martes, 27 de junio de 2017

Hernán Cortés: más allá de la leyenda




Hernán Cortés
más allá de la leyenda”

 



El título del libro de Christian Duverger (Universidad de la Sorbona en París), publicado en el 2005 por la Editorial Taurus (España) ya es, de por sí, un equívoco intencional. El “más allá de la leyenda” sugiere que se pretende invalidarla o desmitificarla, mas lo que en realidad pretende Duverger es reconstruir, lo que ante los ojos incrédulos del lector, pareciera una nueva leyenda. Para lograrlo, Duverger incorpora un inventario extenso, y para nosotros  irreconocible, de aspectos no frecuentados, y detalles de una vida y una gesta que en definitiva, y tomados en conjunto, reenfoca y corrige la visión corriente de un personaje que no parece tener menor estatura ni relieve histórico que la aventura legendaria del Cid, y acaso, incluso, comparable a la del emperador Carlos V. 
    Con una narrativa apasionante, atrincherado con un amplio bagaje bibliográfico, la obra está muy lejos de reiterar la visión generalizada de Cortés como el mero victorioso conquistador de la capital azteca, Tenochtitlán, y de la instauración de la colonización hispánica de México. Apoyado en la numerosa y diversa documentación producida, in situ, por los propios actores y cronistas del drama, Duverger nos muestra a Cortés como un amante de los indios, un admirador de la cultura náhuatl, un colaborador y cómplice de los pueblos indígenas del centro de México, un defensor de su cultura y su sociedad, un constructor de una sociedad mestiza, gestor de un novedoso sincretismo cultural, y un revolucionario que intentó privilegiar el desarrollo de México contra el poderío de la España de Carlos V, al punto de contemplar la posibilidad de separar a México de España y de sentar algunas de las bases de su eventual emancipación. Estas son solo algunas de las prominentes aristas que revela la figura del Cortés que nos presenta el autor como uno de los más grandes civilizadores de la edad moderna occidental.
    El libro de Duverger consta de 478 páginas divididas en cuatro partes, 39 capítulos, un epílogo, glosario, veinte páginas de notas, ocho de bibliografía, referencias cronológicas, genealogía de Carlos V y de Cortés, un índice onomástico y otro topográfico, índice de mapas y un álbum de fotos del “Hospital de Jesús”.
    En la primera parte el autor narra la historia de Cortés desde su infancia hasta la conquista de Cuba (1485-1518); en la segunda parte refiere de manera detallada lo que fue la conquista de México (1518-1522); en la tercera parte el autor discute lo que llama el “nacimiento de la Nueva España” (1522-1528); en la cuarta parte expone el confrontamiento entre Cortés y el imperio de Carlos V (1528-1547). El epílogo se refiere a la herencia de Cortés: el “mito de Quetzacóatl; el “golpe de estado de los criollos”; y “el fin de la utopía”. Algunos de los elementos que tendrán peso fundamental en la vida de Cortés lo serán: el tránsito de la sociedad feudal medieval a los pininos de la sociedad moderna que descubre el renacimiento; su encuentro, sorpresa, admiración y respeto por las culturas autóctonas de México; la constitución de la Inquisición; y desde luego, el reparto del mundo que trajo consigo el “descubrimiento de América”. Todo ello lo recorre el autor al comienzo del libro.
    Resumimos el relato biográfico hilvana el autor.      
    Nacido en Medellín, en la Extremadura española, en el 1485, Cortés venía de una familia de pequeños hidalgos, emparentados con personalidades de alto relieve –alcaldes, procuradores generales. Su padre tuvo acceso siempre a la corte de Carlos V y al mismo emperador. Egresado de la Universidad de Salamanca, hombre culto y latinista, Cortés pretende enrolarse a los 17 años en la expedición de Nicolás de Ovando de 1502, ya desde entonces dirigida a realizar más que conquistas, asentamientos. Aunque no lo hiciera así, sí llegó dos años más tarde. Allá se encontró Cortés con una conquista brutal, de sometimiento y aniquilación. Aun sin conocimiento previo de cómo hacerlo, dirigió expediciones de exploración y conquista en el interior de la isla, pero mostraba ya, nos dice Duverger, algunas de las cualidades más características y exitosas de la vida de Cortés: la negociación y la persuasión que empleó tanto con los españoles como con los indios de América. Ya fuera como conductor de la política de “pacificación”, como encomendero o como notario, Cortés se ganó entonces una reputación y una pequeña fortuna. De esta forma es elegido como segundo de a bordo en la conquista y colonización de Cuba, solo que rechaza el mando de jefe militar y opta por el de tesorero. Las disputas entre los españoles llegan insertadas junto con la conquista y nunca se apaciguan.
    En una oportunidad Cortés es obligado a casarse con Catalina de Xuárez, pariente de condes y marqueses de Medellín. Pero entonces ya vivía en “feliz concubinato” con una joven taína que le dio una hija a la que llamó Catalina. A cambio del casamiento, Cortés logró que el gobernador Cuba, Diego Velázquez, fuera padrino de su hija mestiza. Cortés, nos asegura Duverger, siempre prefirió constituir familia con mujeres indígenas y tener hijos mestizos. Prueba de su apego por los indios está, entre otras cosas, que Cortés consiguiera que el Papa reconociera a Catalina en 1529, que la educara, que la llevara consigo a México, y que la incluyera en testamento. No nos puede sorprender entonces que Duverger apure en la página 111 la siguiente declaración : “Cortés ama a los indios”. La insólita afirmación no viene solo a propósito de su mujer india y su hija mestiza. No viene tampoco solo a que ya desde su época en La Española y en Cuba optara por la negociación y persuasión en su relación con los caciques. El autor destaca que a lo largo de toda su vida los indígenas de la Nueva España  “amaban” a Cortés, y que sus caciques lo acompañaron a España y en sus exploraciones por la América Central y el Pacífico. Cortés estableció con muchos pueblos indígenas sólidas alianzas que duraron toda su vida.
    Desde el mismo encuentro de Colón con la futura América, España se vertió de manera ramificada y veloz por todo el continente. Las expediciones habían llegado a Honduras y Yucatán, y las noticias se apuraron sobre la mar, de modo que Cortés supo de la existencia de México desde 1514 ó 1515, antes de zarpar de Cuba. A todo lo largo de la costa caribeña, los españoles entraron en contacto con los pueblos indígenas, generalmente hostiles y violentos. Moctezuma tuvo conocimiento de estos hechos, muchos años antes de la llegada de Cortés.
    Cortés se lanzó a la aventura mexicana cubriendo los enormes gastos él mismo. Las expediciones eran de dimensiones colosales. A México llevó 300 hombres, 200 indios taínos, esclavos africanos, 16 caballos, diez cañones de bronce, escopetas y ballestas. Se aprovisionó de cuantos víveres imperecederos pudo obtener en Cuba y las islas vecinas, incluida Jamaica. Le sonrió una fortuna fundamental que posibilitó la conquista: el encuentro con Gerónimo Aguilar, español naufragado que se había aclimatado a vivir con los indios y conocía su lengua, y la célebre Malinche.
    A través de la Malinche, Cortés comprendió la situación de vasallaje y animadversión de los innumerables pueblos que rodeaban a Tenochtitlán. Con su apoyo y dirección hizo la ruta a la capital azteca. Ya en ese tránsito se iniciaron pronto numerosas batallas. El número de indios hostiles con frecuencia alcanzaba proporciones insospechadas: doce mil, 48 mil, 300 mil. 
     A la ciudad de Tenochtitlán, sin embargo, Cortés entró en paz, y con asombro, por la ruta de los volcanes. Moctezuma le había enviado, mucho antes y repetidamente, embajadores con obsequios. Pero se negaba a recibir a los españoles. Fue la Malinche, y con ayuda de los pueblos indígenas resentidos, que Cortés pudo hacer el viaje al valle de México y encontrar la ciudad construida en un islote en medio de un inmenso lago, unida a tierra a través de varias calzadas amplias por las que podían desfilar diez caballeros de frente. Ningún europeo había visto nunca una ciudad de tales dimensiones. Más grande que Córdoba y Sevilla juntas. Si Sevilla, la ciudad más grande de Europa, tenía una población de entre 35 y 50 mil habitantes, Tenochtitlán albergaba diez veces más. Circulaban por el lago 50 mil canoas sin interrupciones. Mantenían prácticas de higiene desconocidas en Europa, en plazas y avenidas repletas de mercados, flores, áreas verdes.

    Tras el encuentro, ya inevitable, de Cortés con Moctezuma, este lo aloja en una casa cerca del templo mayor. El emperador azteca, que no era tal, sino un “tlatoani” –es decir, el que tiene la palabra, funcionario de una compleja administración política–, estaba muy bien informado del paso sangriento de los españoles desde que llegó Colón por vez primera.  En esa casa de alojo pasó Cortés una semana de descanso y de diarias entrevistas con Moctezuma. Pero al enterarse de que los mexicanos han asesinado al jefe de su guarnición en Veracruz, Cortés secuestró a Moctezuma para protegerse. No obstante, aun así pudieron compartir en paz durante siete meses. Mientras, Cortés aprendió el náhuatl y las costumbres e ideas de los aztecas.
    De acuerdo a Duverger, Cortés se vio en la necesidad de tomar por la fuerza la capital azteca luego de que, tras una imprudencia de uno de sus lugartenientes, y estando ausente Cortés de Tenochtitlán, los aztecas se rebelaron contra sus constantes afrentas.  Eso obligó a los españoles a huir de regreso a Veracruz. Tras esa derrota vino la llamada “noche triste” en la que Cortés, decidido tras la duda, quema las embarcaciones. Más tarde, cuando el sitio de la ciudad de México, Cortés, empleó 700 soldados, 85 caballos, 118 ballestas y escopetas, tres cañones y quince piezas de artillería, y trece bergantines que construyó en la costa caribeña. Además, lo acompañaron 150 mil guerreros indígenas y seis mil canoas.  La victoria no fue un tránsito apacible sobre rosas. Le tomó a Cortés más de dos meses: desde el 30 de mayo, cuando le corta el agua a la ciudad situada y sitiada en el centro del lago, hasta el 13 de agosto. Cien mil víctimas ensangrentaron el lago.
    Por otra parte, y respecto a la administración y colonización del nuevo e inmenso territorio, se fue desarrollando
tras la derrota del imperio azteca una pugna insalvable entre Cortés y el emperador Carlos V. Cortés tenía un nuevo proyecto social, revolucionario para un mundo cuya estructura medieval apenas comenzaba a agrietarse. De acuerdo a Duverger, Cortés pretendía, por una parte, fraguar un injerto español “en las estructuras del imperio azteca” con el fin de engendrar una sociedad mestiza y no un mundo colonial, que fuera copia de España (234). Pretendió imponer al náhuatl como la lengua “oficial” de la Nueva España, y que las escuelas enseñaran esa lengua junto con el latín.  Para Cortés, asegura el autor, no habría hispanización. Los detalles sobre sus utópicos planes los expone el autor en la tercera parte, capítulo primero: “El proyecto cortesiano” (233 - 260O).
    Respecto a la religión, Cortés no construye iglesias: sino que transforma los santuarios aztecas en templos cristianos. No abomina las creencias religiosas de los aztecas: solo exige el fin de los sacrificios humanos. Para evangelizar recurre a los franciscanos, notables por su voto de pobreza. Cortés incluso, celebró el “primer encuentro teológico del Nuevo Mundo” (248). Constituía, dicho encuentro, en  “conversaciones mantenidas entre los doce primeros franciscanos y los dignatarios de México-Tenochtitlán”, dadas a conocer a la historia por Sahagún.        
    Respecto al espíritu feudal de las “encomiendas” y “repartimientos” en sociedades esclavistas como las europeas y las prehispánicas, Cortés mantuvo en principio el orden establecido por los aztecas que se consideraba como una esclavitud “voluntaria”, puesto que se trataba de vender la libertad a cambio de un precio. Pero Cortés introduce un cambio fundamental: esa esclavitud desaparece si el esclavo voluntario se convierte al cristianismo.
    Por otra parte, las encomiendas tenían la finalidad de impedir el despoblamiento y conservar las estructuras sociales tradicionales. Los indios podían mantener su régimen de productividad y conservar sus cultivos tradicionales en su beneficio, pero canalizando una parte en beneficio del grupo y otro para el encomendero. Asimismo, Cortés estableció las condiciones de un régimen propio benigno: prohibió el trabajo de las mujeres y los niños; fijó la jornada laboral en diez horas; ordenó un descanso de una hora para el mediodía; instituyó el domingo como día de descanso; limitó los periodos de trabajo brindados al encomendero a veinte días, seguidos por treinta días de completa libertad. De este modo el trabajo obligatorio equivale a 25 horas y media a la semana. Aunque distribuyó solares destinados al alojamiento de los españoles, trazó perímetros fuera del cual se les prohibía habitar a estos. Además, le permitió a los “autóctonos” que se gobernaran por sí mismos en el interior de los barrios reservados (233-253).
Mientras Cortés estuvo en el poder, por otra parte, no hubo inquisición en México.    Como puede verse, Cortés fundaba un nuevo país con instituciones distanciadas de las españolas y europeas, y mientras, se naturalizaba así como hijo predilecto del mundo mestizo. En ese mundo mantuvo sus relaciones conyugales, y en él plantó una descendencia de hijos mestizos a los que bautizó con el nombre de su padre y de otros familiares cercanos. Según Duverger, Cortés llegó a sentirse entonces como un rey, acusable de “independentista”. A fin de cuentas, México era más grande que España, estaba tres veces más poblada, era mucho más rico, gozaba de todo lo que pueda menester, y estaba muy lejos. La España de Carlos V se opuso a todo eso.
    La rivalidad entre Carlos V y Hernán Cortés la subraya el autor al incluir una breve relación de la incursión de este último en uno de los más grandes asaltos de la vida del emperador. Se trataba de la toma de Argel, como parte de su afán por reducir a los berberiscos que, lo largo de todo su reinado, amenazaron la cristiandad y dominaron gran parte del Mediterráneo. Carlos V reunió en el 1541 un ejército “gigantesco” de 12 mil marinos, 24 mil soldados, 65 galeras, 450 navíos, y aun así desistió del asalto tras una primera derrota contra Barbarroja y acosado por una tempestad. Según Duverger, Cortés, que estuvo presente, le ofreció al emperador realizar él mismo el ataque asombrado de que el emperador emprendiera la retirada con 36 mil hombres y más de 500 navíos, pues él conquistó México con 600 soldados y posiciones mucho más peligrosas. Pero Carlos V impuso la retirada.       
    Aunque Cortés fue un hueso duro de roer, el emperador puso a funcionar su maquinaria para establecer su autoridad, y socavar la de Cortés. Para nuestra sorpresa, Cortés le respondió al principio señalándole por qué no seguiría sus instrucciones. La sociedad que fundaba Cortés, de acuerdo a Duverger, llevaba en su seno el germen de la independencia. La posibilidad de germinarla estuvo en las manos de Cortés. Pero no dio el paso (260).
    La historia de Cortés no termina aun. Aunque formalmente abandona el poder en 1524, mantuvo su autoridad en México en parte por concesiones muy especiales y generosas de la corona, y en parte por la ascendencia y apoyo que la sociedad establecida por Cortés generó en las comunidades indígenas de gran parte del México central y sur. Se trataba de una amenazante multitud de 15 millones de indígenas. 


    Esta época de la vida de Cortés fue igualmente espectacular aunque menos conocida. Me refiero a los años que siguen al 1524 cuando abandona el poder. Mientras mantuvo una presencia de fuerza relativa en la corte del emperador, por otro lado continuó sus proyectos de exploración y fundación hacia el sur, hasta Honduras. En este proyecto llevó consigo una cohorte de pajes, chambelán, doctor, cirujano, halconeros, músicos, juglares, un inmenso rebaño de cerdos, todos los príncipes nahuas del Valle de México, 300 españoles armados, miles de guerreros indígenas, 150 caballos. También mujeres y sus propios hijos. Se expandió también hacia el Pacífico, incluso hasta las Filipinas –cuya soberanía conquistó para España– y las islas Molucas, y hacia el norte, hasta California. Llegó a auxiliar las conquistas de Pizarro en el mundo inca. Y levantó una nueva infraestructura, que enriqueció notablemente a la Nueva España, importando y aclimatando animales, caballos, la caña, la vid, desarrollando nuevas industrias que llegaban incluso a producir renglones para importación como los gusanos de seda, o para la exportación como el algodón, el cacao, el tabaco, la vainilla, la cría de ganado vacuno, caballo, cerdos, la lana de oveja, las maderas preciosas, la construcción de barcos. Para eso precisó fundar nuevos puertos. Cortés, además, impulsó la creación de una universidad y fundó el Hospital del Niño Jesús. 
     Mas las luchas por el poder se entronizaron en México. No solo contra Cortés, sino entre los distintos dignatarios que a lo largo de los años envió el emperador como oidores, virreyes, gobernadores, miembros para las audiencias, alcaldes, inquisidores. Se arrestaban unos a los otros. Se desterraban, ahorcaban y decapitaban. Así, como se extinguió la vida de Cortés, con funerales de príncipe, se extinguió su utópica Nueva España. Tan abominable resultó Cortés para las carcomidas estructuras europeas, que la biografía que publicó López de Gomara en 1552 se registró en el Índice de libros prohibidos por la Inquisición hasta 1808 (357).
    Duverger opina que quizá fuera Sahagún quien inventó el famoso mito del retorno de Quetzacóatl. Los franciscanos, conocedores de la idea ancestral en los aztecas que, a propósito de esa estrella que se hace visible en la noche temprana, y luego desaparece para reaparecer en la mañana, representaba para ellos un ciclo cotidiano que asociaron con la “serpiente emplumada”, se la aplicaron a Cortés, para presentarlo ante los ojos de las comunidades indígenas como el dios azteca que regresa y se regresa, legitimando la conquista (360).
    Cortés deseó, y así lo dispuso, ser enterrado en el mismo punto donde se encontró por primera vez con Moctezuma: la iglesia del Hospital de Jesús que construyó con las piedras de la antigua pirámide. Allí, en el país que soñó, descansan sus restos. Una vida, y un libro, fascinante. 





Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
 
   

           

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