lunes, 28 de marzo de 2011

Canibalismo y democracia muerta


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El Canibalismo de los Imperios hoy:
La democracia muerta


Recuerdo, de muy joven, el caso de un sacerdote que fue comido,
literalmente, en la tribu de algún país de cuyo nombre no quiero acordarme.  El caníbal confesaba que lo hizo porque el sacerdote era tan bueno que quería ser como él. Esa justificación no está muy lejos de nuestras prácticas culturales. ¿Qué otra cosa hacen los sacerdotes con el cuerpo y la sangre del Cristo?

Mas no es de ese canibalismo del que quiero hablar ahora, sino del canibalismo de los imperios. La practica de conquistar pueblos y tierras fue orden diaria durante siglos. Durante toda la Edad Moderna, Europa, particularmente, se dio a la tarea de conquistar, dominar y explotar a todos los demás continentes del planeta. Algunos de ellos aseguraban que el sol nunca se ponía en sus imperios. El dominio nunca fue un acto de generosidad. Aunque se alegó repetidamente la intención de evangelizar o de llevar la civilización a pueblos bárbaros, lo cierto es que esto se hizo a costa de crímenes horribles, del genocidio de cientos de pueblos, del vasallaje, la explotación y el hurto de la riqueza del mundo. Todo el bienestar de esos países se ha levantado a costa de un pillaje infinito y del asesinato oceánico. La historia, a pesar de la ONU, no ha variado mucho, ni tampoco el “cuento” que lo justifica, como decía León Felipe. Cuentos como el de caperucita y el lobo.

José Saramago nos advirtió en un célebre discurso pronunciado en Brasil que la democracia había muerto en el mundo. No hablaba de Puerto Rico, país hispanoamericano donde la democracia nunca ha existido fuera del mal remedo de lo que suelen hacer los presos en los campos de concentración y en las cárceles. Hablaba del resto del mundo. Hablaba de las democracias occidentales gobernadas por plutocracias, por multinacionales, por aquella clase que el marxismo clásico llamaba la burguesía, los dueños de los medios de producción, del capital, del mundo financiero. El nuevo Premio Nóbel de Literatura, Mario Vargas Llosa, a pesar de su entrega al capital y al neoliberalismo, no deja de reconocerlo así en su última novela, la de El Celta, a propósito del países como el Congo.
Lo que vimos en la película Ironman, el fabricante de armas que descubre en Afganistán que le vende las mismas armas al gobierno de Estados Unidos que a los afganos que combate, es la ley del mundo: así lo comprobó recientemente el gobierno de México con los narcotraficantes. Esa vinculación del gobierno con los narcotraficantes hizo su pequeño escándalo en los tiempos en que Reagan asedió al gobierno sandinista, lo mismo que en Irán. Obama va rendir homenaje a un Obispo que ordenaron asesinar desde Washington. Obama va a Chile a dar lecciones de democracia al pueblo que ordenó masacrar y delante de la estatua del Presidente Allende que ordenó derrocar y asesinar. Ellos son tan omnipotentes que pueden admitirlo y nada pasa: la impunidad del poder los rodea. Un gas promueve el olvido y la propaganda convierte en ángeles a los vampiros. Obama no es un presidente distinto de otros: es la cara oficial, solo la cara oficial, del imperio, igual que fue cara oficial de Francia Catherine Denueve.

Ahora la ONU, hace tanto tiempo moribunda, muere asesinada en Libia, ultrajada. La Organización creada para preservar la paz mundial hace la guerra y despedaza, como una bestia salvaje, a Libia, pues solo un loco puede creer que para detener la brutalidad del gobierno contra un pueblo sea necesario lanzarle toneladas de tomahawk todos los días.


Tome nota el mundo de los gustos del imperio: Irak, Irán, Afganistán, Palestina, Libia. Tomen nota y pregunten cuándo llegan los tomahawk; cuál es su turno.



 


Marcos Reyes Dávila

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