lunes, 6 de octubre de 2025

 


Hostos:

El Viaje al sur y la Idea de América*

Para la Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025

I.                El Viaje al Sur

La publicación de las Obras Completas de Hostos en 1939 suele imponer, por así decirlo, que este tema del viaje al sur se plantee de una manera particular, porque en esas obras completas se creó un tomo con ese título específico: “Mi viaje al sur” (t. VI). En este tomo se recogieron muchos trabajos relacionados con ese importantísimo viaje. Es tan importante, que en una ocasión llamé a los diez años que transcurren entre 1868 a 1878, entre los cuales quedan los años de este viaje, “La década refulgente”. (Hostos: la fragua interminable. Antillanía e idea de América.)

En esos años se cristaliza la mayor parte de las ideas que caracterizan a Hostos. Incluye la víspera de las revoluciones que ocurrieron en el último tercio del año 68, cuando se cierra el ciclo de la estrategia de liberación de las Antillas que empleó en España, hasta el final de todo el ciclo de peregrinaciones por las Américas del norte, del sur y de El caribe. Esa década, ese periodo de diez años, coincide plenamente con la década o los diez años de la guerra de independencia que se inició en Cuba en octubre del 68, y que terminó en febrero del 78. Es solo cuando quedó perdida la causa de sus esfuerzos y de sus andanzas, que ya recién casado, y apunto de tener su primogénito, inició la etapa del Maestro consagrado de América hasta el final de su vida.

Ese tomo de “Mi viaje al sur” incluye materiales heterogéneos. Entre ellos, se encuentran notas de su diario en la forma de carteras de viaje, y además algunos de los muchísimos artículos y ensayos publicados durante esos años. Muchísimos más artículos y ensayos suyos, de ese periodo, se publicaron en otros tomos. De hecho, en el plan de la Edición crítica de las nuevas OC de Hostos que comenzó a prepararse 50 años después de la primera edición, en 1988, no incluía ese tomo, lo que significa que la nueva edición de sus Obras completas no contemplaba los materiales incluidos en “Mi viaje al sur” como una unidad orgánica propia. Quizás, fue un error, o no lo fue. El problema era que el material producido por Hostos durante esos años del viaje era tan vasto que era prácticamente imposible conservarlo como una unidad manejable.

Al comenzar a hablar de este viaje se presenta otra dificultad: ¿qué es el sur? Para efectos del tomo referido de las OC del 39, el sur incluye Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, y Brasil. Otro tomo titulado Temas Sudamericanos, incluye artículos sobre temas específicos concernientes a estos países aunque algunos no fueron escritos durante ese viaje, sino en fecha posterior. Vemos que este sur no incluye solo los países al sur del Ecuador, cuya línea pasa cerca de Quito. El sur parece referirse al continente que llamamos Suramérica. No incluye, entonces, la América Central, ni México, ni las Antillas del Caribe.

Otro punto de vista podría concebir ese “sur” como todo lo que no es Norteamérica, es decir, Estados Unidos y Canadá, lo que principalmente Martí llamó en una ocasión “Nuestra América”.

En la época de Hostos no estaban inequívocamente adjudicados esos nombres. Eso explica la solución que le dio Martí al problema. La ambigüedad induce el desenfoque. Hostos utilizó los nombres de América Colombiana y también de América Latina para distinguirla de la América Sajona. Andando el tiempo utilizaría en alguna ocasión el de “nuestra América”.

Ni en su viaje ni durante esos años ignoró México, ni CentroAmérica, ni Ecuador, ni Bolivia, ni Paraguay. Pero no llegó a visitar estos países, ni escribió extensamente sobre ellos.

¿Por qué Hostos realizó este viaje?

Cuando concebimos la idea de la “década refulgente” lo hicimos porque veíamos que ha partir de 1868 hasta 1878 Hostos está comprometido absolutamente con la guerra de independencia que se desarrollaba en Cuba. Es decir, que era un Hostos en pie de guerra, literalmente, un Hostos presto a la batalla y las armas, cosa que pretendió hacer varias veces y que se propuso e intentó realizar más de una vez.

Pero si no pudo pisar la manigua cubana con fusil en la mano, realizó todo lo posible por auxiliarla desde el exilio. Hizo una abundante propaganda a su favor, organización de cuadros, creación de voluntarios, búsqueda de fondos y de armas, concibió ideas y estrategias de guerra. Todo esto lo inició en el últimos doce meses que estuvo en España, y de manera más resuelta en Nueva York. En Nueva York tuvo que enfrentar la desconfianza de los que participaron en la revolución de Lares, Betances incluido, y el anexionismo de la emigración antillana.

Los hacendados y esclavistas cubanos habían logrado difundir la deseabilidad de procurar algo más que el apoyo de Estados Unidos. Deseaban la anexión. Eso fue interpretado por Hostos –y Betances– como un lastre, una flecha clavada en el corazón mismo del liderato de la emigración cubana, que era una emigración más numerosa. Puerto Rico constituía una sección de la Junta Revolucionaria cubana.

Betances desistió de intentar modificarle el juego a los cubanos meses antes que Hostos, que, pobre y hambriento, resistió varios meses más. Entonces se había sentido enamorado de una colombiana que vivía en NY, pero que regresó a Colombia. Hostos, entonces abatido y entre tres y dos, permaneció en NY, hasta que un día, renunció al esfuerzo inútil, y embarcó sin tener mucha conciencia de lo que haría. Iba a buscar a su amada sin poder abandonar la causa fundamental de su vida. La amada ya no le correspondió más, y él sin mucho sufrimiento, empleó su tiempo en ser útil. Así lo hizo repetidamente: se enamoraría luego, de una peruana; más tarde perdidamente de una chilena, y caería fatal y finalmente en los brazos de una venezolana. En todas las ocasiones demandó a la amada el compromiso de que no obstaculizara sus deberes hacia la revolución antillana.  

En el fondo una sola cosa lo movía: el compromiso irrenunciable por la liberación de las Antillas, que dependía de la suerte del combate en Cuba. Para hacerlo tenía que ganar su sustento. Ambas cosas podía articularlas a través del trabajo periodístico que le daría sueldo, oportunidad de propaganda y de educación política. Lo demás que fue y ocurrió durante el largo viaje no era compromiso: era su natural forma de ser, la de aprender todo lo que estuviera a su alcance, y ser todo lo útil que le fuera posible ser.

El centro de ese todo estaba en las sociedades donde estuvo. Su gente importante, sus pueblos, sus conflictos. Fuera en Colombia, en Panamá, en Perú, en Chile, en Argentina, igual que poco después lo fuera en Venezuela, en la República Dominicana y en las Antillas Menores, en todas partes conoció a los políticos de más alto rango, incluyendo presidentes y senadores; y a los escritores e intelectuales más distinguidos. Los conoció, y cooperó con ellos o los combatió, según fuera el caso.

Profundizó en el estudio de la realidad política, económica, social, cultural de cada país, incluso cosas como la geografía y la geología. Y no abandonó en ningún momento el deber de hablar de la guerra y la libertad de las Antillas. Se vio a sí mismo como parte del proyecto del Libertador Simón Bolívar. Era cosa de completar la misión de libertar todas las tierras y países de la “Patria Grande”.  

Fue así como tan pronto puso pie en Colombia logró que se aprobara en la provincia del norte una ley para incentivar una inmigración antillana que poblara y desarrollase la región costera del norte. Varios propósitos convergían con eso: era de interés colombiano, desarrollar esa región; era de interés antillano, darle medios de vida a la emigración antillana empobrecida que habitaba la costa este de Estados Unidos; era de interés revolucionario, que el hábito del trabajo y la experiencia de la libertad le brindara a esa población formas de relación que el coloniaje nunca les permitió, y los recursos para que estos apoyasen la guerra en Cuba.

En Panamá, defendió de idea de que el canal transoceánico que se proyectaba estuviera al servicio de la humanidad entera y no de una sola nación.

En Perú, lo deslumbró la vida social en las plazas, pero lo espantó la profusión de iglesias. Defendió el sistema republicano y a un candidato a la presidencia del que fue luego amigo. Estudió las poblaciones originarias, los abusos que el criollo cometía con los indios y con los chinos. Estudió problemas vitales del país, como lo era la red de trenes en construcción. Cuando Hostos observó y reflexionó sobre los recursos educativos, el enorme peso de la iglesia, la cultura, la organización social, y hasta las corridas de toros, sintió en una ocasión que no estaba en América sino en España. Se percataba de la fuerte presencia que quedó en nuestros países del régimen colonial español y la cultura europea, y de que sobrevivieron a la independencia, la impronta de las costumbres, los modelos, las ideas y las estructuras económicas y sociales europeas y coloniales. Pensó que Perú daba la espalda a la realidad social y humana específicas del país, y que no había creado formas propias para realidades propias. Ahí surgió la idea de la necesidad de realizar una segunda independencia

En Chile, ocurrió otro tanto. Pero lo que suele destacarse de esta estadía son las Conferencias en Defensa de la Educación Científica de la Mujer. Aparte de eso, Hostos viajó fuera de las ciudades ampliamente, a tren y a caballo por el sur de la capital, estudiando, la política, la agricultura, los medios de vida, la topografía, ríos, valles, montañas, haciendas, agricultura, la educación y la sociedad chilena. El ojo de sociólogo que siempre tuvo creció mucho entonces. Tan profunda fue su visión del país ganó que el premio a la mejor Memoria de la Exposición que reunía las mejores muestras de lo que podía dar Chile.

Cuando eventualmente salió de Chile hacia Argentina tuvo que atravesar la zona de canales de lo que suele llamarse el Fin del Mundo. Sobre ese viaje escribió su correspondiente cuaderno de viajes, de mucho interés porque aparte de la narración que hace de la travesía y los paisajes, reflexionó sobre la importancia que para el desarrollo de la civilización humana toda tendría el Océano Pacífico. Reflexionó, además, sobre los diferentes pueblos originarios que habitaron esas regiones, particularmente los patagones o patagoneses que aún existían entonces.

Tras una breve visita en Montevideo, se detuvo largamente en Argentina. Generales y presidentes lo recibieron, así como otros e intelectuales de alto renombre. Pero Hostos no se sintió cómodo en la europeizada ciudad de Buenos Aires, y aunque publicó mucho en la prensa, salió pronto a las provincias en viajes prolongados por el interior del país. Por ejemplo la Pampa, poblada de gauchos e indios; la ciudad de Córdoba y sus universidades, y la de Rosario con sus haciendas. Los estudios sobre la educación de los jesuitas y el tratamiento que se dio a las poblaciones en el norte de los indios guaraníes y paraguayos se destacan. El ojo de sociólogo acumuló datos minuciosos de las haciendas. En esta época formuló importantes iniciativas de integración continental: a través de la navegación de los grandes ríos; de la creación de un Mercado Común de los países del sur del continente; y de la creación de un tren transocéanico que uniera a través de los Andes la costa atlántica con la costa del Pacífico.

Aunque se sintió forzado a interrumpir su viaje, su buque de regreso a Nueva York hizo breve escala en dos importantes ciudades costeras de Brasil: Santos y Río de Janeiro, desde donde accedió a otras dos ciudades un poco más adentro de la costa, Sao Paulo y Petrópolis. Las visitas fueron muy cortas, y la dificultad con el idioma dificultó las relaciones personales, de modo que aportó sobre paisajes, reflexiones cortas sobre la organización social y política, y un interesante artículo sobre el trabajo esclavo.

Si nos atenemos al modelo del viaje al sur como el viaje a los países suramericanos, entonces tendríamos que incluir a Venezuela. Hostos llega a Caracas cuando, tras su regreso a Nueva York, desde Brasil, en abril de 1874, se encuentra en una situación semejante a la que experimentó la primera vez que estuvo allí a fines de 1869 y mediados de 1870. Habían pasado casi cuatro años y la situación, para efectos suyos, seguía estancada. Esta vez, más determinado a la organización de la lucha armada, intentó llegar a Cuba en una “expedición” cuya embarcación naufragó.

La oportunidad de mayor interés que se le presentó entonces fue reunirse con Betances en Puerto Plata, al norte de la República Dominicana, donde desembarcó a fines de mayo de 1875. (Un año más tarde regresó a NY.) Había pisado una segunda tierra antillana, corazón o centro de las islas, donde conoció a algunos de los colaboradores más cercanos que tuvo su vida, y donde realizó la obra más constante y abarcadora. A pesar de los esfuerzos, el país les resultó hostil a ambos y fracasaron los proyectos. Se le impuso una expulsión, regresó a Nueva York. Realizó nuevos intentos nuevamente frustrados. Formuló su importantísimo “Programa de los Independientes”, y emprendió viaje a Venezuela. Creyó que allí pudiera conseguir apoyo para Cuba, que no se concretó. Conoció pronto a una familia de origen cubano que tenía una hija que lo impactó. Ella prometió también que no se opondría a sus deberes para con la libertad de sus islas patrias. Realizó grandes esfuerzos por vencer la oposición de los padres, y finalmente se casó.

En esa época venezolana Hostos comenzó en regla formal su trabajo como maestro y director de planteles educativos. Escribió numerosos artículos y dictó importantes conferencias. Se vio nuevamente impelido a salir del país, y tras una corta estadía en Puerto Rico, cuando ya había terminado la guerra en Cuba, pasó a realizar su famosa obra de Maestro consagrado en la República Dominicana a principios de 1879. Allí permaneció hasta diciembre de 1888, cuando, agobiado por el recelo constante de un gobierno autoritario, se le invitó a dirigir liceos educativos en Chile. También pasó allí largos años, hasta mediados de 1898, cuando ya se ha iniciado la guerra hispano-cubano-estadounidense.

Estos dos turnos en el ejercicio de la docencia, en la República Dominicana y en Chile, suelen ser los aspectos que más se destacan. En el plano personal, la familia creció. Los primeros nacen como dominicanos, y los últimos chilenos. En ambos espacios Hostos desarrolló su propio sistema pedagógico inspirado en la obra de grandes educadores. Pero como ocurre siempre, Hostos responde a modelos propios, ajustados a sus propios fines, y respondiendo a las necesidades específicas de los países.

Suele puntualizarse a que enseñó a pensar y no a memorizar; que secularizó la educación y expulsó de su sistema lo escolástico, la memorización, y la fijación en la cultura europea; suele decirse que desarrolló un sistema para fortalecer la inteligencia; suele mencionarse que enfatizó el criterio científico, el desarrollo de la razón, la educación de todas las facultades humanas, incluyendo la intuición, el sentimiento, el placer artístico, la gimnasia, el deber social, la voluntad, la justicia, la cooperación, los derechos humanos y civiles, la democracia, la organización del estado republicano, sociología, moral, derecho penal,  constitucional e internacional, la organización del trabajo y la distribución de la riqueza. Fundó por todo el país escuelas normales para hombres y mujeres, escuelas para todas las edades, escuelas para obreros, agrícolas, institutos profesionales. Fueron tantas las iniciativos y tantos los proyectos que cabe decir que Hostos intentaba reconstruir y refundar países. ¿Qué otra cosa era conquistar la independencia, crear repúblicas, crear federaciones políticas? Se suelen destacar entre sus obras la Sociología, la Moral Social, y las Lecciones de Derecho.      

 

II.              LA VISIÓN AMERICANISTA

El tema de la “visión americanista” es fundamentalmente al problema que planteo en mi libro, Hostos la Fragua Interminable. Antillanía e idea de América.

Para tratar el tema de una realidad cambiante, que evoluciona y tiene historia, necesitamos partir de un sujeto. Para efectos de esta charla ese sujeto es Hostos, que es un antillano que nos ubica en el último tercio del siglo XIX.

El tema de la visión americanista abarca prácticamente toda La obra de Hostos, o cuanto menos la mayor parte, pues incluye todo lo señalado antes sobre el “viaje al sur”, y mucho más.

A lo ya expuesto habría que añadir o subrayar varias cosas.

En primer lugar, Hostos es americano, en la verdadera acepción del término, es decir, oriundo de las américas. Lleva en su sangre, ojos y oídos las luces y las voces de una de las llamadas Antillas mayores, Puerto Rico.

Contrario a lo que ha afirmado alguno que otro crítico de su obra, nunca se sintió español porque estuvo siempre consciente de su origen. Las dificultades de adaptación al medio español que pueden identificarse lo señalan. Su punto de vista estuvo siempre centrado en las Antillas.

A partir de la primera obra que publica las Antillas están presente en la columna vertebral, como células madres. También lo están en los titulares: Bayoán, nombre de indio taíno, comprometido con Marién, nombre de india cubana, y amigo de Guarionex, nombre de indio de Quisqueya. La idea fundamental de la novela de Bayoán es la unidad de origen y destino de las Antillas. Es decir, la concepción de la existencia de una nacionalidad común basada no solo en el pasado prehispánico, sino, algo que no es menos importante: la experiencia colonial común de cuatro siglos de opresión y explotación.

La antillanía así concebida es la identidad que él insiste en reclamar como suya a lo largo de su viaje a Suramérica –hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo, dice en una ocasión–, y, además, como parte integrante de la América Latina.

Su amor y aprecio por el mundo de sus orígenes quedaron plasmados en infinidad de textos y testimonios. Lo confirma el hecho de que se negara a volver a abandonar los países de este lado del océano; lo confirma su admiración, amor, dolor ante todas las realidades de las diferentes poblaciones que habitaban, y también las poblaciones originarias que habitaron las tierras americanas.

Su principal interés y la más profunda reflexión se la dedica a nuestros países. Las condiciones que encuentra y conoce tienen raíces precolombinas que ensalza, y raíces que luego lamenta porque sufrirán una historia de conquista, saqueo y explotación. Distingue una pluralidad de pueblos y una pluralidad de historias, destacando las relativas a sus luchas por sobrevivir y por la emancipación. Se detiene en las guerras de independencia, y luego lamenta comprobar que a esta emancipación sobrevivieron las estructuras de opresión establecidas en las colonias latinoamericanas con continente.

Observó que Europa insistía en dominarla a lo largo de todo el siglo XIX. Observó que los Estados Unidos se expandían, aspiraban a absorber las riquezas del sur. Rechazó eso.

Una pieza fundamental de su credo político es la de la cooperación y unión de los pueblos todos del planeta. De muchas maneras la expresa. La fórmula es la de la federación o confederación. Por eso puede aspirar a la creación de una confederación panamericana, de Canadá a la Patagonia, cuyo intermediaria, o fiel de la balanza, fuera la confederación de las Antillas. Para eso era necesario constituir una confederación de los países del sur, unidos, que tuviera la capacidad necesaria para balancear el peso del norte, cosa que un pez grande no pudiera tragarse muchos peces pequeños unidos. El concepto era como una fórmula de expansión concéntrica: pretendió primero la federación hispánica de España con las Antillas; aísló luego de la confederación de las Antillas; ambicionó y predicó una confederación de los estados de la América latina que incluyera la confederación de las Antillas; solo entonces ideó esa confederación panamericana que conectara la confederación del norte con la del sur, y las Antillas como el fiel de la balanza.

Los viajes de Hostos profundizaron su conocimiento de la infinidad de rostros que conforman la realidad americana. Ninguna otra “idea de América” pretende la complejidad de abarcar del polo sur al polo norte. Estaban los numerosos pueblos originarios; los españoles, desde luego; los inmigrantes africanos esclavizados y los chinos también esclavizados; los europeos que poblaron los Estados Unidos y Canadá, y también vastas regiones de los países del sur; estaba, además, la diversidad de pueblos indígenas de esas regiones del norte americano. Hostos llegó a pensar en incluir en esa visión de América otros pueblos y culturas. Pensando en la confederación antillana, por ejemplo, pensó en algún momento incluir a Haití, Jamaica.  

Aunque las relaciones personales concretas que Hostos estableció fueron con los hombres y mujeres más educados, y con los políticos más influyentes, eso no significa que ignorara los africanos o sus descendientes esclavizados, los chinos depauperados, indios como los cholos, mestizos colombianos, los incas, los mapuches, los guaraníes, los jíbaros, los obreros, los campesinos. No solo los defendió, y los educó, sino que participó en sus reuniones, asambleas y disfrutó sus fiestas. En resumen, la idea de América que Hostos alcanzó a fraguar es como la que se produce con las piezas de este rompecabeza que hemos descrito, y algunas piezas más. Sus profecías sobre el siglo XX fueron devastadoras. 


Marcos Reyes Dávila

(Charla Para la Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025.)

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