Hostos:
El Viaje al
sur y la Idea de América*
Para la
Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025
I.
El
Viaje al Sur
En esos años
se cristaliza la mayor parte de las ideas que caracterizan a Hostos. Incluye la
víspera de las revoluciones que ocurrieron en el último tercio del año 68,
cuando se cierra el ciclo de la estrategia de liberación de las Antillas que
empleó en España, hasta el final de todo el ciclo de peregrinaciones por las
Américas del norte, del sur y de El caribe. Esa década, ese periodo de diez
años, coincide plenamente con la década o los diez años de la guerra de
independencia que se inició en Cuba en octubre del 68, y que terminó en febrero
del 78. Es solo cuando quedó perdida la causa de sus esfuerzos y de sus
andanzas, que ya recién casado, y apunto de tener su primogénito, inició la
etapa del Maestro consagrado de América hasta el final de su vida.
Ese tomo de “Mi
viaje al sur” incluye materiales heterogéneos. Entre ellos, se encuentran notas
de su diario en la forma de carteras de viaje, y además algunos de los
muchísimos artículos y ensayos publicados durante esos años. Muchísimos más artículos
y ensayos suyos, de ese periodo, se publicaron en otros tomos. De hecho, en el
plan de la Edición crítica de las nuevas OC de Hostos que comenzó a prepararse
50 años después de la primera edición, en 1988, no incluía ese tomo, lo que
significa que la nueva edición de sus Obras completas no contemplaba los
materiales incluidos en “Mi viaje al sur” como una unidad orgánica
propia. Quizás, fue un error, o no lo fue. El problema era que el material
producido por Hostos durante esos años del viaje era tan vasto que era
prácticamente imposible conservarlo como una unidad manejable.
Al comenzar
a hablar de este viaje se presenta otra dificultad: ¿qué es el sur? Para
efectos del tomo referido de las OC del 39, el sur incluye Colombia, Panamá,
Perú, Chile, Argentina, y Brasil. Otro tomo titulado Temas Sudamericanos,
incluye artículos sobre temas específicos concernientes a estos países aunque
algunos no fueron escritos durante ese viaje, sino en fecha posterior. Vemos
que este sur no incluye solo los países al sur del Ecuador, cuya línea pasa
cerca de Quito. El sur parece referirse al continente que llamamos Suramérica. No
incluye, entonces, la América Central, ni México, ni las Antillas del Caribe.
Otro punto
de vista podría concebir ese “sur” como todo lo que no es Norteamérica, es
decir, Estados Unidos y Canadá, lo que principalmente Martí llamó en una
ocasión “Nuestra América”.
En la época
de Hostos no estaban inequívocamente adjudicados esos nombres. Eso explica la
solución que le dio Martí al problema. La ambigüedad induce el desenfoque. Hostos
utilizó los nombres de América Colombiana y también de América Latina para
distinguirla de la América Sajona. Andando el tiempo utilizaría en alguna
ocasión el de “nuestra América”.
Ni en su
viaje ni durante esos años ignoró México, ni CentroAmérica, ni Ecuador, ni
Bolivia, ni Paraguay. Pero no llegó a visitar estos países, ni escribió
extensamente sobre ellos.
¿Por qué
Hostos realizó este viaje?
Cuando concebimos
la idea de la “década refulgente” lo hicimos porque veíamos que ha partir de
1868 hasta 1878 Hostos está comprometido absolutamente con la guerra de
independencia que se desarrollaba en Cuba. Es decir, que era un Hostos en pie
de guerra, literalmente, un Hostos presto a la batalla y las armas, cosa que
pretendió hacer varias veces y que se propuso e intentó realizar más de una
vez.
Pero si no
pudo pisar la manigua cubana con fusil en la mano, realizó todo lo posible por
auxiliarla desde el exilio. Hizo una abundante propaganda a su favor, organización
de cuadros, creación de voluntarios, búsqueda de fondos y de armas, concibió ideas
y estrategias de guerra. Todo esto lo inició en el últimos doce meses que
estuvo en España, y de manera más resuelta en Nueva York. En Nueva York tuvo
que enfrentar la desconfianza de los que participaron en la revolución de
Lares, Betances incluido, y el anexionismo de la emigración antillana.
Los
hacendados y esclavistas cubanos habían logrado difundir la deseabilidad de
procurar algo más que el apoyo de Estados Unidos. Deseaban la anexión. Eso fue interpretado
por Hostos –y Betances– como un lastre, una flecha clavada en el corazón mismo
del liderato de la emigración cubana, que era una emigración más numerosa.
Puerto Rico constituía una sección de la Junta Revolucionaria cubana.
Betances
desistió de intentar modificarle el juego a los cubanos meses antes que Hostos,
que, pobre y hambriento, resistió varios meses más. Entonces se había sentido
enamorado de una colombiana que vivía en NY, pero que regresó a Colombia.
Hostos, entonces abatido y entre tres y dos, permaneció en NY, hasta que un
día, renunció al esfuerzo inútil, y embarcó sin tener mucha conciencia de lo
que haría. Iba a buscar a su amada sin poder abandonar la causa fundamental de
su vida. La amada ya no le correspondió más, y él sin mucho sufrimiento, empleó
su tiempo en ser útil. Así lo hizo repetidamente: se enamoraría luego, de una
peruana; más tarde perdidamente de una chilena, y caería fatal y finalmente en
los brazos de una venezolana. En todas las ocasiones demandó a la amada el
compromiso de que no obstaculizara sus deberes hacia la revolución antillana.
En el fondo
una sola cosa lo movía: el compromiso irrenunciable por la liberación de las
Antillas, que dependía de la suerte del combate en Cuba. Para hacerlo tenía que
ganar su sustento. Ambas cosas podía articularlas a través del trabajo
periodístico que le daría sueldo, oportunidad de propaganda y de educación
política. Lo demás que fue y ocurrió durante el largo viaje no era compromiso:
era su natural forma de ser, la de aprender todo lo que estuviera a su alcance,
y ser todo lo útil que le fuera posible ser.
El centro de
ese todo estaba en las sociedades donde estuvo. Su gente importante, sus
pueblos, sus conflictos. Fuera en Colombia, en Panamá, en Perú, en Chile, en
Argentina, igual que poco después lo fuera en Venezuela, en la República
Dominicana y en las Antillas Menores, en todas partes conoció a los políticos
de más alto rango, incluyendo presidentes y senadores; y a los escritores e
intelectuales más distinguidos. Los conoció, y cooperó con ellos o los
combatió, según fuera el caso.
Profundizó
en el estudio de la realidad política, económica, social, cultural de cada
país, incluso cosas como la geografía y la geología. Y no abandonó en ningún
momento el deber de hablar de la guerra y la libertad de las Antillas. Se vio a
sí mismo como parte del proyecto del Libertador Simón Bolívar. Era cosa de
completar la misión de libertar todas las tierras y países de la “Patria Grande”.
Fue así como
tan pronto puso pie en Colombia logró que se aprobara en la provincia del norte
una ley para incentivar una inmigración antillana que poblara y desarrollase la
región costera del norte. Varios propósitos convergían con eso: era de interés
colombiano, desarrollar esa región; era de interés antillano, darle medios de
vida a la emigración antillana empobrecida que habitaba la costa este de
Estados Unidos; era de interés revolucionario, que el hábito del trabajo y la
experiencia de la libertad le brindara a esa población formas de relación que
el coloniaje nunca les permitió, y los recursos para que estos apoyasen la
guerra en Cuba.
En Panamá,
defendió de idea de que el canal transoceánico que se proyectaba estuviera al
servicio de la humanidad entera y no de una sola nación.
En Perú, lo
deslumbró la vida social en las plazas, pero lo espantó la profusión de
iglesias. Defendió el sistema republicano y a un candidato a la presidencia del
que fue luego amigo. Estudió las poblaciones originarias, los abusos que el
criollo cometía con los indios y con los chinos. Estudió problemas vitales del
país, como lo era la red de trenes en construcción. Cuando Hostos observó y
reflexionó sobre los recursos educativos, el enorme peso de la iglesia, la
cultura, la organización social, y hasta las corridas de toros, sintió en una
ocasión que no estaba en América sino en España. Se percataba de la fuerte
presencia que quedó en nuestros países del régimen colonial español y la
cultura europea, y de que sobrevivieron a la independencia, la impronta de las
costumbres, los modelos, las ideas y las estructuras económicas y sociales
europeas y coloniales. Pensó que Perú daba la espalda a la realidad social y
humana específicas del país, y que no había creado formas propias para
realidades propias. Ahí surgió la idea de la necesidad de realizar una segunda
independencia.
En Chile, ocurrió
otro tanto. Pero lo que suele destacarse de esta estadía son las Conferencias
en Defensa de la Educación Científica de la Mujer. Aparte de eso, Hostos viajó
fuera de las ciudades ampliamente, a tren y a caballo por el sur de la capital,
estudiando, la política, la agricultura, los medios de vida, la topografía, ríos,
valles, montañas, haciendas, agricultura, la educación y la sociedad chilena. El
ojo de sociólogo que siempre tuvo creció mucho entonces. Tan profunda fue su
visión del país ganó que el premio a la mejor Memoria de la Exposición que
reunía las mejores muestras de lo que podía dar Chile.
Cuando
eventualmente salió de Chile hacia Argentina tuvo que atravesar la zona de
canales de lo que suele llamarse el Fin del Mundo. Sobre ese viaje escribió su
correspondiente cuaderno de viajes, de mucho interés porque aparte de la
narración que hace de la travesía y los paisajes, reflexionó sobre la
importancia que para el desarrollo de la civilización humana toda tendría el
Océano Pacífico. Reflexionó, además, sobre los diferentes pueblos originarios
que habitaron esas regiones, particularmente los patagones o patagoneses que
aún existían entonces.
Tras una
breve visita en Montevideo, se detuvo largamente en Argentina. Generales y
presidentes lo recibieron, así como otros e intelectuales de alto renombre. Pero
Hostos no se sintió cómodo en la europeizada ciudad de Buenos Aires, y aunque
publicó mucho en la prensa, salió pronto a las provincias en viajes prolongados
por el interior del país. Por ejemplo la Pampa, poblada de gauchos e indios; la
ciudad de Córdoba y sus universidades, y la de Rosario con sus haciendas. Los
estudios sobre la educación de los jesuitas y el tratamiento que se dio a las
poblaciones en el norte de los indios guaraníes y paraguayos se destacan. El
ojo de sociólogo acumuló datos minuciosos de las haciendas. En esta época
formuló importantes iniciativas de integración continental: a través de la
navegación de los grandes ríos; de la creación de un Mercado Común de los
países del sur del continente; y de la creación de un tren transocéanico que
uniera a través de los Andes la costa atlántica con la costa del Pacífico.
Aunque se
sintió forzado a interrumpir su viaje, su buque de regreso a Nueva York hizo
breve escala en dos importantes ciudades costeras de Brasil: Santos y Río de
Janeiro, desde donde accedió a otras dos ciudades un poco más adentro de la
costa, Sao Paulo y Petrópolis. Las visitas fueron muy cortas, y la dificultad
con el idioma dificultó las relaciones personales, de modo que aportó sobre
paisajes, reflexiones cortas sobre la organización social y política, y un
interesante artículo sobre el trabajo esclavo.
Si nos
atenemos al modelo del viaje al sur como el viaje a los países suramericanos,
entonces tendríamos que incluir a Venezuela. Hostos llega a Caracas cuando,
tras su regreso a Nueva York, desde Brasil, en abril de 1874, se encuentra en
una situación semejante a la que experimentó la primera vez que estuvo allí a
fines de 1869 y mediados de 1870. Habían pasado casi cuatro años y la
situación, para efectos suyos, seguía estancada. Esta vez, más determinado a la
organización de la lucha armada, intentó llegar a Cuba en una “expedición” cuya
embarcación naufragó.
La
oportunidad de mayor interés que se le presentó entonces fue reunirse con
Betances en Puerto Plata, al norte de la República Dominicana, donde desembarcó
a fines de mayo de 1875. (Un año más tarde regresó a NY.) Había pisado una
segunda tierra antillana, corazón o centro de las islas, donde conoció a
algunos de los colaboradores más cercanos que tuvo su vida, y donde realizó la
obra más constante y abarcadora. A pesar de los esfuerzos, el país les resultó
hostil a ambos y fracasaron los proyectos. Se le impuso una expulsión, regresó
a Nueva York. Realizó nuevos intentos nuevamente frustrados. Formuló su
importantísimo “Programa de los Independientes”, y emprendió viaje a Venezuela.
Creyó que allí pudiera conseguir apoyo para Cuba, que no se concretó. Conoció pronto
a una familia de origen cubano que tenía una hija que lo impactó. Ella prometió
también que no se opondría a sus deberes para con la libertad de sus islas
patrias. Realizó grandes esfuerzos por vencer la oposición de los padres, y
finalmente se casó.
En esa época
venezolana Hostos comenzó en regla formal su trabajo como maestro y director de
planteles educativos. Escribió numerosos artículos y dictó importantes
conferencias. Se vio nuevamente impelido a salir del país, y tras una corta
estadía en Puerto Rico, cuando ya había terminado la guerra en Cuba, pasó a
realizar su famosa obra de Maestro consagrado en la República Dominicana a
principios de 1879. Allí permaneció hasta diciembre de 1888, cuando, agobiado
por el recelo constante de un gobierno autoritario, se le invitó a dirigir
liceos educativos en Chile. También pasó allí largos años, hasta mediados de
1898, cuando ya se ha iniciado la guerra hispano-cubano-estadounidense.
Estos dos
turnos en el ejercicio de la docencia, en la República Dominicana y en Chile,
suelen ser los aspectos que más se destacan. En el plano personal, la familia
creció. Los primeros nacen como dominicanos, y los últimos chilenos. En ambos
espacios Hostos desarrolló su propio sistema pedagógico inspirado en la obra de
grandes educadores. Pero como ocurre siempre, Hostos responde a modelos
propios, ajustados a sus propios fines, y respondiendo a las necesidades
específicas de los países.
Suele puntualizarse
a que enseñó a pensar y no a memorizar; que secularizó la educación y expulsó
de su sistema lo escolástico, la memorización, y la fijación en la cultura
europea; suele decirse que desarrolló un sistema para fortalecer la
inteligencia; suele mencionarse que enfatizó el criterio científico, el
desarrollo de la razón, la educación de todas las facultades humanas,
incluyendo la intuición, el sentimiento, el placer artístico, la gimnasia, el
deber social, la voluntad, la justicia, la cooperación, los derechos humanos y
civiles, la democracia, la organización del estado republicano, sociología,
moral, derecho penal, constitucional e
internacional, la organización del trabajo y la distribución de la riqueza. Fundó
por todo el país escuelas normales para hombres y mujeres, escuelas para todas
las edades, escuelas para obreros, agrícolas, institutos profesionales. Fueron
tantas las iniciativos y tantos los proyectos que cabe decir que Hostos
intentaba reconstruir y refundar países. ¿Qué otra cosa era conquistar la
independencia, crear repúblicas, crear federaciones políticas? Se suelen
destacar entre sus obras la Sociología, la Moral Social, y las Lecciones de
Derecho.
II.
LA
VISIÓN AMERICANISTA
El tema de
la “visión americanista” es fundamentalmente al problema que planteo en mi
libro, Hostos la Fragua Interminable. Antillanía e idea de América.
Para tratar
el tema de una realidad cambiante, que evoluciona y tiene historia, necesitamos
partir de un sujeto. Para efectos de esta charla ese sujeto es Hostos, que es un
antillano que nos ubica en el último tercio del siglo XIX.
El tema de
la visión americanista abarca prácticamente toda La obra de Hostos, o cuanto
menos la mayor parte, pues incluye todo lo señalado antes sobre el “viaje al
sur”, y mucho más.
A lo ya
expuesto habría que añadir o subrayar varias cosas.
En primer
lugar, Hostos es americano, en la verdadera acepción del término, es decir, oriundo
de las américas. Lleva en su sangre, ojos y oídos las luces y las voces de una
de las llamadas Antillas mayores, Puerto Rico.
Contrario a
lo que ha afirmado alguno que otro crítico de su obra, nunca se sintió español
porque estuvo siempre consciente de su origen. Las dificultades de adaptación
al medio español que pueden identificarse lo señalan. Su punto de vista estuvo
siempre centrado en las Antillas.
A partir de
la primera obra que publica las Antillas están presente en la columna
vertebral, como células madres. También lo están en los titulares: Bayoán, nombre
de indio taíno, comprometido con Marién, nombre de india cubana, y amigo de Guarionex,
nombre de indio de Quisqueya. La idea fundamental de la novela de Bayoán es la
unidad de origen y destino de las Antillas. Es decir, la concepción de la
existencia de una nacionalidad común basada no solo en el pasado prehispánico,
sino, algo que no es menos importante: la experiencia colonial común de cuatro
siglos de opresión y explotación.
La
antillanía así concebida es la identidad que él insiste en reclamar como suya a
lo largo de su viaje a Suramérica –hablaros de las Antillas es hablaros de
mí mismo, dice en una ocasión–, y, además, como parte integrante de la
América Latina.
Su amor y
aprecio por el mundo de sus orígenes quedaron plasmados en infinidad de textos
y testimonios. Lo confirma el hecho de que se negara a volver a abandonar los
países de este lado del océano; lo confirma su admiración, amor, dolor ante todas
las realidades de las diferentes poblaciones que habitaban, y también las
poblaciones originarias que habitaron las tierras americanas.
Su principal
interés y la más profunda reflexión se la dedica a nuestros países. Las
condiciones que encuentra y conoce tienen raíces precolombinas que ensalza, y
raíces que luego lamenta porque sufrirán una historia de conquista, saqueo y
explotación. Distingue una pluralidad de pueblos y una pluralidad de historias,
destacando las relativas a sus luchas por sobrevivir y por la emancipación. Se
detiene en las guerras de independencia, y luego lamenta comprobar que a esta
emancipación sobrevivieron las estructuras de opresión establecidas en las
colonias latinoamericanas con continente.
Observó que
Europa insistía en dominarla a lo largo de todo el siglo XIX. Observó que los
Estados Unidos se expandían, aspiraban a absorber las riquezas del sur. Rechazó
eso.
Una pieza
fundamental de su credo político es la de la cooperación y unión de los pueblos
todos del planeta. De muchas maneras la expresa. La fórmula es la de la
federación o confederación. Por eso puede aspirar a la creación de una
confederación panamericana, de Canadá a la Patagonia, cuyo
intermediaria, o fiel de la balanza, fuera la confederación de las Antillas.
Para eso era necesario constituir una confederación de los países del sur,
unidos, que tuviera la capacidad necesaria para balancear el peso del norte,
cosa que un pez grande no pudiera tragarse muchos peces pequeños unidos. El
concepto era como una fórmula de expansión concéntrica: pretendió primero la
federación hispánica de España con las Antillas; aísló luego de la
confederación de las Antillas; ambicionó y predicó una confederación de los
estados de la América latina que incluyera la confederación de las Antillas; solo
entonces ideó esa confederación panamericana que conectara la confederación del
norte con la del sur, y las Antillas como el fiel de la balanza.
Los viajes
de Hostos profundizaron su conocimiento de la infinidad de rostros que
conforman la realidad americana. Ninguna otra “idea de América” pretende la complejidad
de abarcar del polo sur al polo norte. Estaban los numerosos pueblos
originarios; los españoles, desde luego; los inmigrantes africanos esclavizados
y los chinos también esclavizados; los europeos que poblaron los Estados Unidos
y Canadá, y también vastas regiones de los países del sur; estaba, además, la
diversidad de pueblos indígenas de esas regiones del norte americano. Hostos
llegó a pensar en incluir en esa visión de América otros pueblos y culturas.
Pensando en la confederación antillana, por ejemplo, pensó en algún momento
incluir a Haití, Jamaica.
Aunque las relaciones personales concretas que Hostos estableció fueron con los hombres y mujeres más educados, y con los políticos más influyentes, eso no significa que ignorara los africanos o sus descendientes esclavizados, los chinos depauperados, indios como los cholos, mestizos colombianos, los incas, los mapuches, los guaraníes, los jíbaros, los obreros, los campesinos. No solo los defendió, y los educó, sino que participó en sus reuniones, asambleas y disfrutó sus fiestas. En resumen, la idea de América que Hostos alcanzó a fraguar es como la que se produce con las piezas de este rompecabeza que hemos descrito, y algunas piezas más. Sus profecías sobre el siglo XX fueron devastadoras.
Marcos Reyes Dávila
(Charla Para la Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025.)
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