sábado, 28 de agosto de 2010

Los EUA nos destruye




La imagen del Time, los mineros chilenos, 
las masacres de México...
 
Los EUA nos destruye       


Una compañera me envía la nueva portada de Time. La foto evoca una famosa portada de National Geographic de hace muchísimos años que contenía la imagen de una bellísima jovencita afgana. Aquella foto, más tarde pareada con la foto de la misma mujer, encontrada ya mucho mayor, lucía como una foto de reportero de guerra o de national geographic, tomada casi al azar, la intuición de un instante fugaz que logra capturar un fotógrafo atento. La nueva imagen del Time me luce, en cambio, de estudio fotográfico. Las fotos de estudio fotográfico están pensadas, están preconcebidas, son intencionadas, son políticas. El Time nos quiere convencer de que es necesario destruir un país para salvarle la nariz a la bella joven. Más honesto me parece que es el Premio Nóbel alemán, Günter Grass, cuando en la primera nota de su novela “Mi siglo”, correspondiente al año 1900, habla de cuando el Káiser envió sus ejércitos contra los chinos a cumplir sus “grandes tareas, del enemigo cruel” mientras les ordenaba “no hacer prisioneros”. Al llegar las tropas alemanas a China se encontraron allí a los norteamericanos, claro está, y a los japoneses, rusos y británicos, que llevarían a la milenaria China “de una vez y para siempre el camino a la cultura”. Unos probaron sus nuevas ametralladoras, otros sus nuevos cañones. Unos fusilaban en grupos y otros uno a uno. Los británicos vendieron todo el opio de sus almacenes. Ya sabemos cuánta cultura llevaron a China, cuán exitosos fueron. Grass habla con absoluta ironía, claro está. El Time habla con absoluta mentira. Para sacar a Hussein del gobierno y sus armas –inexistentes– de destrucción masiva hubo que destruir un país hasta la piedra y asesinar millones. Esperan que alguien les dé las gracias. Una pobrísima familia de Guayanilla llamaba “héroe” al hijo de 20 años muerto en Afganistán a los pocos días de llegar. En Puerto Rico se asesinan tantas mujeres al año, que deben pasar un bombardero de esos sobre cada pueblo cada semana.

El extraordinario entrampamiento de los mineros chilenos, por otra parte, que han sobrevivido, por docenas, el derrumbe en profundidades asfixiantes –para mi pobre imaginación–, reconforta de júbilo nuestro espíritu tan acorralado por los males de la superficie. El mundo enteró celebró saber que los mineros estaban vivos, y hemos visto con asombro inaudito las escenas de un grupo de ellos, descamisados y enterrados en vida, mientras comparten, y solidariamente, recogen el fruto de haber podido, con inteligencia y capacidad para lograr acuerdos, distribuir y consumir de manera racionada lo poco que quedó con ellos y que los ha mantenido con vida.

Habíamos leído libros en estos últimos días en los que predominaba la crueldad. Quisiera pensar que el caso de los mineros desmiente los carteles de droga que han colombianizado a México, la tesis homicida de la novela Pérez Reverte recién reseñada, o la matanza de la guerra civil española. No lejos de nuestra atención, están los atroces crímenes de las dictaduras latinoamericanas, las guerras y genocidios africanos, las matanzas del lejano oriente, las guerras pro-isralíes contra Irak, Afganistán, Palestina –y quizás pronto contra Irán–, las guerras norteamericanas que han ensangrentado el mundo entero. Conmueve el caso de los mineros, pero no da para aliviar tanta sangre que ha teñido de rojo la tierra del mundo. Cuando el Káiser enviaba sus ejércitos a la China, qué sabía o veía el pueblo alemán que hacían sus soldados por esas tierras lejanas, sino  "civilizar". Ahora es distinto. Vimos los misiles caer sobre Bagdad y sabemos que esos mostruosos bombardeos destruyen pueblos llenos de mujeres y niños en instantes. Nuestra responsabilidad por las acciones de los poderes imperialistas
es mayor hoy de lo que era hace un siglo o dos. Sale en CNN, suavizada y tolerable, pero nuestra capacidad para ver los cuerpos degollados y los ríos de sangre es mucho mayor.

La tendencia de todo lo anterior es a relativizar la terrible realidad que se vive en un Puerto Rico en caída libre, derrumbe pleno, destrucción acelerada de aquello que fuera mero imaginario de una falsificación o sensación verdadera de una seguridad práctica de orden y progreso que predominó durante algunas pocas décadas, o permitió al menos, que se hablara de ello. Hoy día es innegable el retroceso de la guagua, como dice Juan Luis Guerra, la haitianización de este país –colonia– que dirige con toda intención el imperio norteamericano con la ayuda de una administración que sigue hablando de sus aspiraciones a la estadidad mientras el imperio lo destruye y la gente opta entre la droga, el exilio, el suicidio, las masacres, Maripily o Alomar.

Vivimos en una sociedad drogada por la publicidad y la irrealidad,
esquizofrénica.

Si le permitimos al gobierno y al imperio continuar con su política de desmantelamiento y depauperización, lo perderemos todo. Los índices económicos nos colocan hace tiempo al lado de Haití. La realidad social que veremos en la calle lo hará también en pocos años.

Los ingleses, al abandonar la India, se llevaron hasta los mármoles con los que construyeron los palacios imperiales de la India. Los norteamericanos se lo llevarán todo del mismo modo. Su compromiso con el bienestar de los puertorriqueños no existe. No existió nunca. Algunos me preguntan por qué yo vinculo a Obama con lo que hace Fortuño, como si ignoraran que en una colonia manda el colonizador. No se mueve una hoja en Puerto Rico sin la voluntad del imperio.
No existen autoridades federales en Puerto Rico. Nunca existieron. Han sido siempre autoridades coloniales. He ahí, al desnudo, la esquizofrenia. No hace falta llegar a la “ciudadanía común” para merecer electro-shocks.

Aquellos que piden la estadidad mientras ven cómo se destruye la Universidad, la escuela, la salud, mientras ven el acelerado empobrecimiento del país, mientras ven cómo el FBI asesina ante las cámaras de televisión, con absoluta impunidad a Filiberto Ojeda Ríos o a quien quieran, tendrán, más tarde o más temprano, que reevaluar sus prioridades y sus lealtades.


Marcos 
Reyes 
Dávila

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