CALIBÁN
La deuda
es suya:
nuestras son
las utopías
De seguro que el éxito mayor del gobierno de Estados Unidos, de la Junta de Control que lo representa, y del gobierno colonial (PNP y PPD) que también lo representa, es obligarnos a hablar, sin que lo percatemos, su lenguaje. El lenguaje del imperio colonial, y con él, el lenguaje del mundo del capital.
Todos los medios de difusión le siguen a pie juntillas, a los poderes coloniales, la canción de la deuda. Y con los medios y con el lenguaje del gobierno colonial, del imperio colonial y del capital financiero, también toda la sociedad puertorriqueña le hace coro a la canción: “Puerto Rico vive una crisis”; “El gobierno no tiene dinero”; “Hay que pagar la deuda”.
Y no. No es solo cuestión –que lo es– de que la deuda es impagable, y que solo pretender lo imposible causará la ruina, durante décadas, del pueblo de Puerto Rico y una “catástrofe humanitaria” que muchos expertos saben que vendrá y que ya tiene un pie dentro: desempleo, reducción del gobierno, de los seguros de salud, de las pensiones, de los derechos laborales, de la privatización hasta de los suspiros, de la educación, de los bienes del pueblo de Puerto Rico.
Enredarse en el discurso del dominador es un laberinto sin salida para el pueblo de Puerto Rico porque es internarse en una manera de entender las cosas que no es, no debe ser, no puede ser, la nuestra como pueblo. El discurso de la deuda es falso, porque es el discurso del capital financiero y de sus intereses político-económicos. Es el discurso de la explotación y del explotador. Con ese discurso la libertad yace muerta en yermo estéril. El discurso nuestro está en la orilla contraria.
El lenguaje del dominador, el de la deuda y de los bonistas buitres, nos pone a buscar soluciones que pensamos serán más justas para nuestros intereses. O nos pone a dilucidar sin cansancio en cómo acomodarnos mejor a la alegada escasez. Pero la verdad es que por más vuelta que se le dé al problema, este no tiene otra solución, para ellos, que la explotación inmisericorde de la riqueza inmensa que aquí producimos. Para colmo, a ellos no les interesa el beneficio del pueblo de Puerto Rico. Con premeditación, y con toda intención y alevosía, ellos nos entramparon para explotarnos con más profundidad, contando incluso, con la dócil venia nuestra.
Shakespeare escribió la historia –“La tempestad”– sobre este señor llamado “Próspero” –¡y “Promesa”!– que vino a colonizar una isla desconocida que habitaban Ariel y Calibán. Luego el Premio Nobel caribeño, Aimé Césaire, ubicó la historia en el Caribe, y Fernández Retamar, más tarde, convierte la historia en una de explotación colonial en las Antillas. La historia del colonizado.
La parte que nos interesa en esta historia según la interpreta Retamar, es la del oprimido y esclavizado que se ve en la necesidad de hablar la lengua del amo. Esa es la historia de todo pueblo colonizado. Y de eso, justamente, estamos hablando.
La lengua del amo, repetimos y repito, no es la nuestra. La verdadera lengua de los pueblos sometidos a la esclavitud colonial es una que, enraizada en nuestros propios intereses como pueblo distinto y aplastado, tome conciencia de sí, y dirija su esfuerzo a la emancipación de esa esclavitud y a todas las reivindicaciones que conforme al derecho natural le corresponden.
Basta de soñar. Rescatemos la utopía de la libertad y de la felicidad, que si no está arrinconada en la esquina del olvido o de lo inasible, está enterrada. Enterrada, pero nunca muerta. La libertad y la felicidad son siempre objeto de aspiración y de nostalgia. En términos sin sombra lo expresó Hostos: “ni hoy ni mañana ni nunca dejará nuestra patria de ser nuestra”.
Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
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