jueves, 26 de mayo de 2016

Presentación de "Más allá del tiempo: Julia de Burgos"



Presentación de 
Más allá del tiempo: Julia de Burgos
 

UPRH, 28 de abril de 2016

Yolanda Ricardo Garcell es muy conocida entre los académicos de Puerto Rico, y en este recinto en particular, porque nos ha hecho el obsequio de numerosas visitas, desde aquella remota mañana –hace 20 años– en la que llegó intempestivamente a leer en nuestro teatro, y hombro con hombro, la misma conferencia que nosotros sobre Hostos y Martí, solo que ella miró el tema como cubana y antillana –y con espejuelos rotos–, y yo, como un puertorriqueño-antillano... sin espejuelos. Desde entonces la hemos recibido en otras ocasiones, entre ellas, para la presentación de su libro sobre “Hostos y la mujer”, y la del simposio dedicado a Julia de Burgos celebrado aquí en febrero de 2015.
    Yolanda es profesora titular de la Universidad de La Habana, investigadora y ensayista sobre el pensamiento caribeño en general, y sobre la creación literaria de la mujer en el Caribe en particular. Es doctora en Filosofía y en Ciencias del Arte de la Universidad de Praga; miembro de la Academia de Ciencias de la República Dominicana y de la Academia de Ciencias de Cuba; Directora del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba, y por si fuera poco, amiga mía. Favor que me hace.  
     Ahora, poco después del simposio de Julia, y a solo dos años del centenario de su natalicio, Yolanda nos trae de regalo este libro sobre nuestra poeta nacional, Julia de Burgos, que presentamos esta mañana, y que coincide otra vez, hombro con hombro, como parto de gemelos, con la publicación en EXÉGESIS de las Actas de nuestro Simposio dedicado Julia. El libro de Yolanda, publicado por la Editorial Patria, está oloroso todavía a recién nacido de imprenta. Se titula “Más allá del tiempo: Julia de Burgos” –título como de película o novela– y tiene 321 páginas. Tras las dedicatorias, el libro incluye tres largos epígrafes, uno de Virgilio López, de la Academia de Ciencias de Cuba; otro de Vivian Auffant, catedrática del Recinto de Río Piedras, y de Marcos Reyes Dávila, segura errata.
    El índice demarca 14 partes, que incluyen, tras los agradecimientos, un prólogo de Virgilio López, antes mencionado; una introducción de la propia autora; nueve capítulos. Además una bibliografía de 284 entradas; una
antología de poemas segregados según varios criterios como, por ejemplo, aquellos de tono lírico y de resistencia, los intensamente líricos, los poemas comprometidos con causas sociales o políticas, los de inspiración cubana. A eso añade una iconografía con 20 fotos, y encima de todo, además, un índice onomástico –de nombres–, temático y toponímico. El arte y diseño de portada es de Alí Francis García, miembro de la Comisión del centenario de Julia. Un libro más abarcador y completo que este es muy difícil de esperar.
    Los nueve capítulos, conforme a lo que anticipa en su introducción la propia autora, tratan somerante  los siguientes temas. El primero, ofrece el germinar de la escritora que fue Julia de Burgos. En el segundo, le sigue los pasos por su estancia en Cuba. En el tercer capítulo analiza su obra poética. El cuarto se ocupa de su producción en los años estadounidenses. El quinto se adentra en ese gran y largo movimiento en favor de la liberación de la mujer, en cuerpo y conciencia. El sexto capítulo se ocupa de su poesía militante. El séptimo, explora sus nexos con la historia literaria de Puerto Rico. El octavo, pretende definir una poética en Julia desde el punto de vista teórico. Y en el noveno, demarca su legado para la cultura puertorriqueña, caribeña y universal. Se trata de un cuerpo de exégesis de alrededor de 165 páginas. Tarea de gigantes.
    El libro de Yolanda tiene como uno de sus muchos méritos sobresalientes el hecho de que coloca la obra de Julia dentro de un contexto mucho más amplio que el nuestro –es decir, el de la literatura puertorriqueña–, para proyectarse al ámbito caribeño particularmente, hispanoamericano en segundo plano, y por vía de sus recursos de análisis, al ámbito universal. Tamaña amplitud la encontramos muy pocas veces porque requiere de una vasta erudición, que pocos poseen, y de un trabajo muy riguroso y arduo.
    Entre sus méritos sobresalientes se destaca, en segundo lugar, el bagaje crítico, es decir, el muy diverso y rico uso de recursos críticos que incluyen las perspectivas y enfoques más recientes de la teoría literaria del mundo occidental, sin olvidar la crítica y los enfoques canónicos, tradicionales y nuestros, del Caribe.
    En tercer lugar, Yolanda recoge, hace uso y resume una gran porción de la crítica y los puntos de vista que desde su adolescencia han comentado, analizado y valorado la obra de Julia, incluido el simposio celebrado aquí el pasado año, que, aunque no estaba publicado aun cuando se redactó el libro, se mantuvo en la memoria de quien estuvo presente durante el mismo, y desde luego, tuvo también, la oportunidad de oír muchas de las presentaciones y de conversarlas con sus autores.
    Por otra parte, cuarto mérito, Yolanda no solo recopila y trabaja con gran parte de la obra crítica existente hasta el momento sobre Julia, sino que también aporta datos nuevos producto de sus investigaciones en los archivos de Cuba, principalmente.
    Por si todo lo anterior fuera poco, repito, queda aun por señalar el mérito
mayor –quinto– de este libro. Me refiero al análisis de por sí que hace Yolanda, realizado con lupa y con microscopio, lo mismo que con telescopios, es decir, minucioso y detallado, pieza por pieza, lo mismo que generalizado, deductivo e inductivo, y por raptos, argumentativo. Un análisis que parte de la crítica previa y ajena, la repasa y recuerda en cada paso, para luego matizarla y corregir con nuevos tintes, los puntos de vista, y también los datos.
    Yolanda hace uso de un discurso –un lenguaje– particularmente riguroso y científico, sólido y denso, aunque se levantan con harta frecuencia las apreciaciones que solo la más franca admiración, y el ojo y la voz de un poeta, puede articular. Es decir, que el cariñito se le escapa travieso a la catedrática. Así como en su novedoso intento de definir una poética de la obra de Julia, dentro del contexto amplio de la literatura caribeña y de la latinoamericana, así en el análisis de los poemas de Julia, los versos que toca Yolanda con su palabra, quedan, ante el lector, iluminados, resplandecientes, como palabras de encantamiento.
    Es imposible comentar cada señalamiento que a lo largo del libro hace Yolanda y que en cada caso nos parecen provocaciones sugestivas que quisiéramos conversar. Por razones tiempo y para no aburrirlos nos limitaremos a arar solo unas pocos.
    Yolanda comenta, al principio y al final, porque es ineludible hacerlo, esa controversia desafortunada que ha girado en torno a Julia, controversia asida a una nota propia de las "chismosas" peruanas. Me refiero a aquellos que ‘desvirtúan el sentido de su vida’ (31) y ‘cuestionan sus rumbos de vida y letras’ (190). Yolanda Ricardo no esconde nombres y apellidos, en ambas ocasiones. Recuerda incluso el equívoco que provocó una pieza teatral de Manuel Méndez Ballester titula “Julia de Burgos y su amante secreto” (68), puesto que la obra alude como amante al Río Grande Loíza, protagonista de uno de sus más recordados y celebrados poemas, aunque surja en efecto de la controversia suscitada por su relación con Juan Isidro Jimenes Grullón. Indudablemente Julia sufrió en carne propia, con la fatalidad de un heroína de tragedia, su determinación de tener vida propia y de realizarla a la altura de los hombres, y más allá. Fue una joven divorciada, con todo el estigma que ello suponía entonces, que vivió un amor intenso con un hombre casado. Se dio a la bebida y se alcoholizó en algún momento durante su estadía en la ciudad de Nueva York. Pero ni siquiera eso apagó la llama de su creatividad. Que si su padre, esto, o si su padre aquello... no dejó huella. En cambio, sí dejó huella cómo le alimentó la imaginación y acaso le enseñó a vivir al aire libre. Papotito lo llamaron todos. Por Papotito pregunta en sus cartas, y por Papotito se preocupa. El Rocinante de los mitos y leyendas que jugaba con su padre, aparece idealizado en sus poemas, sin el menor asomo de resentimiento.
    Más que de las manchas del sol, hablar debemos de la luz, nos enseñó Martí y nos lo recuerda Yolanda. Y añade, que “no es serio mostrar solamente la cara externa de lo acontecido. Un análisis riguroso –y sobre todo humano– requiere hurgar –nos dice– en las motivaciones, en las presiones, en la herencia acumulada de infortunios, desamparos, rivalidades, humillaciones, discriminaciones”. ¿Es que no sabemos que varios hermanos de Julia murieron en la infancia de desnutrición?
    En la historia de la literatura, y muy bien lo desentierra de las distancias del  olvido Yolanda, las mujeres tuvieron una época de despegue, ardua y sufrida, en sus luchas emancipadoras. Julia pertenece a ese grupo de mujeres que escala cumbres bastante solitarias en el inicio del siglo veinte; de mujeres decididas a quebrar la ‘sexualidad colonizada’. Comienza, y comienzan aun, a escribir una literatura que se resiste a seguir, servilmente, el canon de los hombres. Comienza a escribir desde su propio cuerpo para descubrir su propio rostro, ese que acaso descubriera en las aguas de su río. Ese es uno de los sentidos que articulan su primer libro: “Poema en veinte surcos”.
    Recordamos que el libro comienza con ese poema de remembranza whitmaniana, “A Julia de Burgos”, y termina con otro de la misma estirpe que atrapa como un magno paréntesis el libro todo. Me refiero a “Yo misma fui mi ruta”. Con esa determinación proclamada, y con esa “tea en la mano”, inicia Julia su vida de poeta.
    Muchos sugieren que tuvo amoríos con Luis Llorens Torres porque él la proyectó a la cumbre de la ciudad letrada apenas iniciaba su carrera literaria. Otros la vinculan con Juan Antonio Corretjer porque este la acogió en Nueva York incorporándola al grupo editorial del semanario “Pueblos Hispanos” que dirigía él. Otras atribuciones de mujer irresistible se le han hecho, mas no creo que incluya, muy a su pesar, a Josemilio González, el destacadísimo crítico y poeta más o menos de su edad, que quedó prendado de ella con solo verla pasar. Tal parece que, en efecto, Julia era altamente atractiva, quizás por su belleza física, o quizás por su carácter indomable y su espíritu de sueño. Si no asusta o irrita, seduce. Lo que al respecto de estos atributos se pasa por alto es que Julia pasó por la vida con una incandescencia que deslumbró a todos. No es Llorens, no es Corretjer, ni ninguno en particular o en específico. Julia fue celebrada de manera casi unánime. Por todos. Aun la “Renacuajo” de sus pesadillas tuvo que reconocer que algunos poemas de Julia estaban destinados a aparecer en todas las antologías. Apenas publica sus primeros textos en diarios y seminarios, ya ofrece discursos de rebeldía desde la tribuna y participa en la directiva de organizaciones patrióticas. Y ya la llaman “la novia del río” o “la novia del nacionalismo”. Allí, a su lado, casi niña aun, estuvo el cerebro mágico de Luis Muñoz Marín: don Vicente Géigel Polanco. Allí, y entonces, inicia sus trabajos en defensa de los presos políticos. No es, pues, solo Llorens el deslumbrado con sus versos. Lo estuvo también Francisco Matos Paoli, también preso nacionalista, aunque no llegó a conocerla, personalmente. Lo estuvo Juan Antonio Corretjer. Lo estuvieron todos. Ellos y ellas. Y lo seguimos estando.
    En el empeño de su rigor, Yolanda lamenta no haber podido hallar un artículo de José Antonio Dávila, publicado, según Julia, en la revista “América” y en “Alma Latina”. Ignoramos si se publicó o no en “América”, pero sabemos que sí en “Alma Latina”. En la versión que conocemos, incluida en el volumen “Prosa”, edición de la Sociedad de Autores Puertorriqueños de 1971, José Antonio da cuenta de haber escrito en el 1939 un artículo sobre “Canción de la verdad sencilla” de Julia, de ese mismo año, que se extravió en la redacción de uno de nuestros diarios, según dice. En el 1941 lo reconstruye, y gracias a eso podemos conocer cómo valora el famoso poeta bayamonés la poesía de Julia de Burgos. Traemos el caso a propósito porque pone en evidencia ese deslumbramiento en un texto generalmente olvidado por la crítica.
    Bellísimo e iluminador es este texto de José Antonio. Comienza apuntando que el libro de Julia, aunque tiene mucho de verdad, no tiene casi nada de canción y ninguna sencillez, Verdad, canción y sencillez son los elementos que sustentan el título, nos dice. A su juicio, es “uno de los libros más consistentemente abstractos e intuitivos que tiene el verso universal”, cito, “y uno de los más armónicos con la esfera, adelantado a la velocidad con que se mueven nuestros estados mentales”. Añade, ahí mismo, esta curiosa observación: “Se queda uno a veces –dice– un
poco rezagado al seguir las imágenes. La velocidad es en ellas, lo que el tiempo es en la primera teoría de la relatividad einsteniana: una cuarta dimensión” (166). Dávila queda asombrado ante lo que llama “el milagro de la imagen”, intentando esclarecer la naturaleza de sus metáforas surrealistas. En “el mundo que se ha creado Julia”, dice José Antonio, “el cuerpo sube al celeste aposento del espíritu”, de modo que –añade luego– “se deriva la sensación de que si Julia se le quedara mirando fijamente a una cebolla de Bermuda, sería muy capaz de transformarla en una rosa de Jericó” (169). Concluye Dávila lo siguiente: “Será ella una de las grandes iluminadas, en la más biológica, la más antigua, y la más respetable de las experiencias humanas” (170). Y que conste que José Antonio, entonces, vivía aislado y agobiado por la tuberculosis.
    Como se ve, Julia pasó como una estrella por dondequiera que fue mientras vivió dentro del contexto del mundo caribeño. Como ocurrió en Puerto Rico, ocurrió en Cuba. Juan Bosch, ex presidente de la República Domicana, Juan Marinello, Raúl Roa, Nicolás Guillén. Incluso el Nóbel chileno Pablo Neruda, y muchos más. Si se tiene en cuenta que esos libros de Julia fueron escritos por una joven de entre 24 y 27 años de edad, mujer mulata, nacida en un hogar rural empobrecido, el asombro camina sobre una cuerda floja. Camina.
    El asunto de sus amores con Juan Isidro Jimenes Grullón es otro de los aspectos preferidos en los novelones, pues algunos críticos y biógrafos han querido adjudicarle al rompimiento entre ellos el final trágico de Julia de Burgos. Fue Julia quien, por el contrario, rompió con Juan Isidro. Una lectura atenta a los trozos de sus cartas publicadas en el libro de Yvette Jiménez de Báez –“Julia de Burgos. Vida y poesía”, de 1966– debió bastar para despejar desde entonces  esas inferencias. La lectura de las “Cartas a Consuelo” confirman sin lugar a duda el aserto. Julia rompió con Juan Isidro, y no al revés. Lo hizo a pesar del amor, movida por la dignidad. Jimenes, tras el divorcio, desprovisto de esa excusa, se negó a formalizar su relación sentimental con Julia... mientras vivieran sus padres. De modo que, tanto por negarse, después del divorcio, a poner a Julia en la posición que le correspondía, como por la pretención de celar y reducir a la vida doméstica a una mujer rebelde, un ser humano excepcional que ya había aportado, aportaba, y aspiraba a aportar aun más a un destino más justo para la humanidad, la determinación de Julia era final y firme. Así consta en las cartas a Consuelo escritas en el momento mismo de los sucesos. Yolanda aporta el dato de que Julia aparece matriculada nuevamente en la Universidad de La Habana tras el suceso. De modo que es indudable que Julia pretendía continuar su vida. Eso intentó hacer en el ambiento inhóspito, poco hospitalario para una mujer divorciada, mestiza y pobre, de Nueva York.     
    “El mar y tú”, ese libro póstumo que Julia escribe en Cuba, nació enraizado en su amor vivo por Juan Isidro. Pero ya incluía a principios de 1941 un grupo de “poemas torturados y trágicos”, le dice Julia a su hermana Consuelo. Esos poemas recogen seguramente la experiencia de las dificultades y tropiezos ya emergentes, en su relación con Juan Isidro. Quizás por los periodos en los que él la dejaba sola para ir a dar conferencias por regiones de Cuba, pero también, muy seguramente, por las crisis ocasionadas por los celos de él, por su empeño de disfrazarla de mujer “puritana”, por su afán de mantener encerrado lo que nació viento, y por la indecisión de un hombre débil, incapaz de resolver con dignidad y valor su situación de pareja con Julia. Pienso, creo, que su decisión de posponer, ¡por más de diez años!, la publicación de “El mar y tú”, para terminar y publicar antes “Campo”, libro de poemas de tema social y proletario que ya nada debe al mar ni al río, obedece, en parte, al despego, quizás herido aun, quizás defraudado, de algo que quería dejar atrás, abandonado. Quizás por eso “El mar y tú” resultó ser a la larga, un libro póstumo. V

    Quizás –nuevamente sea dicho– sea correcta, esencialmente, la interpretación de la exégesis de Ivette López Jiménez, recogida por Yolanda, sobre el tema del silencio en la “Canción de la verdad sencilla”. “En ti me he silenciado”, dice Julia. En efecto, este repetido silencio, este callarse, bien puede obedecer no solo al silencio autoimpuesto o impuesto a la mujer en el mundo de los hombres, sino también a las circunstancias políticas de mordaza, de persecución, tanto de nacionalistas como de comunistas en un país en guerra y de un imperio colonial que aun hoy nos aplasta y amordaza. Sabemos que Julia tenía carpeta en el FBI, y que era vigilada, y que le traducían sus poemas.
    Pero aun cabría pensar que ese silencio pudiera responder a otros motivos. Quizás, la intención de reducir, no presionar, las 
circunstancias tirantes de una relación próxima al naufragio. Pero ni una ni la otra explicación concuerdan, en mi opinión, con el tan señalado carácter rebelde, la irrenunciable dignidad de una mujer que se lanza a la vida con la tea en la mano.    “En ti me he silenciado”, dice el verso, con sublime armonía. Con la más sublime entrega.  Y es que me seduce otra interpretación plausible. Quizás en varias ocasiones el silencio pudo ser provocado por una situación de éxtasis, esa del amor cuando deviene divino, extasiado, el “quedéme y olvidéme entre las azucenas olvidado” que decía Juan de la Cruz, pero en sentido humano. Quizás, sencillamente, una sensación de plenitud que solo el amor puede producir. ¿Quién no lo sabe?
    Termino estas palabras citando a Yolanda: “Su obra posee –nos dice– lo que le pertenece por entero, lo realmente imperecedero, la condición de la perennidad en la memoria del arte y del mejoramiento humano de savia puertorriqueña, caribeña y latinoamericana, y también martiana. Entonces es válido decir que, desde este punto de vista, no cuentan los que han cuestionado sus rumbos de vida y letras que –si no han quedado– quedarán en el camino” (190).      
    En el epígrafe del libro, dicho ahora aquí como sentencia final, Yolanda coloca estos versos de Julia:    
        “No vengo del naufragio que es ronda de los débiles:
        mi conciencia robusta nada en luz de infinito”.
    Gracias infinitas, Yolanda, por este beso de hermanos.


Marcos 
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

Publicado en 80 GRADOS: http://www.80grados.net/julia-de-burgos-mas-alla-del-tiempo-por-yolanda-ricardo-garcell/

No hay comentarios:

Related Posts with Thumbnails