miércoles, 13 de febrero de 2013

Hostos: Cartas a La Correspondencia de P.R. sobre Ley Foraker


HOSTOS
Cartas de 1900 a 
La Corresponencia de Puerto Rico

        Santo Domingo, octubre de 1900

Sr. Director de La Correspondencia de Puerto Rico
San Juan

            a.

    No es ya sólo el patriotismo, que nos obliga a defender la patria contra quienesquiera la pongan en peligro, es también la conciencia quien manda hacer lo que es bueno y nada hay bueno actualmente en Puerto Rico, que no sea el propósito de la Liga de Patriotas.
     Nada hay bueno: la obra de los norteamericanos es mala, la obra de los puertorriqueños es mala. Los norteamericanos, que ven impasibles morirse y matarse a los puertorriqueños, morirse de hambre y matarse de envidia, obran tan mal, que no parecen ya los salvadores de la dignidad humana que aparecieron en la Historia: para salvar la dignidad humana hicieron humana también la libertad, que es la salvaguardia de la dignidad; se pusieron a vivirla del modo más natural del mundo; enseñaron  a vivirla de ese modo a los demás pueblos de la tierra, y se hicieron los más efectivos representantes de la especie humana.   
    ¿Son ellos esos que hoy, en vez de atender en Puerto Rico a salvar la dignidad y a establecer la libertad, atienden con fría premeditac;ión a cómo se mueren y se matan los puertorriqueños? Los verdaderos norteamericanos, los hijos legítimos de la  revolución de Independencia, no son. capaces de eso, pero los que han ido a Puerto Rico, son los descendientes de aquellos, que, con su nombre originario  de "nor.mandos", hombres del Norte, hicieron muchas de las mejores cosas de la Edad media, aunque las hicieron a costa de la mayor brutalidad. Son fuerzas ciegas, que movidas en una dirección se mueven implacablemente, arrollando lo que arrollen, caiga quien caiga. Algunos admiran eso en la historia escrita yen la historia hecha: yo no creo digna de admiración a la fuerza bruta, ya la vea en la historia de cada día, ya me la presen ten ador;nada, adulada y admirada en la historia escrita, pero creo digno de la mayor atención o del mayor cuidado el hecho manifiesto de que los norteamericanos enviados a Puerto Rico y los norteamericanos del Gobierno que los envía, están procediendo en Puerto Rico como fuerza bruta. ¿En dirección a qué va encaminada esa fuerza bruta? En dirección al exterminio. Eso no es ni puede ser un propósito confeso; pero es una convicción inconfesa de los bárbaros que intentan desde el Ejecutivo de la Federación popularizar la conquista y el imperialismo, que para absorber a Puerto Rico es necesario exterminarlo; y naturalmente, ven, como hecho que concurre a su designio, que el hambre y la envidia exterminan a los puertorriqueños, y dejan impasibles que el hecho se consume.
    Si no tuvieran el propósito de apoderarse a toda costa, y para siempre, del cuerpo y del alma de la Isla, habrían oído a los Comisionados de ella que en diciembre de 1898 hicieron al Presidente de la Unión Americana una serie de proposiciones que, en su conjunto, constituían un plan de gobierno, y no a simple fin de ser un "plan", sino a conciencia de que era el "único" plan de gobierno que convenía a la vez con el espíritu histórico de la Federación americana, con las verdaderas doctrinas de gobierno, con las esperanzas que los puertorriqueños tenían en los Estados Unidos, o con la responsabilidad intelectual y moral que el Gobierno de Washington había asumido al imponer a la Unión la nueva política exterior que desde Washington se condenaba como contraria al destino moral de la Federación.
    En vez de un plan de gobierno que habría americanizado a Borinquen en cuanto americanismo es un bien, y la habría  preparado para ejercer eficazmente su independencia en la vida de relación con los demás pueblos de la tierra, McKinley y el sindicato político que no ven más allá de la continuación del partido republicano en el poder, no vieron otra cosa en Puerto Rico que el campo de explotación que creían dar a la codicia de sus parciales o a la vana gloria del vulgo americano.

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    b.
        Santo Domingo, octubre 15 de 1900

    Nada se adelanta con críticas aunque sean tan juiciosas como las mías, que más me duelen a mí, que a los juzgados por ellas.
    Con lo que se adelanta; con lo que todavía se puede tal vez adelantar, es con unirse los que aún queden capaces de ver las cosas tales como ellas son, a fin de proceder como se debe.
    En Puerto Rico se debe proceder de modo que se utilice en favor del país todas cuantas circunstancias favorables se presenten.
    Los puertorriqueños que hayan de ir a la Asamblea Legislativa tendrán, si no se prosternan ante el partido que haya salido victorioso en los Estados Unidos, que reivindicar el derecho de soberanía violado por el Gobierno americano.
     Una declaración decorosa, digna y concienzuda, del escándalo causado por la usurpación de la soberanía de Puerto Rico unida a una protesta sobria y firme de reivindicar esa soberanía, será un acto honroso, conveniente y fructuoso: será honroso porque, es necesario decírnoslo con calma y con circunspección: el abandono de nuestra soberanía sin protesta alguna, ni la armada ni la jurídica, ha desbonrado a los puertorriqueños; será un acto conveniente, porque amonestará a los gobernantes americanos de la Isla, que, así, amonestados, corregirán con demostraciones de consideración sus muestras continuas de desprecio; será un acto fructuoso porque servirá para modificar a un tiempo mismo la actitud de los americanos para con los puertorriqueños y la de los puertorriqueños para consigo mismos. Este resultado será de todos el más importante, porque dará al país un objetivo por cumplir, un verdadero ideal que realizar, y la dignidad, la fuerza de voluntad, la alteza de conducta que es natural en sociedades e individuos, siempre que ajustan sus actos a sus deberes. No se crea que una reivindicación  del derecho de independencia obstará en modo alguno a la concordia entre americanos y puer torriqueños ni a la justicia que el pueblo indebidamente sometido reclama del inopinadamente sometedor. A la concordia, si existiese, que desgraciadamente no puede existir entre los burladores y los burlados, lejos de  oponerse coadyuvaría una actitud independiente de la Asamblea, principalmente si corresponde a igual actitud en el país; ya ha dicho un senador americano que el pueblo puertorriqueño no es digno de que se le estime, porque no ha sabido defender su independencia. En cuanto a la justicia que el pobre pueblo puertorriqueño se ha puesto en el caso de pedir a los nuevos dominadores que se ha dado,jamás la conseguirá, si consiente tratarlos como dominadores; pero si se resuelve a tratarlos de pueblo a pueblo, y piensa y habla y procede como pueblo, y como pueblo lastimado en su derecho, burlado en su confianza, herido en su dignidad, infaliblemente llegará un  momento en la política americana en que el clamor de la Isla convenga con alguna gran necesidad nacional de los Estados Unidos, yel fuerte oiga al débil. Pero si Puerto Rico no dice nada, ni aspira a nada más que a que lo dejen morirse de hambre o matarse de envidia, que es lo que el mundo le está viendo hacer ahora, nunca llegará la hora de la justicia para la triste Isla.

                       
            c.

    Ya sé que a los puertorriqueños les escandaliza que haya quien pida a los americanos la independencia de su patria; y por lo tanto, ya sé que hay una masa dificil de mover que es necesario poner en movimiento. Pero es tan absolutamente necesario empezar por ahí la obra con que Puerto Rico puede desde su Asamblea Legislativa justificarse de su indolencia, de su incapacidad de dolerse de su esclavitud, que no hay justicia para ella, si no empieza por pedir lo que es suyo. Hay que insistir todos los días en decir y repetir que Puerto Rico ha sido robada de lo suyo, de su libertad nacional; de su dignidad nacional; de su independencia nacional, que ni los españoles ni los americanos podrán ni han podido poner en mercería.                          Si los norteamericanos quieren agregar el territorio de la Isla al territorio federal, claro les dice su constitución cómo han de hacerlo: primero, contando con la voluntad de los puertorriqueños; segundo, dándole un gobierno de Territorio para llamarla después a la dignidad de Estado de la Unión.                             Los puertorriqueños que eso quieran, quieren bien; ser un Estado de la Unión americana es un noble ser; pero los que eso quieran han de quererlo como hombres, como dignos, como enteros. Y ellos, entonces, han de ser los primeros en reclamar la independencia de su patria para poder, usando a conciencia de su soberanía, trocarla plebiscitariamente, por medio y en ejercicio del derecho de plebiscito, por la soberanía limitada de que goza un Estado federal.                Aquellos de en tre los puertorriqueños que vean más a fondo el porvenir, seguirán queriendo que Puerto Rico sea un Estado confederado de las Antillas Unidas en un todo político y nacional, y esos puertorriqueños saben ya que ni hoy ni mañana ni nunca, mientras quede un vislumbre de derecho en la vida norteamericana, está perdido para nosotros el derecho de reclamar la independencia, porque ni hoy ni mañana ni nunca dejará nuestra patria de ser nuestra.                    Pues bien: siendo para unos y otros puertorriqueños igualmente necesario el empezar su obra de sociedad capaz de legislar para sí misma, con esa Declaración de Independencia han de empezar a usar de su poder de legislar. Yeso, con tanta más razón, cuanto que la destrucción del abominable edificio de absurdos erigido para Puerto Rico con la Ley Foraker de ellos depende en absoluto. Ellos no son cosa ni posesión de los Estados Unidos; en primer lugar, porque no lo son; en segundo lugar, porque no hay en el derecho natural ni en el derecho escrito de la Unión ,americana una sola presunción de derecho para situación tan insostenible como la de Puerto Rico ante la  common law y la Constitucional Law de los Estados Unidos, y esa situación se vendrá al suelo en cuanto la Asamblea Legislativa de Puerto Rico pregunte en virtud de .qué derecho a el pueblo americano puede el pueblo puertorriqueño ser súbdito suyo; y en cuanto pida que le enseñen la ley escrita que reconoce a la Federación americana, el derecho, el poder, la capacidad siquiera de tener "posesiones", se caerá por sí misma la "posesión de Puerto Rico".
    Y como la Ley Foraker no es ley que instituye un nuevo Territorio ni declara la presencia de un nuevo Estado de la Unión; y fuera del Territorio y del Estado no hay entidades posibles en la Unión, la situación de Puerto Rico podría sostenerse por la fuerza, pero sería un perpetuo problema político de los Estados Unidos que, tardeo temprano, concluirá por plantearse expresamente en la "plataforma" o programa del partido político que aspire al poder, en busca de reivindicación de los principios de instituciones que han hecho del pueblo americano el corazón del mundo.
    Aún, como se ve, queda algo por hacer en Puerto Rico; aún a pesar de los repugnantes artificios con que una ley americana ha descendido a remedar las falacias jurídicas de las monarquías europeas, aún tiene Puerto Rico medios de acción que utilizar en su propio decoro, dignidad y bien: aún puede hacer uso de sus rentas para obras públicas que están pidiendo la aplicación de la ciencia de la industria al mejoramiento de la economía social; aún puede el país, por medio de su representación nacional, restaurar su propio entendimiento por medio de una organización sana y eficaz de la educación común, la mejor de cuantas esperanzas nos quedan, porque educar a los puertorriqueños es fortalecerlos en alma y cuerpo, y fortalecerlos es devolverles los ímpetus que les faltan, los impulsos que necesitan, la fuerza de
resistencia y la firmeza de acción que se les pide.

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