viernes, 12 de febrero de 2010

Estela Marina

Estela Marina

                 Para Tainahíl,
                                    eternamente.


Quisiera pensar,
ninfa de mis fuentes,
que yo fui tu Leonardo.

Y que con un pincel henchido de ternuras
tracé esos nardos de tu imagen
sobre el lienzo del vientre de tu madre
solo para darte con ello
la placidez invicta de esa sonrisa tuya
que se te escurre y esparce
como el agua entre las rocas.

Sí. Fuiste hija de las aguas más puras,
hija de la altura mayor
de un volcán incandescente.
Hija fuiste de la transparencia del amor,
de ese amor que no sabe contenerse.
O quizás, algo así también,
como la estela marina
que trazara el pincel de Monet
en un estanque de lirios de agua.


Mas eres mucho más
que óleo sobre lienzo
Yo te vi nacer
hija de ese sueño que arrullé
entre las rosas del convento de su vientre
y sobre las aguas del bosque de Chapultepec.
Yo te vi yacer
arrugadita
sostenida por la bata blanca
igual que el capullo de una mariposa.
Y me miraste
ya
con el ceño arrugado
justo arriba de ese chocolate derretido de tus ojos
que han sido el dulce preferido
de mis días descalzos
mientras me anunciabas
con dos deditos sobre el corazón
la V de la victoria.
No la Victoria de Samotracia
sino la nuestra,
anticipo de tu vida emplumada
y de esas alas que poblaron
por siempre mi cabeza.

Estela Marina
era tu nombre,
el nombre con que te bautizaron los caminos.
Y si son míos los pasos de tu infancia
son tuyos los míos desde entonces.
Nunca te confundí con los conejos
ni con las almohadas.
Ni con los alimentos de la despensa
donde te escondías
ni con los sillones donde te encontré
hundida en el paladeo de la risa
ni con la casita de sábanas
donde me alojabas
o los papelitos de colores de tus bolsas.

Prendado como un beso
se me quedó el primer nombre que me diste.
Pues eres algo así
como el camino que transito cada día
o como un pozo en medio de la casa
como un refugio con techo de dos aguas
como una flor que esparce el viento
un rebaño de chiringas que pespunta un cielo claro
la torre más alta del Yunque
o la pura transparencia de las aguas.

Allí, en la cima de El Yunque
descubrí tu zodiaco
en el regocijado
petroglifo taíno de las aguas.
Esa contelación de tus pasos
a través de mi vida
es la crónica estrellada
que canta la historia de mi niña
ahora laberinto de mujer
con su propio camino
escrito paso a paso
y letra a letra
con tus propios pinceles y papeles
en la estela marina
que acredita para siempre
el libro de mi vida.

Para mí,
que puedo mirarte el libro entero,
paso a paso
y letra a letra,
desde la promesa
hasta el obsequio envuelto,
serás por siempre
algo así
como ese lirio de agua
que reposa tranquilo
en el estanque de Monet.
Mariposa de la tarde
colibrí de las mañanas
o el infinito alumbramiento de la cascada.
La seda acogedora
que sólo deletrean las ternuras.
La epifanía, en fin,
de esa hada con alas
que en mi sueño de niño me acunó
–¿me acunabas ya tú?–
sobre las letras de un libro,
las letras del libro de mi vida.
            
                        Marcos Reyes Dávila

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