jueves, 1 de enero de 2015

Todo llevará su nombre



“Todo llevará su nombre” 
de Fermín Goñi: 
               bueno, no todo.

 

Una vez supe, gracias a María Zamparelli, que Fermín Goñi, periodista español primero, según parece, y novelista después, presentaría en Puerto Rico, hace unos días apenas, una novela titulada “Todo llevará su nombre”, sobre los últimos días de Bolívar, no pude resistir la tentación que el Libertador me provoca siempre, y la pedí como regalo navideño.
            La novela, de unas doscientas páginas, está publicada por Rocaeditorial, de Barcelona, 2014, y tiene por portada la imagen de un león moribundo y sufriente, pues tiene una lanza enterrada en un costado. Se trata de una escultura del siglo XIX que se exhibe al aire libre en Lucerna, en homenaje a los caídos.    
    Aparte del tema del Libertador, me sedujo el título, para mí, tomado de un poema de Pablo Neruda, “Un canto para Bolívar”. Según Goñi, sin embargo, la expresión es de Marcelo Sierra, pronunciada cuando se develó en Nueva York la estatua ecuestre de Bolívar en el 1921. Sierra era descendiente de los músicos que tocaron en el funeral de Bolívar.
    No he de decir que la novela carece de interés. Su primera dificultad es la de ocuparse del triste derrotero de esos últimos días del Libertador moribundo que noveló, magistralmente, Gabriel García Márquez en la novela “El general en su laberinto”. La segunda dificultad es que Goñi no ha podido desprenderse de los modos como un periodista toma y refiere la información.
    La novela se construye dentro de la cronología, seguida al día a día, de la agonía de Bolívar. En algún momento casi desaparece, pues el Libertador apenas hace o dice nada, de modo que el espacio lo ocupan los personajes que lo acompañan. Estos se refieren a diversas anécdotas y momentos de la vida luminosa y heroica del Libertador, a menudo a instancias del médico francés, Reverend, que lo asiste, puesto que no ha sido testigo de sus hazañas. Sin embargo, estos momentos no pueden desplazar del primer plano los horrores de la agonía, de modo que luzca, como prometen lo editores en la contratapa, la “novela triunfal”, el retrato de “la figura imponente del gran general”. Ese propósito, a mi juicio, al que se refiere precisamente el título, queda fallido. Y justamente eso quería.
    Fíjese el lector si esto es así, que la novela refiere de manera minuciosa el examen post mortem del cuerpo sin vida de Bolívar y su embalsamamiento, incluyendo “el manantial de pus marrón” de su pulmón derecho.
    Hay varias referencias a Puerto Rico, pues, como es sabido, estuvo entre los proyectos no realizados de Bolívar, liberar de la tiranía colonial monárquica a las Antillas. La novela incluye varios momentos posteriores, de 1842, 1921, un colofón, el inventario de sus bienes que se hizo en el 1830, y las subastas de los herederos. En el de 1921, referente a la estatua develada en Central Park en presencia del presidente Harding, este habla del “destino manifiesto”, de una unión de las américas que el imperialismo del norte hace imposible y que nunca se puede confundir con la utopía de la Gran Patria Latinoamericana, la de la América Nuestra que no incluye al minotauro del norte, y de la lealtad latinoamericana a su bandera que, según el presidente, es el caso del Puerto Rico colonial. Mucho me hubiera gustado que esa información se refiriese de otra manera.
    Yo, sin querer colocarme como ejemplo para otros, no me hubiera atrevido a tratar el mismo asunto que trató antes García Márquez. Aun cuando “El general en su laberinto” no sea su mejor novela, el nóbel colombiano es genial siempre. La novela de Goñi no pasa de ser, considerada de este modo, un anexo suyo.  


Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!

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