sábado, 18 de junio de 2022

Vicente Rodríguez Nietzsche

 

In memoriam


Vicente Rodríguez Nietzsche:

La poesía como salmo de faustos*
Marcos Reyes Dávila
                                                                 
               "...lo eterno femenino siempre arriba
                                                                                            con potente acicate nos aguija".
                                                                                                                            Goethe, Fausto.

Si algún crítico no hubiese despachado con prisa a la poesía de Guajana --y con ella a la poesía toda de la generación del sesenta-- como "poesía mesiánica" --o lo que vale decir, panfletismo político socialista-- no nos extrañaría constatar que un repaso de la obra poética del eviterno director de Guajana, Vicente Rodríguez Nietzsche, nos obliga a proclamarlo inopinadamente, poeta del amor.
La crítica literaria en Puerto Rico (y mucho más cuando la brevedad impone el juicio somero) generalmente etiqueta la poesía de la generación del sesenta como panfletaria --no sólo mesiánica--, politizada, socialista o sencillamente militante. En el mundo de las realidades virtuales posmodernas --esa nueva torre de marfil de quintacolumnistas tan popular entre los pesimistas derrotados de este fin de siglo--, trataríase de un relato totalitario, de un imaginario paternalista. Los calificativos, que se refieren al mismo conjunto de rasgos, suponen ligeras variaciones semánticas, distinto baldón que hinca espada sobre el mismo asunto, excepción presupuesta, claro está, de esos antivalores posmodernos que pretenden definir al Subcomandante Marcos como un nuevo modelo de Batman. Ello resulta menos huidizo aún --es decir, más pertinente-- si hablamos de los poetas del grupo de Guajana, revista abanderada de esta verdadera generación de poetas que anidaron al menos en otras tres trincheras de importancia: Palestra, Mester y Versiones, cada una de ellas promotora de variantes generacionales y punto de tiro de poetas de valor incuestionable.
En el caso de Guajana ya expresamos nuestro juicio acerca de esta militancia/politizada/ socialista/panfletaria y mesiánica, al concluir nuestro examen de la obra de treinta años de su grupo más claramente distintivo, en nuestro estudio preliminar a la antología que titulé Hasta el final del fuego (Editorial Guajana, San Juan, 1992). Decíamos allí que si bien esta militancia puede argüirse desde una perspectiva diacrónica como uno de los denominadores comunes más claros y diferenciales del grupo, no es exclusivo ni excluyente, ni permite establecer una visión monocromática uniforme de su universo lírico, ni siquiera en su Segunda época (1966-1968), esa época precipitada en ascuas tras la muerte de Pedro Albizu Campus. Si bien pudo ser ése su rasgo más notable o el rasgo más evidente de ruptura con la poesía anterior --sobre todo para la sensibilidad que la aplaudía y para la que la repugnaba-- no necesariamente era el más comúnmente atendido por la mayor parte de los miembros de la generación, ni siquiera de Guajana. Antes bien, decíamos en ese estudio preliminar titulado "Guajana, las líneas de su mano. Treinta años de poesía", que la poesía de este grupo era, más que un monolito o un coro unánime, un pedregal. De esta manera pretendíamos subrayar las diferencias profundas de voz y sustancia entre ellos, diferencias que quiebran incluso a primera vista sus obras en individualidades recias, testimonian la autenticidad de voz de cada uno y, más que continente y color sólido, nos imponen la imagen de un archipiélago. En nuestra caracterización individualizada de los poetas de Guajana, describimos allí específicamente la poesía de Vicente Rodríguez Nietzsche como "la ternura armada entre el fusil y la flauta". Ello, precisamente, porque la voz amorosa emerge reina sobre sus otras voces. No debería extrañarle, pues, al lector, constatar con este libro, como indicamos al inicio de estas líneas, que Rodríguez Nietzsche es, ante todo, un poeta del amor.
Vicente Rodríguez Nietzsche (1942) fue miembro fundador de la revista Guajana, el único miembro constante de su junta editora, y el eviterno director de sus destinos. Autor de más de trece libros u opúsculos, algunos de los cuales aparecieron en ediciones conjuntas con libros de otros autores --y otros virtualmente inéditos--, su obra dispersa en libros y revistas del país y del extranjero bifurca su raigambre desbordada de pasión amorosa y de ternura tantas veces armada en dos surcos a menudo entrelazados y nunca enfrentados: la patria y Eros, esa vieja dicotomía de dialécticas sutiles tan preñadas de sorpresas que frecuentaron los románticos. Poeta de fibra religiosa que se apresta a transformar el mundo con la óptica nutrida de oposiciones dialogantes, no deja nunca atrás ni desplaza definitivamente, aunque lo aparente, salmo y liturgia, ni en la trinchera de la patria ni en el surco húmedo de sus amores. Hemos considerado para esta antología de su poesía de amor ocho de sus libros publicados entre el 1965 y el 1995, pues esos ocho de sus trece libros-cuadernos publicados orbitan en torno a los apremios de sus experiencias amorosas. Rodríguez Nietzsche se presenta en ellos anclado en sí mismo y anclado en el amor de turno, pero no obstante, desanclado, a la deriva, sometido y sin voluntad a la manera del amor que lo lleva y que lo trae, como un Fausto de insaciable sed. Dos de ellos se publicaron en la década de los fogosos 60; uno en los refluyentes 70; tres, en el detente casi soterrado de los ochenta, y dos en el autoexilio de la posmodernidad fraudulenta de los 90.
El erotismo es tema infranqueable precisamente por su absoluta inclusividad. No hay cultura que sea --o haya sido-- en la que el amor no hincara sus banderas. A despecho de su eternidad de esencia, aunque atomizada en la infinitud difícilmente historiable de sus maneras, el amor metamorfosea sus formas pespunteado por el carácter siempre distinto de cada quien, lo que vale decir: el amor tiene rostro, un rostro único y distinto en cada persona.
Hecha esta salvedad que impone la relatividad de su experiencia, el estudio del erotismo en la poesía de Rodríguez Nietzsche sólo puede ser propuesto como un registro personal de inmanencia intransferible, mas sin embargo, modelo auténtico de un comportamiento singular de este autor: en el amor, exhaustivo como pocos; penitente, pero atolondradamente persistente; abroquelado entre extremos de cielo y tierra, de agua y fuego, en un campo minado marcado por ángel y por diablo. Su ritmo aventurero afinado en un contraste alternado de emociones antitéticas, ofrece al lector --amén de la narración de sus peripecias-- las estancias pausadas de sus estaciones en un lenguaje que propende al aliento de pétalos, generalmente breve, de tono menor y confesión musitada. Nada hay de golpazo o fuerza bruta. Como la energía cósmica, el amor en esta poesía recicla una y otra vez mediodía y crepúsculo y, seguro de la eternidad de cada instante, goza o sufre, siempre en plenitud, su periplo ciego.
Curiosamente la producción poética en libro de Rodríguez Nietzsche abre con un cuaderno de esta estirpe. Domingo, lunes y martes fue publicado en el 1965 por la Unión Internacional de Estudiantes en Checoslovaquia, como fruto del primer certamen literario de la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI) y en edición conjunta con Exposición de la sangre de Guillermo Rosado Haddock. De verso libre, palabra sin modismo, dicción clara, moderna, auténtica, la imagen oportuna, suave y redonda, sin estridencia, como la de Pedro Salinas, es un extenso poema en tres días, cada uno de ellos dividido en cuatro partes, de lenguaje y tempos diferentes: el primer día es pasional y pretendiente; el segundo es meditativo y satisfecho; el tercero es más grave y sombrío. Tres actos que ciñen el registro de un amor que nace, alcanza plenitudes y muere. Con la aparición de las flores como símbolo hegemónico de su metaforización, el cuaderno establece el patrón de desarrollo en dos vertientes que serán reasumidas continuamente en esta poesía: el éxtasis y la agonía.
A ti, criatura natural, es el cuaderno poético de Rodríguez Nietzsche publicado en el volumen titulado Estos poemas de 1967. Es un discurso extenso de una riqueza extraordinaria de imágenes, vibrante de sensorialidad y emoción en estallido. Rodríguez Nietzsche muestra aquí ya un dominio pleno del decir, madurez en el desarrollo de la imagen, cadencia de ritmo, y luz total sobre el sentido. En nuestras "notas de viaje" por la poesía de este autor publicadas --en el volumen citado Hasta el final del fuego-- como presentación a la antología de poemas de Rodríguez Nietzsche ("Vicente Rodríguez Nietzsche: la ternura armada", 267-270), comento que este libro emula la delicadeza de voz del Cantar de los Cantares o de la poesía de San Juan de la Cruz. Sus símiles son abundantes, y los motivos del amor están recreados con la sensualidad nerudeana de la naturaleza y una acostumbrada interpelación que ratifica la voluntad comunicadora. La fuerza de estas ternuras aflorará recurrentemente en libros muy posteriores al paréntesis impuesto por el politicismo.
En efecto, once años más tarde publica Amor como una flauta (1978) con un prólogo de Marcelino Canino. Abre el libro con un poema en arte menor que llama Dedicatoria. Con tres libros acumulados, el lector constata que Rodríguez Nietzsche utiliza un lenguaje de amor inusual. Aunque la dicción se amolda a las construcciones sintagmáticas del poeta colombiano Germán Pardo García (1902), se sensibiliza de todo, y por eso ronda hermetismos, pero no incurre. Tiende a construir un mundo diferente del real; propende a buscar, subrayar y dar relieve a la diferencia. El verso breve, a veces muy corto, hace inventarios mientras deja fluir la conciencia libremente entre los andamios de sus alegorías y sus símbolos. La anécdota y los referentes concretos se diluyen en lo incierto. Casi siempre una idea, una emoción detonada, un suceso rompe-cuadros, recogido en los primeros versos, precipita el poema, lo desenrolla. Por eso Rodríguez Nietzsche, aunque tiende al poema largo, respira a tramos cortos, dividiendo el poema como una escalera. La repetición, gradante o enumerativa, pone en evidencia la retórica del énfasis, de la porción aguda, de la caída alucinante, del vértigo y del frenesí. La pérdida se quiebra como desesperación que deja entrever diálogos ocultos. Es decir, que se asiste con el oído en la pared del verso o de la página a la voz que clama tras los cuartos oscuros. En las notas de viaje a su poesía, antes mencionadas, sugiero que en este libro su autor se vierte ahora sobre la ternura que antes asomó pero con la delicadeza de un amor que desde la dedicatoria en verso ancló en la copla tradicional madrigalesca. Otra vez nos hallamos ante un interlocutor presente pero mudo que descubre en la palabra la función priorizada de la comunicación en la forma de una confesión de amor, fragmentada por momentos. Libre de clichés se muestra el hombre entero en un amor pleno, un amor en el cual lo material y lo espiritual se equilibran y confunden en un recinto íntimo, definidos y aislados de la otredad --social, política-- que se entrevé como acción difícil y fuente de dolor.
Del dulce pie tu caminar tranquilo, cinco años después (1983), es un libro con indudables paralelos. Abre también con una "Dedicatoria" en verso que se regodea en la plenitud amorosa. La palabra busca puentes de comunicación, vínculos que transfieran sus razones, en un tono madrigalesco de una intensidad afectiva que suele faltarle al madrigal. Aunque asoma en el contexto de fondo la posición políticosocial de su autor, la ternura del tono, la intimidad de la interlocución, el medio ambiente que se hermosea, adquieren sentido referentes a la emoción, y a través de la palabra el lector se siente apostrofado, testigo mudo, participante oculto de una ternura torrencial, de mundo límite. A diferencia del cuaderno anterior, este testimonio de amor no es crónica de un amor perdido. Tal vez por eso hay aquí más balance, tranquilidad y paz, menos sombras, menos presencia de la otredad y de lo otro, menos invasión de lo social, a tono con la poética dominante en los ochenta.
El Decimario es de 1988. Parece un libro facturado a posteriori con décimas recogidas de muchos años de versificación. La forma, no obstante, robustece la unidad del libro dividido en tres partes, tres unidades temáticas: Isla-hombre (siete décimas); Patria (cinco décimas); Amor (trece décimas), los motores vitales de su poesía. El lector se siente en estas décimas menos aludido, pues en general tienden estos versos a distanciarse de la experiencia concreta, de la autobiografía, para tornarse más conceptuales. Así incurre Rodríguez Nietzsche en tópicos como el desdén del cuerpo y elogio del interior puro, el amor y la espina, el madrigal, la naturaleza, etc.
Será en Vuelvo a enhebrar la musical costura (1989) que Rodríguez Nietzsche regrese, como lo anticipa el título, al libro refractor de una experiencia concreta en el que se perciben el tránsito, las épocas, los momentos. Nuevamente, la "Dedicatoria" como poema de apertura, establece las coordenadas de la vivencia que reproduce --nuevamente-- la simbología floral, esta vez, en arte mayor, endecasílabos. En general se tiende a la economía, la elipsis de los poemas breves, pero nutrido de experiencias, de las referencias más variadas y ciertas. La frase, más controlada, depurada, barnizada, asume muy pronto en su conjunto un dejo de elegía, expresión de una pérdida que evoca alegrías previas. Después del ritmo y equilibrio del Decimario, los versos polimétricos de este cuaderno se sienten caóticos, duros y ásperos como todo lo quebrado. Reconcentrado lamento, cerrado el sentido muchas veces, sus vértebras transitan entre el cielo y el infierno, anidada la palabra en la amada, desde cuya atalaya se ve el mundo, y en una anécdota oscura, casi hermética, vivida siempre, no literaria. Esta sensibilidad auténtica, esta palabra-verdad que busca sintonía con el oído huidizo de la amada, crea un mundo de realidades transformadas por la pasión que equivoca inadvertidamente sus referentes y que por eso emerge en un mundo teñido de extrañamientos, como una pintura de Roberto Fabelo. Un recorrido por la experiencia del amor altera, perfila, talla su rostro, o sobre su rostro, sus aleteos, sus peripecias. Parece girar, en péndulo espiral, en torno a pasiones que oscilan entre la gratitud beatificante y la desolación postradora. A Rodríguez Nietzsche lo avasalla la delicia del amor, y por eso agoniza en sus renuncias.
No supe enamorarme de azucenas es el libro que aparece en el 1994. Rodríguez Nietzsche regresa al lenguaje de las flores superando su dialéctica simbólica en un metalenguaje del pétalo y la especie que genera su propio código poético. De ahí el título, y el significativo subtítulo: Biografía de amor. El poeta se sitúa a distancia de la experiencia y contempla su pasado en transparencias. Contrario a los versos que viven y sufren, en este predomina el arte mayor endecasílabo. Garcilasiano a veces, evoca cuadernos previos o los intertextualiza, como los ¨miércoles" que se refieren a la experiencia de Domingo, lunes y martes, antes mencionado, y las "cuerdas" y las "flautas", se enhebran a los otros cuadernos previos. Más aire clásico, a soneto, a siglo de oro, a pesimismo barroco, más quevedesco al fin que garcilaso. Algunos poemas breves resultan instantáneas más nombradas que predicadas. Cuando rompe el estilo, apostrofa, interpela directamente a una de sus flores amorosas, y, pudoroso, escribe el poema entero entre paréntesis. El conjunto parece haber superado la dialéctica de abismos, en reposo al fin; una oportunidad en ocio de recapitular en sosiego. Por eso la altura reflexiva. Las "azucenas" es un lance hacia San Juan, aquel hermoso final de la Subida al Monte Carmelo:
"dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado".
A lo mejor es doble nuestro sueño (1995) es una antología, trozos de un libro mayor. Comienza con el poema "III", de Domingo, lunes y martes... Como toda antología --con algunos inéditos-- el todo resulta ecléctico, desigual. Aunque el autor ha dejado de lado otros opúsculos, como Para tocar la música de tu amor (1988) --libro en el que se enaltece el sentir religioso-- y los once sonetos de De la maternidad (inédito), Rodríguez Nietzsche regresa a los embelesos de una poesía de amor celebratoria en Para volar los azules de tu aire (también inédito). Es éste un extenso conjunto al estilo del Cancionero y romancero de ausencias de Miguel Hernández o del Cancionero de Miguel de Unamuno. Todo un mundo, vasto, minucioso, diario de un amor vivido, latido y página en proceso, involucrador, confidente. Los treinta años de pasiones y agonías se reciclan aquí en otra altura, en una palabra desteñida más aún de adherencias anecdóticas y concesiones al lenguaje de época, en una palabra más suya, hermética de los referentes que la concretan en versos, abierta a la promiscuidad de sus sugerencias y probabilidades.
Como en la poesía de Rodríguez Niezsche, la plástica de Roberto Fabelo (1950) que la acompaña descubre como el amor talla su impronta camaleónica en el rostro del que ama. Apenas un puñado del total de obras de Fabelo que esconden sus sorpresas entre estas páginas, fueron concebidas y creadas al calor del estímulo directo de este proyecto editorial. Sin embargo, imposible negar diálogos ocultos, porque entre Vicente Rodríguez Nietzsche y Roberto Fabelo una larga y estrecha amistad se ha abonado, echando raíces y ramas en el tiempo paralelas al obrar creador incesante de ambos. Por eso no puede extrañarnos que en la poesía de Rodríguez Nietzsche, como en la plástica de Fabelo, el amor sea inconcebible sin el juego inédito de los cuerpos, sin la comunicación de las intimidades impudorosas, sin la anormalidad gozosa de lo que nace espontáneo y sin dueño, sin la sexualidad inescrupulosa que se apareja a los duendes que emergen de las sombras cuando las emociones fuertes verdaderas detonan sus luces. En ese Fabelo, pintor cubano de realidad alucinante, del encantamiento maravilloso que edita esta nueva versión de realismos mágicos, la metáfora se concretiza en trazos, cobra vida entre aves y mariscos, ala y escama resbaladizas. Como si los rostros emocionados tuvieran atributos insospechados, extraños, que rompen los sistemas, y que, no obstante, encuentran en el erotismo puente, salvación, salmo. Como si el erotismo incursionara en lo extraño y concretara duendes, y como si entre los duendes que en verdad habitan las experiencias auténticas de la vida, e imbuido en el misterio, el hombre se angelizara.
La prolongada incursión de Vicente Rodríguez Nietzsche en la poesía amorosa evidencia un modo de existir, una necesidad imperiosa, una infranqueble ley centrípeta, una fuerza de gravedad harto demostrada, que ata de este modo a nuestro poeta con la vida. Verso y vida en este peregrinaje penitente e impenitente se funden para hacer de la vida de Rodríguez Nietzsche un transcurrir perdido entre renglones de versos, y para hacer de sus versos un palpitar de vida, recio lance al vacío como una piedra lanzada por la honda de David. El salmista cantó orando, toda una vida, versículos tejidos entre delirios apasionados y ternura tensa. Y como un insaciable Fausto, Fausto incorregible, Fausto indescarrilable, vivir para amar, amar para cantar, cantar para vivir, y viceversa, ¡y ser salvado por ello!, ¡salvado precisamente por su amor, su "eterno femenino"! Esto es la poesía vivida desde adentro, vivida en honradez, auténticamente, como un salmo redentor, un salmo de faustos, un salmo de Vicente Rodríguez Nietzsche, afortunado, fausto.


Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
*Prólogo a su libro: “Que canten en verdad lo que te quiero”, 1999

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