martes, 14 de septiembre de 2010

Mari Brás era Alfonso BeAl de los CAL

"Mari Brás convierte su propia muerte en un 
golpe audaz por la libertad de Puerto Rico."

Juan 
Mari 
Brás:
      es Alfonso BeAl


 

La noticia, revelada por Juan Raúl Mari Pesquera, hijo de Juan Mari Brás, durante el sepelio de su padre, celebrado el día del natalicio de Pedro Albizu Campos en Mayagüez, me ha sobrecogido.
    Nacido en el 1952, entré a la Universidad de Puerto Rico en el 1969. El doce de septiembre de ese año, según creo, se celebró en el teatro del Recinto de Río Piedras en la noche un acto en conmemoración del natalicio de don Pedro. Allí desfiló la plana mayor de la lucha anticolonial, y allí escuché de frente, por vez primera, como quien asiste a una antología viva de patricios, a don Juan Antonio Corretjer, el joven Rubén Berríos que le siguió, y también a Juan Mari Brás. Según revela ahora su hijo Mari Pesquera, es en esos años, poco después de la muerte de Albizu Campos (1965), alrededor del centenario del Grito de Lares del 1968, que Juan Mari Brás decide hacer también lucha armada clandestina contra el imperio. La particularidad en la ejecución de esa lucha, es que –aparte de que no es su única vía de lucha, sino sólo una más de un abanico de acciones en diversos frentes y maneras– que no se atentará contra la vida de nadie, y que se defenderán las luchas sociales y sindicales de la represión, a tono con una visión del problema colonial que incluye la lucha de clases.

    Me sobrecoge la noticia por muchas razones. Primero, se me dificulta conciliar a Beal con la figura de aquel abuelito simpático que yo conocí y traté mucho después, cuando se había alejado ya de la dirección de organismos políticos, atendía la cátedra y su periodismo político infatigable, y además, buscaba o creaba puertas para iniciar por otros lados nuevas formas de lucha. De muchacho adolescente, recuerdo tener miedo de él. La propaganda colonial es poderosa y me alcanzó de niño. Mas el hombre que tenía ahora ante mí era el que había llorado ante los restos de doña Carmen Rivera de Alvarado, ante la tumba de su hijo, y vivía cumpliéndole a sus amigos las deudas del cariño que nunca terminan de pagarse. Eso recuerdo de su relación con Julio César López cuando me fotografié a su lado durante la presentación de un tomo de las nuevas obras de Hostos en el 94, recuerdo que me viene a la cabeza al ver el video por internet de Marta, su esposa, saludando, uno a uno, a los presentes en el sepelio.
    Un congreso internacional de educadores declara a Juan Mari Brás maestro ejemplar. Ha publicado varios libros, entre ellos, una parte de sus memorias. Ha estado en los medios luchando por renunciar a la cuidadanía norteamericana y buscando que los tribunales reconozcan su ciudadanía puertorriqueña, cosa que finalmente consigue casi con carácter de excepción, pues el imperio quiere cerrar la puerta a las renuncias.
    En años más recientes, apoyamos una solicitud para que la administración universitaria le concediera a don Juan la Cátedra de Honor Eugenio María de Hostos. Antes, en el 2004, le habíamos organizado un homenaje, a nombre de la Revista EXÉGESIS, como hostosiano fuera de serie. Y publicamos un número cuya portada se ve desbordada por su rostro. La última vez que lo vimos fue en la presentación del libro que escribió durante la Cátedra Hostos y que presentamos en la Universidad de Puerto Rico en Humacao. Eso fue el año pasado...
    La muerte de don Juan, y la revelación de Mari Pesquera, nos sacuden la alfombra de los pies. Recordamos viejos titulares que hablaban de los Comandos Armados de Liberación, los CAL. Recordamos otros. Recordamos acciones llevadas a cabo en Puerto Rico y en Estados Unidos. Recordamos entrevistas al líder clandestino de los CAL, autodenominado Alfonso BeAl, por Betances y Albizu. Una búsqueda célere en internet nos pone delante de un artículo escrito por Michael González Cruz sobre “La lucha armada clandestina (1960-1999)” que nos ubica, con perspectiva histórica, la aparición de los CAL, después del MAPA guevarista y anterior al MIRA y los Macheteros. Según un comunicado difundido en el centenario de Lares, donde estuve, desde el 1967 habían comenzado acciones contra los intereses el imperio, y se responsabilizaban por ataques efectuados contra esos intereses, que incluyen a la famosa CORCO de Peñuelas-Guayanilla, la lucha contra la mafia turística del Condado, la base Ramey y la base Rooselvelt Roads, pero nunca “causaron pérdidas humanas con sus acciones”. En cambio, cada puertorriqueño muerto en una guerra del imperio, es un asesinato de Estados Unidos.  
    El nombre Alfonso BeAl no contiene ningún lexema alusivo a Hostos. Como sabemos, Juan Mari fue toda su vida un estudioso y seguidor de Hostos, y fundó movimientos hostosianos para instrumentalizar las fuerzas de los poderes civiles. Al rendir su último suspiro, Juan Mari Brás estuvo más cubierto, ante los ojos de los demás, al menos, por la sombra de Hostos que por la de Albizu o la de Betances.
    ¿Desmiente o desnaturaliza la revelación de Mari Pesquera esta atribución?
Me parece, que en modo alguno. Las luchas por la libertad de Hostos pasaron por muchas etapas, siempre revolucionarias. Hostos inició su lucha por la libertad, –y, a diferencia de Martí– la libertad de las Antillas todas, no sólo de Puerto Rico, a través de una guerra de ideas librada en una infinitud de medios periodísticos de la que no se alejó nunca, y también de una revolución política republicana y federalista. Se trataba de convertir las explotadas y abusadas colonias de ultramar en provincias federadas de una república hispánica. El triunfo de la Revolución Septembrista en España que dio al traste con la monarquía española no se tradujo en los cambios políticos anticipados para las Antillas. Ante los ojos de Hostos, sus correligionarios triunfantes se retractaron y faltaron a sus compromisos políticos. Hostos opta entonces por buscar la libertad a través de la lucha armada, y para lograrlo emigra a Nueva York, donde está el grueso de la emigración antillana organizada planificando la guerra de independencia de las Antillas. El grupo más organizado y fuerte es el cubano, pero el liderato quiere la anexión a Estados Unidos. Hostos no transige con la idea y sale en su famosa peregrinación al sur a buscar apoyo en los países recién independizados apelando a Bolívar y a los héroes de la independencia, y reclamando que la agenda bolivariana de libertad está incompleta sin Cuba y Puerto Rico.
    Al regresar de su peregrinación se une a Betances, e intenta prender la guerra de diversas maneras. Se embarca incluso, como soldado, en una expedición dirigida a Cuba que naufraga antes de llegar. La Paz del Zanjón, es decir, el fin de la guerra, le impide seguir los planes de guerra armada. Entonces, recurre a educar los auxiliares de su afán, sus cuadros de oficiales, en la República Dominicana. Durante veinte años Hostos educará generación tras generación, primero en Dominicana y luego en Chile. El reinicio de la guerra en Cuba bajo el liderato de Martí lo mueve a la lucha directa nuevamente. Pone su posición en Chile y su prestigio internacional a los pies del Partido Revolucionario Cubano por más que amenace el embajador español y le llame la atención el presidente de Chile. Al acercarse los acontecimientos que llevaron a la invasión norteamericana, Hostos, al igual que Betances, ve el peligro y la oportunidad. Renuncia a todo y regresa al teatro de guerra de las Antillas. Interviene, como ya se sabe, en la Comisión de Puerto Rico ante las autoridades invasoras, el Congreso y el mismo Presidente de EUA. Pero, además, crea la Liga de Patriotas para educar a los puertorriqueños de los derechos que los cobijan bajo la constitución norteamericana, especialmente, el derecho a plebiscito. Esta vez, lejos de las armas, Hostos experimenta con los poderes civiles, al margen de los partidos, y pone a prueba el Derecho Constitucional de Estados Unidos. La Constitución le prohíbe tener colonias, pero el imperio pisotea su propia constitución cegado por el poder y la ambición de riquezas. Entonces, Hostos vuelve al exilio una vez más, donde encuentra ya la muerte.
    Al repasar esta relación de hechos, esta búsqueda de medios y brechas, este batallar que se adapta y recurre a todos los medios, pienso en la vida de Juan Mari Brás. Pienso en Juan porque veo la sombra y la huella de Hostos en cada paso, en cada etapa. Conocer ahora su identidad oculta de Alfonso BeAl lo engrandece ante mis ojos de manera inconmensurable. 
    Creo que si de algo tiene conciencia quien adopta el nombre BeAl, es de ser parte de una tradición de luchadores, de un río de la historia más que centenario que se alimenta sembrando, renovándose y relevándose. Al morir, sin ser descubierto, tuvo don Juan su éxito más notable, pues demostró que es posible luchar clandestinamente, luchar sin ser descubierto. No es una fatalidad en esta lucha nuestra caer asesinado por el FBI como Filiberto Ojeda Ríos.
    Sabía don Juan que esta carrera de relevo no termina hasta llegar a la meta,
que es la soberanía y la libertad de un pueblo que se pondrá de pie, con identidad propia y plena dignidad, ante los ojos del universo. En la carrera, quiéralo usted ver o no lo quiera, estuvieron tatarabuelos nuestros, abuelos, padres, como estarán también, quiéralo usted, o no lo quiera, hijos, nietos y tataranietos, hasta el fin de los tiempos. Un pueblo es como las arenas del mar y las estrellas del cielo. Nunca termina.
    Don Juan, premeditadamente, ha convertido incluso su propia muerte en un acto, un golpe, una aportación audaz a la lucha por la libertad de Puerto Rico.

     Grande, y aún más inmenso, me resultó ser el abuelito amable!

Marcos 
Reyes 
Dávila

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