El Hostos
apagado en su tristeza
Que vienen y se van las mariposas.
En el patio trasero de la
Capilla de la Orden Tercera de los dominicos, ubicada en la zona colonial de
Santo Domingo, Hostos fundó la Escuela Normal. Allí, flanqueado por plantas,
y
frente a un busto de Salomé, encontramos otro busto, el de un Hostos
desangelado, el Hostos más sufrido que he visto nunca.
La
biografía más conocida apunta a que esos últimos días de su vida fueron los de
un hombre que arrastraba las cadenas de una pena que ya no pudo sobrellevar. Hacía
un lustro que también se había perdido entre las sombras Betances, allá en
París. Habían perdido ambos a Puerto Rico. No sólo ellos, los puertorriqueños
todos, –y bien sabían ambos que seguramente para siempre– porque se les había
perdido la esperanza de alcanzar su libertad, y sin libertad no hay patria.
En el caso
de Hostos, además, esos últimos días de sus días transcurrían presos de
asfixia: la República Dominicana se hallaba otra vez rota en una guerra fratricida.
Y Cuba, ocupada, era incapaz de recordar, como lo puntualizó Sotero Figueroa,
colaborador muy cercano a Martí, que no hubo ningún propagandista cubano que
hiciera tanto por Cuba como él.
Evocamos a
un hombre que parece haber nacido solo para las Antillas, y aunque preside en ellas
todos los eneros con “fragua interminable”, no ha dejado, sin embargo, de ser
en Puerto Rico un “ilustre desconocido”, como lo sentenció Pedreira hace más de
ochenta años. El más ilustre desconocido, en cuerpo y alma, de nuestra
historia.
Después del
día de Reyes, casi pisándole la cola, su natalicio. Como si fuera una ofrenda a
Puerto Rico, a las Antillas, a la América Nuestra, al mundo. Mas, entre la
visión desconsoladora de este Hostos penitente, y la idea creciente que se nos
apodera de la indiferencia creciente de este pueblo por su puertorriqueño más
ilustre, repasamos y retrocedemos, cedemos nuestra visión anterior de un Hostos,
“unción de acero”, a esta que acuñó el escultor, acaso concurriendo con los
hermanos Hernández y Carvajal que lo sepultaron, y con su primer biógrafo, Juan
Bosch: la de un Hostos que murió de “asfixia moral”, y en el mar de su
tormenta.
Las páginas
finales del diario de Hostos sobrecogen. Como las últimas palabras de Betances,
ahogado con la invasión gringa de Puerto Rico en el 1898, o las últimas líneas
del Martí que se sabía próximo a entregar su vida. Pero en el caso de Hostos
hay un notable contraste. Sucede que, fallecido ocho años más tarde que Martí y
cinco de Betances, solo Hostos contempló desgarrado como los Estados Unidos se
erguían como el primer imperio moderno, tomando como botín de guerra a Puerto
Rico.
A pesar de
estar convencido de que, como dice Juan Antonio Corretjer, “el tiempo del
pueblo nunca acaba”, en su regreso a la República Dominicana a mediados del
1900, Hostos arrastraba consigo, como un pesado fardo y crudo el tormento de
ver además cómo la Confederación Antillana por la que ofrendó su vida se hacía
humo y ceniza: Cuba ocupada, República Dominicana en caos, Puerto Rico
conquistada. No obstante, lejos de ser eco de pasadas utopías caducadas y arruinadas,
las rutas más importantes que trazó en vida siguen vigentes y apuradas, como el
faro de un destino necesario.
En 1903
ocurría, sencillamente, que como le señaló por carta a su padre, había llegado
a esas rutas muy temprano. Por eso, nos atrevemos nosotros a representar su
deriva en el bajomar, que es el morir, de esta manera:
“Eso
de cumplir años, a la sombra, es cosa de viejos. La última vez que vi la luz
llevaba semanas, y aún meses, aquejado por las consecuencias depresoras de la
gripe, de un sedimento de estómago, de una incomodidad muy incómoda, y a veces
dolores vivos en las ingles que me dificultan incluso caminar. El trabajo es un
alivio a mi mal, pero las revueltas de estas últimas semanas en la república no
solo me han dejado sin posibilidad de realizarlo, sino que me han rebajado
sueldo, un treinta porciento sobre otro treinta porciento; han atacado mi
Quinta en Las Marías; han disparado contra mi hijo; hasta un tiroteo hubo
contra la casa; e incluso me han obligado a buscar refugio temporal en un
crucero de los Estados Unidos.
“A pesar del
recibimiento caluroso que he recibido al regresar a esta patria de mis
dominicanitos, me he visto en la obligación de buscar refugio fuera. Pero ni
siquiera de Cuba responden mis cartas. Quizás hubiera sido más útil permanecer
en Puerto Rico. Por ventura, han venido a aliviar mi neuropatía migraciones de
mariposas en espesísimas bandadas de variedad de colores y tamaños, azules,
amarillas y luego otras oscuras. Anoche murió una tísica a dos pasos de aquí,
que hemos visto ir muriéndose desde que llegamos a esta casa. Vano reflejo, que
voy de la mano de haber vivido y de vivir el dolor vivo de perder, acaso para
siempre, la patria que debí defender con aún mayor denuedo. Vienen y se alejan
las mariposas.
“Hoy hablé con
un muy abatido Sócrates que arrastraba las piernas perseguido por su mal. Y una
intensa expresión del fastidio de la vida.”
Marcos Reyes
Dávila (2021)
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