lunes, 1 de octubre de 2012

El hombre que amaba a los perros

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Leonardo Padura 
y Trotsky: 
una novela dura
   
“El hombre que amaba a los perros”. Leonardo Padura. Barcelona, Tusquets Editores, 2009, 573 págs.

Una novela dura. A pesar de que la historia la conocía bastante bien y desde
hace mucho tiempo. A mediados de los setenta, duramente mis años de estudios posgraduados en México, adquirí los tres volúmenes de la biografía de Trostky, “el profeta”, escritos por Isaac Deutscher, traducidos por nuestro José Luis González. Mi compañera tomaba un curso sobre la revolución rusa en la UNAM y había comprado la biografía escrita por Víctor Serge. La biografía de Deutscher es una obra minuciosa y  prácticamente inexpugnable, anotada de manera muy erudita. Cada tomo tiene cerca de 500 páginas. Además, con frecuencia pasábamos cerca de la casa de Trotsky en Coyoacán, ya fuera de ida o de vuelta de la UNAM.     


     Nada más al comprar la novela de Padura sabe el lector que se trata sobre Trotsky. Aparece una foto de él en la portada acompañado de dos perros. Lo que desconoce el lector es cómo Padura convertirá en novela una historia tan conocida. Su truco es abordarla desde tres ángulos diferentes: la historia de Trotsky a partir de su exilio; la historia del autor del texto que leemos, un cubano agobiado por la revolución cubana con afanes frustados de escritor, y la historia del asesino, Ramón Mercader. Con estas tres líneas de acción, Padura va trenzando la trama que se desarrolla en espacios y periodos no coincidentes, pues la de Trosky parte del exilio iniciado en 1929, la de Mercader, catalán, parte en el 1937, y la de Iván, el autor cubano, en 1977.
 

    El cubano, Iván Cárdenas Maturell es un inadaptado que resiente la estrechez política que se vive en Cuba bajo la revolución. Varias críticas se plantean en su discurso, particularmente la homofobia, la política stalinista de censura, la penuria económica que se hace casi insostenible a principio de los noventa, con la caída del mundo soviético, y el dirigismo estético intolerante que impone el realismo socialista. La ubicación en Cuba de un conflicto que obviamente se circunscribe fundamentalmente al mundo soviético, la guerra civil española y México, parece obedecer al propósito de incrustar el drama dentro de la realidad cubana de un autor cubano. Cuba también padeció, y padece aún, según parece, la pesadilla impuesta por Stalin en todo el mundo socialista que hizo de la verdadera historia de Trotsky un tema clandestino en Cuba.
 

    La novela arranca con heraldos negros. Al comenzar la lectura asistimos al funeral de la compañera de Iván, ya en el 2004, hecho que lo decide a escribir la historia “del hombre que amaba a los perros”, referido por este último, no Trotsky, sino Ramón Mercader, durante encuentros celebrados en la playa desde los años 70. No lo había hecho, dice, “por miedo”. Este miedo, que se remite a la atroz represión política estalinista de la que fueron víctimas millones de personas, es, referida al personaje de Iván, uno de los puntos débiles, no logrados a mi juicio, de la narración.
 

    La parte más novedosa, a mi juicio, es la historia de Mercader, del asesino, reclutado durante la guerra civil en la Sierra de Guadarrama por el aparato político estalinista. De Mercader sabía muy poco. Recordaba algunas fotos que aparecen en la biografía de Serge, la manera como se acercó a Trotsky, el arma con que lo asesinó de un golpe, y la condena a prisión. Esta parte de la historia de Padura es de las más terribles y oscuras, pues Mercader aparece como víctima de los engaños y las manipulaciones del aparato de espionaje soviético-estalinista, descrito aquí de manera horrible, sin que el horror pueda adjudicarse exclusivamente al hecho de estar en guerra. No obstante, para Mercader, es la crisis española, el terrible drama de esa guerra civil, el anzuelo principal que se usará al reclutarlo para el asesinato. Poco antes de cometer el crimen, Mercader ya sabía que había sido engañado y manipulado por los soviéticos estalinistas, pero su destino era ya la tragedia ineludible.
 

    La parte de la vida en el exilio de Trotsky es la de una asfixia asumida también como lo haría un héroe trágico. León Trotsky es una de las grandes figuras protagónicas del siglo XX. Fue la mano derecha de Lenin durante los grandes acontecimientos de la Revolución Rusa de 1917 y de los hechos que le sucedieron en plena guerra mundial. Esto es, no sólo la secuela de la guerra civil que sucede a la revolución, sino la invasión simultánea de 15 ejércitos de países diferentes, no sólo el alemán, sino el de los franceses, ingleses, estadounidenses, checos, turcos, japoneses y otros. Es entonces que la figura de Trotsky asume proporciones míticas al crear de la nada el Ejército Rojo, en una situación verdaderamente desesperada, ¡y vencer!
 

    Lo inexplicable es la actitud de indefensión que asume Trotsky tras la enfermedad de Lenin, y la manera como, a pesar de las advertencias que Lenin le hace, Trotsky permite que Stalin se haga poco a poco dueño de todo el poder. Asistimos, por esta vía, a una de las escabrosas y truculentas historias del siglo XX. Stalin es, a mi juicio, la encarnación misma de la traición. Es imposible imaginar un personaje que pueda traicionar de una manera tan absoluta y aplastante, una revolución, una idea, una “utopía”, como se dice en la novela. Pues Stalin no sólo eliminó a Trostky, sino que, poco a poco, asesinó a toda la línea dirigente que hizo la revolución bajo las órdenes de Lenin, todo el Comité Central del partido, todo el Politburó, toda la elite del Ejército Rojo, sin detenerse siquiera ante la familia del propio Lenin ni su viuda. Llevó las cosas mucho más allá, pues asesinó también a familiares y allegados, cónyuges, hijos, hermanos de muchos de ellos. La suerte de la propia República española, y de las revoluciones en varios países de Europa están en su lista inabarcable de víctimas.      
 

        Padura es un gran narrador. La trama está dispuesta con gran acierto a lo largo de sus tres partes y treinta capítulos. Me desconcertó la manera con que, tras tanto posponer y lentificar el momento del asesinato, la narración se detiene con el golpe, y sigue con un capítulo totalmente anticlimático que yo suprimiría si pudiera, para volver más tarde sobre este momento culminante en un todo menor y más reflexivo. Contrasta con García Márquez cuando, en una demostración inaudita de prodigio, narra el asesinato de Santiago Nasar en la Crónica de una muerte anunciada, cinco veces, y cada vez con mayor intensidad.
 

    Lamento que la destrucción a manos de Stalin de la utopía revolucionaria, enarbolada en el 1917 por Lenin, con la participación de un contingente extraordinario en el que se destacó sin duda Trotsky, se quiera trasladar a la Cuba castrista. Padura lo hace por inferencia y entrelínea, al colocar una historia junto a la otra. Olvida que se trata de dos mundos muy diferentes sometidos al embate de fuerzas también diferentes y con resultados muy distintos.

Marcos 
 Reyes Dávila
¡Albizu seas! 
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