domingo, 19 de septiembre de 2010



El verdadero
BICENTENARIO
de la Emancipación 

de Nuestra América


País por país, capital tras capital, desfilan ante los medios de comunicación,
de un tiempo acá, las celebraciones del bicentenario de la emancipación de Nuestra América. En realidad, la historia de estas celebraciones no puede ser más controvertida ni cuestionable. En las últimas versiones hemos visto parte del lucidísimo desfile que recorrió la famosa plaza del Zócalo frente al Palacio de gobierno en la capital azteca y también las columnas de humo con los colores patrios que dejaron a su paso los aviones en Santiago de Chile.

    Chávez, en Venezuela, tuvo la ocurrencia de desenterrar y mostrar los restos de Bolívar y de transmitirlo con música solemne por televisión. A pesar de la visión tristísima de los míseros huesos de su gloria, no dejó de sacudirnos la contemplación tangible, material, concreta, de uno de los hombres más extraordinarios de la historia del planeta, que de haberlos visto Martí, en lugar de la mera estatua, al llegar a Caracas, no podemos imaginar qué más hubiera hecho.

    En algunas capitales se han celebrado actividades académicas que ponderan la significación del hecho histórico y de la manera como repercute o se degüella el pescuezo ante la historia del desarrollo de lo que hicieron los independentes con su libertad proclamada y con la realidad social que ha venido a mal ser doscientos años después. Gabriel García Márquez, a pesar de la iluminada visión de sus cien años de soledad, se quedó escuálido, desnutrido, ante una realidad que parece a veces más próxima a los fantasmas de la Comala de Juan Rulfo.

    La Revista EXÉGESIS quiso adelantarse a las actividades para intentar proclamar ante los países de Nuestra América la ausencia de Puerto Rico, y la agenda inconclusa de Bolívar y de sus herederos.

    Toda la historia de esos doscientos años mal habidos, en cierto sentido, ha estado también, cierto es, atravesada por doscientos años de lucha continua por alcanzar la verdadera libertad de nuestros pueblos. Una espada ardiente y ensangrentada atraviesa cada año nuestro como pedazos de carne al pincho. Si bien ha sido un bicentenario de marginaciones de las grandes mayorías, de opresión y explotación y abuso, de dictaduras sangrientas saturadas de desaparecidos, también ha sido una historia de reivindicaciones, triunfos populares, revoluciones insólitas, canciones de gesta.

    La mala fortuna ha sido la que persiguió la ruta de las liberaciones desde la víspera de las emancipaciones: la independencia de Estados Unidos no significó para los demás pueblos de América un aluvión, un derrame, un tsunami de emancipaciones porque la nueva república hizo cuanto pudo para frenarlas, hambrienta de reservar sus riquezas para ella, y de consumirlas luego, como lo ha hecho. Esa fue la historia que vivió el precursor Miranda, y luego Bolívar. Esa ha sido la historia nefasta de Cuba y de Puerto Rico, cuyas libertades vetaron los presidentes de Wáshington. Esa ha sido la historia de la United Fruit, de las minas, el petróleo y de cuanta riqueza repartió la naturaleza bajo nuestras plantas. Ello unido al sentido de dignidad de nuestra gente que la ha hecho presa fácil de los engaños, mentiras y traiciones de los poderes occidentales todos, principalmente, los estadounidenses.
    Eduardo Galeano, la lúcida conciencia que desde el Uruguay irradia la historia convertida en poesía, ha señalado recientemente en una entrevista lo siguiente:

    “Las generalizaciones corresponden a una visión de nuestra realidad, la latinoamericana o del sur del mundo, que el norte tiene. Los débiles, cada vez que intentan expresarse o caminar con sus piernas, resultan peligrosos. El patriotismo es legítimo en el norte del mundo y en el sur se convierte en populismo o, peor todavía, terrorismo. Las noticias son muy manipuladas, dependen de los ojos que las ven o el oído que las escucha. La huelga de hambre de los indios mapuches en Chile ocupa poco o ningún espacio en los medios que más influencia tienen, y una huelga de hambre en Venezuela o Cuba merece la primera plana. ¿Quiénes son los terroristas?”
(Entrevista a Eduardo Galeano hecha por Oscar Gutiérrez y publicada en El País, 19-09-10.)

    Las justas celebraciones del bicentenario de la emancipación son, para mí, la proclamación histórica, grabada en el diamante indestructible de la sangre de millones de ilusos, de una promesa de libertad que es necesario luchar cada día porque los poderes del norte la sabotean y la sabotearán hasta el fin de los tiempos. En nuestras manos está la opción de dejarnos caer en la fatalidad y la esclavitud de la renuncia, o de mantenernos en la lucha cada día, dignamente humanos, conscientes de que la libertad se vive en el esfuerzo y nunca en un certificado de papel.

    Al desfile majestuoso de México se le oponen las matanzas de los carteles de
la droga que colombizan al país. Una de ellas, nocturna, con cuerpos decapitados que cuelgan, me estremece la memoria cada día. Asimismo ocurre con el bicentenario de Chile, que más que en esas estelas de humo con los colores patrios, se celebra en la oscura profundidad de los mineros sepultados en vida y en las luchas de los mapuches.

    Y en Puerto Rico, resistiendo. Resistiendo. Resistiendo. 
   

Marcos 
Reyes 
Dávila
 

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