miércoles, 14 de mayo de 2014

Marcos Rodríguez Frese - In Memoriam



Marcos Rodríguez Frese: 
          para llorar tu nombre
 
                         Para llorar mi nombre”, MRF


Pido disculpas, antes que nada, a Marcos Rodríguez Frese, porque aunque él
previera, en unos versos, que tendría con el asuntito de su propia muerte “un pacto de silencio”, nos sentimos, todos, en la necesidad de romperlo. Porque el duelo que se guarda en silencio quiebra el cántaro del pecho; porque el dolor, como el amor, no puede contenerse; porque Marcos fue palabra peregrina; y porque, como bien dijo el propio Marcos: “no nos consuela el llanto”... A Marcos, hay que cantarlo.

Recuerdo que, en algún momento de 1990, Vicente Rodríguez Nieztsche se comunicó conmigo para pedirme que hiciera una antología de la poesía de Guajana. Quería publicarla en el 1992 con motivo del trigésimo aniversario de la revista. En ese momento, hace casi 25 años atrás, no estaba definido aún con certeza quiénes constituían el grupo Guajana. En la antología que preparé, redacté un prólogo, producto de una investigación que me fue necesaria realizar para poder concebir los límites y el contenido del trabajo. Era imprescindible definir con la mayor exactitud posible quiénes constituían el grupo Guajana y a quiénes tenía que antologar, pues en la revista publicaron casi un centenar de poetas.  El número final de Guajana se publicó en septiembre de 1982, como un número extraordinario preparado con motivo del vigésimo aniversario. Aunque desde fechas muy tempranas muchos de ellos comenzaron a publicar sus propios libros, hubo siempre una voluntad muy firme de mantener una identidad de grupo. De manera que era imperioso definir ese grupo. Ese es parte del motivo que dirigió la investigación que se refleja en el prólogo.

Desde entonces, es decir, desde ese libro, titulado Guajana, hasta el final del fuego,  nadie discute ya quiénes constituyen el grupo fundador de Guajana. Una docena, sin pretensiones apostólicas, a las que se han ido sumando nuevas voces, mientras otras han hecho mutis por el foro. Don Manuel de la Puebla me había entrenado para poder realizar esa tarea, pues desde la fundación de la revista de poesía Mairena colaboré con él de manera bastante cercana. Incluso me hizo leer y evaluar todos los libros de poesía publicados en Puerto Rico durante la primera década de Mairena, esto es, de 1979 a 1989. Gracias le doy por ese esfuerzo titánico, pues eso me permitió realizar, sin extraviarme, la antología de los 30 años de Guajana.

La fecha de nacimiento promedio del grupo se ubica en el 1942. Marcos Rodríguez Frese nació en el 41. Fue compañero de pantalones cortos y de juego de canicas de Vicente Rodríguez Nietzsche, amigos y cómplices desde la primaria. En el primer número de Guajana Marcos publica nada menos que un soneto, lo que pone en evidencia que no era ya, a su corta edad, un poeta turista, de visita o de paseo por la poesía, y también pone de manifiesto en él un afán de superación y de perfección que fue una característica perdurable.

A pesar de la hermandad de Marcos con Vicente, Marcos nunca integró la junta editora de la revista. Pero entre ellos estaba, y estuvo siempre. Sí fue editor del “rincón poético” de una revista anterior, en la Escuela Superior Central, llamada El Palacete, entre el 1959 y el 1960. El alegado comefuego del grupo, José Manuel Torres Santiago, comienza sus publicaciones en la revista, curiosamente, con poemas de tema amoroso, nanas repletas de diminutivos, versos ceñidos a las formas tradicionales como el soneto, y un tono neorromántico y lastimero, de palomas, flores, barcarolas y lágrimas. No es sino cuatro años más tarde, con el número dedicado a don Pedro en la segunda época de la revista, que Torres Santiago toma el giro que habrá de caracterizar su “paloma asesinada en las manos del pueblo”. Curiosamente, es Marcos quien desde el principio aborda el tema patriótico, “la ruta herida”, con actitud firme y redentora. Marcos parece haber sido quien primero aleccionó políticamente a los miembros del grupo. Desde muy joven, perteneció a la Fupi, y siempre, participó y colaboró, hasta ayer, con las agrupaciones políticas independentistas. De hecho, Wenceslao Serra Deliz cuenta en su maravillosa Memoria que no cesa que Marcos lo tomó del brazo un día de 1960 y le dijo a boca de jarro: Vamos a una reunión de la Fupi. Marcos llegó a presidir esa organización. Por eso puede, o necesita decir, en su temprano “Manifiesto”, de 1961, antes de la fundación de Guajana, lo siguiente:

    Contra quienes detienen tu mañana
    tengo el gesto de rayo...
    Ya derramado,
    ya... Patria en la espina,
    Patria en el copo blando
    y en la nada,
    ya traigo mi palabra,
    rosa ruda...
    Por saberte exaltada hasta ti misma,
    vengo dispuesto a herir todas mis rutas.

Marcos, tocayo mío, fue siempre un poeta cuidadoso, de un verso trabajado con amor artesano. Esa cuidadosa búsqueda de la palabra lo alejó siempre del ripio y de la imagen manida, la más fácil. En eso, Marcos recuerda la excelencia en la dicción de grandes poetas, como Luis Palés Matos, o de poetas importantes de hoy, como José Luis Vega, Vanessa Droz y Edgardo López Ferrer. En el 1971 publicó los dos libros que habría de llevar bajo el brazo durante muchas décadas: Todo el hombre, premiado por el Ateneo Puertorriqueño en el 1968, y Árbol prohibido, también premiado por el Ateneo Puertorriqueño al año siguiente (1969). En ambos libros predomina una voz de autenticidad plena que bucea las interioridades del alma. Afortunadamente, poco antes del golpe que lo abatió, sacó a la luz, instigado por el grupo de guajanos para celebrar el cincuentenario de Guajana, una recopilación de unas obras que deben ser casi completas, y que tituló Redor. Ese título es evidencia de ese decir cuidadoso y exigente de Marcos. Este libro recoge los previos, junto con poemas no recogidos en libro hasta ahora.

Pocos meses antes del golpe que lo abatió sin misericordia, como solo puede hacerlo la naturaleza anónima, tuve la oportunidad de ir con Marcos, tocayo, a la República Dominicana. Fue una jornada maravillosa, divertidísima, en la que Marcos estuvo deslumbrantemente jovial. Me alegra saber que disfrutó tanto ese momento. Creo que puedo contar, sin cometer una indiscreción, la anécdota siguiente.

Una mañana nos despertamos todos, fuimos a desayunar, regresamos al hotel, y Marcos no aparecía. Nos empezamos a preocupar y llamamos a la puerta de su habitación, sin respuesta. Nos alarmamos tanto que obligamos al administrador a que nos abriera la puerta y, para nuestra sorpresa, no estaba allí. Alguien dijo con un poco de sorna y divertimiento, que la noche anterior lo habían visto “tirándole maíz a unas pollitas”, una ancestral aficción suya, incorregible. Mas la verdad, revelada más tarde, fue que habían ido a buscar temprano a uno de nosotros para hacerle una entrevista por televisión, y encontraron a Marcos, que había madrugado antes que los demás, y que se fue sólo y sin desayunar para no despertarnos.

Oí en la funeraria, la noche en que velamos su sueño, que Marcos era un poco difícil, algunas veces, un poco hosco. Hosco es una palabra que podría irle bien si recordamos que es el nombre de un ícono nacional hecho célebre por Abelardo Díaz Alfaro, quien nombra de esa manera al toro puertorriqueño, de nación, que no nació para tolerar el yugo. El mismo toro de ese José de Diego que tenía, según Marcos, “la lengua de fósforo”, el toro que no bala como el cordero, sino que, cuando se ve en la brecha, muge y embiste. Y a la verdad que Marcos, mi tocayo, era incorregiblemente disidente y protestón, casi tanto como parrendero, y cantante a dúo o en trío. Pero para mí que era hosco sólo de gesto, de la manera externa, porque podía ir seguida inmediatamente de esa sonrisa de sus ojos chicos, y porque Marcos aceptaba las decisiones tomadas en contra de las suyas, y luego era el primero que defendía lo acordado. Marcos, mi tocayo, era un hombre extraordinariamente solidario, y un grandísimo amigo, en las buenas y en las malas. Alguien en quien se podía confiar a ojos cerrados. 

Me llama la atención el hecho de que en el poema que aludí al principio, “Un pacto de silencio”, Marcos, tocayo, certificó en verso ante el notario de la poesía, que moriría “una tarde plena, / si es posible, de abril”. Y fue posible.




 

Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
 7-5-14


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