Revolución, dictadura y democracia
Insistentemente oímos hablar de dictadura, revolución y democracia respecto a la obra, no de Fidel, sino la del pueblo de Cuba que lideró Fidel. Pensar que el pueblo cubano fue dictador sobre sí mismo es absurdo.
Fidel dirigió una revolución que tomó las armas contra la dictadura de Fulgencio Batista desde el 26 de julio de 1953, y que tras la previsible derrota, retomó con más bríos, madurez y esperanza de éxito tras su desembarco del Granma, el 2 de diciembre de 1956. La lucha de Fidel Castro y sus compañeros desbordó siempre el mero derrocamiento del dictador Batista. (Dictador porque tiranizaba a un pueblo del que no tenía entonces –antes lo tuvo– arraigo ni apoyo alguno.) El derrocamiento de Batista no se hacía para sustituir una dictadura por otra. El inmenso valor que requería que un pequeño grupo de jóvenes pretendiera vencer un enorme ejército apoyado por Estados Unidos fue de por sí una de esas hazañas increíbles y temerarias que solo practican los más abnegados. Pero, ¿para qué lo hacían? Para liberar al pueblo. La tarea de liberar al pueblo cubano no terminaba con Batista. Terminaba con el régimen que lo hizo posible y que lo mantuvo en el poder. Ese régimen, neocolonial, estaba cimentado sobre la clase burguesa cubano-norteamericana. La liberación del pueblo cubano requería entonces destruir esas bases para bloquear la posibilidad de su regreso al poder y a la tiranía.
La verdadera revolución que encabezó Fidel Castro no fue por tanto la de la Sierra Maestra que culminó con la toma de La Habana el primero de enero de 1959. Ese día apenas empezaba. Comenzó con las leyes que pusieron fin a los latifundios para devolverle al pueblo cubano la propiedad de sus suelos. Terminaron con la abolición del analfabetismo, los derechos plenos de salud y educación, y sobre todo, con ese sentido de soberanía y poder propio, anticolonial, que le permitió al pueblo cubano ser ejemplo de solidaridad y amparo para el mundo entero.
Esa revolución tuvo que ser armada y requirió, por tanto, del ejercicio de esa política fuerte que practican todos los pueblos en tiempos de guerra. Todos. Cuba era entonces una muy pequeña nación, tercermundista y pobre, que tuvo, tuvo que batallar por su derecho a ser libre y ejercer su propia determinación y soberanía contra los poderes más grandes del planeta y en medio de una guerra feroz entre las superpotencias de entonces. En estado de guerra permanente ha vivido Cuba desde entonces. De modo que Cuba no ha podido ser todo lo que hubiera querido ser. Pero sí ha sido lo que ha podido ser. Contra la revolución, nada; con la revolución, todo. Esa ha sido la consigna de la vida política cubana. Toda revolución trae consigo violencia, por definición. Pero no es que la revolución la desee: es condición impuesta por los que resisten los cambios revolucionarios, es decir, los que desean conservar y mantener un status quo edificado por ellos para su beneficio privado y personal. La revolución americana tuvo que vencer la resistencia monárquica inglesa, y la hispanoamericana la monárquica española. La revolución francesa que pretendió construir una república tuvo que recurrir a la guillotina aplicada a miles de aristócratas para intentar impedir la restauración de la monarquía. Aun así no lo logró. La revolución bolchevique asesinó al zar y a su familia inmediata, no por crueldad, rencor ni venganza, sino para tratar de impedir el reclamo de familiares al trono ruso.
Los que reclaman que un régimen pluralista es condición indispensable para la democracia y la libertad, o no saben de lo que hablan, o buscan resquicio para penetrar con las garras absorbentes de los poderes neocoloniales. Los que hablan de pluralismo significando con ello la legalización de políticas coorporativas burguesas, solo pretenden que una revolución socialista permita la entrada a juego de los grandes poderes económicos que traen consigo las dictaduras de derecha. Si Cuba permite que la penetren los poderes económicos del capitalismo internacional, dejará de existir para retornar a la sumisión de la vieja Cuba. Regresarán los grandes latifundistas y dueños de empresas a reclamar sus derechos de propiedad, sus latifundios, sus industrias. Así ocurrió con la Rusia postsoviética. Cuba tiene ante sí dos opciones: o mantiene la revolución en estado permanente de guerra, o se deja vencer y ocupar por los poderes occidentales que la neocolonizarán... con rencor.
La democracia de Cuba tiene su base en la libertad de elección del pueblo cubano, desde la base hasta las cumbres del estado. En las “democracias occidentales” los grandes capitales controlan los medios de comunicación, dirigen desde las agencias de publicidad la vida política y permiten que el más ignorante y vicioso alcance el poder con los votos ciegos de relativas mayorías. En Estados Unidos el juego político lo dirigen las más grandes corporaciones, de modo que el gobierno norteamericano es siempre su gobierno y no el “gobierno del pueblo y para el pueblo”. En Cuba se eligen libremente los organismos de base, que son, en efecto, la base de todo el poder del estado, y partir de ahí, de forma escalonada, se eligen organismos cada vez menores que responden a los anteriores hasta la elección del presidente y jefe de estado. El sistema asegura que no llegue a presidente un incapaz, ignorante, una marioneta del capital –siempre corrupta– y de las agencias de publicidad. Ese sistema es por definición, anti capitalista.
Fidel Castro se consolidó como la figura política de mayor calado y altura de las américas del siglo XX. Esa inmensidad suya que hizo posible lo imposible la mide el hecho de que tras su enfermedad, y disminuido por ella de manera visiblemente significativa, no dejó de ser el ícono de la revolución y el freno ante los empeños agresivos de ese capitalismo occidental que nunca, nunca, trae consigo ni libertad ni democracia. Hasta el último día de su vida mereció el respeto y se ganó la admiración del mundo entero.
Hostos redactó en el 1876 un programa para los "independientes" que pretendió establecer los “prolegómenos”, es decir, los fundamentos que debían regir la vida política de los estados tras conquistar la independencia. La independencia no era pues, de por sí, la meta a lograr, sino la estrategia a seguir para construir sociedades libres. Ese trabajo era el fundamento de la libertad, y solo esa empresa de liberación constituye el hacer patria. Mucha patria, mucha y frente alta, tiene en sus manos el pueblo cubano gracias, al liderato de Fidel.
Marcos
Reyes Dávila
¡Albizu seas!
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