus talentos a la lucha política en la península que busca un cambio revolucionario de régimen, no simples reformas. La diferencia con otros puertorriqueños, es que Hostos opera desde España y escribe buscando transformar en la conciencia española la visión de los hechos y mover la voluntad para ese cambio. Su meta, no obstante, está más allá de las Canarias: en el Mar Caribe. Y su público lector no son los antillanos, sino los españoles. Además, Hostos integra por el momento organizaciones políticas españolas, hecho que lo impele a asumir un arduo balance entre el antillano caluroso y el español templado, y que le impone expresarse como portavoz de una agrupación española.
No obstante, y a pesar de lo que acabamos de señalar, son numerosos los trabajos en los que Hostos prioriza la difícil situación de las colonias de ultramar. En el volumen "España y América", Eugenio Carlos de Hostos localizó y recopiló doce artículos de Hostos incluidos en la sección de “Las reformas en Cuba y Puerto Rico” publicados en el 1865. En esa misma sección incluyó otros 16 artículos publicados en el 1866. Sobre unos y otros hablamos en Cuba para demostrar cómo, en Hostos, la lucha política a favor de las Antillas, surge junto con el escritor y el político en ciernes; en cambio, en Martí surge primero la lucha por Cuba y, luego, quizás tras su prolongado contacto con la emigración antillana, la concepción de la unidad antillana. En aquel trabajo leído en Cuba –inédito aún– decíamos que Hostos asume una posición de debate en torno a la situación de las Antillas asegurando que “las colonias no se preparan por la servidumbre” sino por la libertad, pues la emancipación de toda colonia es, a su juicio, una “fatalidad histórica”. Por esa razón, Hostos defiende desde el 1865 que las reformas políticas precedan a las administrativas, se pronuncia en contra de la asimilación y a favor de “leyes especiales” que atiendan las particularidades de las islas, y rechaza la integración de las Antillas a las Cortes del Reino para abogar por el
establecimiento de asambleas legislativas propias.
 

El año 1868 resultó decisivo en el proceso de desarrollo de la estrategia política de Hostos. En España, la muerte de Narváez, figura sobre la que descansaba el poder de la reina Isabel, impulsó una revolución antiborbónica y la huida de la reina. Hostos, que se encontraba refugiado en Francia desde el 5 de agosto, al igual que Castelar y otros líderes de la revolución, regresa de inmediato para participar en el establecimiento del Gobierno Provisional que presidirá el General Serrano. En Puerto Rico había iniciado Betances desde enero la fundación en toda la isla de juntas políticas vinculadas al Comité Revolucionario de Puerto Rico, comité que organizaría más tarde un levantamiento armado que, al quedar descubierto, quedó convertido ante la historia en el Grito de Lares del 23 de septiembre. En Cuba, será el 10 de octubre cuando Céspedes inicie con el Grito de Yara la guerra de independencia que se extenderá hasta el 1878. A Hostos se le ofreció en ese entonces la gobernación de Barcelona. No obstante, declinó la oferta quizás por hallarse ya, inmediatamente, en un fogoso conflicto con el nuevo gobierno liberal a propósito, precisamente, de Lares y Yara.
En España y América se recobran seis trabajos de Hostos publicados entre diciembre del 68 y enero del 69. En el titulado “Los candidatos a diputados por Puerto Rico” (245), Hostos aconseja el retraimiento a los puertorriqueños porque el proceso se conforma de manera onerosa, reduce la representación a ser electa y favorece a los conservadores. Sin embargo, Hostos comenta las virtudes de los candidatos a su juicio más meritorios, comenzando naturalmente con Betances.
En el artículo titulado “España y América” (266), Hostos explica cómo las ideas nuevas alimentaron la fuerza de la emancipación americana. En “El triunfo de la revolución de septiembre en Puerto Rico” (251), manifiesta la ironía de que la celebración del triunfo antimonárquico en España se ahogue e impida en Puerto Rico con una ley marcial que declara a la isla fuera de la nacionalidad española y la encierra en el antiguo régimen. Además, exhorta a los puertorriqueños a no acudir a las urnas sino se otorgan las libertades necesarias en el país, y a su juicio, todas lo son.
En un artículo titulado “La insurrección en Cuba” (203), Hostos se pregunta si esta insurrección es motivo para que el Gobierno Provisional no cumpla su deuda con Cuba. Responde que no lo es, pues resulta en la situación anómala de que el gobierno liberal se alíe en las colonias con los conservadores, es decir, con los representantes del régimen que derrotó en la península, mientras persigue al pueblo que busca que se reconozcan las libertades que se proclamaron en España. En otro trabajo titulado “Al Gobierno Provisional” (258), Hostos exige la suspensión de los castigos y destierros que se aplican a los amotinados en Lares. En el último trabajo que examinamos, titulado “Los puertorriqueños piden que se cumpla la Constitución de 1837" (259), Hostos denuncia la represión y el ejercicio de la tiranía en la isla, lo mismo que el maltrato que se le da a los más de 800 presos. Demanda nuevamente una amnistía y la libertad para todos, y termina con esta grave sentencia: “O vivir libres, o descansar muertos”.
En el “Diario” de Hostos, publicado en el 1939 como el volumen I de sus "Obras completas", aparece una carta suya publicada originalmente en El Universal de Madrid, y reproducida el 24 de octubre de 1868 en el diario Irurac Bac de Bilbao (89). En ella Hostos, tras identificarse como “revolucionario en las Antillas [...] y en España”, demanda, “primero”, para Cuba y Puerto Rico, “dignidad”. Dignidad que no hay, dice, donde no hay igualdad civil ni libertad polítrica. Reclama que ante los “trastornos” que ocurren en Puerto Rico por causa del “despotismo constitucional” se busque remedio con la inmediata supresión de los juicios militares, y demanda un gobernador civil que sea, además, hijo y residente del país, auxiliado por una junta administrativa elegida por los ayuntamientos. Entre otras cosas, exige también que se fije plazo para la abolición de la esclavitud, y que se destituya al Capitán General, al Intendente, y a todos los altos empleados del gobierno. Estas medidas, explica, no pueden estar supeditadas, como se le responde, al éxito dudoso de la “guerra de conquista” que desarrolla España en Cuba, guerra que pretende autorizar todos los “despojos” y “abusos” en las Antillas. 


Como es sabido, el 20 de diciembre de 1868 Hostos participa en un debate en el Ateneo de Madrid. Allí Hostos enfrenta a sus antiguos correligionarios españoles con los que creyó poder establecer una “confederación de ideas” amparada en el común anhelo de libertades ciudadanas. Esa confederación –“lazo federal” o “lazo de libertad”–, era, a su juicio, la única posibilidad de mantener unidas las Antillas a España. El discurso de Hostos fue reproducido en La Habana poco después por José Martí en su periódico La Patria Libre.
En febrero de 1869, Hostos comparece en dos ocasiones ante Francisco Serrano, Jefe del Gobierno Provisional, en compañía de Manuel Alonso y de Santiago Oppenheimer como delegados de Puerto Rico que solicitan reformas. En esas entrevistas los comisionados condenaron la tiranía imperante en Puerto Rico. Sin embargo, la ruptura insalvable la causó la solicitud de amnistía para los

sublevados en Lares. Serrano convino en decretarla para todos, pero con excepción de los extranjeros. La medida perjudicaba sólo a Manuel Rojas, nacido en Venezuela. Hostos arguyó, con el endoso de Alonso, que Rojas no era extranjero y protestó contra la afrenta española a la dignidad del país. Poco tiempo después abandonaba España para siempre, y a través de Francia se dirigía a Nueva York a buscar armas. Más tarde, las Cortes españolas decidían no extender a Puerto Rico la constitución.
 

Después de 1869, Hostos se consagrará en cuerpo y alma a la defensa de una revolución cubana que buscaba todas las libertades políticas para el pueblo cubano, contra España, contra todo poder imperialista, y contra el poder de la tiranía interna, no sólo hasta el extremo de intentar allegarse con un fusil en la mano a la tierra cubana, sino al extremo de no cejar ni pausar en su empeño hasta saber vencida la guerra diez años más tarde, del mismo modo que comprometió su nombre, su esfuerzo y sus recursos por las mismas causas cuando Martí reinició la guerra en el 1895. Podemos declarar, en consecuencia, que Eugenio María de Hostos fue también, como el Che Guevara, cubano de nacimiento.

La Confederación de las Antillas es probablemente la idea más arquetípica de Hostos, tanto en la naturaleza entrañable del más ambicionado deseo, que como eje de su esfuerzo teórico y de los esfuerzos políticos más acariciados de toda su vida. También, cabe decir que la hermandad y la solidaridad entre las Antillas es quizás la expresión más excelsa que han compartido todas las grandes figuras de las tres islas, del mismo modo que ha sido, consistente y persistentemente, raíz nutricia de la Revolución Cubana siempre.
 

Quizás alguno pueda exclamar que todos han fracasado en este empeño de museo. Mas, la historia tiene, como expresamos antes, sus “causas secretas”, como tiene sueños inmensos que de pronto palpitan o que nunca mueren. Ayer, hoy, mañana y siempre, forjamos el porvenir con la certeza de que algunas utopías toman más tiempo. Pero siempre llega el día de la justicia. Siempre.

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Antillanía:
el fiel de la balanza


           Por Marcos Reyes Dávila

           Para Fernando Aínsa, quien me ha honrado con su distinción en más de una ocasión.

Introducción
2008: A 500 de Juan Ponce y a 200 de Simón Bolívar

Además del centenario del natalicio de Juan Antonio Corretjer, el 2008 trae consigo otras conmemoraciones ineludibles. Así por ejemplo, los 500 años de la conquista de Borinquen por Juan Ponce de León, y el bicentenario del inicio del proceso emancipador de Nuestramérica.
Los 500 años son cruciales, no sólo por marcar una periodo harto considerable, sino porque significó la incorporación de nuestra isla en el territorio de la dominación europea que, dentro de un proceso histórico de globalización primera, fracturó radicalmente el curso de nuestra historia, resultando en la lenta configuración de una identidad histórica nueva que es la nuestra, hoy, como puertorriqueños. El intento de rescate del castillo San Jerónimo, así como el de los nuevos yacimientos arqueólogicos de Ponce que las autoridades coloniales de Puerto Rico parecen incapaces de valorar, dan testimonio de que no hablamos de una prehistoria caduca sino de un proceso vivo y palpitante que aún no somos capaces de asumir como pueblo.
El bicentenario del inicio del proceso de emancipación, por otro lado, estipula asimismo un hito crucial en el proceso histórico de las américas, pues aunque el tren de la independencia nos dejara de lado, no dejó de azotar con furia a nuestro pueblo que intentó abordarlo repetidamente, ni dejó de configurar tampoco el augurio de un porvenir de soberanía política y dignidad cuidadana del que aún carecemos.
Algo muy importante, es necesario tener muy claro: No hay homenaje que realizarle a Juan Ponce de León ni a la conquista de Puerto Rico por más que pueda argumentarse que sin ella no seríamos el sujeto histórico que alienta en nuestro pecho hoy. Lo cierto es que la dominación colonial no regó la ceiba de nuestro ser, sino que lo privó y mutiló como lo hacen los trapos que se ataban en el pie de las niñas chinas para impedirles su crecimiento. Con trapos como esos enarboló Pachín Marín una bandera. Los 500 años tenemos que conmemorarlos a la luz del bicentenario de la emancipación, bolivarianamente, comprendiendo que la nación puertorriqueña nació a pesar de la dominación, y no por sus favores; brotó contra viento y marea y adquirió su consistencia precisamente en la lucha contra el poder que nos descalificó a lo largo de cinco siglos. Joel James Figarola comentó en una ocasión lo siguiente: “La piedra sillar del anexionismo es la falta de fe en el cubano; la falta de fe en sus posibilidades, en su cultura y en su disposición.” Por eso, y porque, siendo Puerto Rico una nación, la anexión es la renuncia de la soberanía nacional, ésta formula política no puede ser en Puerto Rico una formula descolonizadora.


Los americanos todos, del norte y del sur, del este, el oeste y el centro, conocerán, de seguro, el nombre de Eugenio María de Hostos (1839-1903). Hostos no sólo realizó y proyectó su obra por todas las américas, nuestras y ajenas; no sólo tuvo una influencia de peso en el destino de algunas de nuestras repúblicas, y no sólo influyó marcadamente en el desarrollo del pensamiento más avanzado de su época, sino que todo ello le fue reconocido por la Sociedad de Estados Americanos que lo proclamó en el 1938, en Lima, “Ciudadano Eminente de América”, y por los estudiosos que lo han seleccionado como uno de los cincuenta educadores más influyentes en toda la historia de la humanidad.
¿Qué pertinencia tienen las propuestas de Hostos respecto al tema que nos ataja dentro del contexto del siglo XXI? Las respuestas son varias. Por un lado, la histórica, pues fueron los antillanos del siglo XIX los que concibieron y formularon respuestas a la amenaza mayor que presentaba para los territorios al sur del Río Bravo la creciente pujanza económica de los Estados Unidos. Betances, Hostos y Martí, principalmente, visionaron los peligros del porvenir y buscaron defensa, fundamentalmente, a través de la integración de las Antillas. El peligro se concretó a partir, sobre todo, de la guerra del 1898 que el propio Mark Twain calificó de imperialista. Y desde entonces, las intervenciones directas, con el uso de armas o a través del uso de la disuasión y del poder económico, no cesaron de acosar los esfuerzos que en todas partes intentaron inútilmente hacer justicia a los más desamparados.
Por otro lado, el Tratado de Libre Comercio que se le impone hoy a muchos de nuestros países nos pone en el oído los ecos pertinentes de las intentonas que con finalidades análogas reunieron a fines del siglo XIX a los pueblos americanos y que José Martí combatió hasta la postración física. Hostos reflexionó sobre estos temas muchas décadas antes y, sin dejar de observar cómo se fortalecía el minotauro americano, no se cansó de predicar la necesidad y la urgencia de la unión del continente sur y de la confederación de las Antillas. “Forjar el porvenir”, era una de esas frases suyas que cifraban lo que era, y aún es, una utopía necesaria. La obra Hostos es una de las más profundas y complejas formulaciones de la utopía latinoamericana porque le es innata la visión incesante del porvenir, porque reflexionó toda su vida cómo realizar esa utopía, y porque durante gran parte de su vida intentó forjar, a veces armado del fusil, a veces armado de la arenga, a veces armado del estudio implacable de la realidad concreta, a veces formulando los principios, la estrategia y la táctica, y a veces inmerso, de cuerpo entero, en el trabajo concreto del surco y la zapata, esa utopía.

La utopía revolucionaria de la confederación hostosiana
La crítica, así como las notas enciclopédicas y de prensa, suelen destacar en Hostos su labor como educador y como moralista. Sin embargo, lo cierto es que Hostos fue fundamentalmente un revolucionario que no atrincheró su quehacer en las bibliotecas, y que, armado con fusil en ocasiones, aunque principalmente viviera armado con la pluma y la palabra, pugnó toda su vida por construir un mundo nuevo, dirigido por la visión de una utopía realizable que se esforzó reiteradamente por instrumentar más allá, o más acá, del sueño que ambiciona.
A cargo estuvo, por designación presidencial, y en más de una ocasión, en la República Dominicana, en cuyo Panteón Nacional de los Héroes de la República descansan sus restos; y asimismo en Chile, como rector del importante liceo de Santiago, Miguel Luis Amunátegui, y como catedrático de la Universidad de Santiago.
A cargo estuvo, para sí mismo y por sí mismo, y por la presión impetuosa de su verbo y de su pasión, en cuantas luchas se destacó a lo largo de su vida, incluidas las siguientes: la lucha por una república federal para España que reconociera la soberanía de sus provincias; la lucha por la independencia de Puerto Rico, Cuba y la República Dominicana; la lucha por los desposeídos y marginados en Perú, Chile, Argentina y Brasil, y particularmente, por los pueblos indígenas de América, los negros africanos, los chinos y los demás inmigrantes; la lucha por la emancipación y la completa igualdad social de la mujer; la lucha por la independencia del entonces futuro proyecto del canal en Panamá; la lucha por la integración física de Suramérica a través de ferrocarriles, la navegación de ríos y tratados comerciales y políticos; la lucha por la confederación de las Antillas; la lucha por la Confederación de los “estados desunidos” del sur; la lucha por la libertad y la construcción de un “hombre nuevo” a través de la completa educación de las facultades humanas; la lucha por la construcción de un régimen de derecho internacional que detuviera las acciones imperialistas norteamericanas y europeas, particularmente en las Antillas del Caribe, África, Asia y la Oceanía.
Algunas de estas luchas hostosianas son pertinentes al tema de la revisión de paradigmas de las nacionalidades y exploración de nuevos modelos de integración latinoamericana. El tema es un claroscuro, es decir, no es menos nido de obviedades que de conflictivos. En los tiempos de Hostos, en esa larga secuela del proyecto emancipador de Bolívar, ni siquiera tenían estas tierras y comunidades un nombre inequívoco y unánime. Algunos privilegiaron la preexistencia americana y la difusión de las importantes culturas construidas fuera de los márgenes de las grecolatinas, cristianas y orientales conocidas en el siglo XV, anterior incluso a la idea de las indias occidentales; otros privilegiaron la posición geográfica que llevó a Vespucio a acuñar la alusión al Nuevo Mundo, anterior a la fractura entre las dos américas; otros, posteriormente, distinguieron la sajona de la latina, la ibérica, la América hispánica. Algunos potenciaron algunos de sus elementos humanos, como la indoamérica, la afroamérica, la América criolla. Empero, el empeño nominador se complicó aún más cuando se elige como perspectiva otros factores. Entonces, se distingue, por ejemplo, la comunidad andina de naciones, el Caribe multicultural, la región del Río de la Plata, el Cono Sur, la amazonía, los pueblos del Pacífico, etc.
Para ir al grano del tema, y en honor a la brevedad impuesta, Hostos trata en varios ensayos de los setenta el tema y expresa su preferencia por el nombre de Colombia, y de pueblos colombianos. Pocos años más tarde lo vemos utilizando las expresiones América Latina, pueblos sudamericanos, e incluso el martiano “América nuestra”.
Mucho más importante es partir del hecho de que Hostos conformó diversas fórmulas de integración pues estaba convencido de la utilidad, y la necesidad, de esa integración. El gran reto, que enfrentó toda su vida, fue cómo articular esa integración con el principio rector de libertad y soberanía de los pueblos.
La primera de las fórmulas que ideó, en el orden cronológico, fue la de una federación hispánica que reconociera la soberanía de las provincias españolas y de las Antillas que España mantenía aún sujetas a su dominio en la segunda mitad del siglo XIX. El activismo político y periodístico de Hostos, anterior a las revoluciones de 1868, ofrece basto testimonio sobre el particular. Dos cosas hay que anotar. Por un lado, Hostos utiliza como modelo el proceso de la comunidad británica que se está desarrollando en Canadá en esos años. Por otro lado, Hostos ya pondera los elementos que distancían a Cuba y a Puerto Rico de la península, de manera que subyace en la entrelínea de sus ambiciones, anteriores a 1868, esa confederación de las Antillas que se convertirá en su más distintiva ambición utópica.
A pesar de los esfuerzos peninsulares de este siglo, Hostos no volvió a contemplar en el resto de su vida una posible integración con España, por razones evidentes. En el 1869 desiste de su intención de promover la república federal porque las autoridades españolas le niegan a los pueblos de las Antillas el derecho a participar en igualdad de condiciones con las provincias peninsulares. Desde ese entonces, Hostos busca la ruptura, la independencia, pero no como un fin en sí misma, sino como estrategia para constituir la Confederación de las Antillas. A juicio de Hostos, sólo a través de la confederación podían hacerse viables, posibles, sociedades libres en las islas. Hostos sabía que las condiciones socioeconómicas de las islas –particularmente la de Puerto Rico– hacían imposible el desarrollo en ellas, por separado, de una civilización positiva, es decir, libre de la opresión de los unos sobre los otros. La mira de Hostos al respecto del tema, es la libertad, que concibe como el valor más alto. Y Hostos sabe perfectamente cuán estrecho lazo ata los elementos socioeconómicos con la libertad de los pueblos.
Uno de los aspectos más importantes e interesantes de la gesta hostosiana ocurre precisamente a propósito de su “viaje al sur”, esto es, por los países suramericanos. Convencido de la imposibilidad de convencer a los líderes de la emigración antillana en Nueva York a que renuncien a su aspiración a la anexión a Estados Unidos tras obtener la independencia de España, Hostos opta buscar en las repúblicas latinoamericanas un apoyo que le permita atajar la amenaza de la anexión imperialista. El viaje, que inicia en el 1970 y se extiende hasta 1974, le permite a Hostos estudiar a los países que visita con el detenimiento y denuedo de un nacionalista proteico, esto es, como colombiano en Colombia, y del mismo modo, como peruano, como chileno, como argentino y como brasileño, en cada país, sucesivamente. En otra oportunidad estuvo en Venezuela, brevemente en Uruguay, y naturalmente, en la República Dominicana. La mirada de Hostos es mirada de abeja, poliédrica. Urga la historia, pero también la actualidad política y cultural, los elementos geográficos y geológicos, los elementos demográficos y los elementos económicos. Estudia las costas y la sierra. Estudia las ciudades y los campos. Estudia los tipos humanos y las costumbres. Estudia las haciendas y las industrias. Estudia los problemas políticos, la literatura y las artes. Mide, hace inventarios, enumera los factores, como el fundador de la sociología latinoamericana que será.
En todas partes opina. En todas partes propone soluciones. A modo de ejemplo, en Panamá, destaca la importancia para la América nuestra de mantener neutral el proyecto de construcción del canal y la amenaza que constituyen para los países todos, al sur del río Bravo, de las ambiciones imperialistas norteamericanas. En Perú, la necesidad de superar los vicios de la colonia que sobrevivieron a la independencia, y la urgencia de incorporar todos los sectores humanos, especialmente los indios y los chinos. En Chile, la emancipación de la mujer y su derecho a recibir y usufructuar de la misma educación que reciben los varones. En Argentina, la defensa de los derechos de los inmigrantes y la necesidad de civilizar el interior, la pampa argentina.
En todas partes, aboga por desarrollar elementos de integración de los pueblos. Hostos urge a adelantar el proyecto del ferrocarril transandino y estudia la manera de hacerlo posible. Así lo reconocieron los pueblos de América que llamaron “Hostos” a la primera locomotora que cruzó los Andes. De la misma suerte, dedica también esfuerzos a estudiar las posibilidades de la navegación de los ríos entre los países que afluyen con el amazonas.
A los países del Cono Sur les propone la creación de un mercado común que vaya más allá de los “factores afectivos” y los asocie, “materialmente”, en un mismo proyecto de integración. A la América Latina toda le propone la necesidad de completarse con la culminación del sueño de Bolívar apoyando la independencia de Cuba y Puerto Rico, de manera que ya no sea posible que otros países atenten contra ninguno de nuestros pueblos.
Conocida es la noción de la Patria Grande latinoamericana, la Madre América, la Nuestra América de Martí. La historia colonial de varios siglos forzó la integración de pueblos remotos unos con otros a través de varios modelos que se transformaron a lo largo de los siglos pero que tuvieron sus epicentros en México, Perú y el Río de la Plata. Junto a la visión totalizadora que todo lo abraza, subsisten las concepciones que de diversa y fluida manera se yuxtaponen unas sobre las otras. Una de ellas, en el caso de Hostos, es la de las Antillas.
Como se apuntó antes, la primera integración que vislumbra el joven Hostos en su búsqueda de una fórmula soberana que garantice la libertad para los antillanos, es una federación española. Descartada esta posibilidad, Hostos busca la independencia de Puerto Rico a través de las armas para construir la confederación de las Antillas. En un texto suyo de 1876 que llama el Programa de los Independientes, Hostos detalla las tareas y los principios que han de prevalecer tras la conquista de la indepedencia. Martí consideró este escrito un “catecismo de la democracia”.

Sentido del fiel de la balanza
Algunos señalamientos de importancia hay que hacer a propósito de esta idea de la confederación antillana.
En primer lugar, Hostos vislumbró distintos escenarios de realización. Alguna vez se refirió sólo a las tres grandes antillas hispánicas, y alguna vez incluyó en el conjunto a la república de Haití. Alguna vez pensó en un marco más amplio que incluyera la zona del Caribe, particularmente Centroamérica. La idea está en su mente desde principios de los 70 comprimida en una frase metafórica que ve la confederación como “el fiel de la balanza”, esto es: ni norte ni sudamericanos, antillanos.
Esta temprana concepción de Hostos supone un concepto de identidad de un sujeto discernido del resto de las américas y que pareciera chocar con las consabidas adcripciones de las Antillas, ya sea al mundo de Nuestra América, a Iberoamérica, a Latinoamérica, u otras.

Este fiel de la balanza es como el corazón que une las dos orejas de una bisagra. Con la expresión Hostos distingue y separa el norte anglosajón, el sur latino, y las antillas, punto medio, frontera de encuentro, de las dos grandes masas continentales.
Podría pensarse que Hostos considera la zona penetrada o influida por ambos lados, como una mezcla de las dos. Podría pensarse que Hostos se alínea con la concepción de estas islas del Caribe como punto de escala. O como la puerta de entrada o de salida para las américas. O quizás se acoge a la idea del puerto de transbordo.
A nuestro juicio estas concepciones no forman parte de sus reflexiones. Otras preocupaciones y urgencias son las que lo animan. La constante apelación a los países del sur, al sueño de Bolívar en Ayacucho o en la Carta de Jamaica, si íntima y auténtica identificación con las alegrías y las cuitas de cholos, incas, mapuches, rotos, gauchos y huasos, con chilenos, peruanos, paraguayos, mexicanos y colombianos, así como, por otra parte, su rotundo rechazo a la anexión de las antillas y a la política imperialista norteamericana, no dejan lugar a dudas sobre la identidad del sujeto antillano. Hostos es meriadianamente claro al respecto en numerosos trabajos suyos a lo largo de su vida toda, desde el joven Hostos que “peregrina” sus sueños por las aguas del Caribe, hasta el Hostos que enfrenta en el 1898 la invasión de las tropas norteamericanas tan sólo con las armas del derecho.
A nuestro juicio, la misión de intermediario que Hostos le asigna a las Antillas obedece, más que a nada, a una garantía de libertad, que por otra parte responde también una razón de utilidad. La Confederación de las Antillas que persigue Hostos tiene la encomienda de hacer posible, por una parte, la soberanía de Cuba y la de Puerto Rico, y por otra, la de garantizar y hacer viable, en ambas islas, la civilización y la libertad. La postración económica de Puerto Rico, postración de certifica lo mismo en 1868 que en el 1898, hace imposible, a su juicio, que el pueblo se levante y desarrolle una civilización libre. Para Hostos, no hay civilización posible en el coloniaje, en ausencia de libertad. La postración de Puerto Rico es la que exige, demanda, la confederación con las Antillas hermanas.
No obstante, otra preocupación lo anima, y es la idea de que la asociación en situaciones de desigualdad marcada de los miembros, no es aconsejable para los más débiles, pues se verán absorbidos y dominados por los más más fuertes. Es, en el fondo, el mismo principio que llevó a José Martí a desaconsejarles a los países suramericanos los tratados que proponía Washington hace poco más de un siglo. Ese principio, que sigue siendo válido hoy respecto al Tratado de Libre Comercio, movió a Hostos a promover la confederación de las Antillas, pues aparte de constituir una comunidad relativamente homogénea y familiar, no estaban entre sí en condiciones de extrema desigualdad.
Partiendo pues, de la constitución de una confederación de estados antillanos, y aceptando como inevitable la situación histórica que deriva de la posición geográfica entre ambas masas continentales, Hostos reflexiona que al servirles a ambas de intermediaria, y estableciendo de ese modo un juego de pesos y contrapesos entre unas y otros, el porvenir de la confederación estaría garantizado.

Conclusiones
Hostos es uno de los más utopistas latinoamericanos más profundos y completos.
A lo largo de su vida defendió siempre, por su utilidad y como una necesidad urgente que se derivaba de los peligros del porvenir, diferentes fórmulas de integración y cooperación.
Entre los peligros del porvenir que Hostos desea prevenir con la integración de los países desunidos del sur está el progreso material de todos nuestros países, la estabilidad y la paz de toda la región, la capacidad para negociar con las potencias y otras confederaciones del mundo, y la capacidad para prevenir, y defenderse de, las agresiones imperialistas de norteamericanos y europeos.
La Confederación de las Antillas fue la ambición de mayor rango, y la más característica, de su vida y de su prédica.
La necesidad de la confederación era, a su juicio, la estrategia más idónea para garantizar la libertad, la soberanía y la independencia de los pueblos antillanos.
Aunque siempre concibió la identidad antillana como parte de la comunidad latinoamericana, aconsejó a las Antillas cumplir la misión de ser intermediarios entre los dos grandes factores continentales: el norteamericano y el suramaricano.
El concepto de fiel de balanza implica la misión establecer, por una parte, lazos de cooperación entre los dos grandes bloques continentales, y, por otra parte, mantener, con un juego de pesos y contrapesos, ambas masas en su sitio.
Las ideas de Hostos son una anticipación profética de las ambiciones más caras de nuestros tiempos que sueñan, construyen y proponen, que “otro mundo es posible”.


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Hostos y las estrategias 
para la descolonización de Puerto Rico

       Por, Marcos Reyes Dávila, director de la revista Exégesis (UPR-Humacao)

Decir que Eugenio María de Hostos fue un anticolonialista, no puede sorprender a nadie. Todos sabemos, todos recordamos, que Hostos realizó campaña tras campaña, por la mitad del mundo, en un esfuerzo titánico por conseguir auxilios para la Cuba en armas de los años setenta. Todos sabemos que Hostos se unió a Ramón Emeterio Betances a su regreso del viaje al sur de América, y ya fuera desde Nueva York, República Dominicana o Saint Thomas, conspiró, propagandizó y arengó, destempladamente, a favor de una revolución armada en Puerto Rico.
Pero, quizás, decir que Eugenio María de Hostos fue el más original, el más versátil y el más profundo anticolonialista del Caribe en el siglo XIX, quizás sí sorprenda a muchos. Prueba de lo que acabamos de sostener son las numerosas maneras en que puede abordarse el tema que nos ocupa. Nos hemos referido, ya, a dos de ellas: la propaganda y búsqueda de auxilios por toda la América Latina, que fue una manera de eludir y prevenir la conocida preferencia anexionista de la emigración neoyorkina; la otra, la participación coordinada o no con Betances, en el proceso revolucionario de esa década furiosa. Sin embargo, para darle coherencia y unidad a lo que fue un proceso en transformación continua en el pensamiento descolonizador de Hostos, es aconsejable comenzar a cernir su actividad anticolonialista con el que hemos llamado antes joven Hostos, es decir, el Hostos de la etapa de formación española.
En varias otras oportunidades hemos señalado que a este joven Hostos le queda estrecha e inapropiada la caracterización que se ha hecho de lo que fue su pensamiento y su práctica política cuando se le reduce a un mero “reformismo”. Es cierto que este joven Hostos no contempla la ruptura con España, y que en consecuencia, no es independendista. Pero a ello hay que añadir que acaso nunca, nunca, fue Hostos un verdadero independentista si con ello se designa a uno que tiene como meta fundamental la búsqueda de la independencia. Hostos sí fue, siempre lo fue, un soberanista, cuya meta fundamental fue siempre una de mayor alcance y proyección que la mera independencia, pues lo que Hostos buscó siempre realizar, construir, era la libertad de sus islas. Para Hostos la independencia era sólo una estrategia, una puerta, un puente que debía ir tras una meta más alta: la libertad.
No vamos a detenernos hoy en este aserto, pues en otras ocasiones nos hemos ocupado de este asunto. Baste decir que el Hostos plenamente revolucionario se caracteriza a sí mismo una década más tarde de esta manera, comenzando incluso con La peregrinación de Bayoán de 1863. Y, cierto es, que para hallar un Hostos políticamente decidido y radical no hay que llegar al Ateneo de 1869. Los textos más antiguos de Hostos que se conocen, comenzando con el poema-novela de Bayoán, tratan, invariablemente, de la explotación de las Antillas. Los hechos de Lares y de Yara ni lo sorprenden ni le callan la boca: lo ponen a vociferar más alto, pues Hostos defiende a los insurrectos en el centro de Madrid.
El problema que a tantos ha despistado sobre el carácter revolucionario de las luchas y estrategias de Hostos, consiste en que él no consideraba viable la independencia a solas de ninguna de sus islas, y por eso buscó, toda su vida, fórmulas de federación que a bien le vinieran. La primera fue, desde luego, una federación hispánica, es decir, una fórmula de soberanía sin independencia, y con la propia España. A juicio de Hostos la situación económica, política y social de las islas era tan terrible que era imposible aspirar a formar sociedades libres en ellas si les dejaba de repente a la deriva. Por una parte, las fuerzas internas de la barbarie, el hambre y la desolación, y por la otra parte, la existencia de vecinos formidables decididos a tragar los peces pequeños, hacían desistir a Hostos de apresurarse a buscar una independencia tan próxima a los barrancos.
Pero este Hostos era, además, antimonárquico, y aunque luchó en España y por España, su mira estaba puesta en llevar la república federal a las Antillas. Es por esto, y sólo por esto, por lo que Hostos rompe con sus antiguos correligionarios tras el triunfo de la República en España. Se negaron ellos a extender la revolución republicana y federalista a las provincias.
Desplacemos ahora la atención a la década siguiente. El Hostos de los setenta es el Hostos revolucionario por excelencia. Es el Hostos que se une a las organizaciones de emigrantes de Nueva York, el Hostos peregrino por la América del Sur, el Hostos que conspira en combinación con Betances en lo que se ha denominado el “ciclo revolucionario” de mediados de los setenta, el Hostos que no transige con los independentistas anexionistas que principalmente, desde el bando cubano, aspiraban a llevar las islas a la anexión de los Estados Unidos. Pero este Hostos radical, del grito, la arenga, que abordó barcos expedicionarios con fusil en la mano, este Hostos tampoco contempló la independencia a solas de sus islas ni su mira se redujo a luchar por la simple independencia: este Hostos iba detrás de la Confederación de las Antillas por la misma razón que antes buscó la federación con España: es decir, porque creía que sus islas no podrían contruir sociedades libres por si solas sino a través del auxilio mutuo de una confederación. “Cariño”, como decía Martí, le tenía Hostos a sus islas, pero no es el efecto ni el sentimiento benevolente lo que lo mueve a construir su proyecto de la Confederación de las Antillas: es la necesidad, utilidad y conveniencia material, económica y política de las Antillas.
El Hostos educador de 1878 a 1898 también fue, como hemos sostenido antes, un Hostos descolonizador y revolucionario. Hostos, cambiando de estrategia, convirtió la educación en un taller de formación de los ejércitos que necesitarían sus islas para lograr su meta de libertad. Hostos proclamó, y lo dice en blanco y negro, transparentemente, en El propósito de la Normal, es decir, en el primer discurso de graduación que pronunció en su vida, que sólo buscaba con la educación suplirse de auxiliares de su idea dominante, jóvenes educados en la libertad y la moral social que pudieran ayudar a construir comunidades libres en las Antillas. Junto con la escuela, junto con el sistema educativo dominicano, Hostos desarrollaba un método nuevo para forjar pensamiento libre y conciencia moral en sus estudiantes. Su meta: la descolonización a través de la educación de la moral, de la voluntad y del pensamiento.
En 1898, tras la ocupación de Puerto Rico y Cuba por las tropas norteamericanas, Hostos buscará a través de la Liga de Patriotas educar y activar a la sociedad civil para que ésta haga valer los derechos que la amparan ante la constitución norteamericana, sus enmiendas y sus leyes, y ante el derecho natural y el derecho internacional. Su estrategia de entonces, fue completamente inédita. Hostos buscó y reclamó la necesidad imperiosa de celebrar un plebiscito de manera que el principal requisito de todo régimen de derecho se hiciera valer. Este Hostos fue, nuevamente, un Hostos descolonizador que emplea una nueva táctica. Se dice que este Hostos estuvo dispuesto a aceptar la anexión, pero sólo como el resultado de un plebiscito libre, y siempre contra su deseo personal y como parte de una concepción que vislumbraba que la independencia es un derecho irrenunciable y eterno del pueblo de Puerto Rico.
Éstos son, más o menos, los acercamientos al tema que esperaríamos ver. Nosotros vamos a intentar otra ruta, a través del examen del Programa de los Independientes escrito por Hostos en el 1876, y reseñado por José Martí ese mismo año. Martí, que a juzgarlo por sus actos nunca fue un niño, apreció el manifiesto de Hostos como el “catecismo de la democracia”. El Programa aparece en el segundo tomo del Diario en la edición de las Obras completas de 1939 (y 1969, páginas 220-259). En el “exordio” al mismo señala Hostos lo siguiente:
“Próxima ya la hora en que los combatientes activos y pasivos de la Independencia han de ser llamados a una obra de razón más larga, ningún patriota de razón puede resignar la responsabilidad que ha de tocarle en la tarea de constituir en la libertad la sociedad desorganizada que dejará la guerra y que deja siempre la educación mortífera del coloniaje”
Esta cita, como se ve, es una de las pruebas más transparentes, concretas e irrefutables del aserto que presiden estas palabras nuestras. Esto es, que la meta de Hostos era más ambiciosa y de mayor proyección que la mera lucha por la independencia de sus islas. En la cita, Hostos distingue entre la lucha por la independencia y otra posterior, “de razón más larga”, dice, y que consiste en “constituir en la libertad la sociedad” exhausta que queda tras la guerra de independencia. Sus palabras, dirigidas a los Independientes, parecen apuntar más a la llamada segunda independencia que a aquella independencia, primera y formal, que dejó intactas en nuestros países latinoamericanos, tras la salida de España, las estructuras políticas, económicas y sociales de la colonia. Pero las palabras antes citadas de Hostos dicen más: señalan, por una parte, a la “sociedad desorganizada” que deja la guerra, pero también señala “la educación mortífera del coloniaje”. Esto es, que por una parte apunta Hostos hacia la infraestructura colonial, pero por el otro, señala además a la superestructura colonial. Hacia estos dos cimientos del coloniaje se dirige el texto descolonizador de Hostos.
El Programa de los Independientes es un discurso que pretende definir y aclarar los “principios” que deben seguir los miembros de la Liga. La Liga se constituye con el propósito de construir esa libertad política, religiosa, económica e intelectual que debe seguir y sólo puede seguir a la independencia. Los fines de la Liga son:
1. El establecimiento de la República y de la democracia representativa;
2. La creación de una personalidad internacional por medio de la Confederación de las Antillas; y
3. La sustitución de la confraternidad sentimental que hoy aproxima tibiamente a la socedad latinoamericana de las Antillas y del Continente, con la fraternidad de intereses materiales, intelectuales y morales.
Para lograr esos fines, Hostos define entonces los principios a seguir:
1. El principio de libertad absoluta para los derechos del ser humano fundados en la necesidad imperativa de la conciencia;
2. El principio de autoridad absoluta para la ley, fundada en la ley escrita y discutida, aprobada y sancionada por los representantes del pueblo;
3. El principio de igualdad absoluta ante la ley, sin distinción de razas, nacionalidades, fundada en la igualdad natural de los derechos individuales y políticos;
4. El principio de separación radical de las tres funciones de la soberanía de un pueblo, es decir, el poder legislativo, ejecutivo y judicial;
5. El principio de unidad, paz y nacionalidad en las Antillas;
y 6. El principio de expansión hacia el continente latinoamericano.
En relación con cada uno de los principios Hostos desarrolla sendas exposiciones explicativas. Así, por ejemplo, con respecto al principio de libertad, Hostos declara que éste está en correlación del derecho que todo ser racional tiene de vivir, de creer, de pensar, y de ejercitar su actividad orgánica, moral e intelectual, y que en consecuencia, “la libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir”.
Al respecto del principio de autoridad Hostos declara que éste se funda en el derecho que la sociedad tiene de dirigir, velar y administrar sus intereses, y de dirigir, velar y administrar el bien común.
Al respecto del principio de igualdad, Hostos declara la igualdad fundamental de todos los seres racionales. Tras destacar la igualdad de razas, color, nacionalidad y sexo, Hostos señala la importancia de la igualdad de pensamiento y de conciencia, y la igualdad jurídica que salva todas las desigualdades de la naturaleza.
Al respecto de la separación de poderes, Hostos declara que es indispensable la periodicidad en el ejercicio del poder, la condicionalidad de la delegación del poder y la separación radical entre los tres poderes, que según Hostos, son en realidad cuatro, pues otro es el acto de elección.
Al respecto del principio de nacionalidad, Hostos declara que éste es un medio artificial que no se establece cuando se quiere sino cuando conviene, y si se puede. En las Antillas, asegura, Hostos, la nacionalidad es un principio de organización en la forma de una confederación que alentará el progreso comercial de las Antillas y contribuirá a la unión moral e intelectual de toda la raza latina en el nuevo continente.
Al respecto del principio de expansión, Hostos declara la existencia de dos fuerzas contrarias: una de concentración o conservación, y otra de expansión. La salud de una sociedad está en el balance dialéctico de ambas fuerzas. La expansión, es decir, la comunicación y el establecimiento de relaciones y de cooperación es un principio fundamental en las Antillas, sobre todo al respecto del continente latinoamericano.
Hostos, que además del Programa de los Independientes redactó también los estatutos de la Liga, define una doctrina revolucionaria en su tiempo y radical en el nuestro. Definir la doctrina, aclarando los principios que la fundamentan en un todo teórico coherente e integrado, no es una labor de poca monta. Más, si esa doctrina sigue siendo la aspiración de nuestras utopías más entrañables, pues Hostos describe en ella los fundamentos de ese vivir en libertad que es indispensable para la condición humana. Piénsese por un momento si hemos alcanzado hoy, tantos años más tarde, alguna de esas metas, y si no es cierto que esas metas definen la ruta de la descolonización de Puerto Rico.

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Hostos y las Antillas: un reino en este mundo
           Marcos Reyes Dávila

“Recibo con humildad la noble idea de la condecoración
(Orden Honoraria de la Comunidad de Estados del Caribe)
y la guardaré en mi mente junto al pensamiento martiano de que
‘Las Antillas libres salvarán la independencia de Nuestra América.’”
Fidel Castro Ruz, en el 50 aniversario de la Revolución Cubana (2009).

No vamos a discutirle a nadie que a Ramón Emeterio Betances se le condecora, con sobradas razones, con el apelativo de El Antillano. Empero, pueden señalarse a algunos otros, en la extensa lucha de las comunidades del Caribe, merecedores de una distinción similar. Pensemos lo mismo en Luperón que en Martí, en Alexandre Pétion o en Hostos, acaso en el mismo Fidel Castro que en otros líderes de las numerosas comunidades que baña el mar de las Antillas. No discutiremos el aserto de que, acaso, fuera Betances quien, dentro del marco de las tres grandes Antillas hispánicas, viera primero y con más claridad la necesidad histórica de un destino común y pusiera en su respaldo el esfuerzo de toda una vida para realizar esa utopía.
Eugenio María de Hostos, no obstante, no se queda muy atrás del “Padre de la Patria”. Desde el primer texto suyo que conocemos, Hostos pone sobre el tapete de la historia ese sueño ambición que más allá del deseo se convierte en el desiderátum perpetuo de una voluntad que no transige. Ese primer texto del joven Hostos es su “poema-novela” La peregrinación de Bayoán, texto que más que profecía es destino, la carta de presentación de aquél que funde su identidad personal con el porvenir colectivo de “sus islas”.
A Hostos le exuda por todos lados el imperativo del deber. Se diría que sólo el deber lo mueve. El Diario de Hostos revela, más que dudas y cuitas, una voluntad que se atiza a sí misma y casi se autoflagela, sin pausa ni componendas, para dirigir cada una de sus acciones dentro del marco de lo que le dicta el deber y la moral. Ese marco es de abnegación plena. Ese marco es la entrega y la autoinmolación por el bienestar de los suyos, no de los demás.
Esta frase anterior distingue el martirio de Hostos de otros martirios de naturaleza más esotérica o religiosa, en el que la autoinmolación deviene del sometimiento a un poder superior al que se le rinde culto. La autoinmolación de Hostos, en cambio, deviene de sí mismo. Y se inmola por los suyos, no por toda la humanidad. Este suyos no define, sin embargo, ni a una familia, ni a una comunidad o una nación específica. Los suyos son aquéllos a quiénes se debe en virtud de un compromiso que siente ineludible por causa de una relación de origen que le preexiste y que le demanda reparar las injusticias que sufren. Esos suyos son, en primer término, los de la comunidad de las Antillas, porque son el “punto de partida” y porque viven las opresiones de un régimen que les niega las libertades fundamentales que prerrequisita la dignidad humana. Empero, el “punto de partida”, que es la patria según Hostos, no contiene ni agota el marco de sus responsabilidades como ser humano. Ese marco se ensancha geográficamente –así como nos enseñó a conocer el mundo en su pedagogía– de lo más cercano a lo más lejano, hasta amparar luego el contexto de la América Nuestra, y sólo después, el resto del mundo.
A Puerto Rico la llamó Hostos Madre-Isla. Sin embargo, junto a esa “patria-suelo”, Hostos contempló además, la “patria-libertad”. Es que a ese joven Hostos que despierta muy temprano a la conciencia de sus deberes morales le acicatan de inmediato las convergencias de la vida cubana con su isla-madre, de modo que su texto germinal, La peregrinación de Bayoán, ya hermana en su vocación de auxilio no sólo a Puerto Rico y Cuba, sino también a la República Dominicana, isla-nación que llamará Cuna de América. La necesidad de luchar por ellas lo llevará a combatir a través de las armas la injusticia del régimen colonial español y a buscar respaldo y solidaridad, frente a la amenaza anexionista de la América del norte, en los países hermanos del continente latinoamericano. Para ello, Hostos se acopla a las visiones y sueños de Simón Bolívar, y se hace eco de la voz del Libertador al reclamar su auxilio y completar la agenda de Ayacucho.
No llega Hostos, sin embargo, a estos países sólo a reclamar el pago de una deuda. En su peregrinación por el sur, Hostos se hermana con los pueblos de todos nuestros países. Hace suyas, ipso facto, las causas de Colombia, de Panamá, de Perú, de Ecuador, de Chile, de la Argentina, de Paraguay, de Brasil, de Uruguay y de Venezuela. Y aún va más lejos, pues Hostos, en todas partes, no sólo ataca las injusticias sufridas por las comunidades de cada país, sino que entiende en los conflictos regionales y entre los estados nacionales, y atiende las injusticias cometidas en algunos de estos países contra otras comunidades, como es el caso de los chinos en el Perú, de los indios marginados, o de los inmigrantes.
Mas, con todo lo importante de estas causas que lo mueven, otra aún mayor lo acicatea: y es su convicción de que la independencia y la Confederación de las Antillas es la única fuerza capaz de frenar el choque entre el norte y el sur de América que se avecina. Esta idea del “fiel de la balanza” que contiene y mantiene en su lugar las fuerzas opuestas de las américas, atribuida a Martí y acuñada, en efecto, por él en los 90, está en Hostos desde el 1870, al comienzo mismo de su viaje al sur, del mismo modo que está ya, junto a su admiración por las fuerzas productivas y la fuerza de los derechos civiles de los estados norteamericanos, su temor al desarrollo allá de la violencia imperialista que se materializará con la ocupación de Puerto Rico en el 1898.
Lo que habría de ser esta capacidad suya que va más allá de la empatía y la solidaridad, se pone de manifiesto al principio mismo del viaje. En Panamá, la miseria del Hostos que no representa a nadie más que a sí mismo, y que va en peregrinación sin más recursos que los propios y los del auxilio de su padre, lo obligan a comprar pasaje de tercera, lo que significa viajar sobre cubierta, en medio de la carga, los animales, los sirvientes, los esclavos y los indios. En una ocasión, al comienzo del viaje, cuando se dirigía a Cartagena, Hostos oye cantar, música y bullicio, y se acerca. Los cholos festejan. Hostos se mezcla entre ellos, y participa y disfruta del espectáculo.
La curiosidad de Hostos se expande infinitamente a lo largo del viaje. Todo es objeto de su atención y estudio. Lo mismo las corrientes y los vientos, que la topografía de la costa, la geografía y geología cuando puede desembarcar e internarse a caballo, que las lenguas, los tipos, la arquitectura, las comunidades, las estancias y haciendas, las plazas y mercados, las iglesias y el gobierno. De esas profusas observaciones brotará la Sociología en la América Latina. De esa profunda mirada manarán leyes en Colombia, debates en Perú, conferencias en apoyo a la mujer en Chile, la propuesta del ferrocarril trasandino en Argentina, la propuesta para unir el norte del continente a través de la navegación de los ríos, su reclamo de imparcialidad tras la construcción el canal de Panamá, su consejo de crear un mercado común latinoamericano.
Por todo lo anterior, muy bien pudo decir Hostos a su regreso a Nueva York lo siguiente:
«Predicar en favor de mis Antillas, era poco; ligar su porvenir al de la gran patria; vivir cordialmente en la vida de ésta; sentir y pensar y querer en Colombia, en Perú, en Chile, en Argentina, como sintiera y pensara y quisiera el mejor de sus patriotas; serlo todo a un mismo tiempo, antillano por la América latina, latinoamericano por las Antillas; peruano, colombiano, chileno, argentino, y además, ecuatoriano con los expatriados del Ecuador, boliviano con los patriotas perseguidos, paraguayo con el pueblo aniquilado, defensor de la libertad, la justicia, la razón y la desgracia en todas partes; indio con el indio maltratado; chino con el chino esclavizado en el Perú; huaso y roto con el roto y huaso que diezmaban las enfermedades de la Oroya; gaucho con el gaucho argentino mal apreciado, eso era algo» (Mi viaje al sur, 101) .
Fueron, no obstante, las Antillas, sus islas, las que constituyeron toda su vida el eje de sus razones y el pulso de su corazón. No hay manera de comprender la actividad del joven Hostos en sus tiempos de estudiante políticamente activo en España, sino es por su dedicación a la causa de la redención antillana, redención que intentó conseguir, inicialmente, a través de la creación de un república federal española. La negativa de los victoriosos republicanos españoles a extender a las islas los beneficios de la constitución y de la república fue lo que movió a Hostos a romper con sus antiguos correligionarios y a hacerle a los mismos una guerra de armas.
No otra cosa, tampoco, fue a buscar Hostos a Nueva York en el 1869. Allí intentó unirse a Betances y al liderato de la emigración antillana que se organizaba para auxiliar a Céspedes en Cuba, en armas contra el coloniaje español. La prédica anexionista, la pretención de buscar la intervención de, y la anexión a, Estados Unidos, lo motivó a buscar un balance de fuerzas en los países hispanoamericanos en deuda con el Libertador Simón Bolívar. A su regreso a Nueva York se une a Betances para mover fichas por toda la región del Caribe. Sólo la Paz del Zanjón, el fin de la guerra de Cuba, lo detiene. Y es entonces que inicia su revolución pedagógica en la República Dominicana.
La pedagogía hostosiana, contrario a lo que pudiera suponerse hoy, no estaba dirigida a otorgar títulos ni a formar profesionales: estuvo dirigida a formar hombres y mujeres “completos”, libres, capaces de construir una Confederación de las Antillas. Esta confederación es la idea central, más acariciada y arquetípica de Eugenio María de Hostos. Igual que lo hizo Mandela y Fidel Castro, lo hicieron los revolucionarios bolcheviques y muchos otros revolucionarios en el mundo. La cárcel, la paz impuesta, era la ocasión de formar cuadros, de formar los ejércitos necesarios para la nueva lucha. Hostos lo dice tal cual, en blanco y negro, en su discurso de graduación del primer grupo de su Escuela Normal. A ese propósito de crear mentes críticas, libres y personalidades completas, Hostos le dedica diez años. Diez años de fraguas y transformaciones; diez años de esfuerzos colosales contra los numerosos enemigos de sus ideas nuevas y radicales; diez años de un quehacer que significara una diferencia esencial dentro de la herencia ancestral de un coloniaje castrante y retrógado; diez años de pujar por sacar a la luz, para las Antillas, su reino en este mundo. Cuando se le hizo imposible la tarea en Quiqueya, aceptó rectorados en dos liceos chilenos. Allá estuvo otros diez años, hasta el 1898. No obstante, el reinicio de la guerra de independencia en Cuba, organizado por José Martí, lo devuelve de inmediato a las trincheras de la lucha antillana en el 1895.
En el 1898 está ya de regreso a Puerto Rico, en común acuerdo con Betances, para intentar mover hacia la libertad los acontecimientos, por las veredas de la constitución norteamericana y del Derecho Internacional. Sus reclamos de respeto al derecho y a la Constitución Federal no son escuchados por el ejército de ocupación, ni por el Congreso, ni por el mismo Presidente. Su prédica a los puertorriqueños para que reclamen su derecho a plebiscito, tampoco es escuchado. La Ley Foraker de 1900, aprobada por el Congreso para crearle un marco jurídico-legal a la posesión de Puerto Rico, lo obliga a retirarse derrotado nuevamente a la República Dominicana, donde cae en su batalla por crear para nosotros un reino en este mundo.
En su nota de presentación a la segunda edición del volumen Hostos y Cuba, recopilado por don Emilio Roig de Leuchsenrig, dice Ricardo Stusser:
“Cuba y Puerto Rico han estado unidas en su historia a lo largo del pasado siglo en el batallar de sus revolucionarios. Baste recordar los nombres gloriosos de Ruiz Belvis, Bassora, Rius Rivera, Betances, Sotero Figueroa, Hostos, Martí, Maceo. La independencia de ambas islas fue desvelo constante de los dirigentes de ambos pueblos”.
Stusser, por razones obvias, no menciona en este grupo la presencia de dominicanos como Luperón, Duarte, Máximo Gómez o los Henríquez y Ureña. Ni el hecho de que fuera sobre suelo dominicano y haitiano que Martí se movió hacia Cuba, así como Betances y Hostos hacia Borinquen. Pero sí alcanza a apuntar más adelante que Hostos “fue sin embargo, su mejor propagandista y su más ardiente defensor a lo largo de toda su vida”, aserto que certifica en su largo estudio preliminar don Emilio Roig.
Sobre todo, empero, hay un aspecto que suele quedar mal representado, sino ignorado o tergiversado por algunos posmodernos que menosprecian la nación e intentan desmitificar la figura histórica de aquéllos que realizaron obra de titanes y que debieran gozar de nuestro respeto y admiración. Las acciones, los trabajos, las obras y los esfuerzos de Hostos en favor de las Antillas no pueden enlistarse aquí, ni siquiera resumirse. No obstante hay un aspecto, como apuntamos
antes, de otra naturaleza y quizás de mayores quilates que todo lo demás tomado en conjunto. Mucho se ha dicho que acaso la obra mayor de Hostos sea su Diario, y el carácter de hombre completo que fraguó con la ayuda terapéutica de su Diario íntimo. Carácter, con “unción de acero”, como he dicho antes, que le impidió macular su persona para impedir que se macularan con ella las causas de sus luchas y sus esfuerzos. Con razón, nos exhortó no predicar la moral, sino a vivirla.
Tanto don Emilio Roig, como Camila Henríquez Ureña, en otro extenso volumen prologado por ella (Eugenio María de Hostos: obras. Casa de las Américas, 1988), toman nota de una experiencia vivida por Hostos en su primer viaje al Perú. Ocurrió que, ganándose la vida redactando artículos en la prensa periódica, le tocó analizar a Hostos los distintos contratos presentados al gobierno para la realización del ferrocarril a las minas de la Oroya. Uno de los contratistas, apellidado Mieggs, se presentó ante Hostos y le ofreció un millón de francos “para la independencia de Cuba” si recomendaba su proyecto. Hostos, cuando analizó en La Patria de Lima el contrato de Mieggs lo consideró perjudicial a los intereses peruanos (Roig, 34).
El carácter incorruptible de Hostos se permitió el lujo de rechazar una fortuna ofrecida para lograr el objeto de su vida. Vidas como las de Hostos hacen indestructible un sueño.

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