viernes, 5 de diciembre de 2025

La PopModernidad travestí del fin de siglo

 


La popmodernidad travestí 

                                     del fin de siglo*


Marcos Reyes Dávila

Introducción

Digamos de entrada que tanto aquí como en mi país llegó de una misma manera la oleada de la posmodernidad como si se pretendiera un ismo universal, o como decimos hoy con más frecuencia: un ismo globalizado. Desde las páginas de EXÉGESIS, hemos recibido con ojos críticos, muy críticos, sus alardes. Sin embargo, a pesar de sus pretensiones, este posmodernismo se ha presentado en cada lugar con modalidades diferentes y con diferentes consecuencias, según inocule con su virus los diferentes espacios y discursos. Me
refiero a que el posmodernismo tiene un aspecto estético tanto como uno filosófico y político, y entre todos busca con denuedo descarrilar las disciplinas históricas. Pero veamos cómo entendemos nosotros esto de la posmodernidad. 


Un poco de historia y filosofía

Quisiera decir, en primer lugar, que titulé estas líneas “La popmodernidad travestí del fin de siglo” porque quería evidenciar así, desde el principio, que no pretendo asumir una posición imparcial objetiva –que nunca existe, aunque a veces la pretendamos–, sino una posición que desde hace mucho ha introyectado el compromiso de combatirla. Además, el título desea expresar la confianza de que la posmodernidad haya visto ya su clímax y, entrada en su agosto con el nuevo siglo, estemos asistiendo a sus últimas llamaradas. 

Pero, ¿por qué “popmodernidad”? Bueno, como sabemos, el arte pop se distingue por la manera como echa raíces y refracta esa iconografía propia de los medios de comunicación, sobre todo la de la televisión, la de la fotografía, de los comics, del cine y de la publicidad. Ya le llamemos, pues, pop o posmoderna, se trata de una ideología que igual le extrae la sangre de la vida a la realidad que alienta y desfallece, mientras le inyecta en sustitución un agua de color que no sabe de sueños. Si aceptamos que las ideologías siempre tienen deudas de interés, a nuestro juicio esta ideología de la publicidad pop es uno de los grandes peligros que se cierne sobre todos nosotros. Al referirme a la posmodernidad como la ideología de la publicidad quiero categorizar la manera como está inyectada en y por los medios de comunicación para modificar la opinión pública, para modificar nuestra percepción de los eventos de la historia que vivimos y nuestra reacción a los mismos. El lenguaje de la publicidad ha sustituido en el lector común la perspectiva de la verdad científica y se ha constituido en el modelo y el núcleo de los discursos oficiales.

La publicidad, hija natural de la industria de la conciencia, prima hermana de la educación,  alcanzó a principios de siglo preeminencia y prioridad en Occidente por su potencial ilimitado de dominación inadvertida, por lo tanto sin resistencia, por lo tanto de una penetración y efectividad sin precedentes. Gracias a los satélites, todo el mundo puede contemplar simultáneamente el concurso de Miss Universo o accesar los espacios infinitos de la realidad virtual. Tan amplios y ambiciosos son estos sistemas que muchos comunicólogos han advertido sobre el desarrollo y la aplicación mundial de las técnicas audiovisuales dentro de un patrón difundido de cultura dirigida a los propósitos de crear a nivel mundial el punto de vista único. Saramago, ese ingenioso escritor portugués Premio Nóbel de Literatura, lo ha descrito con ironía hace poco como el grado cero del pensamiento, y con ello es desde ya pertinente al tema de la posmodernidad el epígrafe de esrte trabajo.  La globalización ha sido y es una palabra bonita para encubrir ese control cada vez más centralizado, en compañías cada vez más grandes y poderosas, de las actividades de toda naturaleza distribuidas por toda la superficie de nuestro mundo. El control total de la información que se difunde a través de la centralización de los sistemas de información que atraen como imán a los sistemas sucedáneos a través de la continua innovación técnica, ha culminado en una reoccidentalización del mundo que aplasta las culturas nacionales, los intereses nacionales, los puntos de vista nacionales. Se trata de un proceso desnacionalizador so color de universalizador; norteamericanizador so color de posmodernización; un proceso que promueve, en palabras martianas, la vergüenza de nosotros mismos so color de una supuesta superioridad cultural, y que, además, promueve una reconceptualización de la realidad a través de su enmascaramiento en una especie de travestí.  Así sustituye, por ejemplo, la explotación laboral por la mala suerte; el despojo y el saqueo por el dolor del valle de lágrimas; la necesidad de la paz que se establece a través de la destrucción de pueblos; la visión maniquea de santos americanos y demonios iraquíes, por ejemplo; y esa criminalización de las oposiciones políticas que conocemos tan bien y tan de cerca. En el campo del mercado, hemos visto corroerse la predicación que define las cosas por su utilidad y propósito, es decir, por la manera como el objeto incide en nuestra realidad, para ver encumbrarse el diseño, el diseño muy por encima de la función. Y no hablo sólo de radios, cámaras, los tenis y las velas, sino de cestos de basura, matamoscas, deslumbrantes martillos y taladros, y hasta tablas de planchar.  

El éxito desmedido de la televisión, el cine, la radio, la prensa y los sistemas computadorizados no ha obedecido sólo al prestigio del medio aparentemente imparcial, objetivo, coincidente, redundante, confirmado a través del apoyo mutuo de unos medios y otros. Obedece también al desplazamiento del discurso lingüístico –más racionalista– por el discurso iconológico –más irracional.  El paleosimbolismo tecnológico ha demostrado tener una mayor penetración por su aplicación de un lenguaje universal no fonológico, y ha demostrado tener una mayor efectividad en la predisposición de la conducta y la movilización de las masas. A despecho de optar por la connotación, la sugerencia, la individualización no compartida de las ideas y los impulsos, pospone o desdeña la precisión y la objetivación de un mensaje compartible. Asistimos así a un sistema de poder –de suyo tan antiguo, al menos, como nuestra distinción de géneros (femeninos y masculinos)– que secuestra y soborna el pensamiento porque divorcia el concepto iconográfico no sólo de la palabra que pensamos sino de la palabra-mundo freiriana, aquella palabra capaz de hacernos penetrar verdaderamente la realidad y, por lo tanto, transformarla, y con cuyo distanciamiento descubrimos una de las causas de nuestra inhabilidad para generar cambios sociales. Todo ello ha coincidido, y no por casualidad, con la crisis internacional del socialismo, la privatización de la alta cultura a través del encarecimiento desmedido de los libros y la derechización de la política internacional. Consideremos por un momento lo que significa que un ex Secretario de Defensa de Estados Unidos pasase a presidir el Banco Mundial. ¿Acaso no hemos visto cómo la privatización de las instrumentaciones nacionalizadas va acompañada en casi todos los estados de una teoría del desarme de las izquierdas? ¿No hemos visto cómo la privatización, que ha generado en todos sitios una corrupción tan abundante como las aguas en las cataratas de Iguazú, viene acompañada de una nueva retórica que descarta los esquemas conceptuales con que la izquierda los interpretó? La más honda consecuencia de esta reorganización económica mundial –como siempre, desde las metrópolis hacia la periferia– ha sido desarmar la oposición de sus esquemas, inocular la impotencia, difundir el fin de los sueños utópicos. El combate, la lucha –dicen– ya no existen. En las marchas y los piquetes en Puerto Rico ya no distribuyen consignas inflamatorias sino solicitudes de crédito. Aunque un anuncio de una bebida en Puerto Rico proclama el lema “La imagen es nada, la sed es todo”, lo cierto es lo contrario, sólo que en su discurso travestí recurren otra vez al cinismo irónico. Pero hasta Nietzsche advirtió que los valores son armas de lucha. Y los valores son parte fundamental de la cultura de los pueblos.

En un artículo de Francisco Caballero Harriet que publicamos en EXÉGESIS el año pasado (un profesor español de la Universidad de Valladolid), se rastrea esta evolución de fin de siglo de la llamada sociedad global hacia el Estado-mercado, evolución que ha promulgado a nuestras espaldas el desplazamiento del ciudadano con derecho activo al consumidor pasivo. A ello le llaman algunos el estado neoliberal posmoderno, estado que limita el ejercicio de la democracia real y refeudaliza las comunidades en torno de los grandes monopolios que se disfrazan, siempre en travestí, como nuestros protectores. Hablamos de un estado que más se parece a un casino, siempre igual, que a ese producto de la proliferación de las diversidades que enriquece y hace en verdad grande nuestro mundo. Hablamos de un estado que supedita el hospital al supermercado porque dice que en éste reina la mercancía en libertad. Hablamos de hombres y mujeres “libres” (entre comillas), pero desempleados, reducidos, desaparecidos, enfermos o, sencillamente, muertos de hambre. Preguntémosle a los soviéticos o a un indio ecuatoriano. O preguntemos en cualquier país si aflojar los controles del estado para incentivar los procesos de la “libertad” del mercado no ha significado siempre la libertad de imponer del rico que nunca pierde. Creo que se expande como un maremoto la certeza de que la democracia burguesa ha puesto al descubierto las falacias de su intimidad, una ilusión que sencillamente no funciona.  La respuesta de los pueblos ha sido el rebrotar de las culturas nacionales, de ese plasma o tierra fértil de las comprensiones compartidas que nos abraza en la intimidad de los afectos con nuestros abuelos y que nos hizo creer que éramos protagonistas de la historia. Pues,  la sociedad posmoderna globalizada, esa que procura con toda la fuerza de sus bombardeos la unanimidad y la paz de los sepulcros,  no se cansa de demonizar este rebrote de culturas, trátese del ayatola Jomeini, de Saddam Husseim, lo mismo que de las barbas de Fidel Castro. Lo cierto es que ningún rico ha vivido nunca en el Tercer Mundo, y ningún miserable en el primero. Y que cuando hablamos de las culturas nacionales no hablamos solamente del folclor tradicional, pues la cultura es una forma de entender y de hacer, y por eso mismo aluza más el porvenir que lo pasado.


Un poco de estética puertorriqueña

Pero hablemos un poco de la estética posmoderna y de la situación de mi país. En ocasión reciente ya expuse cómo, a mi juicio, la incapacidad de la crítica posmoderna para identificar sus raíces en el pasado –al menos en Puerto Rico–  la ha llevado a ignorar cuánto se asemeja al modernismo rubendariano en cuanto a su embriaguez de exotismos, y la globalización de sus afluentes. Aunque la posmodernidad ha echado raíces y sombras por todos los géneros literarios, brotó en Puerto Rico con mayor virulencia en el ensayo y en una supuesta crítica que utilizó los textos como pretexto para la autoexhibición del crítico, es decir, para la creación de nuevos textos. La misma voz y actitud que desnaturalizó el discurso poético reivindicador de la generación del sesenta, incursionó en la crítica para racionalizar su propuesta de una aventura con el arte, con la palabra, que la desembarazara de sus urgencias sociales y de su referencialidad directa con la realidad social. Interesantes y fructíficos como fueron estos planteamientos, desvirtuaron la tarea del crítico para inocular los textos de perspectivas extemporáneas. Así, hemos visto encumbrarse en nuestra clase intelectual ciertas obras de ficción que se publican como crítica literaria, dedicadas, entre otras cosas, a la desfiguración de las obras "patricias", a la relectura de lo que también extemporáneamente se propone desvitalizado como mero "imaginario", metarrelato inocuo por el que generaciones de puertorriqueños vivieron, sangraron y murieron. 

En general, la literatura posmoderna del fin de siglo  padece a mi juicio –como les dijo Martí a los modernistas– de aquella vergüenza de la madre que los crió, porque tiene nueva la fiebre del libro exótico que aborrece de su libro autóctono, la fiebre de la óptica europeísta o primermundista con la que se leen a sí mismos y travisten su propia imagen en el espejo. Esta literatura posmoderna padece, como los modernistas –insisto– de fines del siglo XIX, de la entronización en sus discursos de la imagen y la metáfora con la que construyen y deconstruyen textos semiológicos, textos encerrados en el mundo de una palabra sin raíz, descontextuada.  Padece de ser una literatura alimentada de sí misma y no de la vida, desrealizada en suma, sumida en el vértigo alucinante de un nuevo arte por el arte, una nueva torre de marfil inaccesible, pero esta vez marfil virtual, naturalmente. Son textos perdidos en el laberinto del lenguaje como realidad única, verdadera encarnación del metarrelato del que huyen para caer inesperadamente en su pantano. Al final sólo queda en pie la imagen cibernética de una computadora. El posmoderno parece un discurso que no puede distinguir la realidad virtual de aquella en la que reina el crimen, la droga, el desempleo, la explotación en el empleo, el abuso de menores, la flagelación sentimental de la mujer, el acoso, la persecución, la agonía, porque en su discurso de la soledad todo es semiología, metáfora, imagen, signo, juego edonista con la palabra, fenomenología, travestismo. 


Vieques vs. la estadidad radical

Al hablar del derrotero puertorriqueño de las utopías revolucionarias de los sesenta y de aquel tempo sublime de certezas militantes, empáticas, que nos pusieron a trabajar por el hombre nuevo, es ineludible atascarse en una propuesta puertorriqueña de la posmodernidad que resulta ser una verdadera antítesis de lo que fuera nuestra militancia sesentista. Me refiero a la llamada estadidad radical.

Más que de las ideas, creo en la importancia que en este debate tienen los valores, principios, lealtades que, ciertamente no compartimos. Crecí con ideales, con deseos, con posibilidades por las que valía la pena luchar. Nuestro Hostos decía: La libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir. Nuestro Martí decía: Con los pobres de la tierra quiero yo mi suerte echar... No me asusta que se le llame a eso dogma porque ellos también tienen el dogma de su falso antidogmatismo. La derrota de algunas de mis utopías, o la falta de victorias en otras no mellan en absoluto, para mí, la deseabilidad de lo que imagino como porvenir, ni su sentido reivindicador, ni su justicia. El alegado fracaso del socialismo real no me impide ver que la sociedad liberal burguesa cumplió mucho menos, en todo el planeta, su promesa de libertad, igualdad, fraternidad.  Algunos se preguntan si a estos, más que posmodernos debemos llamarlos postutópicos. Yo creo que la noción de posmodernidad se aclara y enriquece si la acompañamos de esta cualidad que con tesón han hecho suya.

La punta de lanza de las luchas y de la resistencia del pueblo puertorriqueño contra la anexión  por los Estados Unidos ha estado colocada, principalmente, en nuestra ciudad letrada, nuestros escritores y artistas, nuestra clase de letras, nuestra élite intelectual. Ante ellos, precisamente, presentaron su tesis de la estadidad radical como la última novedad, y no lo era. Estadidad radical es una frase que tiene estadidad como lo sustantivo –es decir, la anexión política a los EUA como estado 51–, y radical como un modificador. Significa, más que otra cosa, estadidad radicalizada, anexión reformada; la estadidad liberal que conciben militantes de la vanguardia social. Ellos sostienen que la anexión es ya, en el caso de Puerto Rico, un hecho, un hecho irreversible, y que por lo tanto, tras darle la bienvenida, lo que procede es luchar, desde las mismas entrañas del monstruo, por las causas sociales en las que muchos creemos.

En una entrevista difundida por un canal de televisión, un estadista radical alegó que el pueblo ha descartado para Puerto Rico el estado nacional, y que ello es producto de su sabiduría. Hay, como se ve, entre los posmodernos de mi país una furia antinacionalista que los distingue de sus homólogos de afuera, furia que no está ni en Foucault ni en ninguno de los más importantes proponentes de las ideas que se identifican con la posmodernidad. Si esta propuesta es pro status quo, pues parte de la premisa de que la anexión es ya un hecho, entonces desde el punto de vista de quiénes aún combaten es derrotista. Una de las cosas que más abiertamente rechazo, es el desdén con que, con el pretexto de ser antidogmáticos y defensores de la tolerancia, echan por la borda los esfuerzos de tantos puertorriqueños que no se rindieron ante el desencanto y pagaron con toda una vida de lucha y persecución, con sangre y muerte, un precio muy alto por amar. Me refiero a la obra que so pretexto de crítica, se dedica a subestimar, a caricaturizar, a desnaturalizar, con aliento adanista, con la vocación autista, ególatra, héroes  como Pedro Albizu Campos, para quien el gobierno creo una legislación conocida como Ley de la Mordaza que convirtió literalmente su palabra en delito. Pedro Albizu Campos, líder del nacionalismo puertorriqueño en la primera mitad del siglo XX, fue encarcelado, literalmente, sólo por pronunciar varios discursos.

Pienso que los estadistas radicales han venido a destruir la moral desde dentro de quiénes aún resisten la anexión en la ciudad letrada. No han venido a contribuir con recursos sino a deconstruir la solidez de la resistencia. Eso es lo que se conoce como quintacolumnas o como malinchismo. 

Por eso, precisamente en los últimos meses de 1999 hasta hoy día, los sucesos de Vieques han roto con todas las proyecciones fatalistas sobre Puerto Rico. Vieques, o Isla Nena como la llamó un poeta, es una isla municipio que queda al este de la isla grande de Puerto Rico. La Marina de Guerra Norteamericana “secuestró” dos terceras partes de la isla con la excusa de la defensa nacional comprometida entonces con la Segunda Guerra Mundial. Destinada a servir como área de prácticas militares, desde entonces la Marina de Guerra estranguló económicamente a sus habitantes, los condenó al ostracismo y la pobreza, los cañoneaba casi todo el año desde sus enormes buques de guerra y con sus estruendosos aviones e invitaba a todos sus aliados a hacer lo mismo. La Marina de Guerra descargó tóxicos, uranio, destruyó arrecifes, bahías fosforescentes, refugios de vida silvestre, multiplicó enormente la incidencia de cáncer y las deformaciones congénitas de la población; expuso a sus propios empleados civiles –sus empleados, es cierto, pero puertorriqueños– a la contaminación con radiactividad y otros tóxicos sin advertirles ni protegerlos de ninguna manera. En abril del 99 un proyectil disparado por un avión asesinó a un guardia empleado por la Marina de Guerra. Desde entonces la Marina de Guerra no había podido renovar, hasta hace unos días, sus prácticas porque se despertó violentamente una indignación general como nunca se había visto en Puerto Rico, indignación en la que finalmente coincidieron en un mismo propósito todos los partidos políticos, todas las iglesias, y todas las fuerzas de la sociedad civil. Hace unas semanas, siguiendo directrices del presidente Clinton, centenares de alguaciles federales arrestaron a casi doscientas personas que ocupaban el área de práctica, en desobediencia civil, por todo un año. Entre ellos, había legisladores, alcaldes, ministros de distintas sectas religiosas, sacerdotes, monjas, y obispos, dos congresistas norteamericanos, y un ambientalista argentino. Desde entonces, y a pesar de mantener la Isla Nena en estado de sitio, bloqueada por tierra, mar y aire, distintos grupos de personas han vuelto a entrar al área y en toda la isla hay protestas continuas. Vieques ha desmentido las tesis centrales de la estadidad radical y, de paso, en mi opinión, las de la posmodernidad.


Susanita y Mafalda: posmodernidad vs. utopía

Martí decía a fines del siglo diecinueve: “De pensamiento es la guerra mayor que se nos
hace: ganémosla a pensamiento”.  Ese es el derrotero que debe movernos en torno a este asunto de la posmodernidad. En el último número de nuestra revista EXÉGESIS comento que Susanita, ese personaje de la famosa tira ¿cómica? de Quino, es una genial anticipación de la posmodernidad. Es decir, que pasamos de una generación que se sintió representada con Mafalda a una que acaso se avergonzaría de admitir que está bien representada con esa Susanita que resuelve la pobreza ignorándola y haciendo invisibles a los pobres. Parafraseando a uno de los expositores más celebrados de estas doctrinas, se diría que Mafalda está también entre los idiotas latinoamericanos.

Los posmodernos sostienen la tesis del fin de los metarrelatos, de las visiones cosmogónicas. La suya es una teoría antifinalista –nada está escrito–, una teoría que percibe el azar como motor de la lucha de fuerzas. Todos estos elementos son antiutópicos. Fernando Aínsa, comentando un libro de Oswald de Andrade titulado La marcha sin fin de las utopías, recuerda haberle oído al poeta brasileño Haroldo de Campos que más que hablar de un fin de siglo posmoderno debería hablarse de postutópico. Y añade que la utopía siempre fue una señal de disconformidad y un preanuncio de revuelta.

¿Qué hará Susanita, me pregunto yo, con los disturbios que cunden por cada rincón del planeta y por cada rincón de nuestro continente? Desde el México zapatista, Guatemala, Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Chile, Paraguay, Cuba, República Dominicana, Puerto Rico, nos preguntamos todos: ¡Oh!, pero bueno, ¿cómo es que en un fin de siglo como éste, con un crecimiento continuado y redoblado de los torrentes financieros, sigue creciendo a pasos de gigante la pobreza y la desigualdad? Incluso dentro de los Estados Unidos...  ¿Y qué de las protestas masivas en los Estados Unidos contra el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional? 

Michael Albert, creador de una interesante propuesta nueva que llama economía participativa, sostiene que esta década posmoderna finisecular sigue consciente de la realidad de las denuncias de la izquierda revolucionaria, pero que tras el derrumbe de la cortina de hierro  carece de alternativa, de un sentido de posibilidad, de esperanza y de la creencia de que se puede ganar a los poderosos. Ya no se trata de saber, dice Albert, que todo está mal, que las injusticias son extremas, que la corrupción es horrible y que las instituciones las causan.  Todos lo sabemos. Asimilamos a Mafalda aunque nos comportamos con la indiferencia de Susanita (no hay que mirar a los pobres; la pobreza es invisible). No basta, pues, la rabia desviada, el asco, la indignación: hace falta motivar el deseo con la aspiración positiva de algo que sí puede conseguirse. Pero para no quemarnos, hay que saber que estamos metidos en una batalla a largo plazo, y que no estamos solos. Que la naturaleza humana no es la causa de nuestros males aunque a veces nos dé qué hacer su extraordinaria complejidad. La lucha no depende de cada uno de nosotros, sino de un colectivo cuyos miembros aportan cada uno su grano. No podemos ir detrás del triunfo final, porque el triunfo final se aleja siempre como el arcoiris; pero sí podemos tener triunfos pequeños, si podemos acompañar a los que creen como nosotros y aún luchan, es decir contribuyen a generar los cambios deseados, y sí podemos honrar la memoria y el esfuerzo de los que cayeron creyendo en la utopía. 

Uno de los más grandes pensadores puertorriqueños, Eugenio María de Hostos, comentó en una ocasión lo siguiente: “Los momentos pasan; pasan por ellos los hombres; pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Que no lo vea el que por  ella ha sucumbido, eso ¿qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue el día.”  Ello me recordó un cuento del amigo José Gabriel Ceballos, acaso él mismo, “príncipe de la obstinación”, “cruzado de las utopías”, publicado en su libro El ángel de la guarda: “A menudo mi utopía me agobia por su grandiosidad y por sobrevivir solitaria en un mundo que niega las utopías. Pero persisto. Y hago cuanto puedo para que el mundo retroceda y cambie. Porque sé que ningún sueño resulta posible sin los sueños ajenos. Sé que no existe otro modo de conservarme a salvo.”

MARCOS REYES DÁVILA

* Esta conferencia la dicté en la Universidad Nacional del Nordeste de Argentina en 2000. Hablo aquí de la tranformación de ciudadano al consumidor pasivo en el Estado-Mercado y de la "refeudalización" que creaba la "POP-Modernidad de fin de siglo", es decir, la Posmodernidad del Neoliberalismo. Hace 25 años. Se publicó en EXÉGESIS, 39/40, 2001, pp. 114-118.

martes, 21 de octubre de 2025

Arqueología de lo nuevo: HOSTOS en 1868

 


Arqueología de lo nuevo: 

                Hostos en 1868.

Relación sobre las publicaciones en EL PROGRESO

(Barcelona, 16 de febrero al 10 de abril 1868)

Ponencia (completa) presentada en el Congreso Internacional Puerto Rico y España,

UPR-Bayamón, 14.X.2025

 

La armadura de “arrogancia” con la que llegó Hostos a Nueva York a fines de 1869 ante Betances y los demás líderes de la revolución armada antillana, había sido forjada durante los años previos en los que se fraguó la Revolución Septembrina española que derrocó la monarquía de Isabel Segunda. El que desde hace muchos años nosotros hemos denominado “joven Hostos”, había adquirido desde 1863, seis años antes, un impulso revolucionario y una determinación que empezó a entrenar con La peregrinación de Bayoán. Como se ha dicho, en el Diario delata sus vacilaciones, pero ese mismo titubeo ante lo que era una inmolación confirma una determinación que resistió toda renuncia… Cómo, el joven Hostos agobiado por dudas hecha pecho en menos de un lustro, es uno de los temas que hemos trabajado con más atención en los últimos años.[1] Las revelaciones que ahora, por primera vez, pueden cotejarse en las páginas del periódico El Progreso que dirigió en Barcelona en los primeros meses de 1868 tienen mucho que aportar.

Marco preliminar: (Las tormentas políticas de la España en la década de 1860.)

En la España de la década del 60 se atropellaban a son de macana y bombazo acontecimientos políticos, económicos y culturales. En lapsos relativamente breves se sucedieron en el gobierno de la reina Isabel Segunda varios generales en calidad de regentes, entre conservadores y “moderados” que echaban a diestra y siniestra del planeta los restos de su poder imperial.

Hostos había llegado a estudiar a España con solo doce años en 1851. Es importante tener en cuenta que vivió dentro de la comunidad española durante casi veinte años. Como no se le otorgó el título de abogado en 1862, tuvo que reencarrilar su vida por el periodismo y la literatura. El aún joven Hostos que regresó en 1863 a Madrid no llegaba a estudiar. Se había encendido en él un compromiso político creciente que definirá el resto de su vida. Ese mismo año, debutó con La peregrinación de Bayoán, una novela que publicaba con tres fines explícito: (1) de exponer la historia de la conquista y la explotación realizada por España en las tres grandes Antillas, (2) analizar la violación de derechos y la tiranía en que aún se vivía allí, y (3) defender, ante los españoles, aunque estaban en guerra contra los dominicanos, los derechos nunca reconocidos.

A pesar de que suele adjudicársele al Hostos de esta época española, incluso hasta 1869, una orientación política reducida al autonomismo y reformismo liberal, esa caracterización está desenfocada. No hay que esperar a 1869 para encontrar un Hostos que tiene su interés centrado en las penurias antillanas, y que se aprontó a reconocer la necesidad de su ruptura con España. Basta con atender un extenso artículo, dividido en ocho partes publicados en La Soberanía Nacional de Madrid, entre septiembre y diciembre, de 1865, con el título “Las reformas de las Antillas”.  

Hostos entabla en ellos un debate con otros diarios a propósito del decreto que creó aquella Junta Informativa de Reformas para las Antillas en la que los Comisionados por Puerto Rico pidieron la abolición inmediata de la esclavitud. En el debate se discutía la necesidad de las reformas. Hostos polemizó contra un medio público hostil poblado de duques, marqueses, generales, francotiradores oligarcas de alta alcurnia, en favor de las doctrinas del Partido Progresista, pero abogando por reformas políticas “sustantivas” y anticoloniales, como lo son, dice, las que “organizan, según sus costumbres y sus necesidades, al pueblo que, unido a otro –subrayamos nosotros– por el vínculo de la lengua y la política, no puede estarlo por el de las mismas leyes, por ser diversos su carácter, aptitudes, clima, necesidades y costumbres”.

Hostos podía en ese temprano momento –tres años antes de las revoluciones del 68– rechazar la independencia sin ser autonomista, porque tenía la convicción de la necesidad que tenía el estado español de constituirse en una federación. Estaba convencido de la necesidad de asociarse a España dentro de un modelo federal de estados o provincias autónomas, con parlamentos y legislación, poder ejecutivo y judicial propios, derechos civiles y libertad de comercio. En cuanto a esos derechos, concurría con las aspiraciones de algunas provincias peninsulares. En cuanto antillano, le preocupaban varias cosas. Entre ellas, en primer lugar, el poder absorbente de Estados Unidos –así lo decía. Temía que la independencia solo podía entrar en el cauce de la anexión. Por otra parte, estaba muy consciente del desamparo económico, la pobreza y desarticulación social imperantes en Puerto Rico, y también de los enormes peligros que entraña la ignorancia política de un país sometido a siglos de tiranía. Aunque Hostos llamaba a España “madre patria”, en España, en periódicos españoles, y adscrito a un partido político español, fue consistentemente anti asimilista, como Bayoán, que renegó de ser español. Rechazó además, explícitamente, la utilidad de la Junta Informativa propuesta por las Cortes en la que participó Segundo Ruiz Belvis, en convenio con Betances. Sentenció: “Las Antillas necesitan otra clase de remedio”.

Alegó al respecto, entre varias argumentos –y seguimos reseñando los artículos que mencionamos antes– que aun cuando las Antillas estuvieran en el Congreso fielmente representadas en esa Junta Informativa –cosa que nunca lo sería–, tendrían de antemano la oposición de la mayoría de los peninsulares. Incluso rechazó la idea de pedir la participación parlamentaria porque, a su juicio, se trataría de hacer coincidir tres parlamentos distintos –el peninsular, el cubano y el puertorriqueño–, que responderían a tres necesidades diferentes. Limitadas las oportunidades de obtener representación eficaz en las Cortes y reformas propias, se atrevió a preguntar a qué vendrían los comisionados que no fuera perder el tiempo. Solo con parlamento propio y con gobierno propio, dice en estos artículos publicados –repito– en 1865, las Antillas podrían permanecer vinculadas a España. Esa posición ni siquiera le era indeseable entonces a Betances.

Para nosotros, tanto puede decirse que Hostos nunca fue independentista como decir que siempre lo fue, porque aspiraba a algo mayor: la sociedad libre que solo podría comenzar a construirse al día siguiente. Como una figura cenital del pensamiento y del ejercicio Moral que irrefutablemente fue, vinculó inexorablemente la Libertad con la Justicia, tanto la individual como la social. Para él, los deberes hacia la humanidad eran los mismos en todas partes. Por eso todos tienen derecho a ser patriotas en su tierra. Incluso los españoles. Pero ninguno tiene el derecho a ser déspota. Por eso quizás no fuera exagerado postular que, en lo fundamental, las aspiraciones de Hostos y Betances no se distanciaban tanto como para ser irreconciliables. Solo que Betances perdió antes que Hostos la esperanza de realizarlas en convenio con España, y Hostos, alarmado por las consecuencia de una guerra armada, persistió en intentarlo un poco más. A la larga, ni de una forma ni de la otra, ninguno de los dos alcanzó sus objetivos, y ninguno de los dos pretendió reducir su deber a realizar un mero gesto narcisista.

1868 es el año que culmina, en sus últimos meses, con las revoluciones que estallaron e impactaron de manera, casi sincrónica, en España, Puerto Rico y Cuba. Que Hostos participó como patriota, simultáneamente, y en cuerpo, alma y corazón en las tres revoluciones, es un hecho irrefutable. El periódico El Progreso contribuye, con un testimonio incuestionable y con nuevos ingredientes, a calibrar, enjuiciar y comprender cómo se insertó en esas revoluciones, y nos permite apreciar, como un órgano vivo, las aristas interdependientes de su pensamiento y actuando de manera propia.

Radiografía de El Progreso

Guillermo Morejón Flores publicó en Claridad, el 5 de febrero de 2025, un artículo en el que dio la noticia de haber encontrado el artículo de duelo sobre Segundo Ruiz Belvis escrito por Hostos, cuya existencia conocíamos todos pero, aunque nadie había leído, algunos aventuraron especulaciones fallidas. Constatamos que en la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España aparecen 43 números del diario, comenzando con el segundo, publicado el domingo 16 de febrero, hasta el 10 de abril.

Las pautas generales del periódico que cabe puntualizar conforme con los números conocidos son las siguientes:

·  Se define como un “Diario Liberal, Científico, Literario, Comercial, Marítimo, de noticias y anuncios”.

·  Tiene cuatro páginas. De ellas, la tres y la cuatro, responden a información comercial, marítima y anuncios. Las partes sustantivas que para estos efectos nos interesan están en las páginas uno y dos.

·  El periódico no solo es diario sino que tiene otra edición en las tardes, y hay varias de estas entre las 43 ediciones.

·  Las páginas son de gran tamaño: aproximadamente de 25 x17 pulgadas, o 64 x 44 centímetros.

·  Mantiene “corresponsales centrales” en diferentes ciudades de la zona levantina, y focos lejanos como Málaga, Palma en el Mediterráneo y París.

·  En el primer número se publicó un programa de adhesión al Partido Progresista, que no está disponible.

·  Suele comenzar con un muy amplio resumen de noticias centradas –pero no limitadas– en los conflictos europeos y de Estados Unidos. Salta a la vista la amplia información de que dispone el periódico, pues esta sección es diaria, y tiene el propósito de informar y de juzgar a la vez, acontecimientos políticos y socioeconómicos. Se puede estipular que Hostos mantuvo de manera permanente una amplia atención y una profunda reflexión sobre política, no solo europea sino mundial, pues además de Europa y Estados Unidos, incluye en sus reflexiones temas japoneses, chinos, egipcios, mexicanos, peruanos, argentinos, cubanos, puertorriqueños, dominicanos, y otros.

·  Tras la sección inicial descrita, suele seguir la parte central, inequívocamente doctrinaria.

·  Una vez leímos el primero de dichos artículos nos percatamos de que su autor, sin duda alguna para nosotros, era precisamente Hostos, tal como él mismo lo puntualizó luego. Esta aseveración que hacemos constituye otra noticia de importancia, porque añade a la obra conocida de Hostos un material abundante que solo una institución oficial como el malogrado Instituto de Estudios Hostosianos, hubiera tenido la potestad de certificar. No se debe ignorar que el propio Hostos declaró haber sido quien redactó la mayor parte de su contenido. De modo que si de algo vale el testimonio de Hostos y nuestro juicio, la autoría de lo que se refiere a los artículos, las reseñas de noticias, algunas cartas y algunas satirillas o lista de pensamientos, son atribuibles al estilo y los temas de Hostos. Los “pensamientos” son por lo general de una diversidad de autores desde los grecolatinos hasta los más recientes, sin pasar por alto, por ejemplo, a Hegel: “el mal no es más que negación del bien”; Proudhon: “el hombre justo siempre es joven”; o Voltaire: “La injusticia produce al fin la independencia”.

·  La calidad y formalidad del periódico, así como el tamaño de sus páginas, sugiere que quizás el periódico no fuera tan menesteroso como algunos han especulado.

·  Tras la sección “Política” suelen aparecer varios artículos que recogen temas de doctrina y otros asuntos. Luego una serie abreviada de noticias aparecidas en, y recogidas de, diferentes periódicos; a la que le sigue una “Sección Oficial” de disposiciones legislativas y gubernamentales; una “Crónica social”; otra “Sección de noticias”, esta vez producidas por El Progreso mismo; “Correspondencia particular”; y finalmente una sección de carácter heterogéneo. Aparte, abundan las referencias a temas culturales, sean conciertos u obras teatrales.

·  En algún momento comienza a aparecer a pie de la primera página una “Revista de Barcelona” con reseñas menos breves o más amplias de obras teatrales, conciertos, actividades culturales en general.

·  Para nosotros fue una sorpresa extraordinaria hallar dos narraciones de folletín. La primera comienza a publicarse el 6 de marzo, en el número 24, con el título: “Mis infortunios, memorias de un proscrito”. La segunda, aparece el primero de abril, número 66, con el título: “La estrella de la mañana”.

Algunos de los artículos de educación política tienen eco o apelan de manera prácticamente
directa a otros artículos suyos conocidos. Así ocurre, por ejemplo, con los correspondientes al tema del periodismo; de la criminalidad; del objeto al que adviene el periódico a la prensa política, que es descargar y concientizar a la juventud sobre la responsabilidad que éstos tienen ante el porvenir de España; la defensa de valores liberales como la libertad de prensa, de asociación, los derechos civiles, el sufragio universal, la educación, la libertad de fe, la descentralización del poder, la republicanización y federalización de las que es modelo la república federal de Estados Unidos. La “nordomanía” de la que hemos hablado en varias ocasiones no es de su exclusividad. En un mundo dominado por principados, duques, reyes, y toda clase de dictaduras y plutocracias, una única república democrática federal era motivo universal de asombro. Además, argumenta sobre si son necesarios los ejércitos en tiempos de paz; o el patriotismo nacionalista versus el patriotismo de la humanidad; el paralelismo entre individualismo y sociedad; sobre el mundo moral y la predicación de derechos y deberes; sobre la supremacía de la libertad, el indiferentismo, la cuestión obrera, la lucha constante contra el neocatolicismo. Sigue la política rusa, los pasos de Garibaldi, los conflictos francoprusianos, y ve en el proceso de residenciamiento al presidente Andrew Johnson, quien, aunque apoyó a Lincoln en la abolición de la esclavitud, creía en la supremacía blanca y vetó la ley de derechos civiles, un ejemplo de la superioridad del modelo de gobierno republicano. Hasta de química y artes marítimas habla. Una muletilla muy significativa aparece, reiterada una y otra vez, que nos llama la atención:

“Hemos tenido por correo de los Estados Unidos, cartas y noticias de las islas de Cuba y Puerto Rico: Reina la paz en las islas.”

Sobre esta comunicación, que intencionalmente se intercala como un aburrido e insípido estribillo, repetido tal cual en varias ediciones, cabe subrayar que especifica que proviene de Estados Unidos. Y también importa señalar que el contenido sea que, en ambas islas, “reina la paz”, aseveración, para nosotros, de probable matiz irónico, herido por una apenas disimulada decepción, que confirma la lacónica repetición de la frase que subrayamos. Como estos temas doctrinarios hay muchos otros, y en cada uno de ellos racimos de ideas que son típicamente hostosianas.

Dos temas que importa reseñar: en primer lugar “Segundo Ruiz Belvis”

No se nos escapa el interés que debe despertar el desconocido texto luctuoso sobre Ruiz Belvis, de cuya existencia sabíamos, pero nos era desconocida. La curiosidad queda por fin satisfecha.

Segundo Ruiz Belvis no era un desconocido para Hostos. Aunque era diez años mayor, era un connotado paisano mayagüezano que había estudiado Derecho en Madrid, en la misma universidad donde fue luego Hostos. Según el testimonio de un coetáneo madrileño, Hostos estaba muy identificado con él. Cuando Hostos tenía solo diez años –en 1849–, Ruiz Belvis conoció en uno de sus viajes a su también paisano compueblano Ramón Emeterio Betances, con quien entabló pronto una profunda amistad, y un vínculo de complicidad revolucionaria. Hostos, según parece, no vio a Betances sino hasta 1862, pero como todos en Mayagüez, sabía del héroe de la epidemia de cólera de 1855, del legendario amante de la novia fallecida, y del redentor de los niños esclavos. Ambos, Betances y Ruiz Belvis, estuvieron durante años en Mayagüez desde 1856 y 57, hasta 1866 y 67, el primero como connotado médico y señalado abolicionista, y el segundo como Síndico Municipal, Juez de Paz, señalado abolicionista, y miembro electo como comisionado a la Junta Informativa de Reformas. Durante esos años Hostos estuvo en Mayagüez en el verano de 1859, y entre 1862 y el año siguiente.

A poco de regresar Ruiz Belvis a Puerto Rico de los trabajos de la Junta Informativa de 1867, un motín de artilleros ocurrido el 7 de junio precipitó su destierro y el de Betances. Es entonces que en Nueva York Betances y Ruiz aceleran la conspiración revolucionaria que culminó en el Grito de Lares. A Ruiz Belvis se le encargó pedir el auxilio y la colaboración del gobierno de Chile que llevaba algunos años tratando de incitar un levantamiento en las Antillas. Arribó a Valparaíso muy enfermo, y falleció el 3 de noviembre. Betances hizo circular con fecha del 22 de diciembre de 1867 una circular con la noticia.

Hostos no parece haber conocido el hecho de su muerte sino hasta mediados de febrero del año siguiente, tres meses después del fallecimiento. La nota luctuosa de Hostos se publicó en la edición de El Progreso del 19 de febrero de 1868, sin firma. El artículo cubre 120 líneas del total de 155 que caben en cada columna, y está dividido en tres partes. Una breve introducción rotula el tema: la muerte del “amantísimo patriota” –desde luego quiere decir patriota de Puerto Rico–, nacido en Puerto Rico. La calificación de Ruiz Belvis como patriota presume que es una compartida por el autor, como lo confirma el adjetivo superlativo –“amantísimo”– que le antecede.

En la segunda parte de la nota reseña su vida de “expatriación” como una semejante a la de “los pájaros marinos que de islote en islote y de escollo en escollo recorren la inmensidad del mar”. Dice que nació en Puerto Rico, se educó en Venezuela y se tituló como abogado en España. Que regresó a su isla donde formó la sociedad de redención de niños esclavos, y salió electo por Mayagüez comisionado a la Junta Informativa de Reformas, donde, dice, “no quería, no pedía otra cosa que la emancipación de los esclavos negros”. Regresó y fue expatriado.

La tercera parte, más extensa, la dedica a exponer lo que llama la “historia de un espíritu” de esta manera: por la naturaleza moral y aspereza de la voluntad cohibida por el medio social –eufemismo para el poder colonial– sintió un “odio” hacia ese medio que se convirtió en justicia contra su causa –eufemismo para el poder colonial. Hostos dice que él también comprobaba ese “sentimiento de justicia”. Terminó su alocución fúnebre atribuyéndole a Segundo haber sido “buen hijo de la madre-isla”, “patriota ferviente”, “amigo del esclavo”, y “obrero que murió en la obra y por la obra”.

La nota de Barcelona que acabamos de reseñar carece de mismo fervor lírico del texto chileno sobre la tumba de Ruiz Belvis. Pero en Barcelona aún perseveraba su esfuerzo y su esperanza de ver cumplidas las promesas de extender a Puerto Rico las libertades republicanas, esperanza que ya no tenía en Chile. En sus trabajos publicados en España, y dirigidos a españoles, Hostos menciona repetidamente el calificativo de “Madre-Patria”, sin embargo, acaba de hacer uso en el texto de Ruiz Belvis, quizás por primera vez, el 19 de febrero de 1868, del connotado y característico calificativo patriótico suyo de “madre-isla” para referirse a Puerto Rico. Era como decir: España es la madre de la patria que es mi isla madre, Puerto Rico

Las dos narraciones folletinescas

Las dos narraciones de “folletín”, o por “entregas” antes mencionadas, se rubrican como “Folletín de El Progreso”. Ambas narraciones –o cuentos largos de aproximadamente 4 mil palabras– son de Hostos. Lo afirmamos con respecto a la primera con certeza; con certidumbre a la segunda, de sentimentales bucles rubios y encajes rosados. El contenido de “Mis infortunios, memorias de un proscrito”, hace de esta narración una del mayor interés para el estudio, no solo del carácter de la obra literaria de Hostos, sino de su biografía.

Las denominadas novelas de folletín eran un género de novelas por entregas hechas a petición del lector y del mercado, marcadamente melodramáticas con personajes románticos estereotipados, que proliferó en España a mediados de siglo. Hostos parece acogerse en ellas al modelo, pero no como medio de sustento, aunque para ello le ayudase, sino porque le sirvió, al menos la primera de ellas, como instrumento atrayente para impulsar su objetivo de instruir políticamente y alentar un impulso de acción militante a la sociedad barcelonesa. A juzgar por el modo con el que fraguó su narración, quizá buscaba apelar principalmente a la juventud, tal como pretendía. El caso es que el retrato que se desprende de la trama aporta de manera considerable a la comprensión de quién era un joven Hostos que emprendió con plenitud, tras la novela de Bayoán, sus luchas políticas emancipatorias.

Prácticamente todos los elementos de la obra retratan a ese joven Hostos y sus ideas, y la intríngulis de sus acciones políticas se tornan transparentes. Desde el desconcierto, el temor y la ansiedad del niño al que desgarraron del calor hogareño para enviarlo a estudiar con solo 12 años a estudiar al otro del océano, hasta los motivos y la determinación con la que emprendió, y emprendía entonces, en 1868, su militancia política. Hay que advertir que Hostos tiende continuamente a recurrir a sus propias vivencias, es decir, a su bagaje biográfico.

El formato es, repetimos, transparentemente hostosiano: el protagonista, Augusto –adjetivo de venerable y majestuoso que así se sustantiviza–, narra su historia a través de otro personaje que lee sus memorias, parecido a lo como ocurre con Bayoán. Este personaje, herramienta o mediador, se llama Néumatos, una especie de anagrama de Eugenio María Hostos hecho con la fusión combinada de sílabas: eu de Eugenio, ma de María y tos de Hostos. Este es un escritor de cuentos y novela –que deleitan, a la par que instruyen–  para ganar sustento, pero que aspira a escribir para un periódico político de oposición y vive en Barcelona, igual que Hostos.

Al comenzar la historia alguien lo llama a las 11 de la noche. Se trata de un mensajero de Augusto, uno de sus mejores amigos, quien está moribundo y desahuciado. Ha escrito en varios cuadernos sus memorias –en Bayoán son diarios–, que describe como la “exteriorización de su vida interna”. Con la idea de que toda existencia envuelve una enseñanza, quiere revelarle sus secretos. Sobre la carpeta se lee “Memoria de un expatriado”, fórmula que funde y se confunde con la memoria de un “proscrito” antes indicada: es decir, que se trata de un expatriado proscrito. La fórmula indica desde ya, claramente, la naturaleza de la historia que contiene. Néumatos antepone al texto de Augusto el título “Mis infortunios”, inspirado en la obra del italiano Silvio Pellico, un mártir del despotismo austriaco que escribió, durante diez años de prisión por sus ideas liberales contrarias al régimen imperial, una obra de reflexión titulada Los deberes de los hombres, obra que Hostos menciona en 1873, en el prólogo a la segunda edición publicada en Chile de La peregrinación de Bayoán, como uno de los grandes moralistas que leía, y que en 1878 confiesa que era preferida de su adolescencia, una adolescencia que cabe imaginar como devota y sentimental, pues la obra de Pellico está saturada de pensamiento cristiano. No obstante, aunque en Hostos quedara atrás ese pensamiento de Pellico refractario a la razón y a la verdad no inspirada en dios, parece haber permanecida inalterada la idea con que abre el libro de Pellico: “No puede el hombre sustraerse a la idea del deber…” Siendo las reflexiones de Pellico de carácter espiritual y religioso, y siendo ya de distinto calibre y talante el pensamiento de Hostos, la mención nos sugiere que el texto no era una obra escrita recientemente, sino de la “época de sentimiento” en que comenzó su diario, entre 1858 y 59. Las memorias de Augusto narran la historia de un hombre perseguido por su “peregrinación en este mundo”.

Augusto sufre y muere por “haber nacido en un país esclavo”. Obsérvese que dice país, y también dice patria, la patria donde creció hasta los 14 años. (En el caso de Hostos 12.) Los profesores lo alentaban a ser útil a la humanidad sirviéndose de una carrera literaria, pero no pudiendo obtenerla en su patria, su madre –no el padre– lo sorprende un día al anunciarle, con mucho dolor y sufrimiento, que lo enviará a la metrópoli para adquirir las armas y la “ciencia del derecho” que necesitará para ser útil al mundo. La devoción de Hostos por su madre, fallecida en sus brazos, tuvo toda su vida el más elevado perfil. Ser útil es un imperativo irrenunciable para Hostos. Dice mundo, y no patria porque quien oprime la patria no es el pueblo de la metrópoli sino su gobierno. No obstante, la idea es que después de formado y armado regrese a cumplir su deber para con la patria embrutecida por la tiranía, enseñándole “los horrores de la esclavitud y las delicias de la libertad”. Dice “mundo” porque no se odian los pueblos, que sería odiar a la humanidad: lo odioso es la dominación despótica de los gobiernos, y en su caso, de la metrópoli. Si los derechos humanos son por definición universales o absolutos, sostendrá Hostos siempre, todos tienen el mismo derecho –y deber– de practicar su propio patriotismo. Incluso los españoles.

Un detalle de interés es que el gobierno en la narración no es el español sino el de Francia. Desde luego que –recuérdese la censura– no podía denunciar y combatir un gobierno español calificándolo como despótico. Es obvio. Pero, no obstante, hinca la cizaña: la madre es española. Ello da pie a que Augusto le pida a la madre que lo mande a España, una nación –dice– noble y amable, y donde tiene parientes, aunque posteriormente recuerde y añada que España también tiene colonias.

Dos cosas, de muchísimas otras, no podemos dejar sin mencionar. La primera es que la narración se detiene para retratar la tensa noche de la víspera de la partida cargada con suma ansiedad, lágrimas y sufrimiento. El niño Augusto, que es Hostos, “anatomiza” –dice– esa noche su conciencia”. Como agudo sicólogo que era el joven Hostos en sus diarios, sabía qué eran síntomas sicosomáticos. Tenemos entonces el privilegio de asistir como testigos a la evocación del insomnio debió sufrir cuando fue lanzado, siendo aún un niño temeroso, y con lágrimas en los ojos, a un país lejano, dice, de “hábitos distintos”. Añade, además, que fue a vivir a destiempo a un lugar de “abundantes incentivos para los apetitos juveniles”. Esto nos evoca una escena que pudo haber retratado en un cuento publicado en 1865 titulado “La última carta de un jugador”, cuento que según su hijo Eugenio Carlos era el primer capítulo de una novela perdida titulada La novela de la vida, que él indica haberla escrito en 1859. Este cuento es un rosario de penas dirigido hacia la madre –a quien, repetimos, adoró con devoción durante décadas–, con motivo de padecer del vicio infame del jugador que lo pierde todo en apuestas. Los textos literarios tempranos de Hostos suelen padecer de un melodrama incontenido que no concuerdan bien con el hombre que era ya en 1863, cuando publicó la novela de Bayoán. (¡Si en su lista de trabajos se incluye hasta un ensayo sobre las lágrimas!) Nos parece evidente que él recurría para ganarse el sustento a trabajos escritos en años anteriores.

El segundo punto que merece nuestra mayor atención es que la recurrida transferencia o analogía que Hostos suele hacer o establecer entre individuo y sociedad aparece nuevamente de una manera, muy reveladora, de la forma que asumió la estrategia política que seguía entonces. Como acabamos de reseñar, la narración se refiere insistentemente al despotismo esclavizante y odioso impuesto sobre la que llama su isla patria. (Curiosamente es una isla, no la pluralidad de las Antillas.) Lo interesante es que parte de esa tiranía consiste en que la metrópoli se negaba a hacer con la colonia lo que hacen todos los seres vivos: proteger, alentar y dar fuerza al desarrollo de los débiles –sean individuos o sean sociedades, es decir, colonias– para que cuando ya puedan subsistir por sí solos se entreguen a sus propias fuerzas. Esa fue una de las críticas mordaces que planteó Bolívar contra la dictadura española: no haber preparado la colonia para ser independiente, como creía que hacían los ingleses con Canadá y Australia, pues, añade literalmente Hostos, “el destino de todo es la libertad".

No sabemos cómo planteó en la narración el sentido concreto de sus infortunios, su condición de proscrito, y de expatriado porque, lamentablemente, no disponemos de la conclusión de la historia. No sabemos con exactitud cómo en la narración se vinculan y acaso chocan esta trinidad de factores, junto a los factores que proscriben al proscripto y expatrian al expatriado para discernir las causas que precipitan la agonía que mata a Augusto. Pero sí podemos especular, con suficiente certidumbre, si recordamos, por ejemplo, la historia de Segundo Ruiz Belvis que había relatado con anterioridad, y otras muchas acontecidas en la historia antillana, hispanoamericanas, europeas, y demás. Sí sabemos que la historia del proscrito y expatriado Augusto nos remite a su propia historia, vivida o por vivir. A su militante e irrenunciable empeño por alcanzar fórmulas de soberanía e independencia en las Antillas sin odiar a España, desarmando sin matar, porque los derechos son universales, porque la tiranía la ejerce un gobierno y no un pueblo que como los de las Antillas demandan los mismos derechos. El patriotismo es un derecho universal que no es antagónico con otros patriotismos. Finalmente, estipulamos, esta narración concuerda totalmente con el objetivo propuesto de orientar políticamente a las juventudes catalanas y de alentar a que luchen por sus derechos. 

Los sueños también se viven

Algunas de las personas que etiquetan a Hostos como idealista, moralista inofensivo y de ingenuidad supina, pudieran decir que nadie en el mundo, nadie en la historia ha conseguido nunca su libertad apelando al sentido moral de sus opresores” (Assata Shakur). Pero todo comienza en una idea, una enseñanza y una prédica. Hostos no dijo que todo se reduce al Maestro ni enseñar ideas o enseñar a pensar, sino que de esas ideas germinaría la fuerza que saldría militante a las calles porque, así lo dijo, la moral y la libertad se viven, se practican, aún si para ello hay que romper muros y destronar tiranos.

Hostos no fue un ratón de biblioteca, ni se redujo a la idea, al ideal utópico, al aula: persiguió el ideal sin meros gestos narcisistas, articulando diversas estrategias, y con militancia, forjando, arengando, actuando. Si soñó, no hay que olvidar que aunque Calderón señalara que la vida es solo un sueño, los sueños también se viven: asustan, alegran, conmueven, a veces excitan y hasta son perpetuos.

Todo y todos se inclinan imantados hacia donde existe lo más desarrollado y la mayor riqueza. Nos conmueve constatar cómo Hostos pudo, y cuánto amor necesitó, para renunciar y dar la espalda a los palacios, las calles empedradas, los altos edificios, los nutridas bibliotecas, universidades, ateneos, vestidos suntuosos y periódicos de Europa y consagrar su vida al cuidado de países coloniales, empobrecidos, con calles de tierra y sociedades sumidas en enfermedades y pobrezas.  

Si de algo nos alentó Hostos es de la necesidad imperiosa de luchar por la independencia y la libertad de todos los pueblos. Por eso, y porque hoy se proclama desde el trono que la universidad y los profesores son el enemigo, nos duelen tanto Puerto Rico como Palestina y la humanidad entera.


[1] Véase nuestro libro, Los días de su madrugada. Hostos, La Biografía, San Juan, Editorial Patria, 2023.

Publicado en OCENTAGRADOS.NET el 10 de noviembre de 2025.

Publicado en Claridad, En Rojo, el 12 de noviembre de 2025.


lunes, 6 de octubre de 2025

 


Hostos:

El Viaje al sur y la Idea de América*

Para la Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025

I.                El Viaje al Sur

La publicación de las Obras Completas de Hostos en 1939 suele imponer, por así decirlo, que este tema del viaje al sur se plantee de una manera particular, porque en esas obras completas se creó un tomo con ese título específico: “Mi viaje al sur” (t. VI). En este tomo se recogieron muchos trabajos relacionados con ese importantísimo viaje. Es tan importante, que en una ocasión llamé a los diez años que transcurren entre 1868 a 1878, entre los cuales quedan los años de este viaje, “La década refulgente”. (Hostos: la fragua interminable. Antillanía e idea de América.)

En esos años se cristaliza la mayor parte de las ideas que caracterizan a Hostos. Incluye la víspera de las revoluciones que ocurrieron en el último tercio del año 68, cuando se cierra el ciclo de la estrategia de liberación de las Antillas que empleó en España, hasta el final de todo el ciclo de peregrinaciones por las Américas del norte, del sur y de El caribe. Esa década, ese periodo de diez años, coincide plenamente con la década o los diez años de la guerra de independencia que se inició en Cuba en octubre del 68, y que terminó en febrero del 78. Es solo cuando quedó perdida la causa de sus esfuerzos y de sus andanzas, que ya recién casado, y apunto de tener su primogénito, inició la etapa del Maestro consagrado de América hasta el final de su vida.

Ese tomo de “Mi viaje al sur” incluye materiales heterogéneos. Entre ellos, se encuentran notas de su diario en la forma de carteras de viaje, y además algunos de los muchísimos artículos y ensayos publicados durante esos años. Muchísimos más artículos y ensayos suyos, de ese periodo, se publicaron en otros tomos. De hecho, en el plan de la Edición crítica de las nuevas OC de Hostos que comenzó a prepararse 50 años después de la primera edición, en 1988, no incluía ese tomo, lo que significa que la nueva edición de sus Obras completas no contemplaba los materiales incluidos en “Mi viaje al sur” como una unidad orgánica propia. Quizás, fue un error, o no lo fue. El problema era que el material producido por Hostos durante esos años del viaje era tan vasto que era prácticamente imposible conservarlo como una unidad manejable.

Al comenzar a hablar de este viaje se presenta otra dificultad: ¿qué es el sur? Para efectos del tomo referido de las OC del 39, el sur incluye Colombia, Panamá, Perú, Chile, Argentina, y Brasil. Otro tomo titulado Temas Sudamericanos, incluye artículos sobre temas específicos concernientes a estos países aunque algunos no fueron escritos durante ese viaje, sino en fecha posterior. Vemos que este sur no incluye solo los países al sur del Ecuador, cuya línea pasa cerca de Quito. El sur parece referirse al continente que llamamos Suramérica. No incluye, entonces, la América Central, ni México, ni las Antillas del Caribe.

Otro punto de vista podría concebir ese “sur” como todo lo que no es Norteamérica, es decir, Estados Unidos y Canadá, lo que principalmente Martí llamó en una ocasión “Nuestra América”.

En la época de Hostos no estaban inequívocamente adjudicados esos nombres. Eso explica la solución que le dio Martí al problema. La ambigüedad induce el desenfoque. Hostos utilizó los nombres de América Colombiana y también de América Latina para distinguirla de la América Sajona. Andando el tiempo utilizaría en alguna ocasión el de “nuestra América”.

Ni en su viaje ni durante esos años ignoró México, ni CentroAmérica, ni Ecuador, ni Bolivia, ni Paraguay. Pero no llegó a visitar estos países, ni escribió extensamente sobre ellos.

¿Por qué Hostos realizó este viaje?

Cuando concebimos la idea de la “década refulgente” lo hicimos porque veíamos que ha partir de 1868 hasta 1878 Hostos está comprometido absolutamente con la guerra de independencia que se desarrollaba en Cuba. Es decir, que era un Hostos en pie de guerra, literalmente, un Hostos presto a la batalla y las armas, cosa que pretendió hacer varias veces y que se propuso e intentó realizar más de una vez.

Pero si no pudo pisar la manigua cubana con fusil en la mano, realizó todo lo posible por auxiliarla desde el exilio. Hizo una abundante propaganda a su favor, organización de cuadros, creación de voluntarios, búsqueda de fondos y de armas, concibió ideas y estrategias de guerra. Todo esto lo inició en el últimos doce meses que estuvo en España, y de manera más resuelta en Nueva York. En Nueva York tuvo que enfrentar la desconfianza de los que participaron en la revolución de Lares, Betances incluido, y el anexionismo de la emigración antillana.

Los hacendados y esclavistas cubanos habían logrado difundir la deseabilidad de procurar algo más que el apoyo de Estados Unidos. Deseaban la anexión. Eso fue interpretado por Hostos –y Betances– como un lastre, una flecha clavada en el corazón mismo del liderato de la emigración cubana, que era una emigración más numerosa. Puerto Rico constituía una sección de la Junta Revolucionaria cubana.

Betances desistió de intentar modificarle el juego a los cubanos meses antes que Hostos, que, pobre y hambriento, resistió varios meses más. Entonces se había sentido enamorado de una colombiana que vivía en NY, pero que regresó a Colombia. Hostos, entonces abatido y entre tres y dos, permaneció en NY, hasta que un día, renunció al esfuerzo inútil, y embarcó sin tener mucha conciencia de lo que haría. Iba a buscar a su amada sin poder abandonar la causa fundamental de su vida. La amada ya no le correspondió más, y él sin mucho sufrimiento, empleó su tiempo en ser útil. Así lo hizo repetidamente: se enamoraría luego, de una peruana; más tarde perdidamente de una chilena, y caería fatal y finalmente en los brazos de una venezolana. En todas las ocasiones demandó a la amada el compromiso de que no obstaculizara sus deberes hacia la revolución antillana.  

En el fondo una sola cosa lo movía: el compromiso irrenunciable por la liberación de las Antillas, que dependía de la suerte del combate en Cuba. Para hacerlo tenía que ganar su sustento. Ambas cosas podía articularlas a través del trabajo periodístico que le daría sueldo, oportunidad de propaganda y de educación política. Lo demás que fue y ocurrió durante el largo viaje no era compromiso: era su natural forma de ser, la de aprender todo lo que estuviera a su alcance, y ser todo lo útil que le fuera posible ser.

El centro de ese todo estaba en las sociedades donde estuvo. Su gente importante, sus pueblos, sus conflictos. Fuera en Colombia, en Panamá, en Perú, en Chile, en Argentina, igual que poco después lo fuera en Venezuela, en la República Dominicana y en las Antillas Menores, en todas partes conoció a los políticos de más alto rango, incluyendo presidentes y senadores; y a los escritores e intelectuales más distinguidos. Los conoció, y cooperó con ellos o los combatió, según fuera el caso.

Profundizó en el estudio de la realidad política, económica, social, cultural de cada país, incluso cosas como la geografía y la geología. Y no abandonó en ningún momento el deber de hablar de la guerra y la libertad de las Antillas. Se vio a sí mismo como parte del proyecto del Libertador Simón Bolívar. Era cosa de completar la misión de libertar todas las tierras y países de la “Patria Grande”.  

Fue así como tan pronto puso pie en Colombia logró que se aprobara en la provincia del norte una ley para incentivar una inmigración antillana que poblara y desarrollase la región costera del norte. Varios propósitos convergían con eso: era de interés colombiano, desarrollar esa región; era de interés antillano, darle medios de vida a la emigración antillana empobrecida que habitaba la costa este de Estados Unidos; era de interés revolucionario, que el hábito del trabajo y la experiencia de la libertad le brindara a esa población formas de relación que el coloniaje nunca les permitió, y los recursos para que estos apoyasen la guerra en Cuba.

En Panamá, defendió de idea de que el canal transoceánico que se proyectaba estuviera al servicio de la humanidad entera y no de una sola nación.

En Perú, lo deslumbró la vida social en las plazas, pero lo espantó la profusión de iglesias. Defendió el sistema republicano y a un candidato a la presidencia del que fue luego amigo. Estudió las poblaciones originarias, los abusos que el criollo cometía con los indios y con los chinos. Estudió problemas vitales del país, como lo era la red de trenes en construcción. Cuando Hostos observó y reflexionó sobre los recursos educativos, el enorme peso de la iglesia, la cultura, la organización social, y hasta las corridas de toros, sintió en una ocasión que no estaba en América sino en España. Se percataba de la fuerte presencia que quedó en nuestros países del régimen colonial español y la cultura europea, y de que sobrevivieron a la independencia, la impronta de las costumbres, los modelos, las ideas y las estructuras económicas y sociales europeas y coloniales. Pensó que Perú daba la espalda a la realidad social y humana específicas del país, y que no había creado formas propias para realidades propias. Ahí surgió la idea de la necesidad de realizar una segunda independencia

En Chile, ocurrió otro tanto. Pero lo que suele destacarse de esta estadía son las Conferencias en Defensa de la Educación Científica de la Mujer. Aparte de eso, Hostos viajó fuera de las ciudades ampliamente, a tren y a caballo por el sur de la capital, estudiando, la política, la agricultura, los medios de vida, la topografía, ríos, valles, montañas, haciendas, agricultura, la educación y la sociedad chilena. El ojo de sociólogo que siempre tuvo creció mucho entonces. Tan profunda fue su visión del país ganó que el premio a la mejor Memoria de la Exposición que reunía las mejores muestras de lo que podía dar Chile.

Cuando eventualmente salió de Chile hacia Argentina tuvo que atravesar la zona de canales de lo que suele llamarse el Fin del Mundo. Sobre ese viaje escribió su correspondiente cuaderno de viajes, de mucho interés porque aparte de la narración que hace de la travesía y los paisajes, reflexionó sobre la importancia que para el desarrollo de la civilización humana toda tendría el Océano Pacífico. Reflexionó, además, sobre los diferentes pueblos originarios que habitaron esas regiones, particularmente los patagones o patagoneses que aún existían entonces.

Tras una breve visita en Montevideo, se detuvo largamente en Argentina. Generales y presidentes lo recibieron, así como otros e intelectuales de alto renombre. Pero Hostos no se sintió cómodo en la europeizada ciudad de Buenos Aires, y aunque publicó mucho en la prensa, salió pronto a las provincias en viajes prolongados por el interior del país. Por ejemplo la Pampa, poblada de gauchos e indios; la ciudad de Córdoba y sus universidades, y la de Rosario con sus haciendas. Los estudios sobre la educación de los jesuitas y el tratamiento que se dio a las poblaciones en el norte de los indios guaraníes y paraguayos se destacan. El ojo de sociólogo acumuló datos minuciosos de las haciendas. En esta época formuló importantes iniciativas de integración continental: a través de la navegación de los grandes ríos; de la creación de un Mercado Común de los países del sur del continente; y de la creación de un tren transocéanico que uniera a través de los Andes la costa atlántica con la costa del Pacífico.

Aunque se sintió forzado a interrumpir su viaje, su buque de regreso a Nueva York hizo breve escala en dos importantes ciudades costeras de Brasil: Santos y Río de Janeiro, desde donde accedió a otras dos ciudades un poco más adentro de la costa, Sao Paulo y Petrópolis. Las visitas fueron muy cortas, y la dificultad con el idioma dificultó las relaciones personales, de modo que aportó sobre paisajes, reflexiones cortas sobre la organización social y política, y un interesante artículo sobre el trabajo esclavo.

Si nos atenemos al modelo del viaje al sur como el viaje a los países suramericanos, entonces tendríamos que incluir a Venezuela. Hostos llega a Caracas cuando, tras su regreso a Nueva York, desde Brasil, en abril de 1874, se encuentra en una situación semejante a la que experimentó la primera vez que estuvo allí a fines de 1869 y mediados de 1870. Habían pasado casi cuatro años y la situación, para efectos suyos, seguía estancada. Esta vez, más determinado a la organización de la lucha armada, intentó llegar a Cuba en una “expedición” cuya embarcación naufragó.

La oportunidad de mayor interés que se le presentó entonces fue reunirse con Betances en Puerto Plata, al norte de la República Dominicana, donde desembarcó a fines de mayo de 1875. (Un año más tarde regresó a NY.) Había pisado una segunda tierra antillana, corazón o centro de las islas, donde conoció a algunos de los colaboradores más cercanos que tuvo su vida, y donde realizó la obra más constante y abarcadora. A pesar de los esfuerzos, el país les resultó hostil a ambos y fracasaron los proyectos. Se le impuso una expulsión, regresó a Nueva York. Realizó nuevos intentos nuevamente frustrados. Formuló su importantísimo “Programa de los Independientes”, y emprendió viaje a Venezuela. Creyó que allí pudiera conseguir apoyo para Cuba, que no se concretó. Conoció pronto a una familia de origen cubano que tenía una hija que lo impactó. Ella prometió también que no se opondría a sus deberes para con la libertad de sus islas patrias. Realizó grandes esfuerzos por vencer la oposición de los padres, y finalmente se casó.

En esa época venezolana Hostos comenzó en regla formal su trabajo como maestro y director de planteles educativos. Escribió numerosos artículos y dictó importantes conferencias. Se vio nuevamente impelido a salir del país, y tras una corta estadía en Puerto Rico, cuando ya había terminado la guerra en Cuba, pasó a realizar su famosa obra de Maestro consagrado en la República Dominicana a principios de 1879. Allí permaneció hasta diciembre de 1888, cuando, agobiado por el recelo constante de un gobierno autoritario, se le invitó a dirigir liceos educativos en Chile. También pasó allí largos años, hasta mediados de 1898, cuando ya se ha iniciado la guerra hispano-cubano-estadounidense.

Estos dos turnos en el ejercicio de la docencia, en la República Dominicana y en Chile, suelen ser los aspectos que más se destacan. En el plano personal, la familia creció. Los primeros nacen como dominicanos, y los últimos chilenos. En ambos espacios Hostos desarrolló su propio sistema pedagógico inspirado en la obra de grandes educadores. Pero como ocurre siempre, Hostos responde a modelos propios, ajustados a sus propios fines, y respondiendo a las necesidades específicas de los países.

Suele puntualizarse a que enseñó a pensar y no a memorizar; que secularizó la educación y expulsó de su sistema lo escolástico, la memorización, y la fijación en la cultura europea; suele decirse que desarrolló un sistema para fortalecer la inteligencia; suele mencionarse que enfatizó el criterio científico, el desarrollo de la razón, la educación de todas las facultades humanas, incluyendo la intuición, el sentimiento, el placer artístico, la gimnasia, el deber social, la voluntad, la justicia, la cooperación, los derechos humanos y civiles, la democracia, la organización del estado republicano, sociología, moral, derecho penal,  constitucional e internacional, la organización del trabajo y la distribución de la riqueza. Fundó por todo el país escuelas normales para hombres y mujeres, escuelas para todas las edades, escuelas para obreros, agrícolas, institutos profesionales. Fueron tantas las iniciativos y tantos los proyectos que cabe decir que Hostos intentaba reconstruir y refundar países. ¿Qué otra cosa era conquistar la independencia, crear repúblicas, crear federaciones políticas? Se suelen destacar entre sus obras la Sociología, la Moral Social, y las Lecciones de Derecho.      

 

II.              LA VISIÓN AMERICANISTA

El tema de la “visión americanista” es fundamentalmente al problema que planteo en mi libro, Hostos la Fragua Interminable. Antillanía e idea de América.

Para tratar el tema de una realidad cambiante, que evoluciona y tiene historia, necesitamos partir de un sujeto. Para efectos de esta charla ese sujeto es Hostos, que es un antillano que nos ubica en el último tercio del siglo XIX.

El tema de la visión americanista abarca prácticamente toda La obra de Hostos, o cuanto menos la mayor parte, pues incluye todo lo señalado antes sobre el “viaje al sur”, y mucho más.

A lo ya expuesto habría que añadir o subrayar varias cosas.

En primer lugar, Hostos es americano, en la verdadera acepción del término, es decir, oriundo de las américas. Lleva en su sangre, ojos y oídos las luces y las voces de una de las llamadas Antillas mayores, Puerto Rico.

Contrario a lo que ha afirmado alguno que otro crítico de su obra, nunca se sintió español porque estuvo siempre consciente de su origen. Las dificultades de adaptación al medio español que pueden identificarse lo señalan. Su punto de vista estuvo siempre centrado en las Antillas.

A partir de la primera obra que publica las Antillas están presente en la columna vertebral, como células madres. También lo están en los titulares: Bayoán, nombre de indio taíno, comprometido con Marién, nombre de india cubana, y amigo de Guarionex, nombre de indio de Quisqueya. La idea fundamental de la novela de Bayoán es la unidad de origen y destino de las Antillas. Es decir, la concepción de la existencia de una nacionalidad común basada no solo en el pasado prehispánico, sino, algo que no es menos importante: la experiencia colonial común de cuatro siglos de opresión y explotación.

La antillanía así concebida es la identidad que él insiste en reclamar como suya a lo largo de su viaje a Suramérica –hablaros de las Antillas es hablaros de mí mismo, dice en una ocasión–, y, además, como parte integrante de la América Latina.

Su amor y aprecio por el mundo de sus orígenes quedaron plasmados en infinidad de textos y testimonios. Lo confirma el hecho de que se negara a volver a abandonar los países de este lado del océano; lo confirma su admiración, amor, dolor ante todas las realidades de las diferentes poblaciones que habitaban, y también las poblaciones originarias que habitaron las tierras americanas.

Su principal interés y la más profunda reflexión se la dedica a nuestros países. Las condiciones que encuentra y conoce tienen raíces precolombinas que ensalza, y raíces que luego lamenta porque sufrirán una historia de conquista, saqueo y explotación. Distingue una pluralidad de pueblos y una pluralidad de historias, destacando las relativas a sus luchas por sobrevivir y por la emancipación. Se detiene en las guerras de independencia, y luego lamenta comprobar que a esta emancipación sobrevivieron las estructuras de opresión establecidas en las colonias latinoamericanas con continente.

Observó que Europa insistía en dominarla a lo largo de todo el siglo XIX. Observó que los Estados Unidos se expandían, aspiraban a absorber las riquezas del sur. Rechazó eso.

Una pieza fundamental de su credo político es la de la cooperación y unión de los pueblos todos del planeta. De muchas maneras la expresa. La fórmula es la de la federación o confederación. Por eso puede aspirar a la creación de una confederación panamericana, de Canadá a la Patagonia, cuyo intermediaria, o fiel de la balanza, fuera la confederación de las Antillas. Para eso era necesario constituir una confederación de los países del sur, unidos, que tuviera la capacidad necesaria para balancear el peso del norte, cosa que un pez grande no pudiera tragarse muchos peces pequeños unidos. El concepto era como una fórmula de expansión concéntrica: pretendió primero la federación hispánica de España con las Antillas; aísló luego de la confederación de las Antillas; ambicionó y predicó una confederación de los estados de la América latina que incluyera la confederación de las Antillas; solo entonces ideó esa confederación panamericana que conectara la confederación del norte con la del sur, y las Antillas como el fiel de la balanza.

Los viajes de Hostos profundizaron su conocimiento de la infinidad de rostros que conforman la realidad americana. Ninguna otra “idea de América” pretende la complejidad de abarcar del polo sur al polo norte. Estaban los numerosos pueblos originarios; los españoles, desde luego; los inmigrantes africanos esclavizados y los chinos también esclavizados; los europeos que poblaron los Estados Unidos y Canadá, y también vastas regiones de los países del sur; estaba, además, la diversidad de pueblos indígenas de esas regiones del norte americano. Hostos llegó a pensar en incluir en esa visión de América otros pueblos y culturas. Pensando en la confederación antillana, por ejemplo, pensó en algún momento incluir a Haití, Jamaica.  

Aunque las relaciones personales concretas que Hostos estableció fueron con los hombres y mujeres más educados, y con los políticos más influyentes, eso no significa que ignorara los africanos o sus descendientes esclavizados, los chinos depauperados, indios como los cholos, mestizos colombianos, los incas, los mapuches, los guaraníes, los jíbaros, los obreros, los campesinos. No solo los defendió, y los educó, sino que participó en sus reuniones, asambleas y disfrutó sus fiestas. En resumen, la idea de América que Hostos alcanzó a fraguar es como la que se produce con las piezas de este rompecabeza que hemos descrito, y algunas piezas más. Sus profecías sobre el siglo XX fueron devastadoras. 


Marcos Reyes Dávila

(Charla Para la Comisión CNEMH180 – 5 de octubre 2025.)

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