lunes, 16 de agosto de 2010

Miguel Hernández contra el franquismo

MIGUEL HERNÁNDEZ:
denuncia otra vez 

al fascismo franquista     

(Eutimio Martín. Oficio de poeta. Miguel Hernández. 
Madrid: Aguilar, 2010, 700 págs.)
                   
Para José Manuel Maldonado
y Carmen Hilda Cordero,
en la certeza del canto del amor y de la ausencia.

No hay impugnación más rotunda, más llena de rayos que no cesan, de la brutalidad criminal y fascista del franquismo, brutalidad ejercida con la más íntima y estrecha complicidad de la Iglesia Católica, que esta biografía de 700 páginas  de Eutimio Martín sobre Miguel Hernández.

Nos ha tocado llorar –más que leer–  la segunda edición, sacada a la luz apenas un mes después de la primera. La buscamos y solicitamos como pudimos en las librerías del país y en las páginas electrónicas de Aguilar sin resultado. Un amigo querido me ha ayudado a conseguirla al traérmela desde Madrid tal como Vicente Aleixandre hacía, cuanto pudo, por auxiliar y atender los suplicios incesantes de un poeta condenado, a tres años de muerte, por el régimen franquista.   
Eutimio Martín logra escribir un libro que expone con absoluta claridad las penosísimas circunstancias de la vida de este celebrísimo “poeta-pastor” de Orihuela, localidad del Levante español, próxima a Alicante. Hablo de “circunstancias” porque su autor se extiende bastante en la vida española en esta región, la de antes de la guerra y durante la guerra. De la posguerra muy poco, pues el poeta muere apenas tres años después de terminada la misma, producto de una ejecución lentísima pero inexorable, en pleno auge del fascismo europeo y de la Segunda Guerra Mundial.

Sin comprender estas circunstancias imperiosas de la vida española, especialmente para los campesinos y pastores –pues el fascismo es una ideología de clase–, no es posible comprender ni la vida ni la obra del poeta. En este renglón Martín expone con documentación irrefutable cómo se traduce en el día a día la imagen infausta de un pueblo aplastado literalmente por un gigantesco seminario en lo alto del peñasco al que se arrima la comunidad de Orihuela. En ella la Iglesia Católica, fundida a la clase terrateniente como las dos caras de la misma moneda, es todopoderosa. Ella inculca inculpando la obediencia y la resignación al pobre a la vez que inculca con mimos al poderoso su derecho a prevalecer. El trabajo sufrido, sin paga, es según la Iglesia parte del orden divino que predispone al pobre a sufrir hambre para ganar con ese suplicio el reino de los cielos. Ésa era parte de la doctrina oficial del “sindicalismo” católico. De ahí viene el Opus Dei.

Miguel Hernández nace y crece dentro de este orden asfixiante y desquiciado. Su única opción de educación la ofrece el seminario, los jesuitas. Martín intenta desprenderse del mito del poeta-pastor, pero a mi juicio no lo consigue. Quizás, todo lo contrario, pues el biógrafo no deja de reconocer que Miguel no logrará nunca reponerse del desprendiento a la educación en el seminario que le impone por la fuerza el padre convencido de que “hijo de cabrero, cabrero”. 

Ello explica también la naturaleza de su relación con un José Marín, conocido como Ramón Sijé, joya plenamente adaptada a la doctrina jesuítica y, por eso, paradigma exitoso del hombre de letras de Orihuela, entregado a la Iglesia y los poderosos. La relación entre este orden divino y el fascismo que se erige por toda Europa, fascismo que llevará en España la “camisa azul” de la Falange, hace de Sijé un personaje que atribula y lastima. Miguel, que vivía asfixiado dentro de ese mundo esquizofrénico, no tuvo más remedio que vivir un pacto con él, mas no dejó de buscar la manera de escapar a Madrid. Así lo hizo.


Tuvo muy serias dificultades de adaptación en Madrid. Miguel no había sido educado en las maneras aburguesadas de los señoritos que se dedicaban a las letras, fuera Bergamín o fuera Lorca o Alberti. Lorca tuvo dificultades para tolerarle las maneras rústicas, pero la mayor parte de los escritores tuvieron que rendirse pronto ante su vena poética genial y su pasión irrefrenable de vida. No obstante, casi inédito, y con una obra que rinde culto al dogma medieval del catolicismo retrógrado, el hambre lo oprime en su primer intento en Madrid y lo fuerza a volver. En esa época los impulsos vitales lo desesperaban. Martín expone con mucha claridad la naturaleza críptica de los versos de esta primera época hernandiana centrada en los temas  escatológicos, rústicos, carnales y terrenales  de su “Perito en lunas” y las urgencias sexuales insatisfechas de “El rayo que no cesa”. Es numerosa la obra citada por Martín, muchas veces corregida de versiones previas editadas, incluso en las obras completas del 1992, y analizada por Martín enderezando el hipérbaton y aclarando las metáforas e imágenes.    

A su vuelta a Orihuela, Miguel, ya con ansiedad de hijos, busca mujer, pero busca además como vivir de su don del verso y la palabra en una comunidad saturada de sotanas. A la demanda paterna de las cabras, Miguel le opone su anhelado oficio de poeta. Tanto la banca como el gobierno y los contados medios de impresión están bajo el control de la iglesia. Miguel se allana a la realidad produciendo para ella poemas y un auto sacramental extraordinarios. Se presenta ante sus ojos, seguido de una admiración hacia Federico García Lorca que habría de jugar un paso determinante en su vida, la intención de abrirse paso en el teatro. A su regreso a Madrid las tensiones sociales y políticas se han ido acentuando. Cayó la monarquía, y la república intenta levantarse sobre un medio social marcadamente hostil.

Asombra la fácil aceptación y acomodo que logra el poeta entre las figuras más altas de la cultura de España. No le faltará Altolaguirre, el mismísimo Juan Ramón Jiménez, ni Pablo Neruda. Miguel, que en algún momento de confusión transitoria se describe como una mezcla de fascista y comunista, ha iniciado un desplazamiento ideológico que ya no tendrá vuelta. Es, no obstante, a juicio de Martín, el asesinato de Federico, lo que decide la incorporación, del poeta que no quiere ser pastor, en la guerra civil ya iniciada. En ella Miguel se convertirá, de “comisario de guerra” comprometido a animar e incentivar la lucha, en “el poeta de la guerra” civil. Su punto de vista va más allá del dominio de la ideología política que la anima: Miguel tiene en los trabajadores y campesinos su origen, de manera que él puede, mejor que nadie, ser su portavoz. Es al calor de esa lucha que nace “Viento del pueblo” y su teatro de guerra. Más tarde, cuando apriete la guerra y la situación se torne más desesperada, escribirá los poemas más sombríos que épicolíricos de “El hombre acecha”.    
   
Al terminar la guerra civil asistimos al periplo más lastimoso de su vida. Martín, a lo largo de esta biografía, discute muchos equívocos y desmiente con evidencias muchas declaraciones hechas, incluso, de Pablo Neruda. Dispone, como quizás ninguno, de más testimonios y un cuadro más completo de versiones y documentos rescatados. Además del viacrucis impuesto al célebre poeta de la revolución por el régimen franquista que le fue inmisericorde, Martín expone con abundante documentación la naturaleza de la represión descontrolada que practicó Franco contra el pueblo español con la colaboración plena de la Iglesia, no sólo en la persona de sacerdotes y obispos, sino de la institución representada por las entidades de más alto rango, incluido el Vaticano.

En mi época de estudios en la UNAM tomé varios seminarios de posgrado sobre muchos de estos poetas. Entre ellos Antonio Machado, Rafael Alberti, León Felipe, y el mismo Miguel Hernández. Como hice mi tesis de maestría sobre León Felipe leí bastante sobre la guerra civil, incluyendo los dos o tres tomos de su historia escritos por Hugh Thomas. Debo haber olvidado, sin duda, infinidad de detalles. No obstante, los datos que encuentro en el libro de Martín me resultaron escalofriantes. El sadismo ejercido por las autoridades militares-eclesiásticas sorprendió a los propios nazis. En el penal de Córdoba nada más, y sólo en el año 1941, murieron 502 de hambre. Los delitos atribuidos se legislaron a posteriori de los hechos, es decir, que las violaciones a las leyes se aplicaron de manera retroactiva. Si usted era una persona honesta que exhibió una conducta ímproba, era por eso más peligroso. Si usted conocía a los asesinos, era ya uno de los asesinos. Si usted confesó, después de quemarle los senos, merece la muerte. El delito era simultáneamente pecado, y el pecado, delito.

En el 1939 el 10 por ciento de la población de Madrid estaba encarcelada. El estado no le proveía alimentos. No obstante, solo en un año, de mediados del 39 al 40, asesinaron sólo en Madrid unas 200 mil personas. Un cálculo sencillo, según Martín, permite establecer una norma de cerca de cien fallecidos por día. En Valencia se halló en el 2008 una fosa común con más 24 mil personas, entre ellas, alrededor de 600 niños. La Iglesia Católica nunca hizo señalamiento alguno ante tales atrocidades. Curas de negra sotana participaban a veces en las ejecuciones. El gran dolor de cabeza de la Iglesia era establecer si los reos condenados a muerte tenían derecho al sacramento de la extremaución, pues el dogma lo asigna a personas moribundas. Se concluyó, por tanto, que se les aplicara, si hubiera oportunidad de así hacerlo, “después de la primera descarga, antes del tiro de gracia” (546).

Miguel Hernández tomó al principio con muy buen talante su encarcelamiento. Se dedicó a tapar las penas que sufría y a ofrecer un punto de vista optimista, casi turístico, a quienes lograron verlo. Se las arregló para estudiar francés, inglés y matemáticas. Empero, el frío, el hacinamiento y el hambre lo hicieron presa de un tifus intestinal y una tuberculosis pulmonar aguda. Abundaron los esfuerzos de amigos y familiares para que se le aplicara a Miguel el derecho al tratamiento sanatorio reglamentario. Nunca lo consiguieron.

Con dificultad fue redactando los poemas, póstumos, de su celebradísimo “Cancionero y romancero de ausencias”. En estos poemas el verso inicialmente barroco de Miguel, y luego épico-lírico, depura y destila hasta la desnudez sus agonías y sus sombras. Así como antes fue voz del pastor y del hombre de la tierra, y más tarde el portavoz de la república en armas y de los trabajadores “rojos” revolucionarios, ahora será el portavoz de toda una nación de encarcelados en las prisiones franquistas. No son “ausencias” sólo de Miguel, sino las “ausencias” y desdichas de todo un pueblo todavía insepulto aunque bajo tierra, pues todavía permanecen sellados los documentos de  procesos tan demenciales que la sola idea de abrirlos anega de espanto aún al pueblo español, víctima aún de la represión del franquismo católico. Como sabemos, el famoso Juez Garzón ha sido acusado y procesado en España por atreverse intentar hacer justicia a los centenares de miles de muertos y a los familiares que les sobrevivieron. El franquismo, creo, puede ser definido sin menoscabo mayor, como fascismo católico.

Y razones para tanto pavor no huelgan. El fascismo sigue vivo en Europa porque el neoliberalismo es la fuente de su fuerza. Ese neoliberalismo que, de un modo allá, y otro al otro lado del Atlántico, repercute con la misma idea fascista del desprecio de clases, de la idea del derecho a explotar a los más débiles, a vampirizar el salario de los trabajadores. En Puerto Rico, el PNP de camisas azules como la Falange, lo etiqueta “such is life”. Con esa ideología el pueblo se empobrece hasta la miseria mientras crece la opulencia de los senadores y “empresaurios” del gobierno*.

Anotemos, ya para terminar esta reseña, que así como no deja de señalar
Martín que “es difícil encontrar en la historia de la literatura española un autor enfrentado a circunstancias más adversas”, particularmente el hambre y la “miseria afectiva” (660), como Miguel Hernández, tampoco, concluye Martín, “ningún escritor ha ejercido con mayor dignidad el oficio de poeta” (662). Libro duro, como una pedrada o un rayo, mas no es ajeno al milagro de contemplar como el fuego hace del carbón un luminoso diamante.   

El Comité de Puerto Rico “Miguel Hernández: Año Hernandiano”, continua las actividades de conmemoración del centenario del poeta. A
principios de noviembre, presentará en Orihuela un espectáculo que se creó con ese motivo. Mientras, sigue la venta del libro con dos discos compactos que se realiza con el fin de llevar a nombre de Puerto Rico este homenaje a uno de los poetas más singulares y trascendentales de la historia de España. Y de la América Nuestra.

Sus ojos, dicen los testigos de su muerte, nunca se cerraron. 



Marcos 
Reyes Dávila
Catedrático UPR-H

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 * "Empresaurios" no es una errata. Es un neologismo creado por nosotros con licencia poética.

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