lunes, 11 de septiembre de 2023

Aniversario 50 del Golpe a Salvador Allende

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.-Hostos y Allende: 

de la derrota a la victoria

Homenaje a Salvador Allende a propósito del cincuentenario del golpe de estado de 1973. Placita Hostos, UPR, 11 de septiembre de 2023, 10:00 AM.

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Cuando recibí la invitación para hablar hoy aquí sobre Hostos y Allende me sentí inicialmente perplejo, pero enseguida hallé los rieles por dónde encaminarme. Creo que fui invitado con motivo de la publicación reciente de esta biografía mía de Hostos (la muestro). Yo siento desde niño una fascinación tan especial por el mundo andino que me alimentó el deseo de conocerlo, y eso me llevó a leer la poesía de Neruda. Es de los pocos autores de los que creo haber leído la obra completa. Cuando fui por primera vez a Chile en 1997, llegué al aeropuerto y vi carabineros con armas largas. Algo se heló en mi pecho hasta que los niños de San Felipe siguieron a los invitados extranjeros a un encuentro de escritores hasta el hotel, haciendo preguntas con evidente curiosidad. Fui invitado en otras ocasiones a otro encuentro de escritores, y en una de ellas se me pidió que ofreciera la ponencia inaugural en el Salón de Honor de la Universidad de Chile. De esa actividad surgió esta edición de la revista Exégesis dedicada a Chile, preparada en combinación con la Sociedad de Escritores (la muestro). Creo que soy de los pocos que tienen un ejemplar de la edición original de este libro de poemas de Pablo Neruda: "Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena". También se me incluyó en la edición de esta Memoria", una antología de escritores latinoamericanos preparada para conmemorar el centenario del Partyido Comunista dfe Chile. Finalmente confieso que mi llegada a México para estudiar en la UNAM, y fui testigo de la rotunda expresión de solidaridad que tuvo México con Chile. Llevé conmigo una colección de música chilena que escuchaba con tanta frecuencia que aun en 1986, cuando me mudé a mi casa, los vecinos estaban seguros de que yo era chileno. Entre esas canciones estaba la "Cueca de la Central Única de Chile": 
"Central Única de Chile, 
maciza como el acero, 
que vela por las conquistas
del trabajador chileno." 

Voy al discurso. 
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Saludos


Quiero darles las gracias a todos los presentes, y al Movimiento Independentista Nacional Hostosiano por la oportunidad que me brinda para dirigirme a ustedes

Nos han convocado hoy aquí con motivo del aniversario quincuagésimo del golpe de estado ocurrido en Chile hace 50 años y del asesinato de su entonces presidente, Salvador Allende. Por una –para mí— inesperada asociación, esta actividad se celebra justo frente al icónico busto de Eugenio María de Hostos que acaba de celebrar el 120 aniversario de su muerte. Estoy consciente de que dije celebrar porque hay vidas que no mueren mientras su recuerdo perdure, y lo que es más importante, nos hagan evocar utopías, que aunque parezcan perdidas, nunca deben dejar de ser la estrella polar que ordena un rumbo… que aunque sabemos nunca se alcanza…, ordena, clarifica y define los pasos a seguir. El rumbo es más importante que la meta, porque es en el rumbo donde se realiza y toma cuerpo, ilusión y sentido nuestra vida.

Me exigen que sea breve, y lo seré. El compañero Carlos Weber nos hablará de la trágica experiencia suya con la represión de la dictadura militar en Chile que al menos yo acabo de conocer, de modo que le cedo absolutamente la palabra en ese aspecto. Respecto a Hostos, eludiré los temas de todos conocidos, como la primera parada de Hostos en Chile en su periplo suramericano, las conferencias en defensa de la educación de la mujer, su regreso a Chile a fines de la década del 80 como rector de los liceos de Chillán, y de Luis Miguel Amunátegui. En su primera parada en Chile, Hostos hizo grandes amigos… de amigos grandes en prestigio. Entre ellos, José Victorino Lastarria, Guillermo Matta, Benjamín Vicuña Mackenna, e incluso el presidente entonces de Chile, Federico Errázuriz Zañartu, (con Errázuriz Echaurren, hijo de aquel, la historia fue muy distinta). A tal grado estuvo feliz entonces Hostos, que poco faltó para que anclara allí el resto de sus días, no solo por los grandes afectos y camaraderías, sino porque allí tuvo el primer gran amor de su vida, Carmela, una de las hijas de Lastarria. Según Bosch, en Chile disfrutó en ese entonces uno de los más plácidos periodos de su vida. Fue época de grandes triunfos intelectuales y políticos. No obstante, cosa muy distinta ocurrió a su regreso a Chile tres lustros más tarde.

Propongo tomar como orden el siguiente principio: la lucha de clases constituye el motor de la historia. En nuestros días, como en cada distinto momento de la historia… o de la geografía, la lucha de clases ha tomado formas muy diversas, formas que no anulan el concepto básico de la diferencia entre los pobres que trabajan y producen, y los ricos que se apropian del trabajo de los primeros, que son… fatalmente… muchísimos más. Como ustedes saben, los más poderosos se han enriquecido con la presente crisis económica mundial en una proporción mucho mayor que antes… a costa de nosotros.  

Es por esta vía que podemos comenzar a vincular de manera directa la experiencia del presidente Salvador Allende y la de Eugenio María de Hostos. Para muchos, Allende fue un presidente de auténtica raigambre socialista. (Verdadera raigambre en cuanto se puedan armonizar, como hemos dicho, las muy diferentes versiones de lo que llamamos socialismo.) Pues hablamos de un modo muy diferente a los de los partidos socialistas europeos que, aguando, a más no poder, lo rojo hasta el rosita tibio, han rendido o corrompido sus principios históricos. Tan verdadera fueron las raíces y los frutos de Allende, que pudieron encontrar sin dificultades mayores vínculos de fraternidad y solidaridad no sólo con el fuerte Partido Comunista de entonces, sino también con Fidel Castro.

No digo que Allende fuera comunista, o que fuera compinche de los comunistas chilenos o cubanos. Digo que supieron reconocer, no solo hallar, puntos suficientes de convergencia para no antagonizar unos con otros. Como es sabido, Pablo Neruda, el enorme poeta que iba ser el candidato a la presidencia del partido comunista chileno en 1970, pudo definir suficientes compromisos con Allende como para que el poeta cediera su candidatura en apoyo a Allende. Se aventuraron a lo que mundialmente se conoció como la vía chilena al socialismo: un experimento político novedoso que fue capaz de llegar al poder, no a través de las armas, sino de la lucha política, usando las mismas reglas fijadas tradicionalmente por la burguesía. Y usando también, y desde luego, el voto. Su gobierno promovió una nueva Constitución política, la creación de una Asamblea del Pueblo, el desarrollo de una economía planificada, la nacionalización de las riquezas básicas en manos de capitales extranjeros y monopolios internos, la creación de un Área Mixta, de un Área Privada y de un Área de Propiedad Social (APS), entre varios puntos. Degollada la alianza y la iniciativa, con el desmedido impulso del capital extranjero, Chile no ha logrado aún desprenderse totalmente de las redes pinochetistas.

¿Cuál fue el enemigo mordaz del gobierno de Allende? La oligarquía tradicional, que por conservadora tiene que por definición ser apropiadora. La derecha chilena, en asociación y dependencia con los poderes fácticos del capitalismo imperialista, hizo con éxito una tarea de sabotaje que se realiza siempre con el frío talante de los iceberg: más fríos y fuertes en lo oscuro y por lo bajo, que a la luz del día: favorecer los privilegios de la burguesía, el control y sometimiento de las organizaciones obreras, la explotación de las comunidades indígenas, hasta el litro de leche que dispuso el gobierno de Allende para cada niño chileno.  

Y Hostos, cabe dilucidar, ¿qué tiene que ver con esto? Pues ocurre que Hostos no fue, ni en su primer viaje a Chile a principio de los setenta, ni en su segundo viaje a Chile a fines de los 80, una figura inerte, de esas que no producen reacciones químico-políticas. Llegó a Chile la primera vez promoviendo no solo una revolución de independencia antillana, sino también una revolución social de la cual el triunfo y la existencia misma de la primera dependía. Hostos llegó a todos los países del sur de las américas que visitó apelando al legado de Bolívar, y puntualizando su deber de completar su agenda.

La preocupación de Hostos siempre estuvo en el día siguiente a la independencia. Eso es lo que explica la estrategia que utilizó en España, porque si usted busca, por ejemplo, cuáles diferencias existían entre los reclamos de Hostos y los de Betances, se encuentra con que las demandas expresadas por este último, incluso después del Grito de Lares, son prácticamente los mismos. Ahí están consagrados en los famosos Diez Mandamientos de los Hombres Libres. Cumplidos esos mandamientos, dice el propio Betances, pero solo si se cumplen esos mandamientos, seremos españoles, y si no se cumplen, entonces: Antillanos. (Desde luego, anoto al margen, no podemos dejar de recordar hora con pena inmensa el fallecimiento de Félix Ojeda Reyes, y digo estas palabras en su homenaje.) La diferencia entre Hostos y Betances, pues, estaba en la estrategia a seguir.  

Hostos trabajó en España no solo porque vivía en España, sino porque había establecido contactos cercanos con los que serían líderes de los movimientos y fuerzas revolucionarias antimonárquicas y republicanas. Fueron condiscípulos, fueron colegas en las redacciones de prensa, camaradas en organizaciones antiesclavistas y sociales, ateneístas. Hablaban de republicanismo, de federación, de derechos para las provincias, de derechos civiles y humanos, de autonomía e incluso soberanía para las Antillas en condiciones de federalización. Hablaban hasta de socialismo, y traducían a Proudhon. Esto es, del capital y de la clase obrera, del producto del trabajo y de la distribución de la riqueza, de igualdad, democracia, república, y derechos humanos. Tan pronto se produjeron los gritos de Lares y de Yara, Hostos defendió los motivos de las revoluciones en ambas Antillas, cara a cara con los jefes del gobierno revolucionario. Algo que pasa más o menos inadvertido, es que, si Hostos polemiza, le reclama y demanda al gobierno revolucionario español que llegó al poder con bandera antimonárquica, bandera republicana y bandera federalista, es que para Hostos, lo que ocurría no le era suficiente, o que desconfiaba del proceso revolucionario y las promesas recibidas y de sus banderas.

Cuando los españoles traicionaron sus promesas y principios, incluso los de republicanismo, Hostos rompe, como sabemos, y opta por la revolución armada. El detalle de interés es que el 2 de enero de 1870, recién llegado a NY en pos de armas y balas, Hostos fantasea una noche e imagina la estrategia que utilizaría de ganar un día suficiente dinero que le permitiera alquilar y armar vapores para conquistar la independencia con armas, dice. Y añade inmediatamente, en la misma oración, con armas… y con libros, porque solo con armas y con libros puede alcanzarse y sostenerse la independencia. Solo unos días más tarde, el 26 de enero de 1870, habla de cumplir con su deber, que es revolucionar militarmente a Puerto Rico--, para, añade inmediatamente otra vez, “ordenarla y, aplicando a su vida mis teorías, verla entrar (la primera) por la vastísima senda de un nuevo ideal político y social, ese es mi sueño”. (Oc39, I, p. 240) 

En el Programa de los Independientes que Hostos publica en 1876 en Nueva York, lo dice literal y claramente:

“Próxima ya la hora en que combatientes activos y pasivos de la Independencia han de ser llamados a una obra de razón más larga, ningún patriota de razón puede resignar la responsabilidad que ha de tocarle en la tarea de constituir en la libertad la sociedad desorganizada que dejará la guerra y deja siempre la educación mortífera del coloniaje.” Esa, justamente, era la tarea que agigantó el carácter histórico de Hostos, y la que un siglo más tarde, Salvador Allende intentó emprender.

Hostos llegó a Chile imbuido de los principios revolucionarios que sacudían a Europa. Principios de republicanismo, de democracia, de derechos humanos y civiles para todos, de una economía política que buscaba cómo articular los principios socialistas referentes al trabajo y la distribución de la riqueza. Hostos llegó a Chile armado de luchas antiesclavistas que estaban dirigidas no solo contra la esclavitud africana, sino contra la esclavitud de los pueblos originarios y de los chinos. La segunda independencia que Hostos reclamó indispensable desde entonces, iba dirigida contra el control no solo cultural, sino político y económico tanto de los países europeos como de Estados Unidos. Iba hablando de una segunda independencia, porque la primera, la independencia política formal no era suficiente, la fundamental, la verdadera.

Deseo pensar que no incomodo a alguno de los presentes si afirmo que, en rigor, Hostos no fue fundamentalmente un independentista. Su meta última era la libertad, una libertad, bien sabía, que TENÍA, TENÍA, enfatizo, que vivirse y practicarse cada día, en un ejercicio que nunca termina. Todos los países reconocidos como tales en el planeta eran independientes. Lo era Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador y el Perú, países liberados por Bolívar del control de la monarquía española. Pero, ¿vio o entendió él que eran libres esos pueblos? No. Lo que vio, y bien sabía desde su época española, era que la colonia había sobrevivido a la independencia. Por eso habló de la necesidad de luchar por una segunda independencia, como décadas después lo hizo Martí. Si luchó contra la monarquía en España fue por la misma razón. País independiente si lo era, pero no un pueblo libre. Entonces sabía que el patriotismo con el que luchaba en pro de la independencia antillana, era un derecho del pueblo puertorriqueño, del cubano, del dominicano, pero también del español. El patriotismo es un derecho de toda mujer y hombre de cada pueblo del planeta. Por eso, decía, que se esforzaba también por ser patriota como el mayor patriota colombiano, peruano, chileno, etcétera, y asimismo lo quiso ser con el patriota español.

En su segunda visita a Chile, invitado por el presidente Balmaceda, Hostos se encontró con una sociedad muy diferente. Hubo que vivir entonces con el más hondo pesar, con arrepentimiento y deseos de regresar a la República Dominicana. La derrota política del presidente Balmaceda que lo llevó al suicidio, fue a manos de un congreso dominado por una oligarquía que respondía principalmente a los intereses ingleses. Puede avistarse, en ambas épocas, cierto paralelismo entre la situación de Chile y los destinos trágicos de ambos presidentes. Los partidarios de Allende sufrieron torturas y vieron correr sangre de hermanos y hermanas. Hostos, vio, ante sí, carretillas, calles y campos repletos de cadáveres en Cuba y Santo Domingo. Pero como nunca se amilanaba, hizo cuanto pudo por llevar adelante sus ideas revolucionarias en los planos de la educación y de las ideas, sufriendo la hostilidad de la clase gobernante. Fue el inicio de la revolución cubana comandada por José Martí, y el derrotero que pudo vislumbrar que esta revolución tendría, lo que le impuso la necesidad de regresar al ruedo militante de las Antillas. La posibilidad de adelantar la libertades de las Antillas es lo que, en definitiva y última instancia, define toda su gesta histórica.

En dos tiempos históricos diferentes, separados casi por un siglo, las luchas de Allende y la de Hostos lucen a mis ojos paralelas, convergentes y hermanas: la segunda independencia. La independencia de los regímenes coloniales que impulsan imperios extranjeros con la complicidad de las oligarquías nacionales. Y ambas luchas advierten de la necesidad de tomar con cautela la adopción de modos y fines que pretendan darse el lujo de dejarse magnetizar por los guiños seductores del poder y las veredas sinuosas, y en el fondo estériles, que convierten lo rojo en rosa. Si no estamos alertas ni tenemos claridad y fuerza suficiente, una virtual independencia en Puerto Rico pudiera, lejos de resultar hostosiana, caer con facilidad en manos de los actuales líderes de los partidos coloniales, es decir, otra versión del paraíso de la explotación y la servidumbre. El armazón político, social y cultural solo puede construirse a través de una democracia radical, verdaderamente anclada en la igualdad social, que solo produce el ejercicio irrestricto, permanente y sin pausa, de los derechos civiles y humanos. Esa es la independencia hostosiana… la misma que anheló también Salvador Allende. Allende murió de un balazo. Hostos, de la agonía prolongada de beber ríos de sangre.

Ambos, Allende y Hostos, reclaman de nosotros, sus herederos, asumir como propia una herencia de libertad e igualdad… para todos… que siempre es de futuro y está por venir. No se trata de gozar de días radiantes, dijo, sino de contribuir a que esos días lleguen.

Allende nos alentó asegurando que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor". Y por su parte, Hostos, nos alentó asegurando que…

Cito: “La libertad es un modo absolutamente indispensable de vivir”;

cito: “lo importante no es disfrutar de ese día radiante, sino de contribuir a que llegue el día”;

cito: “la revolución permanente”.

Juan Antonio Corretjer, hostosiano profundo, nos alentó con esta sentencia que vale igual respecto a las experiencias de Allende y de Hostos: (cito)

“Porque hay un tiempo infinito.

El tiempo triunfador.

Tiempo Bolívar que no acaba”. Que nunca acaba.

Esa lucha, el legado invencible de una lucha permanente, es su victoria y la nuestra.

Muchas gracias.  


lunes, 9 de enero de 2023

HOSTOS, Ésta es mi vida. LA BIOGRAFÍA

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HOSTOS:
"esta es mi vida".

Por Marcos Reyes Dávila

Ante las innumerables coincidencias y convergencias que demarcan las vidas paralelas de Eugenio María de Hostos y de José Martí, no suele observarse cómo ambos estuvieron dispuestos y expusieron su vida en su lucha por la independencia de Cuba. Martí logró desembarcar en Cuba a principios de 1895 y murió con un arma en la mano enfrentando una tropa de soldados españoles; Hostos no lo logró. Sabemos que eso es algo que se dice como si fuera una meta buscada, pero lo cierto es que sí estuvo dispuesto dos veces a ir a la manigua cubana con armas en la mano dos décadas antes, y que lo intentó al embarcarse junto a Vicente Aguilera, vice presidente -y en la práctica presidente- de Cuba en una expedición que naufragó. Como Martí, Hostos anticipó en la víspera del viaje a Cuba que moriría allí con las armas en la mano y de cara al sol.

Así lo narramos en "HOSTOS; La Biografía" (Editorial Patria). Hemos completado una biografía amplia y detallada de Eugenio María de Hostos que no es un estudio crítico: es la historia contada paso a paso de una vida incomparable.
"Hostos, la Biografía", no estudia sus obras: narra su vida. Para hacerlo recurrimos principalmente a las infinitas referencias y alusiones que hace el propio Hostos en sus obras, comenzando desde luego con su “Diario”. Hostos fue un maestro que enseñó innumerables materias con un criterio objetivo que llamaba científico, pero lo hizo casi sin seguir libros ajenos, sino contando y explicando las diferentes materias con su propia voz y con sus propias ideas e interpretaciones. Al hacerlo así, el maestro se descubría a sí mismo, exponía su espíritu verdadero, se colocaba al lado o se sentaba de frente a un grupo a veces muy pequeño Bcuatro o cincoB de sus discípulos.
Pero antes de ser maestro de aula, Hostos fue un escritor combatiente y un combatiente escritor. En cuanto escritor y en cuanto combatiente siempre descubrió y expuso a la luz sus ideas, sus sentimientos, y sus pasiones. Casi toda la obra escrita de Hostos tiene componentes autobiográficos discernibles, y esa obra escrita dibuja los pasos que siguió por toda España, por todas las américas, desde Nueva York hasta la Patagonia, por todo el Caribe, y por Puerto Rico, desde luego. Por eso titulamos el preámbulo a la obra: "Esta es mi vida".
Nuestra biografía ilumina y amplía el conocimiento expuesto sobre su infancia y su juventud. Conocemos en ella lo que fue la casa de su familia, su padre, madre y hermanos, abuelos y tíos. Su Mayagüez, sus primeros estudios de niño. Su traslado para estudiar a España a cargo de su hermano mayor. Sus dificultades escolares. Las numerosas muertes familiares que ensombrecieron su vida. Cómo se enluta su alma en cada uno de los aniversarios de la muerte de su madre. Los esfuerzos y la manera cómo logró superar todos los escollos y caídas.
“La Biografía” se detiene a mirar cómo surgen sus primeros escritos. Qué escribe el joven Hostos. Cómo evoluciona su trabajo escrito entre 1863, 1864, 1865, y de1866 a 1869. Cómo poco a poco se ve impulsado a tomar parte en las luchas políticas contra la tiranía de la monarquía de España. Reseñamos sus novelas y sus primeros escritos literarios y políticos.
"La Biografía" se detiene a mirar en el "Diario" sus temores, sus debilidades, sus dudas y su pobreza. Y cómo su genio construye con esas piezas -"hojas podridas"- un poder asombroso. "La Biografía" demuestra cómo Hostos fue capaz de intentar luchar por la justicia y la libertad utilizando diferentes estrategias y medios. Cómo desarrolló una muy temprana conciencia anticolonial y antillanista; cómo se vinculó con los líderes antimonárquicos y republicanos en España; cómo se puso de frente contra la esclavitud en las Antillas; cómo concibió la necesidad de construir una confederación democrática basada en los derechos civiles que uniera los esfuerzos de las tres Antillas mayores. Sus ambiciones políticas surgieron de necesidades morales que formularon una agenda de trabajo, siempre -y por necesidad- de aura utópica, que se esforzó por realizar.
“La Biografía” explora sus dudas y sus desilusiones; cómo la necesidad de recursos, la pobreza, el hambre, el desprendimiento, lo llevan a vivir en Nueva York en un apartamento con la ventana rota que le hiela tanto una oreja que casi la pierde. Examinamos los discursos y los extraordinarios propósitos que luchó por promover y realizar. El canal de Panamá; el tren trasandino; los derechos y la libertad de la mujer; la descolonización cultural de los países americanos; la construcción de la Unión de la Patria Grande del sur de inspiración bolivariana; la denuncia de la esclavitud; de la explotación de los chinos, indios e inmigrantes; de la explotación de los mineros, descamisados y trabajadores por los oligarcas y los imperialistas. Lo veremos gozar con la alegría de los cholos y la hermosura de las peruanas. Lo veremos sufrir y llorar ante el deber de renunciar a un amor colombiano, a otro gran amor peruano, a otro amor chileno que lo desgarra. Sentiremos con él cómo se funde de amor al encontrar en Venezuela a la que fue su esposa, Belinda, madre de sus hijos.
Sufriremos su decepción al ver cómo termina postrada la guerra de independencia en Cuba. Aplaudiremos al ver cómo es capaz de iniciar una nueva etapa en su vida, una nueva estrategia en su lucha por la libertad a través de la enseñanza. Lo veremos levantar los cimientos de la educación a través de toda la República Dominicana; lo veremos innovando con su magisterio en los liceos y universidades de Chile. Lo veremos formulando en tratados académicos materias nuevas e innovadoras en los campos de la Sociología, la Economía Política, el Derecho, la Moral, la Geografía, la Historia, la Gramática, la Literatura, la Filosofía, entre otras. Reseñamos sus principales obras.
Apreciaremos al padre y al esposo. La dedicación desprendida y amorosa hacia su esposa, sus hijos, sus discípulos, su padre, sus amigos. Veremos cómo se desprende de toda su fortuna y sus comodidades en Chile cuando se aproxima la Guerra de 1898 y teme que Estados Unidos invada y se apodere de las que llamaba y sentía como 2sus islas". Lo veremos convertirse en el gran abogado de Puerto Rico, reclamando los derechos del país ante la Constitución de Estados Unidos. Veremos su esfuerzo titánico por construir una patria a través de todo Puerto Rico. Los reclamos y alegatos a favor del país que defiende ante la prensa de Estados Unidos, sus representantes y senadores y el mismo presidente.
Estudiaremos por qué y cómo Hostos regresa a la República Dominicana. La obra de regeneración de todo el país que formula e intenta poner en movimiento con leyes y fundando escuelas en todas partes. Lo veremos agobiarse ante los recalcitrantes representantes de las ideas retrógradas y las guerras civiles. Lo veremos languidecer mordido por una enfermedad inclemente. Lo veremos fallecer.
"Hostos, la Biografía", contiene, además del índice general, otro índice onomástico, temático y toponímico, y una bibliografía mínima utilizada. Se divide en seis capítulos:
-La infancia;
-El joven Hostos: la morfología de su ascensión;
-La primera revolución; entre España y la Confederación de las Antillas;
-La segunda revolución: el augurio imperioso de América;
-La tercera revolución: las armas en las aulas;
-La cuarta revolución: Madre Isla;
-La República Dominicana: agonía y éxtasis;
-Posdata: De la retirada de las mariposas a las espigas de trigo.
"Hostos, la Biografía", abriga y abraza una de las más grandes historias jamás contadas en la América nuestra.


(Publicado en 80 GRADOS: 

https://www.80grados.net/hostos-esta-es-mi-vida/?fbclid=IwAR38Pntml0wBfAdfqJpvq_HjpfiRwuw6lwHebQ1qs9FCgyol0ZdxOgW1dz8

viernes, 6 de enero de 2023

Hostos, la Biografía

 



sábado, 18 de junio de 2022

Vicente Rodríguez Nietzsche

 

In memoriam


Vicente Rodríguez Nietzsche:

La poesía como salmo de faustos*
Marcos Reyes Dávila
                                                                 
               "...lo eterno femenino siempre arriba
                                                                                            con potente acicate nos aguija".
                                                                                                                            Goethe, Fausto.

Si algún crítico no hubiese despachado con prisa a la poesía de Guajana --y con ella a la poesía toda de la generación del sesenta-- como "poesía mesiánica" --o lo que vale decir, panfletismo político socialista-- no nos extrañaría constatar que un repaso de la obra poética del eviterno director de Guajana, Vicente Rodríguez Nietzsche, nos obliga a proclamarlo inopinadamente, poeta del amor.
La crítica literaria en Puerto Rico (y mucho más cuando la brevedad impone el juicio somero) generalmente etiqueta la poesía de la generación del sesenta como panfletaria --no sólo mesiánica--, politizada, socialista o sencillamente militante. En el mundo de las realidades virtuales posmodernas --esa nueva torre de marfil de quintacolumnistas tan popular entre los pesimistas derrotados de este fin de siglo--, trataríase de un relato totalitario, de un imaginario paternalista. Los calificativos, que se refieren al mismo conjunto de rasgos, suponen ligeras variaciones semánticas, distinto baldón que hinca espada sobre el mismo asunto, excepción presupuesta, claro está, de esos antivalores posmodernos que pretenden definir al Subcomandante Marcos como un nuevo modelo de Batman. Ello resulta menos huidizo aún --es decir, más pertinente-- si hablamos de los poetas del grupo de Guajana, revista abanderada de esta verdadera generación de poetas que anidaron al menos en otras tres trincheras de importancia: Palestra, Mester y Versiones, cada una de ellas promotora de variantes generacionales y punto de tiro de poetas de valor incuestionable.
En el caso de Guajana ya expresamos nuestro juicio acerca de esta militancia/politizada/ socialista/panfletaria y mesiánica, al concluir nuestro examen de la obra de treinta años de su grupo más claramente distintivo, en nuestro estudio preliminar a la antología que titulé Hasta el final del fuego (Editorial Guajana, San Juan, 1992). Decíamos allí que si bien esta militancia puede argüirse desde una perspectiva diacrónica como uno de los denominadores comunes más claros y diferenciales del grupo, no es exclusivo ni excluyente, ni permite establecer una visión monocromática uniforme de su universo lírico, ni siquiera en su Segunda época (1966-1968), esa época precipitada en ascuas tras la muerte de Pedro Albizu Campus. Si bien pudo ser ése su rasgo más notable o el rasgo más evidente de ruptura con la poesía anterior --sobre todo para la sensibilidad que la aplaudía y para la que la repugnaba-- no necesariamente era el más comúnmente atendido por la mayor parte de los miembros de la generación, ni siquiera de Guajana. Antes bien, decíamos en ese estudio preliminar titulado "Guajana, las líneas de su mano. Treinta años de poesía", que la poesía de este grupo era, más que un monolito o un coro unánime, un pedregal. De esta manera pretendíamos subrayar las diferencias profundas de voz y sustancia entre ellos, diferencias que quiebran incluso a primera vista sus obras en individualidades recias, testimonian la autenticidad de voz de cada uno y, más que continente y color sólido, nos imponen la imagen de un archipiélago. En nuestra caracterización individualizada de los poetas de Guajana, describimos allí específicamente la poesía de Vicente Rodríguez Nietzsche como "la ternura armada entre el fusil y la flauta". Ello, precisamente, porque la voz amorosa emerge reina sobre sus otras voces. No debería extrañarle, pues, al lector, constatar con este libro, como indicamos al inicio de estas líneas, que Rodríguez Nietzsche es, ante todo, un poeta del amor.
Vicente Rodríguez Nietzsche (1942) fue miembro fundador de la revista Guajana, el único miembro constante de su junta editora, y el eviterno director de sus destinos. Autor de más de trece libros u opúsculos, algunos de los cuales aparecieron en ediciones conjuntas con libros de otros autores --y otros virtualmente inéditos--, su obra dispersa en libros y revistas del país y del extranjero bifurca su raigambre desbordada de pasión amorosa y de ternura tantas veces armada en dos surcos a menudo entrelazados y nunca enfrentados: la patria y Eros, esa vieja dicotomía de dialécticas sutiles tan preñadas de sorpresas que frecuentaron los románticos. Poeta de fibra religiosa que se apresta a transformar el mundo con la óptica nutrida de oposiciones dialogantes, no deja nunca atrás ni desplaza definitivamente, aunque lo aparente, salmo y liturgia, ni en la trinchera de la patria ni en el surco húmedo de sus amores. Hemos considerado para esta antología de su poesía de amor ocho de sus libros publicados entre el 1965 y el 1995, pues esos ocho de sus trece libros-cuadernos publicados orbitan en torno a los apremios de sus experiencias amorosas. Rodríguez Nietzsche se presenta en ellos anclado en sí mismo y anclado en el amor de turno, pero no obstante, desanclado, a la deriva, sometido y sin voluntad a la manera del amor que lo lleva y que lo trae, como un Fausto de insaciable sed. Dos de ellos se publicaron en la década de los fogosos 60; uno en los refluyentes 70; tres, en el detente casi soterrado de los ochenta, y dos en el autoexilio de la posmodernidad fraudulenta de los 90.
El erotismo es tema infranqueable precisamente por su absoluta inclusividad. No hay cultura que sea --o haya sido-- en la que el amor no hincara sus banderas. A despecho de su eternidad de esencia, aunque atomizada en la infinitud difícilmente historiable de sus maneras, el amor metamorfosea sus formas pespunteado por el carácter siempre distinto de cada quien, lo que vale decir: el amor tiene rostro, un rostro único y distinto en cada persona.
Hecha esta salvedad que impone la relatividad de su experiencia, el estudio del erotismo en la poesía de Rodríguez Nietzsche sólo puede ser propuesto como un registro personal de inmanencia intransferible, mas sin embargo, modelo auténtico de un comportamiento singular de este autor: en el amor, exhaustivo como pocos; penitente, pero atolondradamente persistente; abroquelado entre extremos de cielo y tierra, de agua y fuego, en un campo minado marcado por ángel y por diablo. Su ritmo aventurero afinado en un contraste alternado de emociones antitéticas, ofrece al lector --amén de la narración de sus peripecias-- las estancias pausadas de sus estaciones en un lenguaje que propende al aliento de pétalos, generalmente breve, de tono menor y confesión musitada. Nada hay de golpazo o fuerza bruta. Como la energía cósmica, el amor en esta poesía recicla una y otra vez mediodía y crepúsculo y, seguro de la eternidad de cada instante, goza o sufre, siempre en plenitud, su periplo ciego.
Curiosamente la producción poética en libro de Rodríguez Nietzsche abre con un cuaderno de esta estirpe. Domingo, lunes y martes fue publicado en el 1965 por la Unión Internacional de Estudiantes en Checoslovaquia, como fruto del primer certamen literario de la Federación de Universitarios Pro Independencia (FUPI) y en edición conjunta con Exposición de la sangre de Guillermo Rosado Haddock. De verso libre, palabra sin modismo, dicción clara, moderna, auténtica, la imagen oportuna, suave y redonda, sin estridencia, como la de Pedro Salinas, es un extenso poema en tres días, cada uno de ellos dividido en cuatro partes, de lenguaje y tempos diferentes: el primer día es pasional y pretendiente; el segundo es meditativo y satisfecho; el tercero es más grave y sombrío. Tres actos que ciñen el registro de un amor que nace, alcanza plenitudes y muere. Con la aparición de las flores como símbolo hegemónico de su metaforización, el cuaderno establece el patrón de desarrollo en dos vertientes que serán reasumidas continuamente en esta poesía: el éxtasis y la agonía.
A ti, criatura natural, es el cuaderno poético de Rodríguez Nietzsche publicado en el volumen titulado Estos poemas de 1967. Es un discurso extenso de una riqueza extraordinaria de imágenes, vibrante de sensorialidad y emoción en estallido. Rodríguez Nietzsche muestra aquí ya un dominio pleno del decir, madurez en el desarrollo de la imagen, cadencia de ritmo, y luz total sobre el sentido. En nuestras "notas de viaje" por la poesía de este autor publicadas --en el volumen citado Hasta el final del fuego-- como presentación a la antología de poemas de Rodríguez Nietzsche ("Vicente Rodríguez Nietzsche: la ternura armada", 267-270), comento que este libro emula la delicadeza de voz del Cantar de los Cantares o de la poesía de San Juan de la Cruz. Sus símiles son abundantes, y los motivos del amor están recreados con la sensualidad nerudeana de la naturaleza y una acostumbrada interpelación que ratifica la voluntad comunicadora. La fuerza de estas ternuras aflorará recurrentemente en libros muy posteriores al paréntesis impuesto por el politicismo.
En efecto, once años más tarde publica Amor como una flauta (1978) con un prólogo de Marcelino Canino. Abre el libro con un poema en arte menor que llama Dedicatoria. Con tres libros acumulados, el lector constata que Rodríguez Nietzsche utiliza un lenguaje de amor inusual. Aunque la dicción se amolda a las construcciones sintagmáticas del poeta colombiano Germán Pardo García (1902), se sensibiliza de todo, y por eso ronda hermetismos, pero no incurre. Tiende a construir un mundo diferente del real; propende a buscar, subrayar y dar relieve a la diferencia. El verso breve, a veces muy corto, hace inventarios mientras deja fluir la conciencia libremente entre los andamios de sus alegorías y sus símbolos. La anécdota y los referentes concretos se diluyen en lo incierto. Casi siempre una idea, una emoción detonada, un suceso rompe-cuadros, recogido en los primeros versos, precipita el poema, lo desenrolla. Por eso Rodríguez Nietzsche, aunque tiende al poema largo, respira a tramos cortos, dividiendo el poema como una escalera. La repetición, gradante o enumerativa, pone en evidencia la retórica del énfasis, de la porción aguda, de la caída alucinante, del vértigo y del frenesí. La pérdida se quiebra como desesperación que deja entrever diálogos ocultos. Es decir, que se asiste con el oído en la pared del verso o de la página a la voz que clama tras los cuartos oscuros. En las notas de viaje a su poesía, antes mencionadas, sugiero que en este libro su autor se vierte ahora sobre la ternura que antes asomó pero con la delicadeza de un amor que desde la dedicatoria en verso ancló en la copla tradicional madrigalesca. Otra vez nos hallamos ante un interlocutor presente pero mudo que descubre en la palabra la función priorizada de la comunicación en la forma de una confesión de amor, fragmentada por momentos. Libre de clichés se muestra el hombre entero en un amor pleno, un amor en el cual lo material y lo espiritual se equilibran y confunden en un recinto íntimo, definidos y aislados de la otredad --social, política-- que se entrevé como acción difícil y fuente de dolor.
Del dulce pie tu caminar tranquilo, cinco años después (1983), es un libro con indudables paralelos. Abre también con una "Dedicatoria" en verso que se regodea en la plenitud amorosa. La palabra busca puentes de comunicación, vínculos que transfieran sus razones, en un tono madrigalesco de una intensidad afectiva que suele faltarle al madrigal. Aunque asoma en el contexto de fondo la posición políticosocial de su autor, la ternura del tono, la intimidad de la interlocución, el medio ambiente que se hermosea, adquieren sentido referentes a la emoción, y a través de la palabra el lector se siente apostrofado, testigo mudo, participante oculto de una ternura torrencial, de mundo límite. A diferencia del cuaderno anterior, este testimonio de amor no es crónica de un amor perdido. Tal vez por eso hay aquí más balance, tranquilidad y paz, menos sombras, menos presencia de la otredad y de lo otro, menos invasión de lo social, a tono con la poética dominante en los ochenta.
El Decimario es de 1988. Parece un libro facturado a posteriori con décimas recogidas de muchos años de versificación. La forma, no obstante, robustece la unidad del libro dividido en tres partes, tres unidades temáticas: Isla-hombre (siete décimas); Patria (cinco décimas); Amor (trece décimas), los motores vitales de su poesía. El lector se siente en estas décimas menos aludido, pues en general tienden estos versos a distanciarse de la experiencia concreta, de la autobiografía, para tornarse más conceptuales. Así incurre Rodríguez Nietzsche en tópicos como el desdén del cuerpo y elogio del interior puro, el amor y la espina, el madrigal, la naturaleza, etc.
Será en Vuelvo a enhebrar la musical costura (1989) que Rodríguez Nietzsche regrese, como lo anticipa el título, al libro refractor de una experiencia concreta en el que se perciben el tránsito, las épocas, los momentos. Nuevamente, la "Dedicatoria" como poema de apertura, establece las coordenadas de la vivencia que reproduce --nuevamente-- la simbología floral, esta vez, en arte mayor, endecasílabos. En general se tiende a la economía, la elipsis de los poemas breves, pero nutrido de experiencias, de las referencias más variadas y ciertas. La frase, más controlada, depurada, barnizada, asume muy pronto en su conjunto un dejo de elegía, expresión de una pérdida que evoca alegrías previas. Después del ritmo y equilibrio del Decimario, los versos polimétricos de este cuaderno se sienten caóticos, duros y ásperos como todo lo quebrado. Reconcentrado lamento, cerrado el sentido muchas veces, sus vértebras transitan entre el cielo y el infierno, anidada la palabra en la amada, desde cuya atalaya se ve el mundo, y en una anécdota oscura, casi hermética, vivida siempre, no literaria. Esta sensibilidad auténtica, esta palabra-verdad que busca sintonía con el oído huidizo de la amada, crea un mundo de realidades transformadas por la pasión que equivoca inadvertidamente sus referentes y que por eso emerge en un mundo teñido de extrañamientos, como una pintura de Roberto Fabelo. Un recorrido por la experiencia del amor altera, perfila, talla su rostro, o sobre su rostro, sus aleteos, sus peripecias. Parece girar, en péndulo espiral, en torno a pasiones que oscilan entre la gratitud beatificante y la desolación postradora. A Rodríguez Nietzsche lo avasalla la delicia del amor, y por eso agoniza en sus renuncias.
No supe enamorarme de azucenas es el libro que aparece en el 1994. Rodríguez Nietzsche regresa al lenguaje de las flores superando su dialéctica simbólica en un metalenguaje del pétalo y la especie que genera su propio código poético. De ahí el título, y el significativo subtítulo: Biografía de amor. El poeta se sitúa a distancia de la experiencia y contempla su pasado en transparencias. Contrario a los versos que viven y sufren, en este predomina el arte mayor endecasílabo. Garcilasiano a veces, evoca cuadernos previos o los intertextualiza, como los ¨miércoles" que se refieren a la experiencia de Domingo, lunes y martes, antes mencionado, y las "cuerdas" y las "flautas", se enhebran a los otros cuadernos previos. Más aire clásico, a soneto, a siglo de oro, a pesimismo barroco, más quevedesco al fin que garcilaso. Algunos poemas breves resultan instantáneas más nombradas que predicadas. Cuando rompe el estilo, apostrofa, interpela directamente a una de sus flores amorosas, y, pudoroso, escribe el poema entero entre paréntesis. El conjunto parece haber superado la dialéctica de abismos, en reposo al fin; una oportunidad en ocio de recapitular en sosiego. Por eso la altura reflexiva. Las "azucenas" es un lance hacia San Juan, aquel hermoso final de la Subida al Monte Carmelo:
"dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado".
A lo mejor es doble nuestro sueño (1995) es una antología, trozos de un libro mayor. Comienza con el poema "III", de Domingo, lunes y martes... Como toda antología --con algunos inéditos-- el todo resulta ecléctico, desigual. Aunque el autor ha dejado de lado otros opúsculos, como Para tocar la música de tu amor (1988) --libro en el que se enaltece el sentir religioso-- y los once sonetos de De la maternidad (inédito), Rodríguez Nietzsche regresa a los embelesos de una poesía de amor celebratoria en Para volar los azules de tu aire (también inédito). Es éste un extenso conjunto al estilo del Cancionero y romancero de ausencias de Miguel Hernández o del Cancionero de Miguel de Unamuno. Todo un mundo, vasto, minucioso, diario de un amor vivido, latido y página en proceso, involucrador, confidente. Los treinta años de pasiones y agonías se reciclan aquí en otra altura, en una palabra desteñida más aún de adherencias anecdóticas y concesiones al lenguaje de época, en una palabra más suya, hermética de los referentes que la concretan en versos, abierta a la promiscuidad de sus sugerencias y probabilidades.
Como en la poesía de Rodríguez Niezsche, la plástica de Roberto Fabelo (1950) que la acompaña descubre como el amor talla su impronta camaleónica en el rostro del que ama. Apenas un puñado del total de obras de Fabelo que esconden sus sorpresas entre estas páginas, fueron concebidas y creadas al calor del estímulo directo de este proyecto editorial. Sin embargo, imposible negar diálogos ocultos, porque entre Vicente Rodríguez Nietzsche y Roberto Fabelo una larga y estrecha amistad se ha abonado, echando raíces y ramas en el tiempo paralelas al obrar creador incesante de ambos. Por eso no puede extrañarnos que en la poesía de Rodríguez Nietzsche, como en la plástica de Fabelo, el amor sea inconcebible sin el juego inédito de los cuerpos, sin la comunicación de las intimidades impudorosas, sin la anormalidad gozosa de lo que nace espontáneo y sin dueño, sin la sexualidad inescrupulosa que se apareja a los duendes que emergen de las sombras cuando las emociones fuertes verdaderas detonan sus luces. En ese Fabelo, pintor cubano de realidad alucinante, del encantamiento maravilloso que edita esta nueva versión de realismos mágicos, la metáfora se concretiza en trazos, cobra vida entre aves y mariscos, ala y escama resbaladizas. Como si los rostros emocionados tuvieran atributos insospechados, extraños, que rompen los sistemas, y que, no obstante, encuentran en el erotismo puente, salvación, salmo. Como si el erotismo incursionara en lo extraño y concretara duendes, y como si entre los duendes que en verdad habitan las experiencias auténticas de la vida, e imbuido en el misterio, el hombre se angelizara.
La prolongada incursión de Vicente Rodríguez Nietzsche en la poesía amorosa evidencia un modo de existir, una necesidad imperiosa, una infranqueble ley centrípeta, una fuerza de gravedad harto demostrada, que ata de este modo a nuestro poeta con la vida. Verso y vida en este peregrinaje penitente e impenitente se funden para hacer de la vida de Rodríguez Nietzsche un transcurrir perdido entre renglones de versos, y para hacer de sus versos un palpitar de vida, recio lance al vacío como una piedra lanzada por la honda de David. El salmista cantó orando, toda una vida, versículos tejidos entre delirios apasionados y ternura tensa. Y como un insaciable Fausto, Fausto incorregible, Fausto indescarrilable, vivir para amar, amar para cantar, cantar para vivir, y viceversa, ¡y ser salvado por ello!, ¡salvado precisamente por su amor, su "eterno femenino"! Esto es la poesía vivida desde adentro, vivida en honradez, auténticamente, como un salmo redentor, un salmo de faustos, un salmo de Vicente Rodríguez Nietzsche, afortunado, fausto.


Marcos Reyes Dávila
¡Albizu seas!
*Prólogo a su libro: “Que canten en verdad lo que te quiero”, 1999

sábado, 19 de marzo de 2022

Finisterre / Fin del Mundo

 

Finisterre

        Fin del Mundo



Hace cinco años Hilda y yo hicimos en barco la travesía por el "fin del Mundo": la tierra donde termina la América nuestra. Entonces escribí un poema que tengo entre los mejores, incluido al final de mi libro "Equinoccio". Se llama erróneamente Finisterre, que punta de tierra en Francia que se asoma al Atlántico. Yo tomé varias fotos del faro del Fin del mundo. La foto, que es mía, y el poema, aquí siguen:


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Finisterre

Hacia al final del calendario
donde nos espera un continente de hielo
contemplo la canción que fuimos
desde el día que izamos la bandera
y emprendimos aquellas rutas cotidianas
y también secretas.
Más que camino
fuimos la voz y el eco
de un solo cuerpo
que nunca fue páramo para el silencio.
Ni una línea monótona
trazada a ras del suelo
como la del monitor cuando cesa sus registros,
o como cuando desentona el corazón
los cantos de sus pájaros.
Nuestro cuerpo tampoco fue una isla.
Poblado primero de arrecifes
se hizo poco a poco cómplice
y amplio y diverso como un continente
que no puede ceñir una mirada.
Nuestro cuerpo
extendió sus relojes por el valle,
sus meridianos llenos de agua y de peces,
su lluvia de verano
y sol de primavera.
Llevábamos sobre el pecho
una cartografía de horizonte
donde la memoria acurrucaba
las avenencias con su aroma azul
y las desavenencias altivas.
Era un espacio nuevo
como una américa nuestra,
con bahías amplias y adoquines
con fronteras y desaforadas montañas.
Por ella transitábamos
con valijas y sin ellas.
A veces con hambre
y otras veces hartos
de arrozales y de avenas.
A veces sorteamos ríos impetuosos,
el frío que se recoge en el rocío
o el sol avaro del salitre.
Allí estaba la piedra
con su escritura arcana.
Allá la paloma en la bandera.
Fuimos un río
que se lanza soberbio de lo alto,
un paraná sereno,
un barco pesquero
que espera en paz
en lo oscuro del silencio.
Fuimos la memoria de las redes hartas
de peces inquietos.
Fuimos un desierto
con su lengua seca de amores,
pero también el bosque húmedo
donde anida
el pájaro rojo en las bromelias.
Y allá íbamos.
Al final de un continente
lleno de voces pobladas
de acalladas historias de sangre,
del relato de un grito en la plaza,
del verso en el canto solitario,
del golpe del patrón y de la herida.
Óyete conmigo,
que todo fue semilla en semillero.
El beso de ese acorde
que en la cuerda vibra sobre el lecho.
La clave en el acorde
que despierta a la faena
o que duerme cansada.
A veces resplandor sobre la torre
y a veces un sepulcro de silencio.
A veces azotado en el insomnio
y a veces a galope alborotado.
Más allá de los bosques del río,
del zargazo y la hojarasca,
y del risueño ras de las colinas,
traficamos la ansiedad perdida
a manos llenas
caminando las veredas.
Al final de nuestro camino vamos
a puro corazón
como un respiro que no cesa.
Vamos desde los siglos
que aún no acarician la memoria
y nunca han sido.
Allá está el aquí de la promesa sin olvido.
La tierra fría donde el fiordo
esconde su alegría.
Esa tierra helada
al pie de un continente ardiente.
Allá nos espera
esa tierra fuera de los mapas
donde se hace eterna la caricia.

***
Antes de que llegue diciembre
–si es que llega–
con su estribo al descubierto,
contemplemos el júbilo sereno
que pastea ahora
desde el mar callado
hasta la cima blanca.
¡Es tan pequeño el sol!
–dice la tarde.
Todo está en esta palabra
que signó
kilómetro a kilómetro
en la impredecible piedra de los vientos
la ruta de esta seda.
Todo en el júbilo sereno que te dije.
El que ubicado al final del mundo nuestro,
siempre fue
y será siempre
nuestra tierra del fuego.
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