jueves, 15 de agosto de 2013

Los pájaros locos de Silén son palomas asesinadas en la Guajana




Los pájaros locos de Silén
son palomas asesinadas 

            en la GUAJANA*       
      
Sin los sesentas no habría setentas”, Sergio Ramírez.
 


 
Celebro, como el que más, la reedición del libro mágico de Yván Silén: El pájaro loco.
    Estudiaba mi bachillerato en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras, cuando nos sorprendió un día, en el recinto y en las calles de Río Piedras, la campaña de promoción en las paredes de este pájaro loco que nunca hemos podido olvidar. Silén es, sin duda, uno de los poetas puertorriqueños de mayor impacto lírico, autor de una poesía siempre alucinante y provocadora. A veces califica su poesía de poeta “maldito” como neosurrealista, a veces como “esquiza”, o de otras maneras, pues Silén, como Matos Paoli, es un poeta que no tiene pausa, de infinito manar. Ahora, nos informa Lilliana Ramos Collado, se reedita el libro, 41 ó 42 años después de su primer lanzamiento (¿1971 ó 1972?). Enhorabuena.
   

 Hallé en mi biblioteca, en mi tercera búsqueda, el libro de esa primera edición, despegado y viejo, un pequeño tesoro. La busqué porque la nota publicada en El Nuevo Día (Ea, 10) por Ramos Collado incluye una frase que me pareció quizás más innecesaria que incorrecta, alusiva a “la escuela del realismo socialista de la Generación del ’60”.

    Aclaremos que Silén es, por derecho de nacimiento, un miembro de la Generación del 60, vinculado en sus inicios más con la revista Mester que con Guajana, su revista hermana, en la que también publicó alguna vez. Es diez años mayor que Ramos Collado, coetáneo con los poetas de Guajana. Nació, como Edwin Reyes y Ángela María Dávila, en el 1944.
  

  Ramos Collado le atribuye a Silén el propósito de “destruir” la poesía sesentista de los guajanos; parece reducir la poesía de la Generación del 60 al realismo socialista; y califica la poesía del sesenta como una que (ya en el 1972) tenía agotada su vitalidad y redundaba. Ramos Collado se hace eco, nos parece, de las palabras de Silén, que escribe ya entonces desde el exilio neoyorkino, no desde la experiencia nacional puertorriqueña –aunque alega escribir “desde un país intervenido”–, lo que nos obliga a adscribirlo a la literatura puertorriqueña de la diáspora. La historia que yo recuerdo es diferente.
  

  Silén ha sido siempre un defensor del socialismo, si bien más anárquico –o “libertario”– y menos marxista que el de algunos –algunos– de los poetas de Guajana. Su poesía, en efecto, es marcadamente diferente por su audacia verbal, por su intensidad lírica, y por su acentuado subjetivismo. Es cierto que reclama en el prólogo de El pájaro loco que se propone acabar con el “realismo socialista” de los guajanos en nombre del lirismo poético y de la libertad de una poesía que no debe, a su juicio, atarse a nada, “sin apellidos”. Debo sospechar que hay aquí confusión y equívoco, porque le atribuye a Guajana, en 1971-72, once años de realismo-socialista que no habían transcurrido aún.
  

  Pero habría que ver, más allá de esas expresiones que abarcan e incluyen más de lo que quieren y deben, que tan acertado fue eso entonces, y también más tarde, puesto que hablamos a propósito de una reedición. En primer lugar, porque la poesía de Guajana no puede reducirse al “realismo socialista” –ni en aquel entonces, ni menos aun después–, si bien ese fuera uno de sus cauces nutrientes y su voz más observada. En rigor, algunos de ellos simplemente simpatizaron con la Revolución Cubana, pero nunca se consideraron marxistas y, desde luego, no simpatizaron con el realismo socialista. Una porción muy grande de la poesía de Guajana transita por lares y modos muy alejados de esa etiqueta (1).
   

 Recuérdese que el grupo Guajana incluye a Marina Arzola y a Ángela María Dávila. Recuérdese que el grupo Guajana incluye a poetas nostálgicos como Antonio Cabán Vale, religiosos como Ramón Felipe Medina y Vicente Rodríguez Nietzsche, un poeta, este último, saturado del “dulce pie (de) tu caminar tranquilo”. Recuérdese que incluye poetas complejos como Andrés Castro Ríos, que sacó a la luz su Muerte fundada en el 1967 y sus Convicciones para armar a la ternura en el 1988, y a poetas tan heridos como Edwin Reyes y Juan Sáez Burgos.
 

   Pero quizás lo más oculto que hay en toda esta hojarasca despectiva sea la aportación mayor del grupo Guajana que comienza a articularse en realidad tras la muerte de Albizu Campos. Me refiero a que la poesía anterior a Guajana, tan bien estudiada por Josemilio González (2), se orientaba principalmente por los cauces de un trascendentalismo metáfisico, existencialista, universalista, occidentalista, hispanófilo, y de resabios modernistas o neorrománticos, que, cuando más, hacían alarde del nacionalismo de la “gran familia” puertorriqueña y la apología edénica de la patria (3). Por eso el choque de estos poetas con las instituciones donde se refugió ese nacionalismo sin clase, abierta o disimuladamente burgués, dominado por “los viudos de Ortega”, según la expresión de Marcelino Canino: el Ateneo, la Universidad, incluso el Instituto de Cultura Puertorriqueña, choque que se ventiló en disputas públicas justamente en los setentas.
 

    Es cierto que Guajana incorporó la conciencia de clase, la identificación con las luchas proletarias, la solidaridad con los “desamparados de la tierra”, el materialismo que realizó las revoluciones de mayor importancia y de mayor ambición utópica en el siglo XX: la Revolución Rusa y la Revolución Cubana. El proceso se inició tras la muerte de Albizu y durante su segunda época, es decir, a partir del 1966, instigada además en gran medida por la intervención sangrienta de Estados Unidos en la República Dominicana. Sin embargo la identificación de Guajana con las luchas marxistas-proletarias se establece claramente con los editoriales y la poesía de la época tercera, es decir, a partir del 1970. En la segunda época las portadas todavía evocan el nacionalismo en su carácter más revolucionario y contestario (Albizu, de Diego) y también la poesía de Gabriel Celaya, de Vallejo, la décima popular; pero en la tercera será Lenin, y los homenajes a la lucha del pueblo de Viet Nam, del proletariado dominicano, Pachín Marín, Hugo Margenat. ¿Cómo, entonces, decir que, en su inicio, tenía ya “agotada su vitalidad y redundaba”? Acaso la descalificación de Silén se refiera en realidad a la obra realizada en otras latitudes y otras décadas, y no a la de Guajana.
  

  Pero la evidencia testimonial sugiere además que debemos invertir las causas y los efectos, puesto que la radicalización de Guajana es, en suma, posterior a El pájaro loco de Silén y a todos los que desplazaron el concepto de revolución, del plano político al plano literario, siguiendo la flauta ambigua de Zona Carga Y Descarga (1972-75), revista cuyo título evoca las luchas obreras –y no solo las de los muelles–, para abrir la puerta a una literatura menos sujeta al compromiso social y más individualista.  La verdad testimonial parece decirnos que simplemente algunos de los poetas de principios de los setentas no simpatizaron con las propuestas políticas del grupo en control de la revista Guajana. El marxismo parece haber sido el cuchillo que deslindó los caminos. Por ello los debates intensos de esos años.
   

 Por otra parte, a fines de los sesenta y principios de los setenta, la poesía de Guajana rindió un servicio militante, en la calle, la fábrica y la plaza, y de frente al imperio y la oligarquía, de frente al servicio miliar obligatorio y la guerra de Viet Nam, cuyo precio, impuesto por la represión del imperio, tuvieron que pagar muchos de ellos con el exilio, entre otras condenas. Creían, como creo aún yo, que todo puertorriqueño, escritor o no, tiene el deber de partir del hecho fundamental de carecer de patria, porque una colonia no es patria. Y la libertad, recordémoslo, “es un modo absolutamente indispensable de vivir”. Ignorar una u otra cosa es anegarse en un narcisismo que no podía ser justificado entonces, ni tampoco ahora, pues nada define nuestra realidad como puertorriqueños más que la colonia. Y esa postura, tan cara a la academia universitaria posmoderna de entresiglos, no es, ni fue nunca, la de Yván Silén (4). Silén es revolucionario, socialista-libertario, antiimperialista. Entre sus pájaros locos hay un poema dedicado a la guerra de Viet Nam. Su oposición a Guajana es estética, fundamentalmente: Silén propone en su libro la “anti-poesía revolucionaria”, basada en la “poesía maldita”, francesa, de Baudelaire (1821-1867) y Rimbaud (1854-1891), y en la filosofía anarquista de Bakunin (1814-1876), con vínculo, pero sin seguimiento, de Nicanor Parra y sus antipoemas de 1954. Ni la poesía maldita, ni el surrealismo ni la antipoesía eran, como se ve, yerba nueva en el 1972. Tampoco eran modelos aplicables, sino incidentalmente, al caso puertorriqueño, único en Nuestra América, por nuestra condición política colonial. Los poetas puertorriqueños podemos entrar en diálogo con todos los poetas del mundo, pero la poesía puertorriqueña siempre será diferente, pues lleva la marca del carimbo en la frente.  

    Empero, la línea política –revolucionaria– que caracterizó a Guajana no basta para explicar toda la poesía de Edgardo López Ferrer, la de Wenceslao Serra Deliz, ni siquiera la de José Manuel Torres Santiago. Me pregunto: ¿cuál es la obra realista-socialista de un Marcos Rodríguez Frese? Pienso que Silén, en todo caso, quiso destruir una tendencia del momento en algunos poetas de Guajana que, quizás, sacrificaron alguna vez la poesía por la predicación de una verdad, pero nunca destruir la obra del grupo. ¿Cómo podría hacerlo?  La aspiración a articular una canción que venga del pueblo –trabajador–, como dice El Topo, es sublime, no tiene precio.   

 
    Sorprende, por otra parte, en poetas de hondo calado y académicos universitarios, la reducción simplista y maniquea que parece ver en el universo infinito de la creación poética sólo dos posibilidades: el neosurrealismo antipoético sileniano o el realismo-socialista y panfletario de Guajana. Se diría que no hay nada más. No hay libro “exótico” versus libro “natural”, como decía Martí. Sólo vale la cultura europea y la norteamericana. No hay “Nuestra América”. Ni vallejianos, ni nerudianos, ni Blas, ni Celaya, ni poetas del 27, ni Borges, ni Cavafis, ni Pessoa, ni poesía abierta, pura, exteriorista, conversacional, calibanesca, militante, ni mesiánica siquiera, ni nada, nada más. ¿A quién le conviene la reducción simplista –me pregunto–, que sólo sabe cotorrear al hablar de Guajana en la etiqueta analfabeta del panfletismo? ¿La palabra “panfleto” no enmascara una posición antirrevolucionaria, apolítica, y por tanto, cómplice por omisión de la dominación colonial y de la burguesía? (Claramente, no pretendo atribuirle tal cosa a Silén, que se ve a sí mismo más revolucionario que los guajanos, pero esa posición de convivencia y complicidad sí está presente en la doctrina posmoderna de muchos universitarios puertorriqueños.)
 
    Admiro, inmensamente, el poder expresivo de Silén, la fuerza sugestiva, luminosa de contradicciones y paradojas, saturada de sorpresa, de su palabra. Está lejos, Silén, de cierta tendencia en la poesía de entresiglos con el juego de palabras sin sentido ni utilidad, puro performance, gesto de ingenio que nada tiene que ver con la poesía. Muchas veces publicamos en la Revista EXÉGESIS sus versos y su prosa. Pero nunca he creído en su propuesta de una locura esquiza, triturada por el LSD, tan afincada en las alucinaciones de ese Dios que tanto lo provoca y de las creencias que lo orbitan, tan alejadas de mi visión del mundo. Para mí, la paloma asesinada pesa más que el pájaro loco. Para mí, la poesía que no lucha por realizar, en el “reino de este mundo”, los deberes del amor y de la solidaridad, canta en vano, como decía Neruda. Silén, a pesar de los lastres mencionados, pero agobiado de exilios, siempre antena vibrante y profeta en grito de la poesía de marca mayor, lucha por ello, magistralmente. Por eso, también, ha gozado siempre de mi aplauso. 
                                                                                                        Marcos
                                                                                                        Reyes Dávila
                                                                                                        ¡Albizu seas!

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NOTAS

* Una versión anterior fue publicada en EN ROJO, CLARIDAD (Del 15 al 21 agosto de 2013, página 15) bajo el título "Los pájaros locos de Silén en la Guajana".


 1.  Para una relación más detallada del legado de Guajana en la historia literaria puertorriqueña, véase nuestro estudio “Guajana, las líneas de su mano”, publicado en Hasta el final del fuego, San Juan: Editorial Guajana, 1992.

2.  Es indispensable al respecto de los estudios sobre la poesía puertorriqueña de 1930 a 1960 el libro de José Emilio González titulado La poesía contemporánea de Puerto Rico, San Juan, ICP: 1972.

3.  Hay numerosos estudios disponibles, mas acaso baste la historia de la literatura puertorriqueña de Josefina Rivera de Álvarez, Literatura puertorriqueña: su proceso en el tiempo, Madrid: Partenón, 1982.

4.  Sobre el rechazo de Silén al academicismo posmoderno entronizado en la Universidad de Puerto Rico, véase el libro de Félix Córdova Iturregui, Los poemas de Filí-Melé. Entrevista a Yván Silén, San Juan: Ediciones Huracán, 2008. Allí dice, por ejemplo: “La universidad ha sido tomada por los independentistas del status quo-nacionalista y la han melonisado. La universidad es denigrantemente postmoderna. La universidad se ha convertido en el cementerio idóneo de las orlas. La universidad se parece a Las ruinas circulares de Borges” (193). Por este libro sabemos que El pájaro loco que conocemos no es la versión original, perdida en México, sino una reescritura, aunque los textos están fechados en el 1970, y alguna prosa en el 1968. 
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