Agenda de eucaliptos
Soñado, es decir, casi visto
Palabra previa
Dice Jorge Luis Borges, con un hálito de resignación y nostalgia ante el inevitable
destino de las cosas: “Soy el que habré de ser cuando esté muerto”. Corretjer expresó por su parte, con similar y estremecedora resignación: “En la vida todo es ir / a lo que el tiempo deshace”. Nunca somos, de hecho y de deshecho, suma de pasado y de futuro. En cambio, quizás pueda repetirse desde la trinchera del consuelo, que somos un árbol que se deshoja y luego reverdece. Si bien la vida es un instante regido por una oportunidad inapelable, acaso solo la poesía alcance a iluminar sus caminos oscuros y secretos. La lluvia no cae solo sobre la mariposa, sino también sobre eucaliptos y rascacielos.
El exordio apurado en las líneas previas no pretende olvidar aquello que en realidad es más importante en el fluido tránsito que con algo de fortuna e de infortunio titulamos vida. Me refiero a las innumerables raíces compartidas, al laberinto de amores y desamores de esta colmena que nos arroja al estrago o nos atiza a la redención imperiosa de lo justo, y aun sublime. Aunque parezca inasible, cierto es: el mundo de las utopías compartidas no solo es posible. Es necesario. En el mar de banderas que retan sus vientos asolados, la poesía es uno de los mascarones más recios de la vida. Bien lo tengo soñado, es decir, casi visto.
El presente cuaderno se imaginó hace años con otro nombre: La lluvia en la bodega. El concepto es esencialmente el mismo. Pretendía –y eso hacemos– reunir en un solo volumen gran parte de la obra escrita desde la publicación de Una lluvia tan grande de campanas, de 2002, libro que, como este, reunía varios poemarios publicados e inéditos, escritos hasta ese entonces. En rigor, pues, esta versión es solo una muestra de La lluvia en la bodega.
Agenda de eucaliptos reúne poemas de libros más soñados que escritos: Poemas del auxilio mutuo –representado en parte en la lluvia de campanas–; Poemas de la luna nueva; La llama en llamas (retitulado Los peces de tu cielo); Paula en el rocío –viñetas escritas para imaginarios nietos; El puerto en el laberinto; El colibrí en la piedra, y Equinoccio.
Respecto al título elegido, diré que conocí el alma perviviente de los eucaliptos a poco de llegar a Isla Negra, Chile. En una curva del camino, próximos al mar, nos encontramos de pronto en un bosque de árboles enormes y coloridos, perfumados. La palabra eucalipto me remontó a mi infancia, a esos desvanecimientos afiebrados que se trataban con fricción de alcoholado. Entonces me fijé a mi regreso, y aquí estaban esperándome casi mudos, como atalayas coloridas. Tanto el tiempo como el espacio me revelaron, por un momento, sus extraños puentes arcanos.
El título puede sugerir diversas cosas. Pero cualquier idea debe partir de la que representó mi quehacer poético no solo con su olor, sino con esa alma colorida que se trasluce en su piel de múltiples tonos, y esa verticalidad que lucha por representar desde lo alto banderas de vida compartida y de amor. Esa utopía de libertad, igualdad y solidaridad que no se rinde. Por eso recorren estos prados alientos muy diversos. Quizás habitamos la latitud 18 norte, pero los vientos y las voces, la solidaridad peregrina, los pájaros y los piratas de cuello blanco, llegan desde los 360 grados de la brújula. Así la vida. Así la poesía fraguada en la palabra que despertamos para construir de nuevo el mundo.
El eucalipto predica una incierta impronta de porvenir en la que, no obstante todo, quedan también enarboladas las presencias arraigadas. “Agenda” porque quedan grabadas en estas páginas, como en las arenas antillanas, el tránsito aturdido que se expande en las coordenadas que arman, en tiempos y espacios, lo que fuimos y quisimos ser. En palabras de Borges: “ese Proteo”. El después acaso lo dirá, si lo vislumbra, un mascarón de proa hecho con palabra de eucalipto en los colores nuevos del alba y los ocasos. ¿Sería muy extraño imaginar que ese mascarón de proa, que conduce lentamente las huellas de los días al mar, sea en verdad un colibrí dado al retozo? Detrás de él, de un modo u otro, va mi corazón, amando a pie. Siempre el afán de huella es solo un pie sobre la arena.
Por otra parte, no deja de ser cierto aquello que anoté en mi "Bonzai para una ceiba":
No está todo
en la semill
a que reposa
en la mano.
La semilla
sueña con el árbol.
Así, y a pesar de remembranzas y de estragos, no olvidamos lo que anoté al final del prólogo de "Del fuego sobre el agua":
Hay un fuego en la semilla
que produce ceibas.
¡Albizu seas!
MRD, 2016
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