Arqueología de lo nuevo:
Hostos en 1868.
Relación sobre
las publicaciones en EL PROGRESO
(Barcelona, 16 de
febrero al 10 de abril 1868)
Ponencia (completa) presentada en el Congreso Internacional
Puerto Rico y España,
UPR-Bayamón, 14.X.2025
Marco
preliminar: (Las tormentas políticas de la España en la década de 1860.)
En
la España de la década del 60 se atropellaban a son de macana y bombazo acontecimientos
políticos, económicos y culturales. En lapsos relativamente breves se
sucedieron en el gobierno de la reina Isabel Segunda varios generales en
calidad de regentes, entre conservadores y “moderados” que echaban a diestra y
siniestra del planeta los restos de su poder imperial.
Hostos había llegado a estudiar a España con
solo doce años en 1851. Es importante tener en cuenta que vivió dentro de la
comunidad española durante casi veinte años. Como no se le otorgó el título de
abogado en 1862, tuvo que reencarrilar su vida por el periodismo y la
literatura. El aún joven Hostos que regresó en 1863 a Madrid no llegaba a
estudiar. Se había encendido en él un compromiso político creciente que
definirá el resto de su vida. Ese mismo año, debutó con La peregrinación de
Bayoán, una novela que publicaba con tres fines explícito: (1) de exponer
la historia de la conquista y la explotación realizada por España en las tres
grandes Antillas, (2) analizar la violación de derechos y la tiranía en que aún
se vivía allí, y (3) defender, ante los españoles, aunque estaban en guerra
contra los dominicanos, los derechos nunca reconocidos.
A pesar de que suele adjudicársele al Hostos
de esta época española, incluso hasta 1869, una orientación política reducida
al autonomismo y reformismo liberal, esa caracterización está desenfocada. No
hay que esperar a 1869 para encontrar un Hostos que tiene su interés centrado
en las penurias antillanas, y que se aprontó a reconocer la necesidad de su
ruptura con España. Basta con atender un extenso artículo, dividido en ocho
partes publicados en La Soberanía Nacional de Madrid, entre septiembre y
diciembre, de 1865, con el título “Las reformas de las Antillas”.
Hostos entabla en ellos un debate con otros
diarios a propósito del decreto que creó aquella Junta Informativa de Reformas
para las Antillas en la que los Comisionados por Puerto Rico pidieron la
abolición inmediata de la esclavitud. En el debate se discutía la necesidad de
las reformas. Hostos polemizó contra un medio público hostil poblado de duques,
marqueses, generales, francotiradores oligarcas de alta alcurnia, en favor de
las doctrinas del Partido Progresista, pero abogando por reformas políticas “sustantivas”
y anticoloniales, como lo son, dice, las que “organizan, según sus costumbres y
sus necesidades, al pueblo que, unido a otro –subrayamos
nosotros– por el vínculo de la lengua y la política, no puede estarlo
por el de las mismas leyes, por ser diversos su carácter, aptitudes, clima,
necesidades y costumbres”.
Hostos podía en ese temprano momento –tres
años antes de las revoluciones del 68– rechazar la independencia sin ser
autonomista, porque tenía la convicción de la necesidad que tenía el estado
español de constituirse en una federación. Estaba convencido de la necesidad de
asociarse a España dentro de un modelo federal de estados o provincias
autónomas, con parlamentos y legislación, poder ejecutivo y judicial propios,
derechos civiles y libertad de comercio. En cuanto a esos derechos, concurría
con las aspiraciones de algunas provincias peninsulares. En cuanto antillano, le
preocupaban varias cosas. Entre ellas, en primer lugar, el poder absorbente de
Estados Unidos –así lo decía. Temía que la independencia solo podía entrar en
el cauce de la anexión. Por otra parte, estaba muy consciente del desamparo
económico, la pobreza y desarticulación social imperantes en Puerto Rico, y
también de los enormes peligros que entraña la ignorancia política de un país
sometido a siglos de tiranía. Aunque Hostos llamaba a España “madre patria”, en
España, en periódicos españoles, y adscrito a un partido político español, fue
consistentemente anti asimilista, como Bayoán, que renegó de ser español. Rechazó
además, explícitamente, la utilidad de la Junta Informativa propuesta por las
Cortes en la que participó Segundo Ruiz Belvis, en convenio con Betances. Sentenció:
“Las Antillas necesitan otra clase de remedio”.
Alegó al respecto, entre varias argumentos –y
seguimos reseñando los artículos que mencionamos antes– que aun cuando las
Antillas estuvieran en el Congreso fielmente representadas en esa Junta
Informativa –cosa que nunca lo sería–, tendrían de antemano la oposición de la
mayoría de los peninsulares. Incluso rechazó la idea de pedir la participación
parlamentaria porque, a su juicio, se trataría de hacer coincidir tres
parlamentos distintos –el peninsular, el cubano y el puertorriqueño–, que
responderían a tres necesidades diferentes. Limitadas las oportunidades de
obtener representación eficaz en las Cortes y reformas propias, se atrevió a preguntar
a qué vendrían los comisionados que no fuera perder el tiempo. Solo con
parlamento propio y con gobierno propio, dice en estos artículos publicados
–repito– en 1865, las Antillas podrían permanecer vinculadas a España. Esa
posición ni siquiera le era indeseable entonces a Betances.
Para nosotros, tanto puede decirse que Hostos
nunca fue independentista como decir que siempre lo fue, porque aspiraba a algo
mayor: la sociedad libre que solo podría comenzar a construirse al día
siguiente. Como una figura cenital del pensamiento y del ejercicio Moral que
irrefutablemente fue, vinculó inexorablemente la Libertad con la Justicia, tanto
la individual como la social. Para él, los deberes hacia la humanidad eran
los mismos en todas partes. Por eso todos tienen derecho a ser patriotas en
su tierra. Incluso los españoles. Pero ninguno tiene el derecho a ser déspota. Por
eso quizás no fuera exagerado postular que, en lo fundamental, las aspiraciones
de Hostos y Betances no se distanciaban tanto como para ser irreconciliables.
Solo que Betances perdió antes que Hostos la esperanza de realizarlas en
convenio con España, y Hostos, alarmado por las consecuencia de una guerra
armada, persistió en intentarlo un poco más. A la larga, ni de una forma ni de
la otra, ninguno de los dos alcanzó sus objetivos, y ninguno de los dos
pretendió reducir su deber a realizar un mero gesto narcisista.
1868 es el año que culmina, en sus últimos
meses, con las revoluciones que estallaron e impactaron de manera, casi
sincrónica, en España, Puerto Rico y Cuba. Que Hostos participó como patriota,
simultáneamente, y en cuerpo, alma y corazón en las tres revoluciones,
es un hecho irrefutable. El periódico El Progreso contribuye, con un
testimonio incuestionable y con nuevos ingredientes, a calibrar, enjuiciar y
comprender cómo se insertó en esas revoluciones, y nos permite apreciar, como
un órgano vivo, las aristas interdependientes de su pensamiento y actuando de
manera propia.
Radiografía de El Progreso
Guillermo Morejón Flores publicó en Claridad,
el 5 de febrero de 2025, un artículo en el que dio la noticia de haber
encontrado el artículo de duelo sobre Segundo Ruiz Belvis escrito por Hostos, cuya
existencia conocíamos todos pero, aunque nadie había leído, algunos aventuraron
especulaciones fallidas. Constatamos que en la Hemeroteca Digital de la
Biblioteca Nacional de España aparecen 43 números del diario, comenzando con el
segundo, publicado el domingo 16 de febrero, hasta el 10 de abril.
Las pautas generales del periódico que cabe
puntualizar conforme con los números conocidos son las siguientes:
· Se define como un “Diario Liberal, Científico,
Literario, Comercial, Marítimo, de noticias y anuncios”.
· Tiene cuatro páginas. De ellas, la tres y la
cuatro, responden a información comercial, marítima y anuncios. Las partes sustantivas
que para estos efectos nos interesan están en las páginas uno y dos.
· El periódico no solo es diario sino que tiene
otra edición en las tardes, y hay varias de estas entre las 43 ediciones.
· Las páginas son de gran tamaño:
aproximadamente de 25 x17 pulgadas, o 64 x 44 centímetros.
· Mantiene “corresponsales centrales” en diferentes
ciudades de la zona levantina, y focos lejanos como Málaga, Palma en el
Mediterráneo y París.
· En el primer número se publicó un programa de
adhesión al Partido Progresista, que no está disponible.
· Suele comenzar con un muy amplio resumen de
noticias centradas –pero no limitadas– en los conflictos europeos y de Estados
Unidos. Salta a la vista la amplia información de que dispone el periódico,
pues esta sección es diaria, y tiene el propósito de informar y de juzgar
a la vez, acontecimientos políticos y socioeconómicos. Se puede estipular que
Hostos mantuvo de manera permanente una amplia atención y una profunda
reflexión sobre política, no solo europea sino mundial, pues además de Europa y
Estados Unidos, incluye en sus reflexiones temas japoneses, chinos, egipcios,
mexicanos, peruanos, argentinos, cubanos, puertorriqueños, dominicanos, y
otros.
· Tras la sección inicial descrita, suele seguir
la parte central, inequívocamente doctrinaria.
· Una vez leímos el primero de dichos artículos
nos percatamos de que su autor, sin duda alguna para nosotros, era precisamente
Hostos, tal como él mismo lo puntualizó luego. Esta aseveración que hacemos
constituye otra noticia de importancia, porque añade a la obra conocida de
Hostos un material abundante que solo una institución oficial como el malogrado
Instituto de Estudios Hostosianos, hubiera tenido la potestad de certificar. No
se debe ignorar que el propio Hostos declaró haber sido quien redactó la mayor
parte de su contenido. De modo que si de algo vale el testimonio de Hostos y nuestro
juicio, la autoría de lo que se refiere a los artículos, las reseñas de
noticias, algunas cartas y algunas satirillas o lista de pensamientos, son
atribuibles al estilo y los temas de Hostos. Los “pensamientos” son por lo
general de una diversidad de autores desde los grecolatinos hasta los más
recientes, sin pasar por alto, por ejemplo, a Hegel: “el mal no es más que
negación del bien”; Proudhon: “el hombre justo siempre es joven”; o Voltaire:
“La injusticia produce al fin la independencia”.
· La calidad y formalidad del periódico, así
como el tamaño de sus páginas, sugiere que quizás el periódico no fuera
tan menesteroso como algunos han especulado.
· Tras la sección “Política” suelen aparecer
varios artículos que recogen temas de doctrina y otros asuntos. Luego una serie
abreviada de noticias aparecidas en, y recogidas de, diferentes periódicos; a
la que le sigue una “Sección Oficial” de disposiciones legislativas y
gubernamentales; una “Crónica social”; otra “Sección de noticias”, esta vez producidas
por El Progreso mismo; “Correspondencia particular”; y finalmente una
sección de carácter heterogéneo. Aparte, abundan las referencias a temas
culturales, sean conciertos u obras teatrales.
· En algún momento comienza a aparecer a pie de
la primera página una “Revista de Barcelona” con reseñas menos breves o más
amplias de obras teatrales, conciertos, actividades culturales en general.
· Para nosotros fue una sorpresa extraordinaria
hallar dos narraciones de folletín. La primera comienza a publicarse el 6 de
marzo, en el número 24, con el título: “Mis infortunios, memorias de un
proscrito”. La segunda, aparece el primero de abril, número 66, con el título:
“La estrella de la mañana”.
Algunos de los artículos de educación política tienen eco o apelan de manera prácticamente
directa a otros artículos suyos conocidos. Así ocurre, por ejemplo, con los correspondientes al tema del periodismo; de la criminalidad; del objeto al que adviene el periódico a la prensa política, que es descargar y concientizar a la juventud sobre la responsabilidad que éstos tienen ante el porvenir de España; la defensa de valores liberales como la libertad de prensa, de asociación, los derechos civiles, el sufragio universal, la educación, la libertad de fe, la descentralización del poder, la republicanización y federalización de las que es modelo la república federal de Estados Unidos. La “nordomanía” de la que hemos hablado en varias ocasiones no es de su exclusividad. En un mundo dominado por principados, duques, reyes, y toda clase de dictaduras y plutocracias, una única república democrática federal era motivo universal de asombro. Además, argumenta sobre si son necesarios los ejércitos en tiempos de paz; o el patriotismo nacionalista versus el patriotismo de la humanidad; el paralelismo entre individualismo y sociedad; sobre el mundo moral y la predicación de derechos y deberes; sobre la supremacía de la libertad, el indiferentismo, la cuestión obrera, la lucha constante contra el neocatolicismo. Sigue la política rusa, los pasos de Garibaldi, los conflictos francoprusianos, y ve en el proceso de residenciamiento al presidente Andrew Johnson, quien, aunque apoyó a Lincoln en la abolición de la esclavitud, creía en la supremacía blanca y vetó la ley de derechos civiles, un ejemplo de la superioridad del modelo de gobierno republicano. Hasta de química y artes marítimas habla. Una muletilla muy significativa aparece, reiterada una y otra vez, que nos llama la atención:
“Hemos tenido por correo de los Estados
Unidos, cartas y noticias de las islas de Cuba y Puerto Rico: Reina la paz
en las islas.”
Sobre esta comunicación, que intencionalmente
se intercala como un aburrido e insípido estribillo, repetido tal cual en
varias ediciones, cabe subrayar que especifica que proviene de Estados Unidos.
Y también importa señalar que el contenido sea que, en ambas islas, “reina la
paz”, aseveración, para nosotros, de probable matiz irónico, herido por una
apenas disimulada decepción, que confirma la lacónica repetición de la frase
que subrayamos. Como estos temas doctrinarios hay muchos otros, y en cada uno
de ellos racimos de ideas que son típicamente hostosianas.
Dos
temas que importa reseñar: en primer lugar “Segundo Ruiz Belvis”
No se nos escapa el interés que debe despertar
el desconocido texto luctuoso sobre Ruiz Belvis, de cuya existencia sabíamos,
pero nos era desconocida. La curiosidad queda por fin satisfecha.
Segundo Ruiz Belvis no era un desconocido para
Hostos. Aunque era diez años mayor, era un connotado paisano mayagüezano que
había estudiado Derecho en Madrid, en la misma universidad donde fue luego
Hostos. Según el testimonio de un coetáneo madrileño, Hostos estaba muy
identificado con él. Cuando Hostos tenía solo diez años –en 1849–, Ruiz Belvis conoció
en uno de sus viajes a su también paisano compueblano Ramón Emeterio Betances, con
quien entabló pronto una profunda amistad, y un vínculo de complicidad revolucionaria.
Hostos, según parece, no vio a Betances sino hasta 1862, pero como todos en
Mayagüez, sabía del héroe de la epidemia de cólera de 1855, del legendario
amante de la novia fallecida, y del redentor de los niños esclavos. Ambos,
Betances y Ruiz Belvis, estuvieron durante años en Mayagüez desde 1856 y 57,
hasta 1866 y 67, el primero como connotado médico y señalado abolicionista, y
el segundo como Síndico Municipal, Juez de Paz, señalado abolicionista, y
miembro electo como comisionado a la Junta Informativa de Reformas. Durante
esos años Hostos estuvo en Mayagüez en el verano de 1859, y entre 1862 y el año
siguiente.
A poco de regresar Ruiz Belvis a Puerto Rico
de los trabajos de la Junta Informativa de 1867, un motín de artilleros
ocurrido el 7 de junio precipitó su destierro y el de Betances. Es entonces que
en Nueva York Betances y Ruiz aceleran la conspiración revolucionaria que culminó
en el Grito de Lares. A Ruiz Belvis se le encargó pedir el auxilio y la
colaboración del gobierno de Chile que llevaba algunos años tratando de incitar
un levantamiento en las Antillas. Arribó a Valparaíso muy enfermo, y falleció
el 3 de noviembre. Betances hizo circular con fecha del 22 de diciembre de 1867
una circular con la noticia.
Hostos no parece haber conocido el hecho de su
muerte sino hasta mediados de febrero del año siguiente, tres meses después del
fallecimiento. La nota luctuosa de Hostos se publicó en la edición de El
Progreso del 19 de febrero de 1868, sin firma. El artículo cubre 120 líneas
del total de 155 que caben en cada columna, y está dividido en tres partes. Una
breve introducción rotula el tema: la muerte del “amantísimo patriota” –desde
luego quiere decir patriota de Puerto Rico–, nacido en Puerto Rico. La calificación
de Ruiz Belvis como patriota presume que es una compartida por el autor, como
lo confirma el adjetivo superlativo –“amantísimo”– que le antecede.
En la segunda parte de la nota reseña su vida
de “expatriación” como una semejante a la de “los pájaros marinos que de islote
en islote y de escollo en escollo recorren la inmensidad del mar”. Dice que nació
en Puerto Rico, se educó en Venezuela y se tituló como abogado en España. Que regresó
a su isla donde formó la sociedad de redención de niños esclavos, y salió
electo por Mayagüez comisionado a la Junta Informativa de Reformas, donde,
dice, “no quería, no pedía otra cosa que la emancipación de los esclavos
negros”. Regresó y fue expatriado.
La tercera parte, más extensa, la dedica a
exponer lo que llama la “historia de un espíritu” de esta manera: por la
naturaleza moral y aspereza de la voluntad cohibida por el medio social
–eufemismo para el poder colonial– sintió un “odio” hacia ese medio que se
convirtió en justicia contra su causa –eufemismo para el poder colonial. Hostos
dice que él también comprobaba ese “sentimiento de justicia”. Terminó su
alocución fúnebre atribuyéndole a Segundo haber sido “buen hijo de la
madre-isla”, “patriota ferviente”, “amigo del esclavo”, y “obrero que murió en
la obra y por la obra”.
La nota de Barcelona que acabamos de reseñar carece
de mismo fervor lírico del texto chileno sobre la tumba de Ruiz Belvis. Pero en
Barcelona aún perseveraba su esfuerzo y su esperanza de ver cumplidas las
promesas de extender a Puerto Rico las libertades republicanas, esperanza que
ya no tenía en Chile. En sus trabajos publicados en España, y dirigidos a
españoles, Hostos menciona repetidamente el calificativo de “Madre-Patria”, sin
embargo, acaba de hacer uso en el texto de Ruiz Belvis, quizás por primera vez,
el 19 de febrero de 1868, del connotado y característico calificativo
patriótico suyo de “madre-isla” para referirse a Puerto Rico. Era como decir: España
es la madre de la patria que es mi isla madre, Puerto Rico
Las dos narraciones folletinescas
Las dos narraciones de “folletín”, o por
“entregas” antes mencionadas, se rubrican como “Folletín de El Progreso”.
Ambas narraciones –o cuentos largos de aproximadamente 4 mil palabras– son de
Hostos. Lo afirmamos con respecto a la primera con certeza; con certidumbre a
la segunda, de sentimentales bucles rubios y encajes rosados. El contenido de
“Mis infortunios, memorias de un proscrito”, hace de esta narración una del
mayor interés para el estudio, no solo del carácter de la obra literaria de
Hostos, sino de su biografía.
Las denominadas novelas de folletín eran un
género de novelas por entregas hechas a petición del lector y del mercado, marcadamente
melodramáticas con personajes románticos estereotipados, que proliferó en
España a mediados de siglo. Hostos parece acogerse en ellas al modelo, pero no
como medio de sustento, aunque para ello le ayudase, sino porque le sirvió, al
menos la primera de ellas, como instrumento atrayente para impulsar su objetivo
de instruir políticamente y alentar un impulso de acción militante a la
sociedad barcelonesa. A juzgar por el modo con el que fraguó su narración,
quizá buscaba apelar principalmente a la juventud, tal como pretendía. El caso
es que el retrato que se desprende de la trama aporta de manera considerable a
la comprensión de quién era un joven Hostos que emprendió con plenitud, tras la
novela de Bayoán, sus luchas políticas emancipatorias.
Prácticamente todos los elementos de la obra
retratan a ese joven Hostos y sus ideas, y la intríngulis de sus acciones
políticas se tornan transparentes. Desde el desconcierto, el temor y la
ansiedad del niño al que desgarraron del calor hogareño para enviarlo a
estudiar con solo 12 años a estudiar al otro del océano, hasta los motivos y la
determinación con la que emprendió, y emprendía entonces, en 1868, su
militancia política. Hay que advertir que Hostos tiende continuamente a
recurrir a sus propias vivencias, es decir, a su bagaje biográfico.
El formato es, repetimos, transparentemente
hostosiano: el protagonista, Augusto –adjetivo de venerable y majestuoso que
así se sustantiviza–, narra su historia a través de otro personaje que lee sus
memorias, parecido a lo como ocurre con Bayoán. Este personaje, herramienta o
mediador, se llama Néumatos, una especie de anagrama de Eugenio María Hostos
hecho con la fusión combinada de sílabas: eu de Eugenio, ma de
María y tos de Hostos. Este es un escritor de cuentos y novela –que deleitan,
a la par que instruyen– para ganar
sustento, pero que aspira a escribir para un periódico político de oposición y
vive en Barcelona, igual que Hostos.
Al comenzar la historia alguien lo llama a las
11 de la noche. Se trata de un mensajero de Augusto, uno de sus mejores amigos,
quien está moribundo y desahuciado. Ha escrito en varios cuadernos sus memorias
–en Bayoán son diarios–, que describe como la “exteriorización de su
vida interna”. Con la idea de que toda existencia envuelve una enseñanza,
quiere revelarle sus secretos. Sobre la carpeta se lee “Memoria de un
expatriado”, fórmula que funde y se confunde con la memoria de un “proscrito”
antes indicada: es decir, que se trata de un expatriado proscrito. La fórmula
indica desde ya, claramente, la naturaleza de la historia que contiene.
Néumatos antepone al texto de Augusto el título “Mis infortunios”, inspirado en
la obra del italiano Silvio Pellico, un mártir del despotismo austriaco que
escribió, durante diez años de prisión por sus ideas liberales contrarias al
régimen imperial, una obra de reflexión titulada Los deberes de los hombres,
obra que Hostos menciona en 1873, en el prólogo a la segunda edición publicada en
Chile de La peregrinación de Bayoán, como uno de los grandes moralistas
que leía, y que en 1878 confiesa que era preferida de su adolescencia, una adolescencia
que cabe imaginar como devota y sentimental, pues la obra de Pellico está
saturada de pensamiento cristiano. No obstante, aunque en Hostos quedara atrás ese
pensamiento de Pellico refractario a la razón y a la verdad no inspirada en
dios, parece haber permanecida inalterada la idea con que abre el libro de
Pellico: “No puede el hombre sustraerse a la idea del deber…” Siendo las
reflexiones de Pellico de carácter espiritual y religioso, y siendo ya de
distinto calibre y talante el pensamiento de Hostos, la mención nos sugiere que
el texto no era una obra escrita recientemente, sino de la “época de
sentimiento” en que comenzó su diario, entre 1858 y 59. Las memorias de Augusto
narran la historia de un hombre perseguido por su “peregrinación en este
mundo”.
Augusto sufre y muere por “haber nacido en un
país esclavo”. Obsérvese que dice país, y también dice patria, la
patria donde creció hasta los 14 años. (En el caso de Hostos 12.) Los
profesores lo alentaban a ser útil a la humanidad sirviéndose de una carrera
literaria, pero no pudiendo obtenerla en su patria, su madre –no el padre– lo
sorprende un día al anunciarle, con mucho dolor y sufrimiento, que lo enviará a
la metrópoli para adquirir las armas y la “ciencia del derecho” que necesitará
para ser útil al mundo. La devoción de Hostos por su madre, fallecida en sus
brazos, tuvo toda su vida el más elevado perfil. Ser útil es un
imperativo irrenunciable para Hostos. Dice mundo, y no patria
porque quien oprime la patria no es el pueblo de la metrópoli sino su gobierno.
No obstante, la idea es que después de formado y armado regrese a cumplir su
deber para con la patria embrutecida por la tiranía, enseñándole
“los horrores de la esclavitud y las delicias de la libertad”. Dice “mundo”
porque no se odian los pueblos, que sería odiar a la humanidad: lo odioso es la
dominación despótica de los gobiernos, y en su caso, de la metrópoli. Si los
derechos humanos son por definición universales o absolutos, sostendrá Hostos
siempre, todos tienen el mismo derecho –y deber– de practicar su propio
patriotismo. Incluso los españoles.
Un detalle de interés es que el gobierno en la
narración no es el español sino el de Francia. Desde luego que –recuérdese la
censura– no podía denunciar y combatir un gobierno español calificándolo como
despótico. Es obvio. Pero, no obstante, hinca la cizaña: la madre es española. Ello
da pie a que Augusto le pida a la madre que lo mande a España, una nación –dice–
noble y amable, y donde tiene parientes, aunque posteriormente recuerde
y añada que España también tiene colonias.
Dos cosas, de muchísimas otras, no podemos
dejar sin mencionar. La primera es que la narración se detiene para retratar la
tensa noche de la víspera de la partida cargada con suma ansiedad, lágrimas y
sufrimiento. El niño Augusto, que es Hostos, “anatomiza” –dice– esa noche su
conciencia”. Como agudo sicólogo que era el joven Hostos en sus diarios, sabía
qué eran síntomas sicosomáticos. Tenemos entonces el privilegio de asistir como
testigos a la evocación del insomnio debió sufrir cuando fue lanzado, siendo
aún un niño temeroso, y con lágrimas en los ojos, a un país lejano, dice, de “hábitos
distintos”. Añade, además, que fue a vivir a destiempo a un lugar de
“abundantes incentivos para los apetitos juveniles”. Esto nos evoca una escena
que pudo haber retratado en un cuento publicado en 1865 titulado “La última
carta de un jugador”, cuento que según su hijo Eugenio Carlos era el primer
capítulo de una novela perdida titulada La novela de la vida, que él
indica haberla escrito en 1859. Este cuento es un rosario de penas dirigido
hacia la madre –a quien, repetimos, adoró con devoción durante décadas–, con
motivo de padecer del vicio infame del jugador que lo pierde todo en apuestas. Los
textos literarios tempranos de Hostos suelen padecer de un melodrama
incontenido que no concuerdan bien con el hombre que era ya en 1863, cuando
publicó la novela de Bayoán. (¡Si en su lista de trabajos se incluye hasta un
ensayo sobre las lágrimas!) Nos parece evidente que él recurría para ganarse el
sustento a trabajos escritos en años anteriores.
El segundo punto que merece nuestra mayor
atención es que la recurrida transferencia o analogía que Hostos suele hacer o
establecer entre individuo y sociedad aparece nuevamente de una manera, muy
reveladora, de la forma que asumió la estrategia política que seguía entonces.
Como acabamos de reseñar, la narración se refiere insistentemente al despotismo
esclavizante y odioso impuesto sobre la que llama su isla patria. (Curiosamente
es una isla, no la pluralidad de las Antillas.) Lo interesante es que
parte de esa tiranía consiste en que la metrópoli se negaba a hacer con la
colonia lo que hacen todos los seres vivos: proteger, alentar y dar fuerza al
desarrollo de los débiles –sean individuos o sean sociedades, es decir,
colonias– para que cuando ya puedan subsistir por sí solos se entreguen a sus
propias fuerzas. Esa fue una de las críticas mordaces que planteó Bolívar
contra la dictadura española: no haber preparado la colonia para ser
independiente, como creía que hacían los ingleses con Canadá y Australia, pues,
añade literalmente Hostos, “el destino de todo es la libertad".
No sabemos cómo planteó en la narración el
sentido concreto de sus infortunios, su condición de proscrito, y de expatriado
porque, lamentablemente, no disponemos de la conclusión de la historia. No
sabemos con exactitud cómo en la narración se vinculan y acaso chocan esta
trinidad de factores, junto a los factores que proscriben al proscripto y
expatrian al expatriado para discernir las causas que precipitan la agonía que
mata a Augusto. Pero sí podemos especular, con suficiente certidumbre,
si recordamos, por ejemplo, la historia de Segundo Ruiz Belvis que había
relatado con anterioridad, y otras muchas acontecidas en la historia antillana,
hispanoamericanas, europeas, y demás. Sí sabemos que la historia del proscrito
y expatriado Augusto nos remite a su propia historia, vivida o por vivir. A su
militante e irrenunciable empeño por alcanzar fórmulas de soberanía e
independencia en las Antillas sin odiar a España, desarmando sin matar, porque
los derechos son universales, porque la tiranía la ejerce un gobierno y no un
pueblo que como los de las Antillas demandan los mismos derechos. El
patriotismo es un derecho universal que no es antagónico con otros patriotismos.
Finalmente, estipulamos, esta narración concuerda totalmente con el objetivo
propuesto de orientar políticamente a las juventudes catalanas y de alentar a
que luchen por sus derechos.
Los sueños también se viven
Algunas de las personas que etiquetan a Hostos
como idealista, moralista infensivo y de ingenuidad supina, pudieran decir que
nadie en el mundo, nadie en la historia ha conseguido nunca su libertad
apelando al sentido moral de sus opresores” (Assata Shakur). Pero todo comienza
en una idea, una enseñanza y una prédica. Hostos no dijo que todo se reduce al
Maestro ni enseñar ideas o enseñar a pensar, sino que de esas ideas germinaría
la fuerza que saldría militante a las calles porque, así lo dijo, la moral y la
libertad se viven, se practican, aún si para ello hay que romper muros y destronar
tiranos.
Hostos no fue un ratón de biblioteca, ni se
redujo a la idea, al ideal utópico, al aula: persiguió el ideal sin meros gestos
narcisistas, articulando diversas estrategias, y con militancia, forjando, arengando,
actuando. Si soñó, no hay que olvidar que aunque Calderón señalara que la vida
es solo un sueño, los sueños también se viven: asustan, alegran, conmueven, a
veces excitan y hasta son perpetuos.
Todo y todos se inclinan imantados hacia donde
existe lo más desarrollado y la mayor riqueza. Nos conmueve constatar cómo Hostos
pudo, y cuánto amor necesitó, para renunciar y dar la espalda a los palacios,
las calles empedradas, los altos edificios, los nutridas bibliotecas,
universidades, ateneos, vestidos suntuosos y periódicos de Europa y consagrar
su vida al cuidado de países coloniales, empobrecidos, con calles de tierra y
sociedades sumidas en enfermedades y pobrezas.
[1] Véase
nuestro libro, Los días de su madrugada. Hostos, La Biografía, San Juan,
Editorial Patria, 2023.

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