miércoles, 6 de enero de 2016

Hostos: El espíritu del once de enero



HOSTOS:
El espíritu del once enero

Oigo hablar del “espíritu del once de enero” y pienso en Hostos. Hostos es, fundamentalmente, un espíritu fundador y libertario. Por fundador, un espíritu creador y heterodoxo. Por libertario, un espíritu luchador, ético y forjador que celebró desde la pampa argentina el beneficio de nacer americano porque tenemos todo un mundo por crear.
    La América Nuestra, en general, hoy lo desconoce. Puerto Rico, también. Nada ha cambiado en realidad desde que Pedreira lo calificara en los años treinta del pasado siglo con la paradójica expresión de “ilustre desconocido”. Mas resuena su nombre en la hermana República Dominicana donde descansa junto a los forjadores de la patria. Algo menos, me parece, en Cuba, incluso en la revolucionaria.
    La razón de ese desconocimiento está en el carácter colonial del gobierno de Puerto Rico que, por su propia naturaleza, y en cuanto vasallo del imperio que nos posee, niega y reniega de sus valores por más altos que sean. Algunas altas figuras asimilistas, no obstante, tuvieron que reconocer su inmensidad. Hablo, fuera de los límites de la ciudad letrada, de destacadas personalidades políticas de la primera mitad del siglo XX que celebraron el natalicio de su centenario y se ocuparon de agrupar y editar sus “obras completas”. Incluso el líder del movimiento estadista de la segunda mitad del siglo y fundador del partido varias veces gobernante, Luis A. Ferré, llevó entre sus manos, de alguna forma, su texto de la “Moral social”, e impulsó, personalmente, la edición crítica del volumen del “Tratado de moral”.
    Más tarde el gobierno sufragó los costos de un enorme sesquicentenario, levantado por impulsos de Manuel Maldonado Denis, que culminó con la creación del Instituto de Estudios Hostosianos en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y la creación de la Cátedra que llevaba su nombre. Hablo en tiempo pasado porque tanto el instituto como la cátedra pasaron a mejor vida hace años hundiendo la tarea inconclusa como el Titanic. Otro centro de estudios hostosianos se ha fundado en la República Dominicana recientemente. En el recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico se devela este año un nuevo busto. 
    Figuras sublimes como Manrique Cabrera y Ferrer Canales mantuvieron vivo
el fuego de su grandeza durante décadas. El sesquicentenario mostró que el fuego de su nombre aún tenía ecos en otros espacios dispersos del planeta, como Cuba, Costa Rica, Argentina, Chile, Venezuela y España, entre otros. Pero no ocurrió otro tanto con el Centenario de su muerte que solo halló eco, en Puerto Rico, en su pueblo natal de Mayagüez y en el Recinto de Humacao de la Universidad de Puerto Rico donde celebramos un simposio de tres agotadores días. Antes y después, el maniático afán de una alegada “desmitificación”, con epicentro precisamente en Mayagüez, que tanto daño le hace a la unidad de este pueblo agobiado por la oscuridad de la colonia.
    En el 1938, en vísperas del centenario de su natalicio, la Sociedad de Estados Americanos aprobó en Lima una resolución que proclamaba a Hostos “Ciudadano Eminente de América”. La resolución reconocía la inmensa aportación de Hostos en muy diversos terrenos de la vida de la América toda, de España y del mundo. Académicos expertos lo reconocen como uno de los 50 educadores más significativos en toda la historia de la humanidad por su innovadora pedagogía, producto de su incesante estudio de la naturaleza humana, comenzando consigo mismo. Mas las aportaciones de Hostos desbordan la pedagogía, la moral y la filosofía. Hostos fue también un espíritu científico en diversas disciplinas. Se le reconoce su aportación en la creación de la sociología latinoamericana y en la fragua de un nuevo espíritu del derecho.
     En el campo político Hostos fue un luchador de la libertad, no solo antillana, sino también de la española y de la América Nuestra. Defendió la creación de instrumentos de unidad política y de integración económica; reconoció y combatió el espíritu colonial que sobrevivió a la independencia del continente; y denunció la marginación y la opresión de las sociedades diversas que constituyen nuestros pueblos, como los habitantes originarios de todas las naciones y los negros esclavizados. Además, reconoció y defendió la igualdad de géneros y el derecho de la mujer a una vida plena e independiente. Escribió los principios que se deben considerar para construir sociedades libres, después de la independencia, en las antillas principalmente, pero también en los países abatidos por la herencia colonial. Suyo fue, más allá del sueño y la ambición, establecer la necesidad, el fundamento y las bases de la Confederación de las Antillas. Defendió el derecho a la guerra que libera, pero
denunció y aborreció las guerras de conquista y de despojo imperialistas.
    Ese espíritu del once de enero, saturado de la compasión irresistible por el dolor de la humanidad, debería presidir todas las aspiraciones de renovación y esperanza de cada inicio de año. Tanto, mucho, pudiera ayudarnos a superar las crisis y viacrucis que nos agobiaban ayer, agobian hoy, y lamentable, nos agobiarán mañana.



Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
 
    

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