miércoles, 24 de febrero de 2021

 



El  Hostos 

apagado en su tristeza

Que vienen y se van las mariposas.

En el patio trasero de la Capilla de la Orden Tercera de los dominicos, ubicada en la zona colonial de Santo Domingo, Hostos fundó la Escuela Normal. Allí, flanqueado por plantas,
y frente a un busto de Salomé, encontramos otro busto, el de un Hostos desangelado, el Hostos más sufrido que he visto nunca.

La biografía más conocida apunta a que esos últimos días de su vida fueron los de un hombre que arrastraba las cadenas de una pena que ya no pudo sobrellevar. Hacía un lustro que también se había perdido entre las sombras Betances, allá en París. Habían perdido ambos a Puerto Rico. No sólo ellos, los puertorriqueños todos, –y bien sabían ambos que seguramente para siempre– porque se les había perdido la esperanza de alcanzar su libertad, y sin libertad no hay patria.

En el caso de Hostos, además, esos últimos días de sus días transcurrían presos de asfixia: la República Dominicana se hallaba otra vez rota en una guerra fratricida. Y Cuba, ocupada, era incapaz de recordar, como lo puntualizó Sotero Figueroa, colaborador muy cercano a Martí, que no hubo ningún propagandista cubano que hiciera tanto por Cuba como él.

Evocamos a un hombre que parece haber nacido solo para las Antillas, y aunque preside en ellas todos los eneros con “fragua interminable”, no ha dejado, sin embargo, de ser en Puerto Rico un “ilustre desconocido”, como lo sentenció Pedreira hace más de ochenta años. El más ilustre desconocido, en cuerpo y alma, de nuestra historia.

Después del día de Reyes, casi pisándole la cola, su natalicio. Como si fuera una ofrenda a Puerto Rico, a las Antillas, a la América Nuestra, al mundo. Mas, entre la visión desconsoladora de este Hostos penitente, y la idea creciente que se nos apodera de la indiferencia creciente de este pueblo por su puertorriqueño más ilustre, repasamos y retrocedemos, cedemos nuestra visión anterior de un Hostos, “unción de acero”, a esta que acuñó el escultor, acaso concurriendo con los hermanos Hernández y Carvajal que lo sepultaron, y con su primer biógrafo, Juan Bosch: la de un Hostos que murió de “asfixia moral”, y en el mar de su tormenta.

Las páginas finales del diario de Hostos sobrecogen. Como las últimas palabras de Betances, ahogado con la invasión gringa de Puerto Rico en el 1898, o las últimas líneas del Martí que se sabía próximo a entregar su vida. Pero en el caso de Hostos hay un notable contraste. Sucede que, fallecido ocho años más tarde que Martí y cinco de Betances, solo Hostos contempló desgarrado como los Estados Unidos se erguían como el primer imperio moderno, tomando como botín de guerra a Puerto Rico.

A pesar de estar convencido de que, como dice Juan Antonio Corretjer, “el tiempo del pueblo nunca acaba”, en su regreso a la República Dominicana a mediados del 1900, Hostos arrastraba consigo, como un pesado fardo y crudo el tormento de ver además cómo la Confederación Antillana por la que ofrendó su vida se hacía humo y ceniza: Cuba ocupada, República Dominicana en caos, Puerto Rico conquistada. No obstante, lejos de ser eco de pasadas utopías caducadas y arruinadas, las rutas más importantes que trazó en vida siguen vigentes y apuradas, como el faro de un destino necesario.

En 1903 ocurría, sencillamente, que como le señaló por carta a su padre, había llegado a esas rutas muy temprano. Por eso, nos atrevemos nosotros a representar su deriva en el bajomar, que es el morir, de esta manera:

Eso de cumplir años, a la sombra, es cosa de viejos. La última vez que vi la luz llevaba semanas, y aún meses, aquejado por las consecuencias depresoras de la gripe, de un sedimento de estómago, de una incomodidad muy incómoda, y a veces dolores vivos en las ingles que me dificultan incluso caminar. El trabajo es un alivio a mi mal, pero las revueltas de estas últimas semanas en la república no solo me han dejado sin posibilidad de realizarlo, sino que me han rebajado sueldo, un treinta porciento sobre otro treinta porciento; han atacado mi Quinta en Las Marías; han disparado contra mi hijo; hasta un tiroteo hubo contra la casa; e incluso me han obligado a buscar refugio temporal en un crucero de los Estados Unidos.

“A pesar del recibimiento caluroso que he recibido al regresar a esta patria de mis dominicanitos, me he visto en la obligación de buscar refugio fuera. Pero ni siquiera de Cuba responden mis cartas. Quizás hubiera sido más útil permanecer en Puerto Rico. Por ventura, han venido a aliviar mi neuropatía migraciones de mariposas en espesísimas bandadas de variedad de colores y tamaños, azules, amarillas y luego otras oscuras. Anoche murió una tísica a dos pasos de aquí, que hemos visto ir muriéndose desde que llegamos a esta casa. Vano reflejo, que voy de la mano de haber vivido y de vivir el dolor vivo de perder, acaso para siempre, la patria que debí defender con aún mayor denuedo. Vienen y se alejan las mariposas.

“Hoy hablé con un muy abatido Sócrates que arrastraba las piernas perseguido por su mal. Y una intensa expresión del fastidio de la vida.”

 

Marcos Reyes Dávila (2021)

 


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