miércoles, 8 de mayo de 2019

Hostos y la Conquista de América





A propósito del reclamo de perdón hecho por México a la monarquía de España


HOSTOS 
y la Conquista sin perdones de América *



Que su Presidente es “un imbécil”, ha dicho el famoso novelista Arturo Pérez Reverte.





Introducción:

La conquista de América ante los ojos de Hostos



Uno de los esguinces más dolorosos en el pensamiento de Eugenio María de Hostos, en el contexto del llamado “encuentro de dos mundos” y las reivindicaciones de los pueblos originarios de Nuestra América, pudiera ser su elogio persistente de Cristóbal Colón. En parte, el esguince proviene de torceduras en la interpretación apresurada que se realiza cuando no se conocen los textos completos y cuando la inveterada costumbre repite ideas y términos cuya realidad carece de sentido. Por ejemplo, llamar Indias a las américas porque inicialmente se creyó que se había llegado a ellas.



Al auxilio del examen de este tema se puede recurrir a una infinidad de textos por todo lo extenso de su obra, pues ni siquiera faltan en el primero de ellos, la novela de Bayoán, a donde necesariamente habremos de ir. Forzoso es, además, acudir a algunas de las abundantes referencias hechas por Hostos a través de las tres décadas siguientes, y así también a su Tratado de Moral. Mas, sobre todo, a la extensa sección de trabajos publicados en el volumen “La cuna de América” de sus Obras completas, bajo el título “El Descubrimiento y el Descubridor”, páginas 7-165. (Los títulos son de los editores.)



El primer texto publicado y conocido de Hostos, ya sabemos, es su novela La peregrinación de Bayoán. Como desde el título se destaca, la novela evoca la comunidad ancestral indígena de los pueblos arahuacos de El Caribe todo, pues lejos de limitarse a Boriquén, el personaje Bayoán se desplaza a través del espacio geográfico de las Antillas, y también a través de los siglos, para recrear sucesos importantes de su historia. En todos los lugares y tiempos donde detiene su mirada, el narrador rescata del olvido los paisajes edénicos de la vida de sus pueblos para contrastarla con los horrores de la conquista española. La novela es en suma de por sí, como sabemos, una denuncia presentada ante la sociedad española que plantea los ultrajes cometidos por más de 350 años, y que siguen cometiéndose hasta ese momento. “Bayoán nunca fue español”, apuntó una vez Hostos, pues con esa novela inicia una prolongada epopeya por la libertad de las Antillas. Es decir, que una vez superado el intento de abrir una vía de entendimiento con los republicanos españoles, Hostos ya no abandonará nunca su ruta de ruptura con España.


A todo lo largo de su vida posterior, dirigida por la lucha para la libertad de las Antillas y de los países de Nuestra América, Hostos evoca constantemente la historia colonial para identificarse con los pueblos originarios y reclamar para ellos y sus descendientes los derechos ultrajados durante toda la época colonial que sobreviven a la independencia. Es decir, que la colonización española creó sociedades impuestas desde Europa que primero masacraron a los pueblos americanos y luego los marginaron de sus derechos ciudadanos, y de su libertad y dignidad humana. Conocida es la catástrofe demográfica del siglo XVI en América. En toda esta prolongada temporada de su vida, el Hostos que esgrimió todas las armas que tuvo a su alcance, denunció los oprobios sufridos durante la época colonial por los pueblos que conoció, identificando su origen en las estructuras administrativas, políticas y económicas levantadas por España. De ahí la necesidad de procurar una segunda independencia, que diera al traste con ellas, erigida sobre los principios de la libertad basada en el respeto a derechos humanos universales. Repetidamente, cuando se sintió tomado por una indignación irreprimible, Hostos no solo quiso ser el más colombiano, chileno, dominicano, cubano, paraguayo, entre otras nacionalidades, sino también personajes heroicos de la historia de América como Cuautémoc, Lautaro, Hatuey, Atahualpa, Bayoán, y, en general, con todos los desheredados de la tierra, fueran incas, cholos, araucanos, patagónicos, chinos, gauchos o esclavos africanos. Eso y no otra cosa retrata la anécdota de cuando en Brasil, extrañado el encargado de pasaje de que pida uno de tercera, le advierte que sobre cubierta solo van “cholos, sambos, sirvientes” y Hostos responde que es hombre antes que caballero. La historia señala cómo Hostos se divierte con la feria que allí hacen los cholos.

Cabría mencionar otras aristas en un espacio más amplio, por ejemplo:


En el “Plácido” de Hostos encontramos, además y para sorpresa nuestra, uno de los análisis sicosociológicos y precursores más agudos y penetrantes de la mentalidad agónica del colonizado;

En Hostos hallamos prefigurada una concepción del tercer mundo y de la sociología de la dependencia;

En Hostos hallamos una concepción previsora y relativamente iluminada del imperialismo moderno;

En Hostos hallamos una identificación con los intereses y derechos de los trabajadores, a veces cónsona con el anarquismo libertario.



Un planeta ante los ojos de Colón


Sin embargo, para 1892, a propósito del cuarto centenario de la llegada de Cristóbal Colón, Hostos escribe una oda a “El nacimiento del Nuevo Mundo” y la serie de trabajos al respecto mencionados al principio de estas líneas. Otros trabajos hay. Por ejemplo, en la caracterización de personajes históricos, que pudiéramos llamar ejemplares, en cuanto modelos de los deberes morales que a su juicio encarnan, Hostos elige a Cristóbal Colón para representar el “deber de civilización”. Esto lo hace en el “Libro cuarto” de su Tratado de Moral. La reflexión que a fines de siglo hace Hostos entonces sobre Colón, trasluce efectivamente una admiración hacia él constante a lo largo de su vida, mas no ciega al error. Es decir, Hostos está consciente de que Colón “sacrificó la sociedad recién descubierta por él al deber de civilizarla que se proponía cumplir”. “Erró”, sentencia, pero añade que esa no es toda la historia. En esas páginas del tratado se refiere a ella, pero donde lo hace de manera más completa es en la serie de trabajos agrupados bajo un solo título por sus editores que bajo el título de “El Descubrimiento y el Descubridor” mencionamos antes.


El primero de los trabajos incluidos es un fragmento de su oda épica “El nacimiento del Nuevo Mundo”, título, como se verá, erróneo, y que comentaremos luego.


El segundo trabajo se titula “El día de América”, publicado justamente el 12 de octubre de 1892, justo en el cuarto centenario del nuevo mundo que nació para la historia “de la humanidad occidental”. Hostos se refiere a la importancia de la verdad “científica” impuesta sobre la noción “teológica” del mundo, de la que extrae dos realidades trascendentes: el diámetro verdadero del planeta, y el “mundo nuevo” que habría de transformar radicalmente la historia humana. Hostos parte, en el análisis aquí expuesto, del derrotero divergente que siguieron las dos grandes porciones que constituyen la América, norte y sur, para señalar que a pesar de ese desigual derrotero son comunes a ambas las transformaciones que se operan y los beneficios inmediatos que trajo consigo. Primero: que el Atlántico se convierte en un “elemento de civilización”; segundo, la aplicación a grande escala de la brújula; tercero, el descubrimiento del polo magnético; cuarto, la forma “esferoidal” y el diámetro del planeta.

Hostos no pasa tampoco por alto el enorme impacto que tuvo el acontecimiento en todas las artes. Contrario a lo que cabría imaginar, Hostos no se limita a relatar extensamente el desarrollo de las artes en el mundo americano y europeo, pues además, y tras puntualizar las intersecciones de las “razas” o culturas “madres”, esto es, la “autóctona, la conquistadora y la africana”, inserta la presencia en el proceso histórico del “paria” de la India y el “desheredado de la China”, pero destacando los dolores y el exterminio de los aborígenes de las Antillas, envilecidos y azotados en el resto del continente, desde los hielos del Canadá hasta la Patagonia, para poner de relieve y en evidencia su resultado violento. De él, dan noticia las obras de algunos autores entre los que destaca la Araucana de Arcilla. Hostos no olvida añadir otra serie importante de beneficios. Entre ellos, la aplicación del vapor al movimiento, de la electricidad a la comunicación del pensamiento y los sentidos, y la “omnímoda aplicación de las ciencias a las artes de la vida”. Mas los que considera son los dos más grandes beneficios del Nuevo Continente al porvenir son: el descubrimiento del Océano Pacífico y el descubrimiento de la Federación.


En los trabajos siguientes, “América precolombina”, Hostos relata, con pormenores, la gesta exploratoria de los países escandinavos por América del norte. En los textos siguientes, “La salida de Colón”, “A dónde iban”, “Quién era el hombre”, Hostos narra, con la destreza del buen narrador, la odisea del explorador, y en trabajos posteriores, el estudio de su carácter. Para Hostos, “Colón está lejos de ser un simple navegante”. Es la “más poderosa intelectualidad científica de todo el siglo”. Amplio conocedor de las letras antiguas que desde Hiparco y Aristóteles afirmaban la redondez de la tierra, hasta Toscanelli, quien supo ponerle en un mapa a Irlanda y África frente a la India, y la idea de que en esa zona existían más de dos tierras. Colón creía tener “perfectamente” calculado el diámetro del planeta, que conforme a los trabajos de Marín de Tiro era un tercio menor de lo real. Una expresión de Hostos recoge una memorable paradoja al respecto:

“Entre todos los navegantes del siglo XV no había ninguno más incapaz que Colón de descubrir a sabiendas el Nuevo Mundo, porque no había ninguno tan instruido como él”.



España y la América colonial en tres poemas de Hostos

Tres textos poéticos pertinentes a este asunto se recogen en el volumen I, tomo II, de sus Obras completas, Edición Crítica. El primero, “El 18 del proscripto”, trata la celebración de la gesta emancipadora de Chile. Aunque se repitan alusiones sobre los “tres pueblos indignados” de su “patria gemebunda” (desde luego, las Antillas), quizás en algún sentido impropias al tema, el poema intenta repasar la gesta liberadora de comienzos del siglo XIX, menos atento al odio de la ruptura que a la misión regeneradora de los pueblos de América que posibilita la independencia.

El segundo poema, calificado como una “oda épica”, se titula en las Obras completas de 1939 como “El nacimiento del Nuevo Mundo”, solo un fragmento del texto corregido en la edición crítica con el título verdadero de “El nacimiento del Mundo Nuevo”. La modificada relación entre el sustantivo y el modificador no es superflua. La expresión “Nuevo Mundo” se refiere a América como un mundo nuevo; en cambio, “Mundo Nuevo” se refiere al planeta entero, transformado, nuevo. El poema recoge con gran expectación, harto prolongada para animar el suspenso, el tiempo anterior al avistamiento de tierra de los navegantes, tal como lo hace Eliseo Diego en “Cristóbal Colón inventa el Nuevo Mundo”.  Sin embargo, Hostos se extiende más allá de la epifanía para imaginar el encuentro primigenio y descubrir cómo y cuánto debieron impactarse unos y otros, superando las visiones edénicas con “el dolor de todo alumbramiento”, las “pasiones letales”, “la crueldad y la codicia”. De modo que a pesar de ser Colón “náufrago del error”, es también “símbolo” del “hombre nuevo / que el viejo mundo moral ha derruido”, y que, aunque “ungido por el combate y el dolor” nos entrega “no un nuevo mundo / sino un mundo nuevo”. Hostos reconoce que Colón abrió la puerta al Mundo Nuevo con sangre, pero el hecho indisputable es que abrió la puerta.

El tercer poema parece ser un desprendimiento –“dramático y casi elegiaco”, según los editores-- de este anterior. Se titula “Los conquistadores de Chile”, y se refiere a la guerra contra el pueblo araucano con un intencional acercamiento al célebre poema de Alonso de Ercilla, La Araucana, poema épico que, como se ha observado, no rinde honores solo a la victoria española, sino también al valor y la visión del vencido. 


En la Plaza de las Tres Culturas de México, una placa conmemorativa dice:


El 13 de agosto de 1521
heroicamente defendido por Cuauhtémoc
cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés.

No fue triunfo ni derrota,
fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo
que es el México de hoy.”


No es a ese mestizaje al que quiere evocar el Presidente de México Andrés M. López Obrador, al reclamarle un perdón al rey de España: es a los pueblos originarios destruidos, esclavizados y envilecidos tras la conquista española de Tlatelolco. Se pide un gesto de reparación, pesadumbre y arrepentimiento ante lo que fue una catástrofe humana. La misma que reclamaba hace cerca de 200 años el personaje de Bayoán. Como entonces, cuando Hostos, hoy España se niega, otra vez, y responde con soberbio desdén imperial al Presidente de México, muy lejos de Ercilla, y con la ofensa recogida en las palabras vulgares del novelista y académico Arturo Pérez Revelte, al tacharlo de “imbécil”.


Hostos terminó su poema con unos versos que, con uso magistral de la dialéctica, pudiéramos ayudarnos para ponderar mejor esta:

“Cuanto más se venere al araucano

Más la conquista de Ercilla es eterna”.

Puerto Rico conoce bien de estos desdenes, soberbios, imperiales. 

Marcos Reyes Dávila 

* Publicado en 80 Grados el 27 de septiembre de 2019.

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