viernes, 29 de octubre de 2010

Miguel Hernández paradigma contra el fascismo



MIGUEL HERNÁNDEZ:
paradigma de la lucha contra el fascismo     


(Eutimio Martín. "Oficio de poeta. Miguel Hernández." 
Madrid: Aguilar, 2010, 700 págs.)
                   
Para José Manuel Maldonado
y Carmen Hilda Cordero,
en la certeza del canto del amor y de la ausencia.

        (La conferencia se leyó en una actividad celebrada 
en la Casa Aboy el pasado jueves 14 de octubre, 
por mi hermano, Manuel Reyes Dávila. 
No pude asistir a la misma por motivos de salud.)

Tanto la vida, como la obra misma, del poeta español nacido en Orihuela, comunidad de Alicante en el Levante, son paradigmas de la lucha contra el fascismo europeo en la primera mitad del siglo XX. Acaso no haya otra figura en España, ni siquiera el desafortunado Federico García Lorca, que tenga una vinculación más transparente y sobresaltada que Miguel Hernández. El centenario del natalicio del poeta que conmemoramos en estos días, y los casi 75 años que van desde el inicio de la Guerra Civil Española, configuran la ocasión propicia para rememorar, como un augurio nefasto, las peripecias de lo que fue, sin duda, uno de los grandes acontecimientos del siglo XX, acontecimiento que si bien parece haber quedado en el pasado remoto, no solo no lo está, sino que toca las puertas de nuestros días, ahora mismo, hoy y aquí. El caso del Juez Garzón, procesado en España por pretender investigar los crímenes cometidos por el fascismo franquista, los restos perdidos de Lorca y los innumerables cuerpos que yacen en sepulturas colectivas y anónimas por toda la península, dan fe de ello. Como lo da cada día, a diente desenfundado, las acciones que legisla y ejecuta el gobierno de Puerto Rico.

Mi presentación de esta noche parte de la reseña que escribí sobre la biografía del poeta publicada en España hace unos meses por Eutimio Martín con el titulo de "Oficio de poeta" (Aguilar). De su lectura se desprende de manera inequívoca que no hay impugnación más rotunda, más llena de rayos que no cesan, de la brutalidad criminal y fascista del franquismo, brutalidad ejercida con la más íntima y estrecha complicidad de la Iglesia Católica, que esta biografía de 700 páginas  de Eutimio Martín sobre Miguel Hernández, el poeta condenado a tres años de muerte por el régimen franquista.

Eutimio Martín logra escribir un libro que expone con absoluta claridad las penosísimas circunstancias de la vida de este celebrísimo “poeta-pastor” de Orihuela. Hablo de “circunstancias” porque su autor se extiende bastante en la vida española en esta región, la de antes de la guerra y durante la guerra. De la posguerra lo necesario, pues el poeta muere apenas tres años después de terminada la misma, producto de una ejecución lentísima, pero inexorable, en pleno auge del fascismo europeo y de la Segunda Guerra Mundial.
Sin comprender estas circunstancias imperiosas de la vida española, especialmente para los campesinos y pastores –pues debe comprenderse que el fascismo es una ideología de clase–, no es posible comprender ni la vida ni la obra del poeta. En este renglón Martín expone con documentación irrefutable como se traduce en el día a día la imagen infausta de un pueblo aplastado literalmente por un gigantesco seminario en lo alto del peñasco al que se arrima la comunidad de Orihuela. En ella la Iglesia Católica, fundida a la clase terrateniente como las dos caras de la misma moneda, es todopoderosa. Ella inculca inculpando la obediencia y la resignación al pobre a la vez que inculca, con mimos al poderoso, su derecho a prevalecer. El trabajo sufrido, sin paga, era –y quiere volver a ser– según la Iglesia parte del orden divino que predispone al pobre a sufrir hambre para ganar con ese suplicio el reino de los cielos. Ésa era parte de la doctrina oficial del “sindicalismo” católico. De ahí viene el Opus Dei.

Miguel Hernández nace y crece dentro de este orden asfixiante y desquiciado. Su única opción de educación la ofrece el seminario de los jesuitas que para su bien recibe entre los nueve y los quince años. Aunque Martín intenta desprenderse del mito del poeta-pastor, a mi juicio no lo consigue. Quizás, todo lo contrario, pues el biógrafo no deja de reconocer que Miguel no logrará nunca reponerse del desprendimiento a la educación en el seminario que le impone por la fuerza su propio padre convencido de que “hijo de cabrero, cabrero”. 

Ello explica también la naturaleza de su relación con un José Marín, conocido como Ramón Sijé,  joya plenamente adaptada a la doctrina jesuítica y, por eso mismo, paradigma exitoso del hombre de letras de Orihuela, entregado a la Iglesia y los poderosos. La relación entre este orden divino y el fascismo que se erige por toda Europa, fascismo que llevará en España la “camisa azul” de la Falange, hace de Sijé, el de la célebre elegía, un personaje que atribula y lastima. Miguel, que vivía asfixiado dentro de ese mundo esquizofrénico, no tuvo más remedio que vivirlo en un pacto con él, mas no dejó de buscar la manera de escapar a Madrid. Así lo hizo.

Tuvo muy serias dificultades de adaptación en Madrid. Miguel no había sido educado en las maneras aburguesadas de los señoritos que se dedicaban a las letras –fuera Bergamín o fuera Lorca o Alberti–, pero la mayor parte de los escritores tuvieron que rendirse pronto ante su vena poética genial y su pasión irrefrenable de vida. No obstante, casi inédito, y con una obra que rinde culto al dogma medieval del catolicismo retrógrado, el hambre lo oprime en su primer intento en Madrid y lo fuerza a volver. En esa época los impulsos vitales lo desesperaban. Martín expone con mucha claridad la naturaleza críptica de los versos de esta primera época hernandiana centrada en los temas escatológicos, rústicos, carnales y terrenales  de su “Perito en lunas” y las urgencias sexuales insatisfechas de “El rayo que no cesa”.

A su vuelta a Orihuela, Miguel, ya con ansiedad de hijos, busca mujer, pero busca además como vivir de su don del verso y la palabra en una comunidad saturada de sotanas. A la demanda paterna de las cabras, Miguel le opone su anhelado oficio de poeta. Tanto la banca como el gobierno y los contados medios de impresión están bajo el control de la iglesia. Hugh Thomas señala en su famosa historia de “La guerra civil española” (Barcelona: Grijalbo, 1976, 2 t.) que en 1912 la Iglesia Católica controlaba un tercio del capital del país (I, 73), dato del que se desprende ipso facto que en el catecismo de 1927 se establezca que era pecado votar por un candidato liberal y que la Iglesia hiciera campaña a favor de los conservadores de la riqueza y de las tierras.

Miguel se allana a la realidad ineludible produciendo para ella poemas y un auto sacramental extraordinarios. Se presenta ante sus ojos, seguido de una admiración hacia Federico García Lorca que habría de jugar un paso determinante en su vida, la intención de abrirse paso en el teatro. A su regreso a Madrid las tensiones sociales y políticas se han ido acentuando. Cayó la monarquía, y la república intenta levantarse sobre un medio social marcadamente hostil.

Asombra la fácil aceptación y acomodo que logra el poeta, en su segunda visita a la capital, entre las figuras más altas de la cultura de España. Miguel, que en algún momento de confusión transitoria se describe a sí mismo como una mezcla de fascista y comunista, ha iniciado un desplazamiento ideológico que ya no tendrá vuelta. Es, no obstante, a juicio de Martín, el asesinato de Federico, lo que decide la incorporación, del poeta que no quiere ser pastor, en la guerra civil ya iniciada. En ella Miguel se convertirá, de “comisario de guerra” comprometido a animar e incentivar la lucha, en “el poeta de la guerra” civil. Su punto de vista va más allá del dominio de la ideología política que la anima: Miguel tiene en los trabajadores y campesinos su origen, de manera que él puede, mejor que nadie, ser su portavoz. Es al calor de esa lucha que nace “Viento del pueblo” y su teatro de guerra. Más tarde, cuando apriete la guerra y la situación se torne más desesperada, escribirá los poemas más sombríos que épicolíricos de “El hombre acecha”.    
   
La guerra civil española fue, como se sabe, una guerra mundial en escala reducida. Todas las fuerzas que entrarán en la contienda participan ya en alguna escala en los acontecimientos peninsulares. Como se sabe, tanto Alemania como Italia proveyeron de recursos militares a los rebeldes. La aviación nazi bombardeó ciudades republicanas y un ejército italiano de sobre 100 mil hombres atacó en diferentes zonas. Portugal también proveyó colaboración a las tropas de Franco. Pero lo que no se señala suficientemente es que incluso los aliados de la república española, a excepción de la Unión Soviética que problematizó terriblemente su aportación, no solo no ayudaron ni asistieron a la república ignorando los tratados habidos, sino que ayudaron al sector rebelde. Los ingleses le facilitaron las comunicaciones desde el peñón de Gibraltar y los Estados Unidos le vendieron combustible a las tropas de Franco.

Al terminar la guerra civil asistimos al periplo más lastimoso de la vida de Miguel Hernández. Además del viacrucis impuesto al célebre poeta de la revolución por el régimen franquista que le fue inmisericorde, Martín expone con abundante documentación la naturaleza de la represión descontrolada que practicó Franco contra el pueblo español con la colaboración plena de la Iglesia, no sólo en la persona de sacerdotes y obispos, sino de la institución representada por las entidades de más alto rango, incluido el Vaticano. El papa Pío XI hablaba del odio “satánico” a Dios de los republicanos (Thomas, I, 452).

En mi época de estudios en la UNAM tomé varios seminarios de posgrado sobre muchos de estos poetas. Como hice mi tesis de maestría sobre León Felipe, leí bastante sobre la guerra civil, incluyendo los dos tomos de su historia escritos por Hugh Thomas. Sabía pues, desde hace mucho, que al medio millón de muertos que calcula Thomas, sólo 200 mil murieron como resultado directo de las acciones de guerra. Eso significa que 3 quintas partes murieron de hambre, torturas y ejecuciones. Si a eso se le añade que cerca de 300 mil se fueron al exilio, el total de bajas de la guerra suma alrededor de 800 mil personas (II, 993). No del todo carente de razones hablaba Dámaso Alonso al comienzo de su libro, "Hijos de la ira", de que Madrid era una ciudad de un millón de muertos.

Los datos que encuentro en el libro de Martín me resultaron, aún así, escalofriantes. El sadismo ejercido por las autoridades militares-eclesiásticas sorprendió a los propios nazis. En el penal de Córdoba nada más, y sólo en el año 1941, murieron 502 de hambre. Los delitos atribuidos se legislaron a posteriori de los hechos, es decir, que las violaciones a las leyes se aplicaron de manera retroactiva. Si usted era una persona honesta que exhibió una conducta ímproba, era por eso más peligroso. Si usted conocía a los asesinos, era ya uno de los asesinos. Si usted confesó, después de quemarle los senos, merece la muerte. El delito era simultáneamente pecado, y el pecado, delito. La Inquisición medieval había sido restituida.

En el 1939 el 10 por ciento de la población de Madrid estaba encarcelada. El estado no le proveía alimentos a los presos. Solo en un año, de mediados del 39 al 40, asesinaron sólo en Madrid unas 200 mil personas. Un cálculo sencillo, según Martín, permite establecer una norma de cerca de cien fallecidos por día. En Valencia se halló en el 2008 una fosa común con más 24 mil cadáveres, entre ellos, alrededor de 600 niños. La Iglesia Católica, asombrosa y significativamente, nunca hizo denuncia ni señalamiento alguno ante tales atrocidades. Al contrario, curas de negra sotana participaban a veces en las ejecuciones. El gran dolor de cabeza de la Iglesia era establecer si los reos condenados a muerte tenían derecho al sacramento de la extremaución, pues el dogma lo dispone para personas moribundas. Se concluyó, por tanto, que se les aplicara, si hubiera oportunidad de así hacerlo, “después de la primera descarga, antes del tiro de gracia” (546).

Miguel Hernández tomó al principio con muy buen talante su encarcelamiento. Se dedicó a tapar las penas que sufría y a ofrecer un punto de vista optimista, casi turístico, a quienes lograron verlo. Se las arregló para estudiar francés, inglés y matemáticas. Gustaba de cantar, canciones propias y ajenas, de franco corte popular, para sí mismo y también para alegrar a los compañeros. Empero, el frío, el hacinamiento y el hambre lo hicieron presa de un tifus intestinal y una tuberculosis pulmonar aguda. Abundaron los esfuerzos de amigos y familiares para que se le aplicara a Miguel el derecho al tratamiento sanatorio reglamentario. No lo consiguieron sino hasta unos pocos días antes de su muerte, cuando su cuerpo ya no toleraba el traslado. Lo importante de esta muerte contemplada en frío, pues Miguel pasó meses viendo salir a diario litros de pus de sus pulmones a través de un catéter, es que a Miguel se le ofreció la libertad –por lo tanto, la vida misma– a cambio de manifestar su adhesión al régimen franquista: y la rechazó. Prefirió el hambre y la asfixia.

Con dificultad fue redactando los poemas, póstumos, de su celebradísimo “Cancionero y romancero de ausencias”. En estos poemas el verso inicialmente barroco de Miguel, y luego épico-lírico, depura y destila hasta la desnudez sus agonías y sus sombras. Así como antes fue voz del pastor y del hombre de la tierra, y más tarde el portavoz de la república en armas y de los trabajadores “rojos” revolucionarios, ahora será el portavoz de toda una nación de encarcelados en las prisiones franquistas. No son “ausencias” sólo de Miguel, sino las “ausencias” y desdichas de todo un pueblo todavía insepulto, aunque bajo tierra, pues todavía están sellados los documentos de los procesos demenciales. La sola idea de abrirlos anega aún de espanto al pueblo español, víctima, aún, de la represión del franquismo católico.

Y razones para tanto pavor no huelgan. El fascismo sigue vivo en Europa porque el neoliberalismo es la fuente de su fuerza. Ese neoliberalismo que, de un modo allá, y otro al otro lado del Atlántico, repercute con la misma idea fascista del desprecio de clases, de la idea del derecho a explotar a los más débiles, a vampirizar el salario de los trabajadores. En Puerto Rico, el PNP de camisas azules como la Falange, lo etiqueta “such is life”. Con esa ideología el pueblo se empobrece hasta la miseria mientras crece la opulencia de los senadores y “empresaurios” del gobierno.

Anotemos, ya para terminar, que así como no deja de señalar Martín que “es
difícil encontrar en la historia de la literatura española un autor enfrentado a circunstancias más adversas”, particularmente el hambre y la “miseria afectiva” (660), como Miguel Hernández, tampoco, concluye Martín, “ningún escritor ha ejercido con mayor dignidad el oficio de poeta” (662). Libro duro, como una pedrada o un rayo, mas no es ajeno al milagro de contemplar como el fuego hace del carbón un luminoso diamante.   

El Comité de Puerto Rico “Miguel Hernández: Año Hernandiano”, continua las actividades de conmemoración del centenario del poeta. A principios de noviembre, presentará en Orihuela un espectáculo que se creó como ese motivo. Mientras, sigue la venta del libro con dos discos compactos que se realiza con el fin de llevar a nombre de Puerto Rico este homenaje a uno de los poetas más singulares y trascendentales de la historia de España. Y de la América Nuestra.

Sus ojos, dicen los testigos de su muerte, pescadores de deslumbramientos de toda suerte, nunca se cerraron. 
Marcos Reyes Dávila
Catedrático UPR-H
Director
Revista EXÉGESIS

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