Mamá Sarah dice Miguel
yo te quería
La memoria tiene piel
cuando alozana.
Inmune a las arrugas
Sarah dice Miguel,
yo te quería.
La siesta ha sido larga.
Y me disculpo si hasta puedo,
que veces hasta la hora se ahoritita.
Pero siempre afloran mulliditos los recuerdos
y el jardín nos llama
apalabrado de hojas y verdes enterezas.
Ni allí ni a tu allá
se esconde esa luz sin calendario
que ni tiene sombra
y se desliza sobre todo sin vergüenza.
Como el agua.
Que nada puede con la fuerza de tus manos.
Que te dije hola por error y sin quererlo
porque llegas que aquí estabas
bailando sentada y desgranando
tu presencia de páramo
abierto de ventanas.
Me olvidé
de que ni aun la piedra te acalla
ni te puede.
Que no hay antes.
Ni se puede desalojar la luz de la noche
ni mañana.
......
Pero a veces el tiempo se retarda.
Y enmudecido
parece que el cariño se aorilla de rodilla,
que el esternón se toma el aire muy en serio
como los ahogos de una vela.
A veces el tiempo se borra
o se desvela sin herida.
A veces la memoria se hace piedra
y sin embargo se humedece.
A veces se pone triste el café
oscuro y tierno,
y espera inútilmente frío
tus labios sin tormenta.
A veces se va,
se acorta,
se quiebra lo que miro.
A veces el celaje se instala
como la pedrada ingrata del vacío.
A veces no sé de dónde viene.
No sé cómo se aroman las orquídeas.
No sé cómo pasa lo que pasa
ni cómo se posa tan leve
sobre el cariño sobre el día.
A veces se viene como de golpe.
Como se desgrana hasta la gana.
A veces se inflama
de flama azul esa nostalgia.
A veces no puedo lo que quiere.
A veces se me desnuda letra a letra
y el nombre no esconde ni enmudece.
A veces detrás está la puerta
y se esconde lo que asoma.
Y estás mirando otra vez
con regocijo,
con ese amor saturado
de inútiles adioses,
dulcemente preso de su muelle.
Ese amor sin tránsito,
el que abriga la luz
cuando todo se me brota,
cuando el pajarito le dice a mi sorpresa
que aquí estás mirando detrás de los minutos,
que siempre la unción fruta en cada mano,
que siempre tibia suave,
como queriendo la caricia descampada.
Esa primera,
esa primera que no acaba
sin temor a la piedra derrotada.
Esa primera,
y esta,
invencible y sin descanso.
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
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